TEXTOS TERTULIA ENTRELÍNEAS I (2009)

Francisco Antonio Vidal (Nekovidal)

 

CATÁSTROFES COTIDIANAS

(Cualquier parecido con la realidad no es casual).

Sucedió hace unos treinta años y en tan sólo tres días: el lunes por la mañana yo tenía, además de dieciocho años, un trabajo en una oficina de banca, una moto de cilindrada media, una furgoneta con matrícula de Holanda con la que pretendía llegar a la India durante el verano siguiente, y unos pocos ahorros para llevar a cabo el viaje. El miércoles por la tarde conservaba, de esa mi pequeña fotuna, tan sólo los dieciocho años.

El lunes me despidieron del trabajo, pues unos falsos partes médicos de baja facilitados por los compañeros del sindicato de sanidad no habían sido suficientes para justificar varios días de ausencia por encontrarme detenido por cuestiones políticas. El despido fue teatral y esperpéntico y he de reconocer que, a la vista de la ley vigente, más que justificado. De ese despido recibí una cierta suma de dinero como indemnización, con la que pensaba completar lo necesario para hacer, ahora con más tiempo, el ansiado viaje a la India.

El martes me robaron la moto, que salí a buscar con la furgoneta por el barrio donde me habían informado que podía estar. La policía municipal detiene y confisca el vehículo, que no podía conducir por tener matrícula extranjera, la Unión Europea era tan sólo uno de los tantos sueños de los españoles de entonces. Dentro de la furgoneta había, además, varios cientos de panfletos más que comprometedores en una democracia que apenas empezaba a serlo, y que en otra ocasión contaré como salieron del depósito de vehículos.

El miércoles pagué una deuda que tenía con un amigo y que era, en realidad, el dinero que me había prestado para comprar esa moto que ya no tenía, con lo que me quedé sin dinero tampoco para el viaje a la India, que nunca llegó a realizarse.

Mi vida, por supuesto, dió un giro total, y en tres días tan sólo tenía otra existencia completamente diferente ante mi.

Por eso no puedo evitar, al oír las palabras “catástrofes cotidianas”, recordar aquellos tres días, y especialmente aquel momento al final de aquel miércoles, cuando, tomando una copa mientras repasaba las 80 horas anteriores pensaba: “Joder, sólo falta una muerte, y como la sorteen, ya sé a quien le va a tocar . . . “ Pero eso, como ya imaginarán, no llegó a suceder y hasta aqui he llegado para contarla.

Y ahora, cuando algunos años más van aclarando la miopía de la impaciencia y el pesimismo, debo decir que también ha habido cambios igualmente drásticos pero en sentido contrario, cambios que me hicieron saltar del infierno a la frontera, al menos, de algún pequeño paraíso, pero lo dejaremos para otro tema más oportuno, tal vez “Milagros cotidianos”, “Regalos de la vida” o, mejor aún: “Dios aprieta pero no ahoga”, aunque sin olvidar que, como decía hace años un buen amigo: “ . . .pero el muy cabrón no suelta . . .”

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

EL DESENCANTO DEL VATICANO


Había sido un sincero e ingenuo hombre de fe. Había cumplido a lo largo de su vida todos los preceptos del catolicismo, del primero al último. Su Santidad el Papa había sido su modelo y guía, el ser humano mortal al que Nuestro Señor, por alguna razón, había elegido como su representante en la Tierra. Siempre le había imaginado como alguien muy especial, y aunque albergaba algunas pequeñas dudas sobre detalles de su naturaleza semidivina, concretamente sobre sus urgencias y necesidades fisiológicas, nunca, por vergüenza, se había atrevido a plantearlas a su párroco, confesor y amigo. Decidió, simplemente, que una persona de la categoría de su Santidad, elegido por Dios entre miles de millones, no podía estar encadenado a ciertas miserias y servidumbres del cuerpo, y así, libre de tales ataduras, le había imaginado siempre.

Antes de morir quería ver el Vaticano, y sus hijos le regalaron ese viaje tan ansiado por él.

Tuvo el privilegio de visitar los aposentos pontifícios gracias a ciertas gestiones de su hijo mayor.

“Ahí no se puede pasar”, le advirtió amablemente la guía alemana que le acompañaba en su recorrido.

“¿Qué hay tras esa puerta?, preguntó.

“El retrete de su Santidad”, dijo, haciendo un uso de la palabra algo impropio, pero comprensible en un hispanohablante no nativo.

En tan sólo un instante se derrumbó su imagen de un hombre superior y semidivino. Ya nunca recuperó la fe.

