Textos libro "TELEES"

 

Killo Urdiales

 

Naúfragos 

No estoy muy seguro ¡a estas alturas cómo fiarse de los sentidos!, pero me parece entrever tierra cada vez que nos asciende el lomo de una ola. Y me siento… casi me podría sentir lo que se suele decir pletórico, de no ser por esos espasmos de flaqueza que la agarran de cuando en cuando, que a cada tanto se intenta hundir de nuevo, obligándome a sumergirme para volver a subirla. Son momentos delicados por la necesidad de compartir la imperiosidad del oxígeno (boca a boca). Y es que como ella esté de espasmo, pues se afloja demasiado, es decir, le cuesta, y por eso que tenga que cederle parte del mío, para que resista. Y eso al mismo tiempo de nadar hacia arriba, tratando de alcanzar la superficie, lastrado por el peso inerte de su cuerpo náufrago; pues aunque quiere y lo intenta, más que ayudarnos a subir más rápidos, lo que en realidad consigue es irnos frenando. Es decir, obligándome un mayor esfuerzo, una mayor necesidad de oxígeno y consecuentemente menos para compartir con ella, que a su vez… Algo así como sucede en ese juego con las fichas de dominó o las cartas, que si empujas la primera luego ya no hay dios. Igual, pero en nuestro caso sin que el desastre sea completo. Y no sé si me explico.

En la superficie, respirando ambos, la ayudo a flotar hasta que se recompone del espasmo… y ya después continuamos braceando al unísono.

No le pasa muy frecuente, sólo de higo en higo, pero cuando le pasa, le pasa, y nos atrasa otro tanto, que es como decir: nos aleja de la costa. Si hubiese desistido de ayudarla hace tiempo que sería un náufrago en tierra firme y ella una ahogada sin voz. En cambio de esta manera, ayudándola, quizás no logremos llegar nunca, salvarnos ninguno de los dos.

Hace apenas un momento ha vuelto a hundirse. Es como si el mar le tirase de las piernas para abajo, pero como estoy muy atento, he reaccionado justo a tiempo agarrándola por los pelos en el último instante, lo que nos ha ahorrado pasar un nuevo mal trago, nunca mejor dicho.

Quizás no lo logremos juntos. No lo sé ¡Cómo leches podría saberlo! Y tampoco que conozca a esta náufraga compañera de infortunio, pero mientras me queden fuerzas no la dejaré hundirse.

Ayer tarde fue ella la que me sacó a mí, pero no de tres o cuatro metros, que es a lo sumo lo más que se ha hundido, sino desde el fondo mismo. Me sacó medio ahogado y luego tiró de mí hasta una tabla para que me secara la respiración.

Fue una pena la primera vez que se hundió. Cuando logré sacarnos, a la tabla la había arrastrado la corriente veinte metros, nuestra tabla de salvación, pero ella aún  no se encontraba en condiciones de mantenerse por sí sola. Y desde entonces, eso fue esta mañana, a cada tanto se empieza a ir para abajo.

Pero…

¿Será verdad…?

¡Sí, sí!, de pronto he empezado a sentir…

Es una corriente repentina que nos empuja hacia la playa, que ya se divisa más claramente.

Ella, que también ha sentido ese empuje, esa caricia de la vida, ha girado su cabello mojado para quedárseme mirando. No agradecida, simplemente compañera. Y es que en la inmensa soledad del mar se nos ha desatado tanta ternura que ¿por qué puñetas? en tierra siempre nos obstinamos en preservar como si fuese algo que se desgastara con su uso, como si fuera la mina de un lápiz, por ejemplo, o la suela de un zapato.