UNA
MIRADA AL MAR
“Éramos
yo y el mar. Y el mar estaba solo y solo yo.
Uno de los dos faltaba”. (Antonio Porchia)
Toda su vida había sido una constante y melancólica mirada al mar: esperando a su padre pescador cuando era niña, la ilusión del retorno de la seguridad y la consiguiente sensación de inseguridad tras la partida, una infancia entre paréntsis . . .
Años después esperaría a sus hermanos, que, apartados de los juegos infantiles
por la tiranía de la la pobreza, habrían de pasar a los juegos de hombres, esos
en los que la muerte no tiene vuelta atrás. Uno nunca regresó, y en el fondo del
mar, junto a él, reposarían para siempre las risas de toda la familia.
También a su pequeño gran amor, el único, en realidad, lo esperó mirando al mar,
cuando decidió emigrar al otro lado del mundo soñando con un mundo mejor.
Dieciséis años después le escribió para decirle que no le esperara más, cuando a
ella ya sólo le quedaba tiempo para esperar.
Cada mañana de cada día miraba al mar con sus ojos cada vez más cansados y un alma callosa que ya no sabía que buscaba realmente con la mirada.
Un día pensó: “¿Me mirará también a mi el mar?, ¿Me estará esperando?” y emprendió el camino de reencuentro con su hermano y con tantas otras ilusiones ahogadas.
Los pescadores dijeron que había sido un golpe de mar, pero quienes la conocían
siempre sospecharon que había sido un golpe de memoria el que la había empujado
a echar una última mirada al mar.
Nekovidal - 2009 nekovidal@arteslibres.net