Los verdaderos héroes de la Historia Humana
Los libros de historia, siempre escritos al dictado de los vencedores de alguna guerra o genocidio, están repletos de nombres de reyes, políticos, militares y otro tipo de personajes, cuyo mérito no ha sido más que saber encontrar la forma más rápida de asesinar al mayor número de seres humanos en el menor tiempo posible, utilizando para ello como disculpa el honor, alguna patria, alguna religión o alguna ideología.
Pero la historia de la Humanidad está repleta de otros seres humanos, apenas conocidos por la mayoría, que tuvieron una actitud constructiva, que supieron ayudar a sus semejantes, bien mediante gestos pacifistas o dialogantes que evitaron guerras, o mediante estudios e inventos tecnológicos, a través de la investigación médica, o creando filosofías humanistas. Casi ninguno de ellos ha sido reconocido ni recompensado por la memoria ni la historia oficial.
Creemos que ha llegado el momento de reescribir nuestra historia, poniendo a los reyes, políticos y estrategas militares, en el lugar que les corresponde: el de seres enfermos de ambición y codicia que sólo han provocado dolor y sufrimiento a lo largo de los siglos, y colocando en el altar de la memoria a las personas que se sacrificaron por la paz, el progreso y el bien común, por un mundo algo mejor, del que ahora, los supervivientes, disfrutamos.
Desde aquí queremos rendirles este modesto y merecido homenaje mediante la serie titulada "Los verdaderos héroes de la historia humana", que hoy comenzamos.
ARTES LIBRES
JUAN ASENSIO
Juan Asensio —Juan el albañil, como se le conoce en El Esparragal— se lanzó en medio de la riada para evitar que la fuerza del agua se llevara por delante a una niña de nueve años. Aún no se conoce exactamente qué es lo que ocurrió. Lo único que ha trascendido es que fue su intento de salvarla lo que acabó por arrastrarle a él también. Eso es lo que ha relatado el hermano de la menor, un niño de 11 años, que en medio del torrente y agarrado a una farola o a una alambrada —las versiones difieren— pudo aguantar contra la corriente hasta ser rescatado. Desde allí vio desaparecer a Juan, a su hermana y a su abuelo, las tres personas que murieron en la tormenta del viernes en Puerto Lumbreras.
Hay un dicho en esta localidad de 18.000 habitantes, al suroeste de Murcia, que salta como un resorte en las conversaciones de los lumbrerenses: “Cada 40 años, la rambla saca sus escrituras”. Fue lo que ocurrió el viernes, que la rambla de Nogalte, un río seco que recorre la zona y en el que confluyen otras ramblas, vino a remarcar sus lindes con toda el agua que había estado cayendo desde las seis de la mañana en los montes, unos 215 litros por metro cuadrado. Cuando la tierra no pudo tragar más, el río se desbordó, destrozando todo lo que encontraba a su paso.
No había pasado algo así desde el 19 de octubre de 1973. La riada entonces se tragó a un centenar de personas. “Esta vez no ha sido tan fuerte porque el río está mejor encauzado. Ya no hay tantas casas cerca”, dice un anciano en la puerta de un bar a la entrada del pueblo.
Pese a no ser tan mortífera como la vez anterior, la riada del viernes ha destrozado coches, retamas, olivos, cables de alta tensión y algunas casas y ha dejado al pueblo con una pérdidas todavía incalculables y un paisaje embarrado que tardará aún un tiempo en recuperar su aspecto habitual.
Miguel iba en su coche con sus dos nietos y se encontró el torrente de frente
Lo más doloroso para los habitantes de Puerto Lumbreras fue la muerte de los tres vecinos del Esparragal, una pedanía de la localidad. El viernes, Miguel regresaba a casa en un viejo Mercedes con sus dos nietos, una niña de nueve años y un niño de 11. En su ruta se encontró con una de las ramblas anegadas. Tomó nuevamente el camino del colegio y trató de utilizar otra carretera. Fue entonces cuando se encontró de frente con el torrente de agua que procedía de la rambla más grande, la de Nogalte. Cerca de allí estaba Juan Asensio, también vecino del Esparragal y al que le unían lazos familiares con Miguel (las mujeres de ambos son primas). El niño vio como el agua arrastraba al abuelo primero y a Juan y a la niña después.
Juan Asensio se lanzó al agua para intentar salvar a la niña
Las familias de todos ellos pasaron el día de ayer en uno de los dos tanatorios de Lorca, a unos 15 kilómetros de allí. Otro Juan, Juan Pérez, cuñado del que intentó salvar a la menor, hacía esfuerzos inútiles por contener las lágrimas mientras hablaba. “Era valiente. Su gesto le define. Tenía un gran corazón. Estaba casado. Tenía dos hijos y dos nietos. Le gustaba hacer vino y juntarse con su gente”, resumió en pocas palabras el joven, mientras otros familiares trataban de consolarlo. “Supongo que otros habrían hecho lo mismo, nunca se sabe”, concluyó Pérez.
Juan Asensio fue ayer el héroe de una jornada marcada por la tragedia, en la que llovió mucho menos que el día anterior. El sol estuvo arrimándose durante toda la mañana hasta que terminó por despejar de nubes la comarca. Algunos en Puerto Lumbreras seguían achicando agua de sus comercios y sus viviendas. Las máquinas no pararon de pasar una y otra vez por la rambla para tratar de alisar un terreno lleno de piedras y árboles muertos. En general, todos estaban de acuerdo en que las pérdidas no habían sido tan traumáticas como en la riada del 73.
Agarrado a una farola, el hermano de 11 años vio cómo el agua se los llevaba
Los más mayores vivieron la tormenta del viernes con ese recuerdo del pasado. “Me desperté a las seis de la mañana con el ruido. A las ocho era mucho más fuerte y a las diez ya fue tremendo. El agua saltaba dos o tres metros por encima de las pasarelas que cruzan la rambla”, explicó ayer Marcos Salvador Romera, de 60 años. “Estuve grabando algunos vídeos durante un rato, pero en un momento dado la tierra empezó a vibrar y me metí en casa”.
En un restaurante de las afueras de Puerto Lumbreras, Kati y María Sánchez seguían sacando agua. Cerca de allí, el barro cubría una casa hasta las ventanas. Ese fue el nivel al que llegó el agua en algunas zonas. En esa vivienda, sus habitantes tuvieron que ser rescatados del tejado. “Nos asustamos mucho”, dice Kati, de 42 años. “En el restaurante habría unos ocho o nueve clientes. A uno le dio un ataque de ansiedad, pero el 112 no podía venir hasta aquí”.
En 1973 una riada similar acabó con la vida de un centenar de personas
Frente al restaurante, Marcos Salvador Romera recita unos versos de su padre, Buenaventura Romera, maestro y poeta del pueblo: “Lumbrerenses: nunca en pos / vayas de lo que no es tuyo / dale a dios lo que es de dios / y a la rambla lo que es suyo”.