LA
TIRANÍA DE LA CLAVE DE SOL
Porfiaba la astuta
clave de sol en imponer su oscuro silencio, su arrogante labor de guía de
sonidos cautivos: “Todos detrás de mi, quien se adelante no entrará en el juego
y será expulsado de la partitura”.
La rebelde corchea intentó en más de una ocasión trepar por la barriguda figura y airear libremente al otro lado su modesto sonido, pero fue, como todos los que antes lo habían intentado, enganchada y retenida por el garfio de la perversa clave.
Pero un buen día una joven y traviesa semifusa alcanzó a imaginar que, por hermosas que fueran las melodías que ellas y sus hermanas creaban, debía de haber algo más, otro juego al otro lado . . . e imaginó la luz, la magia del mirar y la belleza de los colores. Y con la luz alcanzó a imaginar un espejo, y en el espejo intuyó que encontraría su libertad . . .
Colocó enfrente de la arrogante clave de sol el espejo que había conseguido crear su mente y lo dispuso de tal forma que el pentagrama se hizo infinito a ambos lados.
Y de las notas reflejadas en el espejo comenzaron a brotar músicas nunca oídas, caóticas unas, sublimes otras. Y todas las músicas supieron que existían los colores, y todos los colores descubrieron que por el universo correteaban ciertos entes llamados sonidos, acompañados siempre por dóciles silencios de todos los tamaños y formas. Y la música y los colores aprendieron a crecer compartiendo.
Algo más tarde encontraron al joven Verbo, balbuceante y onomatopéyico, y del primer juego colectivo nació la primera canción, pero esa, como ya imaginareis, es otra historia . . .
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