LA CASA VERDE

En el pueblo, el viejo Cátulo tenía fama de putero. Todos le habían visto entrar cada miércoles, desde hacía años, en La Casa Verde.

Como entre los clientes de tan extraño establecimiento existía cierta complicidad, nadie se paraba a comentar los pormenores de la forma de actuar de Cátulo, que llegó a ser invariable durante décadas: Miraba una a una a las chicas a los ojos y, elegida una, compartía con ella una hora de su vida. Al sumergirse en sus miradas, Cátulo intentaba identificar a la más triste, la más necesitada del pobre consuelo que sus palabras podían regalar, pues eso y sólo eso, palabras, ofrecía el pobre hombre a las tristes mujeres, reservando sus energías e ímpetus sexuales para una viuda solitaria que era desde hacía años, secretamente, su compañera. Cátulo se limitaba a conversar con las chicas, a preguntarles aspectos de sus vidas, cómo habían llegado allí, si se encontraban en aquel sitio por voluntad propia y, en general, intentaba consolarlas en su cotidiano desconsuelo. Con todas había llegado a un pacto que incluía no contar a nadie cuanto sucedía durante esa hora, suponiéndoles todos un cliente más.

La felicidad y buen ánimo de las chicas llegó a ser un problema en más de una ocasión, pues algún proxeneta celoso, creyendo que era sexo, y obviamente, muy bueno, cuanto el viejo hombre regalaba a las chicas, comenzó a verle como un potencial competidor.

La Casa Verde fue cambiando con los años, las mujeres eran de otras tierras, apenas hablaban, tristes o tristemente consoladas con el alcohol o alguna droga.

Cátulo, por su parte, seguía arrastrando su fama de viejo verde, inmune a los comentarios del pueblo, compartiendo con aquellas mujeres, cada miércoles, sus míseras gotas de amistad.

Cuando el viejo Cátulo falleció, y se hizo público su testamento, la sorpresa y el escándalo fueron mayúsculos, tanto por el volumen de la fortuna que incluía, como por declarar beneficiarias de él, además de a su compañera, a una serie de chicas y mujeres, todas ellas trabajadoras o ex trabajadoras de la casa de citas.

Desaparecido Cátulo, La Casa Verde volvió a ser un lugar donde la vida se manifestaba torpemente a través del sexo, y volvió a ser desterrado el amor, como ya mucho antes había sido desterrado de las hipócritas mentes bienpensantes del pueblo.

 

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