F. A. Vidal
No era la primera vez, pero se sorprendió al ver la
imagen reflejada en el espejo. A esa edad lo normal es hacer determinadas funciones
con cierta parsimonia.
Sentía hambre y el recuerdo de un recipiente de dorado
chamir no hizo sino acentuar la sensación.
¿Por qué habrán elegido este punto para el traslado?
Se miró nuevamente en el espejo y, siguiendo las
instrucciones recibidas, se lavó, peinó y afeitó. Así lo llamaban ellos.
Alguien golpeó la puerta. La vida de los trasladados
es, pensó, realmente peligrosa y llena de sobresaltos.
Echó un vistazo a esos curioso aparatos que los
semirracionales utilizaban para sus necesidades de aseo y sintió la emoción de
poder usar cualquiera de ellos en las Termas de Caracalla veintisiete siglos
atrás. . . si pudieran trasladarse allí.
Mientras se vestía pensó por un instante que sería un juego interesante elegir un semirracional y contarle toda la verdad sobre su existencia y el motivo de su viaje de estudios, pero el recuerdo de cómo habían terminado intentos anteriores, son su semejantes incinerados, fue suficiente para hacerle desistir de su idea.
A través de los distintos tabiques que separaban los aseos pudo observar, a diferentes niveles fotosensibles, cuanto ocurría en las distintas cabinas: en la primera un espécimen sorbía con avidez un polvo blanco por la nariz; en la segunda otro, algo mayor, lloraba mientras sostenía una cuchilla temblorosa sobre sus venas; en la tercera, una pareja parecía querer compensar la previsible pérdida de energía vital de la cabina contigua.
Tiró de la cadena y pensó: este planeta y esta especie de semirracionales parecen extraños pero interesantes. . .