Orgullo

F.A. Vidalilusion_optica_31

     Treinta y cinco años. Ese era el tiempo transcurridos desde aquella lejana tarde en que le dijo “No, es
     imposible, no puedo hacerle eso a mis padres”. Desde hace ya muchos años sabía que lo de sus padres era
     sólo una excusa, un juego de autoengaño, porque ella recordaba exactamente todo cuanto había pasado
     por su cabeza aquella tarde, todo, y la negativa de sus padres no era la razón de más peso de cuantas
     rondaban entonces su mente. La valentía que había demostrado para recordarlo y reconocerlo contrastaba con su cobarde y mezquina actitud de entonces, porque lo que verdaderamente la había impulsado a decir “no” era que Miguel era pobre, un pobre hijo de jornalero pobre, y ella una señorita de clase media acomodada de provincias.

     Lo peor es que ella le quería, le quería con esa pasión que sólo el tango sabe
expresar. Hubiera matado o muerto por él, pero no soportaba la idea de una vida de estrecheces económicas, aún cuando fuera al lado del ser al que amaba.

     Le dijo “no”, y el destino no podría haberle deparado una lección más cruel.
     Habían llegado hacía apenas unas hora y ya circulaba por la ciudad toda la información sobre su vida, sus hijos, tan guapos ellos, y su riqueza, empresario de éxito, propietario de varias patentes e innovaciones tecnológicas.

     “De niño ya le gustaba montar aparatos raros . . . “
     “Pues su mujer es guapísima, parece una estrella de cine . . . “
     “Y si es tan famoso, ¿por qué no sale en las revistas?
     “Es que sale en las científicas y en las de economía . . . “
     “Ah . . . “

     Se escondió durante días en casa, alegando jaqueca para no tener que ir a la carnicería, para evitar encontrarse con él, pero ellos venían a pasar todo el mes en la ciudad, alojándose en el parador, y estando la tienda en una de las calles principales sería difícil evitarle. A las dos semanas ya no le quedaban disculpas ante su marido, ese hombre, en otro tiempo de cierta fortuna que la dejó embarazada hace años, condenándola a un matrimonio sin amor y tras un aborto traumático, sin hijos:

     “Ve al médico o vístete y baja a la tienda ahora mismo.” Decidió bajar.

     Ocurrió el día anterior a la partida de ellos, y nunca llegaría a saber si fue casualidad o él no quería marcharse sin verla.
     No recordaba ningún momento anterior de su vida en que lo hubiera pasado tan mal como el rato, apenas un minuto, en que le presentó a su mujer y a sus hijos.

     Del resto apenas recordaba nada salvo su mirada. Nunca la amabilidad había hecho tanto daño a un ser humano. Sus preguntas sinceras, sin un ápice de rencor, y esa mirada final llena de lástima y ternura . . .

     Hubiera preferido arrogancia, crueldad, algo que le demostrara que a quien había rechazado por miedo a la pobreza no era, además de rico, una gran persona, pero sólo encontró respeto y lo que es peor, ni el más mínimo indicio de lo que fue un apasionado amor, se le notaba enamorado de su mujer.

     Ellos nunca volvieron a pasar sus vacaciones en la ciudad, y ella sabía que era para no herirla, él siempre había podido leer en sus ojos.

     Muchos años después, siendo ambos ya ancianos y viudos, se encontraron en la residencia de esa capital de provincias donde él había decidido pasar sus últimos días. Para él la vida continuaba y se acercaba a su fin. Para ella se reiniciaba, tras un paréntesis de cincuenta y cinco años, y nunca se atrevió a preguntarle si había vuelto por ella o fue el azar quien le brindó esa segunda oportunidad.