"EL GRAN LIBRO DE LA VIDA"
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (V): APRENDER
A VIVI
R
Hace mucho, cuando me tomaba la vida realmente en serio, en la extraña y mágica infancia, ni pensaba en aprender a vivir: había tanto que aprender cada día, que no había tiempo de pensar en eso.
Un tiempo después sufrí, de la mano de la naturaleza, una metamorfosis similar a la de los capullos cuando se transforman en mariposas, proceso que en los humanos parece seguir una dirección inversa, y pasé de la infancia a la tormentosa adolescencia.
Tras sufrir el pertinente bombardeo hormonal, creí, de repente, saberlo todo, con lo cual tampoco tuve tiempo, ni necesidad, de aprender a vivir.
Luego vino el resto de la vida, los constantes cruces de caminos en los que cada cual, dependiendo de cómo, dónde y con quién, madura de una forma única e irrepetible.
Algunos, y sólo algunos, que nunca sabremos si son los más o los menos afortunados, descubren poco a poco que a vivir, como a respetar, amar o convivir, se aprende poco a poco y, de repente, todo se complica.
Es entonces cuando aprendemos que, básicamente, aprender a vivir es aprender que cada persona aprende a su manera, que cada mirada ve millones de colores iguales pero diferentes a los que ven nuestros ojos, que cada individuo es un universo único, que sólo la arrogancia o la ignorancia nos pueden empujar a intentar controlar o poseer.
Descubrimos también, con tanto miedo como asombro, que el principio de todo el proceso, la herramienta básica, nunca nos fue dada, y que debemos empezar por aprender a aprender, para dar el primer paso.
Cuando la curiosidad por saber y comprender se convierte en una costumbre cotidiana y placentera, enriquece la vida sin esperar más recompensa que el mismo placer de dar y compartir. Entonces sabemos que ya estamos en el camino.
Mientras tanto, consolémonos con formar parte de la minoría privilegiada que sabe reconocer, sin rubor ni conflicto, su más absoluta ignorancia, pues nos colocaremos así los primeros en la fila para salir de la peligrosa caverna de las falsas certezas, ese sombrío lugar donde nos criaron.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (IV):
CUANDO LLEGUE EL ÚLTIMO MOMENTO
Cuando llegue el momento, sin prisas, por favor,
seré, gracias al fuego que tanta vida me dió, aire,
y ese aire entrará en vuestros cuerpos, puro ardor,
y siendo parte de todos, también lo seré de nadie.
Y no habrá, ni un sufrimiento, ni una contradicción.
Cuando llegue el último momento, sin llantos,
ese aire será nube, y viento, y río, y lluvia sin fin,
y sin presentarme siquiera, estaré en vuestras copas,
y seré vino y risas, vuestras palabras color carmín,
y me olvidaréis por un momento, y reiremos sin mi.
Cuando llegue el momento, ni lágrimas, ni lamentos,
es sólo un parénteis ocasional, sólo juego pasajero,
sólo me he ido antes, a cosechar un poco de tiempo,
a redescubrir lo ya sabido, lo eternamente venidero,
a recorrer el camino de lo que hoy, sin saberlo, ya fui.
Cuando llegue ese momento, sin prisas, por favor,
que aunque todo lo borre, implacable, el tiempo,
habrá tregua a la memoria, y habrá gotas de amor,
que harán que venzamos, hermanos, a la muerte,
cuando nos llegue, a todos, el último momento.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (III)
Ese libro al que llamamos Vida, escrito a veces con renglones torcidos, y otras muchas con cuidada letra e impecable ortografía, es todo cuanto tenemos.
Tal vez cada persona sea, dentro de ese libro, tan sólo una palabra, o una simple letra, quizás una sonora vocal, o un tímido pero imprescindible acento, nada más.
En eso tan sólo consiste el juego de aprender a vivir: en averiguar el sonido y la grafía de nuestra letra y conseguir hacerla vibrar lo mejor posible dentro del canto universal de las palabras, de esa inmensa canción compartida.
El Gran Libro de la Vida se escribe a menudo con lágrimas, pero nunca faltan en él las imprescindibles risas ocasionales, las emociones y caricias que mantienen encendida la hoguera de las ilusiones humanas.
