Fina Martín

Fina Martín - Literatura

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bulletTexto: PROFECÍA
 
bulletTextos tertulia TELEES - Año I
 

Textos libro "TELEES"



Yo Es Que Trabajo… Y No Sé Cuándo Libro
 

Pero el día que lo sepa te lo diré, quedaremos y hablaremos del mundo, de la pobreza que hay, del maltrato, de la guerra. Guerra que nosotros los hombres tenemos en nuestra vida, con lo bonita que es la vida para vivirla con paz y amor.

Paz, palabra que parece que quitaron del diccionario porque las personas hacemos todo lo contrario, matar y maltratar, parece que  nos da placer. El placer de ver a personas asustadas y doloridas, heridas en su cuerpo y en su corazón.

Corazón, que tenemos en el pecho y no usamos mucho, porque si lo hiciéramos viviríamos mejor.

La vida, es algo que pasa y no nos damos cuenta de lo que es en sí. Si nos diéramos cuenta viviríamos más tranquilos, sin pensar tanto en lo material y más en lo espiritual.

Si algún día tengo libre seré yo misma, con mis virtudes y defectos. La mayoría son defectos, pero ellos me ayudan a vivir. Viviré con intensidad en todos los sentidos. Porque tener un día libre quiere decir desinhibirse, no tener miedo, ni vergüenza de quienes somos ni cómo somos.

Ser o no ser, una envoltura de nosotros mismos.

Si el día para mí es triste… recordaré mis vivencias y mis amores. Amores que me dieron vida y alegría y… en el fondo un poco de tristeza.  Tristeza que no me duele, porque con ella vivo en esta vida de muerte y venganza.

La venganza es un sentimiento que me trae tristeza y muerte. Muerte, palabra que da miedo y trae lágrimas y desesperación.

La desesperación de estar sola, sin tí, sin sentir tu aliento, tus besos y ternura. Esa ternura que sale de tu corazón, que tienes envuelto en una coraza de acero, que no deja brotar esos sentimientos que te rompen el alma y te dan tanto miedo. No tengas miedo a sentir, ni a amar, eso es bonito, te da vida, alegría y felicidad. Felicidad, esa palabra que me gusta, entraña cosas bonitas.

Bonita es tu sonrisa cuando me miras con tus ojos marrones. Tu pelo, negro como el azabache, me gustan tus rizos, esos que te hacen parecer más niño dentro de un cuerpo de hombre, tu corazón dulce como el caramelo y tan grande como el cielo.

Ese cielo tan azul que nos cubre y nos envuelve en su manto de nubes blancas, esas nubes blancas que cuando las miro parecen que me hablan, me explican que hacen ahí, me dicen que seamos buenos en la vida, que la vida es bonita.

Bueno… y para terminar te diré que si algún día tengo libre, procuraré ser feliz.

 
 

Es la Primera Vez Para Mí

Creía que ya no habrían más primeras veces, pero me equivocaba.

Hoy es la primera vez que vivo este día que es hoy.  Después de estar dormida, esta mañana me desperté, abrí los ojos por primera vez a este nuevo día. Me levanté por primera vez esta mañana. Miré por la ventana al cielo, descubrí en él una nueva tonalidad celeste, hoy por primera vez. Me he mirado en el espejo, me he visto en él reflejada, por primera vez hoy, me he visto, me he mirado. He sentido el agua tibia deslizarse por mi cuerpo, hoy por primera vez. He saboreado una taza de té caliente, sorbo a sorbo la he tomado, hoy por primera vez. He salido a la calle, el sol por primera vez hoy me ha iluminado. Hoy por primera vez estoy escribiendo este texto.

Hoy en todo este día, he experimentado una primera vez después de otra. Por que si no me hubiese despertado hoy, ni levantado al nuevo día, no hubiese tenido todas esas primeras veces. Por que hoy es la primera vez que vivo este nuevo día. Cada día está lleno de esas primeras veces, donde siempre descubres algo nuevo. Sólo hay que despertar para recibir el nuevo día. El nuevo día que es lo que tenemos, el hoy. Hoy es el primer día del resto de vida que aún me queda por vivir.


 

La Noche… Y los Mojitos

Estaban sentados alrededor de una mesa, en la terraza del bar que nos servía de punto de encuentro. Era una noche otoñal cálida del sur de la costa malagueña.

