F. A. Vidal
En lo más recóndito de la memoria, donde se esconden aquellos fantasmas cuya existencia apenas esporádicamente nos atrevemos a sospechar, pues su hiriente naturaleza no es compatible ni con la misma supervivencia, guardamos, nutridos por todo ese abono de miedos y frustraciones, una sospechosa ansiedad que puede convertir a cada uno de nosotros en una fiera sanguinaria.
Nunca podremos delimitar claramente hasta donde
llega la insania o, cuanto menos, si hay algo
más supurando una herida que no
parece siquiera tal, pero que duele como la pérdida de lo innecesario,
imprescindible sólo por vehementemente ansiado.
Mientras la caravana de camellos proseguía su camino en medio de la tormenta de arena, Tewad se preguntaba si su dolor de cabeza se debía a la arena que, a pesar de la protección de su indumentaria tuareg terminaba calando su cuerpo, o a las extrañas cuestiones que insistentemente se planteaba a si mismo en los últimos tiempos, desde que viera a una camella matar a mordiscos a su recién nacida cría . . .