Carnaval


Laura y Carlos son ese tipo de parejas postmodernas que creen haber descubierto en cierto hedonismo simplón un camino vital interesante. Lo suficientemente obsesionados con el poder económico, pero sin la capacidad suficiente para no convertirse en sus esclavos, creen disfrutar de lo mejor que puede darles la vida, lo cual es cierto, porque no pueden imaginar una vida mejor. Desde hace años buscan nuevas experiencias en viajes, aventuras de riesgo y riesgos que ellos sienten con sabor de aventura. Su ilusión este año son los carnavales de Río de Janeiro donde, habían oído, todo es posible.

Conocieron a Paulo y Daniela al tercer día de llegar, como si O Corcovado hubiera decidido resucitar reincidentemente al tercer día a fin de dar nuevo aliento a las marchitas ilusiones de la pareja.

Esa misma noche ya se sentían amigos y hasta íntimos de toda la vida, una cena apropiada y la tan oportuna cachaza harían el resto.

Las dos parejas habían practicado antes el intercambio, la pareja brasileña porque Brasil es y vive así, la española porque ya no sabían como quitarse de encima una rancia represión sexual heredada de la que ni se sospechaban prisioneros.

La noche fue, simplemente, una locura.

A la mañana siguiente Laura y Carlos, pensativos, despejaban la resaca compartiendo el hidromasaje.

“Son maravillosos, dijo ella de repente, y él estaba depilado como un niño, me asusté un poco cuando me ató, pero luego fue increíble . . . “

“De ella, contestó Carlos, lo que más me llamó la atención fue precisamente lo contrario, que estaba sin depilar, parecía una osita, y sólo quería hacerlo de espaldas, pero estuvo muy bien . . . “

Mientras, paseando por Ipanema, Paulo y Daniela hacían apuestas sobre si la pareja española habría comprendido el juego o no, y pensaban en lo divertido que era dejar de ser, durante una semana al año, Paulina y Daniel.

 

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