EL MARCA-PÁGINAS
Nunca había creído en ningún tipo de magia. Casualmente encontró aquel extraño marca-páginas dentro de uno de los tantos libros que compraba cada domingo en el Rastro madrileño.
“Cuidado con lo que compras, tío”, le dijo con una sonrisa enigmática un joven yonqui que acompañaba al anciano vendedor de libros.
“Y tú cuidado con lo que tomas, que se te va a caer la última neurona”, le respondió un tanto molesto.
“Este libro tiene un marca-páginas mágico que le hará vivir las sensaciones de las páginas en que lo coloque”, le dijo el anciano.
“Ya, y supongo que por eso el libro será mucho más caro. . .”contestó con ironía.
“No, el libro cuesta lo mismo que todos los demás, dos euros, el marca-páginas es gratis y llevárselo es elección y responsabilidad suya”.
“Me lo quedo, y sobre el marca-páginas, perdone, pero sólo creo lo que veo.”
Un tanto desconcertado pagó el libro, dejó el marca-páginas dentro y se alejó hojeándolo.
“Cuidado con la última página, tío”, le gritó el yonqui.
“Vete a la mierda, colgado”, murmuró entre dientes.
“¿La última página?, pues justo ahí es donde va a ir el jodido marca páginas, listillo”, pensó, y procedió a colocarlo en el sitio elegido.
No había caminado ni diez metros cuando se desplomó. Como en cada acontecimiento dominical del Rastro, cada cual representó su papel:
“Una ambulancia, llamen a una ambulancia”, gritaba histéricamente una señora de mediana edad.
“Yo no tengo saldo, que llame otro, contestó un adolescente que, a su lado, observaba con cierto morbo el cuerpo recién caído”.
“¿Estará muerto?, preguntaba fascinada la joven que parecía ser su novia.
“Aparten, que soy médico”, decía el Lucas, otro yonqui treintañero del que todos conocían su oficio de carterista. Mientras los tenderos habituales sonreían, el Lucas descargó, con gran disimulo, al hombre del peso de su cartera, al tiempo que afirmaba: “Voy a llamar a una ambulancia”, y se perdía entre la multitud.
Mucho antes que la ambulancia llegó una patrulla de la policía municipal madrileña, conocida mundialmente por sus educados modales.
“A ver, ¿se apartan o tenemos que decirlo de otra manera?”, fue el primer y último aviso antes de sacar las porras y empezar a dar golpecitos en las rodillas de los curiosos.
Al final llegó la ambulancia, que no pudo sino transportar un cadáver.
Uno de los policías recogió los pocos objetos personales que llevaba el ya difunto, el libro entre ellos, y, abriéndolo por donde se encontraba el marca-páginas vió que allí sólo estaba escrita una palabra: FIN.
“Bueno, al menos le dio tiempo de acabar el libro. . .” susurró el policía.
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