Es que trabajo... y no sé cuándo libro


José Luis Acebes es un político contumaz, media vida dedicada al partido, medio partido bajo sus pies. Su hijo, cuando tenía cinco años le preguntó un día: “Papá, el panadero hace pan, el carpintero hace muebles, y tú, ¿qué haces?” “Yo mando al panadero y al carpintero”. “Entonces, si no les mandaras, ¿no podrían hacer el pan o los muebles?” “Déjalo, hijo, cuando seas mayor lo comprenderás”. La esposa de José Luis, tan frustrada como maquillada y bien vestida, le reprocha un día que cada vez tiene menos tiempo para jugar con su hijo. “Se divierte más con la consola, está en una edad en la que hace preguntas tontas. Además, yo es que trabajo, y no sé cuando libro . . .”

 

Manuel Roldán es funcionario desde los veinticinco años y ya tiene el doble, esposa, dos hijos, un coche recién estrenado y algunas ilusiones de segunda mano. Su mujer, en el límite de la menopausia, tiene claro que su líbido no sabe de fechas y le pide un poco más de tiempo, sobre todo ahora que los niños ya son mayores. Él, ciudadano medio y sumamente normal que siempre ha seguido al mismo partido y votado al mismo equipo de fútbol, prefiere la final de la Eurocopa, que tal vez proporcione menos placer, pero también menos complicaciones. Ella insiste: “cada vez tenemos menos días libres para nosotros.” El se defiende: “yo es que trabajo . . . y no sé cuando libro”.

 

Florencio Torres y su compañera María Estévez trabajan los campos de Chiapas desde su más tierna infancia, exactamente desde que sus cuerpecitos pudieron levantar la azada. Ahora ya lo hacen sólo la mitad del día, desde el amanecer al mediodía. Luego él va a la obra y ella se ocupa de la casa, los niños, y todas esas cosas, sintiendo cierto remordimiento cuando cada día juega un rato con sus hijos al caer la tarde, porque sabe que a Florencio, todo un padrazo, le gustaría estar allí, como hace casi todos los domingos, renunciando incluso a sus tragos con los amigos en la taberna.

En el pueblo donde viven tienen un sistema social extraño: las personas deciden la vida social de las personas, mientras el gobierno, tras cobrar los impuestos anuales, se desentiende. Son los restos de una revolución que hubo por allá cuando Florencio y María eran niños.

Ayer por la tarde Nicanor Robledo, portavoz, que no representante (¿cómo puede representar una persona a otra?, ¿como el Papa católico representa al Dios católico?) les preguntó a ambos si participarían en la construcción del alcantarillado del pueblo.

Sí, compadre, responde Florencio, mañana en la noche, cuando se duerman los chamaquitos, arrimaremos los dos el hombro cuatro o cinco horitas, hay que terminarlo antes de que lleguen las lluvias . . .

De vuelta a casa, Florencio y María se miran y sonríen, saben que esa noche, como casi todas, sus cuerpos jugarán, con cuidado, que tres chamacos ya son muchos, porque mañana igual estarán cansados después de la tierra, la obra, la casa y cavar las alcantarillas, pero hoy hay tiempo y, como siempre, ganas. Hace años que no se dicen dulzuras, pero las manos callosas de él y los labios resecos de ella no necesitan las limitadas palabras, una mirada basta.

Antes de entrar en la casa, ella le dice: “Me entristece jugar por la tarde con los niños sin que estés tú”. “No sufras, le responde él, cuando acaben las obras comunales cambiaré el turno del trabajo y tendremos media tarde para estar todos juntos. Ya sabes que el tiempo se encuentra siempre cuando se busca con ganas”.

 

Nekovidal -  nekovidal@arteslibres.net