SE EQUIVOCÓ LA PALOMA
Los dos bloques llevaban tres años y medio de guerra infernal. No quedaban ya soldados mayores de veinte años, ya pronto sería una guerra de niños. Hasta las bestias miraban asombradas la inexplicable bestialidad de los hombres. Los medios de comunicación del frente eran ya sólo palomas mensajeras, pues las bombas magnéticas habían inutilizado los que se creía avanzados sistemas informáticos, y hasta la electricidad llegó a ser un lujo. Era, como siempre, una cuestión de codicia y orgullo entre líderes insensibles y desquiciados lo que hacía imposible detener la carnicería: ambos habían jurado por su honor que nunca darían el primer paso para solicitar la paz o detener el conflicto, del que esperaban salir victoriosos. Daniel, a sus ocho años, era plenamente consciente de la situación: pronto su único hermano mayor vivo, de apenas quince años, sería llamado a filas como antes lo habían sido sus otros dos hermanos mayores, ya enterrados en alguna fosa común del frente. Daniel había criado y domesticado dos palomas, a las que más de una vez tuvo que evitar con ruegos que no terminaran en la paupérrima olla familiar. Haciendo uso de su natural habilidad para la copia, que tan buenos resultados le había dado en las pocas clases de dibujo a las que pudo asistir, escribió dos mensajes idénticos: “DEN ORDEN DE ALTO EL FUEGO INMEDIATO, NOSOTROS YA LA HEMOS DADO”.
Las dos palomas sobrevolaron los campos calcinados y en apenas ocho horas se detuvo el ya cotidiano traqueteo de la artillería y pronto comenzaron las celebraciones en las ciudades cubiertas de escombros.
Los líderes transmitieron idéntico mensaje:”Hemos vencido, ellos han claudicado y rogado la paz”.
Aún pasaron tres días hasta que se descubrió el engaño: ninguno de los mandos militares había enviado el mensaje, era una falsificación, posiblemente de los servicios secretos del enemigo, decían. Los jefes militares de ambos bandos intentaron volver a la contienda, pero, tanto en la población civil como en los agotados soldados, la euforia de los últimos días se transformó en inmensa indignación y las órdenes, incluso bajo la estricta disciplina militar, fueron masivamente desoídas. Era imposible volver al combate, a la guerra, al odio: ya todos habían recordado el casi olvidado sabor de la paz y sabían que no habían sido las palomas quienes se habían equivocado.
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