Ética médica

El Dr. Monroe, famoso cirujano plástico de Beverly Hills, tiene ante si una adolescente de catorce años obsesionada con rellenar sus pechos de silicona y una madre llena de dudas. Sabe que debería remitirlas a un psicólogo, pero eso pondría en entredicho su reputación y en peligro sus ingresos. Decide entonces que si no lo hace él otro lo hará, y que se debe respetar la voluntad del paciente y de su familia. Considera su decisión plenamente ética.

El Dr. Ngabe, tras terminar sus estudios en la Facultad de Medicina de Dakar, decide marcharse al Primer Mundo, donde le espera un bienestar material que nunca alcanzaría en su tierra, donde viviría, no obstante, muy bien. Algunos le llaman egoísta, pero él cree que su decisión no choca con la ética médica y deja el inmenso trabajo sanitario de su tierra para personas más idealistas llegados de tierras lejanas.

El Dr. Silva ha decidido esta mañana que al paciente de la habitación 313 no vale la pena mantenerle vivo. Es cuestión de días, se justifica. No consulta su decisión con el paciente, consciente aún, ni con sus familiares, que todavía albergan esperanzas: les considera personas sin la preparación suficiente para tomar tal decisión. Silva distorsiona la realidad hasta el punto de olvidar que él estudió medicina, no ética, y que aunque así hubiera sido, estaría usurpando un derecho fundamental de toda persona: el de decidir sobre su propia vida. Pero Silva está convencido de que la ética rige su decisión.

El Dr. Gavillón, médico militar, es seleccionado para experimentar en los soldados recién incorporados al cuartel un nuevo fármaco. El ejército ha llegado a un acuerdo con la empresa farmacéutica que ha preparado el compuesto, acuerdo que incluye mantener en absoluto secreto las pruebas. Órdenes son órdenes, se justifica, y pone las inyecciones que provocarán dos muertes, según él, inevitables. Meses después, siguiendo una ética similar, participa en el interrogatorio y tortura de dos sospechosos de terrorismo: órdenes son órdenes.

Si un médico, parapetado tras su ética personal, tiene derecho a no recetar anticonceptivos o negarse a practicar un aborto por sus convicciones morales o religiosas, o bien a decidir unilateralmente sobre la vida de sus pacientes, igual derecho tendrá un conductor de autobús musulmán a negarse a transportar cristianos o un cocinero judío a preparar comida para comensales gentiles, y serían muchos los que, ejerciendo el mismo derecho, se declararían anarquistas y se negarían a pagar cualquier impuesto a una organización, el Estado, que consideran la fuente de casi todos los males sociales.

 

Al parecer aún no tenemos claro que la ética profesional es un acuerdo social, un acuerdo consensuado, no aplicar cada cual su ética individual según le parece o interesa.

 

Toda ética es cuestionable, pero mientras se construye el nuevo esquema admitido mayoritariamente, no hay mayor peligro que el de que cada cual obre, en asuntos profesionales, según su propia conciencia, porque cada conciencia es única y, como tal, todo cabe en ella, incluida la falta absoluta de conciencia.
 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

 
La ética médica


Un juez puede equivocarse al dictar sentencia y transformar la vida de un inocente en un infierno, pero aún le quedará al inocente la esperanza.

Un militar o un político pueden iniciar una guerra que será, como todas, demencial y sangrienta, pero siempre cabrá la esperanza de la paz.

Un mal profesor puede arruinar nuestra imaginación y cercenar nuestra capacidad de aprender y de disfrutar aprendiendo, pero siempre cabrá la posibilidad de que aprendamos de sus errores.

Un sacerdote, de cualquier religión, pretenderá salvar nuestra alma y muy posiblemente arruine parte de nuestra capacidad para ser feliz, pero siempre cabrá la posibilidad de la huida o la rebelión.

Pero cuando es el cuerpo, el sustento de toda acción y emoción, el que peligra, jueces, políticos, militares, profesores, el hombre más rico o poderoso del mundo, y usted o yo, caemos de rodillas ante un médico y estamos completamente desvalidos y en sus manos.

Resumen en su profesión toda la grandeza humana, pues solidario, humano y honesto es todo buen médico, pero también cabe en ella la peor arrogancia, crueldad y necedad que podamos concebir.

Si pensamos que el código ético de este colectivo vital para nuestras sociedades lo decide un pequeño grupo de personas del mismo colectivo y que a ninguno de ellos se les hace un mínimo examen que garantice que un psicópata o un sociópata nunca formarán parte de tan noble profesión, nos podemos hacer una idea de hasta qué punto somos, tal vez seres racionales, pero todavía sumamente primitivos.
 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net