Los verdaderos héroes de la Historia Humana
Los libros de historia, siempre escritos al dictado de los vencedores de
alguna guerra o genocidio, están repletos de nombres de reyes, políticos,
militares y otro tipo de personajes, cuyo mérito no ha sido más que saber
encontrar la forma más rápida de asesinar al mayor número de seres humanos en
el menor tiempo posible, utilizando para ello como disculpa el honor, alguna
patria, alguna religión o alguna ideología.
Pero la historia de la Humanidad está
repleta de otros seres humanos, apenas conocidos por la mayoría, que
tuvieron una actitud constructiva, que supieron ayudar a sus semejantes,
bien mediante gestos pacifistas o dialogantes que evitaron guerras, o
mediante estudios e inventos tecnológicos, a través de la investigación
médica, o creando filosofías humanistas. Casi ninguno de ellos ha sido
reconocido ni recompensado por la memoria ni la historia oficial.
Creemos que ha llegado el momento de
reescribir nuestra historia, poniendo a los reyes, políticos y estrategas
militares, en el lugar que les corresponde: el de seres enfermos de ambición
y codicia que sólo han provocado dolor y sufrimiento a lo largo de los
siglos, y colocando en el altar de la memoria a las personas que se
sacrificaron por la paz, el progreso y el bien común, por un mundo algo
mejor, del que ahora, los supervivientes, disfrutamos.
Desde aquí queremos rendirles este modesto y merecido homenaje mediante la serie titulada "Los verdaderos héroes de la historia humana".
ARTES LIBRES
Muchas personas recordarán al actor Paco Rabal, fallecido hace justo diez años, por sus múltiples películas, por su voz grave o por sus ideas humanistas y progresistas, pero es mucho menos conocida su participación para evitar que se instalara una central nuclear cerca de su pueblo, Águilas (Murcia), una central que iba a estar ubicada en una zona sísmica, exactamente a 30 kilómetros de Lorca, donde hace unos meses hubo un gran terremoto. El hecho tiene mucho más valor si pensamos que España se encontraba todavía bajo la dictadura franquista, y que cualquier tipo de contestación social significaba entonces represalias, la cárcel, o la muerte.
Muy posiblemente, de no ser por el esfuerzo de Paco Rabal y su primo, el ecologista Pedro Costa, entre otros ciudadanos, hoy tendríamos en España y en el mundo otra tragedia muy similar a la de Fukushima (Japón).
PÚBLICO.ES-MANUEL ANSEDE
MADRID
13/05/2011
Comenzaba el año 1974, el franquismo agonizaba y el director de un colegio
de Lorca, Pedro Guerrero, recibía una carta de un amigo, el actor murciano
Paco Rabal. "Pedro, en Águilas, cerca de Cabo Cope, quieren instalar una
central nuclear. Mi primo Pedro Costa te verá en Lorca (...). Yo me lo
dejo todo y voy para nuestra tierra enseguida", escribía el protagonista
de Viridiana, que estaba dejando de
ser un galán y tenía más tiempo para la lucha.
Pocos días después, la compañía, Hidroeléctrica Española, hoy Iberdrola,
se promocionaba en la prensa: "La central de Cabo Cope puede dejar 15
millones anuales al Ayuntamiento de Águilas". Los trabajadores de la
eléctrica se paseaban por los pueblos de la región para explicar las
bondades del reactor, un modelo BWR, como los de Fukushima. El Ministerio
de Industria, incluso, envió al colegio de Guerrero
octavillas de publicidad en las que se
veía a un niño plácidamente dormido bajo una ventana por la que
asomaba una central atómica. La intención era arrancar el reactor murciano
en 1980, y la empresa ya tenía compradas unas 300 hectáreas de Marina de
Cope. Estaría a unos ocho kilómetros de Águilas y a unos 30 de Lorca.
Guerrero, hoy catedrático de la Universidad de Murcia, revivió el
miércoles aquellos días, cuando un
terremoto de magnitud 5,1 sacudió Lorca. El epicentro, recuerda,
estuvo al lado del colegio que dirigía entonces. "El miércoles dijimos:
teníamos razón", explica. Guerrero, junto a su amigo Paco Rabal y al primo
de este, Pedro Costa, iniciaron una de las primeras campañas ecologistas
de la historia de España, para salvar el paraíso natural del Cabo Cope. El
actor se encargó de recoger firmas de famosos del régimen. Carmen Sevilla
y Lola Flores se apuntaron. "El único que
no quiso firmar fue Félix Rodríguez de la Fuente", rememora
Guerrero.
