EL VIAJE
Lo
decían mis padres y todos los adultos que me conocieron en la infancia: éste va
a ser muy viajero, y era verdad: nací con ímpetus y curiosidades impropios de
aquella tierna edad, y tardé mucho en comprender que los viajes más interesantes
se suelen hacer sin moverse del sitio.
De todos los viajes, hay uno que ocupa un lugar privilegiado en mi memoria: Al despertar aquel día, todavía somnoliento, me vi rodeado de rostros desconocidos que se movían y gritaban en torno mío. De algunos creía guardar ciertos recuerdos difusos, pero otros me eran completamente desconocidos, y apenas acertaba a comprender algo de cuanto me decían. Decidí seguir durmiendo.
Tiempo después volví a despertar para encontrarme de la mano de una mujer que parecía saber quien era yo, decía llamarse Noicanigami, y era tan vitalista como hermosa, aunque parecía, en ocasiones, contradecirse al elegir los diferentes destinos por los que me guió, todos ellos lugares que ni había imaginado que existieran.
Nos acompañó en nuestro viaje, siempre a cierta distancia, pero sin perdernos de vista, otra mujer de mirada taciturna llamada Oiriled, que por alguna extraña razón provocaba en nosotros una sensación de alarma y desazón al aproximarse.
Noicamigami me advirtió: “No te preocupes, no es mala, pero está enferma. Tiene siempre las manos heladas, intenta que no te toque con ellas”.
Al cabo de un tiempo llegamos a la comarca de Aicnecseloda, una tierra extraña y no exenta de peligros, en la que Oiriled parecía encontrarse más a gusto, mientras una expresión de desconcierto se dibujaba cada mañana en el semblante de Noicanigami. El clima no era muy apacible allí, y las tormentas, terremotos y diluvios eran frecuentes.
Los bosques de Aicnecseloda estaban repletos de unas extrañas flores llamadas sanomrohs que producían cada una un efecto diferente al ser olidas: unas hacían crecer los cuerpos, otras provocaban agresividad, otras sosiego, otras miedo . . . Eran como narcóticos, cuya mezcla solía tener efectos imprevisibles. Allí me presentó Noicanigami a su amiga Dadisoiruc, un ser inquieto que parecía tener interés por todo lo nuevo o diferente que encontraba ante si. Al ser yo forastero, me interrogó durante horas sobre mi origen, mis gustos, mi vida y hasta mis ilusiones.
Al terminar el banquete de bienvenida, y antes de retirarnos a dormir, Noicanigami se acercó y me dijo: “Mañana recorreremos con Dadisoiruc el bosque de anomrohs. Te acompañaremos, pero será tu viaje, tuya será la responsabilidad del mismo, y tuyos los peligros y placeres que encuentres, superes o disfrutes. El recuerdo de todos ellos te acompañarán en la memoria hasta el fin de tus días”.
Aquel recorrido entre extrañas y coloridas flores de anomrohs, cuya duración no sabría delimitar con certeza, me hizo disfrutar y padecer vivencias que hasta entonces me eran completamente desconocidas. Mi cuerpo y mi mente sufrieron transformaciones que me convertían, a cada paso, en un ser nuevo, sumido en un constante ciclo de renacimientos.
Conocí placeres que de tan intensos me acercaron a las fronteras del dolor, y dolores tan profundos que me hicieron dudar, en alguna ocasión, si valía la pena seguir adelante, pero luego, ya saliendo del bosque, sonreía recordando las ideas de abandono, y me sentí sinceramente estúpido por haberlas tenido.
Al oler una flor blanca creé y destruí dioses en mi mente con tal presteza, que llegué a dudar, finalmente, que existiera siquiera uno de ellos.
Me sentí abrigado por el calor de la solidaridad al oler una flor rojinegra, y abandonado a la crueldad y el egoísmos humanos al oler una azul.
Cuando ya creía haberlo sentido todo, el olor de una pequeña flor verde transformó mi vista hasta hacerme abarcar la grandiosa diversidad de la vida. Me sentí, en un instante, diminuto e infinito a la vez , y así concluí el viaje . . .
Dos días después salimos de los límites de Aicnecseloda para adentrarnos en Zerudam, un lugar de campos de tierra negra y clima más apacible, donde el tiempo transcurría al ritmo estable de cuatro estaciones bien definidas.
Allí, al cabo de un tiempo, el suficiente para que conociera la nueva comarca y algunos de sus secretos, Noicanigami se despidió de mi con un fuerte y prolongado abrazo, susurrándome al oído: “Siempre estaré a tu lado, pero ahora ha llegado el momento de que continúes tu camino, ya estás preparado para ser padre y perpetuar el grandioso y agridulce camino de la vida”.
En aquel momento yo tenía veintinueve años, al año siguiente sería padre por primera vez, y desde entonces he vivido con la certeza de que siempre hay una tierra más allá y un sentimiento más acá, a veces a nuestro lado, que no conocemos.
Noicanigami cumplió su promesa y siempre ha permanecido cerca de mi, apareciendo a veces de una forma un tanto inoportuna, pero siempre cuando he necesitado su ayuda. Ocasionalmente la acompaña la extraña Oiriled, y casi siempre la inquieta Dadisoiruc y, a pesar de lo diferentes que son, nunca las he visto discutir.
El extraño viaje continúa aún hoy, y presiento que aún quedan, no importa si pocos o muchos, sentimientos y tierras por conocer.
* Consejo para su lectura: Invierta las letras de cada nombre propio y de la palabra “anomroh” y el relato resultará más comprensible para la razón, aunque menos interesante para la imaginación, perdón, quiero decir para Noicanigami.
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