María Bueno

María Bueno - Literatura

E-mail: maria.b.moruno@gmail.com

 

 

bulletTextos Tertulia ENTRELÍNEAS

 


Textos en la revista literaria VoCeS Nº10


 

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Textos libro "TELEES"

 

A Ver Si Me Inspiro
 

Por qué no me inspira casi nada de lo que veo a mí alrededor, bueno, nada de lo que me agradaría escribir.

 

Pero ahora hay una cosa nueva en mi vida que sí me inspira, alguien que irradia una luz que lo inunda todo, que la miras y deseas que todo sea perfecto para ella, alguien que viene al mundo limpia, pura, sin contaminar, ¿En qué parte del camino perdemos esa pureza?

 

Es un nuevo amor que me inspira, que me hace desear un mundo mejor para ella.

Me hago pequeña para jugar con ella, me llena toda de risas y contento, al verla descubrir la vida, hablar, ponerme un nombre nuevo “Abuela”.

 

Me inspira…ella es Julia, mi nieta.

 

 

Por Qué
 

Nació un caluroso día del mes de Agosto, todo sonrosado, rellenito, muy rubio, y al verlo dijeron: - Parece un Serafín -, y Serafín le pusieron.

El niño fue muy precoz para todo, y sobre todo para hablar. En cuanto dominó la lengua, empezaron los “por qué”, tenía a los padres acribillados a preguntas –sobre todo a la madre, que era con quien más tiempo pasaba.

–Mamá, ¿por qué tengo que comer? –porque la hora de la comida no era la que más le gustaba.

–Hijo mío, para que crezcas y te pongas muy grande.

–Mamá, ¿por qué no se caen las estrellas del cielo?

–Porque están pegadas con pegamento.

–Y la luna mamá, ¿también está pegada?

–Sí, hijo.

–Y de noche, ¿por qué tenemos que dormir, mamá?

–¡Porque lo digo yo! Venga a la cama, ¡Hay Señor, qué cruz!

Y continuó creciendo y preguntándose cosas, “y por qué estamos aquí, y por qué esto, y por qué lo otro”. Y fue poniéndose talludito.

La madre le decía a veces:

–Hijo, ¿por qué no te buscas una novia?, que ya soy vieja y me gustaría tener nietos.

–Bueno, bueno, ya habrá tiempo, primero tengo que investigar, tengo que descubrir, tengo que comprender el por qué de las cosas –decía él.

Y estudió y estudió, se hizo un científico reputado, pero por mucho que investigaba no encontraba respuestas a sus “por qué”.

Fue pasando el tiempo y un buen día, cuando más descuidado estaba llegó a visitarlo la muerte:

–Bueno, aquí me tienes, llegó tu hora, tienes que venirte conmigo.

Él la miró y dijo:

–Pero aún no puedo, todavía no he conseguido todas las respuestas a mis “por qué”, no he vivido la vida, no he conocido las mieles del amor, no he formado una familia, no he tenido hijos que me recuerden cuando me vaya, tienes que concederme más tiempo.

–¿Más tiempo?, de eso ni hablar, yo no hago concesiones, ¡Estaría bueno! ¡Que me tomaran a mí por el pito de un sereno! Has tenido toda una vida para hacer todas esas cosas que dices, si la has desperdiciado es tu problema, ¡ahá!, y en la próxima reencarnación procura vivir la vida como te vaya viniendo, disfruta y se feliz con las alegrías, sobrelleva los sufrimientos lo mejor que puedas, que todo pasa, y no te machaques la cabeza con tantos porqués, y ahora vamos que hoy tengo todavía muchas almas que recoger.

Y Serafín se rindió por fin y se abrazó a la muerte y esta a su vez lo abrazó dulcemente y se lo llevó en su regazo.

 

 

Yo Poseo
 

Yo poseo una vida.

Poseo un cuerpo para vivir esta vida.

Una mente que piensa y discurre.

Poseo una conciencia para discernir el bien  y el mal.

Poseo sentimientos que me hacen amar, sufrir, odiar, reír, llorar.

Poseo una fuerza de voluntad para ir salvando los obstáculos que se presentan en el camino de la vida.

Poseo todo lo que necesito, porque como dice el refrán “no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”.

Pero siempre teniendo en cuenta que todo lo que poseo es en calidad de préstamo para disfrutarlo aquí, cuando me vaya, tengo que dejarlo todo, hasta el cuerpo. Sólo se irá mi alma o energía, o halito vital, como queramos llamarlo, y me llevaré tan sólo lo bueno o malo que haya hecho en este mundo, y la experiencia que haya adquirido en esta escuela de la vida.

 

 

El Largo y Cálido Verano
 

¡El último día de escuela!

Ese día me gustaba mucho, porque empezaban las vacaciones de verano.