Frente a todo el aparato del franquismo, los incipientes antinucleares
buscaron argumentos de peso para parar la construcción de la central y los
encontraron: "El 23 de febrero de 1974, el jefe de Protección Civil de la
región presentó un escrito en el que alegaba que Marina de Cope era una
zona de riesgo sísmico muy mal comunicada".
Cuatro días después, el
pleno del Ayuntamiento de Lorca votó contra la nuclear. Luego lo
hicieron los ayuntamientos de Pulpí, Mazarrón y Águilas, donde se
reunieron 500 manifestantes, según Guerrero. Y todavía faltaba un año y
medio para que muriese el dictador Francisco Franco. La nuclear se diluía
entre protestas y el riesgo de terremotos.
El primo de Paco Rabal, Pedro Costa, cuenta esta historia y muchas más en
su último libro, titulado Ecologiada (100
batallas). Medio Ambiente y Sociedad en la España reciente. En una
curiosísima carambola, el miércoles, Costa entraba en Lorca en su coche
para presentar su libro en un centro social, cuando los edificios
empezaron a temblar. "Llevaba un cargamento de libros y empecé a ver gente
corriendo y polvaredas", describe.
¿Qué hubiera pasado?
Costa, un histórico del ecologismo, trabajaba como ingeniero en la
construcción de una central nuclear en la localidad vizcaína de Lemóniz
cuando se enteró del proyecto de Hidroeléctrica Española en Marina de Cope.
Tenía 26 años. "Allí empezó mi epifanía",
bromea.
Era el 22 de diciembre de 1973, y los niños de San Ildefonso cantaban la
Lotería de Navidad. Entonces, Costa trabajaba a diario en la construcción
de la nuclear vasca, paralizada por el Gobierno de Felipe González en
1984, y el fin de semana viajaba a Murcia para oponerse a la planta
atómica murciana. Se hizo antinuclear.
"¿Qué hubiera pasado ahora si hubiera una nuclear al lado de Lorca?", se
pregunta. Según la industria atómica española, todas las centrales están
preparadas para resistir los seísmos esperables en sus regiones. Costa lo
duda. Eliminada la nuclear murciana, su batalla en Marina de Cope es otra:
parar el proyecto del Gobierno del PP para permitir la construcción de
miles de viviendas en el parque natural. .
GUILLERMO ABRIL 22/05/2011
Fueron víctimas o testigos de una injusticia. Pudieron callarse, pero
decidieron pelear contra el abuso. Invirtieron mucha energía. Y ganaron.
Estas son siete historias inspiradoras de lucha ciudadana: sobre el ruido,
el canon digital, los abusos de curas a menores... Gente corriente que dio
la cara en los tribunales o en la calle. Cuando la razón les fue devuelta,
al cabo de los años, la victoria no fue solo suya, sino de todos.
Fue una boda reducida, con unos 80 comensales. Un matrimonio civil y discreto entre un alemán y una española afincados en Almería. La alerta llegó un año después. "Ten cuidado", le anunció a ella una compañera de trabajo, "se rumorea que algo va a pasar". Primer aviso de que su vida privada no era moralmente satisfactoria a juicio de sus empleadores. No hubo más. Poco después se encontraba en un despacho de la Delegación Episcopal de Enseñanza, con un miembro de la curia, discutiendo los pormenores de su estatus civil y el problema que suponía para seguir ejerciendo de profesora de religión en un colegio público. "Si os hubierais quedado cada uno en vuestra casa...", le dijo aquel hombre. Pero un matrimonio civil con un divorciado resultaba intolerable a ojos de quien estaba en disposición de renovar los contratos de los docentes: el obispado. Resurrección Galera, que entonces tenía 36 años, salió de aquella reunión preguntándose qué había ocurrido. Pero sin ningún sentimiento de culpa. Al revés: con la sensación de que una enorme injusticia comenzaba a apartarla de la profesión que amaba. "No había hecho nada malo. Solo quise formar una familia".
