EL PULPO
 

Unos les llamaban dioses, otros, más cautos, vecinos interestelares. Cuando llegaron, todos les esperaban con impaciencia y fundadas esperanzas. Habían advertido que venían en son de paz, y como prueba de ello, regalaron al planeta varios sistemas tecnológicos para revertir el efecto invernadero. Su segunda medida fue desactivar completamente todas las armas nucleares y prohibir las guerras, lo cual hizo sospechar a los más suspicaces. Su sistema, sumamente efectivo, era tan simple como sorprendente: todo el que albergaba ganas de quitar la vida a un semejante, moría con tanta rapidez como odio albergara en su interior. Para sorpresa general, no murieron todos los soldados, pero murieron muchos automovilistas estresados en aglomeraciones de tráfico a lo largo y ancho de todo el mundo. La siguiente medida fue controlar la natalidad de las especies que se comportaban como plagas: el ser humano fue, junto con algunos insectos, de las más afectadas. Tras distribuirse anticonceptivos por todo el planeta, mse respetaría toda vida, pero quien tuviera más de dos hijos, habría de entregar la suya a cambio de la del tercero. La solución del hambre y las muertes evitables fue mucho más rápido de lo esperado: sin vulnerar el para ellos absurdo sistema económico humano, extraían cantidades ingentes de dinero de las cámaras acorazadas de los paraisos fiscales, extracciones que, por razones obvias, no solían ser denunciadas, y cuando lo eran, la policia poco podía hacer: simplemente, habian desaparecido esas toneladas de billetes de curso legal, que en manos de una recién creada multinacional, se distribuyeron de forma efectiva por todo el mundo.

Al cabo de tan sólo cinco meses el clima se había estabilizado, parecía un milagro. Dieron entonces su octavo comunicado, en el que avisaban que iban a entrar en contacto directo con las especie consciente más desarrolladas del planeta para acordar juntos un tratado de continuidad ecológica que garantizara la vida y firmar acuerdos de amistad y cooperación mutua antes de abandonar el planeta. El encuentro sería, dijeron, en las zonas más habitadas por estas especies. En las grandes ciudades, masas enormes de seres humanos se amontonaron, el día señalado, en los mayores espacios abiertos: plazas, parques y avenidas, esperando el gran momento.

Pero no sucedió nada . . . Los noticiarios de la noche lo anunciaron: la fuerza aérea de varios paises habian identificado siete puntos de encuentro en los distintos océanos: en ellos el agua parecía hervir, habiéndose identificado varias especies de cetáceos, delfines y, bajo el agua, según fotografías conseguidas por un submarino ruso, una cantidad ingente de pulpos.

Al día siguiente se marcharon, sin haber tenido ningún contacto directo con los decepcionados humanos, dejando desactivadas las armas nucleares y siendo su empresa la más poderosa del mundo, imposible ya de hacer desaparecer sin provocar un caos económico. El mundo había cambiado completamente en apenas unos meses.

Su comunicado de despedida fue tan lacónico como sorprendente: “Alimentarse provocando la muerte o el dolor de otros seres vivos es primitivo y cruel, pero alimentarse comiendo especies conscientes superiores a la propia, es antinatural. Por favor, abandonen esas prácticas tan primitivas”. “Les hemos dejado las instrucciones para la supervivencia biológica del planeta a las especies más desarrolladas, cuando aprendan a comunicarse con ellas tendrán acceso a dicha información”.

Se dice que un pulpo “a feira” devorado en una remota aldea orensana y una ballena cazada una semana despúes fueron las últimas víctimas de tan bárbara costumbre.
 

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