LA NIEVE

 

“Abran, policía”, gritaron los agentes antidroga peruanos, golpeando la puerta de la chabola de las afueras de Lima.

“Ya va”, contestó una voz de anciana desde el otro lado de la puerta.

Al abrir, la abuela Laura se encontró con tres gigantes pertrechados como si fueran a la guerra, mientras una docena de ellos rodeaba la casa.

“Buenos días, señora. Buscamos a Darío Martínez Roulo.”

“Sí, es mi nieto, pero está de viaje, salió esta mañana. Ahora trabaja de científico”, dijo la anciana orgullosa.

“Así que científico . . .” contestó con tono irónico el que parecía oficial del grupo.

“Sí, mi nieto trabaja en el servicio meteorológico, debe ser investigador, porque me ha dicho que va a llevar nieve(*) a Europa, aunque no entiendo para qué, si allá están con una ola de frío . . . cosas de científicos. Siempre ha sido muy curioso, desde niño. Ha salido esta mañana de viaje hacia Madrid.”

Los policías sonrieron mirándose entre ellos: “Sí, muy curioso su nieto. Seguro que al llegar a Europa le estarán esperando con los brazos abiertos, ya nos encargamos nosotros de avisar allá para que tenga un buen recibimiento.”

Varios meses después, cuando la abuela Laura fue a visitar a la prisión a su nieto Darío, ya repatriado, y le contó con todo detalle e inocencia lo sucedido, éste se encontró con una situación tan inesperada como frustrante: por primera vez no podía hacer pagar con su vida, como ya había hecho en dos ocasiones anteriores, a la persona que le había metido en la cárcel. Esta vez, además, esa persona no confesaba su traición después de horas de tortura, sino mirándole a los ojos con una mezcla de cariño e incomprensión en su rostro.


 

“¡Cómo son esos españoles! Así que te metieron en la cárcel sólo por no tener visa, a pesar de ser un científico. No respetan nada”.


 

(*) Nieve: una de las formas que se usan en argot para llamar a la cocaína.


 

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