En
los terroríficos días de la Segunda Guerra Mundial las muestras
de heroísmo y de crueldad sobrepasaron lo inimaginable. Miles de ciudadanos
anónimos pusieron en peligro su vida para salvar a otros. Por toda Europa
judíos, gitanos, comunistas y cualquier minoría enemiga del nazismo era
perseguida sin descanso hasta su exterminio. En circunstancias como
aquéllas, cuando ayudar a un desconocido podía costarle a uno la vida, hubo
personas que dieron el paso y, dentro de sus posibilidades, se dedicaron a
salvar vidas, fueran unas pocas o varios miles. Una de esas personas fue el
japonés ChiuneSugihara.
Nacido en Yaotsu en una familia de clase media, cuando tuvo la edad
apropiada su padre quiso que siguiera sus pasos y estudiara medicina, pero
el joven decidió seguir su propio camino y acabó graduándose en literatura
inglesa en la Universidad de Waseda. Poco después entró a trabajar en el
Ministerio de Asuntos Exteriores japonés.
Sugihara fue destinado a China, donde
aprendió alemán y ruso, deviniendo en experto en lo tocante a los asuntos
soviéticos. Más tarde recibió el puesto de Vice Ministro de Exteriores en Manchuria,
puesto que acabó dejando en protesta por el cruel trato de los japoneses a
la población china.
Ya entonces Sugihara mostraba ser una
excepción en el cuerpo diplomático imperial, y un japonés distinto en lo
general. En aquél militarista Imperio Japonés, donde el Emperador era un
dios viviente, muchos acataban cualquier tipo de orden aunque no creyeran en
ella, pues sus superiores les decían que era por el bien de su país y su
emperador. Chiune Sugihara prefería
seguir a su conciencia y vivir según sus propias convicciones morales.
El comienzo de la guerra sorprende a Sugihara como
vice-cónsul en Lituania. Algo más tarde, en 1940, la Unión Soviética toma el
control del país. Comienza entonces una larga pesadilla para miles de judíos
lituanos y otros tantos refugiados polacos. Perseguidos por los propios
soviéticos, refugiados, huidos, familias enteras buscaban un visado con el
que viajar de un modo más seguro y tener una esperanza de ser aceptados en
algún país.
Inspirado por la labor del cónsul holandés, Sugihara contactó
con el Ministro de Asuntos Exteriores esperando instrucciones al respecto.
La respuesta tajante del ministro siempre fue la misma: sólo se podían
conceder visados mediante los procedimientos correctos a gente que se lo
pudiera permitir, y siempre que dispusieran de un tercer destino al que
dirigirse desde Japón. El confundido vice-cónsul comenzó entonces a
debatirse entre seguir a su conciencia o cumplir con su deber. Tras
consultarlo con la almohada y con su mujer, Sugihara decidió
actuar por su cuenta.
Durante el verano de 1940 Sugihara expendió
miles de visados temporales para que otros tantos judíos (y sus familias)
escaparan del horror de la guerra. También gracias a él los oficiales
soviéticos permitieron que los refugiados usaran el tren Transiberiano para
escapar, aunque siempre pagando un precio mucho mayor que el de un billete
normal.
En los primeros días de septiembre la embajada japonesa
en Lituania fue clausurada. Hasta el último momento Sugihara continuó
firmando visados a un ritmo frenético, incluso dicen que los lanzaba desde
el tren que le llevaba a su siguiente destino. Mientras dejaba Lituania,
seguro que su pensamiento estaba con aquellos a quienes dejaba atrás, sin
tener oportunidad de otorgarles un salvoconducto vital.
Tras servir en varios destinos durante el resto de la guerra, Sugihara y
su esposa fueron recluidos por los soviéticos en un campo de prisioneros de
guerra en Rumanía. No fueron liberados hasta 1946. A su regreso a Japón, Sugihara vio
con sorpresa como el Ministerio de Asuntos Exteriores le obligaba a dimitir.
Según varios testimonios, entre ellos la esposa de Sugihara,
lo ocurrido en Lituania le había convertido en un hombre marcado para el
gobierno japonés. Según el gobierno japonés (hasta fecha de 2006), no hay
evidencias de que su dimisión se debiera a un castigo.
Con su carrera como diplomático acabada, el japonés trabajó en una compañía
de exportaciones. Más tarde sus ocupaciones laborales le llevaron a la Unión
Soviética, donde vivió y trabajó durante muchos años, dejando a su familia
en Japón.
No fue hasta 1968, cuando un agregado de la Embajada Israelí en Japón dio
con él, que el mundo comenzó a saber lo que había hecho por sus semejantes.
Aquél agregado, adolescente en 1940, había sido una de las personas salvadas
en Lituania.
Sugihara viajó a Israel donde fue
agasajado por las autoridades israelíes que más tarde le incluirían en el
Monumento Conmemorativo de los Mártires y Héroes del Holocausto. En 1985 fue
nombrado "Justo entre las naciones". También desde entonces, Sugihara y
sus descendientes contarían con la nacionalidad israelí. Sin embargo, el
valiente japonés estaba por entonces demasiado enfermo para viajar, por lo
que su esposa fue en nombre suyo. Sugihara fallecía
un año más tarde.
Preguntado sobre el por qué de arriesgar su vida, Sugihara simplemente
dijo que aquellos a quienes asistió eran seres humanos que necesitaban
ayuda. En la mejor tradición japonesa, afirmó en otra ocasión: "Incluso un
cazador es incapaz de matar a un pájaro que vuela hacia él buscando
refugio".