LA
FOBIA
Daniel sabía que debía decírselo y que seguir dando largas al asunto sólo serviría para empeorar todo, sólo faltaban dos días para la boda. “Debo confesarte algo antes de la boda, pero no sé si seré capaz ...” dijo mirando fugazmente a Cristina. Ella, sonriente y segura de conocerle, preguntó con una sonrisa: “¿No me irás a confesar que eres gay?”. “No, que va, es otra cosa. . .”. “Déjalo, si te es incómodo, ya me lo dirás cuando te apetezca. Hemos vivido juntos tres años, creo que nos conocemos lo suficiente y nada que podamos descubrir el uno del otro cambiaría nuestra idea de casarnos, ¿o sí?” “No, no tengo ninguna duda sobre eso. De acuerdo, te lo diré, de alguna forma, pasado mañana durante la boda. No te preocupes, en realidad es sólo un detalle, pero. . .” Los dos días anteriores a la boda parecieron eternos para ambos, pero los mil preparativos no impedían que ocasionalmente la preocupante idea cruzara la mente de Daniel. Tenía que decírselo de alguna manera y tenía que hacerlo antes de llegar a la iglesia, pensó. Llegó el considerado gran día y todo parecía transcurrir dentro de la prefabricada armonía de las bodas urbanas: la llegada de los novios, los padrinos, los invitados, . . . Daniel había contado y ensayado meticulosamente los pasos que tenía que dar desde la entrada del templo hasta el altar y lo había hecho durante semanas, de tal forma que pudo llegar hasta el punto indicado sin apenas tropiezos. Pero una vez que estuvo ante Cristina, ésta comenzó a increparle en voz baja: “Pero ¿qué haces?, abre los ojos.” "No puedo", replicó Daniel, "no puedo". Tras insistir varias veces, ella optó, como última solución, por darle un pisotón, que consiguió que él inevitablemente abriera los ojos al tiempo que corría despavorido en dirección a la salida gritando: “Las cruces, las cruces. . .”
El pobre Daniel, estaurofóbico desde la infancia, creía tener controlada su fobia, su miedo irracional, en su caso, miedo a los crucifijos, pero descubrió, aunque tarde, que no era así.
Sólo hay un tipo de miedo
más peligroso que aquellos que ya creemos controlar sin que sea así: los que
forman parte de nuestra vida sin que sospechemos siquiera que nos acompañan.
Nekovidal - 2009 nekovidal@arteslibres.net