Su marido, Johannes Romes, la vio entrar en casa aquella tarde "con las
piernas temblorosas". En cuestión de minutos, este exjefe de prensa del
Bundestag alemán desempolvó sus herramientas de periodista, poniendo a
funcionar toda la maquinaria de la opinión pública con precisión germana. El
caso apareció en los diarios, la televisión y la radio. Pero a pesar de la
presión, o quizá enardecido por ella, en agosto de 2001, el obispado de
Almería excluyó definitivamente a Galera de sus listas de profesores. Con la
injusticia atragantada, la pareja decidió comenzar otra batalla, más larga y
exasperante: los tribunales. Resurrección y Johannes se lanzaron a un vacío
jurídico como quien se lanza contra los molinos, con la ayuda de un abogado de
Comisiones Obreras veterano en asuntos laborales, Francisco Escobar. No
existían precedentes ni jurisprudencia. Pero sí albergaban la convicción de
que reclamaban algo que les correspondía. Y que la razón, en algún momento,
les sería devuelta.
Las personas que recorren estas páginas sintieron algo similar en algún
momento de su vida. Un desequilibrio, un grito interior, una pieza que no
encajaba. Plantaron cara a un desafuero. En los tribunales o en la calle. De
forma individual o través de asociaciones y plataformas. Sacaron horas y ganas
de donde ya no quedaba nada. Y al cabo del tiempo ganaron. Algunas, de forma
rotunda; otras, con algún frente aún abierto. Ninguno de estos siete casos
sucedió de la noche a la mañana. Detrás hubo tesón. Perseverancia. Años de
lucha. Quizá un golpe de suerte. Algo de ayuda externa. Apoyo de la familia,
de amigos o desconocidos que se fueron uniendo a su causa. Pero siempre
sintieron la justicia de su lado, o que iban en busca de ella, y eso, cuentan,
las mantenía firmes en su objetivo. Todas tienen en común un espíritu
enérgico. Y un ademán meticuloso. O esa era la sensación que transmitían,
algunas con cientos de recortes de prensa archivados, citaciones judiciales,
sentencias subrayadas, pilas de faxes y correos. Son héroes. Héroes civiles. A
pesar de que ninguno de ellos se vanagloriaría de ello. Jamás se les ocurriría
definirse de este modo.
Al contrario. Carlos Sánchez Mato, un ciudadano del barrio de Aluche (Madrid)
que también se enfrentó a la Iglesia cuando denunció en 2002 un caso de abusos
sexuales a menores en su parroquia, dice: "Es triste que algo que se supone
normal se denomine heroicidad. En este sentido, la sociedad está enferma".
Sánchez Mato fundó además, junto a otros compañeros del barrio, la Asociación
Iglesia sin Abusos, la única en este país que ha metido las manos en la
ciénaga de la pederastia en la Iglesia católica. La parroquia de la que fue
miembro desde la infancia se le cerró en banda. Recibió amenazas. Mucha gente
le retiró la palabra a él y a su familia. Pero aquel párroco fue condenado a
dos años, y al arzobispado de Madrid se le impuso una sanción de 30.000 euros.
Y hasta su asociación ha ido llegando desde entonces la denuncia silenciosa de
unas 70 personas, cuenta Sánchez Mato. Ninguna ha acudido a los tribunales.
Esa es quizá la única cuenta pendiente.
"Te tienes que mojar. Y entrar en la pelea judicial. Por las buenas no
lo vas a resolver". Habla Pilar Moreno Gómez, licenciada en Físicas, de 62
años, profesora jubilada. "Cabezona", dice, y con el pelo cano y breve sobre
esa cabeza dura. Su caso, una "novela por entregas" que duró ocho años, llegó
hasta el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (Moreno Gómez vs. Reino de
España) tras superar sin éxito tres instancias en este país. Hoy se estudia en
las facultades de Derecho. Un asunto tan tristemente común como el ruido
nocturno en una ciudad española (Valencia) provocado por los bares y la juerga
acabó con una sentencia a su favor cuya argumentación rompió los moldes en su
momento. "Estamos hablando de la época del
bakalao", explica Moreno Gómez, para mostrar la hondura del abismo.