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net
 


 

NOCHE DE PAZ
Aquella fue la noche más feliz de Paz. No hubo fiesta, ni alcohol, ni cualquier otra droga, por no haber, no hubo ni música. Paz, simplemente, comprendió algo, y ese fue el resultado final de cuanto le había sucedido en los últimos años. Algo que, como todo lo esencial, había estado ante sus ojos desde siempre, pero había faltado luz para verlo, y esa claridad había llegado, casualmente, hoy.

Paz comprendió algo y fue suficiente para que la vida volviera a tener sabor, como en la lejana infancia, suficiente para que volviera a valer la pena vivirla sin más cortapisas que la inevitable muerte, que ahora incluso no parecía tan temible.

Fue la mejor noche, fue su noche, fue la noche de Paz.

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

RECUENTO DE NAVIDAD

Había una vez, en un pequeño planeta del extrarradio de nuestra galaxia, una curiosa especie que tenía por costumbre recordar y celebrar, durante un día tan sólo, cuanto les hacía fuertes y les brindaba alguna posibilidad de superviviencia: Hablaban de paz, fraternidad, amor, solidaridad, justicia y buenos sentimientos.

Lo asombroso es que la inmensa mayoría lo olvidaban el resto de su año, compuesto por unos 365 ciclos estelares.

Y lo más asombroso aún era que, sin saber muy bien cómo, sobrevivían.

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

MÚSICA PARA LA PAZ

Todos oyeron la nueva música, la que les recordaba que eran mortales y compartían ese miedo, que a todos iluminaba el sol y a todos helaba el frío de la noche, que la misma sangre corría por sus venas, que a todos regalaría la vida un puñado de placeres y dolores, que, irremediablemente, todos tenían el mismo origen y el mismo destino . . . y que nada eran los unos sin los otros.

Oyeron la nueva música, la que habían creado sin querer, entretejiendo el latir acompasado de sus corazones y la diáfana luz de sus frágiles sueños. La oyeron, la cantaron con una perfección insultante, la disfrutaron, la compartieron y, casualmente, nadie cometió la torpeza de juzgarla. Era la música de la paz.

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

MÚSICA PARA LA PAZ

El edificio estaba lleno de las llamadas personalidades sociales célebres, los suelos alfombrados, modales exquisitos y una mezcla de perfumes caros en el ambiente. Sonaba la música rebotando en las mil aristas de la sobrecargada decoración del patio de butacas. Avanzaba progresivamante entre silencios minúsculos, envolviendo con sus vibraciones cada átomo de los asistentes. La pieza se llamaba “Exaltación de la paz”.

Ya en los últimos acordes, sólo los ojos del director de la orquesta y los del portero del teatro estaban empañados. Los demás mantenían sus miradas dignas, secas y frías.

El director, extasiado ante una interpretación que sentía como perfecta, no podía contener las lágrimas. Al portero la obra le recordaba a su hijo, ahora músico callejero, que ensayaba esa pieza cuando aún era adolescente y vivía con él.

¿Estaba la paz en esos ojos o en la misma música?

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

INTEGRISMO

El integrismo se da en absolutamente todas las religiones e ideologías: es minoritario, agresivo y fanático en sus convicciones.
Pero antes de juzgar esos integrismos, que sin duda son injustificables, deberíamos mirar el estado y momento evolutivo en el que estamos nosotros mismos, los occidentales, y especialmente algunos pueblos muy condicionados todavía por la influencia de ciertas religiones, como Estados Unidos, Italia, Polonia, Irlanda y España, entre otros: recordar que la sociedad española ha sido un buen ejemplo de integrismo religioso durante más de la mitad del recién terminado siglo XX. Hasta 1975 la mujer española no podía ni asistir a una reunión de comunidad de vecinos sin el consentimiento de su marido, ni denunciar el maltrato, ya que se justificaba socialmente y solía encontrarse con una sonrisa despectiva en las comisarías, ni abrir una cuenta bancaria siquiera, etc. etc.¿Nos hemos olvidado ya que en muchas iglesias de Italia, Polonia y España las mujeres deben cubrirse para entrar? ¿Por qué una mantilla, el tocado de una monja o un velo son simples prendas de vestir y el pañuelo de una mujer musulmana o el mismo burka símbolos del más ciego integrismo?¿Quién tiene contacto directo con algún dios para decidir hasta donde se debe cubrir o esconder un cuerpo que es, para los creyentes, paradójicamente y según dicen, la obra misma de Dios?

Todos los integrismos nacen de las mismas fuentes: miseria económica e intelectual. Hace mil años, en Occidente, la mujer era mucho más respetada en las zonas de religión musulmana, Andalucía, por ejemplo, que en las zonas cristianas, donde los integristas cristianos de entonces las llevaban a las hogueras, mucho más a las mujeres que a los hombres, por considerarlas fuente del mal, la tentación y el pecado.

