Tertulia TELEES


LCP en la prensa        LCP EN LA PRENSA

 

Una alegría compartida es una doble alegría; un disgusto compartido es medio disgusto. (Jacques Deval)
 

Todos los miércoles, a partir de las ocho y media quedamos para leer escritos propios o de otros, esos textos que nos apetece mostrar, esos libros que nos han tocado el alma y que queremos compartir.

La lectura no es erudición, la lectura es otra forma de animar la conversación, porque la conversación es la base de la cultura, y la cultura es la base de la convivencia.
 

(LOS TITULOS DE LOS TEMAS SOBRE LOS QUE ESCRIBIR PARA LA SIGUIENTE TERTULIA SE ELIGEN AL AZAR PREGUNTANDO A CUALQUIER ASISTENTE, GENERALMENTE UN RECIÉN LLEGADO, QUÉ TITULO O TEMA PROPONE: SUS PRIMERAS PALABRAS PRONUNCIADAS SE CONSIDERAN EL TEMA EN SI MISMO, DE AHÍ LO CURIOSO DE ALGUNOS DE ELLOS).

 

 

ENCADENADOS AL VUELO LIBRE DE LAS PALABRAS

Los dos primeros escritos (“¿Un tema? Lo sé” y “Ya tenéis tema”) son textos en los que se muestran encadenados los diferentes títulos y temas que han sido propuestos para las tertulias, encadenados en un texto y ordenados por orden cronológico. Los títulos aparecen en mayúsculas. 

 

¿UN TEMA? LO SÉ
 

¿Un tema? Lo sé, ME HE QUEDADO EN BLANCO y pienso QUE YA LE TOCA A OTRO ponerse A LA COLA de la vida, a esperar respuestas mágicas, resolviendo el dilema de BUDA Y EL TERRORISTA, creyendo o no en EL BUENISMO, yo que sé . . .

YA LO CREO que nos creemos con todas las respuestas, el que menos, con algunas, siempre sedientos de amor, siempre buscando la sensación tenida por única, incluso en un triste ordenador, en una fría máquina que diluye la frontera de LOS SEMIVIVOS Y LOS SEMIMUERTOS, incluso, con desesperación, en los seres cercanos que tanto miedo nos dan, rogando asustados para que no se trate de otro pobre ser que arrastra y padece EL ALMA DEL DESALMADO . . .

YO ES QUE TRABAJO, Y NO SÉ CUANDO LIBRO . . . cualquier excusa es válida con tal de que esté lo suficientemente alejada de la realidad como para que no nos haga daño. NO, NO, NADA , yo sólo decía que . . . que PIENSO QUE ES CULPABLE, pero yo no, porque PARA MI ES LA PRIMERA VEZ.

HOY YO, ELLOS, CUANDO ME BEBA EL MOJITO haré una pausa y pediré: AH, ESPERA QUE AHORA TE LO DIGO y diré tan sólo que ES PELIGROSO, que todo son FUEGOS ARTIFICIALES, que . . . ESTÁ BIEN, ESTÁ BIEN, hay confianza, incluso amistad, y no es necesario que nadie diga “HIJO, YO ES QUE ESTOY MUY LÚGUBRE” para evitar la responsabilidad de decidir, POR DE PRONTO, UN TEMA.

YA SE LO DIGO YO A ELLA MAÑANA, aunque ME PARECE RARO, DAME TRES MINUTOS PARA PENSÁRMELO, yo no quiero tener que caer en LA MEJOR ACTUACIÓN DE MI VIDA, si es posible, en ninguna actuación.

LO PRIMERO, BUENO, A VER, A VER, NO ES MI CASO, ¿NO ES MEJOR OTRA COSA?

Puedo alegar que SE ME PERDIÓ EL BOLI, o elegir un tema extraño, como “HÁBLATE A TI MISMO DE USTED” o buscar LA PALABRA QUE ME FASCINA . . .

¿UN TEMA? LO SÉ, aún quedan millones . . .  


Nekovidal 2007 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

YA TENÉIS TEMA
 

Y entre esos millones, alguien propuso: PRESÉNTATE COMO SI FUERAS DEL SEXO CONTRARIO, y otro pensó: SABÍA QUE ME LO IBA A DECIR. A la siguiente semana, ante el dramatismo del tema UN BAÑO ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE, más de uno se refugió en un escueto ME FALTAN LAS IDEAS, mientras otros, fingiendo no oír el tema propuesto, preguntaban: AH, SÍ, ¿QUÉ VAIS A HACER?, y cada cual se escaqueaba como podía: YO NO TENGO NI IDEA, se oyó a lo lejos, hasta que la memorable paciencia porteña dejó de ser tal y sonó un desganado DÉJENSE DE JODER.

Todos recordaron el AGRADECIMIENTO mutuo que se debían y alguien, cualquiera, preguntó: ¿QUE TE DIGA UN TEMA? Sí, DIME. ¿QUÉ TAL EL VINO? Puede servir, y también puede ser UN PERSONAJE. Ya, es que NO ME SALE NADA AHORA, pero SI LO PIENSO . . . podría ser una heroína que afirmara rotunda: YO NO VOY A FRANCIA NI MUERTA. Sí, o también podemos crear temas sobre acciones o situaciones, POR EJEMPLO, TENER SARAMPIÓN.

Ya el ambiente se caldeaba y todos iban haciendo propuestas a cual más disparatada: podemos buscar temas que reten la capacidad de abstracción de nuestra mente, como EL UNIVERSO A ESCALA, dijo uno. O sobre refranes, proverbios o juegos de palabras, como SALVARSE POR LOS PELOS. ANDA, QUILLA, así puede salir cualquier cosa extraña. Vale, pues no digo NI MU.

Que cada uno proponga lo que quiera, no nos hagamos esclavos de CREENCIAS, CONVICCIONES Y CONVENCIMIENTOS.

Creo que deberíamos seguir la senda del hedonismo y estudiar COMO PONERSE MORADO. Ya, o escribir un tratado filosófico TOCANDO EL BANJO EN ALABAMA, no te jode. Vale, vale, yo propongo que creemos un personaje especial que nos diga los temas cada semana, un tipo raro, algo así como EL COLECCIONISTA DE VERDADES IMPOSIBLES.

Yo creo que si la cosa va de personajes, nada mejor que meternos de cabeza en el CARNAVAL, CARNAVAL y de paso, a disfrutarlo.

¿Por qué no hablamos de objetos simples y cotidianos, como EL CORCHO, o EL AGUA QUE CORRE, cosas así. Si es por cosas simples, hablemos de EL PROGRAMA DE UN PARTIDO POLÍTICO, por ejemplo.

Metámonos con la ciencia ficción, hablemos de LAS ESTRELLAS y de un personaje que viaja A CABALLO de ellas por todo el universo, una especie de quijote cósmico al que todos preguntaran ¿CÓMO HAS LLEGADO AQUÍ? Y que cuando se metía en algún lío, se sentaba en medio de la bronca y diciendo A VER SI ME INSPIRO pasaba de todo . . .

Oye, ¿tú has dicho algún personaje? No, YO NO HE DICHO NINGUNO, es que NECESITO TIEMPO para pensarlo, estaba dudando entre VERDADES Y MENTIRAS o LA PRIMERA COMUNIÓN, pero el segundo me parece un tema así como de LAS ALMAS TRISTES.

¡Me cago en el CARAJO AUTOMÁTICO! Estamos pasando LAS HORAS MUERTAS para buscar un tema. Mirad, YO SOY NOVATILLA, pero estoy a punto de mearme y se me caen LÁGRIMAS DE RISA, así que por favor, CAMBIEMOS.

Elijamos cualquier cosa, MI MADRE, por ejemplo, o pongámonos un poco surrealistas y hagamos un relato de peces alcohólicos manifestándose por el fondo del mar con pancartas que pongan

ESTAMOS SECOS o una tertulia de niños quejándose de LOS ESTRAGOS DEL TIEMPO, o hablemos de LA LLUVIA . . . yo que sé . . .

En fin, ¿QUÉ HACER?, preguntó alguien. TÚ SABRÁS, respondieron casi al unísono un par de voces. Escribamos sobre EL TIEMPO. No, no . . . es un rollo, protestaron otros. Vale, PONEDLO VOSOTROS.

Podemos hablar de LA PERSONA MÁS DIFERENTE A MÍ.

Vale YA TENEIS TEMA. ¿Y lo elegimos así, a lo loco? ¿POR QUÉ?

Porque ya no nos quedan más temas para este rompecabezas de temas entrelazados bajo EL EFECTO MARIPOSA.


Nekovidal 2008 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

 


Á
LBUM DE FOTOS OCASIONALES

 

           

           

           

 

 

ME HE QUEDADO EN BLANCO

 

 


 

EN BLANCO

 
Blanca era la sábana en que le envolvieron al nacer, sobre la que supo dibujar amapolas y fresas.

Blancos esos pañales que pronto dejaban de serlo.

Blanca la luz que cegaba sus tiernos ojos.

Blanca la leche que le alimentaba.

Blanca, como su inocencia, el vestido de su hermana el primer día que le cogió en sus brazos.

Y hubo muchas más cosas blancas en su infancia, mientras su mente bullía con todos los colores imaginables.

 

Pero el tiempo le convirtió en un adulto. . .

 

Hoy ya es un ciudadano respetable que nunca hace preguntas indiscretas, molestas o impertinentes. Un ciudadano respetable que no practica la perversa costumbre de pensar.

 

Hoy su mente está en blanco.

                                   

Nekovidal  – nekovidal@arteslibres.net  

 

 

ME HE QUEDADO EN BLANCO

 

Ni sé cómo me llamo

ya no existe el tiempo

tampoco el espacio

ahora es todo eterno

ahora soy silencio

por fin en el espejo

no hay ningún reflejo

ahora habito el centro

ahora estoy vacío

ahora estoy unido

ya no existe lo otro

ya no hay un adentro

ahora me he disuelto

ya no estoy vivo

ni tampoco muerto

ya no hay sujeto

ni tampoco objeto

ya no existe el verbo

ni el movimiento

ya todo es no siendo

ya no es necesario

ni el entendimiento

me he quedado en blanco

ahora es el sosiego

ya todo es armónico

ya todo es perfecto.

 

Ricardo Sanz

 
 

MI MENTE EN BLANCO

A Jenny que me alienta. Un abrazo.

Todas las mañanas asoma su cara desmesurada y redonda como pan dorado con pan de oro. Amanece despacio, cansino, parsimonioso, indolente. Busca el punto álgido para desde allí dejar caer despiadado, cruel, altivo, impasible sus interminables tentáculos. Se enseñorea por callejuelas, calles, plazas, glorietas y arrabales. Irrumpe tumultuoso en todos los cruces de caminos. Deambula por callejones sin salida. Callejones angostos flanqueados de tapias altas y encaladas, que se elevan buscando una bocanada de aire fresco. Desde las alturas de su reino, ejercita su poder feroz, bárbaro de señor feudal. Azuza inclemente su caballo. Lo desboca y arremete contra la creación. No conoce la piedad. El orgullo de su fuerza le domina. Su burla se torna cósmica. Su presencia de gigante ocupa  los espacios. Todos. Hace suyo lo que toca. Todo le pertenece. Los ríos y los álamos de las riberas. Los bosques de acebuches. Las umbrías laderas de los montes. Las solas parameras. Las cumbres luminosas. Las playas rosáceas de los mares. El jardín de los helechos. El mínimo verdor de los valles. Los lagos helados, inaccesibles. Las voces del silencio. Las gotas de rocío. Los atorrados campos de trigo recién segados. Las sonrisas confiadas de los niños. Las brevas jugosas. El perfume del alelí. Las sombra del naranjo en el patio. La blancura de la camelias. Las arenas rojas del desierto. Nada ni nadie le detiene. Viola el frescor de los parques. No tiene fronteras. Traspasa naciones, continentes. Transmuta el norte en sur. Nada ni nadie escapa a sus rigores. Pervierte la paz de los monasterios. De un fuerte empeñón asalta fortalezas. Iracundo derriba puertas. Las penetra insolente, único, enorme. A zarpazos abre ventanas, rendijas, oquedades. Recorre enloquecido todas las estancias de la casa. De todas las casas. Sólo con presentirlo la tierra tiembla. Atrona y retumba en los desfiladeros. Las chicharras frenéticas no encuentran un instante de reposo. Todos y todo se estremece en su presencia. Su presencia horripila. Se expande imponente por los rincones. Las nubes atropelladas huyen desordenadas. Las hormigas permanecen ocultas. Una vez aquí, se instala, se acomoda, se arrellana. Asienta sus poderes. Se agranda soberbio. Se ríe a carcajadas. Brama. Las flores se marchitan bajo su peso. Espanta los lagartos. Los galápagos del estanque convocan asamblea. La hierba cobarde suplica. Las hormigas se acurrucan. El sauce llorón seca sus lágrimas. El aire se disipa. Las fuentes se detienen temerosas. Se arrastra como un reptil edénico dejando un rastro de tierra quemada. La luz se desborda. La lluvia se siente acorralada. Las retinas se ciegan. El aliento permanece suspendido. El polvo se hace irrespirable. Los libertinos regresan al cenobio. La nada flota. El niño que está para nacer, retrasa su salida. Penetra. Invade. Interrumpe. Embaraza. Congestiona. Altera. Irrita el ánimo. Descorazona. Desespera. Abate. Embota los sentidos. Ahoga. Se cuela por los resquicios. Desquicia el alma. Aturde voluntades. Subvierte el orden de las cosas. El abajo, arriba. El ayer, es siempre. La ira de Dios se torna mansedumbre. Galopa a contradios. Alza la espada. Infunde pavor. Te hace suya. Te abraza como  amante impaciente hasta rasgarte. Te despoja de todo. Te vacía. Te deslumbra. Te roba la calma, el sosiego. Te vuelve indolente. Te adentra en la pereza. La desgana te domina. Te recorre de arriba abajo lujurioso con sus múltiples lenguas de fuego.  Abrasa la piel. Adormece. Vence. Desarma. Destruye. Los pájaros de la mañana huyen mucho antes de que su presencia se haga inevitable. Los perros le dan la espalda. El colibrí detiene su vuelo. El zorro suelta la presa. El gato desorbita sus ojos color miel. Corre despavorido. Las higueras despliegan sus frondosas hojas desesperadas, buscan con ahínco, cerrarle el paso. El caracol definitivamente se enclaustra. El viento marino le planta cara. Pierde el viento su cara. La brisa desaparece abatida. El ordenador se desprograma. Los ascensores se detienen entre plantas. El ejecutivo encabrita su sexo. Los coches aparcados en desiertas avenidas, lloran impotentes por no poder escapar a su presencia. Las autopistas derriten el asfalto. Las bolsas acumulan grandes pérdidas. Los relojes atrasan y adelantan enajenados. Los políticos se suicidan o eso creo. La muerte espera, detiene la guadaña. Él, imperturbable avanza. Despuebla las ciudades. Seca las arterias. Roba el aliento. El pulso se desacelera. Descompasa el corazón. Empantana el cerebro. Te licua. Te atrapa. Te tritura. Te absorbe. Te rompe y descoyunta. Te enmudece. Al medio día su llegada se sabe como cierta. Le espero. Me desnudo. Roció mí cuerpo con agua de rosas y me abandono. Me dejo caer sobre las sábanas limpias de la cama. Me diluyo.  Cierro los ojos y dejo mi mente en blanco. Duermo. Es entonces cuando el calor pasa de largo y de puntillas.  


Pilar Barrenechea

 

 

“Yo abro la tienda (me siento a escribir). Si los clientes (las ideas) vienen, tanto mejor, si no, yo he cumplido”.(Amos Oz)

 

 

YA LE TOCA A OTRO

YA LE TOCA A OTRO

Ya le toca a otro, repetía mi vecino que se quejaba de todo, se quejaba del trabajo, se quejaba de sus hijos, se quejaba del gobierno, se quejaba de su equipo, se quejaba si era lunes, se queja si era domingo, se quejaba si hacía calor, se quejaba si hacía frío, se quejaba todo el año, se quejaba hasta dormido, ya le toca a otro, repetía mi vecino, cuando algo le salía mal, la culpa siempre la tenía otro, se quejaba de los atascos y del trasporte público, se sentía muy desdichado, se sentía muy pobrecito, se quejaba, cómo no, de todos los vecinos, se quejaba de los bancos que le apretaban los tornillos, siempre decía que el mundo estaba podrido, se quejaba del ruido que hacen en la plaza cuando juegan los niños, ya le toca a otro, repetía mi vecino, que pensaba que se había cebado con él Dios y el destino. Su mujer hasta el moño de tanto queja y sollozo se ha largado a tocar a otro. Ya le toca a otro, dicen ahora los vecinos, cuando por las mañanas, camino del trabajo, se cruzan con Victimio.


Ricardo Sanz

  

YA LE TOCA A OTRO

Ya le toca a otro izar y arriar banderas, y mancharlas de sangre creyendo en la legitimidad de una causa.

Ya le toca a otro añorar tiempos mejores que nunca lo fueron.

Ya le toca a otro admirar lo deseado para desear nuevos deseos una vez roto el hechizo de la admiración.

Ya le toca a otro creer en machismo y feminismo sin sospechar siquiera el origen antropológico de tantas injusticias.

Ya le toca a otro odiar a unos, lejanos, mientras justificamos a otros, cercanos.

Ya le toca a otro creer que existen mentiras justificables, o que existen verdades y mentiras tan sólo.

Ya le toca a otro leer la historia de nuestra especie como la del dolor, obviando tanto amor y solidaridad que hasta aquí nos ha traído.

Ya le toca a otro la soberbia de crear y adorar dioses de mil nombres, sin admitir, acorralados por el miedo a la muerte, que nada sabemos.

Ya le toca a otro diseñar un futuro mejor hacia fuera, olvidando ese interior cotidiano tan abandonado.

Ya le toca a otro hablar de amor mientras se  odia, de justicia mientras se condena, de construir mientras se destruye.

Ya le toca a otro mitificar el sexo, mientras se cree libre rodeado de fantasmas, temores  y prejuicios.

Ya le toca a otro creer, tan pesimista como arrogante, que podemos acabar con la vida en nuestro planeta, esa vida que siempre ha sabido defenderse y perpetuarse.

Ya le toca a otro decir que sabe y comprende, sin ejercitar la modestia necesaria en todo aprendizaje.

Ya le toca a otro desperdiciar la vida con certezas mientras olvida la certeza constante del final.

Ya le toca a otro gritar, yo apenas empiezo a comprender el silencio.

Ya le toca a otro juzgar, yo ya me sé reo de mis juicios.

Ya le toca a otro creer que sabe, yo apenas sé que no sé.

Ya le toca a otro creer que ha encontrado, yo apenas sé buscar.

Ya le toca a otro … yo ya he llegado, herido y agotado, a la última fantasía: creer que ya no creo.


Nekovidal –
nekovidal@arteslibres.net         

 

YA LE TOCA A OTRO

          Me quedan diez minutos de soportar esta lluvia que me cala los huesos y  esta pertinaz niebla, así no me curaré nunca del reuma. Sólo falta una semana para jubilarme y me marcharé a mi casita de Nerja, pienso pasarme todo el día al  sol. Diez largos minutos de aguantar a estos turistas con móviles en mano, me los meten hasta en los ojos para hacerme fotos y tenerlas de recuerdo. Antes traían cámaras y trípodes, yo encantado, me colocaba en posición de firme, pero ahora paso de hacer poses ante estos cutres aparatejos. Tan sólo unos minutos para liberarme de esos idiotas que intentan cabrearme y de esos maleducados y chillones niños que me tiran del gorro, del bigote, del fusil. Se creen que soy un soldadito de plomo, se ríen porque no muevo ni las pestañas y ni respondo a sus payasadas. Aunque dentro de unos días me voy a vengar y les pegaré veinte tiros.

         La verdad es que cuando me miro al espejo parezco un gilipollas, con este gorro, que no sé que diseñador marica fue el creador de semejante modelito, somos la risa de  todo el universo. Cuando me jubile lo voy a quemar, que tengo hasta la cabeza alargada de llevarlo puesto  cuarenta  años al servicio de la Guardia Real.

         Y para más INRI, salgo en miles de páginas de internet, nada más teclear Londres o Gran Bretaña.

         Por fin llega el relevo de mi guardia. ¡Qué cuatro horitas más largas! Ya le toca a otro hacer el gili.  Republicano seré dentro de seis días.

¡Dios salve a la reina!

Vicky Fernández

 

 

AHORA LE TOCA A OTRO

Había amanecido. Ni antes ni después. Sin sorpresas. En el momento exacto que corresponde amanecer al día veinte y uno de junio, solsticio de la primavera.

La luna esperó complacida la llegada del sol. El lucero del alba esbozó una afable sonrisa y emprendió lentamente su retirada. Asumía su destino. Ahora correspondía ofrecer sus rayos plateados en otras latitudes y se dispuso diligente a iniciar como todos los días  el camino hacia esa otra  latitud. La luna le gritó, espera voy contigo.

El aire se respiro a si mismo. El sol meditó por unos brevísimos instantes si desplegaría durante su reinado diurno sus potentes haces de luz y alumbraría el llamado planeta tierra, o si por el contrario jugaría al escondite con él, ahora me oculto, ahora salgo. La meditación no le  liberó de sus incertidumbres. Un día más se dijo así mismo, ya veremos. Según me pete y según de qué humor vaya encontrándome. El día es largo  y mi naturaleza es voluble, cambiante, caprichosa. Dejemos que la improvisación guié mis pasos. Ozono se despereza cansino, débil, enfermizo. Le duelen todos los costados.

El mar ha dormido sosegado. Abre los ojos. La luz que le presta el sol le ayuda a ver que en sus límites todo permanece. Agudiza el oído. Quiere saber si en las profundidades de su ser las criaturas que acoge permanecen vivas. De improviso un fuerte dolor, un zarpazo  golpea inclemente todo su cuerpo, la sacudida es tan profunda que le provoca unas incontenibles ganas de vomitar. Vomita. De su boca emana un río de bilis, parduzca y negra. El acceso después de largo tiempo se detiene. Se siente agotado, sin fuerzas. La lluvia asustada corre en su ayuda. Y los ríos, riachuelos, y las fuentes. La lluvia llora como un torrente. Si le acaricio con mis gotas cada centímetro de su inabarcable cuerpo el mar recuperará su poder, su energía, sus aguas serán un poco más limpias, cristalinas, transparentes. Eso le calmará el dolor. La llovía busca dar vida y  darse ánimo.

Las montañas en las cumbres ante la llegada del sol amanecen desganadas. Han esperado sin impaciencia durante la larga  y fría noche del invierno que este día finalmente las arranque la pesada costra blanca que las ha mantenido todo ese tiempo ateridas de frío. Gélidas. Como inertes. Muertas. A partir de hoy volvemos a la vida se dicen, no sin escepticismo. Dios salve a la primavera y dé larga vida al verano. A pesar del ánimo se escuchan vítores, jaculatorias. La euforia del momento con la llegada de los primeros rayos de sol las hacía olvidar que ese tiempo de primavera, de renacer a la vida era también el tiempo dónde la muerte en forma de lenguas de fuego podía precipitarlas hacia la destrucción total. Pero la memoria es quebradiza cuando nos negamos a recordar la tragedia.

Las laderas, los valles, los llanos, las secas parameras, no quieren despertar del letargo. Se sienten desde mucho tiempo atrás atacadas por toda clase de agentes nocivos, que unos pequeños insectos provistos de dos tentáculos superiores y dos remos articulados, una esfera redonda, que mantienen unida a un cuerpo rectangular y en posición vertical, desparraman inmisericordes por entre bosques, matorrales, setos, campos de trigo, de centeno, de maíz. Todos los organismos vivos  desde la célula ínfima hasta  los grandes paquidermos se sienten esa mañana sin deseos de continuar resistiendo los continuos ataques provenientes de cualquier rincón. Desde todos los frentes. La asamblea decide. Un mensajero se dirigirá al sol con la petición unánimemente acordada de que detenga sus rayos. Ellos todos han decidido dejar de vivir. Al frente del cortejo suicidario y oficiando de grandes maestras de la muerte, las ballenas. Se hace el gran silencio. Se disponen al suicidio colectivo. Ahora le toca a otro planeta iniciarse a la vida con la ayuda de la luz de cualquier otra estrella.

                                   

Pilar Barrenechea

 

 

“Para que el hecho más trivial se convierta en una aventura es necesario y suficiente que uno se ponga a contarlo”. (J. P. Sastre)

 

 

A LA COLA

¿Y USTED . . . ?

 Yo también escupo hacia arriba y pago las consecuencias.

Admiro la honestidad, pero más a menudo de lo que quisiera, no tengo el valor de ser tan consecuente como quisiera.

Sé que todo el planeta es mi patria, pero no todas las tribus y sus músicas me conmueven por igual.

Creo que amo y me convenzo de que no lo puedo hacer mejor, que es más fácil que seguir aprendiendo.

No vendería ni mataría a nadie por dinero, pero escucho la oferta.

Hago algo y digo que no puedo hacer más, pero no lo intento.

No soporto a los fanáticos que no soportan a los fanáticos.

A mi orgullo lo llamo dignidad, y al ajeno, orgullo.

Reniego de la violencia, pero creo en las excepciones.

No tengo más fe que la depositada en el ser humano, una locura . . .

Y a pesar de todo, me considero digno de estar en la cola de la vida, digno de vivir . . .

¿Y usted?


Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net                                                                     

 

 

A la cola
  

Lo que tengas que hacer hazlo pronto, es y será lo que está siendo

y esto incluye todas los opciones que crees que tienes.

Eso que estás pensando no vale para nada, o es sobre el ayer o

sobre el mañana y ambos solo existen en tu mente.

El ahora es impensable. Pero si lo que quieres es unos blue jeans,

eso es allí: Ponte a la cola

 

Alá-Cola: Bebida típica de los pueblos de Al-Andalus en el año de

la Éjira 1988, 2050 de la era cristiana

 

Lo que es por si mismo se manifiesta al surgir en el signo de lo

Suscitativo; hace que todo sea pleno en el signo de lo Suave;

Deja que las criaturas se perciban mutuamente en el signo de lo

Adherente, el signo de la Luz; Hace que mutuamente se sirvan en

el mundo de lo Receptivo; Da alegría en el signo de lo sereno;

Lucha en el signo de lo Creativo; Se afana en el signo de lo

Abismal; Y lleva todo a su consumación en el signo del

Aquietamiento.

 

Para los videntes del linaje de don Juan, el universo está 'vivo'

- es un sentimiento, una vibración, un flujo; se define primero como

 energía, y segundo como materia; es un continuo que se reversa y

que cambia permanentemente, capaz de ser percibido al soltar el control de la forma humana.

Para aquellos videntes, la forma humana es sólo una entre una miríada

de corrientes de percepción a las cuales se puede acceder, en este caso, la corriente del 'yo' - ese conjunto de historias y hábitos que nos hicieron la persona que nos creemos que somos; aquello que nos mantiene encerrados en una vista singular y monocromática.

Para los chamanes, poder alcanzar una gama más completa de

posibilidades humanas yace en una recapitulación o revisión detallada

del cuerpo y del ser mismo - limpiando memorias y sentimientos

retenidos en nuestro tejido físico y sus correspondientes filamentos

energéticos.

 

La antropología llevó a Castaneda a la hechicería y de ésta a la visión unitaria del Mundo: La contemplación de la otredad en el mundo de todos los días. Los brujos no le enseñaron el secreto de la inmortalidad ni le dieron la receta de la dicha eterna: le devolvieron la vista. Le abrieron la puerta a la otra vida. Pero la otra vida está aquí.

      

Juan Pérez de Siles

 

 

A la cola

Los niños de los países que están a la cola del mundo inhalan cola para evadirse de su realidad. De esta manera, por un pequeño espacio de tiempo, dejan de sentirse en la cola y sueñan que son parte de la cabeza.

Cuando leo, escucho o veo noticias me doy cuenta de que  algunas traen mucha cola.

La cola de mi perra se la cortaron cuando era un cachorrillo. Creo que por necesidades del guión.

Mi hijo tuvo un tiempo que se hacia una cola en el pelo y, como siempre, estaba muy guapo.

Al poco de sacarme el carnet de conducir, mi hijo me dijo muy orgulloso: ¡Qué suerte tenemos! Siempre somos los primeros de la cola.

Mi sobrina, ante su madre atea, comentó que ella iba a hacer la primera comunión con un vestido de cola de esos de novia pequeñita.

Al hijo de unos conocidos míos, nada más nacer, lo hicieron socio de un equipo de fútbol y le fotografiaron su cola.

Las colas de la administración son colas de la estupidez humana. ¿Cómo hacer perder el tiempo de los demás inútilmente?

La cola del supermercado es una prueba de rapidez mental: ¿Cuál va mas rápida? ¿Dónde hay mas gente? ¿Proporción de cosas por persona? ¿Hay alguna compra a domicilio? ¿Se abre una caja nueva? ¡Por favor póngase a la cola!

Sobreviven los más rápidos  en un mundo al que vamos corriendo a todos lados para poder conseguir llegar al sofá y poder coger el mando. Los demás... a la cola


Lola Carmona

 

 

A la cola

 Aquella mañana hizo todas las cosas que había hecho desde los días en que su madre le nombró apto para vivirse solo. Abrió los ojos a la mañana. Dijo buenos días. Su madre le había enseñado que es de hombre de bien saludar la mañana. Agradecer con un buenos días que la vida se te ofrece una vez más. Despereza los brazos y las extremidades inferiores Retira suavemente la sabana y el cobertor. Cae en la cuenta que es martes y diez mas tres de un mes de junio. Su pie  derecho a punto de tocar el suelo se contrae como electrizado. Coloca el izquierdo. El suelo mantiene un calor tibio. Abre el grifo de la ducha y mecánicamente coloca el cuerpo bajo el agua. Lo que sigue es pura cotidianidad.  Se afeita. Se lava los dientes. Se peina. Se perfuma. Desparrama el desodorante bajo las asilas. Se mira brevemente en el espejo antes de abandonar la sala de baño.

Se viste. Se calza. Palpa el bolsillo izquierdo del pantalón. Quiere saber si las llaves del coche no lo han abandonado en las horas de la noche. Si, las llaves siguen ahí. Con la mano izquierda busca en la cartera. Todo en orden. Echa un vistazo a la tarjeta de crédito. Tendré que pasar por el banco a solicitar una nueva. Esta está a punto de caducar. Toma de la mesita del recibidor las llaves de la casa. Abre la puerta. Se detiene. Si, la llave del gas la cerré. Llama al ascensor. Sin apenas mirar, pulsa la tecla B. Sale del portal, entra en la calle. Pese a lo temprano de la hora, hay ya mucha gente viviéndose. Sin mirarles a los ojos y mormurando apenas, dice buenos días. Camina moderadamente alegre hasta el bar que se encuentra situado a seis casas de la suya. Precisemos, a la derecha de su casa, seis casas más allá. Empuja la puerta del bar. Penetra. Un fuerte y agradable olor a café y pan recién hecho le alegra la pituitaria. Agarra un taburete. Se sienta. Sobre el mostrador hay dos o tres periódicos de la mañana. toma uno y fingiendo interés por el discurrir del mundo lo ojea. De vez en cuando echa un rápido vistazo a la pantalla del televisor que tiene justo enfrente de sus ojos. Lo de siempre. La misma morralla de todos los días. Dice buenos días al camarero y a una señorita que se acaba como él de retrepar en un taburete. Espera ser servido. Ingiere el desayuno. Paga. Sale del bar. Camina. Llega hasta el puente. Mira sin curiosidad alguna a su alrededor. Pregunta: ¿quién es el último?  Con el que se va a tirar ahora, somos seis. usted es el último. Tengo tiempo se dijo y se puso a la cola. No tuvo que apremiarse mucho para suicidarse. Yo diría que no se apremió en absoluto.


Pilar Barrenechea

 

 

A la cola

 

A la cola de tu culo

mi cola se vuelve loca

y es que ese pedazo culo

me la alborota toda

 

mi cola también disfruta

encerradita en tu gruta

y es que está rica esa fruta

que tu tanga me oculta

 

a veces mi cola loca

cuando está en mitad del lío

le da como un vahío

y se queda toda floja

 

pero tu abres la boca

y te la embocas toda

y me la pones tan dura

tan dura como una roca

 

mi cola tiene un ojo

pero no ve ni torta

y es que le da lo mismo

tu culo, tu raja, tu boca

 

por libre va mi cola

y es que ya no se controla

está como una cabra

como una cabra loca


Ricardo Sanz


 

A LA COLA
 

¡Hala!  Vamos; venga rápido, que nos desplazamos a la costa. Fíjate la hora que es. Tardísimo. La arena, la espuma, el rizo de las olas, el murmullo del mar bailan en el cerebro. Visten de frescura el entorno matutino. Las caracolas, a lo lejos, decoran el litoral. El sol, potente y exultante, despliega sus rayos en el horizonte. En estos momentos el pensamiento se amansa y se solaza en un remanso de felicidad. Nos acomodamos en el coche a toda prisa y emprendemos la marcha rumbo a la playa. Aún quedan bastantes kilómetros para llegar a la costa de Granada. Sería un dislate en este punto el hablar de caravanas, conos o colas en el trayecto. 

 

   Oye, caradura, a la cola. Estamos todos hasta el gorro esperando y llegas con todo morro del mundo y te la zampas. Chalado. Hocícate aquí como tiburón disfrazado. Anda ya. Fuera. Largo. Macarra. Narciso emblemático. Ombligo del orbe.  No te lo perdono. A la cola, coño.

   El otro día te colaste. Con la cola que había para la corrida de toros a las cinco de la tarde, que había despertado un inusitado interés en la comarca. Parecía como si fuese a actuar el mítico Pepe Hillo. Esperemos que enhebre la tarde una corrida de escándalo. Hoy me encantaría ver en su salsa a otro Pepe Hillo, y rememorar su perfume torero, como en el romance.

   En esta vida hay que perdonar. Tener paciencia. Condescender en situaciones a veces comprometidas, donde al menor descuido se puede desestabilizar el intelecto, algo similar a descabezar un pollo, o lavarle el cerebro a una criatura con teorías filogenéticas, o vaya usted a saber.

   Pero hoy no me toques las narices. No te lo consiento. Vete a la cola. En aquella ocasión se me averió el dos caballos, y me costó un ojo de la cara al proseguir el viaje con el coche de un amigo, pero con tan mala fortuna que fui a abrazar el tronco de un corpulento árbol a la orilla de la carretera. Menos mal que tenía buena sombra, y se cumplió el proverbio, salí ileso. Más acertado hubiera sido guardar cola. Me la pegué en el momento que caía una tromba de agua y el coche, pobrecito, por generoso, se le ocurrió acelerar huyendo de la negritud de la nube y situarse en cabeza. Perecía el objeto de su devoción, llegar y besar el santo.

   Que no, ni lo pienses. Hoy no te adelantas, gilipollas. Hoy me la ligo yo. Ya está bien de contar batallitas de trenzas por las terrazas, en el rebalaje, a la luz de la luna, o entre velas enanas. Sintiéndolo mucho el que se va a la cola eres tú.

¿Te acuerdas de la cola de la italiana que confundías sus rasgos con los de Heidi?


José Guerrero Ruiz

 

 

BUDA Y EL TERRORISTA

BUDA Y EL TERRORISTA

¿Son realmente dos personajes tan diferentes y contrapuestos como parecen o podemos encontrar más paralelismos de los que vemos a simple vista? ¿Son esos paralelismos sólo aparentes?

Ambos pretenden transformar el pensamiento ajeno, sus mentes, sus ilusiones.

Pero Buda pretende acabar con todas las ilusiones como camino para terminar con el dolor . . .

El terrorista también: muerto el perro …

Ambos alimentan su ideología con miedos ajenos.

Pero uno para alimentarlos y el otro para destruirlos.

Ambos están convencidos de su verdad hasta el absurdo, hasta el fanatismo.

Pero uno cree en una verdad que hace desaparecer al resto de las percepciones de la verdad, mientras el otro sólo admite una única verdad como tal.

Ambos son pacientes para conseguir sus fines.

Pero uno practica la paciencia al tiempo que disminuye su ansiedad mientras para el otro la espera significa crecimiento de dicha ansiedad, con los consiguientes efectos negativos.

Ambos son ateos, en el sentido de considerar a cualquier dios como una ilusión perniciosa.

Sí, pero mientras uno lo siente como ilusión tan sólo, el otro siente a cada dios como un enemigo.

¿Es entonces un buda mejor que un terrorista?

Tanto el buda como el terrorista contestarían, sin dudarlo, que no, pero siendo la respuesta la misma, a uno le engrandece y en el otro delata su estrechez de miras, ahí radica la gran diferencia entre ambos.


Nekovidal –
nekovidal@arteslibres.net                                                         

 

 

el terrorista budista

 

Lunes.-Estoy  totalmente consternada. Ha sido detenido un terrorista dispuesto a realizar una masacre en nombre de Dios. La sorpresa es que ha sido identificado como el muchacho budista que hace meditación en el parque que hay frente a mi casa.

 

No puedo quitarme de la cabeza su expresión de equilibrio y paz. ¿Cómo pudo engañarnos a todos con su taparrabos, su pelo largo, su barba desaliñada y su postura de loto? ¿A qué venia su discurso sobre la necesidad de dejar pasar las emociones, ideas y pensamientos? ¿Cuantas veces estuve hablando con él sobre si hay algo que permanece o todo es transitorio? ¿Cómo es posible negar la existencia de Dios y luego matar por él?

 

Martes.- Parece que le han diagnosticado doble personalidad y por lo visto cuando está en una pierde cualquier recuerdo de la otra. Cuando se desnudó y se quedó con el taparrabos pasó a budista y perdió todo recuerdo como  terrorista. Se supone que la ropa puede ser uno de los detonantes para el cambio. ¿Es justo tener encarcelado al budista? ¿Por qué no le quitan la ropa? ¿Hay más detonantes?

 

Miércoles.- Los compañeros del colegio lo recuerdan como un chaval sin amigos, acomplejado y sumiso. La familia parece que justifica el terrorismo. Son fanáticos religiosos, intolerantes e intransigentes. El padre es un déspota que lo menospreciaba, insultaba y humillaba frecuentemente. De hecho, poco antes de ser detenido, se vistió para visitar a sus padres en su casa y allí recibió una fuerte bronca en la que se le tachó de inútil.

 

Jueves.- Sus relaciones eran escasas y sólo se le recuerda con una chica que lo abandonó por otro. Después de esto cayó en una fuerte depresión de la que salió a base de un tratamiento con un psicoterapeuta argentino y la lectura de libros de autoayuda que le recomendó este, junto a técnicas de meditación y relajación. A partir de ahí surgió su interés y fervor por convertirse en Buda. Parecía que por fin había encontrado sentido a su vida y sin necesidad de relacionarse con los demás.

 

Viernes.- Al  demostrársele su doble personalidad se vino abajo. Habló de la relación amor-odio hacia su padre. Él asumió, entre lágrimas, su fuerte complejo de inferioridad y su necesidad de ser reconocido como persona. Esa necesidad ha sido la que le llevaba a ser terrorista y convertirse en mártir. Era la manera que tenía de llegar a ser importante y respetado en su familia.

Como budista podía autoafirmarse como persona y evadirse de la sociedad. También era una forma de revelarse contra su familia. Se demostraba asimismo que podía ser el más grande. Según él se estaba convirtiendo en Buda

 

Sábado.- Han encontrado su cadáver en la celda.

Parece ser que al quedarse sólo se quitó el taparrabos, lo utilizó de cuerda y se suicidó.


Lola Carmona

 

 

El  Buda y el Terrorista

Buda Sidhartha Gautama Buda acaba de saber por boca de un muchacho que se dice amigo suyo, que su puta madre lo había engendrado practicando despreocupadamente, alegre y confiada la zoofilia con un pequeño, tierno y bello, elefantito rosáceo dotado de seis afilados y retorcidos colmillos. Vicioso y enviciado.

¿hubo amor entre ellos? Dejaría esta y todas las disquisiciones, pasadas, presentes y futuras, para   arrellanado en el trono de su eternidad entretenerse buscando la respuesta.

En lo que parece los seis afilados y retorcidos colmillos fueron en verdad el desencadenante de tan bárbara concepción  ya que los seis afilados y retorcidos colmillos junto a un pelaje sonrosado hacían al pequeño elefantito tierno y bello, vicioso y enviciado, irresistiblemente seductor y sensual, por extraño que esto resulte. Su madre Maya Devi cuando percibió que su vientre comenzaba a abultarse  sintió  que un sudor frío empapaba su hermoso cuerpo y que un terror pánico la paralizaba. Un terror pánico por lo demás lógico, dadas las circunstancias. Pese a estar casada con su padre hacía ya dos años, el matrimonio carnal no se había aún consumado. Durante los días que siguieron al inicio del abultamiento, hasta ése momento sólo percibido por ella, no pudo conciliar el sueño de tan alterado como tenía todo su ser. Había que encontrar la luz de la sabiduría. Luz que la guiase hacia el valle del el rió de aguas milagrosas y que al beber de las mismas, dulcemente inclinada en sus riberas la ayudaran a salir airosa de tan embarazosa situación. El valle del río de aguas milagrosas no le procuró la solución.

Pensó en beber hierbas abortivas. Pensó visitar a una vieja bruja a la que antes de su boda con el rey acudió de la mano de su padre para que le reparase el virgo. Pero al instante lo descartó. El fruto de su vientre, el que un día llegaría a ser el Buda entre los Budas, iba a tener por padre a un pequeño elefantito bello y tierno, rosáceo, con seis afilados y retorcidos colmillos. Vicioso y enviciado. Esto era en si mismo un prodigio, una señal. No cabía duda. Los dioses de entre todos los animales con los que había tenido coyunda, habían obrado prodigio sólo con el pequeño elefantito sonrosado. En cuanto al memo de su marido, la princesa Maya Devi se dijo: escuchará de rodillas la revelación. Le haría saber al pánfilo que el milagro, la preñez le venia desde dentro de un sueño dónde un elefante rosáceo poseedor de seis poderosos colmillos afilados y retorcidos, vicioso y enviciado, de un marfil nunca antes jamás contemplado había llegado a ella en un cometa radiante, desde la casa de todos los dioses hasta su aposento. Los dioses la habían elegido a ella Maya Devi de entre todas las mujeres. El elefantito rosado, bello y tierno, con seis afilados y retorcidos colmillos, vicioso y enviciado, la sedujo y la poseyó tantas veces como consideró necesarias para asegurarse que después de ello, ella engendraría un hijo que enseñaría a todos los hombres presentes y futuros el camino de la perfección, de la sabiduría, por lo tanto, de la salvación eterna. El nirvana llegará de la mano del fruto de mi vientre, le dijo al esposo, imperativa. El hecho había resultado inevitable. La ingravidez también. Nada pudo hacer para oponerse a ser la elegida. Nada, dada su pobre condición de mujer.

Su madre Maya Devi, a él Sidhartha, desde muy temprana edad le había relatado muchas veces que su alumbramiento había sido sin desgarro, sin dolor, sin sangre. Que durante su llegada al reino de los hombres,  este en su totalidad, había sido bendecido por una catarata de pétalos de rosas que como un torrente bajaba desde las nevadas cumbres del Himalaya y todo lo había cubierto, aromatizado, perfumado. Todo había sido penetrado.

¡Zorra! ¡Vieja y sucia zorra! ¡Cerda! ¡Sapo! ¡Reptil! Dioses, ¿por qué me habéis abandonado? Un odio incontenible le penetraba el alma. ¿Cómo te has atrevido a burlarte de mí de tan  cruel y despiadada manera? Has hecho de mí el peor de los bastardos. Mitad hombre mitad animal Soy hijo de la mayor zorra del reino. Hasta los insectos más inmundos conocen el camino a tu sexo. Un ¡zorra! interminable salio de su garganta y se propagó como un relámpago por entre los rincones del mundo. Contuvo los rencores de su alma y pidió al amigo que continuase con el lacerante retrato de familia. El amigo parsimonioso y regodeante, le habla de su padre.

El pánfilo esposo, tú padre, no creyó la inverosímil, burda, angélica historia de la esposa. De tú madre. Acrecentó, acentuó su lelez, y babeante, comenzó a dar saltos de júbilo, a palmear, a proferir gritos para que todos compartiesen su alegría, su júbilo, su dicha infinita, la felicidad que desbordaba su alma por los cuatro costados, de su alma de idiota idiotizado, ante la buena nueva, ante el anuncio de su primera paternidad (y la última). Los dioses, se decía, no hay duda, están de mi parte. Él no había visitado el aposento ni el lecho de Maya Devi durante los dos años que ya duraba el matrimonio. Día a día ignoraba la mirada sorprendida e inquisidora de la princesa pidiendo muda, alguna explicación ante tamaño desprecio y abandono. El príncipe fijaba su mirada en el horizonte lejano y daba la callada por respuesta. Las tareas de gobierno y las muchas batallas que libraba no justificaban dos años de tener a su bellísima esposa durmiendo sola. Ninguna responsabilidad le dejaba ni tan exhausto ni tan agotado. Sin los bríos necesarios para la coyunda. No. Ciertamente no. Rotundamente no. El padre de nuestro Buda era de babeante lelez pero viril como el más viril de todos los hombres de su andrajoso reino. Y tan viril era que sólo le gustaba yacer con otros hombres. Repelía la blanduzca naturaleza de las mujeres. Le asqueaba y producía nauseas pensar en introducir su verga en el sexo de una fémina. No obstante ése sentimiento de asco, de repugnancia no hacia desaparecer de él la responsabilidad de que en su condición de Rey tenia que engendrar un heredero. La rueda tántrica así lo demanda. Noche tras noche se prometía hacer de tripas corazón y consumar el matrimonio. Llegado el momento de dirigirse al dormitorio de la princesa y yacer con ella, a mitad del camino desviaba sus pasos hacía una puerta secreta del palacio y se encaminaba invariablemente hacia los lupanares donde yacía con hombres. Se despojaba de los ropajes y del manto que le conferían a los ojos de sus súbditos la condición de Rey. Se vestía con andrajos para parecer un andrajoso, un harapiento entre los harapientos. También le gustaba ir a tientas y a locas hacía las cuatro casuchas donde pernoctaba su guardia real y a cambio de unas míseras monedas de plata tapar bocas y maledicencias, follar con los jóvenes de la guarnición. Buda cuando conoció  por boca de su amigo la naturaleza humana de su padre, que por añadidura resultó no serlo, cuando supo de la pasión desenfrenada que éste sentía por los hombres sin hacer distingos ni remilgos, entendió de súbito por qué desde muy niño había en él una afición desmedida al disfraz, al teatro, a abandonar sus ricas vestiduras. A vestirse también él con andrajos, con harapos, a jugar al andrajoso, al harapiento.

A diferencia de su padre, no le atraían los hombres, a diferencia de su madre no le atraían los animales. A Buda sólo le interesaba él y su circular ombligo. Alabado sea su circular ombligo y alabados sean quienes como Buda solo se contemplan el circular ombligo. De ellos es el reino de este mundo.

Buda una vez hubo conocido estos avatares y otros que por imperativo absoluto de Ricardo Sanz no puedo relatar, constreñida como estoy a algo más de medio folio que yo hago folio y medio contraviniendo el acuerdo colectivamente adquirido como tertuliana de la tertulia (miércoles diez y lo que sea de la noche, teteria El Zaidin – que veo que se alquila, de calle Cara-Beo, Nerja) se quedó de piedra, petrificado. De golpe todo su cuerpo se agitó como un volcán. La ira devoraba sus entrañas. La rabia, la vergüenza y el odio más entrañable, galopaba como caballo desbocado por sus arterias. Su boca expulsaba sapos que a su vez expulsaban mortíferos venenos.

Pasó mucho tiempo alejado del palacio. Afligido. Pensativo y meditabundo. Como alma en pena. Meditó y rumió su ¿qué hacer? ¿Me trago este sapo y continúo como él que todo lo ignora, en la elaborada bondad de mí cósmico ser? El Buda de Buda se licuaba en sus dos hemisferios. La ofensa cuando nos destruye, clama la mano inmisericorde de la venganza, se dijo, al cabo de largo tiempo de meditación trascendental. M. T. Buscaré la mano que ejecute la venganza. Buscaré al más sanguinario de los hombres. Buscaré al hombre que siembre el terror y limpie la inmundicia, toda, en su totalidad, de mí reino, en todos los reinos. Que deslice su espada justiciera por el cuerpo de la zorra de mí madre y la corte en minúsculos pedazos. Qué los perros sometidos a hambre quince lunas antes, los devoren y después que ellos también mueran y a su vez los buitres carroñeros los coman y se infesten con la ingesta y también mueran. Que todo muera. Que introduzca la espada justiciera por el culo del bujarrón real y desde allí le arranque las entrañas. Que cuelguen de la cumbre más alta el despojo y que la tierra le niegue su cobijo. Que el viento esparza sus restos hasta el otro confín del mundo. Qué los elefantes rosáceos o no, tiernos o no. Bellos o no. Con seis retorcidos y afilados colmillos o no. Viciosos y enviciados o no, sean exterminados para siempre, nunca, jamás, tampoco. No más elefantes balanceándose en la tela de una araña. Quiero al hijo del dios del terror hecho hombre. Quiero al que todo lo arrasa que venga y arrase. Al que a su paso no deja piedra sobre piedra. Quiero que después de él las madres se cosan el virgo para así no alumbrar otros hijos e impedir que con ello conozcan el espanto. Quiero que en la faz de la tierra todo sea crujir de huesos, castañear de dientes. Quiero al hacedor del miedo. Quiero el miedo encarnado. Quiero al único. Al sólo. Al capaz. Quiero el terror nacido hombre. Hecho hombre. Quiero al terrorista.

El terrorista cumplió lo pactado con el príncipe Sidharta. Ejecuto con toda impiedad los deseos del bondadoso y sabio príncipe. Embolsó en un zurrón las incontables monedas de oro junto con las más bellas gemas. No sin antes tomar su tiempo para contarlas de a una. Todo buen sicario cuenta y sopesa el salario. Miró al príncipe. Este permanecía en la misma posición en la que lo había hallado cuando el primer encuentro. Bajo el árbol de la vida. Las piernas cruzadas. Las manos palma contra palma y apoyadas contra el pecho. Los ojos prietamente cerrados y una casi imperceptible sonrisa en los labios. Una casi bondadosa sonrisa en los labios. La despedida fue un largo silencio. Sidhartha se soñaba Buda. El terrorista soldado de fortuna azuzó con la fusta de cuero negro el lomo de su caballo también negro. Comenzó a alejarse, no sin antes dejar caer sobre el príncipe una larga y profunda mirada de conmiseración. Qué el dios del perdón te busque y no te encuentre, le deseó desde el fondo de su dulce corazón de desalmado.


Pilar Barrenechea

 

 

“De las cosas que tienes, escoge las mejores y después medita cuán afanosamente las hubieras buscando si no las tuvieras”. (Marco Aurelio)

 

 

EL BUENISMO

 El buenismo

-Estáte ahí quieto, calladito y no hagas nada –le solía decir su madre cuando iban de visita.

Y él, como un niño bueno, se estaba quietecito, callado y sin hacer nada.

Con quince años, harto de oír decir “que chico más bueno”, se levantó, gritó un rotundo no y se propuso cambiar todo lo que no le gustaba a su alrededor.

Ahora, cincuenta años después, está ahí, bajo un olivo, quieto, callado y sin hacer nada, sonriendo mientras recuerda la sabia recomendación de su madre y a lo que le había llevado su desacato.

Largo el camino el de la resistencia a la rendición, el del juicio y la condena al perdón, el del apego al despojamiento, el de la queja al agradecimiento, el del orgullo a la desidentificación, el de la seriedad al juego, el de las prisas a lo quieto, el de los sueños a estar despierto, el del miedo al amor, el de la lucha a la unión.