El TEDH estimó que existía un nexo causal entre el ruido ocasionado por la
acción u omisión de los poderes públicos (el Ayuntamiento de Valencia, que
concedía las licencias a los locales) y el perjuicio ocasionado (las noches de
insomnio). Pero la verdadera revolución llegó con la ampliación de un concepto
jurídico indeterminado: el derecho a la "inviolabilidad del domicilio",
reconocido en la Constitución Española y en el Convenio Europeo de Derechos
Humanos. Dijo el TEDH: "Las vulneraciones del derecho de respeto al domicilio
no son solamente las de índole material o corporal [...], sino también las
agresiones inmateriales e incorpóreas". Le concedieron 4.500 euros a Moreno
Gómez por los perjuicios morales y una doble ventana que se hizo colocar. La
gran victoria fue otra: la suya es hoy una de las sentencias más citadas de
Europa. Su "cabezonería" a lo largo de los años abrió un nuevo camino.
Pero hay que ir a buscarlo. La fortuna sonríe a los audaces. A quienes no
desisten. Antonio Meño y Juana Ortega, matrimonio, de 67 y 65 años,
respectivamente, la encontraron 21 años después, acampados en la calle frente
al Ministerio de Justicia, en la plaza de Jacinto Benavente de Madrid.
Durmieron allí durante 18 meses, junto a su hijo Antonio, con sus músculos
agarrotados y como hechos un nudo y la mirada perdida en algún punto
inconcreto, lejos de esta realidad. A Meño lo sedaron el 3 de julio de 1989 en
un quirófano, algo se torció durante la operación de estética, y la falta de
oxígeno lo dejó como un vegetal, sumido en una especie de sueño con los ojos
abiertos. Sus padres litigaron durante dos décadas, por vía penal y civil,
intentando probar una negligencia médica. Nadie parecía querer desempolvar qué
sucedió realmente en aquel quirófano. Un vómito aspirado por el paciente, mala
suerte, esto fue lo que se dijo. Solo ganaron el primero de los juicios.
Perdieron los sucesivos recursos, incapaces de demostrar lo ocurrido. Fueron
acumulando costas judiciales hasta sumar una cifra astronómica que ronda los
400.000 euros. En junio de 2009, con el agua al cuello, decidieron colocar una
tienda de campaña en el centro de Madrid. Repartían octavillas. Explicaban su
caso a quien se dejara caer por allí. A principios de 2010, un hombre que se
interesó por su historia le comentó a Juana: "¿Sabía usted que su hijo nunca
tuvo un vómito?". Se llevó una de las octavillas y a la semana el guion trazó
un giro inesperado.
Aquel señor enigmático resultó ser la pieza clave. Un nuevo testigo con
una visión clara y divergente de lo sucedido en el quirófano. La aparición
casual del cirujano Ignacio Frade, presente en la operación, según su
testimonio, logró que el Tribunal Supremo reabriera el caso y sentenciase que
existió "un fraude procesal gestado [...] entre los profesionales
intervinientes en la rinoplastia estética [...] con el fin de impedir a los
perjudicados aproximarse remotamente [...] a la realidad de lo ocurrido". El
Supremo anuló los juicios anteriores y ordenó que el caso volviera a juzgarse.
Al parecer, el doctor Frade, que nunca ha querido hacer declaraciones a la
prensa, creyó desde el principio que la familia había ganado el caso (como
sucedió en primera instancia). Luego se olvidó del asunto, hasta que 21 años
después se lo encontró de bruces en la calle. Quizá él sea el verdadero héroe
de esta narración. A la espera de que se celebre el nuevo juicio, Juana,
sentada en la penumbra de un piso con grietas y telarañas, dice: "Me quedaría
satisfecha con que la persona responsable estuviera día y noche cuidando de
gente como mi hijo. Limpiándole el culo". El abogado que defendió a la familia
Meño durante años, Luis Bertelli, dice sobre ella: "Al defender su caso, como
Sócrates, Juana estaba defendiendo al mundo. Jamás ha de conformarse uno
cuando lo apartan de la razón. Quien abandona la lucha por el derecho, lo hace
a costa de su honor".
