EL DÍA QUE DEJÉ LOS HÁBITOS

Esos malos hábitos me habían llevado al peor de los caminos, a formar parte de un grupo cuyas verdaderas intenciones se me escapaban, todos vestidos con ropas oscuras, extraños amuletos, sumidos y consumidos por inhumanos rituales antropofágicos y completamente convencidos de la verdad inapelable de nuestras ideas.

La unión implicaba poder material y reconocimiento social o, mejor dicho, temor social, aunténtico terror en algunos momentos, pues éramos capaces de imponer por la fuerza, sin el menor remordimiento, cuanto considerábamos correcto y justo, nuestra justicia.

Ese convencimiento nos permitía hacer todo tipo de fechorías sin un atisbo de duda, parapetados en la razón de nuestras razones, convencidos del derecho y hasta obligación de imponer nuestras certezas.

Casi cinco años he convivido con ellos, he participado de sus fiestas macabras, de sus ritos ancestrales, toda virtud humana ha caído bajo nuestros pies, y toda buena voluntad ha sido degradada hasta convertirla en un acto de absoluta hipocresía.

La codicia, la avaricia, la violencia más o menos disimulada, y hasta las más depravadas tendencias sexuales han anidado entre nosotros . . . nunca debí comenzar este errado camino . . . .

Esta mañana he amanecido con una duda que se ha ido extendiendo en mi mente como gotas de sangre derramadas sobre un cántaro de agua cristalina, y ahora, gracias a esa duda salvadora, ya no albergo duda alguna.

Desnudo y solo como vine al mundo hice, en el centro del patio, apenas minutos antes del amanecer, una pequeña hoguera, en la que, llevando a cabo un último ritual de la secta que había lavado tanto como ensuciando mi mente, regalé al fuego purificador todos mis negros hábitos.

La Iglesia tiene, desde hoy, un sacerdote menos, y la Humanidad ha recuperado a uno de sus más ciegos y descarriados hijos.

Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net