Democracia participativa

 

"¿Cuál es el mejor gobierno?
El que nos enseña a gobernarnos a nosotros mismos."

 

     Hace unos 8000 años el ser humano cayó en la cuenta de que podía, por primera vez en su existencia, asegurarse los alimentos necesarios para todo el año sin encontrarse constantemente supeditado a los designios del azar, que podía proveerles de más o menos caza o frutos que recolectar, que podía con igual indiferencia saturar sus reservas de alimentos durante una corta temporada o condenarle a una larga y terrible hambruna. Gracias a ese control parcial sobre la naturaleza nació la agricultura y con ella el primer paso hacia la revolución tecnológica que vivimos hoy en día. Al supeditar su existencia a la agricultura lo hacían también a las tierras fértiles y a las zonas de los recién creados regadíos, con lo que limitaban su movilidad, viéndose atados al lugar que habitaban y no pudiendo así huir de sus agresores o exponiéndose a perder su medio de subsistencia si lo hacían, siendo vulnerables al ataque de grupos armados que, a cambio de “protección “, saqueaban sus cosechas. Posteriormente se organizó el saqueo, haciéndolo moderado pero constante: eran los primeros impuestos. Esos grupos que hoy llamaríamos mafiosos o salteadores eran el germen común de tres organizaciones de enorme poder en la actualidad: las mafias, los ejércitos y el estado, organizaciones que nuestros antepasados crearon sin sospecharlo siquiera desde el mismo momento en que se encadenaron a sus tierras y se concentraron en las primeras ciudades. Era, pensarían, el precio a pagar por el progreso. Los líderes de esos grupos armados no tardaron mucho en comprender que necesitaban una justificación más creíble que la mera fuerza bruta para gobernar: se nombraron a si mismos representantes o descendientes de los dioses de la mitología popular y crearon así las primeras monarquías teocráticas.

     El resto de la historia se encuentra más o menos reflejada en los diferentes textos, aunque muy a menudo se olvida señalar que la inmensa mayoría de guerras entre los seres humanos han sido y son consecuencia directa de intereses políticos o económicos de las minorías dirigentes sin contar con la opinión de la mayoría a la que controla y a la que, a fin de llevar a cabo sus planes, suele manipular información y hechos y disfrazar sus objetivos tras conceptos como patriotismo, fe religiosa o preceptos éticos de difícil justificación, consiguiendo así que una parte de la población, raramente mayoritaria cuando se trata de pueblos informados o de culturas milenarias, apoye la opción de la guerra.

     Así transcurrieron los siglos, siendo la mayoría de los seres humanos que los habitaron, nuestros ancestros, meras mercancías, en razón a las leyes feudales y la esclavitud, rebelándose periódicamente y siendo sus reivindicaciones y protestas ahogadas en sangre: se cuentan por centenares las rebeliones a lo largo de la obscura Edad Media europea, no siendo muy diferente la situación en el resto del mundo.
     El ser humano no tenía derecho a decidir ni gobernar sobre su vida social ni sobre su vida privada, siempre expuesta a los abusos y caprichos de quienes ostentaban el poder.

     Llegamos así a la que llamamos nuestra Edad Contemporánea: con la insurrección de las colonias británicas en América, la que sería conocida como Revolución Americana y a los pocos años la Revolución Francesa, resurge una idea de organización social ya practicada parcialmente en la antigua Grecia: la democracia.
     Pero no nos engañemos creyendo que la democracia griega o las primeras democracias contemporáneas eran como las actuales: en el caso griego se excluía del derecho a votar a las mujeres, esclavos, etc., con lo que apenas la quinta parte de la población ejercía tal derecho; el caso de las democracias de los dos últimos siglos resulta muy interesante e ilustrativo y debe ser tratado con mayor detalle.

     Hasta ahora hemos observado que el poder político, concentrado en un principio en el líder de un pequeño grupo armado, se ejercía con una verticalidad absoluta, mediante un sistema piramidal, siendo la voluntad de quien se encontraba en la cúspide de la pirámide, la ley. Al irse haciendo más complejas las estructuras sociales y estatales el rey-dios delega parte de su poder, pero sigue ejerciéndolo de una forma absoluta. Así transcurrieron, sin apenas cambios, los dieciocho primeros siglos de nuestra era.

