CELOS

Roberto, sospechando lo peor, comenzó a ser víctima de unos celos virulentos que le hacían acercarse al personaje shakesperiano de Otelo a pasos agigantados. Barruntaba que algo tenía que haber, para desecharlo luego de su mente, pero sólo de forma provisional, pues las más oscuras sospechas volvían recurrentemente a romper el frágil equilibrio de sus desquiciadas emociones.

Otra nueva y extraña ausencia, pocos días después, ahondó aún más en su herida, y sus sospechas pasaron a ser certezas. Laura, mientras tanto, parecía cada día más radiante, esplendor sublime que él identificaba como resultado de largas horas de sexo frenético, el mejor tratamiento de belleza, según se decía.

Transcurrían los días, aumentaba la belleza de ella y la expresión de locura en el rostro de él, mientras ambos, haciendo uso de la exquisita educación recibida en los más caros colegios religiosos, fingian hipócritamente una calculada indiferencia ante la evidente metamorfosis del otro.

En tan sólo dos semanas la situación se hizo insoportable dentro de la desquiciada mente celosa de Roberto, que comenzó a sopesar la posibilidad de terminar con su dolor definitivamente, no sin antes castigar como se merecía a la arisca pecadora.

Visitó a su anciana e idolatrada madre, de la que se despidió con lágrimas en los ojos y, aprovechando un descuido de ella, se hizo con la pistola que había sido de su difunto padre, capitán del ejército.

Decidió que lo haría tres días después, el día de su cumpleaños, que posiblemente sería, como en las últimas ocasiones, una monótona cena formal para dos.

Llegado el día, se bajó de su automóvil y, dirigiéndose hacia su casa, vio aparcado el deportivo de Luis, de quien sospechaba desde hacía años que pretendía de su esposa algo más que una inocente amistad. Su ira, centrada en el frío metálico de su bolsillo, le impidió ver varios vehículos, también familiares para él, aparcados a lo largo de la calle. “Les sorprenderé in fraganti, así todo será más rápido, nos ahorraremos explicaciones y falsas historias, y de paso me daré el gusto de pegarle un par de tiros al Luis, que le tengo ganas hace tiempo ... me gustaría ver los periódicos de mañana: un crimen de honor, mi padre estaría orgulloso...” Entró sigilosamente en su casa, que encontró completamente a oscuras, lo que reafirmó sus sospechas, para recibir, de repente, un fogonazo de luz en la cara: “¡Feliz cumpleaños!” gritó al unísono un coro de voces.

Perdona, cariño, se disculpó Laura, he estado algo distante estos últimos días, ocupada en prepararte esta sorpresa. Feliz cumpleaños, ya sabes que te quiero como el primer día, y hasta moriría por ti . . .”

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