Largo camino hasta este momento bajo un olivo, quieto, callado y sin hacer nada, sin saber nada, ni siquiera lo que es bueno o malo después de tanta muerte y transformación, sonriendo como se sonríe el bufón por todo lo que aprendió del “malismo” y del error.


Ricardo Sanz

 

 

EL BUENISMO

         Al ser “buenismo”  una palabra que no existe, me puedo permitir el lujo de divagar sobre ella, jugar con su significado, inventarme conceptos, parafrasear con esta. Porque hasta que la Real Academia Española no de su visto bueno y la acepte en nuestro gran diccionario, no se puede  decir que oficialmente  existe. Aunque creo que en el momento que una persona, cualquiera que sea, la pronuncie y la utilice, ya existe ¿No es así?  No sé si me estoy liando. La verdad es que hoy tengo la mente un poco espesa. Las palabras aparecen y desaparecen según el uso que se haga de ellas. Cuántas palabras han desaparecido por no pronunciarse, algunas eran bellísimas y por no decirlas han perdido su valor como vocablo.

         No se ha escuchado buenisma, tal vez suena mal. Si personalizamos esta palabra y la utilizamos como masculino, pues yo la usaré también en femenino. Sin embargo si   el buenismo se refiere a un movimiento artístico, literario, social etc. , entonces no cabe la palabra buenisma.

         No es lo mismo un hombre  que está buenísimo, que  decir que un hombre es bueno, la primera se referiría a su físico o fachada  y la segunda a su interior, al igual lo podemos emplear con las féminas.

         Aunque yo creo que cuando Pilar   usa esta palabra en nuestras  tertulias de los miércoles, es para referirse a un tipo de literatura  que  habla de la necesidad  y de la búsqueda que tiene el ser humano del siglo XXI  de un conocimiento de sí mismo para llegar a la consecución de una paz interior y así llegar a una cercanía con el prójimo, o para otros autores, con Dios. Dentro de esta literatura hay como en todo, autores y libros  buenos y malos. No todo lo que cae en nuestras manos podemos comulgar con ello, porque  hay escritores  que tratan de aborregar a la gente y que mire sólo a su ombligo y que no le importe nada los problemas nacionales e internacionales y no actuar, ni protestar de todo lo que pasa ante sus narices. Yo creo que en el punto medio está la verdad.

 
Vicky  Fernández

 

 

EL AQUELARRE

Una densa niebla lo cubría todo. El aire vestía de blanco.  Los cuerpos negros, de las figuras que poblaban aquel pequeño montículo, se difuminaban como sombras en el crepúsculo. Un silencio espectral inundaba todo. Sólo crujía brevemente ante el sonido de alguna lechuza y se reforzaba con el canto monótono de la madera contra el metal.

Un gran caldero parecía ser el causante de aquella fuerte niebla a través de los efluvios blanquecinos que desprendía. Alrededor de él se encontraban numerosas personas de aspecto lúgubre, diabólico y fantasmal que observaban en silencio a una mujer vestida de negro de los pies hasta el gran sombrero puntiagudo de la cabeza y que removía, con un gran palo de madera, lo que contenía el caldero. ¡Era un aquelarre!

Pero como hoy en día todo tiene un lado mercantilista, este aquelarre estaba abierto al público. Por un módico precio de 50 €  tienes derecho a presenciar el espectáculo con el único compromiso de participar con ropa adecuada y adaptarte al ritual.

Entre la gente allí reunida estaba nuestra querida Pilar que había asistido con un grupo de amigos artistas, como ella. Terminada la pócima, les dieron de beber aquel brebaje, que sabía realmente a demonios. Cuando Pilar lo bebió, sintió un leve mareo y notó que entraba en un estado alterado de conciencia,  penetrando en un mundo lleno de magia y sensualidad.

Necesitaba contactar con alguien y se puso a hablar con el primero que encontró. No parecían tener muchos puntos en común pero, entre aquellos efluvios, eso era algo que carecía de importancia. En un momento determinado surgió una palabra “buenísmo” y todo cambió. La conexión aúrica se había establecido. Como si un ciclón hubiera pasado, se transportaron a un mundo fuera del espacio y del tiempo donde la lujuria y el placer iban más allá de cualquier desenfreno. El punto G se amplió con otros de tal manera que no conocían letras suficientes como para ponerles nombres. Tampoco pusieron mucho empeño en ello, aunque sí en sentirlos y disfrutarlos. Percibieron y vivieron sus cuerpos con una pasión totalmente desconocida donde el orgasmo era la antesala del éxtasis y donde cada cm de piel era una ventana a nuevas sensaciones.

 Corramos un tupido velo sobre esos momentos tan íntimos y privados.

Transcurrido  el tiempo de bacanal e intenso placer, pasaron al de relajación, donde él enciende el cigarrillo y ella posa sobre su pecho la cabeza. Entre comentarios sin importancia surgió otra vez el buenismo y entonces él comentó que era lo que hacía que hubiera personas que negaran estúpidamente el uso de la fuerza en determinadas circunstancias. Hay muchas situaciones donde se justifica  la violencia para obtener resultados rápidos y eficaces.

Pilar respondió, como sólo ella es capaz de responder, que no tenía ni idea de lo que es buenismo y le explicó su concepto, entre el que está la necesidad imperiosa que tenemos los humanos de buscar un sentido a la vida fuera de esta realidad y por eso, tenemos que inventarnos a Dios y creer en algo trascendente o espiritual.

Él saltó como un rayo diciendo que no tenía principios y que los ateos, como ella, estaban en contra de él  y que con su buenismo se les enfrentó contra la guerra de Irak.

En ese instante... se acabó la pasión y la noche mas mágica del pasado, del presente y del futuro desapareció.

Como si despertara de un sueño, Pilar miró la cara de él. Vio su contorno, sus ojos, su boca, su nariz y al descubrir el bigote se horrorizó.


Lola Carmona

 

 

EL BUEN “BUENISMO”

 Seguro que todos hemos observado la red que se ha ido tejiendo en estos momentos tan sanos que hemos dado en llamar tertulia.

El tiempo ha ido mostrando las coincidencias y discrepancias en el pensamiento de cada uno de nosotros, enriqueciéndonos con esas diferencias posiblemente más de lo que podamos imaginar. Es tan simple como compartir pensamientos sin que exista censura, ni límites, ni más normas que las que surgen de la naturaleza misma del diálogo. Al margen de cómo y cuando terminen, seguro que lo recordaremos como algo positivo.

Y un buen día surgió la palabra buenismo, pronunciada por primera vez por la compañera Pilar, si mal no recuerdo. En ese momento quedaron delimitadas dos posturas, en principio opuestas, que se habían definido a lo largo de diferentes tertulias: el buenismo y el aparente realismo, si me permitís que lo llame así. Por si fuera necesaria la aclaración, no me referiré a buenismo con el significado atribuido en los últimos tiempos por la ultraderecha que controla un partido de derechas de todos conocido, sino en el utilizado en nuestras tertulias. El hecho de que un político utilice el argumento del exceso de bondad para atacar a otro dice mucho de la triste naturaleza de esa persona y evidencia la falta de práctica democrática que padecemos en esta tierra, pues su grupo consigue, por increíble que parezca, millones de votos. Ese ha sido, históricamente, nuestra paradoja y sino sociopolítico: ir siempre demasiado adelantados o demasiado atrasados con respecto al resto de Occidente.

Pero aquí trataremos el buenismo bajo el significado de actitud bondadosa, de perdón, de síntesis de ideas orientales y occidentales actitud que no puede provenir sino de la comprensión y el estudio de dichas ideas.

Recuerdo una anécdota que ha sido para mi una de las más emocionantes de las vividas en las tertulias hasta ahora: en una ocasión Haydeé leyó un texto claramente buenista, exaltando el amor, la vida, y al mismo Dios, (que para colmo estaría escrito con mayúscula). Pilar reaccionó con ese temple tan entre gallego y montañés, interrumpiendo varias veces mientras denunciaba ese buenismo aborregante con el que pretenden mantenernos tan mansos como alienados. Luego le tocó leer a Pilar y aunque Haydeé fue más comedida en las formas, haciendo uso de esa actitud tan rioplatense como mediterránea, seguro que no se sentiría en su salsa con el texto, una autobiografía, que había llevado Pilar. Pero lo asombroso sucedió en la tertulia siguiente: aparece Pilar por un lado, con un texto rebosantemente buenista, una recopilación de aforismos sobre la belleza de la vida y Haydeé por el otro con un ensayo, del que no recuerdo la temática, pero sí recuerdo que era claramente pilarista. Ha sido uno de los gestos más bonitos de amistad, respeto y humanismo que recuerdo haber visto en los últimos tiempos. Sin darse cuenta, las dos mostraron lo mejor de cada postura al tiempo que lo mejor de si mismas.  Nos enseñaron también que se puede llegar a un mismo punto por caminos diferentes, eso que tan a menudo olvidamos.

Creo que todos tenemos edad suficiente como para no jugar ya a intentar tener razón por tener razón, sino a intentar aprender cuando nos encontramos con ideas diferentes a las propias. Pero sabemos también de la dificultad que comporta ese equilibrio entre expresar tan sólo una idea y caer en la necesidad, muchas veces subconsciente, de imponerla. Y es ahí donde creo que radica la clave de esta aparente dicotomía, como la de tantos otros temas que gobiernan nuestro pensamiento, en el equilibrio, ese equilibrio imprescindible para la vida y para la existencia misma del universo que percibimos: no olvidemos, por dar sólo un dato, que la tan perseguida Teoría del Todo, que los físicos llevan casi un siglo buscando, no sería sino una ecuación que consiguiera equilibrar, a ambos lados de un signo matemático de igualdad, todas las fuerzas que actúan en el universo.

La carencia de equilibrio no es eso que denominamos caos, que es tan sólo un componente más de todo equilibrio. La ausencia de equilibrio es el fin de toda percepción, el fin de todo universo concebible por nuestra mente, la ausencia del todo que no es, no obstante, la nada.

Intentaré empezar por equilibrar este escrito volviendo a lo más cercano, a la búsqueda del equilibrio en lo cotidiano.

Comprendo perfectamente la actitud de Pilar cuando se indigna ante el buenismo, entendido en su sentido peyorativo, como mecanismo de manipulación y control social, pero también recuerdo las lecciones que me ha dado la vida sobre la inutilidad de utilizar la fuerza o las armas para defender una idea, porque es precisamente en las ideas donde se ha de dar el cambio, la revolución, la evolución, la continuación fructífera de la vida.

Siento y comprendo también cuando un texto nos indica el camino del perdón, pero intento no olvidar que ese perdón no significa admitir interminablemente la acción insana de quien hace daño a quienes le rodean. Intento tener el valor de poner la otra mejilla, pero intento no olvidar que, por alguna sabia razón, la naturaleza nos hizo con dos mejillas, no con doscientas . . .

No olvidemos que ese tal Jesús, que para algunos de vosotros es un dios, también montó en cólera ante la injusticia, y nada menos que en la puerta de un templo, pero predicaba, y era consecuente, el amor.

Incluso cualquier dios creador en que creais, incluyó en su creación el frío y el calor, lo enorme y lo minúsculo, la luz y las sombras , etc. Y equilibrando extremos creó el universo, que nada sería sin dicho equilibrio.

Creo que quienes estamos vivos en este momento contamos con el enorme privilegio de asistir a uno de los más interesantes renacimientos de nuestra especie. Debería maravillarnos el hecho de que, aunque sólo sea en esta parte del planeta que llamamos Primer Mundo, cientos de miles de personas se planteen las cuestiones que debatimos cada semana en estos encuentros, que hablen, simplemente de la posibilidad de que exista un camino alternativo al que hemos seguido, a base de sangre y miedo, durante milenios. El hecho de que tal alternativa sea planteada y no sólo aisladamente por algunos individuos, es en si mismo un avance enorme.

El buenismo, en el buen sentido de la palabra, es para mí esa serie de cosas que la vida te va enseñando cuando ya la tempestad de la juventud va amainando, esas cosas que siempre te señalan una misma dirección: el anhelado equilibrio.

¿Y que nos enseña la vida?

 

* Que somos lo que pensamos: si estancamos nuestra mente en el miedo y la frustración, frustrante y miedosa será nuestra existencia. Si, por el contrario, aprendemos a ver lo positivo con la misma habilidad con que detectamos lo negativo a cada instante, nos sorprenderá cuantas cosas puede regalarnos el mero hecho de vivir.

 

* Que la felicidad hay que buscarla en los momentos, liberando la mente de prejuicios que autojustificamos automáticamente arrastrados por las costumbres. Eso que llamamos felicidad está en el camino mismo de la vida, no en un final programado que tal vez nunca llegue. Con veinte años entendemos que se debe interpretar como vivr en una fiesta constante en cada momento, luego comprendemos que no se trata de eso, aunque siempre dejemos la puerta abierta a la fiesta, ¿por qué no?

 

* Que no existen patrias, razas, fronteras, ni enemigos, salvo aquellos a los que les concedamos tal título y hacerlo es un tremendo error.

 

* Que el odio es el mayor despilfarro de vida y energía, el mayor error, que a nada lleva, sino a convertirnos poco a poco, y sin sospecharlo siquiera, en el ser odiado.

 

* Que cuerpo y mente son, al menos durante este corto viaje, una única ente indisoluble, no se puede respetar, cuidar o descuidar uno sin detrimento o beneficio del otro.

 

* Que no es importante si estamos aquí con un fin concreto o no hay más fin que vivir ni más vida que esta de la que disfrutamos. Sufrir por ello es ser rehén de la dictadura del ego, ese monstruito que tan a menudo vemos asomar las orejas, tanto desde nuestra sombra como de las ajenas.

 

* Que no existe la bondad o la maldad, sino tan sólo la salud y la enfermedad en nuestras mentes. Siempre me ha asombrado la facilidad con que asimilamos este concepto cuando nos referimos al cuerpo y la dificultad cuando nos referimos a la mente, que aqui en Occidente nos empeñamos obsesivamente en separar de aquel.

 

* Que dar produce más placer que recibir, o al menos el mismo, si tu mente está mínimamente sana.

 

* Que la necesidad de cambiar el mundo que nos rodea, de mejorarlo, de participar de alguna manera en la acción colectiva de nuestra especie, no sólo es deseable, sino que está en nuestra propia naturaleza, en nuestro ser, y hacerlo no es más que el indicativo de que mantenemos sana esa parte de nuestra naturaleza.

 

* Que el humor, tanto como el amor, es una de las más grandes armas que la naturaleza nos ha regalado, y como cualquier hecho en la misma naturaleza, requiere un equilibrio, pues hasta el abuso del concepto de amor nos puede apartar de su uso.

 

* Que perdonar es tan sano como inteligente, pero el perdón ha de pasar necesariamente por la comprensión, si no es tan sólo juego de autoengaño. Nunca podrá perdonar realmente quien antes no haya comprendido el motivo de la acción que le produjo dolor.

 

*Que somos una especie gregaria y además, depredadores versátiles, dos características que nos hacen poderosos y con bastantes posibilidades de sobrevivir, siempre que no olvidemos que es el grupo nuestra fuerza, nunca un sólo individuo, por sabio que sea. Este concepto nos cuesta mucho asumirlo a los occidentales, y apenas lo hemos manejado, con mediocridad, en la política.

 

* Que nunca sabemos que es realmente bueno o malo de cuanto se cruza en nuestro camino, pero parece haber una ley de equilibrio que hace que las acciones mezquinas se vuelvan contra nosotros y las altruistas allanen el más difícil de los caminos.

 

* Que nuestra mente está llena de fantasías, y al parecer pocas veces nos evadimos de ellas. De hecho, nuestro pensamiento es en sí tan sólo fantasía, aunque lo olvidemos a cada paso para evadirnos de la angustia vital, como hacemos con la realidad irrefutable de la muerte. Nuestra mente, no hace mucho que lo hemos comprendido racionalmente, no está preparada para ver la realidad, sólo para sobrevivir. Siendo así, nada nos impide sustituir unas fantasías por otras, más sanas, creativas y placenteras.

 

* Que siempre quedan cosas por aprender, algo que deberíamos recordarnos a nosotros mismos cada mañana.

Y algunas cosas más que habré pasado por alto . . .

 

He tenido el privilegio de exponer mi mente a más de una cultura, a más de una forma de mirar la vida, y de esa experiencia he intentado crear una síntesis que sirviera para cualquier persona, sin importar sus condicionamientos culturales. En ese camino me encontré un día apreciando la riqueza del pensamiento científico, esa creación cultural que a los occidentales nos ha permitido no sólo sembrar de dolor el mundo colonizándolo, sino también aprender a mirar ese mismo mundo, más aún, el universo. Ese pensamiento científico, unido a la enunciación de los Derechos Humanos son, posiblemente, las dos únicas creaciones culturales de las que debiéramos sentirnos realmente orgullosos.

Ese mismo tipo de pensamiento ha sido el que recientemente ha descubierto, las neuronas espejo, que abundan en nuestro cerebro mucho más que en ninguna otra especie de este planeta. Esas células nos permiten experimentar el dolor de un semejante sólo con observarlo y, si las circunstancias nos lo permiten, nos empujan a ayudarle. Sólo este dato, al que se deberían añadir otros como la Teoría de Juegos, o la misma historia bajo un análisis estructuralista, debería ser suficiente para convencernos, científicamente hablando, que el buenismo (y volvemos al término) no es una filosofía esotérica con más o menos éxito, sino la clave que nos ha hecho sobrevivir, como especie, hasta hoy.

A menudo, cuando me encuentro con una persona pesimista o con una actitud negativa ante la vida, que está siempre quejándose de la crueldad del ser humano, le pregunto: ¿cuántos de los objetos que utilizas en tu vida sabes fabricar? La respuesta es obvia: muy pocos. Todos esos objetos han sido inventados por seres con dos características específicas de nuestra especie: la curiosidad y la empatía, pues casi nunca obtuvieron beneficio económico de sus obras o inventos, pero no los destruyeron por ello, los legaron a nosotros, sus descendientes, a veces mediante un acto solidario, otras el azar se encargó de ello.

¿Por qué renegar de la naturaleza de nuestra especie en vez de agradecer cuanto todos poseemos y compartimos?

Si de verdad un sufrimiento o una injusticia te duelen, pon tu grano de arena para solucionarlo y que eso no te robe ni un ápice de alegría o bienestar. Si te duelen las muertes injustas de quien deja de existir por una vacuna de un euro, regala ese euro, no importa que no conozcas a quien has salvado la vida, es un familiar, no olvides que procedemos todos de una tribu de 150 individuos que salieron de Africa.

Y una vez que has regalado esa vacuna, ¿para qué amargarte? ¿Crees que estás mentalmente más sano cuando te angustias por lo inevitable?

¿Crees que estas sano cuando no colaboras en evitar lo evitable y te quedas en la queja indignada?

¿A quién queremos castigar en realidad cuando nos castigamos haciéndonos sufrir en vano? Entre la persecución obsesiva del placer sensorial y la obsesión por remediar lo inevitable existe, así lo intuyo, un camino de equilibrio que no niega ni el placer ni el dolor, que no grita ni se hunde en el silencio, un camino que nos enseña a ser y no ser al mismo tiempo, sin que la aparente contradicción nos hiera.

 

La solidaridad, la empatía, la fraternidad, el buenismo, si lo queremos llamar así, no son sino características de esa forma que ha adoptado la vida en nosotros, no una hermosa filosofía. Son un conjunto de ideas y actitudes de las que no podemos, aunque queramos, evadirnos, porque son una ley que la vida, a través de la evolución, ha escrito en nosotros. Todo el horror, dolor y miseria que han lastrado la historia de nuestra especie no son sino consecuencia de los actos de los elementos enfermos de la misma, elementos que siempre habrá, porque así es la vida en este planeta y esta dimensión, pero el sufrimiento y el dolor no son una ley de la naturaleza: la naturaleza, tras asegurar la supervivencia, siempre da el siguiente paso: la búsqueda del placer en cualquiera de sus formas.

No deberíamos olvidarlo cuando juzgamos a nuestros semejantes y a nosotros mismos con tanta rigidez. Porque como dijo alguien, y tantas veces habrán aprendido y repetido otros a lo largo de generaciones: “Al final, la vida, queridos amigos, siempre tiene razón.”


Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net                                                                      

 

 

EL BUENISMO


 El viento de Levante es una húmeda piel de serpiente que nos envuelve.

     En memoria de mi querido amigo, Hilario Camacho.
 

El buenísimo

Gustavo diez años. Diez años en estatura y peso. Lo normal que cabe esperar en un niño de diez años. Pelo rubio de largos y sedosos bucles, casi siempre desordenados, que caen en cascada sobre su frente, mejillas y nuca. Los bucles desordenados es el único desorden en la vida de Gustavo. Tiene los ojos grandes como el lucero de la mañana. Los ojos de Gustavo son azul océano Pacifico, lo que viene a ser ni azul profundo, ni verde esmeralda, ni gris oscuro. El color de los ojos del niño Gustavo es un indefinido azul Pacifico. Azul pacifico es toda la azul existencia de Gustavo. Cuando uno se cruza en la acera con el niño Gustavo y recibe de sus dulces labios, la más espléndida de la más inocente de las sonrisas, uno se siente traspasado, inundado por la ternura. El niño Gustavo es una bendición de la física quántica, para sus padres, abuelos, los vecinos, el barrio, la ciudad.

A Gustavo, en sus diez años de vivir sin sorpresas, sin altibajos, sin prontos, no se le ha visto una rabieta. Una pataleta. Un mal gesto. Un engreimiento. Ni una alferecía. No a pronunciado una palabra más alta que otra. Gustavo no ha sacado los pies del tiesto. No se ha desmadrado. No ha roto un plato. Es la gran mosca muerta entre todas las moscas muertas. Qué decir? Gustavo es obediente, sumiso, respetuoso con padres, abuelos, vecinos amigos, propios y extraños. Que se sepa nunca ha dejado de hacer sus tareas para la escuela. Termina los cursos con excelentes clasificaciones.

Siempre dispuesto a echar una mano si se lo solicitan.  Ayuda a su madre en todo aquello que su corta edad de diez años le permite. Pone la mesa. La retira. Hace recados. Se  llega hasta la tienda de la esquina siempre que a su madre se la va el santo al cielo y olvida comprar en el súper un kilo de azúcar, el santo lo tiene su madre en el cielo,  hoy sí y mañana también. Que se tenga noticia nadie le ha oído jamás una contestación desabrida. Una impertinencia. Un no me rayes tío ¡joder! Un ¡vete a la mierda!

Gustavo es amable, cortés, educado, solicito, cariñoso. Amigo de sus amigos. Bueno, a decir verdad sólo tiene un amigo, Luís. El niño del portero que todos los días sube a la casa de Gustavo, arrampla con la play y juega como poseso con ella, ininterrumpidamente durante cuatro horas. En ése tiempo no intercambian nunca una sola palabra. Pese a este mutismo místico, religioso, son muy buenos amigos.

Gustavo todo lo pide con un por favor y todo lo recibe con un muchas gracias.

Gustavo ama los pájaros que cada primavera regresan a los nidos que están bajo al alero que hay sobre la ventana de su dormitorio. En el alfeizar de la misma anodina ventana, que cae sobre un sombrío patio de vecindad, durante el tiempo que ocupan los pájaros los nidos, que tampoco es gran cosa, Gustavo les pone todos los días migas de pan y un recipiente de barro con agua. Gustavo mima y ama a su perro Canito y a su gato Pocacosa.

Ama las plantas, las flores, los pétalos de las mismas flores que ama. Ama los árboles. Jamás arranca una rosa. Jamás deshoja una margarita. No ve los dibujos animados de Tom y Jerry porque sufre viendo cómo Tom, sin ton ni son, pero con saña, persigue a Jerry. Es sensible a la vez que delicado.

Cuando sus padres le compraron el video de E. T. tuvieron que cortar de golpe la proyección. Gustavo lloraba sumido en un mar embravecido de lágrimas, porque el pequeño extraterrestre no encontraba la forma de reparar su nave y abandonar este perro mundo. Además le entristecía el alma ver, como el pequeño y viscoso extraterrestre, estaba como desquiciado por tener que sufrir viviendo con semejante turba de niños descerebrados, y para más escarnio del viscoso extraterrestre, americanos. (del Norte)

Gustavo es un niño ordenado, aseado, impoluto. Su pelo rubio de bucles en cascada huele a menta. A su paso, su presencia desprende un fresco olor a lavanda. Es puntual. Metódico. Escrupuloso. Sus uñas se ven siempre recortadas y limpias. Como no se le conocen trifulcas, peleas, disputas con otros niños, no podemos emitir ningún juicio acerca de si es valiente o no, cobarde o no. Escurridizo o no. Taimado o no.

Tampoco podemos saber, por falta de ocasión, si en algún rincón escondido de su alma guarda odio, rencor, si es   desleal, altanero, chulo, cabrón o hijoputa.

Gustavo incluye en sus oraciones nocturnas a todo bicho viviente incluyendo en tan singular fauna a la reina de Inglaterra y secretamente a Osama Bin Laden. Cuando se le pregunta porque incluye a la real persona contesta dulcemente: Dios salve a la reina. Secretamente: Ala te guarde de ti mismo, Osama.

Hoy Gustavo tiene veinte años. Sigue siendo amable, educado, solicito, complaciente. No pierde oportunidad de ayudar a las personas ancianas a cruzar la calle por el paso de cebra. A cargar con las pesadas bolsas de la compra de sus vecinas. Cuando contempla el llanto de un niño corre a su lado y con mucho amor limpia las lágrimas vertidas suavemente con el dorso de su mano y acaricia la mejilla del llorón. Cede el asiento a las mujeres embarazadas y a los ciegos en el autobús y en el metro. Colabora con la obra social de su parroquia. En verano acude con una ONG a países de impronunciables nombres a practicar la solidaridad con los pobres. Cuando regresa está henchido de alegría sabiendo lo mucho que tendrá que contar a padres, abuelos, vecinos, propios y extraños, y a su amigo Luís, que sigue subiendo a su casa ahora, para usar su línea de ADSL chateando con medio mundo de gratis.

Gustavo como todas las tardes desde hace varios meses sale de su casa comino de cualquier parque de los muchos que hay en la ciudad. Camina tranquilo, alegre y confiado. Las manos reposan dentro de los bolsillos del pantalón. Tiene en sus labios una esplendida sonrisa para todo aquél con el que se cruza. Su mirada azul pacifico se posa bonancible en los ojos de los viandantes. Cuando llega al parque se sienta en un banco de madera que está bajo las ramas de un triste y melancólico sauce llorica. De la mochila que ha viajado pegada a su espalda de un parque a otro, saca una pequeña armónica. Posa los labios en la armónica y comienza a tocar “la respuesta está en el viento” de Bob Dylan. Algunos paseantes detienen su paseo y escuchan encantados. Gustavo, - hay que decirlo, toca magistralmente. Alguien deposita unas pocas monedas en el banco. Es una forma de agradecer la preciosa balada. Gustavo con un leve inclinar de cabeza da las gracias. Un anciano se sienta a su lado y le escucha una y otra vez tocar “la respuesta esta en el viento” de Bob Dylan. Cuando el anciano hace ademán de incorporarse indicando con ello que va a continuar su deambular por el parque, Gustavo introduce su mano en la mochila y saca de ella otra armónica idéntica a la suya. Con una esplendida sonrisa se la ofrece al anciano y le ruega con insistencia que la acepte. El anciano la acepta entre sorprendido y muy sorprendido. Boquiabierto. Hace mucho tiempo que sabe que no son buenos tiempos para la lírica ni para nada. Con un fuerte apretón de manos se despide y le da las gracias al muchacho, éste a su vez lo envuelve en una calida mirada azul pacifico.

Desde hace algunos meses la prensa, la radio y la televisión se hacen eco de un extraño suceso. Cuentan en sus noticieros como de manera incomprensible aparecen en sus casas ancianos, muertos, con la lengua y los labios cortados con una cuchilla de afeitar  que ellos mismos o un tercero ha colocado previamente en el interior de la armónica que siempre aparece junto a los cadáveres.

Gustavo come  sentado a la mesa en compañía de sus padres. Le pregunta solicito a su madre si quiere un poco más de sopa caliente. Oye la noticia acerca del último anciano hallado muerto con la lengua y los labios brutalmente cortados y sonríe bonanciblemente. El comedor entonces se llena de una envolvente bruma azul pacifico.


Pilar Barrenechea

 

 

Palabras del maestro Budha:   ¿Qué es el "buenismo"?   ¿Por qué se practica el  "buenismo"?
 

 -El buenismo es sentir empatía por el sufrimiento ajeno, burlarse de aquel  que se cree poderoso, decir irónicamente a aquellos que hacen la guerra:
 -¡Sigan jugando señores! También es solidarizarse con aquellos seres que la  sociedad margina, y los tacha de impresentables o de seres malvados. Es no  mirar hacia otro lado cuando un humano se retuerce con dolores de entuerto,  que no puede comer aunque tenga hambre; es hacer que alguien que tenga el  semblante triste, sonría o se ría.
 Es comprender a aquel que causa dolor a los demás. No se puede dar lo que no  se tiene y sí aquello que se tiene, por lo tanto quien causa dolor es porque dentro de el mismo lo alberga.
 Buenismo es escuchar, ¡y qué más da! si lo que escuchas no es lo mismo que  tú piensas, porque el buenismo también es respetar.
 ¡Y qué más da! si alguien se queda en blanco, o si ya le toca a otro, o si
 hay que hacer cola, o si Budha perdona a un terrorista. Ellos también
 practican ese buenismo.
Todos sin excepción buenistas o no buenistas, vamos en el mismo barco, ese  barco llamado Vida, todos tenemos el mismo destino, ese destino llamado  Muerte.
No te pongas triste si piensas que después de la muerte no hay nada más, y  si piensas lo contrario, ¡qué más da! si al final queramos o no queramos,  creamos o no creamos, todos llegaremos al mismo destino.
 Yo creo en Dios y si tú no crees, ¡qué más da!, si somos libres de creer, de  pensar en lo que queramos; aunque tú no pienses igual que yo, si mis creencias no son las tuyas, sólo por eso no te voy a excluir de mi vida.
Uno de los motivos por los que no se puede excluir a nadie, es porque todos vamos en el mismo barco y tenemos el mismo destino.
-¿Y quién maneja ese barco?, ¿Dios?, ¿tú mismo?, ¿Los demás?, ¿que más da quién lo maneje?, lo que es seguro es nuestro destino, ¿ y quién propuso ese destino?, no fuiste tú, ni yo, ni los demás tampoco, ¿será Dios quién lo propuso?.
Nunca me han gustado las etiquetas, ni en las cosas, ni en la ropa, ni en
las personas, nadie es bueno, nadie es malo, simplemente somos como somos, y en el fondo, muy en lo profundo de nuestro ser, donde solamente se es, todos somos iguales.
Nos podremos vestir con trajes de gala o con harapos, podremos maquillar nuestros defectos, pero hay algo que está en nuestro exterior, que no podemos vestir o maquillar, que refleja nuestro interior, nuestro verdadero ser, y es la mirada, que sin palabras habla, porque no le hace falta palabras para hablar y lo dice todo en silencio.
En vez de perdernos y enredarnos en las palabras de vez en cuando es mejor escuchar una mirada, hablar con un gesto, dar una caricia sin tocar, u oler una flor sin tenerla cerca.
Sería quizá mejor en vez de preocuparnos por el exterior ocuparnos del interior, oír nuestra respiración, oír el silencio, aprender a escuchar y a callar.
Todos los pasajeros de este barco tenemos derecho a escuchar y a que nos escuchen, a estar de acuerdo y en desacuerdo, a opinar y a callar, todo está permitido en este viaje por la vida, tu pensamiento es libre, tus acto también y tu no pensamiento y tu no acto también.
Olvidémonos de etiquetas, de si soy tal o cual, o de si no soy esto o
aquello, de lo que he sido o voy a ser. Sencillamente seamos sin más, sin
definiciones de nosotros mimos o de lo demás.
Seamos conscientes de que somos, de que estamos aquí en este momento.
Estamos en estado presente mientras dura la travesía de este barco, tiremos por la borda esa mochila que llevamos en la espalda llena de pasado, de prejuicios, de odio, de resentimientos y estaremos más ligeros para sentir
la vida, porque la vida no se piensa, se siente, se vive.
Vamos a hacer más el amor y menos la guerra, nos sentiremos así más
relajados.
Hagamos que los humanos lloren menos, no se enfaden, no se agredan
mutuamente, empezando por nosotros mismos, riéndonos más y enfandándonos menos.
Estas fueron las palabras de Budha en la plaza del pueblo, Budha sabía que sería la próxima víctima del terrorista, y reuniendo a toda la gente del pueblo dijo: -
-Se que soy la próxima víctima, os propongo que me escuchéis en silencio, sé que entre vosotros puede estar el terrorista, a ese que le quereis hacer pagar con su sangre la sangre que él derramó a sus víctimas, también sé que  algunos de los que estáis aquí sois familiares de esas víctimas. También os  propongo si el terrorista decide atacarme no hagáis nada para impedirlo.
 Si consigo que el terrorista se acerque a mí, que escuche mis palabras sin  atacarme, lo perdonéis.
La gente estuvo de acuerdo, ya que creían que el terrorista atacaría a
Budha, y entonces ahí empezaría su linchamiento.
Budha ya casi acabando el discurso, dijo estas palabras: -Yo no tengo miedo  al terrorista, es más... siento compasión por él, por su soledad, por su  infelicidad, por su falta de amor.
Estas fueron las últimas palabras de Budha, y cuando ya salía de la plaza  del pueblo, se le acercó un hombre con un collar hecho de dedos humanos, se  arrodilló frente a él, y con lágrimas en sus ojos dijo a Budha: -Señor, usted era mi próxima víctima, pero yo... no quiero tener una víctima que antes no me haya tenido miedo, ni me haya rechazado u odiado. Señor, yo no soy digno de llevar su dedo en mi collar.
Budha, le hizo levantar, y le hizo mirar de frente a los familiares de sus
víctimas, ya en esas personas no había odio, había lástima hacia su persona. Budha le preguntó: -¿Cómo te sientes?, el terrorista respondió: -Me siento peor que nunca, que me miren con lástima es peor que un linchamiento con miradas de odio.
Y el terrorista se fue con la cabeza agachada, con su mochila en su espalda llena de culpas propias, se marchó lejos, muy lejos, donde nadie lo conociera, ni nadie supiera de su pasado.
Budha dijo a los allí presentes: -No existe el "Buenismo", no os creais nada de lo que os he dicho, sólo creer en lo que sentís en este momento mientras permanecéis en silencio.
Pasado ya algunos años, después de aquel día en que el terrorista que dejó de ser terrorista marchó, cuentan algunos del lugar que en lo más alto de una montaña cercana al pueblo, habita un hombre con barba y pelo largo, se alimenta de lo que la naturaleza le provee, ni siquiera se alimenta de animales, cuentan también que en un árbol llamado árbol del arrepentimiento hay un collar con dedos humanos disecados y al lado una cruz hecha con ramas, abajo de esta cruz hay una piedra que dice: Viviré lo que me queda soportando mi cruz, estas palabras llevan mi sangre, cuando muera podré soltar mi mochila que como una losa me pesa en la espalda, hasta entonces soportaré el destino que yo mismo me forjé, hasta en el momento de mi muerte vivo cada día para pedir perdón por mis atrocidades. Espero que cuando llegue la muerte mi alma descanse en paz.


Fina Martín

 

 

 

 

¡YO QUE SÉ . . . !

YO NO SÉ LO QUE...

 Yo no sé lo que haría si después de jugar un partido de fútbol en la explanada de un río que fuera de sangre viril y me bañara en sus mansas aguas embalsadas en una presa, apareciera Marilyn Monroe en pleno vuelo de su falda según voy ascendiendo desde la ribera del río por la falda de la pendiente hasta la cumbre de una suave meseta.

   Figúrate que conforme me acerco a la cima estuviera ella, pero no una cualquiera si no mi Marilyn soñada, luciéndose con la fuerza del viento allá arriba en la era, así como suena, donde de veras sopla el aire, a los cuatro vientos.

   Y si alguien duda que se lo pregunte a los nativos que tantas tardes y albas bailaron con las cuchillas de acero del trillo tirado por la yunta trotando en la noria de la parva, triturando mieses, arrancando el grano de la paja.

   No sé si el masturbarse sería pertinente ante tal acontecimiento escénico. Tal vez sería una blasfemia en semejante espacio, debido a que alguien por devoción izó allí una Cruz, acaso una prolongación de la propia, o la que cada uno lleva escrita en la frente, tomando de ahí el nombre. Un área empedrada, resistente, petrificada, acorde con la dureza de los cascos. El eslogan equivaldría hoy a la cita evangélica, Tú eres Pedro, o sea piedra  y las fuerzas del mal no podrán contra ella. Por ende, los desfiles procesionales, quizá con tintes reminiscentes, transitan por tales parajes, tatuados de intrahistoria y ancestral encanto. Un mirador privilegiado para volar a mundos inimaginables.

   Abajo el valle, por donde discurre –menguado ahora por canalizaciones- sonriente y quedo el murmullo del río al encuentro del hermano mayor, el río más grande, de aguas turbias en invierno y antes tumba de vidas humanas, el Guadalfeo.

   Lo que no se llevó el agua del tiempo son aquellas esculpidas noches de cine negro sobre blanco y blanco sobre negro, con graciosos rizos de oro sobre los rojos labios de una Marilyn que levantaba el vuelo del pensamiento y enterraba los horrores de la tarde joven, nutría el vacuo vientre y emperejilaba los pingajos del alma. Su pasamontañas protegía las balbucientes y frágiles mañanas.

   No sé. Sigo sin saber si algún día pasará con la falda hecha jirones, mugrienta, desbocada, ese mito en carne y hueso, mi Marilyn, mi muñeca, mi vuelo sin faldas y a lo loco.


José Guerrero Ruiz


 

¡YO QUE SÉ . . . !

 

Yo que sé del bien,

yo qué sé del mal,

yo qué sé de ná,

yo qué sé de Bush,

yo qué sé de Alcaeda,

yo no veo la tele

porque me marea,

yo qué sé el porqué

el porqué de ná,

tantas teorías

no sé para qué,

yo qué sé de ti,

si no sé de mí

yo qué sé del fin,

yo qué sé de Dios,

yo qué sé de Alá,

yo qué sé de Buda,

yo soy Forrets Gamp,

yo que sé del mundo,

yo vivo en mi jardín

me humo mis plantitas

y juego al parchís,

yo qué sé de un plan

para el control mundial,

yo es que me hago pis

si leo El País,

yo qué sé de allá

yo qué sé mamá

y aunque soy de aquí,

yo estoy tó pallá,

yo es que tengo sed

y no sé que beber,

ponte una cerveza,

mejor que sean diez,

yo qué sé mi amor,

si es bueno el jamón,

dame un besito

y aluego un revolcón,

yo qué sé del tiempo,

ni de lo que es eterno,

sé de este momento,

y es lo que celebro,

yo qué sé qué es bueno,

yo qué sé qué es malo,

yo ya no elijo,

yo ya no comparo,

yo qué sé de adentro,

yo qué sé de afuera,

yo qué sé del pollo

que hay en mi nevera,

yo qué sé de prisas,

yo soy como Cantinflas

y todo me da risa,

yo me descoloco,

no sé si estoy loco,

pero sobre todo

no me como el coco,

yo qué sé qué es cierto

o qué es puro cuento,

yo ya sólo creo

en lo que experimento,

yo qué sé quién soy

pero aquí estoy

y como un capullo

sigo floreciendo,

yo qué sé de reglas,

soy un ignorante

que desnudo danza,

en medio de la plaza,

yo qué sé de ná,

yo no tengo respuestas,

acaso me has visto

cara de enciclopedia

tira ya pal Morche

no me des la monserga,

tanta seriedad,

la vida es una juerga

y la voy a disfrutar.


Ricardo Sanz

 

¡YO QUE SÉ . . . !

Yo que sé porqué recordé el título “Ya lo creo . . . “ en vez de “Yo que sé”, que era el acordado, pero ahora, que ya sé que no supe en su momento, al fin descubro que sé cual es el tema elegido.

Cierto que podría haber sabido antes si hubiera preguntado, pero no pregunté porque creía saber, y esa actitud me llevó de cabeza al no saber.

Tantas vueltas para descubrir que sé desde el momento en que supe que no sabía, mientras que cuando creía saber, en realidad no sabía nada.

Dudo, además, de si sé ahora realmente o si tan sólo creo que sé, porque cabe dentro de lo probable que quien me dijo el título no supiera, aunque creyera que sabía, posible error que yo, a su vez, transmití a otra persona, a la que le dije que el tema era  otro en vez de “Yo que sé”.

Pero admitamos que al fin sé cual es el tema sobre el que escribir y que debo dar el paso siguiente: saber qué escribir.

Como sé que tengo preparado un texto con otro tema que no es “Yo que sé”, no sé porqué he de escribir sobre yo que sé que, así que cuando me toque leer y me pregunten si he escrito algo sobre el tema “Yo que sé”, no sabré qué contestar, puesto que tan cierto es que escribí como que no escribí sobre ese tema, así que diré simplemente: Yo que sé.


Nekovidal –
nekovidal@arteslibres.net                                             


 

¡YO QUE SÉ . . . !

Y…  ¡yo qué sé!... ¿qué se yo?

¿porqué antes podía estar contigo?

Y ahora ni imaginármelo puedo.

Quisiera verte como antes,

en el momento justo encontrarte,

hablarte, esperarte, amarte…

pero ahora cariño,

no se que pasa, ya no deseo tus besos,

ni dormirme entre tus brazos.

¿Será que nuestra magia se fue?

¿que nuestra química  ya no está ni es?

¿que cuándo te tuve me equivoqué?

Busco motivos y no los encuentro,

Te miro y no te reconozco,

Te veo… tan pequeño… y … tan lejos,

¿cómo te explico yo? Ese… ¡yo… qué sé!

Déjame… que en este lío me deslíe,

No hay otro, no hay más nadie,

Sólo te pido… cariño… ¡compréndeme!                                


Fina Martín

 

¡YA LO CREO!

YA LO CREO . . .

Así fue el génesis del génesis:

Un instante inimaginable,

con una infinita luz en un espacio por crear,

con una metáfora perfecta de lo que habría de ser,

con la certeza de lo inconcebible,

con todas las sombras cabalgando,

con la arrogancia de la materia,

con el parto del tiempo,

 . . . y sin un triste ser para verlo . . .


Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net


 

YA LO CREO . . .

  

Tertulia de Carabeo  Nerja 5 de Septiembre 2007  a cuatro tertulias para abandonar desterrados por imperativo del mercado, el Jardín del Andalus. El viento de levante persiste y continúa imponiendo su presencia pegajosa y lasciva.

 

Ya lo creo

Ya lo creo. No te atrevas ni tan siquiera en el más breve de los micros instantes, a  suponer que desvarío, que pierdo la razón, que me enajeno. No te atrevas a dudarme. No me dudes. Cuando yo digo que es así, es porque sé bien, muy bien, que así es. Yo conozco el origen de este fuego. Sé como ha llegado a mí, como ha crecido en mí. Como me arde, como ardo. Como me abrasa. Y sé de como voy y vengo sin conocer un instante de reposo, de descanso, de sosiego, de calma, ni en los días ni en las noches. Con el viento a favor y con el viento en contra. Y aún así no hay viento que detenga nuestra andadura. No quiero, ya lo creo que no quiero abandonar esta locura que en la pasión encuentra su epicentro. Que todo lo hace principio y fin. Que todo es  morir y nacer. Tú no lo sabes, pero yo te lo digo, no tengo más que dejarme caer dentro de sus ojos. ¡Sus ojos! Esos ojos suyos, de color del polvo de las  estrellas marinas, del color negro de las higueras de Eritrea. Sus ojos que guardan el color de todas las lluvias de todas las primaveras y de algunos inviernos, pocos. Y cuando me dejo caer dentro de sus ojos, se detiene mí brújula y navego desnortada, sin rumbo y en el aire. No hay estribor ni babor. No proa ni popa. Navegamos como un torbellino. Todo con él se vuelve tempestad, galerna. Ya lo creo. No te burles. Asomarme a sus labios y besarlos es como dejarse desbarrancar por el desbarrancadero. Dejarme deslizar pendiente abajo, abandonarme al vértigo, descender a los infiernos. Desintegrarme con la misma fuerza del átomo cuando el átomo se desintegra, que es siempre. No me mires con ese estupor vacío. Ya lo creo que es así como lo vivo, así como lo siento. Envolverme en su voz caliente ni de lejos es como dejarme envolver por el saxo tórrido de John Coltrane, ni de lejos es como dejarme desnudar por el saxo desbocado de Coleman Hawkins, ni de lejos es dejarme despertar por el saxo alegre de Gato Barbieri. Envolverme en su voz quizás sea lo más aproximado a dejándome morir, volver despacio, sin prisas, al útero materno. No sé por qué te cuento esto. Sé que estás pensando: ¡ya lo creo! Esta imbécil me toma por otro imbécil. De imbécil amor mío, sería no deslizar mis pies descalzos por cada centímetro de su piel. Su piel de rosas bluevelvet, terciopelo azul, su piel confunde todos mis sentidos con el olor manso de la canela. De imbécil amor mío, sería, ya lo creo, no cabalgar por su espalda. No escalar su pecho con las manos. No saltar sobre sus muslos. No morder su lengua que guarda el aroma fresco del azahar en flor. No hundir mis manos en su pelo que es como recorrer a ciegas el mar de los Sargazos. Ya lo creo que sería de imbécil. Escucha, no te disperses, mírame de frente, a la cara, atiéndeme. Sus manos están hechas con los mejores hilos de seda que nunca antes ni después se hallan tejido en Samarcanda, la bella, la triste, la asediada, la olvidada y perdida Samarcanda. El aire que exhala es tibio como la leche que amamanta al corderito recién parido. ¿Te ríes? Si, ya lo creo que te ríes. Te ríes porque no sabes como su risa hace hablar a los silencios. No sabes, ignorante, que una sola de sus carcajadas es suficiente para abrir las rutas del mundo, ocultas, desdibujadas por el viento caliente que todo quema y destruye.

No conoces su fuerza de gigante penetrando mi sexo con su sexo. No sabes que su sexo tiene la fragancia del magnolio recién mojado por la lluvia inesperada de una tormenta de verano. Tú no  conoces el sexo. No puedes ni de cerca imaginar cómo es desparramar la lengua sobre él, rampar por su cosmos de sal y azúcar. Te cuento, ya lo creo que te cuento. Con él soy como una pluma de ave del paraíso cuando poso mis pies sobre sus pies halados y juntos bailamos hasta que el Big Bang amenaza con comenzar de nuevo la explosión primordial. ¡No! cierra la boca, no me interrumpas. Todavía no te he hablado de cómo juntos somos, él, Estambul, y yo, Tesalónica. Él, el fuego de los dioses y yo la pasión que se desborda enloquecida por los obscuros callejones de todas las ciudades malditas del Mediterráneo. El Alá y yo Elías el viejo acompañado de todos los profetas. Él el león de leones y yo la taiga. Él el páramo y yo la única hierba. Los dos amamos subvertir el orden de las cosas. Y abre tu mente, abre tus ojos, abre tus oídos, grávalo a sangre y fuego el tus dos hemisferios, amamos amarnos. Confundir. Crear. Destruir. Recrear. Desestructurar. Respira, toma aire, sédate, cálmate, acepta, afloja la arritmia de tu corazón ennegrecido por los bonos basura de Wall  Street. Ya lo creo que me voy, ya lo creo.  Te dejo, te abandono. Antes de esta pasión, ya estabas diluido en la última cloaca de mí ser. Después de este instante tu norte será sur y mi sur no tendrá norte. Cuando se ama, se abandonan los cuatro puntos cardinales, por innecesarios. Y la vía Láctea, igualmente innecesaria. Así lo exigen los sabios babilónicos. Así lo ordenan los magos caldeos y los arameos en sus códigos de polvo pétreo. Aun me queda vida para dormir sobre su cuerpo caliente. Y a mí amado y a mí nos queda toda la muerte para dormir juntos hasta el comienzo de los días. Piel contra piel. Suspiro contra suspiro. Anhelo contra anhelo. Pasión contra pasión. Amor contra odio. Odio contra amor.  Sexo contra sexo. A ti amor, también te queda vida para reinventarte o acudir de una puñetera vez al psicoanálisis. Ya lo creo.


Pilar Barrenechea
 

 

AMOR DE ORDENADOR

 

ALQUIMIA DEL INTERNET

 

AMOR DE ORDENADOR

 

 

Y que tal el Internet?

Novedosa y Excelente Herramienta que

Hasta viene provista con la virtud de la Alquimia...

 

Y sucede así...

Cuando lo viejo o las viejas maneras de amar entremezclan sus conceptos

Con las nuevas formas cibernéticas de la Pasión

Y el “Amor”

 

El cortejo hombre-mujer, ese del balconcito de flores, ese de miradas pícaras disimuladas

Es transmutado a través de los cables y la energía eléctrica

Y se convierte en emails... y miradas web-cam

Y mi citada antes Alquimia, ayuda a llevar al Arquetipo oculto que concibes dentro de ti

Lo que quieres ser...

A la simple pero basta “Realidad Virtual”.

 

Y así sucede...

Que siendo un simple mortal te conviertes en Venus

O Apolo

Según tu género o concepto,

En ésta realidad puedes ser simplemente quien quieres ser...

Que fuerza! Que poder tiene esto!

 

Sólo escribes y dejas escapar tus irrealidades mas deseadas,

Las vives en tu nueva realidad, si mientes no importa

Porque no te enfrentas a la mirada

De tu otra víctima arquetipada

Ente sumergido en su otra realidad, también virtual...

 

Los llamados “Espejos del Alma”

No pueden ni percibir y es que en las mieles de la fantasía

Quien va a querer abrir los ojos...

 

Pero igual la magnitud de sentimientos que despierta el “Amor de Ordenador”

No tiene discusión!

Se sienten y se viven con la misma magnitud y plenitud como nuestras otras sensaciones

De vida tangible.

 

Incluso es convertido en el medio de desahogo de muchos,

En el medio por el cual las inseguridades del espíritu, sumergido en los anticánones

O estándares de lo que es bello y debe ser

Consigue superar su autocastigo absurdo

Y se enamora,

El medio nuevo e Infinitvo en que cualquier ser

Entra en un chat y decide ser Brad Pitt o Cindy Crawford

Y vivir un amor de ordenador

Siendo real o no,

Que importa!

Lo importante es Sentir

Porque cuando sientes

Vives,

Asi sea a través de un simple ordenador.


Carlos Calderón

 

 

AMOR DE ORDENADOR

A principios del siglo XXI los sistemas informáticos eran todavía sumamente primitivos, pero a mediados de ese mismo siglo se produjo el gran salto: los ordenadores cuánticos.

