SEPARACIÓN

Entró en la cafetería donde solía desayunar y, mientras con la mirada perdida introducía los terrones de azúcar en el café pensó: “Así se está deshaciendo mi vida, como este azucarillo, pronto no quedará nada . . . ”. Cuando se disponía a tirar el sobre del azúcar en el cenicero, vió que había en él algo escrito:

"No penseis en dirigir los caminos del amor; es el amor quien, si os encuentra dignos, dirigirá vuestros caminos." Gibran Khalik Gibran, El Profeta (1923).

Y como aquella inolvidable vez, cuando apenas tenía ocho años, comprendió, como una iluminación, que ella era ella, y que esa separación ya irrevocable de sus padres y de cuanto la había atado a algo externo, la convertía en alguien único y más grande dentro del universo.

Así lo comprendió, ahora debía dar otro paso, separarse física, pero sobre todo anímicamente, de la persona con la que había compartido media vida, y esa separación, ese paso, si era de crecimiento, no había razón para que fuera doloroso, como no lo fue aquel de su infancia.

No tenía derecho al rencor hacia su pareja, pero tenía derecho a seguir su camino. No tenía derecho a la ira, pero sí a la libertad de continuar su proceso vital, que esa persona ya no quería ni sabía compartir.

Lo comprendió, respiró hondo, salió a la calle y, como haciéndole un guiño, el sol asomó levemente tras un mar de nubes grises, tal vez queriendo recordarle que en toda oscuridad habita una luz, y que no puede existir la una sin la otra.

Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net