ME RÍO YO DE LA SANIDAD
Al Claudio nadie le recordaba enfermo. Comía cuanto de comestible pudiera haber
en el campo; bebía agua de un riachuelo, incluso cuando ya era uno de los tantos
contaminados de la cuenca asturiana; bebía el alcohol que, según él, era el
apropiado: una botella de aguardiente a la semana; no fumaba porque eso, decía,
ahora ya es de señoritas; dormía, desde que volvió de la mili, con sus ovejas,
que le calentaban y hacían compañía, según las malas lenguas, demasiada compañía
. . .
Cuando alguien le
preguntaba por su salud y su secreto para conservarla, el Claudio, que tenía
tendencia a confundir términos y sinónimos, respondía: “Me río yo de la sanidad
. . .”
El Claudio no se
enfermaba nunca porque, según él, eso es para quien tiene tiempo de sobra, y él
no lo tenía, a pesar de que vivió hasta los noventa y siete años, siete meses y
una semana, según hizo notar en su entierro la beata Jacinta, la única que
quedaba en el pueblo de su misma generación.
Lo que Jacinta no llegó a saber es que había otros sietes en el extraño juego de coincidencias numéricas: Claudio había enfermado siete dias antes de una simple otitis, que se hubiera curado con unas gotas que costaban exactamente siete euros, con el IVA incluído, los mismos siete euros que llevaba en el bolsillo en el momento de su muerte.
También eran sólo siete las ovejas que quedaban de su rebaño, y a siete periódicos diferentes había llegado la noticia de su longevidad y los siete pensaban contactar proximamente con él.
Pero lo que realmente había derrotado la salud de Claudio eran sus vacaciones, las primeras que decidió tomar en su vida, para probar como era eso de estar sin hacer nada.
Sólo siete días sin nada
que hacer, pensó, olvidando su propia filosofía . . . y fueron los últimos.
Nekovidal - 2009 nekovidal@arteslibres.net