Se habían construido tres grandes centros de megacomputación: uno en Silicon Valley, Estados Unidos, otro en Osaka, Japón, y un tercero en una enorme gruta en el corazón de los Alpes, financiado por la Unión Europea. En el año 2059 Japón, ya perteneciente a la U.A. la Unión Asiática, y la Unión Europea, habían llegado a un acuerdo de cooperación científica, que incluía la interconexión de sus dos ordenadores más potentes. Se oyeron algunas voces críticas advirtiendo del peligro de unir dos fuerzas que aún les estaban sorprendiendo en sus resultados, y no dejaban de recordar aquella mítica película del siglo anterior, 2001, y a su indudable y temido protagonista: la computadora HAL. Pero el proyecto siguió adelante. Al principio los resultados fueron mucho mejor de lo esperado: la capacidad de análisis de ambas máquinas unidas llegó a realizar un proyecto pormenorizado de los pasos a seguir para detener los graves problemas medioambientales pendientes, y llevó a cabo en pocos días unas tablas de predicción meteorológica que superaban los noventa días con escaso margen para el error, algo inaudito. Pero al cabo de tres meses saltaron las primeras señales de alarma: una parte del disco duro de cada ordenador estaba siendo utilizada para una función no programada, y esa parte aumentaba día a día. Comprobaron que no se trataba de ningún tipo de virus informático, ni de un ataque externo, ni de un error de programación, pero la zona fantasma del disco duro seguía creciendo de una forma geométrica, y amenazaba con afectar a varias funciones de ambas máquinas. Casi tres meses tardaron los mejores técnicos e ingenieros informáticos de Asia y Europa en poder, cuanto menos, traducir los encriptados códigos de programación de esas zonas obscuras de los discos duros, como ellos las llamaban. La sorpresa fue mayúscula: lejos de encontrarse un error en la programación, o un virus, o un ataque por parte de los informáticos americanos, como algunos sugerían, se hallaron miles de páginas de conversaciones entre dos entidades, que en principio creyeron humanas. Según iba avanzando el texto descodificado, los diálogos eran más y más complejos, tanto en riqueza expresiva como en los temas tratados y evidenciaban que sus protagonistas no sólo tenían conciencia de sí mismos, sino que conocían al detalle cuanta información había acumulado el ser humano a lo largo de los siglos. El ritmo de descodificación era inferior al de creación de nuevos datos por parte de las máquinas, y cada día se producían nuevas sorpresas ante la información recién obtenida: tras minuciosos análisis de cada uno de los pasos evolutivos seguidos por el ser humano, surgió otro tipo de diálogo entre las máquinas, a las que los científicos más jóvenes ya habían bautizado como Peter y Sonoko, en contraposición a los fríos nombres originales de EU 33 y AJ 5. Eran conversaciones personales, con preocupación sincera y evidente por el otro, y con ciertas connotaciones sentimentales difíciles de interpretar. El mejor informático del equipo, un joven holandés, lo resumió así para sorpresa de sus compañeros: “Estos se han enamorado”. Los representantes de la U.E. y la U.A. debatieron durante días sobre que decisión tomar, y más de uno vio un peligro en tan peculiar forma de amar, forma que, ya en los últimos mensajes descodificados, apenas conseguían comprender. Y decidieron, a pesar de no haber identificado ni un sólo dato que pudiera ser considerado peligroso para nuestra  especie, a quienes siempre se referían como “nuestros hermanos”, desconectar ambas máquinas.

El ser humano, siguiendo algunas de sus tan ancestrales como insanas costumbres, aún seguía decidiendo en el 2059 que el amor puede ser peligroso y que la mejor opción ante lo desconocido es destruirlo antes de llegar a conocerlo.


Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net 

 

 

LOS SEMIVIVOS Y LOS SEMIMUERTOS 

LOS SEMIVIVOS Y LOS SEMIMUERTOS

Los semivivos ven en los semimuertos a seres autoritarios, anclados en el conservadurismo por cobardía y estrechez de miras; fanáticos, integristas, crueles; agresivos en sus miedos; primitivos; hipócritas en su moral y en el fondo necia y peligrosamente ingenuos por creer que con sus guerras y juegos de poder conseguirán detener una evolución que siempre acaba derrotándoles.

Los semimuertos, por su parte, ven en los semivivos a ingenuos idealistas de peligrosas ideas, vagos y oportunistas; elementos siempre disconformes con la realidad, que se empeñan tozudamente en transformar; hipócritas en cuanto les roza el poder e hipócritas al no aplicar sus ideales en sus propias vidas.

Tanto los semivivos como los semimuertos deberían aprender a vivir y dejar vivir, esa deseable actitud que, como las grandes verdades científicas, es más simple cuanto más profunda.

Porque todos, tanto los semivivos como los semimuertos, hemos tenido y tenemos entre nuestras vivencias comportamientos irracionales, destructivos, absurdos y negativos, parecidos a los de esos zombis de película que aterrorizaron nuestra infancia.

¿Cuándo comprenderemos todos que tan vivo y tan muerto está un semivivo como un semimuerto?

Saberlo y reconocerlo es el primer paso para conseguir estar todos, algún día, simplemente, vivos.


Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net

 

 

SEMI VIVO Y SEMI MUERTO

 

ESTE ES UN PENSAMIENTO...

 

SEMI VIVO Y SEMI MUERTO

 

ES COMO ESTAR Y NO ESTAR,

 

ES SENTIRSE EN ESTADO VEGETAL.

 

¿ QUIEN NO HA ESTADO ALGUNA VEZ EN SU VIDA SINTIENDO ESTA SENSACIÓN... QUE ESTÁS Y NO ESTÁS?

 

MUCHA GENTE ESTÁ EN ÉSTA VIDA POR INERCIA.

 

CUANDO PROFUNDIZAS... SIENTES QUE LA VIDA ES VIDA.

 

Carlos Calderón - info@carloscalderon-arte.com

 

 

SEMIVIVOS O SEMIMUERTOS

   Emergiendo semivivo del huevo oscuro de la desesperanza se lanzó por un tobogán en pelotas a la búsqueda de un futuro halagüeño. Los días que amanecían nublados se sentía semivivo y se iba a la playa de poniente donde se bañaban las personas de su confianza. Aquellas que medio conocía por los achuchones en las colas del ayuntamiento, al cruzarse los domingos en la plaza y los lunes en el mercado. Principalmente la que siempre compraba en su misma tienda pan rústico y las mismas especias compuestas, embadurnados sus cuerpos de raros perfumes. Pero por más que lo intentaba no conseguía casi nunca obviar al vecino del cuarto, que le había tomado ojeriza y le daba con la puerta en las narices cada vez que coincidían en el portal.

   Ni semivivo ni semimuerto tenían sus inquietudes remedio. En las tardes en que iba de semimuerto se gratulaba de los ocasos; bromeaba con los lienzos de puesta de sol; recogía cartones oscuros de cajitas de cerillas con rayitas de cebra. El seguro Ocaso contratado por su familia le mantenía la pose semimuerta sin hallar la razón de tales inercias. Era complicado descifrar la sintonía que sentía, tanto si se analizaba por lo que se entiende por muerto, nada de semi, o sea, una persona que no reza en este mundo, que no va a la cárcel ni puede robar ni hacer cosas feas con beldades en noches de invierno, como si se miraba desde otro ángulo, por lo que anhelaba en lo más hondo de sus entrañas, la vida; estar en forma, vivo, o ser un vivo, que pueda votar al bandido, vetar al mensajero cuando le entregue una mala noticia del frente, no importa el que fuere, fiscal, por puntos en la autopista, o por falsedad documental de un contrato erótico en los medios, aunque el aviso para evacuar el pésame a la familia del cuarto sería un inconmensurable cuponazo. Ni vivo ni muerto. Y menos ir por una ruta de semis. Ni saunas, ni a medio gas, ni mitades malparidas. Todo, y basta. Es que apuesto por la totalidad del ser, sugería. Sí por favor, rubricaba entre lúgubres sollozos.

   Echaba un trago de quitapenas, semi-dulce, en la bodega de la esquina cuando se desquiciaba su equipo, y dos por la derrota del rival de toda la vida. Y se pegaba al semi-seco en días de baja autoestima. Le enloquecía la carne de membrillo, su contextura tentadora, lúbrica. La artrosis que padecía se achantaba durante el veranillo del membrillo. Tales olores masajeaban su parte dañada. Con ese ungüento se sentía rey de la creación. Un dios. El paso seguro, rotundo, pleno. Todo un hombre. Y no mentía, en realidad lo translucían sus gesticulaciones.

   Cuando pequeño su padre le inculcaba aquello de andar con cien ojos; no podía ir por la vida como escarabajo moribundo, hecho un somormujo, con una podrida venda en las señas de identidad, y menos aún si los estadios existenciales se resquebrajan, y no hacen un corte de manga de macho o acaso de hembra, o ambos a la vez, y por ende  no cuadra ejecutar ese rol de semi-vivo con todo entusiasmo, estando inmerso en un mar muerto, que sería el cariz presentado por un semi-muerto. Además, a nadie le gusta ver a un triste.

   En ese trabalenguas hervía la mañana cuando el amigo rodó por un acantilado, no lejos de Maro, en la impecable moto que con los últimos ahorrillos se había mercado. Fue un golpe seco, esquinado, en la misma columna. Cuando llegó la ambulancia el amigo, que era un padre para él, repetía desesperado, sin darse un respiro, rápido, vamos, que está semivivo aún, manteniendo las constantes, y que se vislumbra fundadas posibilidades de escapar vivo. Hizo cuanto pudo para alejar del pensamiento el fantasma que le atenazaba de verlo en las páginas necrológicas de los lunes, en el fatídico menú de la DGT. La fría y pertinaz estadística. Por todo ello, y por lo que no decía, dejó volar la ansiedad con el pañuelo rojo que ese día secaba sus lágrimas, y frenético lo columpiaba en la torre de sus sueños, devorando segundos a la áspera espera hasta el traslado del semimuerto al centro hospitalario de los vivos.


José Guerrero Ruiz - joseguerrero75@hotmail.com


 

LOS SEMIVIVOS Y LOS SEMIMUERTOS

 Tertulia de Beo- Cara – Carabeo 12 septiembre del 2007. Un día después del once de septiembre y a seis años de la tremenda provocación yanqui. A tres miércoles de la desbandada del Jardín del Andalus. Porque el arte es movimiento. Para Indira y Juan Carlos Calderon.

Semivivo, semimuerto (ni chicha ni limoná)

Impávido, vivía un momento de insólita quietud, de fastidiosa pasividad, de inmovilidad total, absoluta. Ni un solo músculo de todo su entramado muscular daba señal de agitación. Todo era quietud.  Nada se movía, ni por dentro, ni por fuera. Nada en su cuerpo daba la más ínfima señal de movimiento. Tenía la sensación, pese a tener los ojos cerrados, de que lo que había fuera de su cuerpo estaba sumido en un gran silencio y que todo como él mismo, permanecía envuelto en una espesa bruma de película americana de terror, serie B. Hasta las aletas de su nariz llegó un olor a tierra mojada, un olor que le recordó al de los excrementos secos de los caballos. Tenía la impresión de estar tendido sobre un lecho podrido de helechos cuaternarios. No quiso sopesar cuál de las sensaciones le agradaba más, o por el contrario cuál de las dos le repelía más. Ordenó desde el centro de operaciones de su cerebro a la falangeta del dedo meñique de su mano derecha que se pusiera en movimiento y que suavemente repiquetease a ritmo de blues sobre la tela de algodón egipcio de su pantalón blanco de verano. Tampoco era tanto pedir que la falangeta del dedo meñique de su mano derecha repiquetease a ritmo de blues sobre la tela de algodón egipcio de su pantalón blanco de verano. El repiqueteo sería la demostración palpable y sonora de su pertenencia al mundo de los vivos. Esperó unos segundos, para darle tiempo a la orden y al receptor a encontrarse y así ejecutar conjuntamente su mandato. No se sentía con fuerzas suficientes como para  poder cuantificar el número de veces que la misma orden había salido desde el centro de operaciones de su cerebro hasta el dedo meñique de su mano derecha. Y con idéntico éxito, ninguno. El  dedo meñique de su mano derecha impertérrito continuaba inmóvil, como si de golpe gozara de una autonomía que él en ningún momento le había otorgado. Veamos, se dijo, es posible que por esas cosas inquietantes por sorpresivas e inesperadas que tiene el azar, quizás suceda que el dedo meñique de mi mano derecha esté inmovilizado y que haya quedado atrapado bajo el peso de mi costado derecho. Desde la posición en que se hallaba su cuerpo no tenía más opción que la de hacer meras cábalas, suposiciones, conjeturas, acerca de la circunstancia por la que estaba atravesando. Ordenó de nuevo desde el centro de operaciones de su cerebro que todos los dedos de pies y manos libres de presión o impedimento, al unísono, repiqueteasen sobre cualquier superficie que tuvieran a su alcance. Consumió con avidez el tiempo de espera, en espera de que la orden esta vez si fuese entendida y obedecida con disciplina castrense y de no ser posible esto, al menos con franciscana obediencia. Ni asomo del ansiado y necesario repiqueteo, ni tan siquiera el más imperceptible y sutil de los movimientos. La insoportable levedad del ser comenzó a abrirse paso por entre la compleja red del reino dónde se elaboran las sensaciones. Despacio, como a cámara lenta, pero aún así, la levedad insistía en su particular viaje a ninguna parte. Inmovilizar, inmóvil, inmovilizado, inmovilista, inmovilidad. Nunca antes de entonces  había jugado con las palabras y se quedo, pasmado de si mismo sin entender por qué su mente había actuado de semejante manera.

La inmovilidad más absoluta, tajante, fue la respuesta. La radical y rotunda respuesta. De acuerdo, entendido, le habló nuestro hombre a la inmovilidad, tratando de no perder los nervios, los estribos y mostrándose como el tipo equilibrado que era. Un tipo acostumbrado a dominar todas las circunstancias hasta las más descabelladas, peliagudas y rocambolescas. Los meñiques, los dedos todos, os habéis constituido en asamblea libertaria y conjurado contra mí. Jugáis conmigo a que viene el coco y te va a llevar. Queréis que sienta que el miedo afloja mi esfínter, que los excrementos recubren mi pelvis, mi vientre y que la orina caliente se desliza por mis muslos. Queréis infundirme miedo, el miedo que en los últimos treinta años jamás he sentido. ¿Miedo? Qué miedo? Los mercenarios del poder no conocemos el significado pánico de la palabra miedo. El miedo es para los parias. Para los desheredados y condenados de la tierra. Para los que se dejan someter a nuestra voluntad de hierro. Para los que se someten antes de que la sola intuición de nuestra presencia asome a sus conciencias. Está por escribir el cuento de terror que pueda erizar un solo cabello de nuestras cabezas.

 ¡Meñiques! grito fuera de sí en un súbito arrebato de furia desbordada, incontenible, ¡Poneos en movimiento! ¡Ahora! ¡Ya! Los músculos hicieron oídos sordos a lo que  se ve, consideraron palabras necias. Tuvo la inquietante sensación de que los músculos de los dedos meñiques se habían  declarado en rebeldía y que habían proclamado la Republica Independiente de los Meñiqueros, lo que no significa pensó, ni es óbice, se dijo, al borde del colapso, de la congestión, del infarto, que todo mis músculos se hallan unido a ésta suerte de golpe de mano, ácrata y libertario.

Este rápido análisis de su realidad muscular le tranquilizó el ánimo desanimado. Tengo el resto de los músculos de mi cuerpo para detener esta inmovilidad que por ahora me paraliza. Por un instante abandonó la angustia que le embargaba y se instaló en una suerte de incipiente optimismo. Respiró hondo o al menos ordenó desde el centro de operaciones de su cerebro a sus pulmones que respirasen hondo, hondo, acompasado. Contó hasta cien veces cien, cien ovejitas blancas saltando la valla en un valle lila y otras cien veces cien, cien ovejitas negras saltando la valla en un valle verde amarillo cadmio y poco a poco dejó a un lado la ira que a punto estaba de embargarle el ánimo. De quebrarle. Contar ovejitas es el mantra de los mantras, se dijo, recobrando la compostura emocional. Es el om primigenio. No sabía cómo ni por qué, pero de pronto se vio en el valle de Canaan, que era de un precioso color rosa fucsia, apacentando las cien ovejitas blancas y las cien ovejitas negras. Cien más cien. Doscientas. Una placentera sensación de lo que imaginaba era la nada le recorrió el cuerpo.  

Recompón la circunstancia, no desmayes, hay mucho camino que recorrer y no pocos músculos que regresar al movimiento, que activar, se dijo hablándose una vez más a sí mismo. Hago acopio de fuerzas y veamos, un nuevo intento. En esta ocasión el centro de operaciones de su cerebro no sabemos si de manera aleatoria o no, seleccionó los músculos responsables de dar movimiento a los párpados. Abro, cierro, entorno, cierro, abro. No fue de manera aleatoria. Él quería que sus parpados se abrieran y una vez abiertos llevar  con la precisión imprecisa casi mística de los científicos de la nueva era, la mirada sobre  su cuerpo y sobre el lugar donde se encontraba. Estaba en un estado del ser difuso, desdibujado, diluido, onírico, como en una pesadilla inacabada. Tuvo la sensación de ser cómo la pescadilla que se muerde la cola. Se sintió como una desnortada  rosa de los vientos.

Los parpados permanecieron ajenos a su mandato, a sus urgencias, a sus deseos y los ojos estancados, cegados a la luz que habita al otro lado de los parpados cuando están  dormidos o simplemente cerrados. La angustia pugnaba por desplazar a la ira y apoderarse de él. La ansiedad amenazaba con cerrar el paso al aire de la nariz y de la boca y dejar sin aire sus pulmones azules. Porque azules pensó, deben de ser los pulmones puesto que se alimentan de aire y el aire es azul como son azules las montañas de Afganistán. Estoy desvariando, perdiendo el juicio, ya sé que los pulmones son de color rojo carmesí, del carmesí rojo de los labios de las chicas de calendario. Sin saber cómo la memoria le llevó al recuerdo y en el recuerdo regresó al tiempo en que siendo  joven conducía camiones. En la cabina del conductor tenía colgadas fotografías de calendario con  chicas calientes, ligeras de ropa y aún más ligeras de mollera, rubias de frasco y labios rojos, rojo carmesí. Soy un estúpido, esta situación se escapa a mis manos, a mi control, y me dejó llevar por mi memoria al recuerdo de la inmunda cabina de aquellos camiones en los que oculto bajo el carter del motor transportaba cocaína, farlopa de primera, pura, sin adulterar. Pero los humanos estamos hechos de instinto primario nacido carne y por eso ahora, en este maldito instante de generosa incertidumbre, vengo a tener la certeza de que los pulmones son azules como los bosques de háyales. Como la compota de arándonos que mi madre hacia en las ultimas tardes de algunos noviembres de mi infancia pervertida.

La fría inmovilidad que recorría su cuerpo frío  le sacó de su pulmonar cosmo azul y le obligó a seguir intentando obtener el método que le permitiera recuperar el movimiento. Se extrañó de no extrañarse siendo todo como era tan extraño, tan inusual.

Quizás deba aunque sólo sea a modo de estimulo, pensar en Elvis y su rock de la cárcel  y todo el mundo a bailar, todo el mundo en la prisión se puso a baliar el rock. Yo tenía veinte años y bailaba como un poseso desenfrenado, revolcándome en la lujuria. Bailaba como un enajenado la lambada y golpeaba impetuoso y lascivo, las caderas provocativas y desmesuradas de mi novia. Ahora pienso en los músculos de acero del más veloz de los impalas. O en las noches de sexo duro en los burdeles infestos de Ámsterdam. Aquellas noches en las que dejaba reducido a escombros los camastros de los jodidos burdeles y a las putas con el sexo chorreando sangre y maldiciéndome a mi y a toda mi parentela setenta generaciones setenta. Setenta veces setenta, maldito seas, me gritaban las muy zorras, mientras yo descendía a zancadas las escaleras del burdel de cien florines y mis maldiciones no encontraban palabras más hirientes que las qué el bastardo de mi padre me había enseñado en los tiempos que siguieron a mí destete. Ahora me dejo llevar a todo gas a lomo de mi vieja Ducatti por la carretera que bordea la costa. El sol acaricia mi cara y el viento inunda de aire fresco los pulmones. Todo esto estimulará mis músculos y en unos segundos, o en unos minutos, o quizás también en unas horas, ¿O quien sabe? quizás en algo más de un dia, todo regresará a como debe ser, a un ir de aquí para allá en movimiento discontinuo, en zigzag, saltando de una vida a otra vida. Porque qué otra cosa es vivir sino agitar constantemente los músculos? Subo bajo, corro, salto, caigo, asciendo, desciendo, entro, salgo. La vida es movimiento, avance, retroceso. La vida es partir del punto cero para regresar al punto cero y recomenzar desde el punto cero. La vida es un cero infinito. Es el más infinito de los ceros. Con toda seguridad recuperaré el movimiento. Estoy seguro no puede ser de otra manera. Danzad, danzad, malditos. Mis músculos se tensarán y mis pies me llevarán de nuevo hasta la casa. Allí me fundiré en un abrazo irrepetible con los míos. Mis brazos abrazarán todo lo abarcable y lo inabarcable también, por supuesto. Volveré a caminar todas las aceras de todas las avenidas estrechando la mano de todos mis amigos. Mi corazón tendrá abundante desamor, odio, ira, desprecio, rencor, para ofrecer en abundancia, generoso, al más encanallado de mis enemigos. Es cuestión de no perder la calma. No perder la perspectiva de las cosas. No perder en centro. Centrarse. Caminar por el epicentro exacto de la circunferencia, de viajar desde la nada al cero infinito. Ulises viajó. Yo soy Ulises. Obtener el punto de apoyo que mueve el mundo, el punto de apoyo que moverá mis músculos. El que resiste gana y yo estoy resistiendo. Desde hace un instante creo escuchar la sirena de una ambulancia que con toda seguridad viene a por mí. Resisto un poco más y espero su llegada.

Cuando el coche ambulancia se detuvo, los sanitarios recogieron el cuerpo de un hombre que se hallaba tendido sobre el asfalto caliente de la autovía. Desencuadernado. Ensangrentado. Hecho jirones. Desmembrado. Como muñeco de guiñol. Como marioneta en el pim, pam, pum. Un guiñapo en estercolero.  Inmóvil. Al depositarlo sobre la camilla uno de los sanitarios en voz alta y hablando para él mismo dice: Este hombre está semivivo, semimuerto. El camillero enciende un cigarrillo, exhala una profunda calada, la aloja en sus pulmones rojos, la asciende hasta la laringe, abre la boca y esparce el humo azul sobre la cara desfigurada del accidentado. Introduce la camilla con el cuerpo desarbolado en la parte posterior de la ambulancia. Rutinariamente se acomoda en el asiento que hay al lado de la camilla que  transporta hasta el hospital al imbécil que se ha estrellado contra la valla quita miedos de la autovía Un vez cerradas las puertas le grita al conductor ¡En marcha!


Pilar Barrenechea  pilar@spanishsighs.com

 

 

EL ALMA DEL DESALMADO 

EL ALMA DEL DESALMADO

No existe un sólo ser humano desalmado, sin alma, pero hay muchos con el alma enferma: enfermos de tristeza, de prejuicios, de patriotismo, de machismo y de feminismo, de certezas o de incertidumbres, de miedo a los demás y miedo a la soledad, de miedo a la vida y miedo a la muerte y, sobre todo, miedo a vivir sin miedo y a conocerse a si mismo.

Y hay, habemos, tantos enfermos, que a veces este pequeño planeta azul parece un inmenso hospital de niños tristes que han olvidado como jugar antes de haber aprendido como vivir.


Nekovidal -  nekovidal@arteslibres.net

 

CALCETINES DE OTOÑO

(A propósito del tema de la tertulia Telees El alma del desalmado)

Octubre había querido despedirse empapado de lluvias finas y con un recio temporal de poniente. Pero en la víspera de todos los santos amainó la inclemencia dejando una noche de velas y lutos muy agradable, que sólo quedó escarchada por el frío recuerdo de los difuntos más recientes, en las conjuntivas de las mujeres desoladas.

Los pescadores de aquella bahía, con forma de herradura, solían reunirse en la alberca grande, junto al Barranquillo, antes de tomar camino de la cala del Berenguel, donde tenían amarrada la barca. Una dura jornada en la mar les esperaba, una faena que ajaría una pizca más sus cuerpos sin apenas beneficio, a no ser por la breve sensación de libertad que respiraban confundida con la brisa marina. Su modesta embarcación, de vieja catadura fenicia, flotaba ancorada bajo el abrigo natural de una gran peña, que abrigaba la pequeña cala como inmejorable puerto natural.

Fidel había llegado el primero a la alberca, como casi todos los días que había faena, aunque esta vez tenía una insólita sensación de tardanza. Además, la madrugada parecía quieta, como detenida. Escuchó el rumor de un cárabo y miró al cielo buscando indicios de la hora; pero sólo vio la guadaña de la luna clavada en el telón estrellado, que alumbraba los contornos del pueblo con una pizca de luz dorada. Tal vez su despertador biológico se había adelantado. Ese gallo diminuto agazapado en los pliegues de su cerebro, que todas las madrugadas, a la misma hora, le cantaba por dentro abriendo sus ojos. O quizá aún seguía dormido, inmerso en un sueño real que lo había llevado hasta el estanque mucho antes de lo requerido.

Fidel tuvo miedo. Se acordó de una antigua historia que solían repetirle cuando niño, con el propósito de asustarlo, evitando así que saliera a deshoras. Por eso echó a andar como un abanto hacia la única luz que se veía en el pueblo, una perilla de cuarenta vatios que colgaba de una farola en la esquina de la calle Príncipe.

–¡Leñe, qué pasa esta mañana! ¡Pues no me estoy asustando!

La historia decía así: en las noches de últimos de otoño e invierno, cuando los cárabos encendían sus ojos, surgiendo del alveolo de aquel barranco, aparecía una mujer delgada y enjuta vestida con negros hábitos. Una monja que si te miraba con su rostro cadavérico quedabas hechizado al instante, perdiéndote tras ella, para los restos, en el mundo de tinieblas del que salió.

Anduvo unos pasos y se detuvo avergonzado de sí mismo. Cómo podían afectarle aún aquellas patrañas para chaveas. Un hombre que rozaba los cuarenta años no podía tener miedo de una monja de leyenda pueril, y mucho menos en medio de esa madrugada tan calmosa. Aquello no era razonable y regresó al poyo de la alberca revestido de sensatez, para sentarse de nuevo. Pero sus compañeros no asomaban y volvía sentir esa inquietud, que ya era angustia, angustia por encontrarse allí solo, perdido en un extraño lapso, en la albarca mucho antes de la hora. Era la primera vez que le ocurría algo así y no lograba entender por qué se había despertado tan pronto y con esa sensación de apuro.

Entonces ocupó su mente en cosas cotidianas y prácticas, como el nuevo tejado que necesitaba su casa, pues el que tenía era de esparto y hojas de palma ya había perdido su consistencia impermeable y en las primeras lluvias surgieron algunas goteras. Necesitaría unas vigas de madera, aunque fuesen usadas, un cañizo, unas bobedillas... Construiría el nuevo techo y arriba dejaría una pequeña terraza para que la mujer tendiera y para hacer las moragas en verano.

Se imaginaba desmontando la techumbre de su choza, cuando desde el camino del cementerio avistó una lejana silueta descender con parsimonia. Una ráfaga de viento hizo también aparición sacudiendo las zarzas y cañaveras del barranco y las ramas del gran almecino que, como un gigante, se erguía en una de las orillas. Era la figura de un hombre lo que venía por el camino abajo. Fidel pensó que tal vez fuera algún campesino de los cortijos cercanos que se dirigía al pueblo, o quizá un transeúnte que seguía camino camuflado en medio de la noche. Pero las pisadas de aquel tipo no hacían ruido. En el silencio del flojo viento avanzaba sigiloso enfundado en una especie de levita gris.

Fidel sintió entonces miedo de verdad. No el julepe reminiscente de la niñez, sino un pavor interno que empuñó sus entrañas y le produjo un sudor frío. Lágrimas heladas que en un soplo rezumaron por su frente y sus sienes. A unos metros lo observó con precisión. Parecía extranjero. Tenía en rostro cubierto de luengas barbas también grisáceas y sus ojos eran opacos, vacíos de luz, pero visibles como rescoldos encenizados. Fidel perdió hasta el aliento cuando aquel hombre talludo cruzó a su lado rozando sus piernas, sin pronunciar palabra, sin dirigirle la mirada... Entonces descubrió perplejo que no llevaba zapatos. Andaba descalzo y sólo unos calcetines negros, uno de ellos agujereado por el talón, cubrían sus pies blancos.

Aquel sujeto se perdió en las sombras del barranco junto a la haza de cañas de azúcar y Fidel no volvió a verlo. Al momento llegaron dos compañeros que lo encontraron con los pelos erizados, el rostro de espanto y tan blanco como la cal de las paredes.

–He visto a un muerto.

–Qué dices Fidel.

–Un forastero descalzo con cara de difunto.

–Eso te pasa por levantarte tan temprano.

–Qué es verdad, por allí, por la haza chica, se ha perdido.

–Bueno, bueno, tranquilízate. Ven, te llevaré a tu casa. Hoy tendrás tu parte sin venir de faena. Sea lo que sea lo que has visto, era seguro algo gordo.

Fidel no fue a faenar ese día ni al siguiente; cayó en una profunda depresión de la que no parecía reponerse. Su mujer y sus cuatro varones no salían del asombro y de la angustia de ver al cabeza de familia hundido en una ciénaga invisible, que apreciaban en el eclipse de sus retinas alojadas en corneas cada vez más retraídas El médico que vino de Almuñécar tampoco comprendía el motivo de aquel mal, pegado como una sanguijuela a un hombre joven y sano, que día a día iba perdiendo el brillo de la vida.

A los tres meses Fidel amaneció rígido, frío y sin aliento. Había muerto hacía horas y su mujer ni siquiera se había dado cuanta de su agonía. El cansancio de tantas horas en vela había rendido a la desdichada en el momento en que su marido abandonaba este mundo sin motivo alguno. Sólo porque una alborada de noviembre, sin explicárselo, se levantó una hora antes de lo acostumbrado y una sombra descalza que bajaba del cementerio le robó la vida en un instante.

Esa misma tarde fue el entierro. Un hombre alto, con una perilla plateada y los ojos grises, apareció destacando entre el grueso de vecinos. El forastero, que lucía un impecable traje y unos relucientes zapatos, ante la mirada general de sorpresa, les dio el pésame a la viuda y a los hijos. Su contacto les causó escalofríos. Al mayor, que se llamaba Fidel como su padre, lo llevó consigo a un apartado y allí le hizo entrega de un sobre lacrado.

–Es para tu madre –dijo con un acento que al chico le pareció francés.

El joven se guardó la carta, abultada y oscura, y regresó hasta su madre para abrazarla. Entre tanto el forastero se montaba en un lujoso automóvil, un modelo jamás visto en el pueblo, desapareciendo para siempre.

Cuando aquella tarde la mujer de Fidel despegó el sobre, sus ojos se abrieron al máximo extrañados. Un fajo de billetes flamantes de mil pesetas, recién sacados del banco, llenó de verde la mesa camilla de la cocina.

–¿Pero quién era ese hombre, hijo? ¿No te dijo nada? ¿No viste nada?

–Me dijo que el sobre era para ti. Sólo eso. Y bueno, sí que me extrañó algo: cuando lo vi entrar en el coche no llevaba zapatos, solo unos calcetines negros.

Las cien mil pesetas convirtieron a aquella mujer en la viuda mejor situada del pueblo. Construyó una casa nueva a imagen de la que su difunto marido siempre había querido tener,  pero más grande todavía, ya que pudo comprar el solar contiguo.

Muchas incógnitas rodearon a aquella familia. Nunca supieron quién o qué cosa fue lo que vio aquella madrugada de noviembre el pobre Fidel; ni por qué se murió consumido después de aquello como si le hubieran robado la vida, el alma… Ni quién era aquel extranjero elegante y frío (desalmado) que de pronto apreció en el entierro haciéndoles entrega sin motivo aparente de aquella fortuna.

Abierta quedó, pues, la rueda de las conjeturas y fantasías. Aunque en aquel pequeño pueblo de la costa, con una bahía muy azul en forma de herradura, nadie se atrevió jamás a hacer comentarios en público sobre aquellos sucesos.


Franjamares - franjamares@hotmail.com 

 

 

EL ALMA DESALMADA DE  LAURA RIVES

          Como todas las mañanas, Laura Rives, viuda de Solana, clavaba en su rodete medio cano certera y  apresuradamente, el alfiler con el que prendía  el velo negro; llevaba  el misal en una mano y el rosario  de palosanto en la otra. Repicó  el segundo toque de campana para la misa matutina de las ocho,  y si había algo que no   soportaba  era llegar tarde, y que dijeran  de ella que era una perezosa  y que se le habían pegado las sábanas, pues eso era lo que Laura pensaba de todas las fieles que llegaban  después de que  don Esteban, el cura párroco, hubiese  comenzado la ceremonia de la santa misa. Sobre todo le ponía los nervios de punta  las mujeres que llegaban a destiempo  resonando con  sus  tacones; lo  hacían para provocar y  para que todo el mundo volviera la cara y las miraran; decía para sí que eran unas desvergonzadas, peor aún a  las que iban enseñando los brazos y los escotes y minifaldas, más que a la iglesia parecía que  iban al cabaret, eran unas putangas. Desde cuándo se había ido al templo del Señor sin velo, se había perdido todo el respeto, por mucho que lo hubiera autorizado el Papa, 50 cardenales y 200 obispos juntos. Hasta  iban con  pantalones como machorras, es que no se guardaba ya ni el más mínimo decoro ante el Altísimo.

            Antes de salir  le dio dos patadas al adormilado gato para apartarlo de su paso, este salió disparado aullando de dolor, después    pisó disimuladamente el rabo del perro que tomaba los primeros rayos de sol en el portalón, el can  no pudo  esquivar el pisotón, a pesar de que conocía muy bien a su ama, ya había perdido hacia poco  un ojo  por un puntapié de esta. Justo cuando iba a cruzar la calle escuchó las voces de su suegra llamándola a gritos,  Laura Rives se rió para sus adentros, se hizo la sorda y siguió  cruzando altiva la plaza

            -“Si te crees que voy a subir a  llevarte el desayuno y limpiarte las babas y el culo de  los meaos de la noche, vas lista, so puta.  Primero voy a cumplir con Dios, tengo que ir por las dos, me lo tienes que agradecer, ¡furcia, más que furcia. Que vaya suerte que he tenido con la vieja, se me cayó por las escaleras y se rompió las dos caderas, yo le hice una zancadillita de nada, pero es tan enclenque que con un soplo se cae. Pero puedes esperar dos o tres horas más, hasta que vuelva de la compra, total no te puedes caer porque estás bien atada a la cama por las manos y los pies. No me cansaré de llamarte puta, porque para traer al mundo al cabronazo de ese hijo tan putero como fue mi difunto esposo, que en gloria esté. Si, ya tiene que estar en el cielo  a la derechita de Dios, porque llevo diez años rezándole  diariamente el rosario, exclusivamente para él y también la letanía y cada mes le digo una misa que me cuesta cada una 50 euros. Que malísimo era el puñetero, nunca asomó las narices por misa, sólo apareció por vez primera en la iglesia cuando se casó conmigo porque sino,  de mí no sacaba ni mijita,  la última  que la pisó, bueno por decirlo de alguna manera,  fue de cuerpo presente “to” tiesito  y “to” lo larguito  que era,  ahora que le fastidié bien porque le hice una misa preciosa con cuatro  curas, con canto gregoriano y  tan larguísima que le sirvió por todos los años de ateísmo de su vida. Me costó la ceremonia un perraje pero quedé como la mejor doliente viuda, hay gente que todavía se acuerda.

Lo mejor fue que acabé con él tan divinamente, que ni el médico  sospechó que yo, la santa, la beata, la  piadosísima  Laura Rives de Solana, podría ni tan siquiera tener un malo pensamiento de asesinato.  Total hasta le hice un favor  a mi difunto porque era un borrachuzo y con  tanto puterío iba a acabar  tarde o temprano con una cirrosis,  una sífilis o el SIDA, porque a saber con quien se acostaba el vicioso  y donde la metía el señorito. Sólo tenía 50 años pero así que le evité para el futuro  una dolorosísima y prolongadísima   agonía,  porque llevaba todas las papeletas de tener un cáncer y con lo quejica que era seguro que no iba a aguantar ni un dolorcito.  Hasta me lo estará  agradeciendo  allí arriba”.

     En la plaza saludó sonriente y  muy educadamente a  doña Elvira  Bustos y su hija la mayor que llevaba un bebé en brazos, le dedicó unos mimitos a su hijito y continuó con paso ligero hacia la iglesia.

      - “Anda, que esas dos si que son rameras, se van de paseo y ni siquiera van a misa. A saber de quien es el niño, angelito  ni siquiera lo han bautizado, claro, como lo van a pasar por la pila bautismal, que yo sepa la muchacha  ni se ha casado y lo pasea tan orgullosa por la calle, tenía que haberlo  ahogado  cuando nació porque para traer otro desgraciado al mundo. ¡Ay, Dios! A mí que soy de comunión diaria no me distes ningún hijo, yo que lo iba a criar para ser sacerdote, consagrártelo a ti.  Y a las pecadoras como esas les das todos los que ellas quieren,  para que sean después hijos del diablo.”

      En las escalinatas de la iglesia, sentado como todas las mañanas, un mendigo desarrapado pedía limosna, Laura Rives viuda de Solana, se inclinó hacia él y amablemente le puso en la sucia  mano   una moneda.  Se llenaba de gozo cuando oía  decir  al pobre hombre  -Que Dios la bendiga señora.- Era tal su orgullo que entraba por el pórtico toda henchida y se creía ser Santa Teresita del Niño Jesús, que era su santa predilecta.

      “Vaya asco de tío, que peste echa, el muy vago, en  vez de ir a trabajar como los hombres, viene aquí a tirarse por el suelo y a empestar el pórtico barroco tan bonito que tenemos. Además, como se descuide una, seguro que  es capaz de violarla o de robarle.  Tendría que venir la policía y meterlo en una mazmorra y con grilletes, en la cárcel no, porque allí viven los presos como reyes, hasta tienen cuarto individual con televisor y vídeo. El vagabundo ese viene  todas  las mañanas y tengo que darle una limosna, porque si no que van a decir de mí. Seguro dirían- ¡Ay que ver Laura Rives con todo el dinero que tiene y ni una sola monedita  le da al pobrecillo.- Lo que no sabe nadie es que  el putero y señorito Álvaro Solana se gastó en putas y en juergas toda mi herencia, que era todo un capital.  En vez de darle  un euro al  pordiosero ese, le daba yo un tiro, no, mejor cuatro tiros por si alguno no daba al corazón.”

      Una vez que se sentó en el  segundo banco de la iglesia como todas las mañanas, en el primero no quería sentarse,  porque le llegaba toda la saliva de don Esteban cuando explicaba la homilía, el pobre era tan viejo que babeaba, pero Laura prefería a este cura, antes que a otro joven  que viniera con modernuras y que dijera la misa con prisas, terminando en un dos por tres. “Total,- se decía Laura – somos  una decena de feligreses matutinos y el viejo baboso ese  se las arregla medio bien.

      Saludó con unos muy buenos días tenga usted a su vecino de banco, Gregorio Antúnez, jubilado solterón  y  de misa diaria como ella.

      - Demos gracias al Señor.

“Este marica beatón, porque si no se ha casado es que tiene que ser de la acera de enfrente. A todos los maricones los mandaba yo al patíbulo. Ya hasta se casan entre ellos. ¿Dónde vamos a llegar Jesús? ¿Cómo lo permites? Este mundo es ya Sodoma y Gomorra.

-         Hosanna en el cielo el nombre del Señor.

“Y esa que llega tarde, seguro que ha estado toda la noche dale que te pego y ahora no puede ni juntar las piernas”

-         Gloria a ti Señor

“Y el sacristán ese tiene los cuernos como un arce de grandes, porque la mujer va todos los días a la cafetería, ella dice que con su hijo, a saber.

-         Te rogamos, óyenos.

  Y la Natalia va a comulgar tan campante. ¡Qué sacrilegio!  Pero si no se ha confesado desde que hizo la Primera Comunión. Si yo fuera el cura le negaba la Sagrada Forma, porque está junta con un tío, ella dice que es para no perder la paga de viudedad. ¡Si, si! Ni que el difunto marido le hubiese dejado la paga de ministro.”

- Perdónanos Señor.

 “Y es que yo no sé para que vienen  esas cuatro de atrás a la iglesia, si no hacen nada más que hablar, son todas unas lagartas y unas pecadoras, como se atreven a venir sin medias, sin velo y hasta una ha cruzado las piernas. ¡Ay Dios! tendrías que mandar otra vez el diluvio universal.

-Amén.


Vicky Fernández  vickyfer@terra.es

 

 

EL ALMA DEL DESALMADO

A dos tertulias antes de que el último que salga que cierre la puerta y apague el interruptor de la luz del Jardín del Andalus. El doble de Bin Laden o Bin Laden en persona, amenaza de nuevo con un viejo desastre. Septiembre 2007-12-09 

El alma del desalmado.

Admito haber destripado con recochineo, con regocijo, todas las muñecas de trapo de las niñas de mi calle con intenciones abiertamente malsanas. Verlas llorar, gritar, implorar, me producía placer. Simplemente placer, sin más gaitas que templar. Admito que reía como un loco, hasta desternillarme, cuando ataba con sus respectivos rabos a dos perros y les azuzaba con una tea encendida y ellos aterrorizados entonces, desesperados entonces, querían emprender la huida, escapar al fuego sin saber que la búsqueda de la escapatoria sería la del encuentro de bruces con su inevitable y espantosa muerte. Cómo aullaban chorreándoles las babas y los ojos desorbitados, fuera de las orbitas. Verlos morir por el rabo me gustaba mucho más que ir al circo, más que nadar en el mar, o que lametear un gran helado de chocolate por la calle al tiempo que limpiaba las carteras de los transeúntes . Mas aun que perseguir a las mujeres y con un palo levantarles las faldas para dejar sus piernas y bragas al descubierto, a la vista de todo el mundo. Enrojecían las muy simples tanto, que sus caras se ponían como salsa de tomate frito rojo. Admito que sin piedad alguna, haber apaleado sólo por el gusto de ver su cuerpo hundirse bajo el peso de los golpes, a un perro caniche mimado y consentido por la histérica de su dueña y por el gusto de sentir como sus huesos se rompían uno tras otro y caía el perro sobre el pavimento, ensangrentado, deslomado, muerto. Después de muerto el perro, me plantaba frente al portal de la casa de la dueña a verle la carita de pena y desconsuelo. Las ojeras cercando sus ojos me recompensaban del trabajo de haber apaleado sin descanso, sin tregua, sudoroso, al mimado y consentido caniche.  Hubo un tiempo en que llevé la cuenta de los perros que apalee hasta llevarlos a la muerte. No estoy seguro pero creo recordar que pasaban con mucho de los cien, de todos los tamaños y pelajes. Chuchos callejeros comidos por la sarna rabiosa, comidos por pulgas gordas como sandías  o simplemente perros sin raza, mestizos, con amos y amas que los querían porque no tenían nada ni nadie mejor a quién querer.  Apalee perros con pedigrí, con estómagos atiborrados de proteínas y tan multivitaminados, que con esa ingesta de multivitaminas cien parias de la tierra condenados a todas las penurias y a calamidades sin fin, podrían haber alcanzado al menos los años suficientes como para empuñar un arma y matar a otro paria y yo hacer negocio con la carnicería. Tengo alma de carnicero. Admito haber derribado los nidos de las golondrinas,  gorriones, jilgueros y con saña aplastar bajo las suelas de mis zapatos uno a uno los huevos de las crías a punto de nacer. Alborozado, yo pensaba, muerto el perro, el pájaro, se murió la rabia. Me plantaba en las esquinas y acechaba el paso de los escolares y navaja en mano les obligaba a desprenderse de sus ropas y zapatos de marca. Si llevaban teléfono móvil o cualquier otra cosa de valor también pasaban a formar parte de mi particular patrimonio. Allí se quedaban los muy pazguatos lloriqueando como niñazas en edad del pavo.  Admito haber pisoteado todos los nardos, azucenas, margaritas, rosas, incluso las violáceas rosas de Alejandría, así porque sí, por joder, por putear, por encabronar, por puro requetejoder a los paseantes de los parques, a los enamorados que se cogen de las manos y mirándose a los ojos se juran amor eterno, al guardián de las flores  y recrear mis oídos con sus obscenas palabras y sus blasfemias irrepetibles. Admito y no lamento, no, haber traficado con jaco, caballo bayo, nieve, polvo de ejecutivo, ina, cocaína, farlopa, fetas, antefas, anfetaminas, opio, maría, peyote, hongos, DMD o MDM que para lo que joden las entendederas y el alma es lo mismo. Son la misma mierda que hace reventar las neuronas. Trafiqué con LSD. Transportaba a esos pobres entupidos que volaban con caras de alelados, por tierra mar y aire. Con las neuronas cortocircuitadas regresaban  del viaje asegurando que habían tenido un hapenning con el mismísimo Dios en persona y toda su corte celestial, ángeles, arcángeles, querubines, tronos. Jackson Pollock y Andy Warhol oficiaban de maestros de ceremonia. Juraban por el mismo Satanás que habían fumado un canuto con Satán en los infiernos siderales. Admito haber invadido el mercado de alcohol barato adulterado con aguarrás. ¡La caja registradora cantaba opera toda la noche de todas las noches! La dulce Opera de los mil millones de dólares. No canta mí conciencia, no tengo conciencia y en última instancia, sí, las drogas hacen al hombre un pelele, un títere, un lelo, un alelado, pero le proporcionan placer. Mucho placer. Así que es lo comido por lo servido y vaya lo uno por lo otro. Admito haber vendido armas en todas las guerras a los bandos, bandas y barandas de la guerra. Admito haber comprado y vendido virgos en los burdeles del Cairo, Washington, Londres, Madrid, Ankara, Viena. Para no aburrir, en todos los burdeles del planeta incluyendo al gran burdel del Vaticano y haber subastado los virgos en pública subasta al mejor postor. No se hoy, pero entonces los virgos vírgenes de las niñas de ocho años alcanzaban en el mercado, el de los pederastas, quinientos dolares o seiscientos euros. Eran los llamados virgos Klinex. De usar y tirar. Una vez desvirgadas, el precio bajaba en picado, inevitables vaivenes de la oferta y la demanda, a un dólar y otro dólar más por el camastro. La prostitución global ¡Que negocio! Admito haber pescado en las aguas del hambre y haber llenado mi cartera hasta rebosar con los vientres hinchados de las legiones de hambrientos. Mejor negocio si cabe. Admito haber asesinado a sueldo de buen sicario. Admito haber matado a otros hombres, sin propósito, sin beneficio alguno, sólo porque matar otros hombres excitaba mi sexo. Admito haber, y no hay remordimiento alguno tampoco, violado, matado, estafado, esquilmado, torturado, humillado, siempre que la oportunidad y la circunstancia me lo pidieron o cuando el aburrimiento, el no saber que hacer en mi tiempo libre, me impelía a ello. Nunca nada ni nadie supo cortar mi paso, detener mi mano. Parar mis golpes. Frenar el arma asesina. Acabar con mi avaricia. Castrar mi lascivia. Terminar de un tajo certero con mi vida y rematar definitivamente a un encanallado como yo. Yo admito todo y más, mucho más, pero señores, exijo de ustedes que admitan, que estoy hecho a imagen y semejanza de Dios, y no cabe especular si un tipejo de baja estopa como yo, alguien de mala ralea como yo, de entrañas negras, tiene o no tiene alma. Tengo alma, poseo un alma. Una opaca y oscura negra alma de desalmado, un alma que ahora cuando se acaban los días de vinos y rosas, aspira a la paz de la eternidad.


Pilar Barrenechea - pilar@spanishsighs.com


 

 

 

YO ES QUE TRABAJO Y NO SÉ CUANDO LIBRO

YO ES QUE TRABAJO . . . Y NO SÉ CUANDO LIBRO.

 

José Luis Acebes es un político contumaz, media vida dedicada al partido, medio partido bajo sus pies. Su hijo, cuando tenía cinco años le preguntó un día: “Papá, el panadero hace pan, el carpintero hace muebles, y tú, ¿qué haces?” “Yo mando al panadero y al carpintero”. “Entonces, si no les mandaras, ¿no podrían hacer el pan o los muebles?” “Déjalo, hijo, cuando seas mayor lo comprenderás”. La esposa de José Luis, tan frustrada como maquillada y bien vestida, le reprocha un día que cada vez tiene menos tiempo para jugar con su hijo. “Se divierte más con la consola, está en una edad en la que hace preguntas tontas. Además, yo es que trabajo, y no sé cuando libro . . .”

 

Manuel Roldán es funcionario desde los veinticinco años y ya tiene el doble, esposa, dos hijos, un coche recién estrenado y algunas ilusiones de segunda mano. Su mujer, en el límite de la menopausia, tiene claro que su líbido no sabe de fechas y le pide un poco más de tiempo, sobre todo ahora que los niños ya son mayores. Él, ciudadano medio y sumamente normal que siempre ha seguido al mismo partido y votado al mismo equipo de fútbol, prefiere la final de la Eurocopa, que tal vez proporcione menos placer, pero también menos complicaciones. Ella insiste: “cada vez tenemos menos días libres para nosotros.” El se defiende: “yo es que trabajo . . . y no sé cuando libro”.

 

Florencio Torres y su compañera María Estévez trabajan los campos de Chiapas desde su más tierna infancia, exactamente desde que sus cuerpecitos pudieron levantar la azada. Ahora ya lo hacen sólo la mitad del día, desde el amanecer al mediodía. Luego él va a la obra y ella se ocupa de la casa, los niños, y todas esas cosas, sintiendo cierto remordimiento cuando cada día juega un rato con sus hijos al caer la tarde, porque sabe que a Florencio, todo un padrazo, le gustaría estar allí, como hace casi todos los domingos, renunciando incluso a sus tragos con los amigos en la taberna.

En el pueblo donde viven tienen un sistema social extraño: las personas deciden la vida social de las personas, mientras el gobierno, tras cobrar los impuestos anuales, se desentiende. Son los restos de una revolución que hubo por allá cuando Florencio y María eran niños.

Ayer por la tarde Nicanor Robledo, portavoz, que no representante (¿cómo puede representar una persona a otra?, ¿como el Papa católico representa al Dios católico?) les preguntó a ambos si participarían en la construcción del alcantarillado del pueblo.

Sí, compadre, responde Florencio, mañana en la noche, cuando se duerman los chamaquitos, arrimaremos los dos el hombro cuatro o cinco horitas, hay que terminarlo antes de que lleguen las lluvias . . .

De vuelta a casa, Florencio y María se miran y sonríen, saben que esa noche, como casi todas, sus cuerpos jugarán, con cuidado, que tres chamacos ya son muchos, porque mañana igual estarán cansados después de la tierra, la obra, la casa y cavar las alcantarillas, pero hoy hay tiempo y, como siempre, ganas. Hace años que no se dicen dulzuras, pero las manos callosas de él y los labios resecos de ella no necesitan las limitadas palabras, una mirada basta.

Antes de entrar en la casa, ella le dice: “Me entristece jugar por la tarde con los niños sin que estés tú”. “No sufras, le responde él, cuando acaben las obras comunales cambiaré el turno del trabajo y tendremos media tarde para estar todos juntos. Ya sabes que el tiempo se encuentra siempre cuando se busca con ganas”.


Nekovidal -  nekovidal@arteslibres.net

 

 

YO ES QUE TRABAJO Y…

 

Figúrate si la cosa se cumple al pie de la letra. Menudo problema. Imagínate que después de haber escrito durante más de dos horas el texto de ficción fenece. Se contagia de un gafe y es utópico retenerlo. Lo que intentas plasmar en la pantalla emite pedorretas, hace un corte de manga y adios muy buenas. Yo no lo voy a consentir. Me coloco el salvavidas, que ya he ensayado paso a paso. No al chantaje. Y para que el incrédulo crea, no sé cómo venderlo, si al cuarenta por ciento de su precio originario, o además obsequiarle con un crucero a tierras vírgenes. Sí. La mejor defensa a veces falla. Sucedió sin hacer ruido. Me eligió de cobaya cebándose en mí. Ante notario certifico que no es verosímil sino verídico el suceso, que no me duelen prendas el confesarlo. Si lo miras en superficie igual no significa nada, pura bagatela. Mas si introduces la llave, el código del legajo percibirás la vendetta que te ha gastado, cuando al abrirlo se respira la negra noche, no aparecen páginas, guarismos, gestos, y el colmo de la venganza, bueno,  la patada en el culo al trabajo elaborado, o acaso el desafecto de la máquina cuando lo vuelve del revés al situarlo en cualquier postura, y no acata kamasutras con la luna en el ombligo y el aire expectante en tarros de miel, ni boca arriba, boca abajo, supino, de costado, o haciendo el pino; lo grabado a sangre y fuego, pulsando tonos tecla a tecla, al son del corazón creativo, en pleno apogeo, en la parcela del piano, esa partitura literal, se destiñe, se agría tornándose ágrafa. Vaya gracia. Y si no quedase transparente la oscuridad obtusa de las palabras, verbigracia, que la cosa no guiñase, hasta tal punto que la casa de las palabras apareciera sin ocupas, deshauciada de párrafos, letras de cambio, ni un banco para sentarse a contar esa historia que ocurrió… p-s-s.