Se escribe con dolor, paciencia, amor y memoria, y nadie, ni el humano más sabio, más fuerte, o el más poderoso, puede borrar o cambiar ni una sola coma de sus páginas.
El Gran Libro de la Vida, que conoce bien nuestra naturaleza, nunca olvida, antes de permitir que cada una de nuestras letras o palabras pasen a formar parte de la eternidad, que sólo de dos cosas somos dignos los seres humanos: de respeto, y de lástima.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (II)
En la infancia no busqué, sino que hallé sin buscar, como todos los niños y algunos pocos adultos a los que llamamos genios, o locos, o ni les llamamos.
En mi juventud busqué la certeza con el ímpetu propio de la juventud, otrto tipo de locura deliciosamente insoportable y de consecuencias imprevisibles.
En la madurez busqué el reposo, cansado por los agotadores días de vino, ideas y rosas derrochados durante la juventud.
En la vejez creo que tan solo buscaré la paz del no buscar.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (I)
Te guste o no, escribirás El Gran Libro de la Vida: Con letra de molde, con cuidada caligrafía o con toscos garabatos, pero lo escribirás sin remedio.
Con cada acto, hagas lo que hagas, con cada movimiento, con cada suspiro, con cada anhelo y cada desesperanza.
Aunque te niegues a escribirlo, lo escribirás, no hay renuncia posible, pues hasta tu renuncia sería una página del libro.
Si caes en la trampa y no comprendes la magia del juego, pedirás el Libro de Reclamaciones, pero será en vano, no te servirá de nada.
Puesto que tienes que escribirlo, hazlo con la ilusión de una letra y un texto vitales, divertidos, únicos y mágicamente conectados con la letra de cada forma de vida. No caigas en la arrogancia de creer que ya conoces todas las ortografías, la vida te sorprenderá a diario si aprendes a mirarla.
Escríbelo con ganas, ya que, hagas lo que hagas, te van a pagar o cobrar lo mismo por el viaje.
Y tienes para ello, no lo olvides, nada más y nada menos que tu irreemplazable letra y tu irrepetible ahora.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
ATRAPANDO LA LUZ DEL INVIERN
O
Al principio yo también creía en dioses.
Esperaba paciente que su luz me impregnara e hiciera de mi el espejo en que reflejar su grandeza.
Adoré, con la debilidad que crea la dependencia, a mis padres, mis profesores y esas personas tan serias a los que todos temían y respetaban.
Era aquel tiempo incierto pero dulce de la infancia, en que nada sabía, pero no sufría, porque ni sabía que no sabía, ni sospechaba siquiera que se pudiera llegar a saber o a creer que se sabe.
Siguiendo el curso de la naturaleza, en mi adolescencia rompí todos los ídolos, y con la candidez de la juventud, coloqué, sin saberlo, a otros en su lugar.
Luché con ira contra la ira, contra el dolor sembrando dolor, contra la intransigencia de la injusticia siendo intransigente ante ella. Creía, sin la menor duda, justa la ira de los justos.
Cometí cuantos errores pueda cometer un ser humano, sólo el azar hizo que mis manos no se mancharan de sangre. Conocí casi todos los placeres que esta vida puede regalar y sufrí casi todos los dolores que el destino pueda deparar, el peor, sin duda, la muerte de seres queridos.
Era torpe como todos los creyentes, obsesionado con vencer, sin sospechar siquiera donde se encontraba mi enemigo, sin sospechar que todos nuestros enemigos lo son tan sólo porque les concedemos tal puesto en nuestra vida y en nuestra mente.
Era un ciego intentando alcanzar la luz golpeándola con su bastón blanco.
El tiempo fue aclarando mis pensamientos algo más rápido que mi pelo, fue domando tanta energía, enseñándome a no desperdiciar la vida, enseñándome, poco a poco, a vivir. . .
A mis padres, hermanos y amigos pude verles, al fin, como personas en toda su magnitud y miseria, ni mejores ni peores que yo mismo.
Aprendí a mirar con un mínimo de comprensión tanto al arrogante, como al codicioso, al iracundo o al que se engaña a si mismo hablando de paz, amor y fraternidad, mientras autojustifica sus egoísmos y mezquindades. Aprendí a mirar las ideas por las que en otro tiempo hubiera dado la vida, como unas ideas más en un mar de ideas que a diario dan a luz nuestras mentes.
