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Textos Tertulia
Entrelíneas
OTRO MUNDO ES POSIBLE
El sabio le dijo: “¡Otro mundo es posible!” y la mujer, todavía con su velo negro secándose las lágrimas contestó: “¡Sí y también el otro!”
Chiara Franchini
LA VISTA
¿Qué quiere decir tener una buena vista?
¿Ver lo que ve la mayoría? ¿Ver diferente que los demás? ¿Tener los ojos bien abiertos?
Conocí a un hombre que decía tener una buena vista. Veía lo que la gente veía y lo llamaba “la piel de las cosas”. Veía, decía, igual que un ciego que quiere comprender lo que es todo lo que encuentra adelante de si mismo. Cuando murió, tenía los ojos muy abiertos.
Chiara Franchini
¿POR QUÉ ME ENGAÑASTE?
Te engañé porque fui sincera en un momento de irrepetible emoción.
Chiara Franchini
MALAS COMPAÑÍAS
Trastorna el sueño con pesadillas,
hace luchar contra el sufrimiento,
no permite felicidad sin pensamientos,
sugiere no olvidar tu ego.
Hace pensar en el ayer y el mañana olvidando el presente,
hace pensar en lo que no tienes y no eres olvidando lo que tienes y eres.
Te dirige hacia el miedo en vez de a la sorpresa:
es la mala compañía que todos llevamos dentro
con la que nos queda la esperanza de hacer amistad,
apretando la mano izquierda con la derecha
en signo de la unión que nos lleve a la paz.
Chiara Franchini
EN FUGA
La prepotencia del invierno enviaba burlona, con cuarenta y nueve dias de
anticipación, sus suaves copos, blancos de engañosa pureza. El día se anunciaba
vacío, sin ningun aliciente, excepto aquella única cita vespertina que servía de
meta común al pueblo entero. El reloj de cuco, que cuando era pequeño quería
tanto, parecía haberse transformado en su peor enemigo. Las manecillas, que de
niña se divertía en adelantar, hurtando el tiempo para ver repetidas veces el
pajarito de madera rebotar fuera de su casita anunciando la hora, rompían el
silencio destacando el tic tac del reloj. Margherita las miraba trastornada,
imaginando que eran baquetas de director de orquesta paradas, las baquetas de
las órdenes que ella misma dirigía: “Antes de que el tiempo concluya, tienes que
hacer esto, después eso y después aquello...!”. Se había dado esa orden por
miedo, ya que recordaba al pajaro cuco marcar momentos felices. Del mismo modo,
si no hubiera hecho pronto algo especial, en el futuro no habría recordado la
vida que llevaba ahora. Pensaba que si hubiera roto la monotonía del tiempo en
que ella se estaba disipando, hubiera recordado el tiempo que vivía en aquel
momento. Estaba convencida de que haciendo algo inusual, aún cuando aquella
empresa hubiera concluido, no se desvanecería, prolongada en el recuerdo de
haber hecho algo extraordinario.
Era la angustia del tiempo que pasa sin dejar recuerdos, su prisión, y
Margherita se evadía cabalgando el tiempo a base de pasar páginas. Leía. Leía
historias de personajes desconocidos con quienes se identificaba, delegando en
ellos su destino, historias en las que se mezclaban pasado y futuro. El pasado
empapado del sentido que sólo la razón del después sabe dar, y el futuro cargado
de la responsabilidad de custodiar la esperanza en la felicidad. Margherita
encargaba al pasado la tarea de resolver el enigma de una existencia ya vivida,
y al futuro la tarea de dar derecho de ciudadanía a los deseos. A través de la
lectura, Margherita había entendido que en cualquier lugar al que se dirigiese
siempre llevaría con ella una maleta que nunca vaciaría sino que llenaría, y se
prometió a sí misma que intentaría llenarla cada día de la mejor manera. Se
trataba del equipaje de su memoria, lo más estable que podía poseer: por siempre
y en cualquier lugar.