Yo llegué con algo de retraso. Me acerqué a saludarlos. Me senté en una de las sillas vacías. Me uní al círculo amistoso. Frente a mí una cara nueva, que saludé aunque no le conocía, ya que si estaba allí sentado sería porque era amigo de algún amigo o de alguna amiga.

Llegó el camarero, también amigo, con un gesto amable, como de costumbre, me preguntó:

–¿Qué quieres tomar?, a lo que le respondí:

– “Un mohito” de esos que tú preparas tan bien.

Y conversamos, explicamos anécdotas, reímos, así durante toda la reunión.

Yo… miraba y observaba aquel desconocido. Para mí observar es mirar más allá de lo exterior, me quise adentrar sin permiso a su interior. Escuché su voz, observé su voz, cálida.

Y mi sexto sentido me decía:

–Míralo bien… obsérvalo. Es alguien especial. Para mi ser especial es ser como no es la mayoría de la gente, es ser eso, especial, es tener “algo” que casi nadie puede ver.

La noche seguía, las risas, las conversaciones.

Él hablaba y yo… observaba sus gestos. Hubo un momento que me detuve en sus manos, vi que ellas desprendían luz, calor, amor. Ese amor que no tiene ego, ese amor que sana como la medicina.

El camarero volvió, mi “mohito” se terminó y pedí otro más.

No sé si era el “mohito”, si era la noche otoñal que a mí me parecía primaveral, o si era él con su tibieza de espíritu, o si era su mirada cada vez que me miraba, no sé… pero sentía que esa noche era especial, es decir que esa noche, me parecía que iba a ir más allá de una simple noche.

Ellos y ellas se fueron marchando, y yo que no me quería ir. Y él frente a mí sentado. Miré al cielo, la luna estaba en su plenitud. El cielo, cuajado de estrellas. Tenía la excusa de que acababa de pedir otro “mohito” que bebí con pequeños sorbos, para que durara más tiempo.

–¿Os venís o qué? Nos dijeron los últimos en marcharse. A lo que él respondió:

–Nos quedamos para terminar nuestros vasos. Después se bebió el último resto de su vaso. Y pensé:

–¡Vaya, otro que se va!, menos mal que el camarero es amigo mío, por lo menos no me quedo sola.

Él se levantó y fue al interior del bar, de vuelta traía en cada una de sus manos dos “mohitos”. Seguimos hablando, intentando conocernos algo más.

Al rato, el camarero se acercó y nos dijo:

–Lo siento, pero… es que… tengo que cerrar.

Me bebí lo que me quedaba del “mohito”, y le dije:

–¿Y tú? ¿Te bebes el “mohito” o lo dejas aquí? Nos tenemos que ir.

–Espera, ahora te lo digo –me contestó–, cuando me beba el “mohito.

Y de un trago se bebió más de medio vaso que aún le quedaba. Como este tenga mala bebida –pensé–, me voy del tirón. Como me empiece a contar penas, lo dejo “tirao”. Y como se ponga “pesao” no se imagina lo que le espera.

–Ya, Ya te lo puedo decir –me dijo.

–¿El qué?

–Que me he bebido el mohito, que podemos seguir hablando si quieres, ¡ah¡ que no te preocupes, que no tengo mala bebida, ni te voy a contar penas, ni soy un “pesao”.

¡Vaya! Parece que este me ha leído el pensamiento –pensé de nuevo.

Caminamos hacia la playa, estaba desierta, me quité los zapatos para sentir bajo mis píes la fresca arena. Nos sentamos a la orilla del mar, miramos las olas. Pensé: -Las personas son como las olas, vienen y se van. Pensé en él, aquel que estuvo en aquel mismo sitio de la playa junto a mí en una noche de verano, han pasado años y me parece que su recuerdo es como un fantasma pegado a mí. Ensimismada en mis recuerdos, me olvidé de aquel desconocido que estaba a mi lado.

El desconocido mirándome, me dijo: -El amor siempre está, sólo que a veces cambia de lugar o de persona.

Mi mente volvió a la realidad, además… yo quería vivir el presente, olvidar lo que fue y ya no es. Me centré en ese momento, en mí, en aquel hombre sentado junto a mí, que se había cruzado en mi camino presente.