En el antiguo barrio pescador de El Cabanyal, en Valencia, llevan 12
años de lucha, y aún les queda. "Somos la aldea gala resistiendo contra el
Imperio Romano", dice David Fariza, de 27 años, habitante de este lugar por el
que apenas ha pasado el tiempo, con fachadas de cerámica y puertas enrejadas,
y la luz anaranjada del Mediterráneo colándose entre las callejas y las
galerías, y para el que el Ayuntamiento de la ciudad tenía un plan que una
plataforma de vecinos logró tumbar antes de que se llevara un buen tajo de
casas históricas por delante. Aquí, en una reunión vecinal celebrada todos los
miércoles desde hace 12 años, elaboraron otro plan, el de la resistencia
contra el "manual de especulación urbana" que quiso abrir una gran avenida
hasta el mar, con pisos residenciales, más modernos (y que dejaran mayores
plusvalías). Hubo pelea en los tribunales, manifestaciones, concentraciones,
infinidad de sesiones informativas. Los vecinos, o una parte de ellos porque
hay otros a favor del plan, lograron que la justicia se pronunciara, obligando
al Ministerio de Cultura a tomar cartas en el asunto. Y este declaró en 2010
que el barrio es un bien de interés cultural, intocable. Cualquier derribo
supondrá un "expolio" en el patrimonio. La plataforma Salvem El Cabanyal ganó
el primer asalto. Pero denuncia que el "manual de especulación" liderado por
la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá (PP), también se ha perfeccionado en el
último año. La victoria aún les sabe amarga. Pero ahí siguen los
galos.
Esa lucha del pequeño contra el grande la llevó a su máxima expresión una
tienda de informática llamada Padawan, como los aprendices de caballero Jedi
de
Star wars, que se rebeló contra el Goliat de las entidades de gestión de
derechos de autor. La batalla contra el canon digital
comenzó una mañana de 2004, cuando llegó a esta tienda una carta
solicitando a sus dueños que tuvieran "a bien" abrir sus puertas a una
auditoría. Firmada por la SGAE, se trataba de una inspección para reclamarles
la "compensación de copia privada", una fórmula legal de recaudación de
derechos de autor heredada de la época analógica y recién trasladada al mundo
digital. Disquetes, CD, DVD y cualquier dispositivo de almacenamiento de datos
estaban (y siguen estando) gravados con un canon. Y mediante un acuerdo
privado, que más tarde ratificó el Ministerio de Cultura, cualquiera que
vendiera estos productos habría de "compensar" después a las entidades de
gestión de derechos.
Ana María Méndez, de 40 años, cuenta que en ese momento creyó que hacía
lo correcto mostrando facturas y albaranes a los auditores. A los dos meses de
la inspección le llegó otra carta en la que se le solicitaba el pago de 48.088
euros en "materia de remuneración compensatoria por copia privada". Uno puede
imaginarse la cara de pánico de esta mujer menuda y risueña. No pagó. Al cabo
de unos meses le llamó una persona de la SGAE ofreciéndole una rebaja de hasta
32.000 euros. "Qué raros estos regateos...", pensó. Por aquel entonces, muchas
tiendas como la suya habían comenzado a pagar, con rebaja y sin ella, para
quitarse el problema de encima. Ana María y su familia decidieron dilatar el
pago. La SGAE los demandó.
La suerte, dice Méndez, fue que dio con cierto abogado, "un loco": Josep Jover,
un estratega curtido en varios frentes, desde la negociación en secuestros
hasta la docencia universitaria. Este
loco diseñó una campaña al milímetro. "Primero teníamos que ganar la
calle, después los juzgados y finalmente el BOE", cuenta. Su orquestación se
ha ido cumpliendo paso a paso. Convirtió la lucha de Padawan en otra mayor, de
interés social. El debate estaba en la calle y en los corrillos
parlamentarios. En palabras de Jover, "teníamos que hacer comprender una
cultura diferente". La ley protege a los autores, de acuerdo. Pero ¿qué ocurre
si uno emplea un disco duro o un DVD para almacenar archivos propios? ¿Ha de
pagar a algún autor por ello? Ana María Méndez solicitó a sus compradores que
le enviasen cartas explicando el uso que habían dado a los artículos. Y eso lo
cambió todo.