Ese largo y cálido verano.

Era una época de aventuras para mí. En mi casa todo cambiaba, la casa se llenaba de gente, parientes que venían de fuera a pasar el verano con la familia del pueblo, como es natural, con cama, mesa y mantel gratis todas las vacaciones.

 

De pronto entraba por las puertas una familia completa, padre, madre, y tres o cuatro niños, cuando no, varios adultos que venían a reponerse del ajetreo de la ciudad, porque ¡Hay que ver lo felices y tranquilos que vivís aquí en el pueblo!.

Así, que venían dispuestos a quedarse todo el verano y sin gastarse ni un duro, y empezaban las maravillas para mí.

Me encantaba la ropa que traían, como hablaban, el revuelo que formaban, el cambio de comidas que había, de los potajes, las cazuelas de papas viudas y las migas del invierno, se pasaba a comidas que yo no veía nunca ni en la tele (entre otras cosas porque en aquellos años no teníamos tele).

Frutas  variadas, peras, melocotones, sandías, melones. En mi casa no se comía fruta, porque no se podía costear, (pero para los invitados sí).

Filetes y pollos que yo no sabía ni que existían, ricas ensaladas y un sin fin de manjares, pero ¡ojo!, no para nosotros, que comíamos antes, ellos se iban a la playa y llegaban más tarde.

A pesar de todo, a mí me gustaba mucho aquella época, con todo aquel barullo de maletas, ropa por todos lados y colas para el baño.

Lo que menos me gustaba era la hora de dormir, en cuanto llegaban las visitas me echaban de mi cama, tenía que dormir con una tía vieja y muy gorda. No me gustaba estar en su cama, ni su olor (ya desde pequeña era maniática con los olores de las personas y las cosas).

Me acostaba en el filo de la cama agarrada al larguero, pero se conoce que cuando me quedaba dormida no me importaba el sitio, porque por la mañana, la vieja se levantaba gruñendo y diciendo:

–¡Esta niña no se acuesta más conmigo!, que no he pegado ojo en toda la noche, se la ha “pasáo dándome patá por tó láo”.

Cuando se cerraba la puerta, todo era cama, se tiraban colchones al suelo y a dormir.

Aquel verano, en que acababa de cumplir 10 años, me enamoré por primera vez, llegaban unos parientes de Madrid (que como la canción, allí no hay playa), se venían al pueblo a pasar el verano, a la mujer le había salido un bocio y el médico le recomendó el yodo del mar para curarse, y se acordaron que tenían familia en la costa y aquí recalaron.

Cuando llegaron, al primero que vi fue a él.

Eran, el matrimonio y tres hijos, uno de cuatro, otro de doce y otro de catorce –a mí me gustó el de doce.

Me pareció guapísimo y cuando le dijeron:

–Dale un besito a la niña –me puse rígida como un palo y roja como un tomate, los mayores se dieron cuenta y se echaron a reír, gastando bromas, yo salí corriendo a esconderme.

A partir de aquél momento, el verano fue mágico para mí –aunque ahora de mayor, comprendo que solo para mí y los invitados, porque para los demás sería tortuoso, entre el calor, el trabajo y los gastos, tendrían las tripas negras, pero claro, ante todo las apariencias, y todo eran sonrisas y buenas casas delante de ellos.

Pero yo no estaba en el mundo de los mayores, no sabía nada de trabajo ni economías, ni agobios.

Para mí sólo había playa, juegos, paseos y helados, ¡otra novedad para mí!, nunca comí tantos helados como aquel verano. Como era de su edad, me incorporaron al grupo y allá que iba yo, como una turista más participando de todo.

Yo estaba cada vez más prendada del niño, y también el de mí, nos bañábamos juntos, jugábamos en la arena, de noche nos contábamos muchas cosas, y ya no nos importaba que nos gastara bromas de que éramos novios, yo seguía poniéndome roja, pero nos mirábamos y sonreíamos.

Aquél fue “Un largo y cálido verano” para mí, pero terminó como todas las cosas de este mundo, y se fueron.

Para mí fue terrible, me pasé días llorando su ausencia por los rincones, pero con diez años, no me duró mucho la pena, y pronto me enamoré de un chico rubio con el pelito largo.

Años después, ya casada, volvía a ver al chico que me enamoró aquel cálido verano, y pensé: “De buena me he librado”.

 

 

Ya Tienes Tema
 

Cojo el lápiz, me dispongo a escribir, me paro, pero ¿sobre que escribo? –me pregunto. “No lo sé”. Suelto el lápiz, me relajo, me pongo a pensar, escucho mi voz interior, ¡será por temas! Oigo que me dice: escribe sobre cualquier cosa, todo tiene interés:

Escribe sobre las flores cultivadas, las flores silvestres.

