VENTARRÓN
Había sido el único superviviente de una camada de lobeznos. Su madre había sido abatida por los cazadores y para Juan, que era agricultor y odiaba lo jabalíes, un lobo, mientras no se hiciera vegetariano, nunca sería su enemigo.
Encontró a sus cuatro hermanos congelados por la ventisca y aplastados por los cascos de algún caballo salvaje. Rodeado de sus cuerpos estaba el pequeño lobezno, que Juan cobijó bajo su zamarra al tiempo que le daba nombre:”Eres duro, carajo, el viento no ha podido contigo, te llamaré Ventarrón”.
El animal fue creciendo en la granja, huyendo ocasionalmente al bosque, del que siempre retornaba rompiendo el pronóstico de los vecinos de Juan: “Ese no vuelve, es lobo, y cualquier día te pegará un bocado.” “Volverá, volverá, en la naturaleza la gratitud siempre es correspondida, el hombre es el único que a veces lo olvida”. Y siempre volvía. En el pueblo y los alrededores, Ventarrón fue trazando su mapa de amigos y enemigos: quienes le dejaban vivir y quienes le apedreaban aprovechando la ausencia de Juan.
Sólo al cabo de cinco años, siendo ya un lobo de aspecto temible, empezó a ser respetado por todos cuando localizó a un niño caído en una poza del bosque antes que el mejor sabueso de los cazadores. El padre del niño, un cazador rudo y malhumorado advirtió entonces: “Al que haga daño a este animal, le pego un tiro”.
Pero había un miedo transformado en ira que Ventarrón nunca pudo superar: los caballos, posiblemente por la muerte de sus hermanos.
Ventarrón se lanzaba a morder las patas de cualquier equino que se acercara por la granja, y era la única ocasión en que hacía caso omiso a la llamada de Juan.
Más de una coz se llevó a lo largo de su vida el valiente Ventarrón, pero ayer, cuando con sus doce años a cuestas, pretendía expulsar de la granja a una joven y nerviosa potranca, recibió una coz de la que no se pudo recuperar. La yegua se llamaba Brisa.
Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net