     Con la llegada de las democracias el poder pierde gradualmente parte de su verticalidad: al principio sólo un pequeño grupo de ciudadanos tenía derecho a voto, los pertenecientes a una recién surgida clase social: la burguesía, pero no eran más que un porcentaje mínimo de la población. Tras constantes luchas y persecuciones obtienen el derecho al voto la mitad de la población, los hombres, pero se le sigue negando a las mujeres, con argumentos que hoy sólo nos provocarían risa. Esto ocurría en la primera mitad del siglo XX, no en un remoto pasado, y hasta bien entrada la segunda mitad del recién terminado siglo no se puede decir que el derecho universal al voto se encontrara reconocido en la mayoría de las sociedades.

     Llegados a este punto podemos optar por creer, como han creído la mayoría de las personas de las sociedades de todas las épocas, que el mundo es como es y que nos encontramos en el tramo final de la evolución social, que si hay rey-dios, emperador, dictador, primer ministro o presidente es porque algún dios o alguna ley natural o humana les ha puesto ahí, y nada podemos ni debemos hacer para intentar modificar ese estado de cosas.
     Coincidiremos, supongo, en que, dentro de las opciones posibles, una democracia representativa es la mejor elección entre las alternativas actuales, pero, ¿es la democracia actual la mejor opción entre las diferentes posibilidades de democracias posibles?, . . . ¿qué habría ocurrido si nuestros bisabuelos hubieran contestado que sí a la pregunta anterior a principios del siglo XX?, ¿tendrían algún derecho hoy en día las mujeres? ¿se habría prohibido el trabajo infantil?,¿tendríamos derecho al voto la mayoría si nuestros tatarabuelos no hubieran luchado por él, a veces pacíficamente, otras pagando con su vida sus reivindicaciones?. Evidentemente, no.

 

Una democracia mejorable.

 

     Echemos un vistazo a nuestros sistemas democráticos representativos actuales: es un sistema basado en elecciones libres cada cierto tiempo, en las que los ciudadanos eligen entre las opciones políticas que se les presentan en forma de candidatos, partidos políticos u otras organizaciones. El ciudadano elige a un político o grupo de políticos que se han comprometido a gobernar de determinada manera durante un período de tiempo, depositando para ello un voto en una urna, pero, ¿qué ocurre si el político elegido no respeta la palabra dada y gobierna de forma diferente a como había prometido?. Nada, simplemente nada, en el peor de los caso no será reelegido, y mientras no traspase ciertos límites de la legalidad podrá gobernar según su criterio aún cuando éste no coincida o sea contrario al de la mayoría de los ciudadanos, incluidos quienes le votaron. Todos recordamos y hemos padecido casos de este tipo, donde un gobernante se transforma en un tirano dentro de la más escrupulosa legalidad democrática. Este tipo de inmunidad de que goza la clase política y que ciudadanos formados e informados lo admitan con total naturalidad sólo puede ser explicado por ser los seres humanos, como bien se ha dicho, un animal de costumbres, un animal que, aunque puede ser un lobo para sus semejantes en determinadas circunstancias, se suele comportar como un obediente corderito ante la prepotencia de una elite que olvida fácilmente que sus salarios, dietas, privilegios y despilfarros son costeados por todos y cada uno de aquellos a los que llaman ciudadanos de a pie.

     Si se escribiera la verdadera historia de la humanidad, aquella que incluyese la interminable lista de corruptelas, traiciones, guerras y crisis económicas provocadas con el único fin de enriquecer a un reducido grupo de políticos, empresarios o jerarcas, miles de familias arruinadas o condenadas al hambre como consecuencia de tan mezquinas decisiones e intereses, etc., etc. si se escribiera con detalle esa verdadera historia, digo, posiblemente ninguna persona mínimamente sensible podría leerla sin derramar alguna lágrima y avergonzarse por el primitivo estado evolutivo de su especie.

