CASA CON DOS, O MUCHAS PUERTAS, MALA ES DE GUARDAR
Como esa casa pretendidamente difícil de guardar es nuestra mente, porque no tiene dos, sino muchísimas puertas y ventanas, que tanto pueden permitir la entrada de la luz necesaria para iluminar una duda, como del miedo más devastador, o la esclavizadora certeza del integrismo o del autoengaño.
En esa paradoja radica nuestra grandeza tanto como nuestra miseria, en ser una casa, una mente, con muchísimas puertas, y por tanto, difícil de guardar, y que sea la misma amplitud y variedad que nos brinda la posibilidad de un pensamiento rico, la que pueda permitir la entrada de cualquier idea que llegue, incluso, a destruir a la misma mente creadora y portadora de dichas ideas.
Y esto nos lleva a un segundo dilema: “guardar” procede de la voz gemánica “wardon”, que significa por igual “vigilar, custodiar o proteger”, siendo completamente opuestos el primer y tercer significado, pero muy útil para quienes, ostentando el poder social, pretendan eternizarlo mediante esbirros que desarrollen labores de represión en su nombre.
De la palabra “guardar” procede la palabra “guardia”. . . ¿necesitamos un guardia en nuestra mente? ¿Qué es eso tan valioso de nuestra minúscula mente que debemos guardar y proteger del resto del universo? ¿No será que ese guardia se encarga, tal vez con el único fin de proteger su puesto de trabajo, de convencernos de lo imprescindible de su presencia cuando, en realidad, creando con ella el miedo, nos convierte en sus cómplices y, por tanto, en nuestros propios carceleros . . .?
Toda mente se hace más rica cuando se expande, y crece y se enriquece venciendo miedos y obteniendo y compartiendo nueva información, pues sólo información, en cualquiera de sus formas, es el universo paradójico que habitamos.
Dejemos, pues, de lado, guardias y guaridas, que en lo que a la mente se refiere, cuanto menos guardada, más rica se vuelve, y cuantas más puertas y ventanas, más luz permite entrar, y más armonía reflejar.
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