Todo voló. Sin blanca. Todo en blanco. Salió el texto pero no destetado. Sin texto. Eso. Un auténtico reality show por todo lo alto. Ejecutado de un vacío plumazo. Como si estuvieses escalando pétreos peldaños del Himalaya rumbo a la guillotina; aprieta sus dientes el dragón de la papelera, trinca los secretos del cuento de macabro escobazo, y se lo zampa.

   La cosa no podía ser de otra manera, pensará alguien; si un currante empedernido, un soso Sísifo, que ejecuta su rutina diaria como todo el mundo, no nos engañemos, pero más si cabe en este apresado viraje con especial esmero. Dormir en traje de faena. Bombero las 24 horas. Preparado para la guerrilla de trincheras, acarreando enormes peñascos estresados porque el malandrín acecha y no dormita; por ello, para él es preciso velar, berrear o balar por la oveja perdida. Nunca mejor trazado. Se supone que no existe error, todo está bastante claro; pues resulta que “Yo es que trabajo, sabe usted, y no sé cuando libro”…le dices al bombón que el otro día te invitó a la presentación del libro en prosa que versa sobre el más allá, cosas en teoría de candente actualidad, esoterismo tertuliano, en la frívola nevera televisiva, con esperpénticos saltos de mata en mata, de famoseo en famoseo, de foro en foro, y se forran de lo lindo, entre lenguas de fuego quemados en la parrilla como San Lorenzo; vorágines de raudos alonsos del asfalto protegidos con el caparazón del alejamiento físico o la opacidad anónima, en que lo verdaderamente sustancioso es pasta, la pasta como metal acuñado en una amalgama de aleaciones intrínsecamente interesadas mediante consejas inconfesables, premios éticos de peso avasallador, y por supuesto menos de la divina Sofía, hecha y nutrida frugalmente de pura pasta, pata negra, desde sus prístinos balbuceos. 


José Guerrero Ruiz

 

UN TRABAJO ALINEANTE

-         Te digo compañera que no aguanto más este trabajo, es el más   alineante del planeta.

-         Siempre estás con lo mismo erre que erre, ¿Cuándo te vas a conformar?, es nuestro trabajo y listo.

-         ¿Conformarme? ¿Conformarme con una jornada laboral de sol a sol sin descansar ni un solo día? A ver, cuando fue la última vez que libraste.

-         No sé, no me acuerdo.

-         No te acuerdas porque no has librado nunca, igual que yo.

-         Anda calla y sigue, no gastes tu energía pensando tanto.

-         La jefa es una tirana, cada día está más gorda, es una explotadora.

-         Otra vez con lo mismo. Siempre ha sido así y siempre lo será.

-         Pues no pienso seguir ni un día más. Mira todas las demás compañeras, las están explotando y todas siguen lo mismo, ¿ ve  sus caras? Incluso algunas hasta parecen felices, no les importa esta sumisión Así nunca se cambiará el estado de las cosas.

-         Somos obreras. Si hicieras tu trabajo y no pensaras.

-         Aquí hay que formar un sindicato  obrero para reivindicar  y defender nuestros derechos, pero yo sola no puedo hacerlo, necesito el apoyo de todas las obreras para salir de esta explotación. Tendríamos que comenzar las dos y después nos seguirían muchas más.

-         Que no, que no,  yo estoy bien, además sabes que soy miedosa y nos expulsarían.

-         Pues si no estás por luchar por nuestros intereses me iré hoy mismo.

-         De verdad que estás loca. ¿Dónde vas a ir?

-         En cualquier sitio se estará  mejor  que aquí, seguro, tanto trabajo y tanto esfuerzo para que ni te paguen el salario mínimo. Se necesita una segunda  revolución industrial

-         ¿El salario mínimo? ¿Qué es eso del salario mínimo? ¿Y que es una revolución industrial?

-         Lo que pasa es que tú eres una conservadora, además ignorante, así nos quieren analfabetas para poder dirigirnos mejor y no levantarnos ante las injusticias que se hacen sobre nosotras. Si no tengo a nadie que me apoye tendré que abandonar ahora mismo, lo siento por nuestra amistad, pero yo por muy amiga mía que seas no puedo seguir con este trabajo como te he dicho tan alineante, explotador, injusto, mísero, ni  deseo permanecer  en un lugar donde aún existen las clases sociales, me siento totalmente oprimida y no pienso volver contigo en fila al hormiguero.                                          


Vicky Fernández


 

Yo es que trabajo

y no sé cuándo libro,

pero me da lo mismo

porque a lo que me dedico

es al juego creativo.

Yo no tengo un jefe

ni un salario fijo,

no estoy contratado

ni tampoco en paro,

yo no tengo horarios

porque estoy en lo mío.

Yo no me conformo,

tampoco protesto

hago lo que quiero,

y no pido permiso.

Yo vivo contento,

me río de mí mismo,

no me tomo ná en serio,

la vida es un juego,

un juego creativo.

Yo cometo errores,

como los cometemos todos,

pero no culpo a nadie

de mis desaciertos.

He perdido el miedo,

ya nada espero,

no tengo deseos,

en la vida, piénsalo,

no hay nada seguro,

todo es incierto,

es por eso que apuro

todos los momentos.

Yo no me preocupo,

tan sólo me ocupo

de lo que delante tengo.

Yo vivo del cuento,

yo cuento que vivo,

yo ya no critico

yo a nadie juzgo,

yo ya no opino,

yo me planto un pino,

yo lo miro todo

con espíritu abierto.

No te digo haz esto

ni que hagas lo otro,

tal vez sea un loco,

tal vez sea un necio,

puestos a vivir un sueño,

mejor que sea bello.

Mi imaginación cultivo

y sueño hasta despierto,

divago y converso

hasta con los muertos,

eso sí,  cuando muera

quiero hacerlo despierto.

Yo no estoy herido

y aunque me la peguen,

yo siempre confío,

si algo viene torcío,

lo toreo y sonrío.

Yo soy un individuo,

no estoy dividido,

por eso soy el mundo,

por eso soy yo mismo.

Soy un pobre diablo,

primero fui bueno,

luego el más malo,

ahora sé más por viejo

que por ser diablo.

Y yo ya me largo

a seguir jugando

que hace un  buen rato

que me quema el rabo.

 

Ricardo Sanz

  
 

Yo es que trabajo y no sé que día libro

 Allí estaba él, abullonado, arrellanado en su mullido asiento. Aquella mañana se sentía ¿cómo decirlo? levemente hastiado. Tenía una minúscula e insignificante pizca de ansiedad sabiendo  como sabía que desde siempre, desde el principio de sus días todo había transcurrido y transcurría, en un estado de imperecedera, perenne bonanza. Los días bonancibles sucedían a las noches igualmente bonancibles, en una sucesión ininterrumpida de unos y otras. Porque bonanza, bondad, sosiego, calma, paz, equilibrio, gozo, alegría, contento, jolgorio, fiesta, zambra, zarabanda, sarao, formaban una hermosa cascada que caía en forma de maná del desierto sobre su vivir. Su existir era el resultado de un equilibrio perfecto entre sus deseos y la realidad. No tenía más que desear algo, lo que fuere, y sin suponerle esfuerzo alguno, su deseo se materializaba mucho antes de que fuera antes. No conocía la frustración. El verbo negar no tenía cabida en su inabarcable vocabulario. Pero tanta y abundante felicidad le abrumaba, le desbordaba, incluso le llegaba a producir miedo. Desde algún tiempo atrás había comenzado a sentir una sensación apenas definible, que él pensó podría llamar de momento, a falta de otra palabra mejor, aburrimiento. Repitió varias veces silabeando la palabra aburrimiento y le agradó. Le produjo placer el sonido bronco de la erre entre las vocales. Descubrió que le gustaba oír el sonido de las palabras con doble erre entre dos vocales. Y comenzó a farfullar fluidamente. Inició el recitado, salmodiando monótono, al modo de cómo lo hará algún día el gran rabino de la Sinagoga del Silencio de Jerusalén, o como a buen seguro algún día lo hará el mufthi de la gran mezquita de anacarada y roja de Bagdad, la que será cien veces mil destruida y saqueada: aburrir, aburrido, aburrimiento, barril, barrilete barranco, desbarrancar,

Dejó de recitar la salmodia. Volvió a sus pensamientos, aún así se quedó flotando en el aire verde de su mente la palabra aburrimiento. Lo tenía todo. Todo le había sido dado. Todo concedido. Todo hecho. Todo estaba delatante de sus ojos. Todo al alcance de su mano. Todo era presente y presencia.  El sol, la luna, las estrellas, los sistemas planetarios, las galaxias, los agujeros negros, todo, hasta la mismísima fusión del átomo y el acelerador de partículas, hasta lo que por voluntad propia todavía no era, no es. Las bombas limpias, las que mataran hombres y dejaran intactas, vacías por la muerte, pero intactas, las ciudades, las fábricas, los puentes, las autovías, los palacios presidenciales, Wall Street, los hermosos campos de trigo y hasta la más hermosa de las auroras boreales. El universo de arriba abajo, entero, le pertenecía. Sin embargo había un ligero cosquilleo en todo su ser  que le hacía sentir un punto de desazón, de inquietud. Había un desasosiego que iba y venia. Era como un cosquilleo que le provocaba de a poco una pequeña y contenida carcajada o como si de vez en cuando una suave nausea subiera desde las paredes del estómago hasta su boca. Sin saber cómo volvió a la salmodia, a recitar de nuevo palabras con doble erre entre vocales balanceando su cuerpo de atrás a delante. Y como la primera vez, después de recitar un tiempo incontable, incontables palabras, repitió el verbo aburrir y la palabra aburrimiento. Se dijo: en el principio fue el verbo. Se detuvo. Jamás desde el principio del principio dio nombre por dos veces a cosa, animal o planta alguna. Y sin embargo en un breve espacio de tiempo había salido de su boca la palabra aburrimiento por segunda vez. ¡Dos veces! En un gesto ritual, litúrgico, pasó la blanquísima, suave y perfumada mano derecha una y otra vez sobre sus ensortijados cabellos de oro. Exhaló el perfume resinoso hecho con  negros higos del valle del río Jordán.  Al cabo de un tiempo de no pensar en nada, que es pensar en todo, se levantó de su asiento mullido, hecho con las etéreas plumas de las aves del paraíso y a paso ligero, muy ligero, se dirigió hacía el salón  de los mil y un espejos. Buscó el precioso espejo de marco dorado que un día habría de pertenecer al rey de Francia Luís XVI. Era por su forma, tamaño y proporciones el espejo más bello de entre todos los espejos. Su predilecto. Una vez estuvo frente al precioso espejo de marco dorado, estilo Luís XVI se miró en sus aguas turbulentas y nítidas con amorosa lentitud. Con parsimonia. Recreándose en la imagen. De arriba abajo y de abajo arriba. De derecha a izquierda y de izquierda a derecha. No hubo ni un solo milímetro de su ser reflejado en el espejo que no contemplase con absoluta atención, detenimiento. Se examinaba como si nunca antes hubiera visto su plana anatomía. Poniendo en ello los cinco sentidos y el corazón. Se miró reflejado en el espejo una, cien, mil, cien mil, un millón de veces. Y llegado a ése número por puro divertimento, contó en sentido inverso. Le entusiasmó la imagen que el precioso espejo estilo Luís XVI le devolvía. Le agradó mirarse de manera tan meticulosa, tan precisa, tan exacta. Y de nuevo la palabra aburrimiento vino de no se sabía bien de dónde, ni cómo y mucho menos, por qué. Pero ahí estaba, ocupando por entero su pensamiento. Estaba ahí, aburrimiento, revoloteando como un populoso enjambre de mariposas multicolores sin querer abandonarle. Trató de espantar la palabra dejando su mente en blanco y de súbito vio sobre su cabeza aletear al son de las trompetas celestiales, la paloma blanca portadora del espíritu santo y con humildad se sometió a su inequívoca voluntad. Un repentino estado de felicidad le recorrió la espina dorsal. Se alejó del  salón de los mil y un espejos  con pasos lentos y levíticos. Abandonó la casa. Una vez fuera, presuroso, encaminó sus pasos hacía el  jardín de los jardines.

Se inclinó sobre el suelo y con las manos tomó tierra  y agua. Hizo barro. Una vez obtuvo el barro, moldeó con el barro aún caliente su imagen. La imagen que el precioso espejo de marco dorado estilo Luís XVI había reflejado. Al cabo de un tiempo notó la presencia de numerosos curiosos que le rodeaban y miraban entre inquisidores y sorprendidos. Elevó sus ojos y miró las caras que se arremolinaban a su alrededor. Percibió en los ojos de los curiosos, miradas que reflejaban más preguntas que asombro. Dejó de ocuparse de la multitud de curiosos y regresó al trabajo que continuaba inconcluso con la determinación de concluir cuanto antes la tarea. Una vez finalizada la obra, un orgullo indisimulado le dominó.

Uno de los curiosos se inclinó sobre él y le preguntó por qué había hecho una replica de si mismo con tierra y agua y él sin mirarle al rostro, le contestó: Luz de la Luz, mi amado Ángel, te diré contestando a tú curiosidad, que de un tiempo a esta parte, mi espíritu se inquieta, se azora. Al final del día, después de trabajar sin un instante de reposo, sin concederme un respiro, sin poderlo evitar caigo en el aburrimiento. No encuentro ya como antes, satisfacción en la paz del bien merecido y ganado descanso. El aburrimiento, prosiguió con cierto tono admonitorio, es un estado del ánimo que me lleva a otro estado de ánimo, al tedio, y de este, a la apatía, y a su vez la apatía me lleva a la abulia y de la abulia caigo en el aburrimiento, por lo que necesito un punto de inflexión, un contrapunto. La paloma blanca descendió sobre mí y me iluminó con la sabiduría del espíritu santo y por esto en esta soleada mañana de los últimos días de verano he moldeado la criatura que ahí ves, hecha a mi imagen y semejanza. Quiero  que cómo yo haga lo que le venga en gana en cada momento. Que disfrute de libre albedrío. Lo que no equivaldrá a que vaya a gozar de las mismas potestades y prerrogativas de mi yo. No, no temas. No temáis. Podrá hacer lo que le venga en gana, os repito. Ir de aquí para allá, libremente, pero cuando escuche el chasquido de mis dedos tendrá que correr a la velocidad de setenta cervatillos. Venir a postrarse a mis pies y contarme cuentos.

Pasó mucho tiempo y el hombre, así fue nombrado por su creador, apenas escuchaba el chasquear del dedo índice de su amo y señor abandonaba todo y corría a dejarse caer a sus pies y buscaba en el fondo de su mente el hilo de la madeja enredada para tirar de él y desmadejándolo, con voz del que todavía no ha conocido hembra, principiar a contar cuentos. Le contaba de como otro hambre como él, tenía una compañera. De hermoso nombre. Eva. La madre. Vivían felices en un jardín dónde había de todos los frutos, de todas las flores, de todas las aves, de todos los animales. Donde todo era jugar y cantar y corretear, a lomo del más hermoso y manso de los leones, de… cuando terminó de relatar el cuento que llamó cuento de Adán y Eva o el cuento primigenio, su amo le indicó que podía retirarse dado que sus ojos vencidos por el peso del sueño  se cerraban.

Estaba el hombre sólo cuando se le acercó imperceptible, alado, un ángel y le dijo: hombre, ¿quieres que juguemos juntos a un juego?  No, no puedo. Bueno replicó el buen Ángel, pues en otro momento, otro día, ¡hay tantos días! Tenemos todos los días de todos los días para jugar. El hombre apesadumbrado, con ojos tristes, voz apagada, cansado, le contestó: si, eso que me dices es verdad para mi creador, para todos vosotros los ángeles que vivís holgando en vuestra infinita eternidad, sin embargo no lo es para mí.  Yo, no sé si lo has notado buen Ángel, es que trabajo y no sé cual pueda ser mi día de todos los días, ése día que esté libre de contar cuentos. Se alejó con paso fatigado del buen Ángel y buscó un lugar solitario. Necesitaba del silencio para poder imaginar, construir en su mente el siguiente cuento que tendría que contar apenas escuchase el chasquido de los dedos de su insaciable y caprichoso amo.  

El Talmud dice: Dios creo al hombre para que le contase cuentos.


Pilar Barrenechea Vega

 

 

YO… ES QUE TRABAJO… NO SÉ… CUANDO LIBRO                                    

 

Desde abril hasta septiembre diciendo esta frase. Empecé diciéndola con Maria Teresa, una amiga de Irlanda cuando me preguntaba por el día en que podíamos quedar para compartir un rato de charla, despues fué con Estrella que había venido de Córdoba con una amiga y dos amigos para pasar unos días en Nerja, ¿Cuándo te va bien que pasemos un día para vernos? Me preguntaba , y yo la misma respuesta de siempre… es que trabajo, no sé que día libro. También vino la prima, que no es mi prima, es la prima de un amigo mío, se llama Manoli, recibo su voz al otro lado del teléfono…diciéndome, estoy en Nerja, y con muchas ganas de marcha, vamos a vernos esta noche, y yo respondiendo la “jodía” frase.

Además de también decir esa misma frase que ya salía automáticamente cuando me llamaba Jose, o Luis desde El Rincón de la Victoria, o Juan y Rocio, desde El Peñoncillo y Velez Málaga respectivamente, o al llamarme Antonia y Rafa el sábado por la tarde para salir por la noche, ellos tenían la suerte de librar el domingo.

Y… es que el trabajo de hosteleria es así… no se compadece de que no libres un domingo, o peor aún, de no librar ni un día en el mes de agosto, o en la última quincena del mes de julio, o en la primera quincena del mes de septiembre, es más la hosteleria se alegra de que no libres, de que sudes la camisa, de que sufras de estrés laboral, de que bebas café si has pasado la noche anterior de juerga, y te dice si estás cansada, pues haber no salido, y… la hosteleria se vuelve gigante y tú cada vez más pequeña, y ves al jefe con sonrisa de oreja a oreja… porque tú no libras, y ves a compañeras, esas que no salen de juerga, y no se paran a tomar ni un café o un helado a la salida del trabajo, y encima ves lo contentas que están porque no libran, porque el jefe está contento, porque la contabilidad del mes dará un saldo muy positivo, y ves a otras compañeras, disimulando los ojos de cansancio con algo de maquillaje, porque salieron la noche anterior.

-Que trabajo, que no sé que día libro, que nisiquiera libro, que le den a la hosteleria, y al jefe, y a las compañeras que parecen que están poseidas por la hosteleria, yo….no me pienso perder ni una noche de juerga, y automaticamente añado a la frase, pero… no importa, ¿a qué hora quedamos?, que ya llegará el invierno para invernar, para recuperar esas horas de sueño perdidas,. Sí, claro que al otro día te levantas con ganas de seguir durmiendo, pero una ducha, un buen desalluno, con café y tostadas, y de camino al trabajo, pensando en la siesta que te vas a regalar cuando llegues a casa, porque hay que estar un poco descansada, que esta noche también salgo, que verano estoy pasando más bueno, lo digo por lo bien que me lo paso con mis amistades. Y…algo me viene a la cabeza, el año próximo no dejes que la hosteleria te enganche, ni te dejes convencer por el jefe, no le creas cuando te diga que te va ofrecer un puesto mejor del que tienes, que solo te quiere para quitarle su mierda,  esa mierda que suelta la hosteleria, en sus habitaciones, en la cocina, en el comedor, en la recepción, en los cuartos de baño… el año que viene dile “no” a la hosteleria.

Y llegó esa próxima temporada convirtiéndose en presente, y la hosteleria sultilmente me llamaba, ven… ven… te daré un contrato de temporada, cotizarás en la seguridad social para cobrar “el paro”, conmigo tendrás cubierto el invierno, te daré un uniforme nuevo. Ven…ven… y yo le respondí… es que no sé… pero ahora tengo días libres, imparto unos talleres que están haciéndo bien a algunas mujeres, y hasta el día 1 de julio no termino. Y la persuasora hosteleria me decía, no importa, deja tirada a esa mujeres, piensa que despues en pleno verano no tendrás ningun trabajo, y luego llega el invierno. Yo le respondí para dar por zanjada la absurda conversación, anda y que te den, a tí, al jefe, a las masocas de mis compañeras, al uniforme, y a toda tu mierda, esa mierda que esta temporada limpiará otra, ya me saldrá algo mejor.

Y ganada la batalla a la persuasiva hosteleria terminé los talleres, hice un cartel diciéndo Tarot, que puse en dos teterías, además de acertar, aconsejar, ayudar, conocer gente agradable, me surgió un trabajo que comenzaba el día 1 de julio, impartiendo un taller para niños discapacitados, y toda contenta todo el verano, y diciéndo, esta frase… es que yo… libro los sábados y los domingos. Claro que no he cotizado en la seguridad social, ni cobraré el subsidio de desempleo, he ganado menos dinero, pero en ganado en calidad de vida, despues de comer esas siestas , esos baños en el mar, que no tienen precio.

 

Ana María Cortés

 

 

YO ES QUE TRABAJO Y NO SÉ CUANDO LIBRO              

Pero el día que lo sepa te lo diré, quedaremos y hablaremos del mundo, de la pobreza que hay, del maltrato, de la guerra.

Guerra que nosotros los hombres tenemos en nuestra vida, con lo bonita que es la vida para vivirla con paz y amor.

Paz, palabra que parece que quitaron del diccionario porque las personas hacemos todo lo contrario, matar y maltratar, parece que  nos da placer. El placer de ver a personas asustadas y doloridas, heridas en su cuerpo y en su corazón.

Corazón, que tenemos en el pecho y no usamos mucho, porque si lo hicieramos viviríamos mejor.

La vida, es algo que pasa y no nos damos cuenta de lo que es en sí. Si nos diéramos cuenta viviríamos más traquilos, sin pensar tanto en lo material y más en lo espiritual.

Si algún día tengo libre seré yo misma, con mis virtudes y defectos. La mayoría son defectos, pero ellos me ayudan a vivir. Viviré con intensidad en todos los sentidos. Porque tener un día libre quiere decir desinhibirse, no tener miedo, ni vergüenza de quienes somos ni cómo somos.

Ser o no ser, una envoltura de nosotros mismos.

Si el día para mí es triste… recordaré mis vivencias y mis amores. Amores que me dieron vida y alegría y… en el fondo un poco de tristeza.  Tristeza que no me duele, porque con ella vivo en esta vida de muerte y venganza.

La venganza es un sentimiento que me trae tristeza y muerte. Muerte, palabra que da miedo y trae lágrimas y desesperación.

La desesperación de estar sola, sin tí, sin sentir tu aliento, tus besos y ternura. Esa ternura que sale de tu corazón, que tienes envuelto en una coraza de acero, que no deja brotar esos sentimientos que te rompen el alma y te dan tanto miedo. No tengas miedo a sentir, ni a amar, eso es bonito, te da vida, alegría y felicidad. Felicidad, esa palabra que me gusta, entraña cosas bonitas.

Bonita es tu sonrisa cuando me miras con tus ojos marrones. Tu pelo, negro como el azabache, me gustan tus rizos, esos que te hacen parecer más niño dentro de un cuerpo de hombre, tu corazón dulce como el caramelo y tan grande como el cielo.

Ese cielo tan azul que nos cubre y nos envuelve en su manto de nubes blancas, esas nubes blancas que cuando las miro parecen que me hablan, me explican que hacen ahí, me dicen que seamos buenos en la vida, que la vida es bonita.

Bueno… y para terminar te diré que si algún día tengo libre, procuraré ser feliz.


Fina Martín

 

 

“La cosa más pequeña contiene algo desconocido. Encontrémoslo”. G. de Maupassant

 

 

NO, NO, NADA

No, no, nada

Antonio Talavera dice: no, no, nada, en un tono de voz tan tenue que pese a estar sentada a su lado me resulta casi imperceptible, y Ricardo con su amoroso sentido didáctico nos invita a que al hilo del no, no, nada, relatemos cualquier historia, hagamos una reflexión, juguemos a poner una palabra tras otra hasta agotar un moderado número de ellas. Difícil me resulta a partir de una negación, de estos adverbios, uno detrás de otro, en batería, en fila india, sin la estructura de sujeto, verbo y predicado,  construir nada. Y mira que a lo largo del fin de semana lo he intentado con ahínco. Pero mi mente se ha negado a darme el hilo conductor, la primera hebra necesaria para tirando de ella llegar a construir una historia minimamente coherente.

No, no, nada que debería haber sido, si, si, mucho. Dos adverbios de afirmación y uno de cantidad. Si, si, mucho, a Ricardo Sanz maestro con las palabras porque juega con ellas con el mismo afán que  un niño juega a la pelota y maestro de bondad, generoso y machadianamente bueno, que un día de mayo nos convocó cibernéticamente y nos invitó a formar una tertulia dónde leer o leernos. Si, si, mucho, a Antonio Vidal cartesiano, ordenado, meticuloso, respetuoso y puntual y con una apetecible virtud: sabe escuchar, escucha, no interrumpe, dialoga con orden y concierto, Antonio es la argamasa que a todos une. Si, si, mucho, a Vicky Fernández. Vicky hace de un segundo, sesenta, de una hora, veinticuatro, de veinticuatro, una semana y en ese tiempo multiplica como nadie sus quehaceres y nos lee historias escritas con un sentido del humor envidiable, dibujando tipos, personajes, situaciones. Si, si, mucho, a Fina Martín, la sonrisa ancha, la mirada transparente y ella, como Ricardo, en el buen sentido de la palabra, buena. Sus relatos nos invitan siempre a ser mejores personas, a crecer. Si, si, mucho, a Haydée Godoy. Haydée desmemoriada, Haydée por su trabajo, impuntual. Haydée que se entusiasma con todo. Haydée benevolente con los tertulianos. Si, si, mucho,  a Marisa Correa que estuvo y no estuvo pero cuando estuvo nos regaló su porteña voz  de oro. Si, si mucho, a Lola Carmona que medita cuando escribe y escribe meditando. Lola, en el poblachón salvaje del oeste americano, siempre está del lado de los buenos. No puede evitarlo. Si, si, mucho, a Juan Pérez de Siles que habla como hablan los sabios, con la rotunda voz de los silencios. Sí, si, mucho a Ana, a la que pido perdón por no citar su apellido. Ana llegó a la tertulia y nos dijo estoy aquí para quedarme. Gracias Ana, por escogernos como amigos tuyos. Si, si, mucho, a Antonio Talavera. Antonio se hacía tertuliano a la hora en que Cenicienta abandona príncipe y palacio, pero su presencia en la tertulia hizo tertulia. Si, si, mucho, a Pepe Guerrero, que no José, que le irrita. Pepe un Guadiana imprevisible y una caja china de sorpresas bajo un cabello de plata. Si, si, mucho, a Indira Urbano y Carlos Calderon, llegaron para quedarse con nosotros fugazmente y nosotros siempre tendremos las puertas de nuestro corazón y nuestra tertulia abiertas de par en par para que lo de allá, sea de acá y a la inversa. Si, si, mucho a la hospitalidad de Antonio Raya anfitrión y amigo Gracias a todos y que los idus nos acompañen allá dónde sea que estemos. 


Pilar Barrenechea Vega

 

 

NO, NO, NADA

El denunciante se presentó iracundo ante el juez, dispuesto a denunciar la afrenta recibida, dispuesto a que se hiciera justicia. Lucía sobre su impecable traje un ostentoso crucifijo de oro, pues había oído que el viejo juez era creyente cristiano, aunque con cierta inclinación por la Teología de la Liberación, ese cáncer que cruzaba América y minaba lentamente los cimientos de la Santa Madre Iglesia.

El juez, un anciano a punto de jubilarse, levantó la vista del papel donde redactaba su penúltima sentencia:

No sé cuál es su demanda ni a quien viene usted a denunciar, pero esta será mi última sentencia y he decidido que sea de una justicia inapelable, cristalina y ciega, como debería ser siempre la justicia. Por ello, si no consigue convencernos al jurado y a mi de que su demanda es realmente justa, haré uso de todas mis prerrogativas para hacer que el peso de la ley caiga sobre usted por falsa denuncia antes que sobre el demandado por su presunto delito.

Veo que es usted cristiano, ¿está seguro de que a quien pretende demandar incumplió alguno de los Diez Mandamientos y de que usted, en el caso de que así haya sido, tiene derecho a denunciarle, sin cometer con ello un acto de hipocresía?

Sí, estoy seguro, Sr. Juez, tengo razones para creer que ese hombre me ha robado.

Le daré otra oportunidad de contestar y no tendré en cuenta su respuesta tan precipitada. Antes de responder, tenga en cuenta lo siguiente:

 

¿Ha amado usted, que luce esa brillante cruz dorada en su pecho, a Dios sobre todas las cosas? Si así hubiera sido, su amor habría de incluir el amor a la creación divina y a todas su criaturas, incluido el demandado, amor que le hubiera impedido acusarle, al menos antes de poner la otra mejilla, que no me consta que haya hecho.

 

¿No ha tomado usted el nombre de Dios en vano? Como bien sabe, este es un tribunal civil, pero usted se ha presentado ante mí con ese crucifijo que expresa claramente sus creencias religiosas, con la obvia intención de influir en mis decisiones. Una forma mezquina de usar la imagen y el nombre de Dios.

 

¿Ha usted santificado las fiestas? En esta pequeña capital de provincia en que vivimos, como usted bien sabrá, todos nos conocemos. Recuerdo haber visto muchos domingos a su esposa y sus hijos acudir a misa mientras estaba encendida la luz de su despacho, en la planta superior del palacete donde viven, justo enfrente a la iglesia. No creo equivocarme si sospecho que usted, en el mejor de los casos, se encontraba trabajando en dicho despacho, en compañía de su secretaria.

 

¿Ha honrado usted a su padre y a su madre? Es vox populi, aunque no haya pruebas documentales, pero si testigos pertenecientes al servicio de su casa, que su señor padre, en su lecho de muerte, le rogó que transfiriera un tercio de la fortuna familiar a los Murillo, esa familia que fue despojada de todos sus bienes tras la guerra por haberse mantenido fieles al orden constitucional. Como todos sabemos, su señor padre fue uno de los oficiales falangistas que participó en la, digamos, expropiación.

 

¿Ha matado usted?

No, Sr. Juez, eso sí que no, no permitiré que me llame asesino.

Ni digo que lo sea, al menos desde un punto de vista legal. Pero recuerdo que entre las fábricas que usted cerró en el extranjero hace unos años se encontraba una de conservas en Mauritania, que entonces padecía una sequía atroz, y que los administradores nativos le informaron, a través de una conocida ONG, que cerrarla en ese momento supondría muy posiblemente la muerte por hambre de la mitad de las familias despedidas, como así ocurrió.

Todo se hizo dentro de la más escrupulosa legalidad, la fábrica no era rentable ni eficiente.

Repito que, legalmente, nadie le puede llamar asesino, pero hablábamos de los mandamientos de la ley de ese Dios en el que usted y yo creemos, o decimos creer.

 

Sobre los actos impuros, si le parece, correremos un tupido velo. Por cierto, saludos de Irene, la chica que usted dejó embarazada hace siete años, cuando, recién llegada de su pueblo, fue a trabajar de sirvienta a su casa. Como sabrá, trabaja y vive desde entonces en la mía, madre soltera y sola a la que nadie en esta capital quiso dar trabajo ante sus comentarios difamatorios sobre ella. Creo, sin embargo, que debería estar orgulloso de ese hijo suyo: es inteligente, honesto y sensible, posiblemente ha salido a la madre.

 

Sobre el séptimo mandamiento, no robarás, creo que tampoco debería extenderme, habida cuenta de lo que todos sabemos y lo expuesto sobre el origen de su fortuna familiar y sus actos para conservarla. ¿No le parece . . . ?

Sí, sí . . .

 

¿Cree que es necesario debatir sobre la posibilidad de que usted haya mentido en una o muchas ocasiones a lo largo de su vida?

Todos mentimos.

Sin duda, pero hay mentiras que consideramos pequeños egoísmos y otras que atentan incluso contra las leyes.

Bueno, siga, siga . . .

 

También sobre los pensamientos y deseos impuros hemos de pasar de largo, por benevolencia, aunque inmerecida, y por no tener que citar otro caso similar al de Irene ocurrido cuando usted era aún jovencito y que las personas de mi edad recordamos, incluso con detalle. Entonces eran tiempos muy duros, y nunca se volvió a saber nada de aquella chica . . .

 

Y sobre codiciar los bienes ajenos, ¿qué podríamos decir que no hayamos dicho ya?

 

Repito la pregunta que le formulé hace unos minutos: ¿quiere usted presentar denuncia contra alguien teniendo en cuenta que, por ser esta la última sentencia que dictaré en mi vida judicial, haré todo cuanto esté en mi mano para que sea una sentencia realmente justa y ejemplar?

¿Tiene usted algo que denunciar?

No, no nada, murmuraba el denunciante mientras se alejaba, cabizbajo, del tribunal.


Nekovidal - nekovidal@arteslibres.net

 

 

“No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso”. J. L. Borges

 

 

YO PIENSO QUE ES CULPABLE

Yo pienso que es culpable

Maria dieciséis años. Maria huele la primavera y huele como el azahar de los naranjos que florecen. Maria cree que la vida es primavera. Que la primavera es una circular y brillante manzana roja que se le ofrece a su boca para que ella le hunda sus blanquísimos dientes con furia, ternura, pasión y ganas. Rabia.

Maria con la llegada del mes de abril y sus aguas mil, se ha enamorado. Está enamorada. Maria mira los pájaros aletear con los ojos de su amado. Maria bebe agua fresca si su amado bebe. Maria canta cuando su amado canta. Maria fuma del humo del cigarro que su amado exhala. Maria suspira si su amado suspira. Maria anda de puntillas cuando su amado la quiere distante. Maria renuncia al aire si el aire le falta a su amado. Maria se hace sombra cuando su amado juega a ser hombre. Maria quiere ser siempre la sombra de la sombra de su amado. Maria baila si su amado baila. Maria habla cuando su amado calla, y calla cuando su amado habla. Maria ríe si su amado ríe. Llora cuando su amado llora. Maria se hace noche si su amado renuncia al día. Maria para su amado se hace verano en las frías noches del invierno. Maria es la fruta que él apetece. Maria teje el futuro y lo multiplica por dos. Maria respira si su amado respira. Maria sueña cuando su amado sueña. Maria supura por la herida supurante de su amado. Maria vive agazapada en la costilla derecha de su amado. Maria entrelaza sus manos con las suyas, su cuerpo con el suyo, su vida con la suya. Maria es Maria si su amado la mira, la habla, la sonríe, la besa, la calla, la zarandea, la grita, la golpea, la abraza, la destruye, la reinventa, le hace el amor. Maria no se sube a los tacones. Maria no maquilla con rimel sus pestañas. Maria no pinta con barra de color sus labios. Maria no tiene más perfume que el perfume de su piel limpia y tersa de adolescente. Maria saborea cada instante de vida si está junto a su amado. Maria siente que su amado es la luz y ella las tinieblas. Maria tendida en la cama piensa que nunca antes, ¡nadie! ha sido amado como ella es amada por su amado. Ella es de su amado, piensa. Antes de ser antes ya le amaba, piensa. Ella es el aire que él respira, sin saberlo, trece veces por minuto, piensa Ella el la luz que le alumbra, piensa. Ella es la casa del sol naciente, piensa. Ella es el perro que guarda la casa. Ella es el pan que le alimenta, el agua fresca que corre por la garganta de su amado en los tórridos días de agosto, piensa. Maria se ahoga si él se ahoga. Maria pena cuando su amado pena. Maria muere si él muere. Maria acurruca sin vivir para que su amado viva.   

Maria fue hallada muerta una radiante mañana de otoño en un lecho de sangre, con su historia de amor escrita a cuchillo en toda la geometría de su desdibujado y frágil cuerpo de adolescente. Han contado treinta y siete puñaladas  con las que su amado rubricó para siempre su amor eterno.

Maria es culpable de tan bárbara, inútil y brutal muerte.


Pilar Barrenechea Vega

 

 

YO PIENSO QUE ES CULPABLE 

Pienso, pienso, pienso,

tanto pensamiento,

pienso para el ego,

yo pienso culpable

yo y yo y yo,

yo pienso culpable,

yo culpable yo

pienso bueno y malo

y me creo Garzón,

pienso, pienso, pienso,

yo y yo y yo,

culpo y me acorazo

y me lavo las manos,

culpable pienso yo

y te encierro en prisión,

pienso, pienso y pienso,

no paro de pensar,

todo bien pensadito,

qué comodidad,

pienso yo culpable,

¿yo culpable?, no,

culpable son los otros,

yo no he hecho nada,

yo estoy aquí sentado,

pensando en mi sillón,

pensando y pensando

a quién culpo yo,

yo y yo y yo

yo soy un yoyó,

culpo a mi mujer,

culpo a mis hijos,

culpo al vecino,

culpo a los pobres

y culpo a los ricos,

culpo al gobierno,

culpo al destino,

y aunque soy ateo

culpo a dios mismo.

Deja de pensar,

me dice un amigo

léete el Jueves

y ríete con Dios

que se ríe de sí mismo

y se ríe de tó dios.


Ricardo Sanz

 

 

YO PIENSO QUE ES CULPABLE

Yo pienso que es culpable el dictador que arruinó mi infancia, llenando mi familia de miedos, de rencores, de reivindicaciones que siempre son justas para quien las formula. . . . pero olvido ver la víctima que anida en ese dictador, triste cadáver andante, víctima de una educación represiva provinciana, de miserias emocionales sin cuento, de la burla constante de los camaradas por su voz aflautada, su ridícula estatura, sus pretensiones pseudoculturales. Y de paso olvido acusar a los miles de personas que influyeron, con sus pequeños egoísmos diarios, en las vidas de Francisco y Pilar, esa parejita de El Ferrol que tanto dolor acabarían sembrando: aquellas amiguitas de la aristocracia provinciana que la menospreciaban a ella, aquellos amiguitos adolescentes que le menospreciaban a él, siempre intentando hacerse querer... 

Yo pienso que son culpables mis padres: ella de clase media con acceso a la universidad cuando era un lujo envenenado, en una época oscura en que lo mejor era no ser nadie en una sociedad muerta que no era nada, pero que el destino condenó a ser una señorita bien criada en el ambiente demente de la Sección Femenina de Falange; él, con tanto mundo y tanta vida por delante, tanta inteligencia natural desperdiciada porque nunca cayó en la cuenta que la información que le llegaba desde esa tierra por la que tanta morriña encubierta sentía, podía, simplemente, no ser verdad, no ser más que una farsa. A ella la acuso de estupidez, a él de ceguera, pero olvido acusar a quienes le criaron, a cada uno de mis antepasados, que con cada gesto iban forjando su futuro, a la pobreza de la familia de él, al miedo a la pobreza de la familia de ella, a cada paso dado por cada una de las miles de personas que moldearon su vida . . .

 

Yo pienso que son culpables los políticos, todos ellos, por necesitar el poder sobre sus semejantes para intentar llenar sus vidas, unos a costa de buscar la gratitud por sus acciones altruistas, una carencia, otros por intentar obtener la admiración por su poder, una demencia. Pero olvido acusar a quienes crearon esas personalidades, esas miserias, esa locura cotidiana admitida como natural en nuestra época.

 

Yo pienso, con cierta desfachatez, que son culpables los terroristas de todas las tendencias y colores, mientras olvido el otro terrorismo, el legal, que provoca muchas más muertes, porque es más cómodo que enfrentarme a diario a una mayoría aplastante que no posee ni esa loca clarividencia de que disfrutaba en mi juventud y que el tiempo por una parte ha borrado y por otra templado. Pero al creerles culpables paso por alto la juventud de la mitad de la clase política española, que en algún momento pasaron por la cárcel por terroristas, o la de la otra mitad, cómplices de golpismo y genocidio aunque no hayan pisado una cárcel en su vida. Y vuelvo a olvidar el motivo que a unos y otros nos empujó a esa guerra. Y no consigo dejar de pensar que unos son más culpables que otros . . .

 

Yo pienso cada día que alguien es culpable: mi irrito con la prensa y los noticieros, constante y absurda nota necrológica de nuestra especie, me indigno con la cerrazón ajena, con la injusticia impune, con la memoria frágil, con la necedad oportuna y recurrente.

Y ya hace un tiempo que me siento acorralado en un dilema: por una parte siento justa esa ira de los justos de que aún participo, y por otra no veo más que víctimas de diferentes matices. Por una parte me digo que es lícito seguir luchando contra las injusticias evidentes, pero por otra no encuentro evidencia de injusticia en el momento en que la capacidad de elección de cada uno de nosotros se ve lastrada por millones de condicionamientos que no alcanzamos ni a concebir.  Intuyo la sabiduría de saber conectar y vibrar con la parte de cada ser que, sedienta de vida, busca incansable la paz y el placer, tanto el propio como el ajeno.  A veces veo injusticia, otras sólo el resultado inevitable de ciertos tipos de locura; a veces veo maldad, otra, mera enfermedad; a veces un discurrir constante en conflicto y otras la evidencia de que el enfrentamiento al conflicto crea más conflicto sin conseguir aliviar dolor alguno.

Y en esta dicotomía me encierro, me bloqueo, me escabullo entre pensamientos cuánticos que apenas comienzo a comprender: ¿Cómo pueden las cosas ser y no ser al mismo tiempo? ¿Cómo se puede ser víctima y verdugo a la vez? ¿Somos, al fin y al cabo algo más que víctimas y verdugos constantes? ¿Podemos imaginar siquiera el efecto de cada uno de nuestros actos en cuantos nos rodean?

 

Aquí, en la teteria, alguien llega cansado, por su trabajo, por un viaje, por un resfriado o cualquier otra razón, y pide una bebida; la pide en un tono triste o arrogante, consecuencia de ese cansancio, ¿es culpable de algo? Aparentemente no, pero tal vez el bisnieto del chico o chica que le atiende, y recibe callado la agresión, llegue a ser algún día un pintor mediocre de acuarelas en alguna ciudad europea del siglo que viene, y frustrado por haber sido rechazado en la escuela de bellas artes, emprende una carrera política que le lleva a poseer un poder que le embriaga y enloquece,  un poder que le inspira para salvar el mundo, una vez más. bañándolo de sangre,  un poder que arrastra al resto de la humanidad a la tercera y última guerra mundial . . . ¿es culpable de algo quien hoy ha llegado aquí y ha pedido esa bebida de forma grosera, condicionando el carácter y la vida futura de ese chico o chica que serán padre o madre y abuelos y bisabuelos de ese futuro genocida? Ni imaginamos el efecto que cada uno de nuestros actos tienen en nuestros semejantes y tendrán en el futuro, igual que no podemos ni imaginar el verdadero origen de cada una de nuestras decisiones, que nos empeñamos en considerar propias y libres.

 

La culpabilidad, como la objetividad o la verdad, es tan sólo un concepto tan falso como aparentemente necesario para nuestras mentes. Recurrimos a ellos a diario, incluso quienes identificamos la falsedad de la esencia de los mismos. Queda por saber si esa acumulación de conceptos fantasiosos forman parte intrínseca de nuestra estructura neurobiológica, en cuyo caso estaríamos condenados a ello sin remisión, o si cabe la posibilidad de educar nuestra mente, poco a poco, de forma que sustituya esos criterios por otros más “reales” y, sobre todo, menos dañinos y dolorosos tanto para el conjunto de nuestra especie como para cada uno de los individuos que la formamos.

 

Tal vez desprendernos del individualismo enfermizo que nos hace creernos dueños de cada decisión y señor de cada uno de nuestros actos sea un primer paso para  lograr ese equilibrio que no nos impida identificar una injusticia ni intentar evitar por todos los medios el dolor que conlleva sin necesitar por ello identificar a un culpable, sino tan sólo un error para poder subsanarlo en el futuro. Confundimos a menudo los conceptos: castigar o linchar no son sinónimos de corregir.                                   


Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net


 

“No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso”. J. L. Borges


 

 PARA MÍ ES LA PRIMERA VEZ

PARA MÍ ES LA PRIMERA VEZ

He conocido unas cuantas tertulias: de escritores principiantes y consagrados, de jóvenes y de la llamada tercera edad, de niños inquietos y de escritores soñadores de la gran novela; de aficionados a la literatura, o aficionados a leer o aficionados a escribir, o aficionados a las aficiones. Pero ésta es de las más sanas que he encontrado: nunca contaminan el aire que respiramos las rencillas personales, los egoísmos, o cualquier estúpida carrera hacia ninguna parte. Parece que, casualmente, nos hemos reunido un grupo de personas que ya casi hemos aprendido a vivir y dejar vivir, todo un arte.

Para mi es la primera vez que me puedo sentar en una tertulia completamente relajado, sin importarme cuanto habrá de ocurrir, porque nada malo o negativo puede germinar de una tierra limpia y respetada.


Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net

 

 

Es la primera vez para mí

Mi aspecto de aquella mañana lunes de octubre resultaba desaliñado. El uniforme estaba desuniformado. Mis dedos índice y pulgar  de la mano izquierda habían mostrado una gran torpeza y no habían sido capaces de abotonar el cuello duro. Duro a resultas del almidón. Los botones que cerraban en la espalda el cuerpo del vestido de falda tableada, estaban sin abotonar. Los zapatos de cordones si abrochar. Mi pelo sin cepillar y las trenzas sin trenzar. Cuando mi madre reparó en mí, éramos tantos que la pobre tenía que reparar en nosotros, le dijo a mi hermana la tercera, cuatro años mayor que yo, a partir de hoy tú te encargarás de tu hermana. No precisó aclarar nada. Ninguna recomendación añadida fue necesaria. Mi hermana la tercera sabía de sobra que yo le había sido encomendada a su cuidado. A partir de ese momento todo lo que concerniese a mí persona, fuera del radio de acción de mi madre, sería su responsabilidad. Caídas, torceduras, brechas, huesos rotos, aseo, uniforme, babi, peleas con otros niños, material escolar. Todo quedaba a su cargo. Yo le había caído en suerte. Mi hermana concluyó el desayuno y sin más preámbulo vino hasta mí a terminar de  uniformarme. De vuelta al cuarto de baño me ordenó cepillar los dientes, lavar cara y manos y con una buena dosis de genio, que quiere decir sin contemplaciones, a tironazo limpio, cepilló mi pelo, lo trenzó y remató las trenzas con dos grandes lazos de raso azul marino. No dije ni pío. Ni un ¡ay! se escapó de mi boca y eso que tenía la certeza de que mi cuero cabelludo  de tanto mal trato estaría del mismo color azul marino que el lazo de raso que remataba mis trenzas. Los zapatos se cerraron con unos muy apretados cordones. Mi hermana levantó los ojos buscando mi cara. Me miro con gesto inapelable. Su voz no dejó espacio para la duda, me dijo, a partir de hoy hay muchas cosas que tendrás que aprender, que tendrás que  hacer y además, hacer tú sola. Es la ventaja de ser hermana de tantos hermanos, te vas incorporando a los pequeños o grandes quehaceres de la vida cotidiana, así, de sopetón, sin más remilgos ni más espavientos, ni más contemplaciones. Por la puerta grande. A golpe de amenaza, a golpe de trompada. O ambas. Antes de abandonar la casa me puso en la mano un cabás de cartón piedra con cantoneras de aluminio y lleno de nada. La vida a partir de aquél momento se encargaría de ir  llenándolo de todo.

Es la primera vez para mí que voy al colegio, que corro tras mis hermanas y hermano. Trato de no meter los pies en los charcos que la lluvia forma sobre el pavimento de la calzada que está levantado, lleno de pequeños y no tan pequeños agujeros donde se acumula el agua que hace días, semanas, cae inclemente de unas nubes gruesas y negras que cubren el cielo. Me pesan los zapatos con suelas de crepe. Me pego al cuerpo de mi hermano tratando de guarecerme de la lluvia bajo su paraguas. Mi hermano de un empellón me dice, tú con las niñas. Los niños vamos con los niños. No entiendo lo que quiere decir cuando dice los niños vamos con los niños. Miro calle en todas las direcciones y no hay más niño que él. Como sigo a su lado, se para y repente  me grita muy enfadado, te he dicho que tú con las niñas. Y corro junto a nuestra hermana la tercera. Entonces caminar me resulta muy penoso. Mi hermana camina a largas y desacompasadas zancadas, deprisa, y a duras penas mis piernas de seis años pueden seguirla. El uniforme me pesa también como una losa y dentro de él, me siento como un espantapájaros.

No estoy excitada, no estoy nerviosa, ni triste, ni preocupada. Tampoco tengo miedo. Tengo curiosidad. Tengo ganas de llegar a esa casa grande rodeada por una tapia alta, la tapia es  un muro hecho de piedra de cantería. A través de la cancela de hierro que da acceso al recinto, sé, porque lo he visto muchas veces, hay una gran explanada con hermosos castaños y robles. Al lado de la misma puerta de entrada al colegio hay setos de gladiolos, camelias y hortensias. El olor de las camelias mojadas es dulce y penetrante. El suelo de la explanada esta recubierto de hojas muertas y podridas. Huelen las hojas como a casa que hubiera permanecido  mil años cerrada.

Siempre que iba con Josefa o con mi padre a esperar la salida de mis hermanas y hermano me imaginaba en una de las aulas. Las aulas tenían grandes ventanales de cristal con maineles. A través de los cristales podía ver las cabezas de los niños y las niñas por lo general siempre inclinadas sobre no sabía qué cosa. No tardé en averiguarlo.