     Entre las páginas de la historia oficial, esa interminable y aburrida lista de reyes, guerras y fechas, se esconden algunas verdades que por si solas son estremecedoras: al oír la palabra genocidio refiriéndonos al siglo XX solemos pensar inmediatamente en el holocausto judío y sus 6 millones de víctimas, pero pocos saben que la mayor matanza documentada de ese siglo, descontada la Segunda Guerra Mundial, ocurrió a principios del mismo en África, en el Congo Belga, hablando unas fuentes de 15 millones de muertos y otras de varios millones más.
     Recién ahora sabemos que los empresarios británicos vendían, durante la Segunda Guerra Mundial, el carbón que alimentaba los altos hornos nazis donde se fabricaban las bombas que luego serían arrojadas sobre la población londinense, tal vez incluso los hornos de los campos de exterminio.
     Recién ahora sabemos que el gobierno estadounidense abasteció al ejército golpista del general Franco con cuanto combustible necesitara para provocar y mantener una de las guerras civiles más crueles de Europa.
     Sabemos, con la certeza que dan documentos incuestionables, a pesar de ser tan sólo los desclasificados, que la CIA norteamericana financió y provocó la caída del régimen democrático chileno para colocar en su lugar al sangriento general Pinochet: que fue la CIA también quién entrenó o financió las dictaduras de Uruguay, Bolivia, Argentina, El Salvador, Nicaragua, Irak, Sudáfrica, etc., etc., y otro tanto se puede decir de la extinta Unión Soviética y su política de mano dura y supuesta “justicia proletaria”, aunque justo es reconocer que los distintos gobiernos estadounidenses ganan en esta macabra carrera a cualquier otro del mundo, tal vez por ser la potencia económica y militar de esta época que nos ha tocado vivir.
     No es menos cierto que, a pesar de las apariencias y de la sangrienta primera mitad del siglo XX, la evolución de la humanidad no se ha limitado a los aspectos tecnológicos, siendo conceptos como los derechos humanos o la igualdad de la mujer asumidos hoy día con naturalidad por, al menos, la mitad de la población mundial y que, a pesar de no ser respetados como sería deseable, cada día se cuestiona menos su legitimidad.

     Si bien predecir el futuro no es, desde luego, una ciencia exacta, e incluso difícilmente puede llamarse ciencia, se han hecho en sociología, antropología y otros campos estudios y pronósticos sobre qué podemos encontrarnos en nuestro futuro a corto y medio plazo, y varios de ellos coinciden en ciertos puntos preocupantes: advenimiento de sociedades donde las grandes corporaciones multinacionales han llegado a tener tal poder que deciden directamente sobre los distintos gobiernos, que pasan a ser, incluso más que hoy en día, marionetas en sus manos; división del mundo en bloques económico-geográficos que probablemente acabarán enfrentándose entre sí; reducción de los derechos de los trabajadores y de las prestaciones sociales; aumento del hambre y nuevas epidemias; agotamiento de reservas energéticas; aumento de todo tipo de contaminación, criminalidad, etc..Como ejemplo tan sólo, considérese el enorme poder que han llegado a tener las corporaciones de armamento y petróleo en los Estados Unidos, tras décadas de manipulación y control de la sociedad americana y, por extensión, de la mayoría de las restantes. El presidente Thruman, de quien nadie podrá decir que era un hombre de ideas radicales ni progresistas siquiera, ya advirtió en su discurso de despedida: “Pobre de América el día que las corporaciones armamentísticas controlen su gobierno . . . “ El tiempo le ha dado, lamentablemente, la razón.

     Si analizamos estos presagios de futuro y recordamos cuanto la historia nos ha enseñado, caeremos rápidamente en la cuenta de que estos hechos nefastos se darán muy probablemente si nuestras sociedades siguen siendo dirigidas como en el último siglo por una elite política con unos intereses concretos y supeditados siempre, directa o indirectamente, a los de las corporaciones económicamente más poderosas.
Existen, y todos lo sabemos, algunos políticos honrados, pero, como seres humanos que son, pueden variar su conducta según sus circunstancias familiares, relaciones personales, estado de salud, etc.. Sobre los carentes de honradez poco hay que comentar, por desgracia descubrimos a diario nuevos ejemplos.

     No parece sensato, en cualquier caso, dejar en manos de otra persona durante varios años la capacidad de decidir sobre aspectos tan importantes de nuestra vida como declarar o no una guerra, aprobar o no una ley que puede perjudicar nuestra economía, nuestra asistencia sanitaria, la educación de nuestros hijos o comprometer seriamente nuestro futuro en general, e incluso nuestra supervivencia.

 

Un paso adelante.

 

     Llegados a este punto es hora de plantearse cual sería el siguiente paso que las sociedades humanas en general y la democracia representativa en particular, pueden o deben seguir, o cual es la mejor alternativa dentro de las posibles.

