Pascal Gavillon

Pascal Gavillon - Literatura

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Textos libro "TELEES"

 

Al Sur

Estaba metido en el torbellino descendiente del desamor. Se avecinaba el invierno en un París que me recordaba todo de ella. No tenia un duro (o casi). Decidí ir al sur.

Compré un mapa de España y mi dedo se paró en Málaga. No conocía nada de España y pensé: Esta me perece una capital de provincia y no tendrá nada que ver con la metrópolis que dejaba atrás. Es meridional, con algo de turismo (vivo de la caricatura en la calle).

Un bolso de viaje, mi caballete, el billete de tren para el sur de Francia y una vez allí, otro billete rumbo sur de España por la costa este.

Había poca gente al principio. Conocí al único viajero de mi compartimiento, un hombre alemán de sesenta años, que hablaba francés y que iba a Marruecos con un gran paquete de cañas de pescar. En una parada, en Colioure, si recuerdo bien, entró un grupo de españoles con unas cajas de cerveza. Volvían de la vendimia y estaban muy contentos. Nos invitaron a juntarnos con ellos. Mucha cerveza, muchas risas, muchos gritos.

¡Había llegado a España! Dormí el resto de la noche.

Me despertó mi amigo alemán: ¡Hemos llegado!

–No grites –le dije.

Salimos de la estación de Málaga y entramos en el primer café que vimos. Tomé un cortado doble y mi compañero un anís del Mono.

–Conozco una pensión en un barrio cerca de aquí, no es cara, y conozco al dueño.

Otro café, otro anís y nos pusimos en marcha. La pensión estaba cerrada desde hacía tiempo y una vecina nos dijo que el dueño había muerto. Entramos en otro café. Bueno…

–Anís para él y para mí una cerveza, a ver si me quita del todo esta resaca.

Él invitaba y yo le dejaba hacer (como ya sabéis, estaba pobre).

–¿Fumas hachís? –me preguntó, ya bien avanzado el día.

–Pues si, pero no tengo dinero para comprar.

–¡Descuida! –y sacó dinero de su bota con cremallera.

Estaba en la barra un cliente con pinta de entrar en negocios con nosotros. Un rato después estábamos liando el primer porro sentados en un asiento de hormigón fuera del café.

-¡Ja, ja, ja, qué bueno...!

Entramos otra vez, otras cervezas, salimos, otros porros. Invitamos a fumar (o se invitó a si mismo) a un gitano simpático. Se sumaron otros amigos suyos que pasaban por allí. Mi nuevo amigo compró más costo sacando, disimuladamente mal, más dinero de su bota.

Otras cervezas, otros porros; llegó la noche y ya teníamos muchos amigos alrededor de nuestra mesa. . . Hasta que uno de ellos, que recuerdo seco, con bigote y aire de duro, abrió una navaja y la posó sobre la mesa. Silencio…

Estaba yo bastante ebrio, mi amigo alemán aún más, Pero me di cuenta del peligro. Sin pensar me levanté, cogí la navaja, la cerré, la dejé otra vez sobre la mesa y grité cosas en francés que ni recuerdo, pero que dejó a todo el mundo con la boca abierta.

Aproveché el estupor general y saqué a mi amigo cogiéndole de la manga, cargué las maletas y las cañas de pesca y… ¡Fuera!

Seguí gritando mientras avanzábamos hasta que nos dimos cuenta que no nos seguían. Entramos en un hostal algo carillo, una habitación grande con tres camas. Dejé allí a este compañero que se había vuelto muy pesado y salí a la calle. ¡Uff!

Compré un bocadillo y lo comí andando. Luego, pasé un tiempo en una pequeña discoteca repleta de muchachas chillando y riéndose, parecidas a una reunión de pajarillos al anochecer. Me relajé del todo y volví al hostal.

En la habitación, la luz seguía encendida y el viejo estaba tumbado en su cama, pantalones abajo con un montón de preservativos alrededor suyo sobre la sabana y en el suelo.

–¡Ah, te estaba esperando! –babeó él.

Se me subió la sangre a la cabeza.