Pero, sin embargo, al haber tenido esta preciosa intuición, mientras el tiempo
fluía monótono, Margherita se quedaba absorta en la eternidad de los
pensamientos, leyendo y fantaseando con la mente, así que su equipaje se quedaba
igual por miedo a ser llenado de malos recuerdos. De esta manera pasaba sus días
y así un sentido de nauseabunda amargura la asaltaba cuando el dia moría sin
dejarse recordar.
“Tic tac, tic tac”, en la habitación de Margherita el tiempo sonaba con
insoportables pasos de tirano.
En las otras habitaciones de la casa todo parecía moverse a una velocidad
diferente: “¿Dónde diablos has puesto mi jersey negro?”
La hermana de catorce años de Margherita, Carlotta, gritaba a Daniela, su
hermana gemela, acusándola de robarle siempre la ropa que ella solía preparar la
víspera de las escasas ocasiones importantes en las que se concedía
disfrutarlas. Los pasos enfadados de Carlotta hacía la habitación de Daniela
retumbaban en toda la casa, uniéndose a los reproches del padre: “¡Siempre con
retraso!” y a los gritos de la madre: ”¡Dejad de pelearos y moveos, que falta un
cuarto de hora. ¡No quiero quedar como la que siempre llega tarde!”
Margherita miró en su armario. Ningún vestido la invitaba a despojarse de lo que
llevaba. Apartó la cortina y con la punta de la nariz pegada al vidrio se puso a
seguir a los primeros paisanos que salían de casa... El alcalde y su esposa, la
beata ama de llaves de la iglesia y su familia, el contable Perfectos con su
señora, la arquitecta Rosetón con su marido pintor, que unos metros atrás
esbozaba una carrera para alcanzarla y así siguiendo a todos los demás hasta
confluir en la misma calle que llevaba al cementerio.
“Vamos, que las campanas ya han dado los primeros toques, coged los cirios que
nos vamos”.
Todos estaban ya preparados para salir de casa, todos menos Margherita, que
había elegido no acudir a aquella cita. Su madre entró en su habitación
asombrándose al verla todavía con su ropa de casa: “¿Todavía estás así?”, le
preguntó. “¿Qué haces, no vienes?”. Margherita se giró hacía ella y después de
un impercetible momento de duda suspiró sin dar respuesta, regresando con la
mirada a los transeuntes. La madre molesta se contuvo, cerrando enfadada la
puerta y saliendo de casa con el resto de la familia.
Era el dos de noviembre y como cada año se recordaba a los difuntos camino del
cementerio para visitarles.
La nieve empezaba a tejer su capa sobre las calles hasta cubrir cada hueco.
Margherita cerró la puerta a su espalda y se puse en la cola, con los últimos
del pueblo que se dirigián a la ceremonia.
Al llegar al cementerio, Margerita lo superó proseguiendo en dirección del
parque infantil. En el último trecho de la calle se cruzó más de una vez con la
mirada estremecida de los paisanos, que avanzaban en dirección opuesta a la
suya. Saludó visiblemente incómoda y sintió respuestas con tono de pena. Pareció
leer entre los pensamientos de aquellas personas un “¡Paz a su alma!”.
Finalmente alcanzó el pequeño parque de juegos y apuntó la mirada directamente
al juego previamente elegido. Se sentó. Apenas cabía entre las dos cadenas.
Habían transcurrido varios años desde que balancearse en el columpio era una
diversión diaria y se sentía eufórica ante la idea de repetirlo.
El columpio oscilaba atrás evitando la nieve, después adelante soltando los
copos que resbalaban en gotas sobre la cara de Margherita.
Adelante y atrás, adelante y atrás, un zumbido de oraciones en la lejanía se iba
debilitando; adelante y atrás, hasta desvanecerse. Las luces de los cirios en el
horizonte se difuminaban cada vez más, hasta desaparecer; adelante y atrás,
adelante y atrás.
Fugándose del tiempo, una solitaria Margherita en invierno:
Adelante y atrás, adelante y atrás, adelante...
Chiara Franchini
EL AMOR
Querido “amor”: no me odies si te digo que sin mí, tú no eres nada.
Chiara Franchini