     Hemos observado como históricamente, y de una forma constante, la tendencia de las sociedades humanas es ir pasando de una verticalidad absoluta (rey-dios) a una cierta horizontalidad (democracia representativa actual), diluyéndose lentamente el poder que antiguamente se encontraba concentrado en una sola persona entre el resto de los componentes de la sociedad. Sería absurdo creer que la evolución humana termina aquí, en nuestro momento histórico, aunque seguramente así lo hayan creído la mayoría de las personas de cada época, hecho que en ellos pudiera disculparse por el escaso acceso que tenían a la cultura y a la información.

     Una sociedad humana es un ente vivo por el hecho de estar compuesto de unidades vivas y siempre estará, por definición, sometida a constantes cambios y transformaciones. Nosotros, las personas vivas de hoy, sabemos mejor que nadie, por las enormes transformaciones tecnológicas y sociales de que hemos sido testigos, que el mundo puede cambiar radicalmente en apenas unos años. Como sabiamente decía Aristóteles, lo único permanente que podemos encontrar es el cambio. . .
     Puesto que la historia ha demostrado que una sociedad humana es un ente en constante transformación y que históricamente las sociedades evolucionan hacia la horizontalidad, tendiendo a repartir el poder entre sus componentes, es lógico deducir que el siguiente paso ha de ser continuar en esta línea, como siempre ha ocurrido.

 

Una propuesta . . .

 

     No hace mucho tuve oportunidad de asistir a una tertulia con un grupo de jóvenes amigos buenos conocedores de la informática y sus posibilidades. El debate y cruce de opiniones se fue dirigiendo hacia las posibles aplicaciones de la informática como medio de gobierno y las consecuencias a que ello daría lugar. Lo que sigue es un resumen de algunas notas tomadas en dicha reunión:

     “Una visualización global de la historia del ser humano nos enseña que quienes acceden al poder se transforman, antes o después, inevitablemente, en los manipuladores interesados del resto de sus semejantes. De ahí que una nueva y mejor forma de vida social pase por la desintegración de todo tipo de poder vertical, basado en la falacia de la posibilidad de representación de unas personas por otras, ya que cualquiera puede ser portavoz de un individuo o grupo, pero representar, esto es, poder actuar y tomar decisiones en nombre de esa persona como si fuera ella misma es, cuanto menos, absurdo ante la imposibilidad real de llevarla a cabo por la necesidad de una consulta permanente. La imposibilidad o dificultad que hasta ahora significaba crear un sistema social en que se pudiera consultar cada decisión, o las más importantes al menos, a todos los ciudadanos ha sido aprovechada durante siglos para crear diferentes sistemas que tenían en común que los componentes de la minoría dominante se arrogaban el derecho de poder decidir por una inmensa mayoría silenciada a la fuerza. Hoy día la informática ha venido a echar abajo estos argumentos, siendo posible intercomunicar fácilmente entre sí grupos humanos de cientos o miles de personas.
     La consecuencia inevitable sería la reintegración de toda capacidad decisoria a sus legítimos dueños: los individuos que componen cada sociedad.

     La transformación de las actuales democracias representativas en democracias directas en donde las decisiones tomadas reflejen realmente la de la mayoría de los ciudadanos se presenta como alternativa válida a fin de evitar, una vez más, la repetición de sangrientos errores seculares, añadidos a los peligros actuales de superpoblación y degradación del medio ambiente y creciente y abusivo poder de las corporaciones multinacionales que terminan gobernando de hecho en nuestras democracias.

     La idea no es reciente, pero resultaba hasta hace poco de muy difícil aplicación material por razones puramente técnicas.
     La instalación de un ordenador, una computadora de fácil manejo, similares a los cajeros automáticos de los bancos en cada edificio en las ciudades, o en la sede del ayuntamiento en los pueblos pequeños o en las casas de zonas aisladas, conllevaría un coste aproximado de 2.400.000.000,- de euros para toda España, una suma insignificante si se compara con los gastos anuales en sueldos, dietas y demás privilegios de la clase política, así como de sus tan caros como comunes errores, que siempre, invariablemente, acaba pagando el ciudadano con sus impuestos o, en ocasiones, con su vida.
     Recuérdese, por tomar el ejemplo de España, en los primeros años del siglo XXI que tan sólo el escándalo de Gescartera y la catástrofe del petrolero Prestige, ambos errores de gestión evidentes, costaron a los ciudadanos españoles una suma mucho mayor de dinero, que tuvieron que abonar por los errores de sus “representantes”, que ni siquiera tuvieron que responder con sus fortunas personales ante los tribunales.
     Se trataría, por otra parte, de un gasto único, pues el mantenimiento posterior de tal infraestructura sería mínimo.