–¡Tú te vas a quedar aquí, yo voy a esta cama del fondo y si te acercas, te mato! –grité.

Al alba, tras unas horas sin conseguir dormir, salí con mi equipaje sin despedirme.

Bueno, Málaga no era lo que buscaba, demasiado grande con todo lo que conlleva. Abrí otra vez el mapa delante de un cortado. Almería quizás.

Me acerque a la ventanilla de la estación de autobuses y pedí un billete para Almería.  Entrando en el bus, pedí al chofer, con gestos y enseñándole el ticket, que me avisara cuándo tenía que bajarme. Encontré asiento y enseguida me dormí.

Un viajante me despertó tocándome el hombro, y vi al conductor que me hacia el signo convenido. Bajé algo titubeante y vi un cartel que decía: "Balcón de Europa".

–Esto tiene buena pinta –me dije.

Siguiendo esa calle, que suponía iba al mar, pasé delante de la "Funeraria la Esperanza", que me dejó con una sonrisa hasta el Balcón de Europa. Había llegado y esto era exactamente lo que buscaba.

Encontré la pensión "MENA", dejé mis cosas en la habitación y subí a la azotea. Montaña, mar…¡Qué tranquilidad! Unos días más tarde me enteré de que este pueblo no era Almería.¡Qué más da! Había llegado a Nerja y no pensaba buscar más.

 

 

Tengo 111 

Amigos míos, tenéis esta noche la rara oportunidad de tener entre vosotros a un ser excepcional –yo mismo– repleto de cualidades, 110 en total.

Os preguntareis: ¿Como puede estar el día a día de una persona tan luminosa en medio de tanta mediocridad? ¿Soledad? ¿Aburrimiento?

Nada de esto. Primero porque cuento con mi único y maravilloso amigo: Yo mismo, y segundo porque trato con el común de los mortales a su nivel, con la tremenda humildad que me caracteriza.

Mmm... La humildad, olvidé contarla en mi lista. ¡Me habéis pillado! No son 110 cualidades, tengo 111.

Inspiré mas de un soneto a lo largo de mis andares,  describiendo las hazañas de un ser poco común.

A mi gran pesar laceré mil corazones, no puedo querer a otra persona que a mí mismo. Se avecina un largo y calido verano y esto me ocasiona una leve inquietud: Que el sol con su luminosidad, con el calor que desprende, se presente como una seria competencia y pueda ocultar mi brillantez…

No pasa nada, como ya sabéis, cuento con mi cualidad reina, la numero 111. Y en el fondo sé que el sol no puede conmigo.

 

 

El Universo A Escala 

Era un atardecer de verano, en un pueblito del centro de Francia. De mi cama, se podía ver los últimos rayos de sol acariciando el campanario, de una luz suave y extraña, las golondrinas haciendo vueltas y vueltas alrededor de este sin chocar nunca.

Tumbado yo, ojos gran abiertos, contemplando esta escena bañada de un color anaranjado, y poco a poco rojizo, violeta…Y el cielo, en el último plano, nuestra ventana sobre el universo.

–¡El Universo, qué grande! –exclame.

–Cállate –dijo mi hermano un año menor recordándome, que si empezamos a charlar  y pasábamos de las diez, no podría dormir luego.

Estábamos dentro de los siete y diez años de edad. Su cama estaba al otro lado de la habitación.

–Ya lo sé –le dije–, será un instante pero fíjate: El Universo que grande es. La Tierra, los planetas, el sol, las estrellas. Todo esto tiene que llegar a su fin… Y después, el vació hasta… ¿hasta donde?

Nos quedamos un rato reflexionando, mirando en el techo los reflejos de este anochecerque de extraña pasaba a ser inquietante.

–¡Habrá un muro! –dijo mi hermano.

–Eso, sí, tiene que ser así –y nos quedamos otro rato en silencio–. Pero este muro por espeso que sea, tiene que llegar también a su fin, y ¿después, que? –otra pausa–. Bueno, habrá otra extensión de vació pero hasta donde, hasta donde…

Y sonaron las diez campanadas.

