OLORES Y PERFUMES
Cuenta la leyenda que en aquel reino, del que hoy sólo quedan restos de alguna muralla en otro tiempo inexpugnable, cierto rey, tras reunir en una colección todos los perfumes que los mortales habían creado, oyó hablar de una esencia destilada por los dioses, de la que se decía que era el verdadero olor de la sabiduría, el olor que concedía a quien lo captara la posibilidad de conocer todas las respuestas a todas las preguntas. Obsesionado con su nuevo propósito, redactó el rey un bando ofreciendo poder y fortuna a quien lo encontrara y llevara a su presencia.
Entre los tentados por la oferta se encontraba un joven y ambicioso monje, que se presentó ante su maestro a fin de solicitar su permiso y bendición para la empresa que se había propuesto iniciar.
El monje expuso las que decía eran las razones que le impulsaban a emprender el viaje: dinero para restaurar el viejo monasterio y alimentos para los peregrinos que cada día acudían a sus puertas. Nada dijo del reconocimiento y poder personal que esperaba conseguir.
El maestro, conocedor de la naturaleza humana, le dejó partir, sustituyendo su bendición por un consejo: “Cuidate de no acabar buscando cuanto ya tienes, exponiéndote a perderlo en el camino”.
El joven monje partió exultante, creyendo que las palabras del maestro eran un elogio hacia su persona.
Como todos los demás hombres que salieron en busca de la mágica esencia, el monje pasó mil penurias, tomó mil caminos errados y pensó en desistir en varias ocasiones.
Cierto día, tras una larga marcha, se encontraba descansando a la sombra de unos sauces, cuando se le acercó un anciano que, tendiéndole un pequeño recipiente, le dijo: “Sé lo que buscas. Es esto, tómalo.”
Asombrado, el monje abrió el frasco con la intención de oler inmediatamente la esencia que muy posiblemente transformarían en insignificantes todas las recompensas ofrecidas por el rey, pues poseyendo sabiduría tendría, entre otras muchas cosas, una enorme fortuna. Comprobó decepcionado que dentro del recipiente no había nada, y a nada olía su interior. Se sintió engañado, a pesar de haber sido un regalo, pero el suceso le dió base para crear una fábula que le sirviera de disculpa ante su maestro por abandonar una búsqueda que ya creía baldía.
Regresó a su monasterio y fingiéndo alegría al presentarse ante su mentor, le narró lo sucedido, pero omitiendo que ya había abierto el frasco.
“Abrámoslo, maestro, y seremos los hombres más sabios del mundo”, dijo, al tiempo que quitaba el tapón sin esperar la respuesta.
Aparentando sorpresa tendió a su maestro el pequeño frasco: “No hay nada ...” dijo.
“Luego has conseguido tu objetivo, ése es el verdadero olor de la sabiduría”, respondió el anciano.
El monje, sorprendido ante la respuesta, esperó boquiabierto la explicación del anciano:
“La esencia de la sabiduría ha de ser por todos admitida como tal, y sólo será posible si coincide con un concepto en que todos coincidan, y sólo en la nada coinciden las personas, que guardan en su naturaleza la paradoja de ser iguales pero irrepetibles, idénticas en su esencia pero únicas en sus vivencias. El olor de la sabiduría ha de ser un aroma que evite el juicio, pues habiendo juicio hay prejuicio, y ambos conducen al dolor”.
Y prosiguió: “Ha de saber, pero no ha de juzgar, ha de enseñar sin reprender, ha de amar sin condición, ha de estar en todo pero no ser nada, siendo así eterno . . . Por todo ello sólo en la ausencia de olor se puede encontrar el perfume perfecto, la esencia de la sabiduría . . .”
Y leyendo en la sorprendida mirada del alumno cuanto realmente había sucedido en su periplo, agregó:
“Pero hay otro olor que has traído de tus viajes y que permanece en tus actos, un olor tosco a ignorancia, una especie de extraña fe en el engaño, y ese olor nauseabundo no lo podrás tapar con ningún perfume de los que crean los hombres”.
“Desde hoy deberás buscar fuera de los muros de este monasterio y volver cuando sepas apreciar, si no el intangible olor de la sabiduría, al menos las esencias más dulces creadas por el ser humano: el respeto, la fraternidad, y el amor hacia toda forma de vida.”
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