Mario

ilusion_optica_21F. A. Vidal

     Mario había recorrido, literalmente, los siete mares, era difícil encontrar una ciudad costera del mundo que no
     conociera, donde no hubiera estado en varias ocasiones y visitado tanto sus museos como sus prostíbulos.

     Acababa de cumplir cincuenta y cuatro años y volvía a su minúscula aldea gallega con la intención de retirarse
     a un bien merecido descanso.

     La casa familiar, abandonada durante décadas, presentaba un aspecto tétrico y desolado, casi fantasmal, pero vivió varios meses en ella sin reformarla, alimentando recuerdos de infancia y juventud que su inmediata memoria daba ya por perdidos.

     Al cabo de un año ya estaba casado con Rosalía, la vecina de la casa colindante, quien le había confesado, en el momento de la petición de mano, que había estado enamorada de él desde que eran niños, y que su soltería y espera respondían a la certeza de su vuelta.

     Desde el mismo día de la boda, y hasta su muerte, veintidós años después, Mario fue un hombre feliz, de esas pocas personas que a diario se sienten enteras, pero no transcurría un día sin que , al menos durante unos segundos, una duda lacerante invadiera su interior: todos esos años perdidos, buscando incansable aquello que le esperaba paciente al lado de su casa natal; todos esos años rellenando huecos de soledad con alcohol y compañía de pago, ¿para qué. . . ?.

     Mario era hombre observador y reflexivo, pero nunca llegó a comprender los ardides del azar ni del destino.