Si fuéramos conscientes de la importancia de la educación en nuestras vidas y las de nuestros hijos, posiblemente cambiaríamos en muchos aspectos nuestra existencia: no tiene sentido utilizar gran parte de nuestro tiempo vital en conseguir dinero con el que mejorar nuestro nivel de vida material si para ello renunciamos al tiempo necesario para educar a nuestros hijos y compartir con ellos los momentos más trascendentales de sus vidas.

No deja de ser llamativo que en las sociedades que consideramos avanzadas se exija pasar por una serie de exámenes para manejar una máquina como un automóvil pero no se requiera ningún test para identificar, en los futuros padres, actitudes o comportamientos psicopáticos que darán lugar a previsibles maltratadores.

Ni siquiera los datos más imprescindibles se les facilitan a los futuros padres, como la enorme trascendencia de los primeros cuatro años de vida en el desarrollo de la personalidad del niño.

Por otra parte, en muchas sociedades del Primer Mundo se ha pasado de estrictos esquemas patriarcales autoritarios a relaciones en las que el antiguo rol dominante paterno ha sido asumido por los hijos. Entre ambos extremos existe un equilibrio sano y deseable que permite mantener dentro del ámbito familiar relaciones respetuosas entre todos sus miembros.

A nivel social, no deja de ser llamativo que distintos gobiernos de todas las ideologías carezcan de la valentía y visión de futuro necesarios para llevar a cabo una auténtica reforma educativa que aproveche sistemas pedagógicos que han demostrado sobradamente su eficacia, como Summerhill en el Reino Unido y la Escuela Libre en España. Algunos sociólogos y educadores apuntan a que la verdadera razón es que dichos sistemas, efectivos incluso con niños y jóvenes conflictivos, tienen el ”inconveniente” de dar lugar a personas tan críticas como autocríticas y difícilmente manipulables, lo cual, al parecer, no sería del agrado de las clases dirigentes.

Estos inconvenientes no deberían evitar que intentáramos aplicar, tanto a nivel personal como familiar, dichos avances y descubrimientos pedagógicos, a los que es fácil acceder a través de cualquier biblioteca o internet.

Un antiguo refrán hindú resume una buena educación en los siguientes términos:

 

Hasta los cuatro años, dale a tu hijo cuanto necesite para evitarle todo dolor y sufrimiento.

Desde los cinco a los quince, enséñale a respetarse a si mismo y la disciplina necesaria para respetar a los demás.

A partir de los quince años, intenta simplemente ser para él un buen amigo.”

 

Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net