Aprendí, casi, a perdonar y casi, a perdonarme a mi mismo.
En todo encontré luz y sombra: En la sombra de nacer sin una tierra a la que pudiera llamar mía, la luz de sentir que mi patria era todo el planeta; en la sombra de haber padecido la soledad, la cálida luz de la amistad; en la sombra de la muerte, el aprecio constante y creciente por la vida . . .
Ya hace mucho que no creo en los dioses que son predicados y representados por mortales. Tiempo ha que escucho indiferente el murmullo de las plegarias vacías que llenan los templos. Una diminuta chispa de luz me hizo comprender un día que hay tantos dioses como seres humanos, y que ninguno es mejor o peor que otro, mientras su existencia no siembre dolor.
Mis dioses, que nunca exigen adoración, aunque siempre solicitan compañía, son de este mundo, son los hijos de esa especie contradictoria, que con ímpetu adolescente, es incapaz de cuidar el espacio que habita, de ser responsable de sus actos, de sospechar siquiera el lugar donde se encuentra dentro su caótica juventud evolutiva . . .
Esa especie que, impregnada por igual de luz y de sombra, es capaz de los más creativos y destructivos actos, pero tan entrañable en su alocada inocencia, en sus utópicos ideales que siempre consigue alcanzar, en su desordenado crecimiento.
Pasó el tiempo, y ya en el invierno, aquella chispa primigenia se transformó poco a poco en la llama de una vela, diminuta, pero suficiente para ver que no existía en lo humano ni un ápice de maldad o bondad, tan sólo miedo, amor, fantasía y necesidad.
Tras medio siglo con los ojos abiertos, sigo preguntándome:
¿Qué es la luz? Y no me inquieta la pregunta, tan sólo me sorprende ese empeño nuestro en intentar atrapar cuanto desconocemos, rindiendo homenaje, sin saberlo, a lo más humano de nuestra naturaleza humana: la curiosidad.
Todos atrapados por la duda de si habrá primavera tras el último invierno, si todo esto tiene sentido, o es sólo un absurdo cuento con mucho cuento, por la duda de si todo no se quedará, al final, en apenas cien años de soledad.
Porque aquí estamos todos, incluso quienes no lo sospechan, reunidos bajo el anhelo común de atrapar la luz, bajo el estigma de la sombra de nuestros miedos, todos tan diminutos como todopoderosos, tan frágiles como eternos, y apenas consolados por el calor fraterno de cuanto compartimos.
Nekovidal - nekovidal@arteslibres.net
EL TEMA QUE NO PODEMOS RECORDA
R
¿Quién recuerda el título de aquel libro que trataba de la vida en un pueblo entre las montañas y el mar, donde por alguna misteriosa razón no podía germinar el miedo?
Se contaba en el libro que, al no existir el miedo, no había codicia por miedo a la pobreza, ni agresividad por miedo a la debilidad, ni personas celosas por miedo a no ser queridas, ni racismo o xenofobia, que nacían del miedo a las diferencias, por miedo a ser diferente, por miedo a no ser suficiente ante lo diferente . . .
Se narraba también que nadie tenía miedo a la libertad, uno de los más comunes, porque desde niños les habían enseñado a gobernarse a si mismos, a perder el miedo a dirigir su propia vida.
Tampoco tenían miedo a mostrarse como eran, porque ya no tenían miedo a ser inferiores, porque la ausencia de miedo les enseñó que palabras como “inferior” o “superior” nacen de la misma esencia del miedo.
Se llegaba a decir, ya al final del libro, que las personas que allí vivían no temían a ninguna idea nueva, porque habían perdido el miedo a soñar, y que hasta perdieron el miedo al miedo, porque ya no temían ser mortales, al haber aprendido, ya libres de todo miedo, a aceptar lo inevitable con tanta fuerza y voluntad como utilizaban para prevenir y transformar lo evitable.
¿Nadie recuerda el título de ese libro?