     Utilizando dichos ordenadores cada ciudadano podría proponer leyes o votar otras ya propuestas, tanto en lo referente a asuntos municipales como de índole nacional o internacional.
     La idea asusta. Muchas personas, mayores sobre todo, no se creen capacitadas para manejar un ordenador, pero no es más difícil que manejar un teléfono celular, del que seguramente también se asustaron en su infancia o juventud y que hoy, sin embargo, utilizan con soltura.
     Pero el temor será mayor por la responsabilidad que conlleva, acostumbrados como estamos a creer que la política es un trabajo especializado, olvidando la bella y lógica idea griega, tan sólo connotación, por otra parte, de una realidad, de que todos somos seres políticos por naturaleza.

     Las leyes podrían ser redactadas, teniendo en cuenta y contabilizando las sugerencias de los ciudadanos, por un equipo técnico de funcionarios destinados a ello, pero sin poder decisorio sobre ellas, y el lenguaje legal se puede simplificar perfectamente sin que ello suponga detrimento alguno de su significado; de hecho éste se suele hacer artificialmente complejo con el fin de presentarlo por encima de la capacidad de comprensión del ciudadano común a fin de perpetuar los privilegios de quienes lo manejan, de igual forma que, hasta hace pocos años, los sacerdotes católicos decían misa en latín, o los hechiceros de algunas tribus utilizan términos ininteligibles en sus rituales con el único fin de impresionar a sus prosélitos.

     En una democracia de este tipo sí que se podría afirmar sin que estuviera impregnado de cinismo que el que no vota no tiene derecho a protestar, mientras que en la actualidad se elige a una persona o grupo que al cabo de cuatro años o de unos días, pueden haber cambiado completamente de ideas, programas o intereses sin que se les pueda reclamar nada hasta que concluya su mandato varios años después, al cabo de los cuales se le da el voto a otro grupo que termina resultando igual o peor que el anterior.

     La gran perjudicada sería, desde luego, la clase política, que vendría a desaparecer prácticamente por innecesaria, y el “problema”, aunque no el nuestro desde luego, que muy posiblemente se promulgarían leyes de tipo fiscal que gravarían duramente las grandes fortunas, otras que recortarían gastos de armamento para destinarlos a gastos sociales, otras que penalizaran duramente los delitos ecológicos, que prohibieran la especulación, etc., etc.. Y es que ya se sabe que las clases de economías pobres y medias son mayoría, y siéndolo gobernarían para su propio interés, como es lógico.
     La implantación de tal tipo de democracia directa no tendría por qué provocar ningún parado entre los funcionarios, ya que estos se dedicarían a otro tipo de labores como asesorar en el funcionamiento de ordenadores y otras nuevas que surgirían como consecuencia del nuevo estado de cosas, tales como recopilar ideas de los ciudadanos, crear conjuntos con las parecidas o coincidentes, mejorar servicios médicos y sociales, etc..

     Pero los que seguirían sin tener ninguna utilidad en esta nueva sociedad serían los líderes políticos, que pasarían de gozar de un sinnúmero de privilegios a ser unos ciudadanos de a pie más. De ahí su tenaz resistencia a cualquier tipo de innovación en el sólo aparentemente democrático sistema actual.
     Se opondrían con el mismo tesón con que la aristocracia se opuso en su momento a los primeros comicios hace un par de siglos y con los mismos argumentos con que se negaba el derecho al sufragio universal y el voto a las mujeres hace apenas uno: no están suficientemente preparadas o informadas, decían . . .

 

En la vida cotidiana

 

     Una vez comprendida la realidad en que nos encontramos inmersos, ¿qué hacer?, ¿qué tiene de particular o diferente esta idea con relación a cualquier otra idea o ideología política?
     La gran diferencia radica en que por primera vez, no se trata de una propuesta más de un grupo, individuo o partido político que pide que se le vote y se le confíe el poder a cambio de la promesa de administrarlo con justicia, sino de un tipo de democracia que iguala realmente a los ciudadanos y sienta las bases para el siguiente paso evolutivo de nuestra sociedad.

