
Esther Luna
Tengo 111
Pero en realidad lo que tengo son tres unos, como tres soldaditos en plena marcha militar. Y el tierno recuerdo de una canción de cuando era niña: “Eran tres alpinos que venían de la guerra… Y el más pequeño traía un ramo de flores”. Y me imagino, ¿os imagináis?, un ejército de soldados con un ramo de flores blancas cada uno en la mano. Sería como una gran fiesta y se llamaría: “La Última Marcha Militar”, o “La Floral”, igual da. El aire olería a primavera y sonaría una música muy alegre de ritmo desacompasado. Así que cada soldadito iría, como pudiera o creyera, marcando su propio paso. Incluso algunos irían tomados del brazo y cantarían el nuevo himno a corazón partido. Todos los años o todos los meses, se celebraría “la Floral”, para conmemorar la última marcha militar de la historia humana. Miles de militares, hombres, mujeres y niños, desfilarían felices con sus uniformes, cada vez más viejos, descosidos y agujereados. Resultaría mucho más rentable abrir una floristería que un negocio de armas. Y el mundo olería muchísimo mejor. El Vaticano comerciaría con rosas (o con orquídeas, que son más caras) y tener un arma en casa sería una horterada de mal gusto. No se llevaría, vaya. Y algún remoto día de algún año futuro, unos niños encontrarían un arma enterrada y se preguntarían: ¿esto qué es? Y, si tenemos suerte, el arma estaría descargada, y así no podrían experimentar el perverso vicio del poder, o del poder matar, controlar, acosar o humillar al otro (que no es más que uno mismo, pero enfrente, como en el espejo) y abandonarían el arma, con el mismo desinterés con el que se abandona un juguete que ya se ha vuelto aburrido o viejo, y seguirían recolectando alegremente ramos y ramos de bonitas y coloridas flores para regalar.
Pero alzo la vista al título de este escrito, o me asomo al mundo por detrás de este sueño floral, y sigo teniendo tres soldaditos en plena marcha militar.
¿Y, Qué hacer…
con tanta lluvia?
Lluvia intensa de silencio.
Lluvia de pétalos de de azahar.
Lluvia y lluvia de océanos rojos.
Y también una roja lluvia de buen vino…
Y una lluvia suave de caricias…
Lluvia tibia de palabras…
O aquella otra lluvia inmensa de lonchas y lonchas y lonchas de jamón.
Lluvia de preguntas…
Lluvia de nada.
¡Y lluvia de limones! ¿Por qué no?
Bajo esa lluvia de pajas emocionales, caminaba yo, hacia mi encuentro diario con mi amigo Marcos.
Una única y física realidad: llovía a mares.
Y… ¿qué hacer? –le pregunté enseguida, sin saludarlo siquiera.
Suspiró con resignación:
–¿Qué hacer?, ¿con qué? –dijo aturdido y mascullando seguramente–. Ya está ésta otra vez con sus rarezas.
–Pues con qué va a ser –me ofendí yo–, pues con esto, evidentemente, con la lluvia.
Durante su largo y expresivo silencio, intuí que pensó: “¡Joder, qué sencilla es. ¡Mierda! ¿Es que no había otra chica más normalita en todo el barrio de la que hacerme amigo? En fin, la culpa es mía y solo mía. ¡Algo tendrá…!”
Y respondió simulando indiferencia:
–Ah, con eso… Pues…pues….pues, ¡joder, tú sabrás qué hacer con eso! ¡Tú sabrás! ¡Tú-sabrás! –repitió, casi con saña, me pareció.
Me quedé atónita. Esa simple frase, y repetida de aquel modo tan firme e inesperado para mí, me lanzó de un pelotazo, torpe, pero certero y profundo, hacia el mismísimo centro de mi vacío.
¿Cómo qué…? ¿Qué era eso de… de… tú sabrás? ¿Cómo que yo sabré? Pero ¿Por qué demonios tenía que saberlo yo, si se lo había preguntado a él? ¡Qué manera de escurrir el bulto! Y qué atrevimiento, e incógnita por otra parte, de su carácter. Mi amigo siempre había respondido a mis extrañas preguntas. No importaba en realidad lo que inventara, lo importante era que siempre respondía, que entraba fácilmente en mi juego.
Pero esta vez no. ¿Por qué?
Insistí, intentando darme por no aludida:
–Pues… es que no sé, no sé qué hacer con tanta lluvia…
Pero solo recibí una encogida de hombros humillante, infiel, aterradoramente distante, que me lanzaba otra vez de golpe la pelota.
Y grité más:
–¡Cuando esa mezcla de agua y todo te cala el cuerpo, te sientes como un ser traicionado por ti mismo! ¿Entiendes? Venimos del agua, sí, pero no soporto que me echen más agua encima, más vida encima, más nada encima! Yo también tengo un límite ¿no…?
No escuché respuesta alguna:
–¡Qué alguien me responda, joder! –grite al borde de las lágrimas.