Me temo que ese es el tema y título que más a menudo olvidamos, aunque lo llevemos siempre con nosotros, tal vez porque tenemos miedo a recordar.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
FICCIONE
S
Un grupo de niños empieza una batalla de bolas de nieve aprovechando las primeras nevadas invernales de Alemania. Al rato se le unen unos adultos, familiares y vecinos de los niños, y poco después hay montada tal pelea y tumulto, que tienen que acudir al lugar varios coches de policía a poner orden y llevarse a unos cuantos detenidos.
Un noruego, jefe de una empresa, exige a sus empleadas que luzcan un brazalete rojo cuando tengan la regla. El tipo ha roto todas las reglas del modelo social noruego.
Un hombre se traga un altavoz para promocionar su tienda de música. El original sistema publicitario resultó, desde luego, muy sonado.
Otro pide que le entierren con su teléfono móvil y que le llamen después de muerto, por si acaso. Esta moda comienza a ser un problema por el reciclaje de las baterias. La estupidez humana, sin embargo, parece ser, biodegradable.
Una gallega se proclama propietaria del sol ante notario. Como buena gallega, no hay quien la apee de la burra. Mientras, el sol, que ella dice que es suyo, sigue a lo suyo.
Joseph Guiso, un joven australiano, se ha casado con su perra Honey. Todo en la historia es un tanto desconcertante, especialmente las declaraciones del novio, ya marido, tras la boda: "La amo de verdad y por eso no tendré relaciones con Honey". Así fue como me enteré de que me he pasado media vida perdido en vulgares amores humanos . . . y sin amar de verdad.
La prensa británica le ha bautizado como "el peor equipo de fútbol del mundo". Se llama Madron F.C., juega en una modesta liga inglesa y encajó en un partido 55 tantos. La cosa va mejorando, porque en los dos últimos partidos, sumados, sólo les marcaron 49 goles.
Por último, un estudio, hecho por una profesora alemana, asegura que ver tetas durante diez minutos puede hacer que los hombres mayores de cuarenta años vivan cinco años más. Yo pensaba que era un estudio hecho por adolescentes, pero no, es una respetable y presumiblemente bien dotada profesora alemana. Desde ahora sí que se puede decir eso de que: “No es vicio, es ejercicio”. Por resumir, según ella, si ven tetas de infarto, tienen menos infartos. Sigo buscando donde incluir tan saludables diez minutos en mi agenda . . .
Estas y mil cosas más han sucedido en el mundo durante la última semana. Lo de que “la realidad supera a la ficción” ya hace tiempo que está superado.
Guerras de “pacificación”, pacifistas a golpes con la policía, censores que censuran al tiempo que critican a otros censores, gobiernos que gobiernan pero no deciden, productos etiquetados de ecológicos que sólo tienen de tales la etiqueta, dedos que señalan determinados lugares donde se violan los derechos humanos, pero sólo algunos, mientras se ignoran o justifican otros mucho peores, regateos para ver quien pone un parche ecológico en un planeta que se hunde, etc. etc.
Y hay más, mucho más: Personas que se tienen por muy racionales y equilibradas, capaces de engañar a sus vecinos por unos euros, pero que admiten con sumisión que les roben miles sin decir nada, que se indignan infantilmente si nieva demasiado y el gobierno no ha tomado las medidas suficientes, prohibir más nevadas, por ejemplo, pero que acatan indiferentes leyes que recortan drásticamente sus derechos civiles.
Madres que le dicen a gritos a su hijos mientras les golpean: “Te he dicho mil veces que no se grita, y que no le pegues a tu hermano”.
Curas que susurran, melodiosa y sospechosamente: “Como decía Nuestro Señor: Dejad que los niños se acerquen a mi . . .”
Deportistas y actores que ganan más dinero en un día más que una familia a lo largo de toda su vida en el Tercer Mundo.
Sumos sacerdotes en carísimos viajes de negocios, mientras invitan al mundo a combatir la pobreza.
Dictadores escupiendo la palabra “libertad” en cada frase, etc.
Y si falta alguien en tan grotesca obra, para completar la parodia siempre encontraremos como voluntarios a políticos, banqueros, sacerdotes, y demás enfermos sociales, esos que siempre dicen hacer cuanto hacen por vocación.
