Chiara Franchini

Chiara Franchini - Literatura

E-mail: chiara_franchini@yahoo.it

 

 


Textos Tertulia Entrelíneas

 

OTRO MUNDO ES POSIBLE

El sabio le dijo: “¡Otro mundo es posible!” y la mujer, todavía con su velo negro secándose las lágrimas contestó: “¡Sí y también el otro!”

Chiara Franchini

 

 

LA VISTA

 ¿Qué quiere decir tener una buena vista?

¿Ver lo que ve la mayoría? ¿Ver diferente que los demás? ¿Tener los ojos bien abiertos?

Conocí a un hombre que decía tener una buena vista. Veía lo que la gente veía y lo llamaba “la piel de las cosas”. Veía, decía, igual que un ciego que quiere comprender lo que es todo lo que encuentra adelante de si mismo. Cuando murió, tenía los ojos muy abiertos.

Chiara Franchini

 

 

 

¿POR QUÉ ME ENGAÑASTE?

Te engañé porque fui sincera en un momento de irrepetible emoción.

Chiara Franchini

 

 

 

MALAS COMPAÑÍAS

Trastorna el sueño con pesadillas,
hace luchar contra el sufrimiento,
no permite felicidad sin pensamientos,
sugiere no olvidar tu ego.
Hace pensar en el ayer y el mañana olvidando el presente,
hace pensar en lo que no tienes y no eres olvidando lo que tienes y eres.

Te dirige hacia el miedo en vez de a la sorpresa:
es la mala compañía que todos llevamos dentro
con la que nos queda la esperanza de hacer amistad,
apretando la mano izquierda con la derecha
en signo de la unión que nos lleve a la paz.

Chiara Franchini

 

 

EN FUGA

La prepotencia del invierno enviaba burlona, con cuarenta y nueve dias de anticipación, sus suaves copos, blancos de engañosa pureza. El día se anunciaba vacío, sin ningun aliciente, excepto aquella única cita vespertina que servía de meta común al pueblo entero. El reloj de cuco, que cuando era pequeño quería tanto, parecía haberse transformado en su peor enemigo. Las manecillas, que de niña se divertía en adelantar, hurtando el tiempo para ver repetidas veces el pajarito de madera rebotar fuera de su casita anunciando la hora, rompían el silencio destacando el tic tac del reloj. Margherita las miraba trastornada, imaginando que eran baquetas de director de orquesta paradas, las baquetas de las órdenes que ella misma dirigía: “Antes de que el tiempo concluya, tienes que hacer esto, después eso y después aquello...!”. Se había dado esa orden por miedo, ya que recordaba al pajaro cuco marcar momentos felices. Del mismo modo, si no hubiera hecho pronto algo especial, en el futuro no habría recordado la vida que llevaba ahora. Pensaba que si hubiera roto la monotonía del tiempo en que ella se estaba disipando, hubiera recordado el tiempo que vivía en aquel momento. Estaba convencida de que haciendo algo inusual, aún cuando aquella empresa hubiera concluido, no se desvanecería, prolongada en el recuerdo de haber hecho algo extraordinario.


Era la angustia del tiempo que pasa sin dejar recuerdos, su prisión, y Margherita se evadía cabalgando el tiempo a base de pasar páginas. Leía. Leía historias de personajes desconocidos con quienes se identificaba, delegando en ellos su destino, historias en las que se mezclaban pasado y futuro. El pasado empapado del sentido que sólo la razón del después sabe dar, y el futuro cargado de la responsabilidad de custodiar la esperanza en la felicidad. Margherita encargaba al pasado la tarea de resolver el enigma de una existencia ya vivida, y al futuro la tarea de dar derecho de ciudadanía a los deseos. A través de la lectura, Margherita había entendido que en cualquier lugar al que se dirigiese siempre llevaría con ella una maleta que nunca vaciaría sino que llenaría, y se prometió a sí misma que intentaría llenarla cada día de la mejor manera. Se trataba del equipaje de su memoria, lo más estable que podía poseer: por siempre y en cualquier lugar.


