SANTOS NADA INOCENTES

Cuando llegó la noticia, todos se miraron con cara de incredulidad: ¿sería cierto? De ser así, sus vidas iban a cambiar como apenas podían alcanzar a imaginar.

Había que asumirlo: nada volvería a ser como antes: sus vidas cotidianas, sus pequeños y grandes intereses, sus inquietudes, pasarían, en unas horas tan sólo, a formar parte del pasado. Claudia fue la primera en hablar:

Sí, esta es la firma del jefe, estoy segura, y el texto no deja lugar a dudas: tras esa extraña letanía de arrepentimiento, dice querer devolvernos la plusvalía que obtuvo de nuestro trabajo desde que su padre fundó la empresa. Lo he calculado y los que llevamos más tiempo trabajando aquí recibiremos más de un millón de euros cada uno. Todo resultaba especialmente extraño al recordar el reajuste de plantilla hecho unos meses antes, a pesar de los buenos resultados económicos de la empresa. En ese instante entró el Sr. Golbert, con una extraña sonrisa en los labios, algo poco habitual en él, y dirigiéndose a los representantes sindicales de sus trescientos veinte empleados dijo:

Sé que ya han leído todos mi carta, ¿alguna pregunta?” “Sólo una”, respondió rápidamente Roberto:“¿Es cierto cuanto se dice en la carta?” Colbert guardó unos segundos de silencio, miró a quien había formulado la pregunta y, al tiempo que se marchaba, dijo en voz baja:

¡Qué curiosos son ustedes los obreros! La respuesta a su pregunta la encontrará, simplemente mirando la fecha de la carta. Y no olvide sonreir, caballero . . . Así lo hicieron, y comprobaron que la fecha era 28 de diciembre, dia de los Inocentes en España, mdonde es tradición hacer bromas.

Durante días Colbert fue el único ser sonriente por los pasillos de la empresa, y su sonrisa resultaba hiriente para cada uno de los empleados con los que se cruzaba. Hasta que, justo ocho dias después, el día de Reyes, parecieron invertirse los papeles, siendo la avinagrada cara de Golbert la única no sonriente entre decenas, que no podían evitar la risa mientras observaban, desde las ventanas, el afán con que los bomberos intentaban sofocar el incendio que devoraba el reluciente y recién estrenado Rolls Royce del Sr. Colbert . . .

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