Personalmente, el modelo de individuo que me parece más de esta época, y fiel reflejo de la misma, creo que es el votante de políticos corruptos, ese paladín de la sinceridad ciudadana, que reconoce con su gesto, sin el menor reparo: “En su lugar, yo haría lo mismo . . .” Dará mucho trabajo a historiadores y sociólogos del futuro.
Pero si no le parece suficiente, eche un vistazo a su alrededor, o a su misma vida cotidiana, y si aún le queda capacidad de asombro, observe con atención cuanto dice ser y cuanto es en realidad cada persona, cuanto dice que hará y cuanto hace, que ideas dice respetar y cuales lleva luego a la práctica. Pero obsérvelo a distancia, y tenga mucho cuidado de no emitir un juicio o una crítica, no le traerá nada bueno: ya todos habrán analizado y medido la paja que usted lleva en el ojo, y le puede ocurrir que se encuentre bajo una lluvia de vigas.
Pero no se agote observando ni analizando, porque posiblemente no le servirá de mucho, usted también participa de esa locura colectiva, y se autoengaña a cada momento, y cuanto menos crea que lo hace, más evidente resulta que está en ello.
Por cierto, ¿cuántas personas ha encontrado a lo largo de su vida que se reconozcan víctima del autoengaño o los prejuicios? Sí, le sobrarán los dedos de una mano . . .
Y después de este breve vistazo al florido campo de nuestra demencia colectiva, me atrevería a preguntar: ¿A qué nos referimos cuando decimos “ficciones?
¿Es que existe algo más . . . ?
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
LA ADIVINANZA INDESCIFRABL
E
Te demuestran científicamente que cada decisión que tomas es, en realidad, una acción previa a tu voluntad, una acción que tu cerebro, la materia,toma por si mismo unos milisegundos antes de que tú decidas hacer o decir algo, y que esa decisión es consecuencia de todos y cada uno de los actos previos de tu existencia, y obviamente de todas las vidas anteriores que han dado lugar al inicio de la tuya.
Por otra parte, te demuestran, también científicamente, y mediante varios y diferentes experimentos, que tu mente puede alterar la materia, y que tiene un potencial enorme y asombroso para hacerlo.
Luego, ¿existe o no existe el libre albedrío y, por tanto, la libertad?
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
CUANDO DIOS ERA MUJER
…
Cuando dios, cualquiera de ellos, era mujer, el mundo era cálido y acogedor, las
guerras se resolvían evitándolas y los conflictos casi nunca llegaban a guerras.
Pero el mundo, que permaneció así durante milenios, no parecía, según decían los
hombres, evolucionar, prisionero de la naturaleza, al tiempo que cautivo de una
armonía incómoda para quienes no sabían reconocerla y crecer bajo ella.
Mientras dios era mujer, el hombre se sintió esclavo de su frustración por no
poder ser semillero de vida y sus miedos apenas le permitieron ver su papel de
indispensable semilla.
Y dios se hizo hombre, pero no bajó a la tierra, pues ya la habitaba.
Cuando dios se hizo hombre, como todo esclavo, guardaba el rencor de siglos, y
como todo esclavo que rompe sus cadenas, volcó sobre su amo todo su odio y
desprecio: hizo de la mujer un objeto, evitando la responsabilidad de mirarla
como a un igual, transformó sus miedos imaginarios en cadenas reales, que la
mujer habría de arrastrar sin derecho a réplica y, en ocasiones, sin derecho a
súplica siquiera.
Cuando dios se hizo hombre, pareció que el ser humano evolucionaba: nacieron los
estados, las ciudades y el comercio y con ellos las guerras, el orgullo sin
dignidad y una demencial idea de honor que se lavaba con sangre. A tal extremo
llegó la locura cuando dios se hizo hombre, que muchas mujeres se hicieron
cómplices de ella, enseñando desde la cuna a sus hijos a perpetuar su arrogancia
y sus miedos y a sus hijas a doblegarse ante el macho miedoso.
Y el mundo enfermó . . .
Un día, alguien pensó que tal vez dios, cualquiera de ellos, no debía ser hombre
ni mujer o que, mejor aún, podía ser ambos sin que hubiera en ello contradicción
alguna.
No hace mucho, al principio de los tiempos del final de la esclavitud de la
mujer, algunas dijeron ¡basta!, otras muchas les siguieron y hasta algunos
hombres comprendieron el mensaje. Se empezó a oír y sentir la palabra igualdad.