Cerré los ojos para concentrarme en olvidar el pasado y al abrirlos… vi que en su mirada estaban las mismas “chispas” de aquel que se fue y no volvió. Vi la misma sonrisa que hace años vi en aquél hace mucho tiempo.

Sus manos, las de él, rozaron mis mejillas, y… me parecieron aquellas manos que se perdieron en el tiempo. Un beso se posó en sus labios y los míos y recordé aquel beso que no tenía freno, aquel beso que era del que se marchó de mí.

Me dejé llevar por aquel beso, aquel momento presente. Aquel beso, seguidos de caricias. Y no puede evitar pensar y sentir… -la misma forma de besar, las mismas caricias, las mismas chispas en los ojos, la misma playa, la misma luna, y yo… que seguía siendo la misma, pero él no era el mismo que hace años se fue y no volvió.

Las manos de él… se deslizaban por mi cintura, justo en el centro de las caricias que él más deseaba, que estaban más arriba y más debajo de mi cintura.

Mis manos acariciaban su varonil pecho, bajo ellas sentía a su corazón acompasado y cada vez más rápido. Nos abrazamos, su corazón y el mío latían juntos, parecían compartir los latidos como si fueran uno.

Nuestros cuerpos se tendieron en la arena, y jugaron a no despegarse  el uno del otro.

No sé si fue el “mohito”, si la noche cálida de otoño que a mí me parecía de primavera, o si era su tibieza de espíritu, o si era su mirada, o si era la evocación de aquel fantasma de mi recuerdo, o si era el amor que a veces cambia de persona. Lo que sí sé es que él, aquel desconocido, me hizo sentir que el otoño de mis años eran primaveras.

Después de nuestro juego, nos desenlazamos, miramos nuestros cuerpos desnudos y miramos la desnudez de nuestras almas. Nos vestimos los cuerpos, pero nuestras almas seguían desnudas y libres. Nuestros corazones ya calmados latían suavemente. Él rodeándome con sus brazos vistió mi alma desnuda y mirándome a los ojos, me dijo: -Me gustaste desde que te vi aparecer, y ahora… me gustas más. –Miró la luna, miró mi cara y tarareó una canción, la misma canción que me tarareó aquel que se fue y no volvió.

Yo le miré, le besé y le pregunté: -¿Por qué existen las casualidades? –Nada es casual mujer, todo es causa y efecto, -me respondió. -¿Qué causa y qué efecto? -Dije yo. Él me respondió sonriente: -La causa eres tú, el efecto soy yo. Sin causa no hay efecto, y viceversa.

Él me acompañó hasta mi casa, nos despedimos con un beso (pero este con freno), intercambiamos los números de teléfono y nos dijimos adiós.

Entré en mi casa, me miré en el espejo y vi en él reflejada esa misma cara que tenía hace años cuando aquel antes de irse estaba junto a mí.

-¿Qué me ha pasado esta noche? –pensé. No quiero pensar, prefiero dormir, quizá todo haya sido un sueño… mañana será otro día.

Y así fue, desperté y todo… había sido un sueño, dulce, pero un sueño.

Esa misma noche me iba a reunir con ellos, amistades mías con las que comparto charlas y risas.

Salí de casa, llegando algo más tarde de la hora prevista. Me reuní con mis amistades, me senté en una silla vacía, frente a mí un desconocido, él me miraba, yo lo miraba. Yo a él ya lo conocía en mis sueños. -¿Y él, me reconocería?

Todos se fueron, quedándonos solos él y yo. La misma gente, los mismos “mohitos”, el bar que cerró, nosotros que nos fuimos a pasear y llegamos hasta la misma playa, con la misma luna, la misma arena fresca bajo mis píes, los mismos besos, las mismas caricias, todo era igual a lo que soñé, me pregunté: -¿Estaré soñando otra vez?

Él me mirándome a los ojos me dijo: -La casualidad no existe, todo es causa y efecto. Tú eres la causa, yo soy el efecto.

Y de vuelta a mi casa, ese último beso… y pensé…-No quiero pensar, mañana será otro día.

Al día siguiente un mensaje en mi “móvil” que parecía ser la prueba de que lo que pasó no era un sueño, y decía: -Tú eres mi causa, yo soy tu efecto. Me gustaste desde que te vi, ahora… me gustas más. Te quiero volver a ver. De lo que pasó anoche no le echemos la culpa ni a la noche, ni a los “mohitos”, ni a “ná”, te quiero volver a ver y sé que tú a mí, también.