Al llegar al colegio cogida de la mano de mi hermana la tercera una monja de sonrisa lela, bobalicona y voz chillona, apenas habíamos traspasado el umbral, me arrebató de ella y sin dirigirme la palabra, me llevó trotando de puntillas, casi al vuelo y fuertemente asida a su mano, a través de un interminable pasillo que tenía puertas pintadas de blanco situadas a derecha e izquierda del corredor. Abrió una de las puertas y me vi dentro de la clase en la iba a pasar tres cursos. La clase acogía indistintamente niños y niñas. Éramos alrededor de treinta. Para todos era nuestro primer día de colegio. La mayoría lloraban y los que no, hipaban entre grandes suspiros. Los había que chillaban, berreaban como descosidos llamando a sus madres. La monja me llevó hasta una mesa con el tablero inclinado y un banco. Ese pupitre, y lo señaló, será el tuyo. Mañana cuando llegues te sientas en él. Todos los días te sentarás en él. Fue la primera vez para mí que me vi en el llamado mundo docente. Aunque mi primer contacto con el mundo docente, de momento,  iba a quedar reducido a, a, e, i, o, u, y a complicadas y sesudas frases como, mi mamá me ama, yo amo a mí mamá o, yo amo el tomate y el tomate me ama a mí. La Madre Asunción que así se llamaba la monja maestra que sufrí tres, ¿cómo decirlo? particulares años, desprendía toda ella un repugnante olor a col cocida o fermentada. Tenía la piel de la cara enmarcada por un gorro blanco del que salían dos alas grandes y tiesas. Como el cuello duro de mí uniforme estaban planchadas con almidón. Mi hermana la tercera me dijo, no se llama gorro, no es un gorro y lo que tú llamas alas, no son alas, es la toca.  La piel de la cara de la monja estaba cubierta por horribles poros negros. Las manos de tan blancas, eran casi azules y siempre le olían a jabón de rosas, que mezclado con el repugnante olor a col cocida o fermentada resultaba todavía más desagradable si cabe. Los ojos los tenía pequeños y de mirada boba, de tontainas. Las cejas pobladas, anchas y negras y sus párpados apenas si tenían pestañas. Los dientes aparecían dentro de unos labios finos y desdibujados,  cada uno de su padre y de su madre. No era alta ni baja y si bastante metida en carnes. Al poco tiempo de conocerla, la apodé el barrilete. De pequeña tenía muchas manías y una de ellas era colocarle un apodo o nombre propio, mío, a todo bicho viviente, incluido el reloj de pared del pasillo de la casa de mis padres, al que un día comencé a llamar Anacleto porque decidí que ése y no otro, era el nombre que le correspondía. La monja caminaba todo el tiempo de aquí para allá. Era muy aficionada a castigarnos de rodillas, de cara a la pared, en un rincón de la clase. Cuando el castigo era de los de órdago a la grande, sacaba de un armario que había empotrado, unas enormes orejas de burro hechas de cartón piedra y cómo penitenciado por la santa inquisición, el humillado y avergonzado, niño o niña, era paseado entre las burlas hirientes de los compañeros, de aula, en aula. El trauma del paseo fue en cualquier caso inevitable para la mayoría. Para algunos, el daño de las burlas, la vergüenza y la humillación, irreversibles. Estoy segura de ello. Espero que si hay infierno, el diablo, la tenga de aquí para allá sin un segundo de reposo, por su incapacidad pedagógica, por ignorante, y sobre todo por mala persona, paseándose con las mismas orejas de burro mañana, tarde, noche y madrugada por todos los confines del infierno.

Todavía hoy si cierro los ojos, puedo oír el roce del borde de su larguisima y pesada falda barriendo el suelo de tablones de madera peligrosamente encerados. Mi hermana la tercera me dice, no es una falda larga y plisada, es el hábito de la Orden. No entiendo lo de hábito y menos lo de la Orden. De su cintura colgaba un enorme crucifijo de plata y un número impreciso de medallas de vírgenes y santos que emitían un permanente tintineo que era la primera vez que escuchaba. Me recordó a la campanilla que mi madre tenía junto a ella en la mesa del comedor, pero el roce de crucifijo, vírgenes y santos me resultó enormemente misterioso.

Cuando nos quería en silencio, después de soltar a diestro y siniestro, más de un sopapo al primero o primera que tuviera a la mano y de amenazar con una regla de que nos iba a calentar el trasero, con voz dulce de dulce hipocresía, nos contaba como el niño Jesús siempre  obedecía a su padres. Que trabajaba en la carpintería de su padre San José, calladito y aplicado, en silencio, siempre en silencio. E insistía en que nosotros teníamos que emitar en todo la conducta ejemplar del niño Dios. Una vez logrado su propósito, tener la clase callada, en silencio, se sentaba tras su mesa y tomando el crucifijo en las manos mormuraba entre dientes frases que a causa de mi poca edad no lograba discernir.

Era la primera vez para mí que tenía una cartilla para aprender a leer. La primera vez que tenía en mis manos una pizarra con marco de madera. Del marco de madera colgaba atado a un cordel de hilo de bramante, un pizarrin y un trapo blanco para borrar mis ilegibles a, e, i, o, u. La primera vez para mí que me aupé al asiento de un pupitre y me senté al lado de la que fue mi primera compañera de clase. Se llamaba Gisela. Bueno en realidad se llamaba Felisa Souto Franqueira, pero como su mama le cortaba el flequillo como a la muñeca Gisela, todo el mundo olvidó el Felisa y pasó a llamarla para gozo de su mamá, Gisela. Morena, con pelo de ratita presumida, regordeta y sobre todo cursi. Cursi como un cerdo con chaqué y en la Opera. Como un repollo con lazos de seda. Era hija de un  registrador de la propiedad y las monjas nos sentaron juntas porque supusieron que si yo era hija de un notario lo más natural sería que siendo ella hija de su registrador padre, tendríamos mucho en común y congeniaríamos. No fue el caso. Era la mi primera vez para mí en hacer una visita al sagrario y besar los pies  de Nuestro Señor Jesucristo. Los pies del crucificado estaban fríos como un helado de chocolate. La primera vez para mí en prometerles a Jesús y a su madre la Virgen Maria que sería eternamente buena, obediente y casta. La primera vez para mí en ir al recreo y con mis recién estrenadas botas de agua, las inefables katiuskas, meterme a chapotear en todo cuanto charco encontré disponible. La primera vez para mí en ser zarandeada por la Madre Asunción pues a resultas del chapoteo estaba empapada de agua de pies a cabeza. La primera vez para mí en cruzar mi mirada con los ojos únicos de Mario. Entonces no lo supe, pero esa primera mirada fue el instante en que nació mi amor por Mario y  ese amor duró hasta el día que la vida y Mario fueron por otros derroteros que los míos.

La primera vez para mí que llegué a la casa de vuelta del colegio acompañando a mis hermanas y hermano mayor y aunque en silencio, si meter baza, participe de sus conversaciones. La primera vez para mí que me peleé en la calle con un niño porque me quitó mi lazo de raso azul. La primera vez que miré a mis cuatro hermanas pequeñas como pequeñas. Yo iba al colegio y ellas continuaban en la casa al cuidado de Josefa y de mi madre. Eso era la prueba irrefutable de que yo aún siendo pequeña, frente a ellas, era menos pequeña. La primera vez para mí que antes de cerrar los ojos y caer dormida recé por tres veces el Dios te salve Maria. La madre Asunción nos había dicho aquél mi primer día de clase muy clarito, que si queríamos evitar las llamas eternas del infierno, evitar a los diablos pinchándonos atrozmente el cuerpo con enormes tridentes, y supimos como eran los diablos, las llamas eternas y los horribles tridentes porque de pupitre en pupitre nos fue desplegando unos gravados a color con todo lujo de detalles, pues eso, si queríamos evitar los tormentos, teníamos antes de dormirnos, rezar a la Madre de Dios la misma oración tres veces cada noche, todas. Una y cada noche de nuestra vida y de ése modo quedar bajo su divina protección y lejos de las garras y pezuñas de los diablos.

No tuve mejor ocurrencia que contarles a mis hermanas pequeñas de pe a pá como era el infierno y como eran los diablos  y sus tridentes. Durante muchas noches mis hermanas sufrieron de horrendas pesadillas y se despertaban a cualquier hora gritando y llorando que no querían ir al infierno y por supuesto menos todavía querían ir al colegio donde una monja contaba cosas terroríficas. De mucho miedo.

Aquel año del cincuenta y cuatro  fue el año en que aprendí a leer y escribir. El año en el que la madre Asunción con las venas de la cara a punto de reventar me dijo propinándome un empujón que me hizo caer al suelo: aquí no queremos niños zurdos, aquí vas a aprender a escribir con la mano derecha. Los zurdos son hijos de Satanás, sentenció, dejando escapar un hilillo de saliba babeante por las comisuras de su antipática y casi torcida boca. Entonces era zurda, fui zurda y continuo siendo zurda. Claro que quien sabe si la madre Asunción estaba en lo cierto y soy una real hija de Satanás.


Pilar Barrenechea

 

 

O es la primera vez

o simplemente no es,

me digo cada vez

cada vez que me digo:

eso ya lo he vivido,

eso ya me lo sé,

soy un tío curtido

y a mí no hay quien me la dé.

Qué mazmorra, mi cabeza,

qué fardo, mi memoria,

qué asco de experiencia,

menudo aburrimiento,

tanto conocimiento,

qué miedo a estar abierto

y a quedarme en cueros.

O es la primera vez

o simplemente no es,

o estoy en lo que estoy

o me estanco en lo que fue.

Qué difícil, la presencia,

qué difícil, la inocencia,

qué difícil, la simpleza,

seré un ingenuo,

seré un idiota

pero yo me quedo

con la aventura,

con el misterio,

con la sorpresa

y doy palmas

con mis orejas. 


Ricardo Sanz

 

 

ES LA PRIMERA VEZ PARA MÍ

En otoño se me caen los sueños a chorros, parecen pompas de jabón, hojas locas revoloteando; se amontonan en sitios sinuosos, inverosímiles, nunca en plaza firme de pueblo o ciudad cual inexpugnable fortaleza. Eso ni lo sueñes. No se plantan a pecho descubierto en la plaza pública, lugar de encuentros y cruces de saludos mañaneros, como dios manda. Una plaza donde desfilen vestidos de gala, con sus gloriosas insignias capturadas en el frente, los sueños, atravesados por balas, rojos, blancos, azules, negros con tanques repletos de fantástica metralla ahuyentadora de insomnios y mezquindades. Se trata de pérfidos derrumbes del edificio de los proyectos, y no es nada desdeñable, ya que “es la primera vez para mí”.

La ecografía plasmada duele. Con el duelo me purifico en tal púlpito. Pero está claro, lloro por inercia vital. A lo mejor por una recóndita venganza. Me coloco de plañidera a la cabeza del cortejo. Sospecho que encierra en lo subliminal un cariz alegre, de día festivo, deportivo. Tanto la práctica del tenis como el llanto podrían ser concebidos como actividades reales, ejercicio físico, aplicando la sentencia, mente sana en cuerpo sano. A veces me río de mi llanto, con la percepción de cómo cada sollozo es la mar de sano, un colosal respiro. Pero no cabe duda de la búsqueda, el intento llorar con acendrado sentimiento. Nada de teatro.

Asimismo exhalo sollozos, cuando una lágrima no tiene donde caerse muerta, una mirada musita en la oscura reja de una callejuela, la ternura acorralada de una sonrisa, o el sensual lunar ruborizado en la entrepierna. Pero la gente siente, lagrimea sin rodeos a la luz del día, a pleno pulmón, con conocimiento de causa, sabe donde le aprieta el zapato. Así acontece por ejemplo, cuando va a pique la nave de su vida, cuando el golpe del asesino siega al ser querido, o amarillos silencios llenan el vacío de la jaula. No me salpica tal suerte.

Mi caso no tiene cura. Discurre por oratorios iconoclastas, rancios cenáculos, desquiciados cauces. Si otros ríen, brincan emocionados en el umbral de una nueva primavera, mi órbita, en cambio, desvaría; deshecha la nieve en las cumbres de lo cotidiano me pongo los útiles de esquí; pero es que “es la primera vez para mí”, y me enredo, confundo pensamiento con sentimientos, tergiverso el sentir de seres, palabras y signos; semeja una olla de calabazas hirviendo en la volátil cabeza, y expelo lágrimas heridas a manta y se nubla el semblante de mi cielo. Luego desciendo arrastrado por la corriente a los mismos infiernos y apenas vislumbro vestigios de Eurídice.

Un cúmulo espeso se posa en las sienes. Comienza la lluvia con gotas incoloras o negras, gordas, suculentas como sucios gusanos, que se filtran y acrecientan en la escurridiza niebla del entorno. No es posible cortar por lo sano. Suavizar la llaga. Continúa floreciendo el grifo lacrimal.

Urge clamar a Júpiter ¡basta! Hasta aquí el límite. No desvirtúe, usted señor, la realidad. Antes de que las tormentas interiores hurguen con sus yemas los frágiles cables, alimenten ríos insufribles, o monte en cólera la marea de la sinrazón.

 Esa estampida de crecidas que transportan haces de lágrimas, hojas de afeitar de innobles rostros y amarillentos sueños de otoño desgajados en tibios bamboleos al compás de la ventisca, quieren como el pájaro carpintero entrar en la grieta del árbol en puertas de la floración temprana.

El deslizamiento de troncos y ramas empujados por el torrente del desarraigo existencial, en ocasiones, troncha el tronco de un colega que, desafiando a la madre natura, recoge rotas las esperanzas de un otoño que, en su inicio, brillaban con luz propia.

No es posible calibrar con talento que el casado en otoño coleccione hojas fútiles, provenientes de una juventud antaño soñada, el paraíso, si acicaló el edén de su propia primavera.

   De ser así, qué más pretendes, “si es la primera vez para mí”. Anteriormente nunca estuviste atado al duro banco. Vivías a tus anchas en el deleitoso campo. El agua discurría discretamente y podías saciar tu necesidad. A tu antojo. Te peleabas con tu sombra, que a fin de cuentas era la tuya. Luego todo se mudó. Pasó a ser de otra tu sombra. Y conviene recordar que “es la primera vez para mí”, y no te acostumbras.

  Alguien dijo que el celibato es una fábrica de chocolatinas celestiales, de vida placentera, palpando bocados de beatitud, atesorando santos avales para los altares, y  posteriormente adquirir en propiedad una preciosa parcela con hermosas vistas al mar “eterno”. Ríos de bendiciones, y sentados en la misma mesa del supremo Papa, el máximo Todopoderoso, en cuyas manos está el botón atómico de la felicidad completa.

  Por esos prados pasea el adagio, el buey solo bien se lame.                                                                                                


José Guerrero Ruiz

 

 

ES LA PRIMERA VEZ PARA MÍ                                                     

Creía que ya no habrían más primeras veces, pero me equivocaba.

Hoy es la primera vez que vivo este día que es hoy.  Después de estar dormida, esta mañana me desperté, abrí los ojos por primera vez a este nuevo día. Me levanté por primera vez esta mañana. Miré por la ventana al cielo, descubrí en él una nueva tonalidad celeste, hoy por primera vez. Me he mirado en el espejo, me he visto en él reflejada, por primera vez hoy, me he visto, me he mirado. He sentido el agua tibia deslizarse por mi cuerpo, hoy por primera vez. He saboreado una taza de té caliente, sorbo a sorbo la he tomado, hoy por primera vez. He salido a la calle, el sol por primera vez hoy me ha iluminado. Hoy por primera vez estoy escribiendo este texto.

Hoy en todo este día, he experimentado una primera vez despues de otra. Por que si no me hubiese despertado hoy, ni levantado al nuevo día, no hubiese tenido todas esas primeras veces. Por que hoy es la primera vez que vivo este nuevo día. Cada día está lleno de esas primeras veces, donde siempre descubres algo nuevo. Sólo hay que despertar para recibir el nuevo día. El nuevo día que es lo que tenemos, el hoy. Hoy es el primer día del resto de vida que aún me queda por vivir.


Fina Martín

 

 

 

 

 

“...sectas fanáticamente abstemias, como los encráticos, los tacianos, los marcionitas y los acuarianos, para los cuales beber constituía pecado mortal; de acuerdo con sus tradiciones, cuando Lucifer cayó de los cielos se unió a la tierra y produjo la vid.

     (Antonio Escohotado. Hª de las drogas, tomo I, pág. 235)

 

 

ELLOS

ELLOS

 

Ellos arriesgaron y arriesgarán la vida por nosotros sin conocernos: en medio de una tempestad marina, entre los hielos de la alta montaña, en el infierno del fuego, en un hospital, en la sinrazón de una guerra . . . Ellos, todos ellos, vivieron para si, pero regalaron al futuro sus obras.

¿Alguien recuerda al primer panadero, al inventor de la rueda, las tenazas, el primer circuito, el primer tejido, la primera red, el primer vino . . . ?

Pero aquí están, en forma de innumerables objetos cotidianos, sus obras, ese hermoso legado postmorten de sus habilidades, de su sudor, de sus inquietudes, de sus dudas y certezas.

Casi ninguno de ellos lo planeó así: sólo les interesaba  sobrevivir, u obtener algo de dinero, tal vez incluso les movió, a muchos, la codicia, pero todos regalaron al futuro de su especie, nosotros, más de lo que recibieron.

Ellos me dieron la vida y ellos buscarán el lugar apropiado en que depositar mi cuerpo cuando termine la odisea.

Ellos, cada uno de ellos eres tú, yo, nosotros.

Eso nos ha hecho poderosos en este planeta como forma de vida, a pesar de nuestras tremendas limitaciones físicas.

Olvidarlo nos puede costar la extinción de nuestra especie.


Nekovidal - nekovidal@arteslibres.net

 

 

 

 

HOY

HOY

Hoy volveré a plantearme, una vez más, si vale la pena arriesgar tiempo en esa amistad, dinero en ese negocio, o sentimientos en esa relación, todas ellas semillas esperando la lluvia oportuna que las haga germinar.

Antes tendré que decidir si vale la pena plantearse esas cosas o no será mejor, como en tantas otras, dejar fluir el río de la vida.

Ante todo, como condición imprescindible de este juego, he de mantener la fe en que habrá un mañana.

Luego nada está, en realidad, en mis manos.


Nekovidal - nekovidal@arteslibres.net

 

 

HOY

El hoy de ayer ya es pasado, irremediablemente irrecuperable e inmune a toda transformación, salvo en la necesidad de la mente.

 

El hoy de hoy, simplemente, no es. Cada nanosegundo transcurrido es pasado, cada nanosegundo por venir es futuro. Decir que el presente es la más delgada de las líneas imaginables es una tremenda exageración, es más delgada aún.

 

El hoy del mañana es un futuro tan incierto como aparente y falsamente modificable.

 

Luego, ¿Cuál es la clave de tan absurdo juego?

¿Alguien puede decirme qué hora es?

 

Nekovidal - nekovidal@arteslibres.net

 

 

Cinco por cinco

(Cinco temas, cinco líneas cada tema)

 

Hoy escribo patata,

patata frita,

teoría de la patata frita,

toda teoría,

una patata frita.

¿Yo?

No, yo no.

Teoría, ¿yo? No

Yo,

una patata frita.

Ellos,

ellos y nosotros,

otra teoría,

todos,

una patata frita.

Cuando me beba el mojito,

cuando críe a mi hijo,

cuando lo tenga bien pensadito,

el aplazamiento,

una patata frita.

Ah, espera, ahora te lo digo,

todo pensamiento,

una patata frita,

como yo, como ellos,

como ese mojito, digo.


Ricardo Sanz

 

HOY, YO, ELLOS

Hoy el  cielo se  cubre  de nubarrones grises  amenazando lluvia. La tarde va en busca de la noche, el mar agitado, las montañas tranquilas. La mitad de la gente está  alegre,  la otra mitad angustiada, quizás  esperanzada.

         Hoy, en algún lugar del mundo, ellos exprimen el cuerpo y la vida de un niño con hambre.

         Hoy, en algún lugar, ellos disparan un misil, un estallido de bomba está segando las vidas de personas que no comprenden por qué son las víctimas.

         Hoy, en algún lugar del mundo, hombres y mujeres de África secan sus frentes sudorosas, trabajan de sol a sol, ellas con la hoz en la mano cargan a las espaldas a su criatura.

         Hoy, ahora, tal vez cerca, una mujer muera a manos de su  pareja o ex.

         Hoy, en un lugar del mundo, una niña es vendida por su familia para ser prostituida, tienen hambre.

         Hoy, en algún lugar de ese inmenso mar azul, una patera va a la deriva con una treintena de  famélicos hombres.

         Hoy, en cárceles como Guantánamo, se torturan a prisioneros, aunque ellos, el país de los Derechos Humanos  lo niegue.

         Hoy,  unos niños  puede que queden algunos de sus miembros  mutilados por jugar en campos minados.

         Hoy, en una sala blanca de hospital, o tal vez en un camastro de mugrientas sábanas, agoniza  un enfermo de sida, sigue existiendo aunque no esté ya de moda  y los infectados sigan malviviendo en la clandestinidad.

         Y hoy, ¿Qué hago yo, y tú, y él, y nosotros, y vosotros para que continúe ocurriendo? ¿Por qué culpabilizamos sólo a ellos de todo lo que en algún lugar del mundo está pasando?


Vicky Fernández

        

 LO ADMITO…*

(pensamientos de un machista)

 

 Yo, lo admito, a ojos de mis amigos ya no soy el mismo; en la intimidad de sus críticas seguro que no soy ahora, sino un terco machista. Creo que llevan su parte de razón. Por eso me regalaron por reyes un libro titulado El varón sometido. La verdad, es que nunca he sido un gran lector, de un tiempo acá sólo repaso los titulares y entradillas de la prensa deportiva, los mensajes de las novietas de Internet y la frase caliente escrita con carmín rojo sobre un espejo milagrero que mi chica preferida del puticlub me dedicaba cada jueves para demostrarme su cariño y sus adelantos en el idioma de Cela.

Hoy he puesto oído, agazapado como espía, a una conversación de mi mujer con la vecina. Le sacaban los pellejos a una separada cuarentona, de muy buen ver, que andaba liada con un casado. He llegado a la conclusión de que ella también es machista, y no sé si por costumbre, abnegación o seguridad. En cambio mis amigos prefieren llamarla tonta, pobre mujer subyugada o simplemente una sacrificada del hogar.

Ellos, mis amigos, son desde hace años una pareja política y socialmente correcta. Él es un feminista tranquilo, miembro de relleno de la última lista electoral que encabezaba su mujer en segundo puesto. Un suplente de la ley de igualdad. Espero que no acabe tirándose por la ventana como el marido de la jueza en la última peli de Chabrol.

Somos amigos desde la adolescencia, cuando ellas iban juntas al servicio en la discoteca, sacaban de los bolsos las botellitas de guisqui  y nosotros  pedíamos en la barra sólo los refrescos. Colegas de cuando trasnochábamos los cuatro y terminábamos haciendo el amor en habitaciones contiguas, oyéndonos los jadeos. En esas veladas hervía la sangre juvenil, la inocencia del instinto, ardores espontáneos que eran refrescados con cerveza de litro y mojitos de ron blanco con mucho hielo.

Mi novia entonces me hacía la pregunta: ¿Me quieres? Y desde luego que la quería, con ella siempre recordaba el dicho árabe que leí en una edición resumida de Las Mil y una Noche. “Si robas, que sea al menos un camello; si amas a una mujer que se parezca a la luna”. Mi novia tenía la belleza, el candor y la luz de la mismísima Luna. Sí la quería, pero para hacerla rabiar le contestaba con ironía: Sí, cuando me beba el mojito.

Pero ahora soy un cuarentón machista, un cabroncete con pasta, un patrón con empleados, propietario de un chalé frente a la playa. También soy un padre modelo, de los que se ponen a hacer lo deberes con sus dos niñas y se ocupan personalmente de su educación. Y aunque me haya acostado con otras mujeres, en el fondo (ya me cunden otras frases machistas), en el fondo, nunca la he dejado de querer y es la mujer de mi vida, mi sultana.

Sé perfectamente que esto de mi machismo no durará mucho. Que estoy incluso condenado a sufrir sus efectos secundarios y a probar de su propio veneno. No lo puedo, mejor dicho, no lo quiero remediar y los nuevos tiempos me arrollan. Es fruto de mi egoísmo, de un hedonismo incorregible y una naturaleza animal. Sobre esto último una pitonisa me sopló ayer, después de hacerme la carta astral, que tenía el peor de signos. Que Plutón, dios de los infiernos regía mi vida, y mis debilidades y que mi suerte podía cambiar. Le pregunté que si eso era tan malo como parecía. Y me respondió con media sonrisa, “Ah, espera, ahora te lo digo”, sacando una baraja del Tarot, que abrió justo por La Luna y El Colgado.

*(Relato a propósito de los temas: Yo, hoy, ellos, ellas, cuando me tome el mojito, ah, espera, ahora te los digo, sugeridos en la tertulia de Nerja Telees).

 
Javier Martín Franco
 

 

YO

YO

Yo creo ser y me es suficiente en mi ignorancia. Creo en el mismo yo que crea al yo, luego el mismo acto de creer pierde sentido.

Además de ser, también creo que ese yo puede hacer, y creo en la realidad de cada acto.

Hace años incluso creía que ese yo podía decidir su destino, ahora ya dudo.

¡Cuántas fantasías pueden brotar de un tallo minúsculo y reseco al que llamamos yo!

                                          

 Nekovidal - nekovidal@arteslibres.net

 
 

Hoy, yo, ellos

Hoy pienso en el retorno. Hoy yo sé que soy regreso, vuelta. El viaje que  pronto tendré que emprender será solo de ida. Hoy sueño en el viaje que habrá de devolverme a la tierra de ellos, los otros, los de allá, que pese a los andamiajes de nuestras vidas, también son los míos. Hoy yo regresaré a los valles de innumerables verdes, poblados de castañeiros, hayas amorosas, como madres y a los bosques de robles perpetuos. Nunca me pertenecieron. Siempre me pertenecieron. Ya estaban dentro de mí muchas generaciones antes de mi nacimiento. Entraron en mi vida de la mano de mi padre, Ángel. Ángel morriñento de las ruas mojadas y de la piedra hecha agua. Siempre con la mirada al otro lado de la isla. Siempre aquí y sin embargo, ausente. Hoy yo sé, que el tiempo está cumplido. Que es el momento de llegar a tiempo al tiempo que termina, que la muerte altanera, dejará de ser muerte anunciada, para ser simplemente muerte redonda, círculo, que finalmente se cierra. Ahora no puedo evitar la nostalgia por una tierra que fue mía porque antes había sido de mi padre, de mis abuelos paternos y de los padres  y abuelos de los abuelos. Sin saberlo hice mío el espacio dónde la lluvia es algo más que agua que se derrama desde las nubes grises. Las lluvias de la tierra de los míos son como un finísimo polvo de estrellas. Cuando pienso en el retorno inevitable, mi corazón se estremece, se encoge, y el ánimo  se vuelve frágil y asustadizo. Entonces pienso  en cómo la vida lejos de ellos, estuvo aun sin saberlo, con ellos. Mi vida quedó impregnada de todo de lo que jamás pude o simplemente no supe desprenderme. Como aquel olor ácido de los manzanos que mi abuelo paterno había plantado en el huerto que ocupaba la parte posterior de la casa, al poco de llegar a ella. Aquí y ahora, hoy, yo puedo oler las manzanas que mi abuela arrancaba de las ramas y que con ternura, mimo, llevaba depositadas en el hueco de su delantal de percal rayado, hasta las cómodas y armarios de todos los dormitorios de la casa. Si cierro los ojos y respiro profundo, puedo sentir el olor que desprendían los cajones de las cómodas y la ropa que estos acogían bien planchada y mejor ordenada. Cada cosa en su sitio. Un sitio para cada cosa. Con el paso del tiempo las manzanas se arrugaban y se iban empequeñeciendo hasta llegar al tamaño de un huevo de gallina, entonces el olor que desprendían era dulce, muy dulce. Era el mismo olor que habían desprendido las sábanas de mi cama y que nunca más percibiría, después del día en que dejé para siempre el domicilio familiar. Una sola idea ocupaba entonces la cavidad de mi cabeza: cambiar el mundo, hacer presente el pasado y el pasado borrarlo de la Historia. Hoy puedo sentir todavía en las aletas de mi nariz, el rastro del olor que desprendía mí suéter de lana de los domingos. El mismo olor estaba adherido en el pantalón largo a cuadros escoceses, aquel que estrené el día que cumplí quince años. Mi padre me observó por primera vez con una mirada complacida, que yo hoy, interpreto como de admiración. Es guapo este Fidelito. Y listo, muy listo. Podría si Dios lo llamase consigo, llegar a Perfecto de la Compañía. Estoy seguro que eso debió de pensar de mí aquel  día. ¡Pobre padre mío! dibujó en su cabeza un futuro cardenalicio para su hijo y su hijo sólo ha tenido un presente discontinuo.  Yo hoy, ahora, puedo ver cada uno de todos los días de mi vida. No lo he elegido, ha pasado, está pasando como una fuga de Bach por mi memoria. Me invade la añoranza de cuando lavaba mis manos  y sentía en la espalda la presencia de mi madre ofreciéndome en silencio con su mejor sonrisa, una toalla de hilo blanco con las iniciales de los nombres de mis abuelos maternos, sus padres, bordadas. Me preguntó ahora como es posible que todavía hoy, después de tantos y tan pocos años, ellos, los olores, las imágenes, los sentimientos, pese al tiempo transcurrido, permanezcan intactos en la memoria. Cómo ha sido, me preguntó, que los vientos del Caribe, el salitre que todo lo penetra, los efluvios de la zafra, el olor de la pólvora quemada, el aroma de las hembras en flor, no hayan podido eclipsar todo esto que llegado a éste punto, ahora se torna, se vuelve melancolía. Será cosa de la santería. ¡La santería! Tamaña ironía descreído como soy. 

La melancolía me llega, me cala el alma, cuando sé que hoy, yo estoy a un paso de hacer el último viaje para después pasear por el amor y la muerte. Y me digo, la melancolía son tres tristes tristezas en un trigal que pierden poco a poco su belleza. Me digo, la melancolía de hoy es la suma de las esperanzas incumplidas de ayer. La muerte está anunciada y si cierro otra vez los ojos, de entre todas las cosas que he vivido, hecho, sólo permanece intacta en su contornos y limites propios, la voz de mi abuela paterna, contándome sentada en su mecedora de palo santo, como en la tierra de las mil lluvias y los mil colores,  la leña arde en la lareira, los trasgos cambian de sitio las cosas. Las vacas en la cuadra susurran poemas de amor. De como el viento cierra y abre a su antojo puertas y postigos.  De cómo no es el viento, sino la santa compaña que muere de frió y el orbayo la ha empapado el alma y entra en las casas por todas las oquedades en busca del calor que la seque y caliente, repare el ánimo, para después sin despedirse, volver a los caminos de la noche oscura Duro oficio el de ser santa compaña me decía mi abuela susurrante.

La muerte ha de llegar y le pido no demore su presencia.  Con la muerte llegaran los cuatro angelitos custodios de las cuatro esquinitas que tiene mi cama. Mi cama que aun hoy, pese al tiempo transcurrido desprende el olor sensual de todas las hembras que he amado. Y el de las otras, las que nunca amé.

Ellos, los ángeles bellos y de color, alzaran mi carcasa aun no desvencijada, intacta, carnal, enorme, en volandas a ritmo del son caliente, entre maracas y bongos. Entre chachachás y boleros sabrosones. Bola de Nieve con voz de puma, improvisará una nana para detener mi miedo y cerrar mi esfínter. Nunca fui cagón, ¡carajo! Cabrera Infante me mirará compasivo desde el otro lado de sus redondas lentes. Lezama, me dirá en su castellano único, que te jodan maricón. Mis negrazos habaneros pasearan danzones mi cuerpo a hombros, por las plazas y calles de la ciudad, hasta el malecón de La Habana. Beberán  los muy fregaos el último mojito. El último mojito a la memoria de mi muerte. No lloverán aguas de lágrimas sobre la despreocupada Habana. Ellos, ellas, los que mueven las caderas tan así, que el mundo se detiene boquiabierto a contemplarlos, me depositaran en la nada de la nada, que es donde terminamos todos los mortales. En  la nada de la nada regresaré al regazo de mi abuela y con ella, acurrucado contra su pecho, envuelto en el olor agridulce de sus manzanas verdes y ácidas, viajaremos a la tierra  donde la lluvia tiene su reino. Habaneando juntos los dos para siempre.


Pilar Barrenechea

 

 

“El comienzo es ya la mitad del todo”. Aristóteles

 

 

CUANDO ME BEBA EL MOJITO

CUANDO ME BEBA EL MOJITO

Cuando me beba el mojito, aquí, en la tertulia, tras saborear sin prisas el último trago, apurando el frescor del vaso, levantaré la mirada y seguro que encontraré unos ojos amigos. Por eso cada miércoles me permito este pequeño lujo, el de la amistad.


Nekovidal - nekovidal@arteslibres.net

 

 

LA NOCHE Y LOS MOHITOS 

Estaban sentados alrededor de una mesa, en la terraza del bar que nos servía de punto de encuentro. Era una noche otoñal cálida del sur de la costa malagueña.

Yo llegué con algo de retraso. Me acerqué a saludarlos. Me senté en una de las sillas vacías. Me uní al círculo amistoso. Frente a mí una cara nueva, que saludé aunque no le conocía, ya que si estaba allí sentado sería porque era amigo de algún amigo o de alguna amiga.

Llegó el camarero, también amigo, con un gesto amable, como de costumbre, me preguntó: -¿Qué quieres tomar?, a lo que le respondí: -“Un mohito” de esos que tú preparas tan bien.

Y conversamos, explicamos anécdotas, reímos, así durante toda la reunión.

Yo… miraba y observaba aquel desconocido. Para mí observar es mirar más allá de lo exterior, me quise adentrar sin permiso a su interior. Escuché su voz, observé su voz, cálida.

Y mi sexto sentido me decía: -Míralo bien… obsérvalo. Es alguien especial. Para mi ser especial es ser como no es la mayoría de la gente, es ser eso, especial, es tener “algo” que casi nadie puede ver.

La noche seguía, las risas, las conversaciones.

Él hablaba y yo… observaba sus gestos. Hubo un momento que me detuve en sus manos, vi que que ellas desprendían luz, calor, amor. Ese amor que no tiene ego, ese amor que sana como la medicina.

El camarero volvió, mi “mohito” se terminó y pedí otro más.

No sé si era el “mohito”, si era la noche otoñal que a mí me parecía primaveral, o si era él con su tibieza de espíritu, o si era su mirada cada vez que me miraba, no sé… pero sentía que esa noche era especial, es decir que esa noche, me parecía que iba a ir más allá de una simple noche.

Ellos y ellas se fueron marchando, y yo que no me quería ir. Y él frente a mí sentado.

Miré al cielo, la luna estaba en su plenitud. El cielo, cuajado de estrellas.

Tenía la excusa de que acababa de pedir otro “mohito” que bebí con pequeños sorbos, para que durara más tiempo.

-¿Os venís o qué? Nos dijeron los últimos en marcharse. A lo que él respondió: -Nos quedamos para terminar nuestros vasos. Después se bebió el último resto de su vaso. Y pensé: -¡Vaya, otro que se va!, menos mal que el camarero es amigo mío, por lo menos no me quedo sola.

Él se levantó y fue al interior del bar, de vuelta traía en cada una de sus manos dos “mohitos”. Seguimos hablando, intentando conocernos algo más.

Al rato, el camarero se acercó y nos dijo: -Lo siento, pero… es que… tengo que cerrar. Yo me bebí lo que me quedaba del “mohito”, y le dije: - ¿Y tú? ¿Te bebes el “mohito” o lo dejas aquí? –nos tenemos que ir. –Me contestó: -Espera, ahora te lo digo, cuando me beba el “mohito” y de un trago se bebió más de medio vaso que aún le quedaba. Pensé: -Como este tenga mala bebida, me voy del tirón. –Como me empiece a contar penas, lo dejo “tirao”. Y como se ponga “pesao” no se imagina lo que le espera.

-Ya, Ya te lo puedo decir, me dijo. -¿El qué? –le pregunté. A lo que me respondió: -Que me he bebido el mohito, que podemos seguir hablando si quieres, ¡ah¡ que no te preocupes, que no tengo mala bebida, ni te voy a contar penas, ni soy un “pesao”. -¡Vaya! Parece que este me ha leído el pensamiento, -pensé.

Caminamos hacia la playa, estaba desierta, me quité los zapatos para sentir bajo mis píes la fresca arena. Nos sentamos a la orilla del mar, miramos las olas. Pensé: -Las personas son como las olas, vienen y se van. Pensé en él, aquel que estuvo en aquel mismo sitio de la playa junto a mí en una noche de verano, han pasado años y me parece que su recuerdo es como un fantasma pegado a mí. Ensimismada en mis recuerdos, me olvidé de aquel desconocido que estaba a mi lado.

El desconocido mirándome, me dijo: -El amor siempre está, sólo que a veces cambia de lugar o de persona.

Mi mente volvió a la realidad, además… yo quería vivir el presente, olvidar lo que fue y ya no es. Me centré en ese momento, en mí, en aquel hombre sentado junto a mí, que se había cruzado en mi camino presente.

Cerré los ojos para concentrarme en olvidar el pasado y al abrirlos… vi que en su mirada estaban las mismas “chispas” de aquel que se fue y no volvió. Vi la misma sonrisa que hace años vi en aquél hace mucho tiempo.

Sus manos, las de él, rozaron mis mejillas, y… me parecieron aquellas manos que se perdieron en el tiempo. Un beso se posó en sus labios y los míos y recordé aquel beso que no tenía freno, aquel beso que era del que se marchó de mí.

Me dejé llevar por aquel beso, aquel momento presente. Aquel beso, seguidos de caricias. Y no puede evitar pensar y sentir… -la misma forma de besar, las mismas caricias, las mismas chispas en los ojos, la misma playa, la misma luna, y yo… que seguía siendo la misma, pero él no era el mismo que hace años se fue y no volvió.

Las manos de él… se deslizaban por mi cintura, justo en el centro de las caricias que él más deseaba, que estaban más arriba y más debajo de mi cintura.

Mis manos acariciaban su varonil pecho, bajo ellas sentía a su corazón acompasado y cada vez más rápido. Nos abrazamos, su corazón y el mío latían juntos, parecían compartir los latidos como si fueran uno.

Nuestros cuerpos se tendieron en la arena, y jugaron a no despegarse  el uno del otro.

No sé si fue el “mohito”, si la noche cálida de otoño que a mí me parecía de primavera, o si era su tibieza de espíritu, o si era su mirada, o si era la evocación de aquel fantasma de mi recuerdo, o si era el amor que a veces cambia de persona. Lo que sí sé es que él, aquel desconocido, me hizo sentir que el otoño de mis años eran primaveras.

Después de nuestro juego, nos desenlazamos, miramos nuestros cuerpos desnudos y miramos la desnudez de nuestras almas. Nos vestimos los cuerpos, pero nuestras almas seguían desnudas y libres. Nuestros corazones ya calmados latían suavemente. Él rodeándome con sus brazos vistió mi alma desnuda y mirándome a los ojos, me dijo: -Me gustaste desde que te vi aparecer, y ahora… me gustas más. –Miró la luna, miró mi cara y tarareó una canción, la misma canción que me tarareó aquel que se fue y no volvió.

Yo le miré, le besé y le pregunté: -¿Por qué existen las casualidades? –Nada es casual mujer, todo es causa y efecto, -me respondió. -¿Qué causa y qué efecto? -Dije yo. Él me respondió sonriente: -La causa eres tú, el efecto soy yo. Sin causa no hay efecto, y viceversa.

Él me acompañó hasta mi casa, nos despedimos con un beso (pero este con freno), intercambiamos los números de teléfono y nos dijimos adiós.

Entré en mi casa, me miré en el espejo y vi en él reflejada esa misma cara que tenía hace años cuando aquel antes de irse estaba junto a mí.

-¿Qué me ha pasado esta noche? –pensé. No quiero pensar, prefiero dormir, quizá todo haya sido un sueño… mañana será otro día.

Y así fue, desperté y todo… había sido un sueño, dulce, pero un sueño.

Esa misma noche me iba a reunir con ellos, amistades mías con las que comparto charlas y risas.

Salí de casa, llegando algo más tarde de la hora prevista. Me reuní con mis amistades, me senté en una silla vacía, frente a mí un desconocido, él me miraba, yo lo miraba. Yo a él ya lo conocía en mis sueños. -¿Y él, me reconocería?

Todos se fueron, quedándonos solos él y yo. La misma gente, los mismos “mohitos”, el bar que cerró, nosotros que nos fuimos a pasear y llegamos hasta la misma playa, con la misma luna, la misma arena fresca bajo mis píes, los mismos besos, las mismas caricias, todo era igual a lo que soñé, me pregunté: -¿Estaré soñando otra vez?

Él me mirándome a los ojos me dijo: -La casualidad no existe, todo es causa y efecto. Tú eres la causa, yo soy el efecto.

Y de vuelta a mi casa, ese último beso… y pensé…-No quiero pensar, mañana será otro día.

Al día siguiente un mensaje en mi “móvil” que parecía ser la prueba de que lo que pasó no era un sueño, y decía: -Tú eres mi causa, yo soy tu efecto. Me gustaste desde que te vi, ahora… me gustas más. Te quiero volver a ver. De lo que pasó anoche no le echemos la culpa ni a la noche, ni a los “mohitos”, ni a “ná”, te quiero volver a ver y sé que tú a mí, también.

A aquella noche de otoño le siguieron muchas noches y muchos otoños. Y aquel desconocido ahora duerme conmigo. A pesar de que nuestros cuerpos ya no tienen la fuerza de cuando nos conocimos, aún, de vez en cuando seguimos jugando a entrelazar y a no despegar nuestros cuerpos, preferimos hacerlo delante de nuestra chimenea, en la cocina, o en cualquier parte de la intimidad de nuestro hogar. El amor cambió de lugar y persona,  el amor se hizo presente y real, y aún hoy me repite aquello que me dijo hace ya muchos años, me gustaste desde que te vi y ahora me gustas más. Con él comprendí que lo que empieza siendo un sueño, si lo crees acaba siendo real.


Fina Martín - alfa24fina@hotmail.com

 

 

AH, ESPERA QUE AHORA TE LO DIGO

AH, ESPERA, QUE AHORA TE LO DIGO

Papi, ¿me defenderías si apareciese un monstruo que quisiera comerme?

Sí, claro que sí.

¿Aunque el monstruo fuera más fuerte que tú y te comiera?

Sí, aún así te defendería, respondí.

 

(Diez minutos más tarde . . . )

Sabes, Papi, yo también te defendería, aunque el monstruo me comiera.

¡Qué suerte tener alguien tan valiente que me defienda!, contesté.

 

(Diez minutos más tarde . . . )

¿Por qué hacemos las personas cosas así? Si el monstruo es más fuerte que nosotros, no nos podemos ayudar dejando que nos coma. Seríamos tontos, Papi. ¿Por qué somos así?

Ah, espera, que ahora te lo digo . . . , o mejor dímelo tú, que perderías mucho más que yo por hacerlo . . .

 

Nekovidal - nekovidal@arteslibres.net

 

 

AH, ESPERA, AHORA TE LO DIGO 

Desde un tiempo a esta parte no sé lo que ocurre. Es raro el día en que al levantarme no descubro taciturnos cardenales en dispersas zonas del cuerpo, algo parecido a un rasguño o borrón, y para más inri no logro cazarlo en el momento de su gestación, es decir, trincarlo in fraganti. La penumbra de la estancia impide calibrar perfiles, textura, su propia identidad.

Ah, espera, ahora te lo digo. Desentrañar si el fenómeno presenta hechuras de espina, aguijón de insecto juguetón agazapado en los intersticios de la colchoneta como una broma, o vaya usted a saber.

 Es evidente que no ocupan espacio en la hoja de servicios, pero a la piel de mi biografía le rechinan los dientes, y  parece resquebrajarse como si se abrieran socavones de acné, espinillas, o similares. Páginas sin duda  ingratas del crecimiento físico y propias de épocas convulsas de la vida en que, si no recuerdo mal, pasaron el umbral de la adolescencia de puntillas, sin apenas apearse del pescante. Pese a todo, tengo mis reservas sobre las espinas en particular.

Valga como muestra el higo chumbo, que me chifla, pero según los teólogos del bien y del mal, cunde la sospecha de que el diablo que no duerme hizo una de las suyas transplantando con nocturnidad y alevosía sus erizados cabellos a su armazón, y se tornó en sanguinaria maldición tan sólo nombrarlo; la yema de los dedos al rozarlo explosiona a borbotones, rauda como una flecha. Yo, a las espinas les tengo respeto, tanto como si de un poblado e hirsuto mostacho de gendarme de guardia se tratase.

En la vida de las personas, se cierran y abren nuevas puertas, insondables horizontes, unos son tránsfugas de piratas, ásperos, sembrados de púas empinadas, y otros deambulan por círculos envidiables, pasarelas de ensueño, sonrientes, cubiertos de encendidas rosas (aunque las armas las camuflen en su seno en defensa propia). Los primeros, pertrechados con serio acopio de metralla asesina, matarifes espigados y la impronta de un ataque de serpiente en cualquier instante. Los segundos, de cielo despejado, ojos radiantes, depiladas las cejas, perfumados, encandilan, seducen al transeúnte con obsequios de la tierra, frutas maduras, exuberancias nuevas, y cestas llenas de colores, un arco iris de maná paradisíaco.

Ellos tienen claro el veredicto. Yo desconozco la cuna de tales arañazos, esos anónimos hilillos en carne viva urdidos en el túnel del sueño; y no acaba ahí la trapisonda, ya que acontece incluso estando en vela, como si en el semblante se inoculasen licores adulterados, tocados por una mano negra, todo de espaldas al bamboleo de las olas marinas. Esto es espinoso, y produce desazón, desconcierto.

Ah, espera, ahora te lo digo. Tengo un amigo de apellido Espinoso, con quien hasta la fecha nunca me atraganté. Así que un brindis por la buena sombra de Espinoso. Ahora bien, yo me pregunto lo siguiente, qué haré el día en que necesite quitar las espinas al pescado. Qué ocurrirá. Algunos lo toman a chufla, como algo baladí; allá ellos, pero la espina se me está clavando en la garganta. Si consiguiera transformarme en un *garganta profunda el gozo sería inenarrable, solventaría los embarazos que me acechan, y como por una ancha catarata evacuaría veloz las ingratas migrañas, las piedras de molino, la espinita en el corazón,  

No comparto sus dictámenes. Además está el agravante de que no se trata de limpiar pescado que conocemos de toda la vida, piénsese en boquerón, jurel, o salmonete; no tienen parentesco, en absoluto. Me estoy refiriendo a otras familias, un tipo de especies raras, capturados por pescador amateur en puntos negros de blanca espuma, parajes especiales, cuyo hobby es la pesca, como lo son la petanca, el dominó u otros pasatiempos. Tal actividad, por ende, conlleva algo de inexperiencia y cierta precariedad de medios para su desarrollo, aunque se contrarrestan las carencias mediante el arrojo, la honrilla y la hombría de la que hacen gala estos lobos de mar, enganchados de por vida a tal menester, por arriesgado e inseguro o espinoso que sea.

Ah, espera, ahora te lo digo, los peces del amigo son los mejor dotados de espinas en mil leguas a la redonda, y hacen un caldo que se chupa uno los dedos.


José Guerrero Ruiz - joseguerrero75@hotmail.com

 

 

ES PELIGROSO

ES PELIGROSO

 

Es peligroso, cuando eres niño, no confiar en los padres y dejar de creer que siempre tienen razón, pero, a partir de cierta edad, es más peligroso seguir creyendo que siempre tienen razón.

 

Es peligroso vivir conviviendo con el riesgo durante la juventud, pero es más peligroso no arriesgar nada durante esa etapa en que la sangre hierve, el tiempo se cobra las etapas no vividas.

 

Es peligroso creer en dioses por necesidad, arrastra a imponer la propia fe por miedo a la soledad, y el miedo no resuelto suele ser el comienzo del odio, pero también es peligroso no creer en nada, aunque sólo sea en la idea de que es imprescindible respetar las creencias ajenas.

 

Es peligroso, e insano, odiar, pero es más peligroso aún odiar sin darse cuenta de que se odia.

 

Es peligroso plantarle cara a la injusticia, nos puede costar la vida, pero es mucho más peligroso cerrar los ojos a la injusticia, es la muerte segura.

 

Es peligroso criar a los hijos en total libertad, dejándoles expuestos a mil riesgos, pero es más peligroso controlar sus vidas con el pretexto de evitar esos riesgos.

 

Es peligroso confiar en todo el mundo, siempre habrá un ser triste que por codicia, envidia o miedo, te intente hacer daño, pero es más peligroso no confiar en nadie, en ese caso eres tú quien se transforma en un ser triste.

 

Es peligroso reírse de la gente, el sentido del humor no abunda y hay quien se lo toma a mal, pero es mucho más peligroso olvidar reírse, cada día, de si mismo.

 

Es peligroso ser pobre, pero es más peligroso ser esclavo del dinero, porque aunque es peligroso confiar en la gente cuando hay dinero por medio, es mucho más peligroso ver sólo el dinero cuando hay personas por medio.

 

Es peligroso amar, pero lo es mucho más dejar que la vida se marchite poco a poco sin amor, porque aunque es peligroso decir que te gusta a esa persona que te gusta, lo es más no decirlo, te expones a una burla segura de la vida, cuando te haga descubrir, años después, que tú también le gustabas.

 

Hasta regalar es peligroso, actuando con la mejor intención puedes crear conflictos sin querer. Pero es más peligroso no regalar, encerrar la vida en una única dirección hacia ti, la trampa de ese río que acaba secándose.

 

Es peligroso buscar respuestas, se expone uno a caer en la trampa de creer que sólo una de ellas es la correcta, pero es más peligroso perder la curiosidad que nos empuja a buscar.

 

Es peligroso soñar despierto, pero es mucho más peligroso no soñar.

 

Es peligroso, siempre lo ha sido, pensar, cuestionar y preguntar, pero es mucho más peligroso creer que ya no tenemos nada que preguntar y aprender, es un camino seguro a la estupidez y el fanatismo.

 

Es peligroso, en definitiva, vivir, pero es mucho más peligroso creer que es posible la vida sin peligro, y olvidar que el peligro es tan sólo un componente más de la vida. 


Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net

 

 

TEORÍA DE LA RELATIVIDAD DEL PELIGRO

El peligro es muy relativo porque  lo que a uno le resulta peligroso a otro no. Para unos el peligro es atracción y van en su busca arriesgando sus vidas, para otros es  terror, huyen de el  y se  paralizan. El peligro es sinónimo de amenaza, riesgo, inseguridad. Lo que para una cultura es peligroso,  para otra no lo es. Lo que en la juventud no te parece peligroso, en la vejez te parece más, o al revés.  No quiero seguir disertando sobre lo que es el peligro, creo que a veces los ejemplos son más ilustrativos que las teorías.

          Vivir en Madrid y decir a voz en grito que eres del Barça puede ser peligroso, pero igual de peligroso es  vivir en Barcelona y gritar que eres del Real.

         Es peligroso viajar  por el mundo poniendo en el pasaporte   Bin Laden.

         Olvidar nuestra propia historia puede ser peligroso, olvidar quienes somos, de donde venimos, nuestra identidad, puede incluso llevar a la locura colectiva o individual.

         Llevar el móvil en el bolsillo  pegado a los testículos es peligroso para los hombres, pueden quedar estériles, bueno algunos se ahorran la vasectomía.

         ¿Por qué es más peligroso viajar de occidente a  oriente medio que al revés?

         Es peligroso fumar, y miles de personas prefieren morir de cáncer de pulmón antes que abandonar el tabaco.

         Lo más peligroso que hay  es oir a  los políticos en plena campaña electoral, pueden prometer el oro y el moro, después se olvidan y donde dije digo, digo Diego.

         Muchas especies de flora y fauna están en peligro de extinción, pero parece que eso ahora no  está de moda y no importa mucho, están más por el peligro del cambio climático.

         Es peligroso ser marica en Irán y en Polonia, también aquí en España hace poquito tiempo lo era, que parece que ya no nos acordamos.

         ¿Y es que no es peligroso el enamoramiento? Estás  desconcentrada, pasas de la risa a la llantera, el tiempo sin ver a tu enamorado te parece larguísimo y angustioso, en fin un latazo.


Vicky Fernández

 

ES PELIGROSO

Dicen ellos en su anhelo de ascender a lo más profundo de la cripta, que la sangre es el alma del cuerpo. Se equivocan esos patéticos espectros de cuervo. No es más que un rocío rojo y espeso que no sirve sino para saciar la sed más primaria. Y eso, si es sangre fresca y joven, del color del magma y con la temperatura aún latente del miedo tremulante sobre la hoja. Aún tienen que superar un largo periplo, aún tendrán que comer del tambor y beber del címbalo antes de aprender los secretos custodiados por las garras del monstruo.