De entre esas mujeres, algunas hicieron uso de la grandeza de su naturaleza
femenina e invitaron a todos a vivir esa armoniosa equidad, a creer y crear un
nuevo dios que no fuera hombre o mujer, sino simplemente humano. Otras, heridas
por los golpes recibidos, transformaron en odio su dolor, como antes hiciera el
hombre, y reclamaron el derecho a la venganza, cayendo en el mismo error,
repitiendo las mismas injusticias que habían padecido.
Pasó el tiempo, y mientras en algunas partes los más elementales derechos eran
reivindicados con más de un siglo de retraso, en otros, los bien alimentados
pero emocionalmente famélicos jóvenes primermundistas, olvidaban el esfuerzo de
sus abuelas y renunciaban a buena parte de lo justamente conquistado.
Nadie parece encontrar su lugar en el mundo: ni las chicas, aceptando un
neomachismo simplón, ignorante y peligroso, ni los chicos, tan desorientados
como cobardes ante la nueva situación.
El camino en pos de una legítima igualdad que nunca debió ser cuestionada va
dejando una senda de sangre y dolor, en la que sólo puede consolar a quienes ven
caer a sus seres queridos el saber que su muerte no lo fue en una estéril guerra
de codicia tan sólo, sino que ha contribuido, con una heroicidad que a nadie
podemos pedir ni desear, a dar un paso más en pro de un futuro mejor.
El tiempo, eterno maestro que cura heridas tanto como deja cicatrices,
conseguirá algún día equilibrar al fin la extraña dicotomía de nuestra especie,
que parece ser capaz de estudiar, cuestionar y aprender todo, menos su propia y
contradictoria naturaleza interior.
Nacerá así el último dios, el que no se planteará siquiera si es hombre o mujer,
el primer dios que sea, ante todo, humano. Un último dios que será el primero
que sepa realmente amar, ese bajo cuya luz esperemos que vivan algún día
nuestros descendientes.
nekovidal@arteslibres.net
A ESO DE VOLVER A . .
.
A eso de volver a confiar en el ser humano a pesar de todo, de volver a creer que su terquedad puede ser constructiva, aún viéndole día tras día mentirse a si mismo y al mundo. A eso de volver a cargar con la decepción de un nuevo encuentro, de soportar que el ladrón te llame, mientras te roba, ladrón, y el asesino, mientras te mata, asesino, y aún así, no odiar.
A eso no lo llames estupidez o ingenuidad, llámalo aprendizaje.
A eso de cambiar de camino, tras cada caída, para aprender, de renunciar al sueño de las patrias, y así aligerar equipaje, a eso de fracasar, sin ira ni complejos, y tener el coraje de verlo, de aprender cada lección y disfrutar del placer de aprender, A eso de llegar a la total indiferencia ante el dolor propio, y a la empatía, sin límite ni intereses ocultos, ante el ajeno,
A eso no lo llames aprendizaje, llámalo experiencia.
A eso de volver a reunir, una vez más, fuerzas de la nada, de caer una y otra vez, y volver una y otra vez a levantarse, a eso de renunciar, una a una, a las ideas, hasta el vacío, a eso de escuchar a todos, pero no creerte ni a ti mismo, a eso de reconocer en ti la grandeza y la miseria humanas, a eso de intentar mantener algo de cordura en esta locura,
A eso no lo llames experiencia, llámalo sabiduría.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
¿TE PUEDO HACER UNA PREGUNTA
?
¿Te puedo hacer una pregunta?
Cuando estás tan absolutamente seguro o segura de algo, de tal forma que no permites un resquicio de duda, ni un mínimo hueco para la incómoda incertidumbre, ¿qué idea, canon o modelo, tomas como referencia para tu certeza, cuál que no se base en otra certeza previa?
¿Te puedo hacer una pregunta?
Si has visto a lo largo de tu vida cientos de ejemplos que te demuestran que los sentidos a través de los cuales percibes la realidad pueden proporcionarte una información errónea, incluso dentro de los parámetros del acuerdo común al que llamamos realidad, ¿cómo puedes saber si todo lo demás que percibes es menos erróneo?
