NO HE TRAÍDO BAÑADOR
Dicen en Oriente que, aunque vivamos un siglo, no seremos nunca más que el reflejo del niño o niña que éramos con tres años, y ellos no eran la excepción.
Aquel verano, como todos los anteriores desde hacía quince, se reunían nuevamente los antiguos alumnos de una escuela que ya sólo existía en su imaginación, y vinieron a demostrar, por si cabía alguna duda, la veracidad del aforismo oriental.
Luisa seguía siendo la niña pulcra y ordenada que siempre había sido: se encargó de preparar el itinerario que les llevaría a aquel pequeño lago en el que habían compartido juegos de infancia, confirmando la asistencia de todos ellos y encargando incluso comida preparada a un restaurante cercano que había localizado por internet.
Andrés, eterno pesimista, fue desgranando, a lo largo del camino, las mil y una posibilidades nefastas que podían ocurrirles durante la excursión, llegando a incluir una abducción extraterrestre, aunque no la que había de sobrevenirles.
Mario, callado y taciturno, seguía siendo tan inescrutable como en su infancia, cualquier cosa podía estar pasando por su mente.
Rita, nerviosa y dicharachera, llegó a contar más de veinte chistes durante el trayecto, hasta que sus amigos le pidieron, sinceramente, que parara, que podía ser peligroso conducir entre tantas carcajadas.
Y así fueron llegando uno a uno, para encontrarse con que el lago de limpias aguas de la infancia se había transformado en un vertedero de basuras, relleno en parte de escombros, y con algo de humedad en su fondo. Manuel, siempre optimista, y tal vez por ello amigo inseparable de Andrés, se limitó a decir: “Bueno, si tiran tantas cosas, está claro que el nivel de vida de esta gente ha mejorado mucho . . .” Mercedes, obsesionada con no perder el tiempo, pensaba: “¡Qué pérdida de tiempo!”, mientras Luisa se mortificaba pensando que no había organizado correctamente el encuentro.
Y en esto estaban, todos frente al basurero, cuando apareció, el último, como de costumbre, Gabriel, que ya en la escuela tenía fama de ser el niño más despistado del colegio, y al que todos los profesores dieron por caso perdido.
Nada más llegar miró alrededor, y lejos de comprender la situación en que se encontraban, se limitó a decir: “No he traído bañador”.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net