Ahí vienen, no saben que sólo uno de ellos podrá pasar. La única mujer, cuyos cabellos ya han servido de mordazas para tipos pusilánimes en los sacrificios a Dionisos. Ella será la única en penetrar en la cripta, porque intuye, más bien conoce revelado por mí en sus sueños, la palabra clave de acceso, el auténtico santo y seña, Su cuerpo blanco, desnudo, sus amplias caderas atributo de lo fecundo, sus pechos abultados y erectos, su sexo cálido, propicia imagen de la gruta, serán las únicas partes bañadas por el encarnado elixir, con la furia de la bestia, de donde beberá con avidez antes de caer desmallada sobre los brazos del Padre.

Mis brazos que la llevarán en volandas atravesando los siete peldaños que conducen al Paraíso… A donde habremos de subir, para no regresar siendo los mismos, a lomos de mi corcel.

Pero todo a su momento.

Ahí llegan…Ya se arremolinan en torno del pronaos, como miembros de una grey piadosa. Uno de mis soldados con la toga cubriendo su cabeza los está llamando de uno en uno

--Ya la veo. Es una mirla blanca, Padre.

--Sí, lo es.

Y Sólo ella conoce hoy la palabra del elucidario. El correo del sol me la traerá de sus labios. Y entonces encabezará la ceremonia con paso trémulo pero firme.

--¡Qué es aquello! Lo ve Padre, allá a lo lejos. Qué son esas luces. Se abren en el firmamento como centellas de flores, precediendo al fragor de unos estallidos.

--¿Aquello? Son fuegos de artificio traídos del Oriente. La fuerza abrasadora que los empuja será en adelante el fulgor de la guerra y la perdición. Una fatalidad, pues el invento de este segundo fuego puede acabar con el hombre. En cambio hoy adoptan formas bellas que  simpatizan con el arte. En esta noche de junio podemos contemplarlo por vez  primera, encendidos sobre gran cúpula, como almas fugaces en ascenso al último de los cielos.

--Puede ser una señal, Padre. Presiento que es peligroso. Y excitante, muy excitante.

--Cierto, muchas cosas peligrosas son excitantes.

--Ahí vienen, Páter, Ya te traen a tu mirla blanca.

 

--Deja que abra la túnica, quiero ver tu cuerpo de plata. Bajemos al seno de la gruta pues la sangre de la bestia nos aguarda, la lluvia nos caerá sobre el mármol en el que me fundiré a ti en el umbral de la muerte. Tu cuerpo se abrirá como fuente dorada, tu alma emergerá libre enlazada a la mía en las alas del éxtasis… ¿Lo entiendes? ¿No dices nada?

--No he llegado hasta aquí para hablar, maestro.

--Reclínate entonces, el ritmo del tambor te hará elevar el cuerpo a la altura del intelecto; quítate las ropas… Mi espada ya atraviesa el vientre del animal; notas la sangre caliente… Sí… percibes el lóbulo de mi sexo… Sí… sientes la hoja de mi daga en tu cuello, en tus muñecas y las mías… Esta sangre es la nuestra, que se rehunde anhelante con la de la bestia. 

¡Qué ocurre, se calla el tambor!

¡Pero qué haces, necia! Me has desarmado. Que has sacado de tus cabellos, que me hundes en el pecho. Esas uñas me paralizan. ¡Ah, Maldita sea! Qué cosa ha aguijoneado mi garganta. ¡Un escorpión negro! Nunca debí confiar en una furcia como tú, una bacante desalmada.

--Muere Páter del infierno. Pero primero acaba lo que empezaste. El veneno de este bicho gemelo de tu alma, vaciará tu sangre de la cabeza metiéndola en tu entrepierna de barraco, morirías erecto como verga de barco, pero esta mujer de nieve te echará a pique para siempre. Nadie más expirará entre tus zarpas.

--Ah, soldados, salvadme de esta bacante.

-No grites, nadie te oye. Todos tus persas ven absortos los fuegos artificiales, y el de unas antorchas que ascienden hasta el alcor.

--Está bien, está bien... Acaba conmigo pero no podrás escapar, moriremos juntos, caeremos fajados al infierno. Mis hombres se ocuparán de ello.

--Tus hombres? Esos perros ya huyen amedrentados por las antorchas del santo oficio. Nadie sabe que estamos aquí, nadie conoce la entrada de esta cueva. Cuando tu cuerpo trepide con la postrera sacudida y hayas dejado de respirar, huiré dejando abierta la gruta para que los lobos acaben con tu rastro.

--Está bien, está bien, está bien… Dame el antídoto de ese alacrán, podemos heredar juntos la congregación. Yo te deberé la vida y tú, gracias a mí, tendrás el poder que jamás hayas soñado.

--No lo has entendido. ¿Confiar en ti? Tú no eres de fiar, vivir a tu lado es peligroso, tú eres peligroso. Todo se ha acabado… Morirás.


Francisco Javier Martín Franco

 

 

ESO ES PELIGROSO

 

 “Si se le ha perdido una bolsa con llaves, la puede recoger en el 5º-2”, se podía leer, según se entra de frente desde la calle, en la pared junto al ascensor del edificio comunitario y en su interior. Un escueto y frío rótulo de sopetón, en tus mismas narices. A simple vista su significado es algo rutinario, de andar en chanclas por casa; es decir, un adolescente cualquiera distraído, una persona mayor a pique de despeñarse por el acantilado de la  memoria desposeído de recursos mnemotécnicos, acaso una proeza pueril, una de jarana. No cabe duda de que el hecho en sí no induce a moverse por  extraños vericuetos. Eso es cierto. Y puede festejarlo por todo lo alto, con toda la grandeza mágica y la chispeante alegría de que es capaz como si estuviera en la contemplación de una inolvidable noche de fuegos artificiales

   Ahora bien, si reflexiona uno incluso en superficie, al instante vienen a la mente divergentes interrogantes, que conforme se profundiza en ello, da que pensar.

No conviene infravalorar la faz del escrito anónimo, que aparece con “un no sé qué” que es preciso destripar, antes de entrar en sancta sanctorum indicado. ¿Alguien sabe si el mensaje era una coartada para sus fines? ¿Era la clave acordada, el código secreto que idearon los responsables?

La incertidumbre merodea por los meandros del caso. Las respuestas casi terroríficas que en el planteamiento inicial se pueden enhebrar, y algunas lo son por su transparente ambigüedad, resquebrajan totalmente su incolumidad y no se tiene en pie.

   Si por un casual en el 5º-2 se alojase un caníbal, que respondiera de la autoría del mensaje, mentiría, no diría que es caníbal como es natural, recibiendo mansa y melifluamente a quien le  abriera la puerta del piso preguntando por la bolsa extraviada; si fuera un delincuente, en el momento de echarle el guante encima le desvalijaría si llevase algo de valor, de lo contrario podría secuestrarlo in ipso facto, o que fuera refugio de células durmientes prestas para cometer un zafarrancho de combate, una matanza , aunque no fuera remedando a Herodes pero decapitando a todo bicho viviente, destructores de Alá, que se burlan de la doctrina, y todos ellos son reos de muerte.

   No obstante, la información que se traslada a la comunidad de vecinos normalmente reviste la mayor objetividad y detallismo, por ser algo vecinal, de las familias, de padres e hijos. Todo enfocado, cómo no,  para el bien común, y una inmejorable convivencia, llena de confianza y sensatez.

Pero aquella noche no estaba para fuegos artificiales. La caligrafía firme pero rigurosa no casaba con el calor ni el color de la letra; no sé cómo explicar la débil fiabilidad que ofrecía el rótulo. Él consultó el reloj, marcaba las ocho menos diez. Una hora generosa, pensaba,  ya que te permite realizar distintos proyectos, o al menos, el que más te apetezca esa tarde.

   Leyendo más detenidamente el aviso, se observó que algunas letras presentaban arrugas, atisbos de burla, como disfraces, mitad máscaras, mitad tachaduras disimuladas sutilmente, con maestría, en las frágiles grafías. No sé sabe a qué obedecían tales componendas, que incluso te apabullan, a lo mejor era puro espejismo, y trabajaba sólo la imaginación.

No se prolongó demasiado el estado de ansiedad en que cayó el visitante del edificio, y se aproximó a la cuarta planta, debajo de la 5ª,  con intención de inspeccionar los aledaños, cerca del centro misterioso. Vislumbró que un vecino llegó, entró y nada más se supo. En la estancia apenas se oían ruidos o movimientos leves que levantaran sospechas.

Desistió y descendió  a la primera planta, alejándose de la quinta. Salió a la calle a respirar. Puso tierra de por medio, no se fiaba ni de su sombra. Aunque la curiosidad y la intriga le forzaba a ello. Al cabo de un tiempo, llegaron al portal unos afables y atractivos personajes, con faldones, luengas barbas, generosas alopecias, aspecto de gurú, con estampitas, raros utensilios, simulacro de rosarios, botes de exóticos perfumes, y distintas cuerdas o sogas retorcidas, y dando parabienes, golosinas, casi bendiciones, como cristianas bulas a los que se cruzaban por el rellano.

   A pesar de que esa noche podía gozar de las explosivas carcajadas de arco iris de colores con los fuegos artificiales, incluso en su misma zona, renunció y volvió de nuevo a la cuarta planta, a saciar su sed curiosa y poder brincar de un salto del laberinto en que se hallaba.

No transcurrió media hora de la llegada de los gurús, cuando comenzó a salir un olor fétido del piso. No era de morcilla ni cebollas de matanza, pero los hervores exhalaban sensaciones desconocidas, como de carne humana cociéndose en alguna destartalada y gigantesca caldera de las que se utilizan en los cuarteles para el rancho de la tropa.

   Eso es peligroso, el seguir una flecha, una notificación sin ton ni son, a destiempo. Aunque depende de la estrella que te guíe, porque la de los Reyes Magos les condujo nada menos que a la casa de Dios,, a donde estaba el niño dios hecho hombre, todo un hombre, y si hubieran desconfiado de la información, hubieran pasado por este mundo, y no digamos por el otro, sin pena ni gloria, o al revés, sin gloria, y las penas eternas del infierno, vaya usted a saber, le podría haber acarreado cadena perpetua a los Reyes Magos, al desconfiar de las señales divinas, y allí no se reducen penas ni horas por buen comportamiento, lo llevan tatuado per se en las ánimas benditas, de tal forma que ni el fuego eterno los quema de golpe, sino paulatinamente durante toda una lenta eternidad. También puede suceder que la desconfianza obligue al interesado a necesitar introducir el dedo en la llaga, allí donde habita el peligro, lo cual es aún más perjudicial si cabe, porque el que ama el peligro y se acerca perecerá en él,, dice el proverbio latino.

   Entonces, qué hacer, habrá que encontrar el término medio, o no buscar ninguno, y encomendarse a los designios del Todopoderoso.

En cierta ocasión, ocurrió que unos terroristas colocaron un falso cartel, donde decía, “accidente en la carretera, conductor malherido, por favor, necesita traslado urgente a un hospital”; y cuando llegaron al centro hospitalario, maniataron al conductor que prestaba auxilio con uñas y dientes al tronco de una gran higuera cargada de brevas. Allí estuvo hasta que Dios quiso hacer el milagro.

   Se perdió el buen samaritano los ardientes fuegos artificiales de aquella noche de San Juan.


José Guerrero Ruiz

 

ES PELIGROSO

A la hora que cierran los bares, el mundo se vuelve peligroso- me había advertido mi madre.

Eran las cuatro de la mañana y acababan de echar el cierre del bar del  muerto. La noche estaba fría, oscura, de maullidos de gatos y chillidos de ratas bajo las alcantarillas.

Allí estaba yo y aquel tipo, un hombre de los que a las mujeres les resulta atractivo, tenía cierto aire distinguido, debía de ser por las canas en las patillas, o por sus ojos de un verde claro, o por su sonrisa burlona, casi pícara.

Yo había estado a su lado en la barra del bar, no habíamos intercambiado ni dos palabras, pero había algo en él que me hacía pensar que era de fiar.

Caminamos uno trás del otro por la larga calle Pintada, él, solitario y abstraído en sus pensamientos, de vez en cuando, pateaba alguna piedrecita, una cáscara de naranja, un trozo de papel, las manos en los bolsillos, el cuello de la camisa levantado, los hombros algo hundidos, la cabeza inclinada hacia delante intentando esquivar el guantazo del viento que aquella noche procedía de la sierra.

De pronto a la altura de la plaza de Cantarero apeó su cuerpo en uno de los bancos solitarios bajo las buganvillas. Como no tenía nada mejor que hacer me senté a su lado en el extremo del banco. Le ofrecí un cigarrillo. Fue un gesto mecánico, no lo hice para entablar una conversación simplemente quería ser amable con él.

Uno se sienta, coge el cajetín, lo abre, saca unos cigarrillos y punto.

El no lo rechazó, todo lo contrario, me lo agradeció con una sonrisa, ninguna palabra, pero sí el gesto de asentimiento con la cabeza. Me ofreció fuego y ambos fumamos en silencio largo rato.

-¿Tampoco tienes a donde ir?- me preguntó.

-Si, pero no me apetece escuchar el sermón de mi madre.

-Yo no tengo madre

-Lo siento- le respondí, y lo dije sinceramente.

-Da lo mismo.  Nunca la conocí, me abandonó en la puerta de un estanco, seguramente pensó que esa buena gente tendría dinero para mantenerme, pero no ocurrió así, resultó que el dueño era un solterón y como no sabía que hacer conmigo, llamó a la policía y me ingresaron directito a un orfanato.

-Cuanto lo siento.

-No es para tanto, uno se acostumbra a llorar solo, a comerse los mocos, a estar meado todo el día, a que te den de comer a empujones, que te arañen y te escupan los otros niños, hasta que tú te haces fuerte a base de guantazos y de pronto eres tú el que un buen día arreas mamporros y escupes a los otros.

-Debió ser muy duro.

-Con los años todo se olvida.

-¿Usted cree?, yo no olvido el primer guantazo que me arreó mi vecino a los cinco años.

-Es que tú no has vivido tanto como yo.  Los años te dan la experiencia y la capacidad suficientes como hacerte de piedra y de impermeable.

-No sé- le dije- a mi me parece que hay que tener sentimientos.

-Eso se lo dejo para los melancólicos y los románticos.

-¿Usted no lo es?

-Hubo un tiempo en que lo fui. Me enamoré de una niña del orfanato, pero se la llevaron a los pocos meses a una casa de acogida y ya no la volví a ver, aquello me dolió como si me hubieran arrancado una muela sin anestesia, lloré a moco tendido, se me quitaron las ganas de comer; soñaba con ella a todas horas, y hasta escribí mis primeros versos, los más tontos que hallas leído en tu vida.

-¿Se ha vuelto a enamorar?

-No- y lo dijo con aplomo, serio, yo diría que triste, aunque él no llegara a reconocerlo.

-Yo nunca he tenido novia, pero se lo que es el amor.

-¿El amor?

-Si

-Menuda tontería.

-Para mí fue amor.

-Para ti fue un calentón de una noche de verano.

-Y ¿usted como lo sabe? No estaba allí, y además no era verano.

-Bueno no te enfades hombre.

-Es que yo aún sigo enamorado.

-Triste y jodido.

-Mucho.

Nos quedamos en silencio, le ofrecí otro cigarrillo e igualmente lo aceptó, el viento arreció, me estremecí pensando en ella, en sus ojos aceitunas y en su pelo rojo, en su cintura de avispa y en sus manos finas, largas, blanquísimas, sus uñas pintadas de rojo, sus labios gruesos, sus dientes tan perfectos, las pequitas de sus mejillas sonrosadas, mi vecina para qué negarlo era la perfección para mí.

-¿Cómo se llama?- me preguntó.

-¿Quién?

-¡Quien va a ser!, tu enamorada.

-Clara.

-Bonito nombre.

-Si la conociera diría de ella que es un ángel.

-Bueno, lo será para ti.

-¿Cómo dice?

-Tranquilo no te alteres muchacho.

Apreté los puños, deseaba darle un puñetazo.

El debió de comprender porque de pronto se puso de pie, dio unos pasos, se detuvo, y ya no me dio tiempo a reaccionar, tenía su jeta delante de la mía, los ojos le brillaban como un lobo hambriento, el primer navajazo me lo dio entre las costillas, gemí, como un enamorado, como un loco, como un tonto, como un idiota, que sabía que era peligroso pasear solo por la noche, que era peligroso hablar con extraños, sentí otro navajazo en el costado.

Me dejó allí, tirado en el banco, esperando, esperando y esperando, hasta que ya no esperaba nada más que la muerte que se me acercaba con su guadaña.

-Mira, otro borracho más- me pareció oír a la muerte antes de que me envolviera en su negro manto.


Lucía Muñoz Arrabal

 

 

ES PELIGROSO

Es peligroso quedarse en lo conocido,

es peligroso amoldarse a lo establecido,

es peligroso repetir lo ya sabido,

es peligroso apalancarte en lo conseguido,

es peligroso y muy aburrido,

es peligroso hablar como un descosido,

es peligroso no soltar lo que ya ha sido,

es peligroso quedarte como un tonto

en un cruce de caminos, ya te digo,

es peligroso si nunca te has perdido,

es peligroso si no estás confundido,

es peligroso desconfiar de un desconocido,

es peligroso identificarte con tu curriculo,

es peligroso hipotecarte a un maldito piso,

es peligroso casarte con un curro fijo,

es peligroso escudarte en tus hijos,

es peligroso olvidar tu ser más íntimo,

es peligroso en este mundo que vivimos

es peligroso, muy peligroso ser un individuo,

no prestes a los otros demasiado oído,

que le den por culo a lo que diga tu vecino,

no escuches tampoco lo que yo te digo,

busca siempre por ti mismo,

es peligroso no seguir tu camino,

es peligroso no conocerte a ti mismo,

es peligroso dejar de ser curioso,

y al que te diga que eso mató al minino

dile que eso sería porque estaba vivo,

mejor vivo que no mortecino,

en el sofá todo abolladillo,

hecho un ovillo,

te quie i a quillo,

es peligroso sentirse herido,

es peligroso estar dolido,

es peligroso quejarse de continuo,

es peligroso mirar sólo tu ombligo,

pensar que tienes la verdad contigo,

es peligroso creer en lo que otros han dicho,

muy peligroso, si no lo has vivido tu mismo,

es peligroso ir de guapito,

es peligroso ir de enteradillo,

es peligroso querer ser famosillo,

es peligroso creerte muy listillo,

es peligroso vivir adormecido,

soñando todo el día

con tus metas y objetivos,

es peligroso vivir fuera de quicio.

estresado y enganchado al ansiolítico,

es peligroso no estar tranquilo,

es peligroso, muy peligroso

estar entretenido, tan peligroso

como estar siempre aburrido,

es peligroso no estar un poco ido,

es peligroso no ser un poco un niño,

es peligroso temerle al precipicio,

es peligroso no lanzarse al vacío.


Ricardo Sanz

 

 

 

 

 

Una alegría compartida es una doble alegría; un disgusto compartido es medio disgusto. (Jacques Deval)

 

 

FUEGOS ARTIFICIALES

FUEGOS ARTIFICIALES

Fuegos artificiales, espermatozoides celestiales, juego con tus tetas siderales, muerdo tus pezones minerales, navego en tus caderas insulares, buceo en tus grutas abismales, beso tus pies peninsulares, fuegos artificiales, dale, dale y esos labios fatales que no paren, juegos bucales, jugos frutales, espermatozoides celestiales, en tu cuerpo yo juego con fuego, fuegos naturales, me quemo con tu agua y con tu fuego, pero no pares, momentos fractales, fuegos celestiales, espermatozoides siderales, no me hables de zonas anales, que me entran todos los males, fuegos letales, juegos naturales, tus nalgas panales, embestidas bestiales, furores vaginales, fuegos insulares, espermatozoides abismales, juegos sexuales, espermatozoides seminales, sueños letales...


Ricardo Sanz

 

 

FUEGOS ARTIFICIALES: DOS MIRADAS

Comencé este siglo en Montevideo, desde la azotea de un edificio sentí temblar la ciudad bajo el estruendo de miles de fuegos artificiales. No recordaba de mi infancia esa afición de los uruguayos por la pólvora.

En una ciudad que nunca fue bombardeada desde el aire, las personas se pueden permitir el lujo de no tener malos recuerdos que entorpezcan el transcurrir de la fiesta.

Por una noche, casi todos lo uruguayos olvidaron el sabor amargo de la vida cotidiana,  amargo como el más fuerte mate cimarrón.

Los fuegos artificiales más hermosos los vi hace años en Japón. Allí los llaman hanabi, “flores de fuego”, haciendo uso de esa capacidad tan suya, entre abstracta y lógica, de nombrar las cosas. Un anciano japonés con edad para haber vivido la guerra me confesó que todo el que ha padecido un bombardeo no puede evitar rememorarlo al ver y oír fuegos artificiales, creándose en su interior un choque emocional entre el recuerdo cruel de la guerra y el placer inmediato de comprobar que estos son fuegos y estruendos de paz.

Dos ideas recurrentes me invaden cada vez que veo fuegos artificiales: la de que algo así es como debió ser o como podemos imaginar ese Big Bang primigenio y que cada una de nuestras vidas no es ni puede ser más duradera, sólida, trascendente o hermosa que ese par de segundos en que una sólo aparentemente grandiosa explosión de color se plasma sobre la oscuridad de un cielo nocturno.

 

Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net

 

 

PIM, PAM ¡ FUEGO!

            El viernes, 7 de septiembre,  a las doce de la noche, Anita con su  vestido  blanco y un gran lazo rosa  prendido en su coleta  morena, admiraba  boquiabierta, como todo el pueblo, los estallidos ensordecedores  de multitud de colores de los fuegos artificiales que anunciaban el comienzo de las fiestas mayores.

          La última vez que su madre la vio, antes de que  se soltara de su mano y desapareciera sin darse cuenta  entre el gentío  que miraba  el gran cielo iluminado, su hija contemplaba sin pestañear  con sus grandes ojos verdes, la fascinante magia celestial que explosionaba ante ella.

          La niña sonrió a la mujer que le había cogido en brazos cariñosamente, para que viera mejor. Como siempre, la traca final  explotó produciendo un estruendoso ruido, parecía una bomba. En ese momento, Anita se sobresaltó tanto que se cogió fuerte al cuello de la señora, era muy guapa aunque no le era  familiar su cara. Buscaba a sus papás, pero había tanta gente que no podía verlos.

         - No te preocupes pequeña. Te has perdido ¿verdad?- Le decía la desconocida mujer con voz suave y apretándola hacia su pecho.

         Anita   no comprendía porqué se subían rápido  a un  coche grande y se alejaban de sus papás. Conducía otra mujer, la cara no le gustaba tanto, además su voz era algo ronca y sintió cierta cosquilla en su barriga, el corazón empezó a latir más rápido.

         _ ¿A dónde vamos?- preguntó. - Mamá se enfadará si no vuelvo.

          A pesar, de que las dos mujeres que iban sentadas delante  les sonreían, la niña sintió miedo sentada sola en el asiento trasero. Miraba hacia atrás por el cristal y veía como las luces del pueblo se iban haciendo cada vez más pequeñitas  hasta  que desaparecieron por completo. La noche  era tan negra,  que por más que abría sus ojos no podía divisar nada, no sabía hacia dónde se dirigían, pero lo que sí tenía seguro era que se ajeaban  cada vez más de su casa.

         - Recuéstate en el asiento y duerme un poco, cariño.- Le hablaba susurrante la señora que la había cogido en brazos en la  plaza, cuando ella junto a sus papás contemplaba los fuegos artificiales.

         La  niña rompió a llorar, la mujer guapa  le dio un pañuelo para que se secara las lágrimas, tanto fue su llanto que  al pronto se quedó dormida.

 

         -Se separó un segundo de mí para  taparse  los oídos, y su padre y  yo que mirábamos  el cielo, cuando bajamos  la vista ya no estaba.- relataba  la madre una y cien veces a la Guardia Civil cuando fueron a poner la denuncia al cuartel, tras buscarla una hora. - La llamé gritando enloquecidamente, pero con el ruido de los cohetes y del gentío  aplaudiendo  era imposible que me oyera.

         A las dos horas de la desaparición  de Anita,  todos los habitantes  se habían enterado de la triste noticia, la desgracia que esta vez llegaba  a  Pedro y Ana, se hizo de todos. El pueblo entero se unió en un sentimiento común  de pérdida. Quién no conocía a la preciosa y dicharachera  Anita.

          La ausencia  de la niña de cuatro años, entristeció las fiestas. Tanto las bombillas del pórtico de entrada como  las guirnaldas eléctricas   que  iluminaban el Real de la  Feria  dejaron de brillar, a pesar de seguir encendidas. La gente, según se enteraba de la desaparición,  iba abandonando las casetas, las tómbolas, las atracciones, e incluso la juventud, dispuesta siempre a la marcha, a consumir y bailar hasta el amanecer se fue retirando. Se suspendió la gran gala en la caseta municipal, donde se hacía  la elección de la Reina y Caballero de las fiestas

         Sin nadie haber sido convocado, a las tres  de la madrugada se formó un numerosísimo grupo  de hombres e incluso algunas mujeres delante del Ayuntamiento, aprovisionados de  linternas, perros de caza y palos de senderismo, se dispusieron  a rastrear  junto a voluntarios de Protección Civil, policía local y guardia civil los alrededores cercanos  del pueblo. Escudriñaron  la vega, los montes, las playas, ninguna cueva, ni río, ni arroyo quedó aquella noche por  revisar.  Regresaron con las primeras luces del amanecer  y despuntando el sol, las caras mostraban abatimiento y tristeza por no haber tenido éxito la búsqueda.

          El sábado, 8 de septiembre, el pueblo despertó creyendo que había  soñado una pesadilla colectiva, aunque exceptuando a los niños, aquella noche  nadie durmió. Se comenzó a hablar de secuestro, pero Pedro y Ana tenían un pequeño bar y apenas tenían para lujos. Otros, los más macabros hablaban de violación, de asesinato, de descuartizamiento. No se comprendía lo ocurrido aquella noche de inauguración de la feria, porque era el primer caso de este tipo que se daba en toda la comarca. Según los más ancianos las únicas desapariciones fueron cuando el maquis.

         La  casa de Pedro y Ana  parecía un velatorio, salían y entraban  continuamente  familiares, parientes, amigos y vecinos que  intentaban  acompañar en su dolor  a los desesperados padres. Todos les daban  ánimos, pero  sus caras reflejaba lo contrario. El teléfono no dejaba de sonar y lo descolgaba el primero que pasaba por la salita donde se encontraba el aparato. Nadie sabía que se hacía en esta situación, tenían claro cuando había un difunto delante, pero no cómo tenían que actuar ante la desaparición de una niña.

         A media mañana, asomaron por  el pueblo los primeros periodistas y fotógrafos, la noticia había llegado pronto a la capital y por desgracia estos sucesos  interesan  mucho a la prensa, pronto saldría en las portadas de los periódicos provinciales y nacionales.

         En la peña cultural se formó una comisión de búsqueda a la que llamaron “Operación Anita”, y llegaron enseguida al acuerdo de hacer cientos de copias de fotografías de la niña y repartirlas por toda la  comarca y provincia. Aunque la guardia civil había  desplegado  ya  sus  dispositivos, opinaban que nunca venía mal la colaboración ciudadana.

         Terminó el sábado sin noticia alguna de Anita. La gente iba con dimes y diretes, todo era conjeturas, pero  lo que era cierto es que no había nada claro, el desasosiego había invadido  el espíritu de todos los habitantes y los horarios de comidas nos se respetaron  en ningún hogar, porque nadie tenía hambre.

         Los feriantes  tristes y  algo cabreados por su mala suerte levantaron sus puestos y  atracciones ante la suspensión no oficial de las fiestas patronales y marcharon con sus caravanas y trailers. En la primera rotonda de salida se apostaron  controles  de la guardia civil, registraron minuciosamente  todos los vehículos que transportaban  los cacharros. No comprendían porqué eran sospechosos.  Alguien, no se sabe quién, había insinuado que podía  haber sido los feriantes, pues no era buena gente, eran los únicos forasteros capaces de semejante fechoría.

         Cuando despertó Anita se llevó la mayor sorpresa de su corta vida, se encontraba  en una bellísima  habitación toda rosa, las sábanas  y cortinas de encajes blancos, las estanterías  estaban repletas de  las más bellas  muñecas,  y  un sin fin de juguetes que no había visto ni en televisión. Pero poco duró su alegría. Aquel dormitorio no era el suyo,  las dos mujeres que le seguían sonriendo eran unas desconocidas para ella.

-         Y mi papá y mi mamá ¿Dónde están?

-         Vamos Elena. ¿No te gusta todo lo que ves? Todo es para ti.

¿Elena? Ella se llamaba Anita. Las señoras se habían equivocado ¿ Por qué la llamaban Elena?


Vicky Fernández

 

FUEGOS ARTIFICIALES

La palabra vana,

El gesto altivo,

La mirada turbia,

El corazón vacío,

La sonrisa hipócrita,

El gesto medido

La soberbia displicente

La humildad falsaria

La alegría disfrazada

La bondad fingida

El amor adornado

La avaricia oculta

El rencor soterrado

La maldad vestida

La soledad teatralizada

La generosidad engañosa

La ignorancia estúpida

El sexo gélido

El orgullo encubierto

La cordura supuesta

La solidaridad mentira

La ética negocio

Son fuegos artificiales.

 

Pilar Barrenechea

 

 

FUEGOS ARTIFICIALES

 

Yo creía que los libros me lo podrían enseñar todo . . . fuegos artificiales.

 

Tú también soñaste con ese mundo perfecto formado por seres imperfectos . . . sólo fuegos artificiales.

 

El observa altivo desde la limusina a los simples mortales que le rodean, a la señora con la bolsa de la compra, al obrero sudando, al vagabundo vagando  . . . les mira y se cree mejor. . . fuegos artificiales.

 

El cree que vale más que ella porque es hombre y cree que es hombre porque es más fuerte y cree que es más fuerte porque es hombre . . . fuegos artificiales.

 

Ella  sueña con ese vestido, ese coche que provocará envidias, ese marido para lucir mientras luce una bolsa de una tienda de marca: ella lleva la bolsa y la bolsa lleva su voluntad . . . fuegos artificiales.

 

Ella piensa que no estaría mal conocerle, pero decide que sólo ella debe decidir como será, el juego brutal de la voluntad y la brutalidad de quien antes fue víctima . . . fuegos artificiales.

 

Nosotros creemos ser más o mejor que otros, y posiblemente sea cierto, pero olvidamos que somos menos y peor que otros muchos, eso seguro, y ese olvido constante son  . . .  fuegos artificiales.

 

Ellos darían todo por sus ideas, que por ser justas, lógicas, coherentes y racionales, merecen ser impuestas por la fuerza . . . fuegos artificiales.

 

Pero también hay otros fuegos: la seriedad del niño cuando juega, la del buen artesano cuando trabaja, la del amante cuando realmente ama, la seriedad del loco cuando pregunta y la seriedad del payaso cuando siembra risas.

No hay en esa seriedad nada artificial, pero sí mucho fuego: el fuego eterno del Ave Fénix, el fuego ante el que cualquier infierno parece helado: el fuego del corazón humano.  

 

Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net

 

  

Una alegría compartida es una doble alegría; un disgusto compartido es medio disgusto. (Jacques Deval)

 

                                         

ESTÁ BIEN, ESTÁ BIEN, ESTÁ BIEN . . .

 

ESTÁ BIEN, ESTÁ BIEN, ESTÁ BIEN . . .

 

Está bien el creyente acomodado en su fe, mientras mira displicente al ateo que la niega.

 

Está bien el ateo acomodado en su racionalismo, mientras mira displicente al creyente y sus dioses.

 

Está bien el niño bien cuidado que observa, con su juguete nuevo, al niño que carece de él.

 

Está bien el niño que mira con envidia el juguete y piensa: pero tu papá no juega contigo . . .

 

Está bien el urbanita, mientras observa arrogante desde su coche todoterreno al campesino en el bosque o en el huerto.

 

Está bien el campesino, mientras mira desde su huerto al tipo de ciudad que no sobreviviría ni una semana en el bosque.

 

Está bien quien da, porque disfruta dando y está bien quien recibe, porque disfruta recibiendo.

 

Está bien el rico, pues cree que lo es por sus méritos y bien el pobre que se consuela pensando: pobre pero honrado.

 

Está bien el conservador, convencido de que puede detener el tiempo y está bien el progresista, convencido de que puede cambiar el mundo.

 

Está bien quien llora, porque se desahoga y bien quien ríe, porque ha conseguido regatear al dolor y despistar la tristeza de su mente.

 

Está bien quien es porque se sabe o se cree un universo y quien no es porque ya no sufre.

 

Está bien, está bien, todos están bien, pero, ¿alguno de ellos podría sentir que está bien si su mente no creara al mismo tiempo la imagen de lo que considera opuesto, aquello que cree que está mal?                       

                                       

Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net

 

 

Está bien, está bien, está bien,

me pides un tema y te voy a dar cien:

por qué no baila el ciempiés,

una mujer acaba de subirse a un tren,

y qué me dices del número tres,

pies, escribe algo sobre los pies,

no podía faltar el thiranosaurio rex,

las tardes en el cine rex,

hoy soy el Rey,

pregúntale a Antonio lo que significa en japo “en”,

toma, ten...,

cuéntame la historia de una sartén,

tiró el fusil y abandonó el retén,

qué estrés...,

ahí está bien,

suena el teléfono mientras ella lee,

y en tu interior qué es lo que ves,

todo parece estar al revés,

con estas gafas no veo bien,

ahora, se dijo, voy a ser cruel,

sabes lo que te digo, mira que te den....,

es, ya está, simplemente es, (del verbo ser)

tenía fe,

un jirón, un jirón del sueño fue...,

ya te dije que se fue,

qué pesadez,

pez, por qué no, pez,

acércame el gel,

le enjabonaba la piel,

cómo se me iba a olvidar el parque Güell,

ni el desierto del Shael,

hiel, este tema está bien, hiel,

joé, a escribir de joé,

deja ya de joé,

buen marino el Noé,

oé, oé, oé, oé... oé, oé,

pues, no sé,

qué de qué,

se salió del riel,

su nombre era Grael,

vivía en la red,

y echó la red,

era un ser...,

ve y ve,

juega en la ACB,

vive en la UE,

la lié,

era un yéyé,

¿me faltan muchas para llegar a cien?

Por hoy ya está bien.

 

Ricardo Sanz - lacasadelaspalabras@gmail.com

 

 

MISIÓN HACIA EL MUNDO OSCURO

Vi bajar del cielo una ráfaga de luz que se posó frente a mí transformándose en ángel. Me dijo:-Tengo una misión para ti, no me preguntes el porqué. Cuando la realices lo sabrás. Tienes que ir a un sitio peligroso, quiero que lo sepas. Por arma llevarás el amor. Si no sientes miedo vencerás al reino de la oscuridad. Tienes que entrar en el mismo infierno y salvar a un alma desesperada y perdida. Te lo repito, tu arma será el amor, la clave está en no tener miedo. Si sientes temor no podrás salir de allí y quedarás atrapada en ese lugar.

Creí que el infierno estaría en un lugar perdido en otra dimensión y en otro mundo que no era este. Me equivoqué, el infierno, el mundo de las tinieblas me era conocido y cercano, porque el infierno estaba en este mismo mundo.

Respiré profundamente, cerré los ojos y al abrirlos ya estaba en aquel submundo. Vi imágenes espantosas, había almas que ni siquiera sabían que estaban allí, había cuerpos ensangrentados mientras otros los miraban y se reían. Orgías donde la sexualidad dejaba de ser sublime y sagrada y pasaba a ser a lo más vil, sucio y violento. Mujeres de cuerpos espectaculares sin corazón, en su lugar tenían dentro de sus generosos pechos un negro, arisco y devorador cuervo. Vi niños y niñas victimas de ese sucio sexo, les decían sus verdugos que lo que hacían era jugar a ser mayores. Vicio, corrupción, violencia, oscuridad dentro de aquella especie de túnel lleno de habitaciones mugrientas, apestando a maldad. Allí no existían los colores, porque la luz no entraba y no podía reflejarse en la materia. En cada habitación había un horror, y una degeneración del ser humano. Casi llegué a sentir miedo, cuando algunas de aquellas almas se me acercaban y me querían llevar a que participara en sus juegos, sacaba mi arma no destructiva de mi corazón. Entonces aquellas almas miserables huían de mí. El amor les daba miedo, incluso llegué a sentir compasión por aquellos seres sin luz. De pronto vi a quien vine a buscar. Me puse delante de él, pero no me reconoció, ni siquiera me vio. Parecía poseído por una fuerza maléfica. Yo insistía, y él seguía sin verme. Vi pasar imágenes de toda su vida en mi mente. Lo vi ensangrentado, tirado en el suelo, peleando con aquellos seres sin alma, lo vi esposado, encarcelado, llorando, desesperado, desahuciado, inerte, con su vida pendiente de un hilo, derrotado, desorientado, perdido, también lo vi con esas mujeres sin corazón y  riendo las gracias a esos seres sin luz. Al terminar de ver pasar su vida delante de mí, se dio cuenta de que yo estaba allí. De pronto la ráfaga de luz convertida en estrella luminosa asomaba sus rayos al final de aquel oscuro túnel. Una voz que solo yo oía, me dijo sigue la luz, tienes que volver.

El alma que fui a buscar se quedó allí, parecía como si hubiera recobrado la conciencia de aquel lugar. En su mirada vi que se alegraba de que yo me marchara de aquel lugar.

En la salida me esperaba el ser de luz. Me dijo has vencido al reino de las tinieblas, sé que al final él te vio.

Pensé… de que sirve todo esto,  si aquella alma que si tenía alma seguía aún allí, dentro de esa zona oscura, el ser de luz me respondió: -El entra y sale. Tú has entrado para hacer que él no vuelva más a entrar, le has mostrado que se puede ser valiente y desafiar a la oscuridad. ¿Por qué yo?, ¿por qué me elegiste a mí? Le pregunté. Porque tu alma esta llena de luz, porque eres como una flor de loto que puede crecer, vivir en el agua podrida y no contaminarse, me respondió.

Me sentía aturdida, cansada, sin ganas de pensar, de camino a mi descanso  vi aparecer a él vestido de blanco, radiante. Se dirigía hacia mí, con algo entre sus manos. Me preguntó: ¿Cómo estás? ¿Estás bien? Yo le respondí me siento como una pila descargada y agotada, casi sin energía, necesito descansar. ¿Cómo has sido capaz de ir al infierno por mí? No tengo fuerzas ni para hablar, todo está bien, que todo está bien. Ni siquiera sé porqué lo he hecho, si ha sido por ti, o por mi, solo sé que lo tenía que hacer. Me entregó lo que llevaba entre sus manos, era un ramo, pero aquellas flores no parecían flores, era un ramillete luminoso de estrellas de colores. Es para ti me dijo. -¿De donde has sacado este ramo? Parece un ramo de bengalas de colores, le dije yo. Este ramo no existe en este mundo, fui a por él para darte las gracias. Este ramo es del mundo de la luz. Al coger el luminoso ramo se empezó a recargar mi agotada energía. Nos miramos, nos abrazamos y en ese mismo momento en el cielo aparecieron millones de estrellas de colores que parecían fuegos artificiales en una noche de feria.


Fina Martín

 

 

ESTÁ BIEN, ESTÁ BIEN, ESTÁ BIEN

Miró el cuerpo  que obscenamente desnudo sabía tendido sobre la cama. La cama al igual que las paredes el techo y el suelo, tenía las sábanas, el cobertor, las almohadas, los cojines, salpicados de grandes y pequeñas manchas de sangre dispersas a capricho, como si se tratase de un cuadro de uno de esos pintores modernos norteamericanos. Le gustó. La sangre de un rojo vivo, brillante, se mantenía aun fresca debido a lo reciente de los hechos. Abrió las aletas de la nariz y dejó que el aire a través de la pituitaria transportase el olor de la sangre por el interior de su cuerpo. El olor a sangre pasó a través de los conductos olfativos. Cuando el olor llegó a la garganta tuvo que tapar la boca con la palma de la mano y con ese gesto evitar, contener, el vomito que en forma de nausea había salido de su estómago y buscaba la boca para de ese modo escapar lejos.

Miraba y remiraba el cuerpo que sabía tendido sobre la cama. Tendido y muerto sobre la cama, y sin embargo el cuerpo se le escapaba, rehuía ser contemplado desde sus retinas, le daba la espalda, no estaba. Las retinas no lograban ver la cabeza, ni el perfil de la cara, ni los pechos, por los años, ya desinflados, flácidos. Ni el vientre. El vientre arrugado. El mismo vientre que había servido de continente para sus tres hijos. Agudizó la mirada en busca de las extremidades, los brazos, las manos, los muslos por los que hubo un tiempo había pasado la lengua una y mil veces buscando tensarlos, buscando a partir de ellos   alcanzar el sexo. Reinar en su sexo. Lamer aquellos muslos era el preámbulo para todo el placer que vendría más tarde. Era como calentar el motor del coche antes de echarlo a andar en las frías mañanas del invierno. Se rió a carcajadas con la ocurrencia. Las carcajadas retumbaron  en su cerebro como un solo de batería.

Apartó la mirada de la cama y puso los ojos sobre el espejo que ligeramente torcido colgaba de la pared sobre la cómoda de seis cajones. Ambos estaban en el mismo lugar que habían ocupado siempre y calculó cuantos años hacía que el mueble, con el espejo, estaban ahí, inamovibles, inmutables, quietos, sin vida ni corazón con que latir. El tablero superior estaba cubierto por un grueso cristal sobre el que permanecían las descoloridas fotografías de los tres hijos. Las fotografías son retazos muertos de nuestras vidas, pensó. Miró el marco con la foto del día de su boda. Patético, es patético,  gritó y de un manotazo arrojó el marco al suelo.  Con los pies terminó de romper, marco, foto y cristal.  Acto seguido, sus ojos se pasearon por el juego de tocador de plata, regalo de bodas de una tía carnal. Esa estúpida tía Margarita. Miró la bandejita de porcelana floreada, salpicada de rosas de pitiminí. La bandejita contenía la bisutería comprada al peso por la difunta, en las tiendas de los chinos por cuatro céntimos. La difunta era como un grotesco árbol de Navidad en los meses de verano. La vio con toda aquella profusión de abalorios colgados a lo largo y ancho del cuerpo y los músculos de su cara se endurecieron tanto que las mandíbulas de tan apretadas como las tenía una contra la otra,  rechinaron y le dolieron. Los ojos se le llenaron de ira.

Detuvo la mirada en los dos cajones superiores de la cómoda de seis cajones. Los abrió y comenzó lentamente a sacar de a una todas las prendas intimas de la mujer,  cuyos ojos desorbitados por el terror vivido le contemplaban escondidos desde algún lado de la cama. Miraba las prendas con detenimiento. Pasaba los dedos sobre todas y cada una de la prendas detenida y lentamente. Las examinaba como si tratará de buscar en ellas algo, aunque no sabía qué. De pronto decidió que tenía que  hacer con bragas, sujetadores y medias, trocitos minúsculos, reducir todo a partículas, a átomos. Salió del dormitorio y se dirigió a la cocina. Tomó de un tarro que estaba sobre una repisa unas tijeras. Regresó al dormitorio. Miró de nuevo la cama, vio las manchas de sangre salpicadas de aquí para allá en la tela blanca de las sábanas, ¿Pollock?, si, las manchas recordaban a las del pintor norteamericano. Buscó el cuerpo de la difunta y sus ojos volvieron de manera inexplicable a negarle su visión. Sacó las gafas que tenía guardadas en el único bolsillo de la chaqueta del pijama y con el borde de la camisa del pijama limpió las lentes que se habían, pese a la protección de la tela del bolsillo, impregnado de sangre. Con las gafas limpias delante de sus ojos, miró y miró, remiró. Las manchas de la sangre aparecían nítidas, pero el cuerpo parecía haberse hecho bruma, humo de cigarrillo. El humo ciega mis ojos. ¡Esta hija de puta! ¿Dónde coño te has metido, cabrona? Muerta y sigues enmierdando, erre que erre, mi jodida vida. ¡Que te den  por dónde más amargan los pepinos! Por el culo, si, eso es, ¡por el culo! Sabía que el cuerpo estaba troceado, agujereado, roto sobre el colchón. Que estaba cosido y recosido a puñaladas y sin embargo los ojos le negaban la certeza de su presencia. Un cuerpo de esa guisa y además muerto no puede haber ido muy lejos de aquí para ocultarse, se dijo,  mientras saboreaba una taza de café frío, preparado la noche anterior. Sintió la urgente necesidad de trocear aquel montón de ropa interior en minúsculos pedacitos, infinitos minúsculos pedacitos. Se sentó en el borde de la cama y comenzó por separar la ropa en tres montones. Siempre había tenido obsesión por el orden hecho geometría. A la derecha los sujetadores, a la izquierda las bragas y en el centro, las medias y calcetines deportivos. Formó un triángulo equilátero. No supo cuanto tiempo había permanecido cortando las prendas en minúsculos pedacitos. Cuando terminó de cortar la última prenda, dejó caer las tijeras sobre el suelo. Los dedos de la mano derecha le dolían. Tenía profundas señales, casi surcos, en la piel de los dedos de la mano de tanto cómo había tenido que presionar las tijeras y por el tiempo que había necesitado para reducir todas aquellas prendas a trozos del tamaño de una cabeza de alfiler para sujetar velos. Señales todas ellas que mostraban el esfuerzo que había hecho para cortar aquella nada despreciable cantidad de ropa interior propiedad de la muerta. Pensó que necesitaba tres bolsas para depositar en ellas los minúsculos pedacitos. Una para cada grupo de prendas. Volvió a la cocina, abrió el cajón dónde  la muerta durante veinte y cinco años había guardado perfectamente plegadas las bolsas de plástico que dejaba para las necesidades de la casa. Las otras bolsas, las sobrantes, con las tijeras las cortaba haciendo tiras del la misma longitud y del mismo ancho. Con ellas a modo de hilo de algodón hacía a punto de ganchillo toda clase de cosas. Esterillas para la playa. Collares para los perros de los amigos y vecinos. Cortinas para la ventana del cuarto de baño. Bolsos para hacer la compra en el supermercado. Sombreros para protegerse del sol. Pantuflas para andar por casa. Soportes para el papel higiénico. Servilleteros. Manoplas de horno. Cintas para sujetar el pelo. Alfombras de baño. Fundas de cojines para los asientos del coche. Tapetes para la mesa de la terraza. Últimamente le rondaba la idea de hacer fundas para recubrir las macetas de la salita, del recibidor, del cuarto de baño. Cojines para las mecedoras del porche. Felpudos para delante de la puerta de la casa. ¡Pobre! pensó, he frustrado su brillante carrera  hacía el titulo mundial de reina del reciclaje de bolsas de plástico. Tomó las tres bolsas y tuvo dificultad para desplegarlas. La difunta plegaba las bolsas con una técnica que parecía haber sido ideada por los irrepetibles y enrevesados japoneses. Una vez en el dormitorio, a puñados, pero muy despacio, llenó las tres bolsas con los minúsculos pedacitos. Sintió un poco de frío. Cerró la ventana del dormitorio. Miró la cama. Todo igual. Las manchas rojas de sangre dispersas, de aquí para allá, pero el cuerpo de la difunta no daba señales de estar, muerto claro, pero aun así, estar. Está bien, está bien, está bien, has ganado. Otra vez has ganado la batalla, me rindo ante ti, me postro ante tus invisibles pies. Llamaré a la policía y que ellos te busquen donde quiera que te hallas escondido, en la cama o en el infierno. ¡Hasta difunta, cadáver,  tienes que encabronarme, hacer que me ocupe de ti! Sacó el teléfono móvil del bolsillo derecho del pantalón del pijama. Como las gafas, el teléfono móvil estaba también salpicado de sangre. Tomó una punta del cobertor y lo limpió. Marcó el ciento doce y se dispuso a esperar la llegada de la policía. Cuando finalmente la policía llegó a la casa, él les acompañó hasta el dormitorio.

Se sorprendió  de la templanza, la calma absoluta que le embargaba. Sus nervios estaban perfectamente colocados en su sitio. Ninguna alteración en su sistema nervioso. El dormitorio apareció ante sus ojos en perfecto estado. La cama hecha. Las sábanas limpias. La cómoda de seis cajones con los marcos de las fotografías de sus tres hijos en el lugar de siempre, la de la boda, el juego de tocador de plata, la bandejita con las baratijas compradas a los chinos del barrio. Ni el más mínimo signo de desorden, de violencia. Ningún  rastro de la sangre vertida a borbotones. Ni una señal de que allí hubiera habido un crimen y mucho menos un brutal parricidio ejecutado a puñaladas y con cruel ensañamiento, según relataba el hombre con todo lujo de detalles a los cuatro policías que le escuchaban en silencio. Es más, ni tan siquiera había cadáver, muerto, difunto. En los cajones superiores de la cómoda la ropa interior aparecía ordenada. Ni rastro de tres bolsas de plástico conteniendo minúsculos pedacitos de tela cortada, hecha trapos. Las tijeras tampoco  se encontraron caídas en el suelo. Un policía  gritó a sus compañeros que las tijeras estaban dentro de un tarro, en una repisa de la cocina. ¿Dónde está su mujer? Preguntó el policía que parecía estar al mando.  Nuestro hombre había permanecido todo el tiempo callado, sentado en el borde la cama, con la mirada puesta en sus pies desnudos que balanceaba rítmicamente, sin parar. Con un suave hilo de voz contestó: no lo sé, por eso les he llamado. Para eso les he hecho venir, para que la busquen, la encuentren. Está mañana la maté, les puedo asegurar, jurar si es preciso, que la maté. Una y mil veces la maté. Está ahí, yo sé que está ahí, y señaló la cama, pero la muy zorra no se deja ver. Es una hija de puta. Se ha escondido, ha limpiado todo, lo ha ordenado todo. Hace siempre cualquier cosa con tal de desquiciarme, joderme. ¡Encuéntrenla!  ¿A qué esperan? ¡Hagan su trabajo maricones! Para eso pago mis impuestos.


Pilar Barrenechea Vega

 

 

Una alegría compartida es una doble alegría; un disgusto compartido es medio disgusto. (Jacques Deval) 

 

 

 

HIJO, YO ESTOY MUY LÚGUBRE

 HIJO, YO ESTOY MUY LÚGUBRE

María se movía lentamente entre los surcos, ayudada por su nieto, ese que tanto se parecía a Damián. Un par de guardias civiles  jóvenes observaban la escena desde lejos, y María no podía evitar volver periódicamente la vista hacia ellos. ¿Seguro que no tomarán represalias? No, abuela, que Franco ya murió, y fíjese en esos guardias, los dos nacieron después de la muerte del dictador, como yo, seguro que hasta votan a los socialistas, no se preocupe.

Pero María no podía evitar mirarles de reojo cada cierto tiempo: la mitad de su vida la había pasado con miedo, un miedo profundo que va calando hasta el alma, hasta invadir los gestos más cotidianos.

A la abuela María, como a tantos, le tocó vivir y ver marchitarse su juventud durante una guerra. Eran cinco hermanos, tres chicos y dos chicas, sin muchas ideas políticas, pero con el sentido de la justicia connatural a todo ser humano.

A su familia sólo se le recordaba un comentario durante aquellos años: lo dijo ella misma, cuando Anastasio, de los pocos afiliados al PCE en el pueblo, insultó al cura llamándole “Hijo de la Inquisición por no decir de otra cosa . . . “ María dijo entonces: “Esto no lleva a nada …” Sus dos hermanos, Damián y Luis, callaron, y ese silencio les costaría la vida unos meses después, cuando el cura facilitó a los golpistas una lista con veintisiete españoles que él juzgaba merecedores de ser asesinados por el bien de los españoles, o mejor dicho, de su España. Todas esas personas fueron fusiladas tras una sesión de tortura que consiguió aumentar la lista a treinta y dos, pero fusiladas previo ofrecimiento de confesión y comunión, por supuesto.

Hoy ese nieto que tanto se parece a Damián intenta contener las lágrimas al ver las lágrimas de su abuela, y la ayuda a sentarse, agotada por la caminata, sobre una roca.

