Agradecimiento


Aurelio Ruiz había sido, a lo largo de su monótona vida, un ciudadano modelo: serio, trabajador, amigo de sus amigos y comedido en cuantos placeres se cruzaran en su existencia.

Por eso ayer, mientras tiraba uno por uno a la calle los muebles y electrodomésticos desde lo alto del balcón del tercer piso donde vivía, nadie entendía nada, aunque  unos cuantos vecinos se alegraban secreta y mal disimuladamente: tanta perfección ya molestaba.

Mientras el balcón de su casa seguía vomitando muebles él permanecía callado, apenas se oía el jadeo del esfuerzo físico.

Finalmente, cuando no quedaba nada por tirar, tuvo que recurrir a los muebles que poco antes había colocado para bloquear la puerta de entrada, momento que aprovecharon los bomberos para entrar y los policías para detenerle. Aurelio seguía sin pronunciar una palabra, y no lo hizo hasta el día siguiente, cuando se encontró ante el juez, que, tras leer el expediente, pensó en demencia pasajera, si no, se dijo,  aquello no había quien lo comprendiera.

Pero, hombre, ¿qué ha hecho usted . . . ?

Defenderme, señor juez, defenderme echando fuera tanta mentira, lo de los muebles era sólo una metáfora.

Aurelio comenzaba a expresarse con ese lenguaje culto que tanto admiraban sus vecinos y compañeros de trabajo, producto de miles de horas de lectura y su asistencia a ciertos talleres de escritura.

Me han estado mintiendo toda mi vida, todo, todo es mentira . . .

Explíquese.

Ayer me disponía a salir de mi casa hacia la oficina, como hago cada mañana; había bebido un café, un poco más cargado de lo habitual, y me había sentado, como cada mañana, a fumar un cigarrillo, cuando de repente, empezaron a encadenarse los pensamientos, tan claros como insoportablemente pesados en su obviedad: toda mi vida había transcurrido de mentira en mentira, toda. La mía como la suya, señor juez, o la de este abogado de oficio que tengo a mi lado medio dormido. Piénselo detenidamente: la cadena de pensamientos empezaba con el mismo chupete, la primera mentira: te prometen alimento del pecho materno y te dan un trozo de goma del que chupamos desesperadamente sin conseguir más consuelo que nuestra saliva. El biberón sería, en el mejor de los casos, una mentira piadosa . . .

 

Luego, cuando empiezas a comunicarte te hacen creer durante años que tus padres los saben todo, ¿cuántos padres dicen a sus hijos “no sé”? muy al contrario, intentan explotar el engaño, para alimentar su ego miserable durante el mayor tiempo posible. Cuando descubrimos la verdad el resultado lógico es el rechazo de la adolescencia.

Pero antes hemos pasado también por el engaño de los Reyes Magos, Papa Noel y hasta el Ratoncito Pérez, todas mentiras aparentemente inocentes pero que nos enseñan una lección de una crueldad inusitada: hasta tus padres, con la necesaria complicidad del resto de los adultos, no son de fiar. Pocos recuerdan la intensidad de la decepción al descubrir la verdad de estos personajes, su mente elimina el recuerdo como se elimina de la memoria el parto, por lo traumático del mismo.

 

Hay más señor juez, mucho más: me dijeron que si era bondadoso con los demás recibiría bondad como justo pago a mis acciones, pero siempre he recibido abusos o desprecio; me dijeron que si era honesto, la justicia me defendería, pero la única vez que tuve un juicio, además de éste, fue porque me denunció un hombre que chocó su coche contra el mío yendo completamente borracho y que como resultó ser policía, nadie le exigió la prueba de alcoholemia, su palabra siempre pesó más que la mía en el juzgado, donde tuvo la caradura de acusarme de intento de agresión. Me prometieron que si estudiaba tendría un buen sueldo, pero tras veinte años de estudio, me encuentro con que es mi cuñado quien, construyendo viviendas de ínfima calidad y especulando con los terrenos, se ha hecho con una enorme fortuna.  Me dijeron que si era fiel en el matrimonio mi pareja también lo sería, pero ya hace años que sé que mi mujer está liada con mi jefe, y yo intento, por mantener un mínimo de dignidad, no obtener ninguna prebenda laboral a cambio, como ve, no tengo clara la línea que delimita la bondad y la estupidez.

Si crías a tus hijos con respeto y cariño, recogerás lo que siembres, o sea respeto y cariño, me decían, pero mis hijos no son más que un par de parásitos que siguen viviendo a costa mía teniendo ya más de treinta años. Me dijeron que si ahorraba durante toda mi vida, tendría una jubilación decente, pero la empresa donde había contratado un fondo de pensiones se ha ido a pique, y el gobierno dice que asumirá sólo el agujero económico surgido durante su legislatura, que lo anterior se lo reclamemos al gobierno que había antes, que es como decir al maestro armero.

 Y ayer, señor juez, me sentí arrollado por las mentiras, me asfixiaba . . .

 

Bueno, no hay daños personales, me gustaría condenarle a creer, incluso en alguna mentira o fantasía que, como hacemos todos, le mantuviera con un mínimo de ilusión en la vida, pero no puedo. Sí puedo, no obstante, invitarle u obligarle a ver las distintas caras que puede tener una misma mentira: durante tres semanas acudirá a visitar enfermos terminales en el hospital comarcal, allí podrá ver  a diario dos grandes verdades que por demasiado intensas, necesitamos ocultar autoengañándonos y negar a cada momento: la de la muerte inevitable y la de la fuerza de la vida, que hace que incluso en esos últimos momentos, nos abracemos con fuerza a ella.

Tan absurdo como no ver las mentiras en que todos vivimos inmersos es no apreciar cuanto nos ha sido regalado, cuanto nos brinda a diario la vida, y esa es otra forma de mentirnos a nosotros mismos. Por otra parte, si no hubiera sido usted tan impulsivo, habría caído en la cuenta de que toda mentira se desvanece al ser descubierta, al ser identificada como tal: usted ayer no fue arrollado por las mentiras, pero sí tuvo, si la hubiera aprovechado, la oportunidad de librarse de ellas.

Y cuando termine su condena, quisiera que me enviara un escrito reflejando qué conclusión ha sacado usted de la experiencia.

 

Tres semanas después, que fueron suficiente, además de para cumplir la condena, para cambiar de domicilio, divorciarse y echar de casa a dos treintañeros ociosos, el secretario del juzgado dejó sobre la mesa del juez el expediente de Aurelio Ruiz; la primera hoja que aparecía al abrir la solapa tenía, escrita de su puño y letra, la siguiente frase:

 

“Tenía usted razón: Cuando un buen día caemos derrotados, cansados de que nuestra mano derecha luche inútilmente contra la izquierda, comprendemos al fin  que toda conquista es hacia el interior”.

 

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