Nos quedamos en vela y en silencio buena parte de la noche. Yo, con una inquietud indefinida, ya que había tropezado con el concepto de la infinitud, y mi hermano con la rabia de haber se dejado llevar más allá de las fatídicas diez campanadas.

 

 

Monologo con el tiempo

 ¡O!, espejo, fiel testigo de los estragos del tiempo sobre mi persona.

¡O!, tiempo, quien a nadie ni a nada perdona. En tu corriente que no se detiene se tiritan y se deshacen las glorias y las penas.

En tu discurso se diluyen  las memorias más negras y rencorosas. Perduran  un poco más las horas felices, las cuales se esfuman también en la niebla del olvido. Hasta las rocas mas duras se desgranan a tu paso.

Nada se queda lo mismo, todo se mueve, se transforma. ¡Qué maravilla! ¡Qué aventura!

Bueno, amigo tiempo, estamos secos, yo de tanto hablar y tú de tanto escuchar.

Llenamos estas copas, olvidemos tus estragos y brindamos a la vida tomando unos tragos de este delicioso instante.

 

 

Título Robado

–¡Hola! ¿Qué tal?

–Fatal

–¿Qué le pasa?

–¿Te recuerdas de esta novela en la cual estaba trabajando? Pues, ya esta acabada. 

–Tendrías que alegrarte.

–Sí, tengo el visto bueno del editor. Sólo hace falta que le envié una copia corregida.

–¿Y?

–Me hace falta el título.

–¿No tiene?

–Tenía, pero meramente desapareció.

–¿Has ido a la oficina de "títulos robados"?

–Si, estoy esperando una carta de ellos en el caso de que alguien lo encuentre.

–¿Y a la policía?

–También, pero me han dejado con pocas esperanzas. Es que los casos de títulos robados son muy difíciles de elucidar. Además, ¿cómo podría haber sido robado este titulo si no lo he sacado de casa? Cada vez que salgo lo cierro bien todo y no hubo infracción ninguna, que yo sepa.

–¿Tuviste alguna visita últimamente?

–Sí, el fin de semana pasada. Se quedó una noche.

–¡Cuidado con las amistades peligrosas!

–No sé si era una amistad peligrosa, pero si sexual.

–Es que las bellas se comportan a veces como bestias.

–No sé su apellido ni siquiera su nombre. Es que por la mañana ya no la veía tan guapa con los ojos de la resaca. Tomamos el café juntos, en silencio e incómodos, y luego salió de mi casa y de mi vida.

–No sospecho de ella, ¿qué podría hacer ella con un título suelto? El drama es que sin titulo no puedo publicar mi novela.

–¿No se te ocurre otro?

–Sí, varios, pero no tienen nada que ver con el original que cuadraba totalmente con la obra.

–¿Qué vas a hacer?

–Pues, voy a escribir otra novela que tenía pensado, pero esta vez la guardaré a buen recaudo en la caja fuerte.

 

 

A Caballo

A caballo y sin ropa mis padres me concibieron.

Y sin ropa nací.

A caballo salté sobre las rodillas de los adultos.

A caballo sobre Pegaso cacé las estrellas con mi imaginación de niño.

Cabalgué perdido en el país tumultuoso de la adolescencia.

A caballo entre mis padres mi corazón estaba cuando se desunieron.

A caballo entre mis principios antiguerras y mi deseo de aventura, hice la mili.

A caballo sobre unas certidumbres mal fondadas y con la soberbia un poco ridícula

Que suelen tener los veinteañeros, me dirijo de un galope loco hasta los treinta.  

A caballo entre tradiciones espirituales, leí y viajé mucho.

A caballo entre "No estás viejo todavía" y "No estás joven ya" está el puente de los cuarenta.

A caballo saltan mis niñas sobre mis rodillas.

A caballo troto tranquilamente hasta los cincuenta, sin prisa; tengo todo los cuarenta para llegar.

Seguiré trotando… y luego, a paso lento, hasta la vejez.

Daré jubilación a mi caballo, a mis ambiciones y a mi orgullo.

Me sentaré en la acera del frente y mirare pasar el tiempo.

Sin ropas y sin caballo, me iré como he venido.