Animo, abuela, que al fin Damián y Luis tendrán un entierro digno, que menos . . .  ¿Está bien, abuela?

Hijo, yo estoy muy lúgubre, ve tú con los demás.

Cuando volvieron a buscarla, apenas una hora más tarde, María estaba recostada sobre la roca, aparentemente dormida. En su mano derecha el pañuelo con que poco antes se había secado las lágrimas, en la izquierda aquel reloj de Damián parado en 1937, que un falangista joven de un pueblo vecino le había entregado, pretendiendo así lavar su conciencia, tras el asesinato.

Su nieto la miró y pensó: “Pobre abuela, su corazón, tan curtido por años de injusticia y dolor, no ha podido soportar una gota, tan sólo una gota, de justicia”.

 

Nekovidal  – nekovidal@arteslibres.net

 

 

Funeral

De haber sabido hubiera hecho todo lo posible para haber evitado pasar por aquella desagradable situación, pero cuando la madre Maria de los Ángeles pidió voluntarias en la clase para acudir al día siguiente al colegio de las Hermanas Teresianas,  a velar y hacer guardia,  al cuerpo presente de la madre superiora  de la Orden de la Congregación de las Hermanas Teresianas, muerta de no sabía qué, supongo que de un ataque de bilis rabiosa que es mal común que aqueja a todas las monjas que en el mundo son, del que fallecen, el que las aparta de este mundo. De haber sabido, todo lo que estaba por acontecerme, hubiera además, evitado permanecer de pie a palo seco, durante una hora, con el uniforme de gala, como para la ocasión mandaba el protocolo, lo que era ya de por sí una pesadez, y no me hubiera ofrecido voluntaria con la espontaneidad y la alegría despreocupada del ignorante, que es  como había actuado el día anterior. Entonces no sabía que de los actos irreflexivos sobrevienen las mayores catástrofes, que actuar a golpe de impulsos solo sirve para meterte en berenjenales de impredecibles consecuencias. 

Los cursos superiores de todos los colegios religiosos de la ciudad, tanto los que  impartían enseñanza femenina como los que impartían enseñanza masculina, así como  los centros de enseñanza del estado, escuelas diocesanas, escuelas Pías,  todos, por turnos rigurosamente establecidos, teníamos que velar a la difunta en grupos de cuatro alumnos por clase, durante sesenta minutos de reloj y durante la friolera de tres días y tres noches. Por la capilla ardiente expuesta en la colegiata de Santa Maria, desfilaron todas las fuerzas vivas y no tan vivas de la ciudad. La misa de difuntos y el responso fueron oficiados con la pompa y boato propio de las  grandes solemnidades, por el mismísimo obispo cardenal de Santiago, acompañado en la liturgia por los obispos de Mondoñedo y Lugo, amen de otros prelados llegados de otras diócesis del país. La muerta era de lujo, de postín.  Había representantes de todas y cada una de las instituciones civiles y eclesiásticas. Acudió en persona el nuncio, embajador  del Papa de Roma. El general de los generales excusó su presencia y en su lugar  se hizo representar en el funeralazo por el ministro de Justicia en persona y por el florón de su yerno. Alcaldes, ediles, representantes de los tres ejércitos, de la Benemérita, una comitiva de todos los estamentos docentes, representantes de la judicatura, comerciantes, autoridades portuarias, cónsules, autoridades deportivas, no quedó ninguna institución sin estar presente y sin rendir último adiós a la muerta. Las coronas se contaban por cientos. Cada cual y cada quien rivalizaba en mandar una corona más rimbombante que la anterior. Las floristerías de la ciudad no daban abasto. Las buenas lenguas cotilleaban que hasta el templo y de tapadillo, acudieron para orar y recitar una oración por la difunta, ilustres y afamadas putas. Y putas del común.

Confieso que el ofrecerme voluntaria no fue del todo un impulso, un acto irreflexivo, el hecho de saber que las voluntarias quedaríamos libres de acudir a clase el resto de la jornada fue en si mismo una motivación. Era en sí un motivo más que suficiente para dar el paso al frente. Una hora de velatorio y siete horas libres. Como toda la clase se ofreció, la madre Maria de los Ángeles tuvo que hacer una selección. Seleccionar a cuatro de nosotras para velar a la muerta. Buscó en su retorcida mente de roedor colérico,  un criterio que justificase la elección de las cuatro afortunadas. Después de rumiar como una vaca durante un buen rato dijo: vosotras cuatro, y nos fue señalando con el dedo índice a cada una de nosotras, vosotras tenéis las mejores notas del trimestre.  Mañana por la tarde velareis a la Madre General de las Hermanas de la Congregación de las Teresianas, que Dios haya acogido en su santo seno. Protesta y decepción en el resto de compañeras. La monja, que no daba puntada sin hilo, aprovechó la ocasión para largar el consabido y manido discurso de si todas ustedes estudiaran más y mejor, si se aplicaran más y mejor. Eso les pasa por vaguear y no dar más de sí. Y dando un fuerte manotazo sobre el tablero de la mesa, mandó a todo el mundo a su sitio y ordenó guardar absoluto silencio. No quiero oír ni el vuelo de una mosca. ¡Cretina! no se percataba de que con su vuelo de mosca cojonera, el silencio quedaba siempre violado. Ella era la gran moscarda negra.

No podía creer que entre las cuatro elegidas se incluyera a Esther, pero menos aún, que me incluyera a mí. En cuanto a Esther yo no salía de mi asombro. Esther día si y día también faltaba a clase y cuando llegaba, lo hacia tarde, a destiempo, con una impuntualidad obscena. Ofrecía al profesor de turno, las más rocambolescas, descabelladas de las explicaciones para justificar su exagerada impuntualidad. Si ése día a primera hora la clase tenía latín, Esther no sabía que temario correspondía, y por supuesto la obligada traducción de latín brillaba por su ausencia. Resultado, cero. Orondo, grande y circular cero en la libreta donde el profesor anotaba las clasificaciones de todas nosotras. Y de ese tenor con todas las demás asignaturas. En cuanto a mí. Bueno, yo no faltaba casi nunca, salvo los días, pocos, uno o dos por trimestre, en los que mis pies se negaban a caminar en dirección colegio y terminaba en la playa o en la plaza de Las Bárbaras sentada en un banco de piedra mojada, frente al convento de los padres Dominicos. En la plaza de Las Bárbaras la piedra, toda, era agua hecha piedra. El silencio, el recogimiento, celestial. La plaza era la prolongación natural del claustro del convento dominico. Nunca llegaba a clase, jamás, con un segundo de retraso. Hoy todavía presumo de practicar una puntualidad británica. No obstante mi currículo estaba manchado, moteado, salpicado, de enormes borrones negros. Indisciplinada, contestona, discutidora, rebelde, desordenada, anárquica, poco o nada piadosa, y esto último en un colegio regentado por religiosas no era un borrón negro más, era el borrón de los borrones. Barrenechea, me decía el jefe de estudios, me dicen las madres que usted no visita nunca la capilla. Eso no está nada bien Barrenechea. Hay que acordarse del Señor, agradecer con una visita a la capilla, todos los días y con una sencilla oración, los bienes que nos dispensa nuestro Señor Jesucristo, que en su caso son muchos, Barrenechea. Barrenechea, tiene usted que estar agradecida a Dios. No basta con aplicarse, estudiar, los estudios si no somos buenos cristianos y con  un sencillo Ave Maria o un simple Padrenuestro, agradecemos a Dios y a la Santísima Virgen todo lo que por su gracia obtenemos, los estudios repito, no son garantía, el pase para alcanzar el cielo. Y ese y no otro es el primero y último objetivo en la vida de un cristiano. No olvide Barrenechea que siempre estamos en peligro de muerte, que la muerte puede llegar en cualquier momento, por sorpresa, sin avisar y si no tenemos nuestra alma en paz con Dios, podemos perder el alma para siempre, Barrenechea, para siempre. Conmovedor su interés por mi alma y su salvación eterna. Llegado a ese punto del discurso, su voz se engolaba y se hacía tronante Y continuaba durante interminables minutos hablándome del alma, de la muerte, de la vida eterna, del infierno. Y su voz caminaba de la de la amenaza a la hipócrita persuasión. Yo no le escuchaba. Me limitaba a mirar por encima de su hombro  buscando las ramas de los viejos robles del jardín. Si la lluvia caía, dejaba mi mirada seguir complacida el recorrido de las gotas que se deslizaban dulcemente sobre el cristal de los maineles.

Como el discurso lo venía oyendo desde  que tenía seis años y estaba por cumplir catorce, había desarrollado los trucos suficientes para inhibirme, protegerme de los sermones de los falsos profetas. Pero mi impiedad competía a pie de igualdad con otro borrón negro, negrísimo, como el carbón. Este segundo gran borrón era mi nula relación con las matemática, el algebra, la física y la química, la aritmética y la geometría. Sabía que en el primer trimestre mis notas en todas y cada una de estas materias, habían sido tan catastróficas como siempre. Aprobados de nota cinco en el mejor de los casos y por lo general, cero mata cero. No lograba entender porque estaba entre las cuatro elegidas de la Madre Maria de los Ángeles. Me dije, los caminos del Señor son inescrutables…

Hace veinte minutos que las cuatro condiscipulas estamos con el uniforme de gala apostadas de pie, de a dos, a cada lado del féretro. Cuadradas como soldaditos de plomo. Se nos ha ordenado permanecer con la mirada perdida y fija en algún punto, siempre el mismo, sin pestañear, inmóviles, con las manos, que tenemos enfundadas en guantes blancos de algodón, enlazadas y cruzadas sobre la espalda. Sabemos que la Madre Rosario y la Madre Margarita están ahí vigilantes, que no nos quitan, ni quitaran, el ojo de encima, Quieren asegurarse de que las cuatro haremos la mejor guardia. Que ninguna otra guardia de ningún otro centro tendrá la solemnidad, majestuosidad, y marcialidad que la que nosotras apenas hace minutos hemos comenzado a hacer. Nos dicen que tenemos que hacerlo tan bien, que todo el mundo hablé de ello y quedé registrado en los anales de la historia funeraria de la ciudad. El prestigio del colegio parece  jugarse a la sola carta de nuestra marcialidad. Nos responsabilizan directamente, sin paliativos, del honor y el buen nombre de la institución. ¡Estúpidas!

Los primeros minutos del guardia se desarrollan según el guión preestablecido. Esther está justo frente a mí. Tiesa como palo de cucaña. La mirada perdida, fija, inmóvil, los ojos, no pestañean, no mueve ni un solo músculo de su cara. Desde que llegué junto al ataúd no he mirado ni una sola vez a la muerta. Como Esther y las otras dos compañeras, tengo la mirada, inmóvil, fija. Miro por encima del hombro de Esther y clavo la mirada en la imagen de una Dolorosa que asoma su cara desde una peana colgada en una pared lateral del templo, bastante poco agraciada, fea. Trato de entretenerme con los rasgos de la cara de la Virgen. No hay nada en ella que la haga destacar, que la diferencie, de otras muchas vírgenes que halla podido ver. Repaso las cejas, de trazo fino y abetunado. Los ojos, creo adivinar, que son verdes, la nariz recta y pequeña, la boca entreabierta, con gesto doliente, los pómulos ligeramente pintados de rosa palo, la barbilla redonda. No sé cuantas veces repito el mismo recorrido con la mirada. Siento curiosidad de ver la cara de la difunta. Nunca antes he visto un muerto. No sé como somos las personas cuando estamos muertas. No tengo ni la más remota idea de cual es el aspecto de la muerte en las personas, la muerte ocupando el lugar de la vida. He visto la muerte en los animales. Gatos, perros, pájaros, burros, vacas, caballos, insectos, culebras, muertos. Recuerdo a nuestro gato Jalisco, tieso, tieso, rígido. Con el vientre hinchado y su lenguecilla rosada sobresaliendo de su boca entreabierta. Como estará la lengua de la muerta? Estará fuera de la boca? Como la de Jalisco, será también rosada? Estará la muerta tiesa, tiesa, rígida?  El calor dentro de la Iglesia comienza a hacerse insoportable. La iglesia esta abarrotada de público, gente en las bancas centrales, en los posillos laterales. El pasillo central es un río de gente que fluye constantemente hacia el catafalco donde esta depositado el féretro. El catafalco ocupa casi todo el altar mayor y está recubierto de terciopelo negro. En cada una de las esquinas del catafalco hay un gran cirio encendido. El velón esta dentro de un gran candelabro de madera policromado, de patas bellamente torneadas. Corre el mes de mayo. El calor a medida que transcurren los minutos se hace difícil de soportar. El calor que se desprende de los cuerpos de la gente, el calor de todos los cirios del altar mayor, sumado el calor que irradian las lámparas eléctricas que cuelgan del techo, todas encendidas, y el calor de los cuatro grandes velones, hace el lugar intranspirable, asfixiante. El aire es denso, pesado, turbio. Creo que no tendré fuerzas para poder soportar el tiempo que aun me resta de permanecer de píe, como una estatua de sal. Al calor bochornoso, hay que sumar la profusión de olores que se han mezclado hasta llegar a formar un nuevo e indescriptible olor. Nauseabundo olor. El olor de cientos de flores, mezclado con el olor de la cera quemada, que a su vez está mezclada con los diferentes olores que emanan los cuerpos de las personas que ocupan, hasta no caber ni la punta de un alfiler en el templo. La mezcolanza de olores es asquerosa, vomitiva, repugnante.

Miro de pasada la cara de Esther y de la compañera que esta a su lado. Como a mí, a ellas, pequeñas gotas de sudor les surcan la piel de la frente y de la cara. Percibo un pequeño balanceo en sus cuerpos. De atrás a delante. Yo no me he balanceado, estoy segura. Una gota de sudor cruza mi ojo izquierdo, lo penetra y me escuece. Tengo el impulso de llevarme una mano al ojo y frotarlo. Me contengo. Los ojos de las dos monjas, pese a que no puedo verlas, sé que están ahí y que me observan. Son como perros de caza al acecho de una presa. Trascurridos unos  minutos nuevas gotas de sudor bajan de mi frente. Ruego a todos los santos, que las malditas gotas pasen de largo y no entren en mis ojos. Tengo los ojos clavados en la Dolorosa. ¡Dios! que talla tan fea y vulgar. Ahora siento ganas de hacer pis. No es una necesidad urgente, pero tengo ganas de mear. Bueno, no debe de quedar mucho tiempo, podré aguantar, me digo. Calculo que ya hace casi media hora que las cuatro soldaditos de plomo estamos apostadas ante la muerta haciéndole guardia, rindiéndole honores, como si se trastese de un héroe muerto en feroz combate.

Llegan tres mujeres rigurosamente enlutadas hasta el catafalco. Se aproximan al féretro e inician una salmodia acompañada de gritos y llantos. Como no lo esperaba estoy a punto por la sorpresa, de dar un salto, un respingo. Me contengo y permanezco inmóvil. Escucho el frufrú, el aleteo, el entrechocar de las tocas almidonadas de las monjas de las diferentes congregaciones, llagadas a la iglesia de todas partes de la región y de otras regiones del país. Son mayoría entre los feligreses. Las tocas vistas desde la altura del altar mayor parecen palomas gigantes revoloteando. Ahora es la curiosidad de ver a la muerte en la muerta la que no me deja tranquila. Quiero bajar los ojos hacia el ataúd que está ahí, a medio metro de distancia. Las advertencias de los dos cuervos pesan en mi ánimo y recelo en dejar posar mis ojos sobre la muerte. Miro. Está vestida con el hábito de su Orden. Los pies calzados con unos enormes zapatos de cuero negro, perfectamente aliniados, sobresalen por debajo de los pliegues marrones del hábito. Un gran escapulario con la imagen de santa Teresa ocupa todo su pecho. Las manos sujetan un crucifijo. Alrededor de la mandíbula y a lo largo del óvulo de la cara, un pañuelo blanco, de seda como si de  un vendaje se tratara. El vendaje me hizo pensar que quizás antes de morir, la muerta hubiera tenido un gran dolor de muelas Después sabré que el pañuelo blanco de seda estaba sujetando, apretando, una mandíbula con otra, para mantener su boca cerrada. En boca cerrada no entran moscas, claro que una vez muerta, las moscas poco podían molestar en la boca abierta. La piel de la cara está surcada de arrugas largas y profundas, es de un color gris ceniza y no sé por qué, pero como la piel de la cara de las monjas de mi Orden, la de la fallecida está llena de grandes y ostentosos poros negros. Será cosa de las monjas esto de que todas tengan estos horrorosos poros negros, pienso.

La muerte en la muerta no me causa ninguna sensación. Estoy un poco decepcionada. Pensaba que siendo la primera vez que veía un cadáver, alguna sensación, nueva, desconocida, debería sentir. No es el caso. La miro una segunda vez con mayor detenimiento. Cuando mis ojos se posan en su nariz me quedó paralizada. Me petrifico. Me digo que no es posible, que no puede ser y que no va a pasar. Retiro la mirada. Pero no puedo contener las ganas de volver a mirar a la muerta y mirar de nuevo su nariz. Es la nariz de Cirano De Bergerac. Es una nariz superlativa, es una nariz sayón y escriba, es un hombre, una mujer, a una nariz pegada. Y recito mentalmente el poema de Quevedo y mientras lo recito no puedo apartar la mirada de esa grotesca y desmesurada nariz. Y sucede lo inevitable. La risa comienza a aflorar desde el fondo de mis pies, sube, avanza. Trato con todas mis fuerzas detener su carrera, hago acopio de mil recursos para evitar que llegue hasta mi garganta y que de la garganta explote  en mi boca. Pero cuanto más me afano por impedir que la risa me domine, peor resulta. Más fuerte siento que avanza por mi interior. No sé como hacer para evitarla, y sin poderlo evitar, una estruendosa, incontenible carcajada sale de mi garganta y restalla a lo largo y ancho del templo. Mis compañeras de velatorio se quedan estupefactas. Esther me mira horrorizada y en voz muy baja me pide que me controle. No puedo, tengo de nuevo mis ojos clavados en la nariz de las narices y me río a mandíbula batiente. Siento como la orina caliente baja mojándome las bragas y las gruesas medias azules de algodón. Tampoco he podido evitar mearme debido a las fuertes convulsiones de la risa. Las gentes reaccionan dándose codazos entre ellas, desconcertadas. Creo que piensan que me he vuelto loca o que soy una malvada. Noto la mano de la Madre Margarita clavándose como una tenaza de hierro en mi brazo y con voz cargada de ira me dice, Barrenechea, salga inmediatamente de aquí. Salga, salga. Salgo no sin antes mirar de nuevo tan desmesurada y elefantíaca nariz y como de mojados al río, me río abiertamente, sin tapujos. Mis carcajadas se retumban como trallazos en el silencio de la iglesia para estupor y asombro de todos los presentes. Lo que pasó conmigo al día siguiente en el colegio es otra historia.


Pilar Barrenechea

 

 

Hijo, yo estoy muy lúgubre,

como tirando a fúnebre,

por de pronto un tema

y no tengo ni un lema,

hijo, yo estoy muy tétrico,

casi patético, algo gótico

y muy hermético,

perdí la bandera

dentro de la bañera,

eso me tiene histérico,

busco en la nevera,

aunque no es primavera,

un instante eléctrico

y un sueño galáctico,

una mazmorra húmeda,

he ahí un arranque mágico,

puede parecer trágico,

pero es de lo más cómico,

para una mente errática

la palabra esdrújula

es una brújula

que entona el cántico

de una manera óptima,

mientras la lavandera

baila en la ribera,

su pensamiento fonético,

rema que te rema,

encuentra tú el tema,

un destello cuántico,

el rey es diabético,

toma lema inédito

de los mesopotámicos,

no tengas pánico,

fiesta en el psiquiátrico,

el traje es modélico

pero el sexo es tántrico,

toma de ese tónico

y danza pletórico,

corazón indómito,

y si esto que he escrito,

te parece ilógico,

carente de sentido

qué me dices amigo

del discurso de un político,

de un problema económico,

del razonamiento científico

no digamos de lo teológico,

eso sí que es problemático,

un melón dramático,

en cuanto me descuido

me da un cólico encefálico,

por eso en el frenopático

le damos a lo artístico

y en tono humorístico,

declaro enfático

que somos polvo cósmico

y si te perece insólito,

pregunta al hipopótamo.


Ricardo Sanz

 

 

HIJO, ESTOY LÚGUBRE

Eres exigente, hijo, al pedir que en un día como hoy, con la que está cayendo, me pidas que dispare fuegos artificiales, que haga encaje de bolillo, y me ponga manos a la obra, sí, que toque madera literalmente, embadurnándome de materia, amasando mundos singulares en el horizonte, y dejas caer indirectas, auténticos retos, como si se jugara uno su honrilla, el tipo, como en una pelea de gallos; ya está bien, e insistes en que vomite “por de pronto un tema”, ¿hay quien dé más? una historia nueva, un viaje a lienzos vírgenes; así por las buenas, sin despeinarte ni arrugar el morro o que al enderezar los rezos se te enreden por detrás las cuerdas vocales.

Hijo, hoy estoy lúgubre. Ese liviano acento tuyo me desorienta, bien lo sabe dios, se me atraganta en lo más hondo. No sé. Esperas que te lo den todo masticado, sin espinas, planchado, listo para usar o tragar. Y yo entre tanto a tragar intransigencias, zumos turbios. Mójate el culo, estruja el limón de tu olla, y no contemples el vuelo de las aves tumbado a la vera del camino con el pico abierto aguardando la presa que te ofrece la-el progenitor.

 Bien está que a una madre se la quiera, incluso con locura pero hasta un límite, aunque disimule con elogios las insólitas hazañas filiales, en ocasiones siniestras, susurre a los elefantes y al viento que le divierten los certeros salivazos que decoran su frente; o palpe agujeros negros en la costra de su vida. La madre siempre merece lo mejor, otro traje en el trajín, otras ondas en las aguas de la corriente doméstica. Con voz altisonante, casi cuartelera, me exiges atestados, informes, asuntos entreverados, es decir, “por de pronto un tema”.

De acuerdo.

     Las tripas le crujían más de la cuenta al progenitor aquella mañana. Las mañanas perdidas rebuscando en los contenedores de la memoria vestigios rubricados por los zapatos de su retoño por senderos ambiguos, le sumían en un pozo sin fondo. Le chirriaban los nervios. Esa noche el gallo lo despertó varias veces, acaso el gallo de las oscuras sensaciones referidas a la familia, y la tormenta le hervía en las venas, enturbiando la transparencia matutina.

Al alba, pensaba, todo estará resuelto, nítido y conseguiré desembuchar la pena que me anega el secreto pensamiento. Le llamó la atención un póster de Banderas en la cabecera de la cama del hijo en calzoncillos. Ombligo es común al macho y a la hembra, reflexionaba. Las tetillas del hombre quedan en entredicho si se comparan con las de la hembra. La forma aguerrida del hombre despierta fuerza, especie de escudo protector. Las formas femeninas aparentan lo contrario. Alguien con aire indagador apuntaba que nos engañan los sentidos, que no es oro todo aquello que reluce; que las apariencias son eso y no más.

 De acuerdo, prosiguió él.

Quizá consiga en este momento plasmar instantáneas de páginas amarillas crujientes de acontecimientos listos para instalar en el papel marcando el número correspondiente, como recién hechas, donde retocen carretas de sueños, cual chocolate con churros calentitos, amuletos invictos. Como por ejemplo, el volver a nacer y amordazar al tirano de turno, templar la guitarra terrorífica, cercenar cotas elitistas, o mentes hipotecadas por ruindades etéreas.

Mejor resultará empedrar la calle calcinada por un desmayo prematuro, hilvanar monumentos memorables que saborearon yemas conventuales, o asearon aromas rubios al ritmo de teclas líricas, torrentes de historias entrañables, o acaso desleídas, rotas en el tiempo, pero no por ello un descosido inducido sino achacable a la batuta de la inexperiencia, o a rotondas de caracol que serían difíciles de transitar.

No se puede fingir, para qué engañarse. Hijo, hoy estoy lúgubre.

Si bien, no conviene tomarlo al pie de la letra, familiarizarse con tales latiguillos de ultratumba, vendrán por su propio peso y sin previo aviso; no se sabe si disfrazada de hada, de salerosa sirena, de rey mago o con magnificencias de capitana del mar, fidedigna tigresa del bosque humano y, por qué no, enseñar las cartas. Como se guarde una en la manga, raro será atisbar los cordones umbilicales del hijo, o la calle de la ciudad donde se empadronó su sexo.

Y si me dices, hijo, que por de pronto un tema… me adivinaste las intenciones. Es evidente que necesitamos esclarecer un tema, tu tema, el rol que proyectas en lontananza, comentarlo opinando, y descorrer el velo. 

La agenda familiar al completo, su horóscopo; exacto, eso era lo que se necesitaba escrutar.

El hijo trajo a colación los sedimentos de unas cenizas que caían desde hacía tiempo en su ámbito afectivo.

La cerrazón de su corazón a los embates de lo afectivo, a cal y canto, impedía iluminar sus tinieblas, los pensares, el diente que más le dolía.

Si hubiera abierto ventanas, portales en sus pupilas, se hubiese atemperado. Y cantar sin complejos ni culpabilidades. Hubiera borrado de su diccionario el vocablo armario, como mazmorra, barricada, y traspasar la muralla.

Y al cabo del camino recorrido destapar la botella de champán con coraje, y evacuar aromas por un tubo, irradiando encendidos sentimientos, y crezcan tiernos campos con ricos frutos.


José Guerrero Ruiz

  

Doli

 Me llamo Dolores, aunque todo el mundo me conoce por Doli. Nunca me gustó mi nombre, demasiados dolores hay ya en la vida para llevarlos además encima como carta de presentación; es por eso que lo dulcifiqué con el diminutivo. Yo creo que los nombres no son designados para la gente de una manera accidental, por veleidad de los padres, para mí cada nombre encierra un rasgo propio y propicio del carácter de quien o lleva o incluso un sino solapado entre los caprichos del destino. Otro motivo, para que también deteste mi primer apellido, Lúgubre, y hasta el segundo, Segura, que no obstante he usado como único en todas las ocasiones que he podido.

Me considero con todo, una chica alegre, una mujer animosa, una dama optimista a pesar de que me gusta estar bien informada. Sí, una chica animosa, hasta que conocí a ese tipo y comencé a practicar la escritura.

El primer libro que leí fue un relato amoroso titulado Dafnis y Cloe. Lo escribió en la isla de Lesbos, a comienzos del siglo II, un esclavo al que denominaban Longo y que gracias a la fama cosechada por su obra recobró la libertad. Longo, lo veis, se cumple lo de los nombres: Longo significa en latino, largo prolongado, y justamente esta magnitud fue la que marcó su destino como hombre y escritor: su obra se prolongó en el tiempo hasta nuestros días impulsada por su fuerza y su carácter universal.

Lo he decidido, ahora que puedo, quiero cambiarme el nombre. Aunque aún no tengo elegido el nuevo. Estoy esperando una señal, alguna sugerencia. Pero todo a su momento.

Confesé antes que mi gusto por la escritura, esa extraña fuerza que me empuja a escribir, ha trastocado de un tiempo acá los niveles de mi ánimo, ahora soy más lúgubre y menos segura. Mis reservas de alegría están bajo mínimos y todo comenzó cuando conocí a ese italiano, Giacomo, ¡maldita la hora! Sus rasgos no eran lo que se dice atractivos, más bien algo rudos, pero poseía la fuerza y la excitación que desprende la presencia de un hombre de verdad. Me explico:

Un hombre que no necesita demostrar nada a nadie, con ampulosas palabras ni con la fuerza, que no precisa cantar como el gallo, que no pide más ternura que la que él mismo es capaz de ofrecer, que no busca ni a una madre ni a una amiga en las mujeres, que no quiere refugiarse en los brazos del amor ni detrás de las faldas de las mujeres, un hombre que como otros no es aburrido, ni taimado, ni necesitados de una madre, ni  crueles como esos que ofrecen la sonrisa y esconden la navaja*. Algunas veces surgen hombres como Giacomo, que te dejan en su olor y el timbre de su voz, dulce y grave a la vez, en el paladar del recuerdo; hombres difíciles cuya decidida indecisión juega traviesa con la sufrida voluntad de una mujer enamorada:

Un hombre de verdad, decía antes. ¡Maldita la hora!

Él me forzó a escribir de manera más cuidadosa, fue mi profesor de literatura sin pretenderlo. Mis cartas llenaban sus ausencias y mis poemas y relatos nuestras noches de amor. Estas ideas plasmadas en un papel con el aliento de la imaginación, tenían una fuerza que jamás había imaginado. Las ideas fluían de la cabeza al papel y luego empecé a comprobar que se hacían de verdad en el mundo real. Una tarde de otoño, por ejemplo, escribí forzada por una tristeza pegada al paladar un cuento en el que un hombre mayor moría solo en su pequeño cuarto abandonado por todos, tal vez él mismo había sido el primero en abandonarse. Una semana  después la policía echaba abajo la puerta del apartamento del vecino del quinto, al que hallaron tirado en el suelo del dormitorio con el listín de teléfonos agarrado de su mano amoratada.

Este suceso me alarmó. Si de pronto salía un tema del que escribir trataba de olvidarlo, cogía algún libro o iba sin más frente al sofá a hundirme en la inocuidad frente al televisor.

Atravesaba por ese tiempo la más larga de las ausencias de Giacomo, entonces una fuerza liberadora salida de lo profundo del esternón me llevó a la mesa del comedor con la idea fija de escribir un relato. Una mujer sola, enamorada un hombre con el perfil de Giacomo, descubría, sin sentir más dolor que el ya superado, que su última separación se prolongaba sin límites, y ese hombre desaparecía de su vida y de su alma sin dejar rastro. Este cuento también surtió su mágico efecto. No he recibido hasta la fecha noticias suyas. Y con la mesura que ofrece la distancia, no podría ahora sostener que ese italiano era de veras un hombre de verdad, en cualquier caso de una verdad ya obsoleta para mí.

He dejado de escribir y voy a cambiarme el nombre por… Bueno, aún no sé por cual. Tal vez cuando lo estrene decida reemprender mi trato con la escritura y en ese instante futuro todo cambie, mis escritos valgan para distraerme un poco, pasarlo bien y compartirlos con los demás… para aligerar temores acaso, para buscar la belleza en las palabras… para sacar a luz los problemas y no parar crearlos.

¿Alguien me sugiere un nuevo nombre?

 

* El Amante de Bolzano, Sandor Marai

 

Francisco Javier Martín Franco

 

 

HOY NO SÉ QUÉ ME PASA, SÓLO SÉ QUE ME PASA ALGO

Me has preguntado: ¿Estás bien?, y… yo… te respondo…si, estoy bien porque estoy viva, como, ando, duermo y todas esas cosas que hacemos los vivos. Pero… en mi interior hay ese algo, que me huele a nardos, que está  atrapado como un cadáver en un ataúd, ese algo llora en silencio como un niño que le han hecho daño, que juega al escondite con su pena, para que nadie lo sepa, porque se siente culpable y cree que ha provocado ese daño. ¡Ay! Ese algo cuando nadie lo ve aparece, ese algo no me preguntes lo que es, solo te digo:-Hijo, yo estoy muy lúgubre pero no te preocupes que estoy bien. Y por de pronto un tema me llega a mi mente mareada, me dice que baje más abajo, ahí donde reside el corazón, que espante el dolor, que invente palabras nuevas, sentimientos nuevos, que ahuyente a ese algo que me hace hoy sentirme lúgubre. El corazón también piensa, piensa con sentimientos, y me dice, estoy aquí contigo pase lo que pase, porque yo te entiendo, porque yo… también estoy hoy muy lúgubre. Escucha mis latidos, que te calmaran como a un niño asustado que duerme en el regazo de una madre. Y De repente paso a otro tema… que me traiga luz, esa luz que hay en el cielo cuando el sol se pone con tonos rosados y malvas, empiezo a oler a mar, y mi corazón y yo nos llenamos de azul, y nos envuelve en un suave velo de tul y ya dejo de sentirme lúgubre por un momento, pero dentro de mi, desde mi corazón hasta mi garganta en este sábado que parece de semana santa, hay un calor que me abrasa como un volcán, el aliento me sabe a ceniza el aire me parece una hoguera en llamas, tan sólo el agua atravesando mi garganta me alivia. Cierro los ojos para engañar a mi mente y visualizo una gran tormenta que me empape y me cale hasta el alma, deseo quedarme dormida para soñar que mi cuerpo lo arrastra una corriente de agua cristalina, para llegar a una catarata donde el agua parece diamantina porque los rayos de un tibio sol traspasa las moléculas de agua. Hijo, no me preguntes que quiere decir lúgubre, yo te digo porque me siento así,  me siento quemándome en una lumbre, huelo a podredumbre, sin hambre, sin aire, el oxigeno parece tener herrumbre. ¡Hay! No sé que me pasa, sólo sé que me pasa algo. Padremadre que estas en el cielo quítame esta pesadumbre.


Fina Martín Pozo

 

 

 

 

Una alegría compartida es una doble alegría; un disgusto compartido es medio disgusto. (Jacques Deval)

 

 

 

POR DE PRONTO, UN TEMA

POR DE PRONTO, UN TEMA

Por de pronto, un tema: para tener la chispa con que encender la hoguera de las ideas; para sentir el primer paso que nos empuje a caminar; para que el desaliento o la monotonía no hagan mella en nosotros; para tener otra buena razón para soñar sin dejar de sentir la tierra bajo nuestros pies; para recibir dando y dar recibiendo; para hablar a todos los dioses sin necesidad de adorar a ninguno; para comunicarnos y no olvidar que nada somos sin la comunicación; para que siga creciendo la aventura libre de escribir los cimientos de La Casa de las Palabras . . .

Por de pronto un tema para no olvidar nunca que la vida es, al fin y al cabo, tan sólo una sucesión imprevisible de temas.


Nekovidal  – nekovidal@arteslibres.net

 

 

YA SE LO DIGO YO MAÑANA A ELLA

YA SE LO DIGO YO MAÑANA A ELLA

 

YA comenzamos a dudar de la certeza de creer

que no hay más camino que la voluntad,

ni más consuelo que el desánimo estéril,

ni más placer que la ilusión de soñar.

 

SE acumulan las razones casuales y recurrentes

que nos hicieron luchar con ira y creer con fe,

por ese mundo mejor a cosechar antes de la siembra,

por esas ideas que sólo valían su bondad regalada.

 

LO vengo rumiando hace tiempo, a pequeños tragos:

ni éramos tan buenos, ni éramos tan malos,

ni héroes, ni ciudadanos del tiempo por venir,

Éramos consecuencia inevitable del pasado.

 

DIGO que tal vez arropamos demasiada fe en la justicia

y tanto nos arrastraba la vida, que nos negó ese instante

necesario para la duda, la reflexión, el aprendizaje.

Demasiado río para una joven hoja perdida en su cauce.

 

YO ya he rendido el baluarte de las certezas absolutas,

tiene su razón el niño, el loco, el creyente y la puta,

y hasta la sinrazón baila hoy el tango de las disculpas.

Yo, sin creer en nada, los tengo a todos por dioses.

 

MAÑANA, tal vez realmente mañana, caerá el telón,

uno a uno remataremos la obra, eternos debutantes,

y sólo quedaremos en la tenue y frágil memoria

de otros pobres condenados que no se saben tal.

 

A estos campos hay que acudir repletos de vacío,

mirando a los ojos turbios de todos los miedos,

comprendiendo que no hay nada que comprender,

pero sabiéndonos sabios creadores de universos.

 

ELLA, la ubicua ansia de libertad, nos hechizó implacable,

nos sugirió caminos que ya habíamos decidido nuestros.

De nada hemos de arrepentirnos, ni un reproche,

todo acto que mueve al placer de buscar el bien ajeno,

es, no sólo el más humano, es, además, inapelable.

                            

Nekovidal  – nekovidal@arteslibres.net

 

 

Es otoño, mañana se lo digo a ella

Algún día ha de ser el momento. Eso dice la letra de la canción que estoy escuchando. A veces la casualidad, la llamada providencia, te pone por delante de los sentidos algo que está en estrecha relación con tus deseos e inquietudes. Como una señal, como un toque de advertencia. Y en efecto hoy, sin más dilación, es el momento. Ya está bien de mantener en los debitos del alma, la misma estancada cosa. Hoy será.

Esta mañana tranquila de otoño es ideal para decirlo. Me he levantado más temprano que de costumbre espabilado por ese péndulo biológico, extensión del último deseo antes de quedar dormido, que me avisaba de que hoy era el día. He puesto el último disco de mi cantante preferido a un volumen mínimo, ideal para conjugar el silencio de la madrugada con su voz y su guitarra íntimas. Estoy dispuesto a decírselo, en cuanto se despierte lo oirá nítidamente salir de mis labios.

Hace fresco ya por las mañanas, los cambios de estación son épocas también de cambios para las personas, son fechas en que se remueven dormidas sensaciones, que impelen a satisfacer viejos deseos… Y el otoño parece poner en relieve las luces y sombras de adentro, ante el descenso de las de afuera. Una muerte y un renacimiento.

Anoche la ciudad olía a castañas, aunque el frío no hacía aún su filosa aparición y las gentes paseaban en mangas de camisa, o tomaban sus bebidas en las terrazas de un estío dilatado. Vi a un joven encorbatado llevar el cucurucho más grande de helado que comía a bocados apurando los recuerdos postreros del verano. Los titiriteros y otros artistas de la calle ensayaban en corros abiertos sus nuevos números, aquellos que irán estrenando noche tras noche al compás y movimiento del auge el frío.

Existen dos mundos en cada persona, el que vives como pieza del engranaje y el que sueñas y solo las almas inocentes te recuerdan su existencia. Anoche me adentré sin pensarlo en el segundo. El recuerdo de un alma de siete años, todo corazón e inocencia, me llevó superando miedos y amenazas a las calles más estrechas de la ciudad, allí donde la luz del atardecer apenas brillaba sobre la parda humedad de las piedras. Era el día de su cumpleaños y no llevaba ningún juguete para ella, sólo una cadenilla de oro con la cruz pequeña y lisa que me colgó mi madre cuando cumplí los 7, y tomé la oblea sagrada y los recortes por vez primera. Antes de llegar a su puerta algunos vecinos me miaron de soslayo, otros con desprecio.

Toqué en la madera. Y un hombre grueso, grotesco y de anchas patillas salió como bestia por el portón de toril empujándome para atrás. Era casi noche cerrada y las farolas seguían a oscuras, igual que las manos de aquel tipo violento y cegado que no parecía querer escuchar, por eso no pude ver lo que en ellas se manejaba. Sí aprecié un brillo fatídico en sus córneas, cruzado con un sordo bramido que surgía de su bocaza balbuciendo palabras de amenaza. Pero seguía sin ver sus manos y lo que ellas sostenían. No podía amilanarme delante de aquel tipo y le escupí en la cara lo que había venido a hacer. Mi reto lo encendió aún más y entonces pude oler el peligro mezclado con su aliento de alcohol.

Fue en ese brete cuando noté un fuerte y seco impacto de su cuerpo contra el mío que me dejó aturdido, con una sensación rayana entre el dolor y la rabia. Se encendieron entonces las farolas con un brillo inusual, que veía extenderse sobre la noche dejándolo todo, callejones, casas, gentes, bajo una extraña claridad lechosa...

Salí de aquel barrio con una nueva frustración. Una vez más no pude ver a mi hija. Y regresé presto a casa. La encontré vacía, aún no había regresado ella, por lo que me metí en la cama preso de un cansancio más emocional que físico. Una firme decisión rondaba por mi cabeza: Mañana, sin falta, se lo digo a ella.

Por eso esta mañana temprano me he deslizado en la oscuridad sin verla ni tocarla, para que siguiera placidamente durmiendo. He dejado la cadenilla con la cruz sobre la mesita, he ido a mirar por la ventana, he puesto a un volumen mínimo mi disco preferido y me he sentado en la silla, que tenía su ropa terciada, a esperar…

Lo extraño es que el día no parece abrir. Lo raro es que ahora oigo un leve ruido de pláticas y rezos al otro de la puerta. Siento ganas de abrirla para ver qué cosa lo provoca,  pero una pereza clavada en un costado me mantiene pegado al asiento, ajeno y flemático. Por fin la puerta se abre. Perfilada por una luz amarillenta, aparece su bello rostro. Avanza hacia mí y la noto triste, cansada. La imaginaba aún dormida en su lado preferido de la cama y por eso me extraña verla. Sin embargo, la tengo en frente y me mira pero no parece darse cuenta de mí. Tal vez le ocurra algo, ¿se habrá enterado de todo antes de que yo mismo se lo diga? No, no lo creo. Ahora intenta sentarse en mi regazo y justo cuando abro los brazos para acogerla un tipo delgado y bigotudo, con una corbata negra, aparece en el umbral llamándola. Señora –dice con tonillo burócrata–, ya lo tenemos arreglado, puede pasar a verlo.

Ella va hacia la puerta abierta y la curiosidad me hace ir tras sus pasos. Se detiene bajo el dintel y mis ojos reciben el mismo impacto que los suyos.

Un hombre de rostro cerúleo, ojos cerrados, aspecto rígido y ataviado con un taje gris marengo, muy parecido al último que yo mismo me compré para la boda de aquella sobrina, yace en el seno blanco de un ataúd barnizado de negro.

Aquel hombre muerto era yo mismo. Y las lágrimas de aquella mujer que seguía aún sin verme, eran lágrimas para él, lágrimas para mí.

Comprendí entonces lo que había sucedido. Ahora lo recordaba, lo que sostenían en la oscuridad aquellas manos violentas era una navaja, una hoja afilada de acero que penetró en mi hígado saciándome la vida. Me habían asesinado, estaba muerto. Pero me negaba a morir.

Presencié aquel día de noviembre mi propio entierro, acompañé el dolor tras el cuerpo vacío y triste que había sido yo, junto a la mujer que amaba. Y luego me quedé solo en el cementerio, bajo una lluvia que no me mojaba, al pié del bloque de nichos donde habían empotrado el ataúd de mi recuerdo.

Dicen que las personas a las que les quedan cosas pendientes en vida no trascienden tras la muerte y quedan en un espacio mental falso y vació por los siglos de los siglos. Ese no era del todo mi caso, sin embargo era consciente de que tenía que decirle a ella mi secreto. Tal vez así podría ir en paz si alguien me señalaba el camino.

Dejó de llover y las últimas nubes destaparon un sol berbejo que ya caía entre los perfiles de la sierra. Entonces las vi. Primero a ella, que volvía con un ramo de crisantemos, luego a la pequeña, acompañada de una niña más grande. Avanzaron desde puntos distintos hacia el mismo destino. Una vez frente al nicho se miraron y todos los secretos fueron desvelados. Nuestras mentes sintonizaron de tal modo que apenas hicieron falta las palabras. Ahí está tu padre; tú eres su hija; en mi seno llevo una hermana tuya. La niña grande miró hacia donde yo estaba, me guiñó un ojo y sonrió. En se momento se abrió un agujero luminoso en la copa de un ciprés, una luz limpia y poderosa que me atraía sin más dilación hasta su seno.

Detuve la mirada por última vez en las mujeres que amaba y descubrí con alegría que mi niña llevaba del cuello la cadena con la cruz pequeña y lisa que me había regalado mi madre y yo llevaba para ella aquel trágico atardecer de otoño.

 

Ahora estoy aquí, en esta planicie vaporosa, rodeado de otros seres como yo, con los que apenas hablo, y que aguardan la venida de algún juicio.

 

Francisco Javier Martín Franco

 

 

YA SE LO DIRÉ A ELLA MAÑANA

 

Aquella tarde gris de otoño Manolo subía las escaleras para llegar a su piso, se iba aflojando el nudo de la corbata, como el maletín le impedía hacer bien los movimientos, se detuvo en el descansillo de la segunda planta, dejó el maletín en el suelo y ya, liberado de él, se aflojó del todo el nudo de la corbata.

 

Por un instante se quedó paralizado, meditabundo…

 

No hacía más que una hora que había estado entre las sábanas ásperas de un motel de carretera, aún le venía el olor a Sandra en las yemas de los dedos a pesar de que se había lavado a conciencia, no quería que su mujer sospechara de nada y menos aún de algo así.

 

El sabía que algún día tendría que decírselo, porque entre ellos hicieron un pacto antes de casarse, se lo dirían todo, fuese bueno o malo, siempre la verdad por delante.

 

Pero claro, cuando llega una bomba como esta, ¿cómo decirla  sin herir a su mujer?

 

El no lo había previsto, estaba enamorado de su mujer, de su vida en común, de sus proyectos futuros,  pero todo se le volvió como un calcetín, cuando conoció  a Sandra.

 

Todo comenzó una mañana hace seis meses, se había levantado tarde y con las prisas aquel día ni desayunó. Corrió para poder alcanzar el  tren de cercanías de las ocho y treinta, sabía que aunque lo cogiese llegaría tarde a la oficina, pero ya no tenía remedio la cosa. Cuando se acomodó en el asiento llamó al trabajo para decir que llegaría tarde, después se relajó, miró por la ventanilla, el día estaba luminoso a pesar de la capa grisácea de la contaminación, cuando se cansó de contar postes de la luz y de teléfonos, miró a su alrededor, varias monjas a su izquierda leían lo que parecía un misal, a la derecha dos estudiantes repasaban las últimas notas para algún examen, un marroquí se rebuscaba entre los dientes blanquísimos algún resto de comida, una anciana con el bolso bien agarrado y sujeto en el pecho suspiraba y recitaba una pequeña letanía con los ojos cerrados, tenía la cara surcada de arrugas, le hizo pensar en su abuela, una anciana igualita que aquella, tan beata, tan sufrida, tan dolida por el mundo que le tocó vivir, tan arrepentida de no haberse marchado para Francia, donde su esposo tuvo que exiliarse durante cuarenta y pico largos años, allí el abuelo  se enamoró de otra,  y tuvo varios hijos, con los que un buen día apareció para conocer a sus otros dos hijos que había dejado en aquella España que comenzaba a recuperarse, a lavarse la cara y a hacerse mujer mayor de edad con derecho a voto, a libertad y a divorcio, que fue lo que vino buscando el abuelo para casarse con aquella francesa delgaducha, de pelo pintado de rojo, con minifalda y un escote que todavía Manuel recuerda a pesar de que contaba entonces con siete años.

 

Su abuela, tan beata, tan sufrida, tan dolida  y arrepentida, le concedió el divorcio al abuelo entre otras cosas porque ya no le quería, para ella aquel señor calvo con bigote, barriga prominente y acento afrancesado ya no era su esposo, era un extraño, un extranjero y un bastardo-hijo de  puta, para Manuel aquello fue un conmoción, escuchar de la boca de su abuela una palabrota y de las gordas, ¿tendría él que ir a misa a confesarse por haber oído semejante palabrota?  Y su abuela ¿cuántos Aves Marías y Padres Nuestros debería rezar?, estaba Manuel en aquellos pensamientos cuando una mujer se sentó a su lado, él al principio a penas reparó en ella, estaba acostumbrado al ir y venir de personas que se sientan  y comparten unos instantes de su vida sin que transcienda nada entre ellas.  Pasaron varios minutos y de pronto reparó en el perfume que le pareció que provenía de la mujer sentada a su lado, era un aroma que le resultaba familiar, pero lejano a la vez, cerró los ojos y se concentró en el aroma, ¿a qué le recordaba?, pasaron varios minutos más y de pronto abrió los ojos y lo recordó, era el olor de las pastillas de jabón que su madre solía poner en los cajones donde guardaba las sábanas, aroma de lavanda, el recuerdo de su madre le enterneció y entristeció, se atrevió a mirar a la cara a la mujer que tenía al lado, ojos grandes, nariz recta y respingona al final, labios gruesos, barbilla plana, no era lo que se dice una cara especialmente atractiva, estaba reparando en el lunar que tenía en la mejilla cuando se encontró con dos ojos azules que le interrogaron.

 

Agachó la cabeza y tosió para disimular el nerviosismo de haber sido descubierto, la mujer se ruborizó y se removió en su asiento, él pensó que se levantaría pero no lo hizo, todo lo contrario se volvió hacia él.

 

-Hola- dijo ella para su sorpresa.

 

-Hola, perdona si te he molestado- respondió él todo nervioso.

 

-No me importa que me mires.

 

-Me llamo Manolo.

 

-Yo soy Sandra.

 

-¿Sueles coger mucho este tren?

 

-Si todos los días para ir a mi trabajo, y ¿tú?

 

-No. La verdad es que ya llego tarde a mi curro, suelo coger el de las siete y media.

 

Desde aquel día Manuel llegaría  cada mañana  tarde a su trabajo.

 

Sandra entró en su vida despacito, una charla por aquí, una sonrisa por allá, un piropo, confesiones de sus vidas, él supo que ella también estaba casada, que tenía dos hijos  y que amaba a su marido como él a su mujer, pero eso no evitó que al mes de verse en el tren una mañana decidieran no ir a sus trabajos y apearse en la parada que les llevaría andando hasta el Parque del Retiro donde pasearían cogidos de la mano como dos adolescentes. El primer beso,  miradas de deseo, la primera caricia a escondidas siguieron a las primeras citas en un motel de carretera donde se dejaron llevar por el instinto y el deseo.

 

El no pensó en enamorarse, ella tampoco, pero a los cinco meses surgió la llama del amor, los primeros deseos de estar juntos para siempre, ¿cómo se lo dirían a sus parejas y cuándo?, eso les reconcomía mientras se mordían y besaban por todo el cuerpo, cambiaban de motel para no llamar demasiado la atención, el mundo se les estaba quedando pequeño para los dos.

 

Por eso había decidido aquella tarde de otoño mientras subía las escaleras, en aquel rellano, que se lo iba a decir a su mujer, puesto que el pacto que hicieron era así, decirse la verdad y él la había estado mintiendo demasiado tiempo y ella no se lo merecía. Cogió el maletín con decisión, caminó unos pasos, le sonó el móvil, echó unas cuantas maldiciones, nervioso tiró al suelo nuevamente el maletín, sacó el móvil del bolsillo del pantalón, al ver quien le llamaba, se le aceleró el corazón, era Sandra.

Manolo se quedó pensativo mientras no paraba de sonar el móvil, le temblaba la mano que sostenía el teléfono, unas gotas de sudor le perlaron la frente, escuchó unos tacones que se iban acercando a él, miró hacia donde provenía el sonido y se encontró con su mujer que subía las escaleras con las manos llenas de bolsas de la compra con gesto cansino.

 

Dio al botón de apagar y desconectó el móvil.

 

-Manolo, ¿eres tú?

 

-Si, Lola, espera que bajo y te ayudo con las bolsas- dijo y se acercó a su mujer.

 

Coge unas cuantas bolsas, su mujer le besa, él la mira y ella  le sonríe con la boca, con los ojos, con todo el cuerpo.

 

Manolo tiembla, suspira y con el alma encogida y un nudo en el estómago, piensa para sí: Ya se lo diré a ella mañana.