A aquella noche de otoño le siguieron muchas noches y muchos otoños. Y aquel desconocido ahora duerme conmigo. A pesar de que nuestros cuerpos ya no tienen la fuerza de cuando nos conocimos, aún, de vez en cuando seguimos jugando a entrelazar y a no despegar nuestros cuerpos, preferimos hacerlo delante de nuestra chimenea, en la cocina, o en cualquier parte de la intimidad de nuestro hogar. El amor cambió de lugar y persona,  el amor se hizo presente y real, y aún hoy me repite aquello que me dijo hace ya muchos años, me gustaste desde que te vi y ahora me gustas más. Con él comprendí que lo que empieza siendo un sueño, si lo crees acaba siendo real.
 

 

Misión Hacia el Mundo Oscuro

Vi bajar del cielo una ráfaga de luz que se posó frente a mí transformándose en ángel. Me dijo: “Tengo una misión para ti, no me preguntes el por qué. Cuando la realices lo sabrás. Tienes que ir a un sitio peligroso, quiero que lo sepas. Por arma sólo llevarás el amor. Si no sientes miedo vencerás al reino de la oscuridad. Tienes que entrar en el mismo infierno y salvar a un alma desesperada y perdida. Te lo repito, tu arma será el amor, la clave está en no tener miedo. Si sientes temor no podrás salir de allí y quedarás atrapada en ese lugar”.

Creí que el infierno estaría en un lugar perdido de otra dimensión, en otro mundo que no era este. Me equivoqué, el infierno, el mundo de las tinieblas, me era conocido y cercano porque el infierno estaba en este mismo mundo.

Respiré profundamente, cerré los ojos y al abrirlos ya me hallaba en aquel submundo. Vi imágenes espantosas, había almas que ni siquiera sabían que estaban allí, había cuerpos ensangrentados mientras otros los miraban y se reían. Orgías donde la sexualidad dejaba de ser sublime y sagrada y pasaba a ser de lo más vil, sucia y violenta. Mujeres de cuerpos espectaculares sin corazón, en su lugar tenían dentro de sus generosos pechos un negro, arisco y devorador cuervo. Vi niños y niñas víctimas de ese sucio sexo, les decían sus verdugos que lo que hacían era jugar a ser mayores. Vicio, corrupción, violencia, oscuridad dentro de aquella especie de túnel lleno de habitaciones mugrientas, apestando a maldad. Allí no existían los colores, porque la luz no entraba y no podía reflejarse en la materia. En cada habitación sucedía un horror y una degeneración del ser humano. Casi llegué a sentir miedo cuando algunas de aquellas almas se me acercaban queriéndome llevar a que participara de sus juegos, entonces sacaba el arma no destructiva de mi corazón; y aquellas almas miserables huían de mí. El amor les daba miedo; incluso llegué a sentir compasión por aquellos seres sin luz… De pronto distinguí a quien vine a buscar. Me puse delante de él, pero no me reconoció, ni siquiera me vio. Parecía poseído por una fuerza maléfica. Yo insistía y él seguía sin verme. Vi pasar imágenes de toda su vida en mi mente. Lo descubrí ensangrentado, tirado en el suelo, peleando con aquellos seres sin alma, lo vi esposado, encarcelado, llorando, desesperado, desahuciado, inerte, con su vida pendiente de un hilo, derrotado, desorientado, perdido, también lo vislumbré con esas mujeres sin corazón y riendo las gracias a esos seres sin luz. Al terminar de ver pasar su vida delante de mí, se percató de que yo estaba allí. De pronto, la ráfaga de luz convertida en estrella luminosa, asomaba sus rayos al final de aquel oscuro túnel. Una voz que sólo yo oía me dijo: “Sigue la luz, tienes que volver”.

El alma que fui a buscar se quedó allí, parecía como si hubiera recobrado la consciencia de aquel lugar. En su mirada vi que se alegraba de que yo me marchara de aquel lugar.

En la salida me esperaba el ser de luz. Me dijo: “Has vencido al reino de las tinieblas, sé que al final él te vio”.