Escribe sobre el cielo, sobre la tierra.

Escribe de la vida, de la muerte.

Escribe del amor y el desamor.

Escribe de sueños maravillosos.

De realidades patéticas.

De ricos. De pobres.

De pasiones desenfrenadas.

De odios encarnizados.

De deseos insatisfechos.

De locos. De cuerdos.

De niños desgraciados sin hogar.

De hogares tristes sin las risas y alegrías de unos hijos.

Escribe sobre los pueblos en guerra y sobre los pueblos en paz, que aunque dicen que “los pueblos felices no tienen historia”… seguro que hay más de una que contar.

Escribe sobre aventuras vividas.

Sobre aventuras soñadas.

Escribe sobre las risas. Sobre el llanto.

De cosas alegres. De cosas tristes.

De paradojas de la vida, y hablando de la vida, ¿Por qué no escribes algo de tu vida? Todas las vidas tienen para varios tomos.

Hay o no hay temas.

 “Ya tienes tema”

 

 

Intuición de Mujer

Soy Ana: soy mujer, estoy es obvio ¿no?, si me llamo Ana seré mujer, puesto que es nombre femenino, pero me encanta reafirmarme en eso de que ¡soy mujer!, porque ser mujer es lo mejor de lo mejor.

Qué sería del mundo sin la mujer. ¿Frágiles?, bueno eso dicen los hombres, que somos de plata, ¡pero no!, somos de plata, de acero, de bambú, ¡de oro!

Frágiles en apariencia, pero podemos con todo lo que nos echen.

Bellas, inteligentes, tiernas, con carácter, con dotes de mando, flexibles, prácticas, polifacéticas.

Un “ama de casa” por ejemplo, ejerce como política, administradora, cocinera, planchadora, educadora, moderadora, limpiadora, madre amorosa y amante esposa. Y ahora también forma parte del mundo laboral, político y social. ¿Qué hombre puede  con todo eso? ¡La mujer! El sueño de Adán.

También es cierto que los sueños se convierten en pesadillas, porque seguro que estáis pensando: todo lo que dice es positivo, no hay nada negativo en la mujer, y ¡sí! Sí que lo hay como ser humano que es, pero eso lo dejaremos para otro capítulo.

Y qué decir del sexto sentido, de esa famosa intuición de la mujer que hace que sienta las cosas antes de que sucedan.

¿Esa intuición será genética?

¿Se nacerá con ella?

Si esa intuición es exclusiva de las mujeres, yo soy mujer desde que nací, porque desde que tengo uso de razón ya intuía que la “colita” que tenía entre las piernas no me correspondía, era una equivocación de la naturaleza.

He sufrido lo mío, hasta que por fin puedo leer en mi DNI:

 

NOMBRE: ANA ; SEXO: MUJER

 

 

El Rey Destronado

Estoy de los nervios, me huelo que viene la niña, llevan hablando de ella varios días, “que ya falta poco” “qué ganas de verla”, “que va a ser la reina de la casa”.

Ya he superado eso de ser destronado, estaba acostumbrado a ser el Rey, todos los mimos para mí: ¡Ay que guapo!, ¡quién es el más bueno!, ¡quién es el más pequeño!

Y ahora llega la niña y todos pendientes de ella.

Al principio estaba inquieto, ellos piensan que yo no entiendo lo que hablan; pero aunque parezca que estoy en lo mío, tumbado un rato y otro jugando, también estoy pendiente de lo que dicen y hacen.

– ¡Yo no sé que vamos a hacer! –decían–. ¡Es que cuando venga la niña hay que tener mucho cuidado! ¡Y si se encela! Pues cuando esté ella que se vaya al patio o al cuarto a jugar.

Yo oía esos comentarios y pensaba “aquí pasa algo”, ¡y vaya si pasó! Llegó la “niña”, todos muy contentos, decían:

– ¡Ay qué bonita! ¡Qué chiquitilla! ¡Qué cosa más rica!

Formé un alboroto tremendo, me ponía de puntillas y quería verla, pero ellos no me dejaban y me mandaban callar. Alguien dijo:

– Déjalo que la vea y la huela con cuidado.

Era muy pequeña y olía muy bien, ¡me gustó! y desde ese momento procuré estar quietecito y callado a su lado para que no me echaran.

Bueno, ya no soy el Rey de la casa, ahora es la niña; pero la quiero mucho y no me puedo quejar, siguen estando pendientes de mí, me sacan todos los días de paseo y duermo con la abuela en su habitación, aunque reconozco que sigo teniendo cierta pelusilla.

La niña que ya tiene dos años y medio y sabe hablar me llama por mi nombre y sé que me quiere. Yo también la quiero mucho y salto de contento cuando llega; pero al rato se pone muy pesada, no deja de tocarme, se me quiere subir encima. Entonces yo me mosqueo y le suelto unos rugidos y unos cuantos ladridos para llamarla al orden,

¡Que queréis!, tengo que hacerme respetar.

