LA VENGANZA DEL TESORERO
De Ramírez se había hablado mucho y de muchas formas: desde unos pocos que nunca
habían cuestionado su honradez a otros muchos que desconfiaban de él: “Las
cuentas no están claras”, decían. Ramírez, tesorero de la asociación desde el
nacimiento de ésta, nunca había sustraído la más mínima suma de dinero, llegando
incluso a ponerlo de su bolsillo en un par de ocasiones para ahorrar tiempo y
evitar suspicacias, pero los malos pensamientos son tan libres como el mejor de
ellos.
Finalmente Ramírez fue despedido, más porque la mayoría así lo decidió que porque hubiera alguna prueba de su falta de honradez.
El tesorero se vengó de la desconfianza de todos los socios y de las difamaciones vertidas sobre él pidiendo dinero prestado, con la excusa de una urgencia médica, a todos y cada uno de ellos. Sin que nadie lo supiera, Ramírez había sido afortunado días antes con uno de los mayores premios de lotería de la historia y poco tiempo después les devolvió a cada uno la suma que le habían prestado multiplicada por mil: cincuenta euros se transformaron en cincuenta mil y mil euros, que sólo le había prestado Engracia, la señora de la limpieza, que le conocía desde niño, se transformaron en un millón. El resto siguen maldiciendo el momento en que decidieron no prestarle siquiera diez o veinte euros y aprendiendo la lección, en este caso evidente, de que no hay nada más estúpido que el egoísmo, ni más contraproducente que el juicio precipitado.
Salvo Engracia, que se
jubiló anticipadamente, todos los demás siguen recibiendo cada año una postal,
siempre de un hotel de lujo diferente de un lugar diferente del mundo, y el
mismo día en que Ramírez había pedido, años atrás, dinero para una urgencia
médica familiar a todos ellos: un sospechoso veintiocho de diciembre.
Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net