Pero, sin embargo, al haber tenido esta preciosa intuición, mientras el tiempo fluía monótono, Margherita se quedaba absorta en la eternidad de los pensamientos, leyendo y fantaseando con la mente, así que su equipaje se quedaba igual por miedo a ser llenado de malos recuerdos. De esta manera pasaba sus días y así un sentido de nauseabunda amargura la asaltaba cuando el dia moría sin dejarse recordar.
“Tic tac, tic tac”, en la habitación de Margherita el tiempo sonaba con insoportables pasos de tirano.

En las otras habitaciones de la casa todo parecía moverse a una velocidad diferente: “¿Dónde diablos has puesto mi jersey negro?”
La hermana de catorce años de Margherita, Carlotta, gritaba a Daniela, su hermana gemela, acusándola de robarle siempre la ropa que ella solía preparar la víspera de las escasas ocasiones importantes en las que se concedía disfrutarlas. Los pasos enfadados de Carlotta hacía la habitación de Daniela retumbaban en toda la casa, uniéndose a los reproches del padre: “¡Siempre con retraso!” y a los gritos de la madre: ”¡Dejad de pelearos y moveos, que falta un cuarto de hora. ¡No quiero quedar como la que siempre llega tarde!”

Margherita miró en su armario. Ningún vestido la invitaba a despojarse de lo que llevaba. Apartó la cortina y con la punta de la nariz pegada al vidrio se puso a seguir a los primeros paisanos que salían de casa... El alcalde y su esposa, la beata ama de llaves de la iglesia y su familia, el contable Perfectos con su señora, la arquitecta Rosetón con su marido pintor, que unos metros atrás esbozaba una carrera para alcanzarla y así siguiendo a todos los demás hasta confluir en la misma calle que llevaba al cementerio.

“Vamos, que las campanas ya han dado los primeros toques, coged los cirios que nos vamos”.
Todos estaban ya preparados para salir de casa, todos menos Margherita, que había elegido no acudir a aquella cita. Su madre entró en su habitación asombrándose al verla todavía con su ropa de casa: “¿Todavía estás así?”, le preguntó. “¿Qué haces, no vienes?”. Margherita se giró hacía ella y después de un impercetible momento de duda suspiró sin dar respuesta, regresando con la mirada a los transeuntes. La madre molesta se contuvo, cerrando enfadada la puerta y saliendo de casa con el resto de la familia.

Era el dos de noviembre y como cada año se recordaba a los difuntos camino del cementerio para visitarles.
La nieve empezaba a tejer su capa sobre las calles hasta cubrir cada hueco.
Margherita cerró la puerta a su espalda y se puse en la cola, con los últimos del pueblo que se dirigián a la ceremonia.
Al llegar al cementerio, Margerita lo superó proseguiendo en dirección del parque infantil. En el último trecho de la calle se cruzó más de una vez con la mirada estremecida de los paisanos, que avanzaban en dirección opuesta a la suya. Saludó visiblemente incómoda y sintió respuestas con tono de pena. Pareció leer entre los pensamientos de aquellas personas un “¡Paz a su alma!”.

Finalmente alcanzó el pequeño parque de juegos y apuntó la mirada directamente al juego previamente elegido. Se sentó. Apenas cabía entre las dos cadenas. Habían transcurrido varios años desde que balancearse en el columpio era una diversión diaria y se sentía eufórica ante la idea de repetirlo.
El columpio oscilaba atrás evitando la nieve, después adelante soltando los copos que resbalaban en gotas sobre la cara de Margherita.

Adelante y atrás, adelante y atrás, un zumbido de oraciones en la lejanía se iba debilitando; adelante y atrás, hasta desvanecerse. Las luces de los cirios en el horizonte se difuminaban cada vez más, hasta desaparecer; adelante y atrás, adelante y atrás.

Fugándose del tiempo, una solitaria Margherita en invierno:
Adelante y atrás, adelante y atrás, adelante...


Chiara Franchini

 


EL AMOR

Querido “amor”: no me odies si te digo que sin mí, tú no eres nada.


Chiara Franchini