A LA BÚSQUEDA DEL TIEMPO PERDIDO
 

Recientemente el periódico La Razón, de Madrid, admitió entre sus páginas una esquela conmemorando el aniversario del ahorcamiento de una chica alemana a sus 22 años, en diciembre de 1945.
 

El grupo integrista conservador que pagó la esquela le decía en el texto, entre otras cosas, que en el Cielo se reencontrarían con su dulce sonrisa. Era Irma Grese, y la prensa de la época, que no sus víctimas, la bautizaron como el "Angel de Auschwitz", el campo en que tuvo a su cargo a más de 30.000 reclusas judías, en su mayoría polacas y húngaras.

Grese fue de las muy pocas mujeres ajusticiadas tras la Segunda Guerra Mundial, y la más joven de entre todos los condenados a muerte y ejecutados.

Durante el proceso, comparecieron algunas supervivientes de los campos de concentración por los que había pasado, que relataron, ante la imperturbable teutona, cómo seleccionaba a quienes habrían de morir ese día, con una especial predilección por aquellas mujeres y niñas a las que la tragedia que estaban viviendo no había conseguido borrar completamente de sus rostros la belleza que la naturaleza les había regalado. Esas eran siempre las primeras seleccionadas, y las elegidas para las peores torturas.

Irma era conocida por dejar que perros hambrientos y furiosos se lanzaran encima de las presas para devorarlas, asesinaba a internas a sangre fría, torturaba a niños, cometió abusos sexuales y propinaba palizas sádicas con un látigo trenzado hasta que provocaba la muerte de las víctimas.

Las últimas palabras de Irma a su verdugo fueron: "Schnell!" (¡Rápido!).

En un utópico mundo más racional, que hubiera aprendido realmente algo de esa lección que costó más de cuarenta millones de vidas, en un mundo que hubiera sabido buscar y recuperar el tiempo perdido, tal vez se la habría condenado a ser consciente de lo que había hecho, de hasta donde le había llevado su insania: Una irrevocable condena a desarrollar su marchita empatía.

Lo paradójico es que, por ese camino de aparente perdón, se la habría condenado a un inimaginable infierno, el de recordar empáticamente la muerte, dentro de la cámara de gas, de cada una de las mujeres y niñas seleccionadas por ella. No fue una venganza muy inteligente, si es lo que se pretendía, sin querer se le dió el camino rápido de la horca, se le concedió clemencia sin ánimo de hacerlo.

Cuando la naturaleza de un ser enferma y deja morir el humano solidario con que todos nacemos, cualquier camino lleva, antes o después, a un infierno.

 

Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net