Pensé… de qué sirve todo esto si aquel alma, que sí tenía alma, seguía aún allí, dentro de esa zona oscura. El ser de luz me respondió: “Él entra y sale. Tú has entrado para hacer que él no vuelva más a entrar, le has mostrado que es posible ser valiente y desafiar a la oscuridad”. ¿Por qué yo? –le pregunté–, ¿por qué me elegiste a mí?. “Porque tu alma está llena de luz  –respondió–, porque eres como una flor de loto que puede crecer, vivir en el agua podrida y no contaminarse”.

Me sentía aturdida, extenuada, sin ganas de pensar, de camino a mi descanso vi aparecer a un hombre vestido de blanco, radiante. Se dirigió hacia mí con algo entre sus manos. Me preguntó:

–¿Cómo estás? ¿Estás bien?

–Me siento como una pila descargada y agotada, casi sin energías, necesito descansar.

–Es normal, has sido capaz de bajar al infierno y regresar; ardua misión…

–No tengo fuerzas ni para hablar… Todo está bien, todo está bien. Ni siquiera sé por qué lo he hecho, si ha sido por él, o por mí… sólo sé que tenía que hacerlo.

Me entregó lo que llevaba entre sus manos; era un ramo, pero aquellas flores no parecían flores, era un ramillete luminoso de estrellas de colores.

–Son para ti  –me dijo.

–¿De dónde has sacado este ramo? Parece un ramo de bengalas de colores.

–Este ramo no existe en este mundo, lo he traído para ti del mundo de la luz. Es para darte las gracias. Es tu trofeo.

Al coger el luminoso ramo se empezó a recargar mi agotada energía. Nos miramos, nos abrazamos y en ese mismo momento en el cielo aparecieron millones de estrellas de colores que parecían fuegos artificiales en una noche de feria.
 

 

Hoy No Sé Qué Me Pasa…

Me has preguntado: ¿Estás bien?, y… yo… te respondo…sí, estoy bien porque estoy viva; como, ando, duermo… y todas esas cosas que hacemos los vivos. Pero en mi interior hay ese algo que me huele a nardos, que está atrapado como un cadáver en un ataúd, ese algo llora en silencio como un niño que le han hecho daño, que juega al escondite con su pena, para que nadie lo sepa, porque se siente culpable y cree que ha provocado ese daño. ¡Ay! Ese algo cuando nadie lo ve aparece, ese algo no me preguntes lo que es, solo te digo:-Hijo, yo estoy muy lúgubre pero no te preocupes que estoy bien. Y por de pronto un tema me llega a mi mente mareada, me dice que baje más abajo, ahí donde reside el corazón, que espante el dolor, que invente palabras nuevas, sentimientos nuevos, que ahuyente a ese algo que me hace hoy sentirme lúgubre. El corazón también piensa, piensa con sentimientos, y me dice, estoy aquí contigo pase lo que pase, porque yo te entiendo, porque yo… también estoy hoy muy lúgubre. Escucha mis latidos, que te calmaran como a un niño asustado que duerme en el regazo de una madre. Y De repente paso a otro tema… que me traiga luz, esa luz que hay en el cielo cuando el sol se pone con tonos rosados y malvas, empiezo a oler a mar, y mi corazón y yo nos llenamos de azul, y nos envuelve en un suave velo de tul y ya dejo de sentirme lúgubre por un momento, pero dentro de mi, desde mi corazón hasta mi garganta en este sábado que parece de semana santa, hay un calor que me abrasa como un volcán, el aliento me sabe a ceniza el aire me parece una hoguera en llamas, tan sólo el agua atravesando mi garganta me alivia. Cierro los ojos para engañar a mi mente y visualizo una gran tormenta que me empape y me cale hasta el alma, deseo quedarme dormida para soñar que mi cuerpo lo arrastra una corriente de agua cristalina, para llegar a una catarata donde el agua parece diamantina porque los rayos de un tibio sol traspasan las moléculas de agua. Hijo, no me preguntes que quiere decir lúgubre, yo te digo porque me siento así,  me siento quemándome en una lumbre, huelo a podredumbre, sin hambre, sin aire, el oxigeno parece tener herrumbre. ¡Hay! No sé que me pasa, sólo sé que me pasa algo. Padremadre que estas en el cielo quítame esta