Los verdaderos héroes de la Historia Humana
Los libros de historia, siempre escritos al dictado de los vencedores de alguna
guerra o genocidio, están repletos de nombres de reyes, políticos, militares y
otro tipo de personajes, cuyo mérito no ha sido más que saber encontrar la forma
más rápida de asesinar al mayor número de seres humanos en el menor tiempo
posible, utilizando para ello como disculpa el honor, alguna patria, alguna
religión o alguna ideología.
Pero la historia de la Humanidad está repleta de otros seres humanos, apenas conocidos por la mayoría, que tuvieron una actitud constructiva, que supieron ayudar a sus semejantes, bien mediante gestos pacifistas o dialogantes que evitaron guerras, o mediante estudios e inventos tecnológicos, a través de la investigación médica, o creando filosofías humanistas. Casi ninguno de ellos ha sido reconocido ni recompensado por la memoria ni la historia oficial.
Creemos que ha llegado el momento de reescribir nuestra historia, poniendo a los reyes, políticos y estrategas militares, en el lugar que les corresponde: el de seres enfermos de ambición y codicia que sólo han provocado dolor y sufrimiento a lo largo de los siglos, y colocando en el altar de la memoria a las personas que se sacrificaron por la paz, el progreso y el bien común, por un mundo algo mejor, del que ahora, los supervivientes, disfrutamos.
Desde aquí queremos rendirles este modesto y merecido homenaje mediante la serie titulada "Los verdaderos héroes de la historia humana".
ARTES LIBRES
Los verdaderos héroes de la historia humana: IGNAZ SEMMELWEIS
Estudió en Viena y Buda, y tras obtener el doctorado en obstetricia, Semmelweis obtuvo un puesto de ayudante en el Hospital General de Viena. Muy pronto comenzará a trabajar en la maternidad del hospital.
Hasta aquel entonces, traer un niño al mundo había sido un riesgo para la salud
de las madres, y a mediados del siglo XIX la situación no era diferente.
Ignaz Semmelweis se preocupó por la alta tasa de mortalidad entre las
parturientas, a causa principalmente de la fiebre puerperal. La horrible cifra
de muertes que podía llegar en ocasiones al 90% decidió al doctor húngaro a
averiguar la causa.
La maternidad del hospital vienés estaba dividida en dos pabellones al cargo de
dos médicos diferentes. En el primero las madres eran asistidas principalmente
por médicos y estudiantes de medicina, mientras en la segunda los partos solían
estar a cargo de las tradicionales matronas.
Realizando estudios y observando estadísticas, Semmelweis no dejó de
notar que en el segundo pabellón la tasa de mortalidad era muy baja. Intrigado,
comenzó a atar cabos, y fue la trágica muerte de un amigo lo que le puso en el
camino correcto. Su compañero Jakob se había cortado realizando la
autopsia a una de aquellas mujeres, y poco tiempo después falleció, mostrando
una patología alarmantemente similar a la de las parturientas.
Semmelweis, como seguramente ya había sospechado, cayó así en la cuenta
de que el mal es transportado de alguna forma por los médicos y estudiantes
entre los pacientes. Faltaban aún años para que se hablara de gérmenes y
contagios, pero Semmelweis había abierto una puerta a una de las
prácticas esenciales de la medicina moderna, la esterilización.
¿Por qué aquella diferencia en las tasas de mortandad en los dos pabellones? El
doctor húngaro obtuvo la prueba definitiva cuando comprobó que las muertes
aumentaban en el segundo pabellón cuando los estudiantes trabajaban allí
eventualmente.
Ignaz Semmelweis descubrió horrorizado que tanto él como los médicos y
estudiantes habían sido los responsables de tantas muertes. Mientras los médicos
no limpiaban el instrumental tras tratar a cada paciente, ni se lavaban las
manos, la ancestral práctica de las matronas, mucho más higiénica, evitaba que
las madres sucumbieran a las infecciones del post-parto.
El superior de Semmelweis, el doctor Klein, no dará crédito a la
teoría del húngaro, con lo que las muertes siguieron sucediéndose. Desesperado,
Semmelweis instaló lavabos y obligó a estudiantes y médicos a lavarse las
manos así como el instrumental tras cada intervención. Un airado Klein se
deshará de Ignaz Semmelweis, quién pondrá en práctica sus teorías en el
segundo pabellón.
En los siguientes años se reduce la mortalidad de las parturientas bajo la
supervisión del húngaro, quedando demostrado que la higiene ayudaba a salvar
vidas. Sin embargo la orgullosa comunidad médica se negó a aceptar la realidad,
no pudiendo aceptar que unas simples matronas fueran más efectivas que ellos.
Por otro lado, Semmelweis no pudo explicar concienzudamente las causas de
su descubrimiento. Sería el francés Pasteur quién años más tarde daría la
explicación científica para lo que el húngaro había observado en Viena.
Semmelweis
regresó a Hungría, donde siguió con sus prácticas de higiene médica que pronto
se hicieron populares por todo el país, mientras el resto de Europa ignoraba sus
descubrimientos.
Sus tristes últimos años, llenos de desesperación y demencia, acabaron tras su
fallecimiento en 1865, rodeado de ignominia, burlas y envidias. No sería hasta
algunas décadas después que su buen nombre sería restituido por los trabajos de
Pasteur y del cirujano Joseph Lister, padre de la cirujía moderna.
También hoy en día hay médicos con luchas similares, encontrándose de frente tanto prejuicios supuestamente científicos como la codicia y los intereses económicos de la industria farmacéutica. Estos son algunos ejemplos de personas que merecen tanto nuestro respeto como nuestro apoyo:
Nekovidal 2012 – nekovidal@arteslibres.net