LA MÁQUINA DEL TIEMP
O
“Del sufrimiento han emergido las almas más fuertes. Los caracteres más fuertes se forjan a base de cicatrices”. (Gibran Khalil Gibran)
Jacinto tenía su muy particular máquina del tiempo, pero nadie le creía. La tenía desde aquel día en que, allá en el monte, una roca desprendida por una de sus cabras, le golpeó en la cabeza. Tras horas inconsciente, despertó para comprobar que algo había cambiado, no en él, sino en cuanto le rodeaba.
Todo cambió desde entonces: Jacinto seguía viviendo su época, pero sólo tenía que imaginar un tiempo pasado para verse trasladado, física y conscientemente, a ese momento, a esa época.
Su caso, incomprensible para la ciencia de su época, era uno más entre tantos, una de las tantas sintonizaciones posibles de una mente con diferentes escalas del espacio-tiempo.
Pronto comprendió que los libros de historia eran guías enriquecedoras que le ayudaban a ampliar sus posibilidades de viaje por épocas y lugares remotos.
Pero nadie le creía, todos daban por hecho que cuanto contaba no eran más que sueños que tenía en sus largas siestas en el monte, mientras pastoreaba las cabras, o consecuencia del abuso del vino. Nadie imaginaba que el pobre hombre realmente transitaba, muchas veces aterrorizado, épocas pasadas, de las que regresaba en cuestión de segundos con sólo recordar la choza en la que vivía.
Hastiado de que todo el pueblo le tomara por loco, probó un día a imaginar el futuro, y comprobó asombrado que también podía viajar por él, aunque pagando como precio una fuerte jaqueca.
Dos viajes fueron suficientes para anotar los números ganadores de varias loterias, cuyos boletos rellenó en un pueblo cercano, desapareciendo al día siguiente del sorteo, con la excusa de ir a conocer la capital.
Allí comenzó una nueva vida para Jacinto, dedicándose durante años a escribir la verdadera historia de la Humanidad, como resultado de sus anotaciones de innumerables viajes, y muy diferente a la narrada en los libros de historia.
Hoy por hoy, es una de esas enormes y misteriosas fortunas anónimas, tras la que todos creen que se esconde algún jeque árabe, propietario de cientos de pozos de petróleo.
En el pueblo, sin embargo, todos siguen pensando que Jacinto no es más que un pobre diablo que se ha perdido en la gran ciudad.
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