     Los ciudadanos hemos comprobado durante décadas que todo político, unos más y otros menos según su personalidad, pero todos al fin y al cabo, terminan cambiando una vez que ostentan el poder, y ese es el gran riesgo que el nuevo sistema soluciona eficazmente.

     Si analizamos el mecanismo por el que las ideas más positivas para la humanidad llegaron a ser realidad, observamos un proceso similar: primero es planteada al resto de la sociedad por una minoría, ese grupo va aumentando progresivamente hasta que tiene el peso específico suficiente para empujar a las minorías dirigentes que controlan el poder económico o la fuerza a aceptar las nuevas ideas.

     Ese es el punto en que nos encontramos en estos momentos: el de plantear, difundir y dar a conocer nuevas ideas de futuro. Probablemente nunca hasta ahora, salvo cuando se propuso la abolición de la esclavitud, ha tenido el ser humano en sus manos una idea de tan hondo calado y que tanto puede transformar la vida social como en la actualidad.

     Proponga y difunda esta nueva idea si está de acuerdo con ella, analícela, comparándola, si lo considera oportuno, con textos históricos y tratados sociológicos, compruebe su validez y colabore para extenderla. Posiblemente nunca habrá estado a su alcance una propuesta con más posibilidades de cambiar el futuro de una forma pacífica y racional.

     Y cuando alguna persona, por falta de información posiblemente, le diga que sería imposible aplicar ese tipo de democracia porque la gente no está preparada para ello, recuerde que exactamente lo mismo se decía no hace tanto para justificar la negación del derecho al voto de los hombres sin estudios o de la mujer en general. El tiempo ha demostrado que las decisiones y votaciones de hombres y mujeres analfabetos no han resultado ser más equivocadas que las de las elites políticas, sino más bien al contrario. Recuérdese, por poner un ejemplo actual tan sólo, la excelente administración de recursos que se ha hecho en algunos barrios de Porto Alegre (Brasil), al tiempo que se eliminaba completamente la corrupción utilizando un sistema de gestión directa de los fondos a través de las decisiones tomadas en asamblea por los diferentes grupos de vecinos.

     Por otra parte, los seres humanos contamos con un esquema mental que incluye el aprendizaje a través del error. Cuando se fabricaron los primeros automóviles, los escasos millonarios que podían comprarlos, decían que los pobres nunca podrían manejarlos debido a su incultura. El tiempo ha demostrado que, como en tantas otras cosas, estaban equivocados. Sólo ejerciendo nuestra vida social mediante la práctica diaria llegaremos a saber gobernarnos a nosotros mismos, de igual forma que aprendemos, a lo largo de nuestra vida, a independizarnos de la tutela de nuestros padres o, simplemente, a caminar.

     Posiblemente la mayoría de los que hoy estamos vivos no llegaremos a disfrutar de ese tipo de democracia directa más real y efectiva, pero valdrá la pena contribuir a ella sentando los cimientos de una sociedad más justa y racional, sin guerras y conflictos que sólo benefician a pequeños grupos con enorme poder económico que no dudan en anteponer sus intereses a los de la mayoría de los ciudadanos, incluso cuando lo que está en juego es la supervivencia ecológica de nuestra especie o la vida de millones de personas.
     En una democracia directa, la mayoría nunca votaría por destruir la naturaleza para beneficio de unos pocos o declarar una guerra, salvo que fuera de autodefensa. . .

     Comencemos a difundir una idea de democracia que, como la Declaración de Derechos Humanos que muchos creyeron utópica e irrealizable en su momento, llegará algún día a ser una realidad cotidiana. Sólo la ingenuidad o la ignorancia pueden hacer creer a alguien que los cambios sociales efectivos y duraderos se han de hacer mediante conflictos o revoluciones sangrientas. No se trata sólo de dar una oportunidad a la paz, sino de ser lo suficientemente inteligentes para aprovechar la oportunidad que la paz nos ofrece.

     Posiblemente el mero hecho de plantear la idea de una democracia más directa y participativa a cuantas personas conocemos, debatir y dialogar al respecto sea más efectivo a medio y largo plazo para mejorar nuestra vida social que cualquier otra actividad política.

     El futuro de nuestros hijos, y posiblemente el de nuestra especie, están en juego . . . y están en nuestras manos.