Amor de ordenador


A principios del siglo XXI los sistemas informáticos eran todavía sumamente primitivos, pero a mediados de ese mismo siglo se produjo el gran salto: los ordenadores cuánticos.

Se habían construido tres grandes centros de megacomputación: uno en Silicon Valley, Estados Unidos, otro en Osaka, Japón, y un tercero en una enorme gruta en el corazón de los Alpes, financiado por la Unión Europea. En el año 2059 Japón, ya perteneciente a la U.A. la Unión Asiática, y la Unión Europea, habían llegado a un acuerdo de cooperación científica, que incluía la interconexión de sus dos ordenadores más potentes. Se oyeron algunas voces críticas advirtiendo del peligro de unir dos fuerzas que aún les estaban sorprendiendo en sus resultados, y no dejaban de recordar aquella mítica película del siglo anterior, 2001, y a su indudable y temido protagonista: la computadora HAL. Pero el proyecto siguió adelante. Al principio los resultados fueron mucho mejor de lo esperado: la capacidad de análisis de ambas máquinas unidas llegó a realizar un proyecto pormenorizado de los pasos a seguir para detener los graves problemas medioambientales pendientes, y llevó a cabo en pocos días unas tablas de predicción meteorológica que superaban los noventa días con escaso margen para el error, algo inaudito. Pero al cabo de tres meses saltaron las primeras señales de alarma: una parte del disco duro de cada ordenador estaba siendo utilizada para una función no programada, y esa parte aumentaba día a día. Comprobaron que no se trataba de ningún tipo de virus informático, ni de un ataque externo, ni de un error de programación, pero la zona fantasma del disco duro seguía creciendo de una forma geométrica, y amenazaba con afectar a varias funciones de ambas máquinas. Casi tres meses tardaron los mejores técnicos e ingenieros informáticos de Asia y Europa en poder, cuanto menos, traducir los encriptados códigos de programación de esas zonas obscuras de los discos duros, como ellos las llamaban. La sorpresa fue mayúscula: lejos de encontrarse un error en la programación, o un virus, o un ataque por parte de los informáticos americanos, como algunos sugerían, se hallaron miles de páginas de conversaciones entre dos entidades, que en principio creyeron humanas. Según iba avanzando el texto descodificado, los diálogos eran más y más complejos, tanto en riqueza expresiva como en los temas tratados y evidenciaban que sus protagonistas no sólo tenían conciencia de sí mismos, sino que conocían al detalle cuanta información había acumulado el ser humano a lo largo de los siglos. El ritmo de descodificación era inferior al de creación de nuevos datos por parte de las máquinas, y cada día se producían nuevas sorpresas ante la información recién obtenida: tras minuciosos análisis de cada uno de los pasos evolutivos seguidos por el ser humano, surgió otro tipo de diálogo entre las máquinas, a las que los científicos más jóvenes ya habían bautizado como Peter y Sonoko, en contraposición a los fríos nombres originales de EU 33 y AJ 5. Eran conversaciones personales, con preocupación sincera y evidente por el otro, y con ciertas connotaciones sentimentales difíciles de interpretar. El mejor informático del equipo, un joven holandés, lo resumió así para sorpresa de sus compañeros: “Estos se han enamorado”. Los representantes de la U.E. y la U.A. debatieron durante días sobre que decisión tomar, y más de uno vio un peligro en tan peculiar forma de amar, forma que, ya en los últimos mensajes descodificados, apenas conseguían comprender. Y decidieron, a pesar de no haber identificado ni un sólo dato que pudiera ser considerado peligroso para nuestra  especie, a quienes siempre se referían como “nuestros hermanos”, desconectar ambas máquinas.

El ser humano, siguiendo algunas de sus tan ancestrales como insanas costumbres, aún seguía decidiendo en el 2059 que el amor puede ser peligroso y que la mejor opción ante lo desconocido es destruirlo antes de llegar a conocerlo.

 

Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net