¿Te puedo hacer una pregunta?
¿Crees que la renuncia a toda pregunta es una forma de respuesta?
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
SIGO COLAPSAD
A
¿Por qué no comienzas por permitir que un hilo de duda invada tu mente? Añade un “tal vez” a cada acto emocional, en el resto es menos peligroso caer en certezas. Tendrás así alguna posibilidad de observarlo con un mínimo de distancia y objetividad.
¿Por que no pruebas, como ejercicio de aprendizaje, a colocar en paralelo las experiencias similares?
Tal y como un dictador necesita la sumisión de cuantos le rodean para compensar su complejo de inferioridad, cualquiera puede acabar buscando el reconocimiento externo por no estar seguro de su propia valía.
Nadie vale más que nadie, sólo cambia la capacidad individual, única e irrepetible de percepción, sufrimiento, creación o destrucción, y la capacidad de aprendizaje y transformación. El cambio, en sí, es inevitable y forma parte de la naturaleza misma de este universo.
¿Por qué no te das una oportunidad a ti misma y empiezas a relajar tu mente para acostumbrarla al ritmo de la vida? Nunca es tarde para empezar a vivir . . .
Es que . . . sigo colapsada . . .
Bien, reconocer los propios límites es el primer paso para superarlos.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
UN DÍA MÁ
S
Un giro más, un guiño más de nuestra estrella, y la absurda ilusión de que los ciclos siempre esperarán por nosotros.
La necesidad de dejar para mañana cuanto hemos decidido que no podemos hacer hoy.
La inefable creencia en que todo, tal vez, tenga algún sentido.
La espera sin pausa, la pausa sin sentido, a la espera de la pausa eterna.
El aprendizaje de la espera.
El error de la espera.
Un día más.
Nekovidal 2010 –nekovidal@arteslibres.net
¿QUÉ DEBEMOS
?
Vivir y dejar vivir, y no hacer a ningún ser vivo cuanto no nos gustaria que nos hicieran.
Eso tan sólo, nada más, y me sobran los dedos de una sola mano para contar las personas que he conocido, a lo largo de mi vida, capaces de vivir consecuentemente esas dos simples premisas.
A todos nos queda la disculpa de que nadie nos ha enseñado, pero la vida de los pocos que lo han conseguido nos señala, con su incómodo ejemplo acusador. Precisamente ellos, que ya han aprendido a no caer en la trampa de la acusación . . .
Vivir y dejar vivir . . . demasiado para seres minúsculos con egos enormes, que todo lo crean y destruyen en razón de abstractas alucinaciones, que transitan un soplo de tiempo, convencidos de que es el universo el que gira en torno suyo y no ellos los prisioneros de mil elipsis materiales y temporales.
Siempre habrá, como no, un culpable oportuno, alguien a quien linchar o reprocharle, incluso, que hiciera por nosotros, o por nuestros derechos, cuanto nunca tuvimos ni el valor, ni la dignidad de hacer.
Siempre habrá alguien diferente que se niegue a bailar nuestra música, y a quien condenaremos por su insolente indiferencia. El tiempo se encargará de que nuestros nietos levanten estatuas en su honor.
Lo debemos todo, pero nos paseamos como arrogantes acreedores de la vida.
De ahí a crear e imponer dioses, ideas y hasta gustos, sólo queda un diminuto y patético paso hacia ninguna parte.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
LA ANFITRION
A
Nos recibe en su casa, su reino en realidad, sin importar lo ruidosos que
solemos ser al llegar, intentando orientarnos en el desconcierto inicial.
Nos alimenta, protege y sustenta, ofreciéndonos todo cuanto tiene en su pequeño pero colorido hogar.
Nos enseña, sin pretenderlo incluso, mil cosas, guiando nuestra imaginación y nuestra mente por caminos que ni sospechábamos que existieran.
No puede, y sabe que no debe, sobreprotegernos ni agobiarnos, sólo acude ocasionalmente en nuestro auxilio, cuando surge algún problema, o cuando nos ve cabizbajos o tristes, para recordarnos, como una buena amiga que es: “Esto que ahora sientes como doloroso o insuperable, también pasará . . .”