 

 

¡Tenéis que creerme!

Gritaba Pedro, mientras forcejeaba con dos enfermeros que le sujetaban –¡Yo no estoy loco!–. Llegó un tercero, le puso un calmante y poco a poco se quedó dormido.

Pedro era pescador; unos días antes, estaba muy contento porque después de un tiempo parado, su patrón lo llamó para salir a la mar, ¡Por fin! Esa era su vida, nunca se sentía mejor que cuando estaba en alta mar, rodeado por la inmensidad del océano.

Pero aquella vez, el azar le iba a jugar una mala pasada. Cuando ya venían de vuelta se desencadenó una terrible tempestad y el barco zozobró.

El capitán pudo pedir auxilio por radio, pudieron salvarse algunos y a otros lo recogieron ya cadáveres, dos desaparecieron, Pedro y Manuel.

Pedro notó como se hundía, intentó nadar, cogerse a algo, pero la fuerza del agua  no se lo permitió, luego notó un golpe y perdió el conocimiento.

Cuando despertó estaba en un sitio con una luz muy brillante, tumbado en una camilla y con unos seres alrededor.

 –¿Cómo te encuentras? –le preguntaron. Eran unas personas muy bellas, altas, delicadas y armoniosas, de piel muy blanca, pelo muy rubio y ojos claros. Vestían como una especie de túnica dorada. Pedro se incorporó y preguntó ingenuamente:

–¿Me han cogido los extraterrestres? – aquellos seres se echaron a reír.

–No, estás en el mismo planeta, sólo que no en la tierra, estás en el agua.

–¡Sí, ya recuerdo! –exclamó Pedro–. Hubo una tormenta… ¿Me ahogué?, ¿estoy muerto?

–No, te cogimos y te trajimos a nuestro mundo, nosotros somos del mismo planeta, solo que vosotros lo llamáis Tierra porque vivís en ella y nosotros Agua porque habitamos el fondo del océano, habitamos todo el centro de la tierra. Nuestro mundo es más vasto y extenso que el vuestro, la vida salió del mar, nosotros ya existíamos antes que los terrícolas aparecieran  en la tierra. Hay muchos “aguanitas” entre los terrícolas, son científicos y guías espirituales y os están ayudando a evolucionar, las naves que llamáis OVNI, son nuestras, exploramos otros planetas y sistemas solares, no podemos darnos a conocer porque aun no estáis preparados, pero si hiciera falta intervendríamos.

Y los “aguanitas” fueron explicando a Pedro y a Manuel su sistema de vida y como era  su mundo, y los invitaron a quedarse allí.

–Ya hay otros muchos de la tierra aquí –le dijeron.

Y Manuel fascinado por aquel mundo y por una bella “aguanita” que había conocido, aceptó quedarse encantado. Pero Pedro pensó en su mujer y sus hijos y quiso regresar. Quiso quedarse unos días más para conocer mejor a los “aguanitas” y su mundo, les preguntó si podían respirar en el agua, ellos le dijeron que sí, tenían pulmones y branquias y podían estar en la tierra y en el mar. También les preguntó por qué no había guerras ni contaminación, y ellos le contestaron que tenían una tecnología desconocida aún en la Tierra, que no contaminaba, y respecto a las guerras, hacía miles de años que descubrieron el gen de la maldad, que hacía que el hombre se inclinara a la violencia y al mal, que desde entonces nadie nacía con ese gen, y que nosotros en la tierra estábamos a punto de descubrirlo.

Los llevaron en una de sus naves a ver su mundo, había valles, lagos, cascadas, grandes ciudades, pequeñas aldeas, espesos bosques, y todo puro, sin contaminar.

Cuando llegó la hora de su partida, le dijeron que podía divulgar lo que sabía, pero que lo más seguro era que lo tomaran por loco.

–¡Estaremos en contacto!

–¿Pero como? –les preguntó Pedro–

–Mírate el brazo –y se vio dos pequeños lunares que antes no tenía–. Ya sabrás cómo.

Luego lo sedaron y despertó en la playa.

Había pasado una semana y todos pensaron que era milagroso. Como no paraba de hablar de los “aguanitas y su mundo”, lo internaron hasta su recuperación, y los médicos decían que esos delirios eran a causa de tanto sol y de beber agua del mar, que le había trastornado el cerebro.

Pedro decidió callar hasta poder salir de allí. Luego escribiría y divulgaría todo lo que sabía, nadie lo creería, pero tal vez algunos sí; y quién sabe, lo mismo, algún día, todos estaríamos en contacto. Al fin y al cabo habitamos en el mismo planeta.