Perdieron en el juzgado. Pero el recurso ante la Audiencia Provincial de
Barcelona obligó a los jueces a plantear una cuestión prejudicial en el
Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Su decisión fue tajante: "La
aplicación indiscriminada del canon por copia privada [...] no resulta
conforme con la Directiva 2001/29". Con nueva luz desde Europa, la Audiencia
falló a favor de Padawan hace dos meses. La calle estaba ganada. Ahora
llegaban los tribunales. Lo contaba Méndez poco antes de conocer el fallo: "Si
gano, va a ser una gozada. ¡Detrás de mí van a ir todos!". Así ha ido
sucediendo. Y al final pareció abrirse la rendija del BOE. Tras el tirón de
orejas de Europa, la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, declaró:
"Buscaremos alternativas al canon digital".
Una lucha individual transformada en una batalla colectiva, ese es quizá el
mayor logro de alguno de estos héroes; su causa inspiradora y profunda, cuyos
efectos les sobrepasan. "Yo iba buscando la solución a un problema personal...
Y todo aquello de pronto se convirtió en algo público", dice Emilio Silva, un
periodista que quiso escribir una novela sobre su abuelo republicano asesinado
en la guerra civil española, y acabó liderando la pelea por la exhumación e
identificación de los "desaparecidos" en la contienda. Dice que empezó
contactando con gente que conoció a su abuelo, ancianos de Pereje, en El
Bierzo (León), para que le contaran anécdotas. Un día, alguien le dijo:
"Hombre, yo más o menos sé dónde está la fosa de tu abuelo". Y otro, poco
después, señalando un punto en la tierra: "Debajo de aquel nogal". La cuestión
era qué hacer con aquella información. Silva publicó un artículo en la
Crónica de León y al día siguiente le llamó el arqueólogo Julio Vidal,
este a su vez contactó con el antropólogo forense Paco Etxeberría... Y así se
fue formando el grupo que llevó a cabo la primera exhumación con protocolo
científico de las víctimas de la guerra, en octubre de 2000. Debajo de aquel
nogal se encontraba Emilio Silva Faba, junto a otros 12 ejecutados. Al nieto y
el resto les comenzaron a llamar más gente, hijos, hermanos, viudas. De pronto
había más información de la que se pensaba. Comenzaron a elaborar fichas de
desaparecidos (las estanterías de la casa de Emilio Silva están repletas de
ellas). Organizaron un campo internacional de trabajo para seguir excavando e
identificando restos. Crearon la Asociación para la Recuperación de la Memoria
Histórica, que preside Silva. Nacieron nuevas iniciativas en otros rincones de
España. Desde aquel octubre de 2000 se ha desenterrado a cerca de 5.300
ejecutados. Entre medias se aprobó la Ley de Memoria Histórica (2007). Se
montó un lío judicial sin precedentes cuando el juez Baltasar Garzón quiso
investigar aquellos asesinatos. Y hace tres semanas, el Ministerio de Justicia
publicó el primer mapa oficial con las 2.300 fosas conocidas. "Alguien que ha
soñado con un mundo más justo tiene en esta causa la posibilidad de
conseguirlo", dice Silva.
Suena el teléfono. Al otro lado de la línea, una voz con acento
germano: "Voy a leerte una sentencia con fecha de 3 de mayo. Dice: 'Debo
declarar y declaro la nulidad del despido [...] y condeno al Ministerio de
Educación a readmitir inmediatamente a la demandante en su puesto de trabajo
[...] con abono de los salarios dejados de percibir desde la fecha del
despido". Ha pasado casi una década. Johannes Romes habla con calma de
"intentar disfrutar" a partir de ahora. "Resu", añade, "aún no ha salido de
este bache". Pero hace apenas un mes, el Tribunal Constitucional resolvió a
favor de la profesora de religión Resurrección Galera, en una de esas
sentencias cuyo valor no estriba solo en el caso concreto, sino que sus
efectos se extienden como una marea, marcando una nueva doctrina de la que se
podrán beneficiar otros después. El despido de Galera no podía fundamentarse
en valoraciones morales sobre su vida íntima y familiar. Ni en los acuerdos de
España con la Santa Sede. Ni en el derecho canónico. Por encima se encuentran
los derechos fundamentales. Nadie puede esquivarlos. Lo explica su abogado,
Francisco Escobar: "Ninguna decisión, provenga de quien provenga, puede quedar
sin control alguno. No existe ningún derecho omnímodo. Esa es la gran victoria
colectiva de la sentencia". Las actuaciones volvieron al primer juzgado que
conoció el caso. La razón les fue devuelta. Y otros, gracias a ellos, podrán
encontrarla después.