EL POZO SIN FONDO
Cada ser humano va eligiendo, a lo largo de su vida y de acuerdo a su experiencia, un camino a través del cual interpretar la compleja naturaleza de sus semejantes y de los grupos y sociedades a las que damos lugar a través de la convivencia.
Personalmente, hace años que elegí el camino del estudio de la historia como herramienta para dicho fin.
Creí ingenuamente en mi juventud que el mundo se dividía en buenos y malos, y que la solución a todos los problemas de la Humanidad pasaba por conseguir que las personas más honestas formaran parte del grupo que toma las decisiones sociales, pero vi fracasar todos los cambios y revoluciones una detrás de otra, hasta que comprendí que el problema no estaba en las decisiones de unos u otros, que cada vez se diferenciaban menos entre sí, sino en un cambio de estructura del sistema, un cambio en la forma profunda de pensar, un cambio de modelo o paradigma.
Observé que todo ser humano sufre una transformación cuando consigue cierto poder político o social, y que, salvo contadas excepciones, acaban transformándose en personas que olvidan los ideales que les hicieron conseguir el apoyo y la confianza de millones de personas. Me di cuenta de que las estructuras sociales son más efectivas cuanto más horizontales, lo que explica que países como Japón, sin prácticamente ninguna materia prima, se convirtieran en potencias económicas basadas en el arma más poderosa de esa sociedad: el respeto y el apoyo mutuo.
De igual forma, imperios con una riqueza material enorme, como los Estados Unidos, se van desmoronando lentamente, víctima de un sistema que alaba la capacidad de enriquecerse de cualquier individuo, incluso pasando por encima de los intereses del resto de los ciudadanos, los intereses comunes. Esa sociedad ha terminado teniendo bolsas de pobreza peores que las de Pakistán, una de las zonas más pobres del mundo, y han entregado sus gobiernos, en otra época modelo de democracia y libertad, a lobbys y grupos de presión capaces de embarcarles en guerras que sólo a esos grupos y empresas benefician, pero que perjudican claramente a la inmensa mayoría de la población.
Hace décadas pensaba que la generación de mis hermanos menores sería la que diera el gran paso, para creer luego que tal vez fuera necesario más tiempo, tal vez un par de siglos incluso. Y cuando ya creía que estas sociedades postconsumistas en que vivimos habían arrancado o dormido el alma de sus ciudadanos, todos nosotros, algo ocurre en las plazas de esta tierra, algo impensable hace un mes tan sólo: los ciudadanos ya no se creen la farsa de un papel en una caja cada cuatro años, de una clase política que se dice representante de los intereses de los ciudadanos pero que actúa, en la práctica, y al margen de la ideología conservadora o progresista que usen por bandera, los intereses y privilegios de una reducidísima minoría que va acumulando, día a día, más y más poder.
Surgió ese movimiento como la confluencia de los intereses comunes de grupos y asociaciones que poco o nada parecían tener en común: asociaciones contra la limitación de la libertad en internet, contra la abusiva ejecución de las hipotecas por parte de los bancos, que dejan cada día veinte familias sin hogar y endeudadas de por vida, contra la violencia de género, contra el encausamiento del juez Garzón, etc., etc.
Un día comprendieron que tenían un punto en común: todos ellos eran ciudadanos víctimas de alguna injusticia producida por el sistema en que vivían . . . y se echaron a la calle . . .
Si el movimiento fue una sorpresa, más lo fue comprobar la madurez e inteligencia con que actuaban, a pesar de la juventud de más de la mitad de sus componentes: no cayeron en la trampa de dejarse arrastrar por ningún líder que les vendiera un sueño, como tantas veces había sucedido en el pasado a lo largo de la historia, ni en el error de intentar promover cambios a través de la violencia, que siempre le serviría de justificación a quienes estuvieran interesados en destruir ese movimiento ciudadano, ni cometieron la necedad de autodefinirse como conservadores o progresistas, ni se identificaron con ningún partido pues sabían, y saben, que entre sus filas hay personas de todas las ideologías, religiones y actitudes.
No sé si a través de largas horas de meditación o debate o si espontáneamente, han dado un paso de gigante en la evolución de las sociedades humanas, mostrando lo caduco y obsoleto del sistema anterior, todavía vigente: no quieren partidos de derechas o de izquierdas en el parlamento, quieren que el parlamento y quienes ocupan los escaños, funcionarios a los que pagamos sin demora cada mes sus salarios y privilegios, sean el reflejo de cuanto piensan, sienten y desean los ciudadanos de ese país. Para ello proponen reformas de la ley electoral que incluyan el referéndum como herramienta y derecho de los ciudadanos, que se les consulte, al menos, las leyes y decisiones más importantes que les afectan socialmente.
Saben muy bien lo que hacen, conocen y confían en las capacidades innatas del ser humano, en su sentido natural de la justicia, saben que la mayoría nunca votaría una guerra colonial, ni regalar miles de millones a la banca privada para compensar sus errores y su codicia, mientras sus beneficios se esconden en paraísos fiscales, saben que nadie votaría congelar los salarios y las pensiones, sino que, si fuera necesario, se decidirían mayores cargas fiscales a las grandes fortunas.
No importa cuanto durará este movimiento ciudadano, hasta donde madurará y se extenderá, y si conseguirá todos o sólo algunos de sus reivindicaciones y objetivos, su mera formación y existencia ya ha marcado un hito en la historia, incluso si desapareciera mañana mismo.
De igual forma que a una persona se le puede conocer viendo quienes son sus amigos y sus enemigos, a los movimientos sociales, también.
Prácticamente toda la clase política, de todas las ideologías, la banca, los medios de comunicación controlados por ésta y las grandes empresas, miran con enorme desconfianza a este movimiento pacífico, se ponen nerviosos y tienen sus razones, pero todos juntos no son ni el 5% de los ciudadanos, y si realmente se tienen por demócratas, deberían hacerse a si mismos muchas preguntas, como si es un sistema realmente democrático el que permite que los votos del 20% de los ciudadanos otorguen mayoría absoluta a un partido, como sucede en España y en otras partes del mundo, mediante el sistema de pactos entre formaciones políticas.
Mientras las ideas y las ilusiones se extienden lentamente, esa minoría de personas que niega o difama este movimiento, siguen cayendo en su pozo sin fondo, el pozo de sus miedos y prejuicios, el pozo oscuro que siempre ha frenado el progreso de la Humanidad.
Son los que olvidan que el cambio, en las sociedades vivas, y todas lo son puesto que seres vivos las componen, es un proceso permanente, los que olvidan, en última instancia, la verdadera esencia de la democracia, que no es otra que el gobierno de la forma más directa, real y participativa posible por parte de los ciudadanos.
Ahí siguen en el pozo sin fondo de sus miedos, donde le tenderán una mano, como siempre ha sucedido, el resto de sus semejantes.
Esperemos que tengan, al menos, el valor de aceptarla.
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net