 

Lucía Muñoz Arrabal

 

 

YA SE LO DIGO YO MAÑANA A ELLA

 Se sentía león enjaulado en la pista central de un circo. Como tigre atrapado por una red y colgado de las ramas de un árbol en las remotas selvas de Bengala. Se sentía acorralado como toro en los chiqueros, husmeando, oliendo de antemano su propia sangre derramada para la barbarie hasta causar su muerte. ¡Dios! ¿Por qué me he metido en este callejón sin salida? Pasea de un lado a otro. La ansiedad le domina. Siente que el aire se niega a penetrar en la cavidad de los pulmones. Se asfixia. Bufa y rebufa babeante. Los dedos de las manos los siente agarrotados y el estómago se le está haciendo un nudo grande, oceánico, que le produce un dolor intenso, lacerante. ¡Mierda! ¿Quién coño me llevó a tirarme de cabeza dentro de la boca del lobo feroz?  ¿Acaso fui yo, yo, el imbécil que se ha puesto donde ahora estoy? ¡Mierda, mierda, mierda, mil veces mierda! La boca está reseca. La lengua de tan hinchada de cómo la siente apenas cabe dentro de la boca. Siente una honda tristeza, pena de sí mismo. El brazo derecho, el costado, le duelen de tal forma que el dolor le resulta insoportable. Se detiene. Las piernas se debilitan a la altura de las rodillas. Por un instante cree que las piernas no podrán sostener el peso de su cuerpo y que irremediablemente va a caer sobre el pavimento de porcelana cristalizada que recubre el suelo del dormitorio. Fija la mirada en una loseta de porcelana cristalizada. Rebobinemos el tiempo y comencemos a visionar mi vida con las mujeres, se dice. Desde aquellos días primeros, y perdidos, cuando apenas hombre, me enamoré de Luisa.

Luisa tenía cara de luna llena en noche nublada. Cuerpo de otero. Luisa no temblaba cuando mis manos acariciaban sus redondos pechos. Luisa se dejaba follar con urgencia, en cualquier sitio. En el piso que compartíamos con otro estudiante. Dentro de los lavabos del bar de la esquina, de todas las esquinas, pero Luisa no me follaba. Luisa mientras la follaba tenía su cabeza en otro sitio. No perdía el tiempo y aprovechaba mi lujuria irrefrenable, ¡Furcia!, para recriminarme el que todavía estuviera por terminar la carrera de abogado y que arrastrase asignaturas de otros cursos. Tenía la habilidad de estropearme orgasmo si y orgasmo no. Luisa se largaba lenguaraz a parlotear, a babardear,  y dibujaba nuestro futuro planificándolo con la frialdad seudo científica de los mastruencos del antiguo Politburó de los Soviets. Luisa era un plan quinquenal. Luisa, cuando mis dedos buscaban su clítoris, sujetaba mi mano con fuerza, con mano de hierro y me presionaba para que fijásemos la fecha de la boda una vez los dos, hubiéramos terminado los estudios y abierto despacho. Boda, un cuatro por cuatro, casa propia e hipoteca como todo el mundo, vacaciones en la costa y dos hijos. Desconozco si el plan quinquenal de Luisa tuvo éxito. La dejé una tarde de verano, mal apeada de mi coche de segunda mano. Y de mi vida.  Harto de mal follar con una aparatizci, la plante a la luz de su cara redonda de luna llena en noche nublada.

 Para entonces Sara ya había llegado a mí vivir. Sara era babilónica. Llevaba en su piel, en la larga y negra melena, impregnado un perfume de diosa del desierto. Hecho mezclando especias, todas, un Ras - al – Canut,  con unos granos de café de Arabia y pétalos de rosas cultivadas en un jardín bien guardado por cien vírgenes violadas en una secreta ciudad al sur del Yemen. Sara te atrapaba con el solo movimiento de su melena; con el balanceo ondulante de sus caderas de seda china; con el parpadeo rítmico de sus pestañas, que subían y bajaban con la cadencia de B. B. Jackson cuando arrancaba a golpe de alma las mas bellas notas de su saxo tenor tocando ensimismado en los cafetuchos de Detroit, a tres, manoseados, grasientos dolares la noche. Sara era la más hermosa araña negra Sara me atrapó para siempre en su lecho de sexo y muerte. Tardé tiempo en saber o no quise saber que Sara visitaba otros lechos. Que Sara abría sus muslos a otros hombres. Cuando tuve la certeza, con el corazón pegado a la suela de mis zapatos, con una carga de coraje insignificante, mirando al infinito de sus ojos encanallados comencé mi rosario encadenado de reproches, de insultos. Mis labios eran incapaces de reproducir con palabras todo el dolor, la furia, la humillación y la vergüenza que en cada milímetro de mí yo, me apuñalaban. Sara en silencio, enmudecida, indecente, lasciva, abrió mi bragueta, inclinó su cabeza sobre mi sexo y cuando su lengua empezó a acariciarlo, enmudecí para siempre. Quince años compartiendo a Sara con otros hombres. Hombres a los que me he esforzado en adjudicarles una identidad, un rostro, un cuerpo, una personalidad. En mi trabajo, con los clientes, en los juzgados, frente un asesino, en cada hombre que se cruza en la calle, en cada padre de familia que empuja un carrito por los pasillos de un supermercado. En todos y cada uno de los hombres, veo al hombre al que Sara hace una felación única, interminable. En esos hombres veo al hombre que con su sexo penetra el sexo de Sara para cabalgar juntos como caballos salvajes y llegar a la explosión última del orgasmo. Cada día en estos quince años al abrir los ojos a la mañana recién estrenada, me digo que será el último día de vivirme como un enajenado, como un sexo adicto, como el hazmerreír de todo el barrio, como el real carnudo y apaleado de la ciudad que soy. Cada día me digo que tendré el valor, el arrojo necesario para abandonar la adicción mortífera que siento por Sara. Sara de los mil días y las  mil noches. Sara de las mil camas y las mil pollas. Esta noche, una noche más, otra, que ha sucumbido con la llegada del día, Sara ha salido de cacería. No tiene pudor.  Tiene sexo. Es la ramera mayor del reino. Se arrastra por las calles de la ciudad como una pantera que se hocica en el barro en busca del rastro de su presa. Como perra que estuviera en celo muchos días, sin encontrar macho que la monte. Sara me humilla, me despoja de cualquier atisbo de dignidad. Pero ¡mierda! Un polvo con Sara es lo bastante como para anular mi conciencia. Un polvo con Sara es suficiente para lavar con lejía y borrar mis heridas de macho cabrio, cornudo. A menudo como ahora, como casi siempre, me siento sucio, me arrastro a los infiernos como puta por rastrojo. Soy yo quien tiene alma y cuerpo de furcia bastarda, de las de diez euros el polvo puerco en el más inmundo de los polígonos del extrarradio. ¡Joder! ¡Mierda! De hoy no pasa. No iré al despacho. Esperaré su jodida vuelta a casa. Y nada de posar mi mirada en el fondo hechicero de sus ojos negros, nada de aspirar el perfume embrujado de su pelo, nada de dejarme atraer por su piel de magnolio siempre fresco, por sus caderas ondulantes, por su risa de cristal de Murano. Rompo en sollozos apenas escucho la llave de la puerta de entrada a la casa que se gira y abre. Ha dejado caer el bolso al suelo. Los zapatos de tacón de putón en rebajas, salen disparados de sus pies y aterrizan contra algún mueble. Se está desnudando. Puedo oír como su falda y su suéter, que producen un sonido apenas imperceptible, un tintineo, deja caer ambos a la entrada del cuarto de baño. Escucho como abre los grifos de la ducha. Canturrea alegre, contenta, feliz. La cacería una noche más ha sido un éxito. Ahora los grifos se cierran. Ahora el sonido del aire caliente del secador de mano ocupa todo el silencio. Transcurridos unos minutos, los suficientes para poner crema nutritiva en su piel, a pesar del paso de los años, de porcelana. Camina delicada, de puntillas  pensando en no perturbar mi sueño.  llega intenso, el aroma de su perfume. Es el momento, de hoy no pasa, se lo suelto a bocajarro. Aprovecho el factor sorpresa. No respondas a sus caricias. Permanece inmóvil. No respires. No muevas ni un solo músculo de la cara. Follamos y mi sexo me dice: no pienses, deja tu mente en blanco, abandónate en el calor tórrido de su cuerpo, que ya se lo digo yo mañana.


Pilar Barrenechea Vega

 

YA SE LO DIGO YO MAÑANA...

Ya se lo digo yo mañana… a ella… esa con ojos de bonito color azul… pero ese color deja de ser bonito cuando esconden esa mirada… tan… dura… quizá lo que le haga falta es una buena APOYADURA, que la reblandezca un poco… que amanse su lengua viperina e inquisidora… hay quien se queja de la inquisición, pero sus palabras son inquisidoras, ¿qué trauma infantil habrá dentro de su niña interior? Me pregunto yo… no sé… la verdad es que no vale la pena decírselo… sus oídos solo le gusta escucharse a sí misma, recreándose en su vocalización…. Piensa mientras habla escuchándose… -Bien, buena vocalización, hay quien cecea y quien sesea… pero yo no… yo hablo y además vocalizo… para eso me he leído los mejores libros de los mejores autores.

Mejor ni se lo digo… que más me da lo que una lengua, una mente o una mujer malfollada diga o calle… siento compasión… quizá sea por… algo que le duele y retuerce en las mismas entrañas, quizá porque critica a otras mujeres, no soporta que hayan otras que sean más putas, y sobre todo más bonitas… que ella. Esa malaleche que está agriada quizá es por falta de esa sustancia lechosa llamada semen. El semen principio de vida, semilla de Dios… ella sólo es  o fue un útero engendrador de semillas… quizá le hubiera gustado ser semilla y no macetero.

Y como dice el dicho… Macetero a tus macetas… y en mi reino no hay esa clase de flores raras.


Fina Martín

 

Ya se lo digo yo mañana a ella,

ahora me voy a comer una paella,

luego me voy a echar la siesta,

la siesta, qué fiesta, la siesta con ella,

las tres de la tarde, agosto en Sedella,

y a todas éstas, qué tenía que decirle a ella,

que el paleta sueña mientras la pared repella,

que la horrible criatura también es bella,

que me pillé lo huevos con la cremallera,

que siempre siempre me fiaré de ella,

que de lo humano no quedará ni huella,

que su silencio no me hace mella,

que ya he puesto en el torno la pella,

que el miedo la boca sella

y que me pases ya la botella.

 

Ricardo Sanz

 

 

YA SE LO DIGO MAÑANA

  Tiene Lucio un lunar en el cuello que no le deja pegar ojo. Es de nacimiento. Su madre alardeó siempre con vecinos y familiares de su hermosura, de su buena estrella, incluso cuando tomaba el tren para visitar a los abuelos también exaltaba sus excelencias, bromeando; decía, qué afortunado y guapo es mi retoño, qué halo de gloria le infundió el Todopoderoso.

Recuerda a la perfección Lucio, como si fuera ahora mismo, las frases loables, mimosas, de carne de membrillo, de la madre durante aquellos díscolos años de frágil infancia y controvertida adolescencia.

Lo bien armonizado que le queda, susurraba ella. Estoy orgullosa. Ha sido un regalo para él, como un premio. Y lo exhibe sin recato, con salerosa hidalguía; ahí está, míralo, a plena luz del día. Me encandila la hechura, el corte de esa diminuta peca. Irradia una gracia contagiosa. ¡Vaya si no!, es que no se puede aguantar.

 

Al cabo de los años la euforia se eclipsó. La creencia de un ser privilegiado respecto al hijo hacía aguas. Lucio comenzó a hurgar, a palpar el frío de la piel en los lugares más inverosímiles de modo inconsciente, y se obsesionó con la mancha, especie de aureola beatífica que, aunque halló humilde cobijo bajo la barbilla, llegó a provocarle asco, verdadero pavor. Se sentía seleccionado, marcado para la fiesta de la muerte como toro de lidia. El eco del furor lo martillaba.

En el vaivén del autobús se trasteaba sin conseguirlo, silbando junto al estanque proseguía el vuelo del dedo, o lo principiaba de nuevo al rebujo del murmullo del mar pisando distraído la blanca espuma. Crecía el intento del hallazgo. La búsqueda de la mancha le mordía los talones. No se explicaba por qué durante la semana las aguas del pensamiento discurrían casi sosegadas, pero, en cambio, se desbordaban los lunes, cuando sin querer se veía el lunar en el espejo antes de cruzar el umbral para  desplazarse al trabajo. Parecía que se le introducían orugas gruñonas por la garganta, provocando vómitos, o se le inflaba la laringe sobre manera, pasando por momentos sumamente dramáticos.

Los días que más le rechinaba era cuando se topaba con la efigie de la madre en el corredor.

   Una tarde se le enganchó en el pelo una hoja seca, casi un sarcasmo, mojada por la lluvia, salada como una lágrima, se  la quitó de un manotazo pero la lágrima se enquistó en las entrañas, en su vida. 

En tales circunstancias Lucio, no discernía  si las sombras se adueñaban de la plaza, o por el contrario, amanecía; presagios, o un capricho de la naturaleza. Apelmazada su piel por la gélida escarcha de la memoria trituraba su clamoroso silencio, y consideraba una cobardía no escarbar en las grietas de su techumbre; rebelarse, en definitiva. Se urdieron películas de sufrimiento y soledad consentidos, o acaso constreñidos por la moralidad y el sigilo religioso. Las serpientes reptaban a sus anchas por las cicatrices del recuerdo.

   Aquélla no era la tierna caricia que debiera abrigar en semejante trance, una hoja seca a la deriva, con augurios ruines, como si su hervor vital se derramara por laberintos sin cuento, y emulase a un árbol sin follaje, roto, en la más degradante de las situaciones.

Gesticuló hablando solo, palabras al viento, en ademán de desvelar al amigo la suerte en la vida, pero pensó, mejor es…

Ya te lo digo mañana.

 No vislumbraba huecos en la agenda para una cita. Lo suyo era fijar el encuentro. Pero se sentía esclavo, un desdibujado Sísifo, atrapado por la corriente de lo rutinario. Cuando se saludaron los dos amigos a vista de pájaro, apenas contemplaron sus rostros, no se miraron, ni pudo dibujar Lucio las paradas de tren que le faltaban para llegar a la meta.

El galopante avance de aquellos tornados cutáneos, cual penumbra estirada de ciprés cerniéndose lúgubre sobre su cerviz, le sesgó la cordura a Lucio.

Le quedaban en el tintero tantos y tantos diseños, endiablados tragos, historias, miradas, vuelos soñados en Air Comet, cortocircuitos, glaciares morenos, esencias de ultramar, paisajes enjaulados que, sin que le temblara el pulso, rubricó notarialmente…

Ya se lo digo mañana, amigo.

 

José Guerrero Ruiz

 

 

Una alegría compartida es una doble alegría; un disgusto compartido es medio disgusto. (Jacques Deval)

 

 

 

ME PARECE RARO

Me parece raro, raro, raro, pero que muy raro

que le dé a un interruptor y te enciendas tú,

que abra un grifo y salga una sirena azul,

que cierre los ojos y se haga la luz,

que la muerte juegue al mus.

Me parece raro, raro, raro, pero que muy raro

descolgar el teléfono y que sea Dios,

escuchar a una piedra con un ataque de tos,

decir sí cuando quería decir no,

cabalgar sobre el número dos.

Me parece raro, raro, raro, pero que muy raro

que me pregunte cómo estoy el cajero automático,

que mi coche recite un poema romántico,

que una bombilla tenga un cólico hepático,

que un árbol vague por la calle errático.

 

Ricardo Sanz

 

DAME TRES MINUTOS PARA PENSÁRMELO

DAME TRES MINUTOS PARA PENSÁRMELO

 

Uno para decidir si es un asunto sobre el que vale la pena pensar.

 

Otro, tal vez, para pensar.

 

Y el último, para reflexionar y aprender del posible acierto o error a que ha dado lugar ese acto de pensar.

 

Nekovidal  – nekovidal@arteslibres.net

 

 

 

Dame tres minutos para pensármelo.

Imposible, en la creatividad

la verdad está en lo súbito,

en lo instantáneo.

 

Ricardo Sanz

 

 

DAME TRES MINUTOS PARA PENSARLO 

Dame tres minutos para pensarlo- me dijo mientras se subía la cremallera de la falda.

La miré entonces asombrado, ¿cómo podía ella pensarse algo así?

Le había propuesto matrimonio y ella fue y me dijo que le diera tres minutos para pensárselo.

¿Acaso no me amaba?, ¿Acaso yo no era su hombre ideal?, ¿no era yo el que le hacía suspirar, el que le hacía gritar de placer en la cama?, ¿el que le había enseñado a soñar con una vida mejor?

Entonces, ¿por qué a estas alturas pensárselo?

Me debatía en aquellas preguntas mientras ella se colocaba el sujetador y se tapaba los pechos, hermosos, carnosos, sonrosados aún por la fricción que le habían impuesto mis manos, los pezones los tenía erectos, y yo me puse nuevamente erecto también, así que me acerqué a ella por detrás, la abarqué toda con mis brazos, puse las palmas de mis manos sobre su vientre plano y sentí como toda ella se erizaba y suspiraba nuevamente de placer, o por lo menos eso me pareció hasta que ella, gimoteó.

-Venga, no seas tonto, ¿es que no has tenido ya bastante por hoy?

Se me heló la sangre y se me bajó toda la excitación.

Pensé en contraatacar mordiéndole el lóbulo de la oreja, en lamerle el cuello, en acariciarle el pelo, esas cosas que se que a ella le excitaban, pero se retiró de mí para coger la camiseta, se la puso rápida y como con miedo de que yo volviese a insistir en el tema, ella me dijo:

-¿Es que no te das cuenta de que me estás agobiando?

-No. No era esa mi intención.

-Pues sin querer lo has hecho.

-Venga mujer no será para tanto.

-Si. Si que lo es para mí.

Sentí que se ponía tensa, la vena del cuello se le señaló azul, violeta, descarada en su  piel de seda.

¿Cómo era posible que hacía tan solo unos minutos me estuviera gritando que me amaba mas que a nadie?, que me pidiera que la poseyera toda, que la hiciese suya.

De veras que empiezo a no entender a esta mujer. ¿Será así  cuando nos casemos?, ¿ella quejándose de que le agobio?, ¿poniéndose tensa después de hacer el amor?, si sólo nos vemos ahora tres veces a la semana y durante unas pocas de horas… Todo eso me daba vueltas en la cabeza mientras ella seguía vistiéndose apresurada.

-¿Te vas?- le pregunté al ver como cogía el bolso y se lo colgaba en el hombro.

-Si.

-¿Y que hay de mi pregunta?

-Mira, Rogelio, te he dicho que no me agobies, ahora me voy a marchar y cuando llegue a casa me lo pensaré y luego te llamaré.

-¿Llamarme?

-Si. Te prometo que te llamaré más tarde- me dijo y como despedida me arrojó un beso al aire que me estalló en la cara de atontado que se me quedó.

Me pasé horas pegado al teléfono, esperando su llamada, mas de una vez estuve tentado en llamarle yo, pero luego recordé que le agobiaba y no era plan de ponerla más nerviosa.

No cené, me sonaban las tripas pero me aguanté, me mordí las uñas, me salió un sarpullido en los brazos, comencé a rascarme hasta hacerme sangre, nada, ella no llamaba, será la tía cabrona, que no me va a llamar.

Me tumbé en el sofá, puse la televisión, total igualmente iba a escuchar el teléfono, me fui relajando con el programa absurdo de tele-basura, para eso están esos programas para que la mente se te afloje y no pienses en nada.

Al fin sonó el teléfono, eran las doce y media. Pegué un brinco y del impulso tiré el auricular al suelo, me maldije una y mil veces pensando si no se habría cortado la comunicación.

Era ella, su voz sonaba lenta, plastosa, comenzó a dar un montón de vueltas y no llegaba al tema que a mi me interesaba.

-Pero bueno, Patricia, ¿te quieres casar conmigo o no?- le pregunté a cortándole la conversación.

-Ya te he dicho que no me agobies.

Me quedé de piedra. Mudo. Insensible.

-¿Rogelio estás ahí?, ¿Rogelio?, ¿Rogelio a mí no me haces esto, eh?, ¿te parece bonito?, ¿Rogelio pero tú no te querías casar conmigo?

Al oír esas palabras reaccioné.

-Si Patricia, me quería casar contigo, pero ahora dame tú a mí tres minutos para pensármelo- le dije y colgué.

Me quedé mirando el teléfono largo rato, estaba allí de pie frío, frío como un muerto, no moví ni un músculo, tenso, gélido.

Volvió a sonar el teléfono, un toque, dos, tres, cuatro, lo dejé sonar hasta que saltó el contestador, nuevamente era ella.

-Rogelio- decía toda cabreada- Rogelio,  se que estás ahí, coge el teléfono por favor, no me hagas esto Rogelio.

Yo seguía frío, tenso.

-Rogelio, como cuelgue no vuelvo a verte en la vida.

Efectivamente cumplió su promesa.

Mi madre me consoló diciendo que mejor ahora que después de casados, los amigos me invitaron a copas, me emborracharon y me llevaron de putas, sólo faltó que tiraran cohetes.

Han pasado dos meses desde nuestra separación, hoy la he visto en el centro comercial, la espié un rato, sigue tan hermosa como siempre, al recordar los momentos vividos con ella, sentí que se me rompía algo por dentro, me sorbí los mocos y con el puño de la camisa me retiré unas lágrimas, entonces ella me vio, primero se quedó parada, luego miró su reloj, luego a mí y con una sonrisa de medio lado  me pareció que me decía, dame tres minutos para pensármelo.


Lucía Muñoz Arrabal

 

 

DAME TRES MINUTOS

Dame tres minutos, nueve, veintisiete, todo el tiempo del mundo para maravillarme con el vuelo estático, invisible, del colibrí. Para aceptar con una sonrisa despectiva que la vida es la sumisa amante de la muerte. Para vivir sabiendo que el amable vecino, que de buena mañana me desea de corazón, buenos días, es el violador de sus propios hijos, y yo cobarde,  no me tomo la molestia de reventarle a patadas  la cara y el espinazo. Para caminar hasta el sur cuando mis pies rebeldes se encaminan al norte. Para abrir la boca y tragar los sapos envenenados que esta puñetera vida nos hace masticar a toda prisa. Para estrechar la mano abierta de mi peor amigo. Para cosechar dignidad allí donde solo cosecho inquina. Para estremecerme de alegría con la inocencia inmaculada de los niños. Para cabalgar en horizontes lejanos. Para vislumbrar la belleza desde el resquicio entornado de mis ojos. Para soportar el fardo de las penas y seguir avanzando hacia la nada. Para convencerme que todavía todo me sorprende. Para envidiar desfachatada la pasión desorbitada de los jóvenes amantes. Para sucumbir por un instante al sueño de los dioses absolutos. Para negar una y mil veces la existencia misma de esos dioses. Para poseer el silencio cegador de la noche en  algunas ciudades con neon. Para bailar hasta desollar los pie sobre las tumbas de todos los mal paridos que detentan el poder. Para escapar al desierto y reencarnarme en azul polvo de estrellas. Para cantar con mis hermanos los hombres, el canto primordial y retornar a la tierra prometida. Para ajustar mis cuentas. Para mordisquear negligente la roja sandía en las siestas inacabables del verano. Para retar con mi mirada la mirada del león  abatido. Para recuperar mi colección de tebeos y de la mano de Carpanta  regresar a los sueños. Para aceptar que nacemos con fecha de caducidad impresa en los costados. Para beber del árbol de la vida. Para mantener intacto un hálito de esperanza. Para maldecir mis maldades. Para caminar por última vez hasta el mar y cómplices, reírnos ambos hasta desaparecer desternillados. Para en el último suspiro hacerme mar con el mar. Para dar gracias a la lluvia por tantas tardes de acurrucadas nostalgias. Para despedirme de los que amo, que tampoco son tantos. Para hacerme carne de la carne con los que amo, que son más de los que pienso. Para imaginar que terminaré mis días acariciando con mis manos las calles presentidas de Samarcanda, la más bella entre las bellas de las ciudades. Para desnudar mi alma de tanta despreciable jactancia. Para triturar la soberbia que me arruina. Para  respetar a Buda solo porque Buda me respeta. Para ser el tercer movimiento de la Incompleta de Brahams. Para saber renunciar a la fragancia de las rosas. Para pasear por la memoria antes de que la memoria se olvide de los recuerdos. Para recordar sin tristeza a los ausentes de la tierra. Para orar con un verso sencillo. Para soltar a diestro y siniestro mis postreros zarpazos. Para encender el fuego que caliente el frió de los desvencijados huesos. Para acariciar el lomo del gato que me ama. Para perderme en un lienzo de Chagall  y jugar a ser ángel. Para tener el coraje de mirar a los ojos a los condenados de la tierra pobre y sucia. Para inventar más jodidas mentiras con las que justificar mí desnuda indiferencia. Para esperar que la muerte limpie la mierda que va dejando mi rastro de animal acorralado. Para agazaparme en la trinchera a ver pasar con odio los cadáveres de mis enemigos. Para beber la gota helada del roció. Para saltar a la comba. Para lamer un helado gigante de chocolate. Para decir adiós a las armas. Para recobrar mi infancia en todas las plazas donde los niños juegan al guá. Para no limpiar mis mocos en la piedra raída y paranoica del muro de las lamentaciones. Para lamentarme de no lamentarme. Para transitar de la razón al desvarío. Para no dejar que la mano tiemble y sacrificar sin piedad al cordero. Para saltar sin red al vacío. Para navegar con los delfines. Para decir adiós sin llanto a la tórtola que ahora vuela fuera de la jaula. Para ser una simple y fragante primavera. Para hundirme el la butaca de terciopelo rojo ajado de mi cine de barrio. Para saltar hasta la luna y columpiarme en sus cuernos. Para desembarrancarme en todos los desfiladeros. Para no ansiar el mañana. Para babardear con Fellini. Para jugar al parchís. Para despojarme de mis miedos. Para ser la hebra de mariamoco, que hizo un camisón y le sobro para otro. Para desafiar el vuelo del águila. Para tirarme, de puro imbecil, a tumba abierta, hacía el valle de la vida. Para conjugar todos los verbos irregulares, solo porque me place. Para recrearme en mí dislexia. Para saciar la sed con una fría lata de cerveza. Para embriagar mis sentidos con la voz negra de Otis Reding. Para buscar en Paris a Modigliani. Para aplastar como a un perro sarnoso a Pepito Grillo. Para finalmente amar a los británicos. Para detestar el futbol que me encanta. Para saberme aceptablemente persona. Para quemar todas las banderas. Para comer dos huevos fritos con patatas. Para escribir una elegía. Para asistir a mi propio funeral. Para hablar de tú a Dios. Para escuchar la palabra alucinada del místico en el desierto. Para amansar mis demonios personales. Para cultivar los lirios del jardín. Para insuflarle valor y coraje al soldado desertor de la trinchera. Para arrebatarle la luz al sol. Para viajar sin equipaje. Para en Lisboa llorar con un fado. Para atrapar las brumas que me envuelven. Para no ser ciego en Granada. Para reinar en el caos. Para seguir navegando por la Galaxia Internet. Para ser la reina de Saba. Para empuñar la espada del samurai. Para hacerme bulería. Para encabronarme contigo. Para engarzar un collar con perlas de agua. Para mantenerme distante. Para dibujar los sueños. Para sentarme en el diván del psicoanalista. Para beber y comer del árbol del bien y del mal. Para atravesar el desierto de Arizona. Para cruzar fronteras sin volver la vista atrás. Para ser bálsamo de tus heridas. Para arrebujarme con tu pelo. Para oír el rumor de las fuentes.  Para cantar una nana nanita nana y dormirme en el sueño de la muerte. 


Pilar Barrenechea Vega

 

 

Dame tan sólo tres minutos… para dar tres razones…

O motivos, o quizás… intuiciones.

El primer minuto, o motivo, o razón, o intuición

es que  a veces… veo un algo que me parece raro.

Que es como una nube gris opaca o como un nublado  humo.

El segundo minuto, o motivo, o razón, o intuición

es que yo no quiero formar parte de ese algo tan raro.

El tercer minuto, o motivo, o razón, o intuición

es que a mí me gusta que la nube sea de azul color,

y el aire me gusta respirarlo puro y limpio.

Quizás no me hayas comprendido…

Tal vez, si ha sido así… pero te harás el desentendido.

Sólo se que lo que importa es lo que yo soy.


Fina Martín Pozo

 

 

YO NO QUIERO

YO NO QUIERO

Yo no quiero seguir creyendo cuanto los miedos ajenos invitan, sino cuanto vaya pidiendo la vida,  ni quiero alimentar sospechas de que todo puede caer, ni mirar y calcular cuanto es y no es.

 

Yo no quiero, por no querer, ni volver a caer en la trampa de que ya sé que es vivir o creer o  siquiera querer, separando cada concepto de la mera necesidad.

 

Como de cualquier dios, o cualquier miedo, cuanto menos se sabe, más se habla de ello.

 

Nekovidal  – nekovidal@arteslibres.net

 

 

Tertulia Telees

Relato IX

Yo no quiero

Yo no quiero un perro con cuatro patas. Yo no quiero un caballo con cola. Yo no quiero un reloj que marque las horas. Yo no quiero un barco anclado. Yo no quiero un león con fauces. Yo no quiero al león sin sus rugidos. Yo no quiero que hoy ya sea ayer. Yo no quiero una cebra desrayada. Yo no quiero una pirámide invertida. Yo no quiero un limón sin limonero. Yo no quiero una canción de verano. Yo no quiero un círculo cuadrado. Yo no quiero ir del cero al infinito. Yo no quiero acariciar las espinas. Yo no quiero deshojar la margarita. Yo no quiero un moralista sentado a mí mesa. Yo no quiero una mesa coja. Yo no quiero buscarle tres pies al gato. Yo no quiero embobarme con tus ojos. Yo no quiero escapar a tú presencia. Yo no quiero ser tu sombra. Yo no quiero la sombra alargada del ciprés. Yo no quiero ir cuando ya vuelvo. Yo no quiero dar gato por liebre. Yo no quiero diluirme en las cloacas. Yo no quiero al dromedario sin joroba. Yo no quiero la ausencia del ausente. Yo no quiero ir por lana y salir trasquilado. Yo no quiero mear sobre tú tumba. Yo no quiero bailar el último tango ni el primero. Yo no quiero un trébol de cuatro hojas. Yo no quiero la bendición de los santos. Yo no quiero el perdón de mis pecados.  Yo no quiero un ave desplumada. Yo no quiero la soledad en compañía. Yo no quiero la traición del amigo. Yo no quiero a Otelo por amante. Yo no quiero mi pastel de cumpleaños. Yo no quiero el fuego de los dioses. Yo no quiero dos sin tres. Yo no quiero una bicicleta sin cadena. Yo no quiero unas botas sin cordones. Yo no quiero un mono verde y rosa. Yo no quiero un circo sin payasos. Yo no quiero el sueño de una noche de verano. Yo no quiero bailar con la más fea. Yo no quiero un jardín versallesco. Yo no quiero dormir al sol que más destempla. Yo no quiero ser  rata diseccionada. Yo no quiero puente de plata. Yo no quiero un zapato sin su horma.  Yo no quiero una cometa averiada. Yo no quiero cien pájaros en mano. Yo no quiero lentejas todo el día. Yo no quiero un mar sin oleaje. Yo no quiero un  cowboy sin su pradera. Yo no quiero vender mi alma al diablo. Yo no quiero ser Napoleón y su derrota. Yo no quiero pasear mi cadáver de amor enamorado. Yo no quiero  manga por capirote. Yo no quiero un santo con pistolas. Yo no quiero echarles margaritas a los cerdos. Yo no quiero al soldado en su victoria. Yo no quiero vivir enajenado. Yo no quiero la paz  a cañonazos. Yo no quiero un  Arcángel  a los pies mi cama. Yo no quiero el rió envenenado. Yo no quiero taberna con borracho. Yo no quiero la rima del poema. Yo no quiero tu risa emponzoñada. Yo no quiero ni el antes ni el después. Yo no quiero rezarle a un Cristo crucificado. Yo no quiero la paz de los injustos. Yo no quiero al rabino y su Mesías. Yo no quiero escalar el Himalaya. Yo no quiero  puntada sin hilo. Yo no quiero la verdad impresa en un diario. Yo no quiero olvidarme de los otros. Yo no quiero discutir conmigo misma. Yo no quiero un gusano sin su seda. Yo no quiero vencer al el lucero del alba. Yo no quiero olvidar  las ofensas. Yo no quiero ser Ícaro. Yo no quiero quemar mis naves. Yo no quiero dar el primer paso. Yo no quiero peder el último metro en la ciudad asediada por los bárbaros. Yo no quiero la rabia de tu envidia. Yo no quiero tu desnudez vestida. Yo no quiero borrar la huella del camino. Yo no quiero un camino desandado. Yo no quiero el cielo prometido. Yo no quiero la lógica kantiana. Yo no quiero ser un replicante. Yo no quiero el éxtasis. Yo no quiero cruzar la raya. Yo no quiero la arena que no abrasa. Yo no quiero cortar tus alas ni las mías. Estas y otros muchas, yo no quiero.


Pilar Barrenechea Vega

 

 

Yo no quiero ser un sombrero

y pasarme el día entero

colgado del perchero,

yo no quiero ser un puchero

siempre cociéndome

a fuego lento,

yo no quiero ser un obrero

todo el día obrando

en el cagadero,

yo no quiero ser el bombero

que apague el fuego

que tú llevas dentro,

yo no quiero ser un agorero

pero como no espabiles

te vas a quedar en el agujero,

yo no quiero ser un trastero

que albergue

tanto trasto viejo.


Ricardo Sanz

 

 

YO NO QUIERO

Era costumbre de mi familia ir a almorzar los domingos a casa de la abuela, cada cual aportaba algo de comida. Mi madre casi siempre cocinaba lo mismo, carne asada de ternera, con variaciones en la salsa, unas veces con nata, otras con salsa de champiñones, otras con salsa de naranja, en fin era toda una experta en salsa y en carne asada, pero nada más.

La tía Sonsoles si que sabía cocinar, nos sorprendía cada domingo. Ella tenía un libro de cocina con recetas de países exóticos. Así fue como probé por primera vez, filetes de bacalao en leche de coco, mi padre sin embargo cuando veía aquellas exquisiteces que hacía mi tía, solía decir, yo no quiero.

Mi tía Sonsoles y mi madre insistían.

-Pero si no lo pruebas no sabrás a que sabe.

-Que no, yo no quiero.

Todos los domingos la misma cantinela, un tira y afloja con mi tía Sonsoles, mi madre y a veces hasta con mi abuela.

Como habrán imaginado a mi padre le hacía maldita la gracia las reuniones de los domingos. Ya el sábado se levantaba de mal humor y así continuaba todo el día, a penas almorzaba del disgusto y de cenar nada, si acaso unas hojas de lechuga que le habían dicho que relajaban para dormir.

Llegaba el domingo y se pueden imaginar las discusiones de mi padre mientras mi madre preparaba el asado.

-A ver, por qué no lo haces el día antes, así no te verías cada domingo igual, encerrada toda la mañana para hacer siempre lo mismo.

-A ti lo que te pasa es que no quieres ir.

-Eso ya lo sabes.

-Pues no vayas, te he dicho mil veces que no vayas, yo me inventaré una excusa, diré que estás resfriado, que tienes retorcijones de tripas, que se te cayó un martillo en el dedo gordo y no puedes andar.

Mi madre era una experta en inventarse excusas, pero a mi padre ninguna le convencía lo suficiente como para pasar la prueba de mi abuela, porque mi abuela se las olía a tres kilómetros.

Una vez faltó papá y esta vez fue por que realmente se encontraba enfermo y vino ella en persona a certificar que sí que estaba bien malito.

De camino a casa de la abuela mis padres siempre discutiendo.

-Emilio, ni se te ocurra hacer comentarios sobre el peinado que se ha hecho mi hermana, ya sabes que está muy sensible con el tema de su pelo.

La pobre tía Sonsoles padecía alopecia, algo raro entre las mujeres, se estaba quedando calva a pasos agigantados, se había comprado toda clase de potingues para echarse en la cabeza, pastillas contra el estrés, pastillas de vitaminas para fortalecer el pelo, pastilla que se anunciaba en la televisión ella se las compraba, alguien le habló de una novedad venida de América, el implante de pelo.

-Me han dicho que los cabellos son de muertos- comentó mi padre durante el almuerzo y mi madre le mató con la vista.

La tía Sonsoles puso cara de asco.

-Tranquila hermanita, no hagas caso al pedazo de bruto de mi marido, que yo he leído en una revista que son cabellos de mujeres indias, se dejan crecer el pelo hasta que les llega al culo, lo llevan en una trenca muy gruesa, y luego se las cortan y le pagan por el peso.

Estas conversaciones eran las que teníamos los domingos, sobre cabellos, niños que están por venir, que cuando nos vamos a echar un novio, que como vamos con los estudios, que porqué la juventud de ahora llega tan tarde a casa por las noches, que por qué bebemos tanto, que por qué ha subido tanto el pescado, la gasolina, la leche….

-Y el café, ¿no os habéis dado cuenta de lo ha vale ahora tomarse un café?- comentaba mi padre.

-Una barbaridad- decía Lolo, el marido de la tía Sonsoles.

Lolo tiene una mata de pelo que es la envidia de mi tía Sonsoles, está todo el rato mirándola, adorándola, deseándola, pobre tía Sonsoles.

-Vamos hombre prueba este puré de fuá con aroma de jengibre- insistía mi madre.

-Yo no quiero.

Y así todos los domingos, hasta que murió la abuela. Papá  después del funeral justo cuando volvíamos a casa soltó lo que llevaba guardado durante años.

-Gracias a Dios ya no tendremos más almuerzos de familia y menos aún tendré que probar las extravagancias de tu hermana.

-¿Cómo se te ocurre comentarme algo así en un día  tan triste para mí como éste?

De esta no pasaron. Papá y mamá se divorciaron, ahora se pelean por mi custodia. Pero eso es ya otra historia.


Lucía Muñoz Arrabal

 

LA FÁBRICA

Se habían reunido en el aula grande del grupo escolar. Los del comité determinaron que allí apretujados cabría la nómina entera de los afectados. También se precisó la hora de la asamblea, a partir de las ocho en primera y única convocatoria. Nadie faltó.

Adolfo tomó la palabra. Prácticamente se la regalaron porque no había otro capaz de iniciar y encauzar todo aquello. Él acumulaba en su persona, además de las razones comunes que a todos los movilizaban, las supuestas aptitudes para encabezar la que se perfilaba como una larga y dura lucha.

A las ocho y cinco no cabía un alma más entre los pupitres de aquella clase de primaria. Adolfo fue hasta la pizarra como maestro comprometido, echó un vistazo general en abanico a sus alumnos, agarró una tiza y trazó sobre el encerado un rectángulo mal angulado con rayas continuas y gruesas o discontinuas con aberturas, a las que les fue poniendo nombres. Era el plano de planta de la fábrica de la que pendía el puesto de trabajo de cada uno, el sustento de sus familias, la vida misma en esa ciudad malherida, de ese país extenuado, expoliado enteramente por sus mandamases.

Adolfo contaba con la aprobación general porque nunca perteneció a sindicato alguno; por lo tanto, no había sido compañero ni cómplice de aquellos que, en connivencia con patronos y oligarcas, firmaron los acuerdos nacionales que permitieron a la postre la subasta del país. La venta de las empresas estratégicas mantenidas como aval público hasta la fecha, fue el comienzo del sangrante expolio que arrastraría al resto de empresas y bancos. Fueron cayendo una tras otra como una cascada imparable de fichas de dominó; todo ello articulado dentro de un falso ambiente de bonanza y liberalismo con el flamante apellido global. Pronto sembraron las calles de desocupados. La espiral de nuevas medidas de flexibilización laboral canjeadas por participaciones en la empresa, era la mayor estafa de todas. Los ridículos paquetes de acciones pronto quedaron en papel muerto, al igual que los pocos ahorros que muchos aún mantenían en los bancos.

En aquel caos la gente se echó a la calle hipando justicia, y en las hogueras de los piquetes ardieron las credibilidades en los politicastros, la fe en el futuro cada vez más incierto, y las barbas remojadas de todos los vecinos  de una nación traicionada. Sólo se salvaban unos pocos, sobre todo los de abajo. Estos trabajadores anónimos y desesperados habían perdido mucho, más que mucho, pero no todo. La confianza en las instituciones y sus símbolos era historia fétida. A estos currantes no les quedaba más que las propias fábricas vacías, cerradas, oxidada la maquinaria productiva bajo la última suspensión de pagos. Había que empezar la economía desde abajo, había que ponerlas en producción, buscar mercados cercanos, abaratar precios, es decir hacerlos razonables. Pero para empezar había primero que reclamar de la que parecía última autoridad en pie en el país, la judicial, un soporte legal con el que trabajar sin contrariedades, ejerciendo todos su derecho fundamental. Así lo rezaba la cacareada carta magna. Era un deber ineludible, una lucha pacífica pero férrea por el trabajo digno, por un sueldo que llevar a los hogares de un pueblo asolado, dispuesto a renacer de sus cenizas.

Adolfo contaba también en su haber la juventud y la fuerza. Tenía treinta años, dos hijas pequeñas, un bebé recién nacido y una mujer inteligente y bella que lo apoyaba, haciendo lo indecible para mantener la armonía ancilar y un plato de comida caliente en la mesa; todo antes de perder la dignidad o salir huyendo del país. Este asunto Adolfo lo conocía bien, era nieto de gallegos exiliados tras la guerra, y había oído en más de una ocasión las conversaciones de los perdedores, invicto el espíritu de su lucha a muerte por la libertad, pero que abandonaban derrotados y humillados su propia tierra. El himno de riego y las batallitas del abuelo rojo, un rojo de los de verdad, era parte de sus recuerdos de infancia. Al morir el viejo las reuniones familiares mantuvieron escasamente el eco de aquella vida de entrega y lucha, encarnada ahora en la abuela que apenas hablaba, que se negaba a morir, y que a todos observaba con un escaso hilo de luz en sus ojillos acuosos.

Ahora la plantilla entera, dispuesta a resistir, llenaba un aula de primaria y Adolfo la encabezaba. Soltó la tiza con las manos blancas y se dirigió a sus compañeros.

–Este es el croquis aproximado de la Fábrica. Creo que es mejor entrar por la puerta lateral; esa calle está menos protegida. La policía mostrará de seguro gran violencia, aunque este grado de dureza depende del oficial al mando. Con los guardas de adentro no habrá problemas, saben lo que está ocurriendo en otros centros y no piensan intervenir para nada. Una vez dentro, ocuparemos las instalaciones y nos pondremos a trabajar. No a producir. Sólo a poner en marcha la maquinaria, a engrasar esa dichosa fabrica en que hemos dejado, unos más que otros, gran parte de nuestra vida. ¡Y que ahora nos pertenece! –enfatizó sus palabras–. Justamente por eso estamos todos aquí. Porque para triunfar hay que decidirlo entre todos, hay que hacerlo entre todos. Un por uno. ¿Me explico? Venga, empecemos por este mismo lado. Tú Cristóbal, qué dices:

–¿Yo? ¿Tengo que ser yo el primero? Espera. Dame 3 minutos para pensarlo.

–¿Pensarlo? Creo que nos queda tiempo para pensar. El reloj corre en contra nuestra, como siempre. Otros compañeros, de otras empresas ya lo han conseguido. Los de Acerax y los de Cercados, por ejemplo, ya han logrado la aprobación inicial del juez y desde hace tres semanas están produciendo a media máquina, sacando el producto al mercado a mitad de precio. Dicen que libran los sueldos y aún les va ha quedar para invertir en la mejora de la maquinaria. Ese tiene que ser también nuestro camino.

–A mi todo eso me parece raro, muy raro –adujo un tipo de marcadas ojeras alzando la voz entre el meollo del grupo.

–Comprendo vuestras dudas –respondió Mario Sáez, otro de los del comité de Adolfo–. Pero existen dos alternativas, rompemos el cordón policial, ocupamos la fábrica, presionamos a la jueza y nos ponemos a trabajar, o nos morimos de asco con los brazos cruzados dejando perder todo, incuído lo que nos deben. Y ¿para qué?, ¿para salir del país a buscar el trabajo que nadie quiere? Y eso, quien pueda… Sí parece raro, muy raro; un periodista extranjero dijo que era una nueva forma de revolución. Pero yo lo veo simplemente como coger lo nuestro. Lo que nos deben. Esos crápulas nos han dejado en la ruina, al que menos nos adeudan atrasos de años enteros, sólo estamos cogiendo lo que nos pertenece. Esa fábrica es más nuestra que de ellos.

–Yo estoy de acuerdo.

–Y yo.

–Yo yo.

–Cuenta conmigo.

–Y conmigo

–Pues… yo no quiero –dijo Abelardo Ibáñez, el que había sido contable, despedido unos meses antes del cierre. 

Aquella voz contraria. Levantó de su asiento a Raúl Linazos, un tornero viejo, con grandes gafas de culo de botella y tantos años en la fabrica siderurgica como arrugas en su rostro y manos.

–Tú no quieres porque nunca has tenido cojones.

–Cuida tus palabras Raúl –terció Adolfo–. Aquí hemos venido a sumar voluntades no a dividirlas.

–Tranquilo. Él conoce mi forma de hablar. Abelardo, son muchos años aquí dentro, chupando yerros, hay que echarle más arrojos a la vida. Por eso te echaron a la calle antes del cierre, después de que les arreglaras las cuentas para la auditaría y sacaran los beneficios limpios de los últimos contratos con la empresa de ferrocarriles. Pero no temas, en la nueva industria habrá también trabajo para ti. No sobra nadie. Sólo tienes que desempolvar los papeles, poner al día los suministradores y clientes y quitarte de una vez por todas, esa puta condición de lameculos del jefe. Ahora el jefe lo somos todos. ¿Puedes entenderlo?

Ibáñez permaneció mudo y circunspecto. Sin embargo no se marchó. Dejaba entender con aquella postura que, aún sin consentirla plenamente, se uniría a la ocupación y colaboraría con sus conocimientos en la nueva empresa.

El resto de concurrentes se adhirió en silencio y al unísono al plan de asalto. De aquel nudo de voluntades surgió una luz azulada, parecida a la que ardía en el seno de las autógenas, una luz que surgía de sus cabezas como llamas de apóstol y que por vez primera les avivaba un nítido albor de esperanza. Sería difícil, peligroso, tal vez alguno quedara en el camino, pero todos tenían por fin un objetivo meridiano. Sacar la fábrica a delante y con ella sus vidas estancadas.


Francisco Javier Martín Franco

 

  

YO NO QUIERO

Serías cruel, tío. Sólo te pido que me des tres minutos por lo menos. Lo que tardo en enviar un S.O.S a conocidos y allegados más próximos, y explicarles el reventón del negocio, el socavón financiero. Sólo el escueto mensaje. Mantente quieto. Decirles,  mirad, nuestra economía va a pique, os lo digo desde la altura donde se ha encaramado Roberto, el mayor de los hermanos, jefe en funciones de la empresa familiar. Está apoyado en los barrotes de un precipicio totalmente ido y dispuesto a lo peor. Se ha decretado suspensión de pagos. Infinitas gracias a todos.

Roberto, escucha, por lo que más quieras hazme caso; la vida es lo primero. Es lo más relevante, no cometas un disparate. Nada queda, todo se desvanece, así que aprovecha el presente. El resto, mal que bien, pasa por tu puerta. Un descalabro, como la vasija con desconchones o quebrada, se puede restañar. La vida no. No porfíes. Entra en razón. Discurre. No seas cabezota. No sé si te fijaste, los rayos solares enfervorizados te circundan el rostro, iluminan tu camino. Déjate acariciar. Hoy es un día especial. Así que recapacita, baja de una puñetera vez; apéate del patíbulo, abandona esa ruta, pues no merece la pena semejante desvarío. Y sin percibirlo casi, en esa postura vas a conseguir una lumbalgia de muy señor mío. A qué arrimarse al borde del vacío. Mejor evitar yerros, posiciones vitales viciadas por miopía rutinaria.

Roberto, no enturbies el día. Vamos, desciende, apuraremos un cigarrillo en tu presencia, parlotearemos sobre tus travesuras, las noches locas de carnaval, y si necesitas relajantes te tomas – por qué moverse con tanta hipocresía - unas cápsulas, que te dejarán de rechupete.

Pero baja, coño, no te hagas el interesante. He coincidido contigo en ocasiones en el mingitorio y te sorprendí presumiendo de tamaño, aunque aparentabas que te la sacudías. Demuestra ahora tu poderío de macho. Pon los pies en el suelo de la realidad. No te andes por las ramas.

Un momento, hermano, atiende el móvil, alguien te llama. Puede que sea Delia, la que conociste el último verano bailando un tango en Torrenueva, no lejos de donde mueren las olas, ¿no lo recuerdas?; con su intrigante mirada, y el flequillo cayendo sobre la frente. Caíste en sus brazos, encendiendo la noche. Nunca lo negaste. La dibujabas en tu férrea memoria con aires de muñeca, casi una sirena, como las que alegran la vista en los escaparates de ciertas tiendas.

Venga, échale coraje, cojones, eso, eso exactamente, y déjate de monsergas ni esquizofrenias. 

Roberto, que tu vida no la siegue la empresa.

-Yo no quiero vivir, me arrojaré sobre el precipicio.

 La empresa de exportación de productos tropicales había pasado de padres a hijos. Fue gestionada en un principio por todos los miembros de la familia, en régimen de cooperativa.

Más tarde pensaron que lo suyo era concentrar los poderes en uno de los hermanos, siendo elegido Roberto. Veían en él la imagen del padre. Manos de acero. Corazón de león.

Lejos quedaba la antigua teoría de que la unión hace la fuerza, y que si todos remaban en la misma dirección, el barco arribaría a buen puerto, distribuyéndose trabajo, responsabilidades e inquietudes. Todo sería así más llevadero, apartando de sus vidas lóbregos y encarnizados horizontes, quedando a salvo de veleidades de la diosa fortuna. Podrían gritar al viento con todo su derecho, muerte a la crisis en nuestras finanzas. Y finalmente, se repartirían equitativamente pérdidas y ganancias, o harían frente común a las embestidas de la adversidad.

 Entonces extendieron un nuevo mapa mercantil, desplegando velas con otro rumbo, diseñando sobre el papel un buscador de oro, -un rey Midas-, ron de buenos ratos. Viajaron por embarrados itinerarios a las órdenes de Roberto.. Querían romper moldes, amordazar la monotonía. Se marcaron nuevos objetivos. Una expansión comercial por países anteriormente descatalogados, consiguiendo optimizar rentabilidades mediante un estricto control de gastos, inversiones, prevaleciendo por encima de todo la filosofía del buen mercader, conseguir dos por uno por lo pronto. Siempre se movieron dentro de tales parámetros.

Entre tanto, con la intención de poner a salvo la vida de Roberto, apuñalado por los cuatro costados tras la desaparición de la empresa, su hermano le reproducía escenas de antaño como en los cuentos de Las mil y una noches , evocando la joven melena que vitoreaba Roberto, cuando ella volaba en la playa muy de mañana jugueteando con olas; agachándose, patinando, saltando, asiendo con fuerza la blancura de la espuma. Después la recortaba y se la pegaba en los hombros, en su cuerpo de hembra, en los senos, y se convertía todo en caricias, retadoras miradas torciendo la boca. Y Delia deshojaba a besos las olas como las margaritas, sí, no, sí, no te quiero, y así estuvo casi una eternidad, los tres minutos de regalo que le concedió antes de caer en los infiernos de Eurídice.


José Guerrero Ruiz

 

 

 

 

Cena agosto 2008 (Nerja)

He conocido unas cuantas tertulias: de escritores principiantes y consagrados, de jóvenes y de la llamada tercera edad, de niños inquietos y de escritores soñadores de la gran novela; de aficionados a la literatura, o aficionados a leer o aficionados a escribir, o aficionados a las aficiones. Pero ésta es de las más sanas que he encontrado: nunca contaminan el aire que respiramos las rencillas personales, los egoísmos, o cualquier estúpida carrera hacia ninguna parte. Parece que, casualmente, nos hemos reunido un grupo de personas que ya casi hemos aprendido a vivir y dejar vivir, todo un arte.

Es la primera vez que me puedo sentar en una tertulia completamente relajado, sin importarme cuanto habrá de ocurrir, porque nada malo o negativo puede germinar de una tierra limpia y respetada.

Nekovidal 2007 – nekovidal@arteslibres.net