HIPOCRÁS
El joven Hipocrás pensaba demasiado, ya lo había dicho su abuelo años atrás.
“ . . . Si los dioses del Olimpo nos crearon a nosotros los mortales, ¿quién creó a los dioses del Olimpo? ... ¿Y quién creó a los creadores de los dioses del Olimpo? ¿Existe algún ser que no cree a lo largo de su existencia? ...”
“ . . . Tal vez los dioses y los mortales estén hechos de la misma materia, más perecedera en unos que en otros, pero idéntica en su esencia. Tal vez todo ser posee un ánima cíclica, tal vez incluso toda materia ... ¿Tiene ánima un grano de arena?”
El padre de Hipocrás, agobiado ante el peso de tanta pregunta, algunas incómodas, descubrió para su hijo la vocación de pastor, a fin de apartarle en lo posible de la compañía de otros elementos extraños como él que pululaban por la polis.
Siete años después, necesitando comparar y compartir sus ideas con las de sus semejantes, Hipocrás solicitó el permiso paterno para volver a Atenas, pero le fue denegado: “No, no hace mucho le hicieron beber la cicuta a un viejo loco que preguntaba la mitad que tú. Sigue en el monte y conservarás la vida.”
Hipocrás se resignó y comenzó a escribir sus muchas preguntas y sus algunas respuestas en unas tablillas de barro que luego cocía con la abundante leña de los bosques y vitrificaba con arena del río. “Algún día caerán en manos de otro tejedor de preguntas como el viejo Sócrates, se decía, y ese pensamiento le consolaba en su soledad.
Llegó a reunir, a lo largo de treinta y siete años, mil quinietas veintiocho tablillas que su sobrino, dos semanas después de su muerte, vendió para ser trituradas y formar parte de los cimientos de uno de los tantos templos en honor de Apolo.
Uno de los esclavos que acarreó las tablillas enterró una docena con la idea de volver a buscarlas y engrosar, con su venta, sus ahorros destinados a comprar su libertad, pero nunca regresó, pues murió poco después de neumonía.
Las tablillas aparecieron a mediados del siglo XIX en un bazar de Estambul y meses después fueron nuevamente enterradas en los sótanos del Museo Británico.
Hipocrás no fue considerado un sabio hasta mediados del siglo XXV cuando, con casi todas las respuestas ante sí, el ser humano necesitó más que nunca deleitarse con el sabor de una pregunta.
Nekovidal 2009 –
nekovidal@arteslibres.net