EL
TRASVASE
Mientras observaba el planeta desde el ventanal cuántico con la certeza de no
ser visto, se preguntaba como era posible que esa especie ni sospechara su
función, el fin para el que había sido creada y criada.
Le resultaba especialmente asombroso el hecho de que tenían ante sus ojos la
respuesta, pero al parecer en sus esquemas mentales no había nada más difícil de
sospechar que lo evidente.
Ellos mismos criaban y restaban vida a muchas especies para alimentarse en la
etapa evolutiva en que se encontraban, ¿cómo era posible que no sospecharan que
eran a su vez alimento de otros?¿Tendría relación con ese defecto que les hacía
hablar de un ente creador infinito sin poder concebir su obra siquiera? Yo mismo
conocí a quien programó esa tara, fue mi profesor durante un tiempo, durante la
exploración de la Enana de Draco, la NGC 221 y la Nubes de Magallanes. Decía que
hay una especie de armonía disarmónica en el universo, que si se programan dos
actitudes o cualidades contradictorias, el resultado podía ser, no obstante,
completamente armónico. Como la variación no afectaba al rendimiento energético
de la especie, incluso lo aumentaba levemente, la asamblea lo aprobó sin mayores
contratiempos.
Dio comienzo el trasvase: Nosotros, los Trubs, cosechábamos todo tipo de energía
derivado de las diferentes formas de empatía, los Reins, por su parte, se
alimentaban de la energía del conflicto. Para la especie emisora, conmovedora en
su simpleza, un tipo de energía era mejor que la otra, lo cual en parte es
lógico, por tratarse de una especie gregaria.
El acuerdo milenario con los Reins había mantenido una paz que, en principio,
era más necesaria para nosotros que para ellos, pues el conflicto en sí les
alimentaria y haría más fuertes, mientras nosotros deberíamos renunciar al
enfrentamiento para vencerles. En el último conflicto, tanta energía acumulada
tuvo que ser trasladada a las cercanías de un agujero negro para evitar la
consiguiente contaminación.
Como en cada ciclo estelar, el trasvase duró apenas unos instantes, era la
última cosecha: Para nosotros, una linea de energía orgónica que viajaba hasta
nuestro hogar impulsada por si misma. Para los Trubs, la misma linea, en
dirección opuesta, se dirigía a sus almacenes energéticos. Luego hicimos los
cálculos conjuntamente basándonos en el acuerdo previo, que tanto disgustaba a
los Reins, de que no sería anulada ninguna vida, por elemental que fuera, si no
era imprescindible.
Mi buen amigo Ruk, tan aficionado al estudio de especies primitivas, intentó, a
modo de pasatiempo, traducirlo al lenguaje de las criaturas:
En la década siguiente se ha de reducir la población en un veintitrés por
ciento, pero sólo un tercio han de ser muertes por odio, a fin de garantizar la
cosecha de los Reins. Programamos una sola epidemia, pues la extraña costumbre
de amedrentarse entre ellos la transformaba en una especie sumamente vulnerable
y colocamos suficiente combustible para provocar dos tsumanis y catorce
terremotos. Las muertes por odio las resolvimos con un sencillo programa de
reflejos de temores propios. Los Reins, como siempre, regatearon intentando que
fuera programada una segunda guerra, pero nos atuvimos estrictamente a lo
pactado. No podían comprender que protegiéramos a seres tan primitivos, tanto
como nosotros no comprendíamos su afán por cosechar toda la especie en un sólo
trasvase.
Ruk, observando una escena cotidiana de un pequeño grupo de criaturas me
preguntó:
¿Crees que alguno de ellos sospecha su destino?
Lo dudo, contesté. ¿Lo sospecharíamos nosotros si la energía de nuestros
ancestrales acuerdos con los Reins sirviera de sustento a una especie que se
alimentara de equilibrio al igual que nosotros, los Reins y tantos otros nos
alimentamos de desequilibrio?
Sé que menosprecias a este tipo de especies tan primitivas, me dijo, pero en
algunas de ellas hemos detectado signos de búsqueda de ese equilibrio. Tal vez
ellos estén más cerca que nosotros de aquellos a los que previsiblemente
servimos de alimento.
Tal vez, esta zona siempre ha sido propensa a universos paradójicos, y tanta
inestabilidad hace que cualquier rareza sea posible.
Nekovidal 2009 –
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