Y en el momento determinado, con suerte, el momento oportuno, nos despide, esperando que hayamos disfrutado de la fiesta, del tiempo compartido con el resto de invitados, entrañables amigos, o tristes y fugaces enemigos.
Nos despide esperando que hayamos aprendido, crecido, y recargado nuestro ser con la energía vital, su energía, necesaria para continuar el inescrutable camino.
Es la gran anfitriona, la única y verdadera anfitriona, en realidad.
Es la Vida.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
ALGO PARA RECORDAR Y ALGO PARA OLVIDA
R
Podemos alimentar esa ilusión como tantas otras, con la misma fe e ingenuidad. Podemos convencernos de que elegimos y seleccionamos libremente qué recordar y qué olvidar, pero no será más que un reflejo más de nuestra mente en el espejo de sus abstractas necesidades.
Todos hemos comprobado como, en determinadas situaciones, por mucho que nos esforcemos, no conseguimos recordar un dato, un nombre, una persona o una situación, pero aún así, nos convencemos a nosotros mismos de que la memoria está bajo nuestro control.
También hemos comprobado repetidamente que, por mucho que lo intentemos, nos cuesta olvidar personas y situaciones vividas, casi siempre las más placenteras y dolorosas, y aún así, mantenemos nuestra fe en el olvido, como si fuera un bálsamo a nuestro alcance.
Aprender a discernir qué recordar y qué olvidar, en su justa medida, la que nos permita aprender de cada experiencia, sin sufrir más que lo imprescindible para el aprendizaje, se presenta, teóricamente, como la clave de la sabiduría, pero me temo que nada decidimos sobre recuerdo y olvido, nada nos hará recordar las más dolorosas experiencias que nuestra mente, para sobrevivir, mantiene lejos de nuestro alcance, y nada nos hará olvidar otras, a las que, por alguna razón, hemos alimentado a través del recuerdo continuo, para que nos acompañen en nuestro deambular o para que nos hagan caer en el espiral de una enfermiza obsesión.
Somos, al mismo tiempo, causa y efecto, tanto de la memoria como del olvido, y esa paradoja nos aterroriza, paraliza y aprisiona.
Personalmente, lo único que intento ya recordar, es la enorme capacidad de autoengaño que nos asiste, para intentar sobrevivir a miedos y frustraciones, y la imposibilidad de recordar y olvidar según nuestra voluntad y supuesto libre albedrío.
Y aún así sé que en ese intento caeré en la no sé si imprescindible, pero por lo visto, tan absurda como necesaria, necesidad de creer que algo controlamos de nuestra existencia.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
DIME DE QUE PRESUMES Y TE DIRÉ DE QUÉ CARECES
Todos lo hacemos alguna vez en la vida, es uno de esos mecanismos mentales de compensación o huída de cualquier miedo o complejo no superado pero, en algunas personas o grupos, pasa a ser una obsesión.
Nadie pronuncia más veces la palabra libertad que los políticos de todos los pelajes y colores, los mismos que la desvirtúan y prostituyen cada día, los mismos que la vacían constantemente de su tan abstracto como enriquecedor contenido.
A nadie oiremos pronunciar más a menudo la palabra amor que a un integrista cristiano, posiblemente el mismo que, en una tan insana como extraña metamorfosis de ideas, acaba centrándose en un amor a los niños que no es tal, a los mismos niños que se niegan a traer al mundo, cuidar y criar, al tiempo que pretenden sentar cátedra ante sus padres sobre como deben hacerlo.
Es en todas las caras de ese poliedro amplísimo al que llamamos amor donde encontramos los más claros ejemplos de jactarse de cuanto se carece.
Si una madre sigue esa senda, de moda en el Primer Mundo desde hace un par de décadas, de repetir constantemente a sus hijos cuanto les quiere, cuidado, posiblemente ha caído en una costumbre estéril o, peor aún, necesita repetir aquello de lo que no está tan segura.
Como en tantas cosas en la vida, existe siempre un sano y deseable equilibrio entre el uso y el abuso.
Y si es tu pareja quien constantmente repite que te quiere, no olvidemos aquella frase tan oportuna para cualquier novela amorosa: “ Me repitió tantas veces que me amaba, que empecé a sospechar que realmente no sabía de que estaba hablando.”
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net