–¿Tengo, tenemos un límite… para empaparnos?
Estaba ya agotada y comencé a dialogar, caminando absorta, con el vacío:
–Uff, tengo un montón de preguntas y respuestas en el armario y no sé cuál ponerme. Ir desnuda me resulta un acoso. Vestida, una denuncia. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer de nuevo… ante tanta lluvia?
Mi amigo Marcos ya no me seguía. Me miraba tan atónito como lo estaba yo conmigo misma.
Intenté retomarme un poco:
–Vale, vale, me tranquilizo. Intentaré encaminar de algún modo mi “quehacer”. ¡Pero eso sigue sin responderme de la lluvia!
-¡Qué manía! –mi amigo volvió a encogerse de hombros– : Ya te lo he dicho, “¡tú sabrás!”. Y es definitivo. En el sentido de definir, ya que a ti te gustan tanto los juegos de palabras.
Parecía muy satisfecho con el resultado de su nueva actitud. Sonreía y no dejaba de repetir la maldita frase: “tú sabrás, tú sabrás” y se reía a carcajadas. “Tú sabrás qué hacer con tu maldita lluvia”.
Le contemplé embobada y, casi sin pensarlo, borracha de abstracción, cabreo y soberbia, murmuré:
–sí, claro, ¿cómo no? puede que tengas razón, yo…claro, claro, ¡yo claro que sabré!
Y nos alejamos caminando en silencio. Bajo la lluvia.
Desde aquella tarde, no volví a incordiar a Marcos con mis comeduras de tarro. No volví a intentar arrastrarle hacia ninguno de mis túneles. Mi gran amigo me había descolocado, para que yo pudiera volver a colocarme, en otro lugar.
Fue entonces, cuando decidí por fin escribir todas mis extrañas y malditas preguntas en cualquier papel de cualquier bar, bus o biblioteca, y guardarlas, cual latas de conserva, en un gran cajón portátil.
¡Por si las respuestas!
Ponedlo vosotros
Ponedlo vosotros, si es que, por una vez, os dejan.
O intentadlo al menos, pues el mero intento es un hecho, una noble actitud que diseña la vida.
El tiempo
El tiempo no es oro, sino frutas dulces y sabrosas que llegan a madurar. El tiempo no es un reloj, sino infinito universo de instantes simultáneos.
No tengo tiempo, es el tiempo el que me tiene a mí. Me persigue, me adelanta y me sostiene por los pelos sobre el mundo, hasta que un día se cansa y me suelta de golpe en el vacío. Me abandona y me da la espalda, sin explicaciones ni preguntas.
El tiempo, al fin y al cabo, no es. Pero me acompaña como una sombra en mi extraño paso por esta tierra.
La persona más diferente a mí
La persona más diferente a mí vive conmigo.
Hacemos todo juntas, de la mañana a la noche. Discutimos permanentemente, por cada idea, cada asunto o decisión a tomar, igual da: todo me lo cuestiona. A veces no la soporto, me saca de quicio su continuo parloteo. Y es que se mete en todo, dentro, fuera de mí, incluso en mis alrededores. Merodea entre mis imaginarios y opina sobre cada uno de ellos. O me lanza de un brutal empujón contra el espejo y me obliga a detenerme. A veces no la soporto, ya digo. Me agota…y entonces le suplico un poco de tregua. Pero, es curioso, hasta hoy, no he conseguido imaginar cómo sería el vivir sin ella.
Repartiendo colores
Repartiendo colores y repartiendo sangres. Sangre azul, sangre roja, sangre negra y sangre blanca. ¿Cuántos colores tendrá nuestra sangre? Tal vez me gustaría tener la sangre rosa. O verde, como se la imagino a las plantas. Un universo de sangres, que se mezclan, bifurcan sus trayectorias, que se aman o compiten entre sí. Un inmenso mar de todas nuestras sangres…
¿A dónde van los colores de la sangre cuando ya no somos cuerpo? Ríos de sangre de todos los colores. Arcoiris de sangres…
Habitamos el mundo coloridamente. Me gustaría poder repartir colores de sangre entre los que la creen tener de un solo color. Y bailar un día y toda una noche, con todos los colores de mis cosanguíneos.
La sangre es nuestra. Y los colores….nuestros son.
Soneto
Un soneto no es un "so tonto", ¡qué va!
Mas si el inconsciente lo requiriere
Podría llegar a ser un nonato:
Ignoto, extenso y sin trascendere.
Mas ¿qué hacer para el tiempo no perdere
En vueltas y revueltas de lo ingrato?
¿He de escribir, vivir, pasar el rato…
O un instante eterno distraere?
Todo es al fin adoración y pérdida,
Engaño que no sabe que lo ha sido,
Refugio de una imagen aún querida.
Brindo, por un momento compartido,
Por tu espalda, que aún hoy gocé dormida,
Por ese verso, que aún no se ha vendido.
Venecia, 13 de Mayo de 2008