Cuando los pueblos musulmanes que hoy dicen que cuentan con elementos integristas eran los que disfrutaban de la tecnología, la ciencia y el arte que traían de Oriente, la zona más evolucionada del mundo entonces, tuvieron que soportar incursiones terroristas de pueblos bárbaros e integristas dedicados al saqueo, que nosotros apenas estudiamos, las llamamos Cruzadas, y se nos ha olvidado pedir disculpas siquiera por varios siglos de brutalidad sin nombre.

Se podría alegar que se están comparando actitudes actuales con las de hace mil años, pero, por desgracia, son igualmente innumerables las pruebas de integrismo cristiano en la actualidad, miremos tan sólo algunos ejemplos del último siglo: el Papa Pio XII bendiciendo los aviones fascistas italianos que poco después bombardearían población civil en Etiopía o España; el silencio del Vaticano ante los diferentes holocaustos provocados por el ejército nazi; la más alta jerarquía eclesiástica española bendiciendo durante cuarenta años a un dictador sangriento y, hoy mismo, la obscena autojustificación de los casos de pedofilia que a diario se descubren en el interior de una institución que se empeña, hipócritamente, en autodenominarse cristiana.

Pongamos algunos ejemplos de grupos integristas y terroristas cristianos, nuestras alqaedas:

En Irak se mantiene en armas una de las guerrillas cristianas que existen en el mundo. Este grupo se llama Zowa y también es conocido como Movimiento Democrático Asirio.

En el Congo actúa la guerrilla del CNDP, comandada por L. Nkunda, que está acusado de varias masacres. Es pastor religioso, como sus oficiales y un gran número de sus guerrilleros que son cristianos evangelistas. Sus lazos con los neocon americanos son muy fuertes así como las giras que realiza por aquel país para su financiación.

Y como tercer ejemplo, en Uganda, desde 1987, Joseph Kony fundó la Lord's Salvation Army, sucesivamente transformada en United Salvation Christian Army y finalmente en LRA (Lord Resistance Army), movimiento armado de inspiración cristiana que emprendió una áspera guerrilla contra las tropas gobernativas.

Los integristas cristianos, los iluminados que hace menos de un siglo aún hacían encendidos sermones contra los recién descubiertos fármacos anestésicos o analgésicos, exaltando las virtudes del dolor, lo sabían muy bien: la ciencia y los derechos humanos eran su enemigos, como lo siguen siendo hoy día, tanto de integristas cristianos como musulmanes o de cualquier otra religión.

Hay detalles que solemos olvidar sobre esta repentina confrontación de nuestra cultura con la religión musulmana desde el 11 S. ¿No había integristas musulmanes antes? ¿Por qué ahora se nos pretende mostrar como despiadada una religión que siempre ha tenido este tipo de elementos extremistas como cualquier otra, e incluso menos que muchas? ¿A quién beneficia este estado de cosas? ¿De verdad es una cuestión de integrismo o es que a determinados grupos les interesa mantener el odio y la confrontación para seguir con los negocios más rentables que ha creado el ser humano, los negocios sangrientos surgidos de las guerras...?

Cabe preguntarnos por la razón de que, repentinamente, surja de la nada un enemigo, siempre tan rentable para quien ostente un poder vertical. Al poco tiempo de finalizar el mayor negocio del siglo XX, la fabricación de armas durante las décadas de la Guerra Fría, los gigantes financieros surgidos de dicho comercio vieron peligrar sus hasta entonces enormes beneficios. Un enemigo resultaba imprescindible, como es imprescindible la prohibición de determinadas substancias para la supervivencia de los cárteles de las drogas ilegales. El nuevo enemigo permitiría reciclarse a la industria armamentista de forma que pasara a producir mil artilugios destinados, supuestamente, a salvaguardar la seguridad colectiva y, en la práctica, efectivos mecanismos de control social. Al mismo tiempo tales medidas para enfrentarnos al demonizado enemigo funcionarían como alimentadores de miedos y paranoias colectivas que acabarían transformando a la población en dóciles grupos fácilmente manipulables. Hay que reconocer que, de momento, todo está saliendo según lo previsto, no consiguiendo hacer dudar mínimamente a la mayoría de la ciudadanía ni siquiera, algunos errores garrafales de la puesta en escena, no siendo extraño escuchar a personas a las que se les supone cierta cultura duras arengas contra la religión musulmana, olvidando que es, al igual que el cristianismo, una religión sincrética que recogió en su momento lo mejor de las religiones anteriores, pero seis siglos más tarde, con la consiguiente ventaja en cuanto a la experiencia, de ahí que pudiera convivir durante siglos con las ideas científicas y tecnológicas que recogía de Oriente, mientras el cristianismo condenaba a la hoguera cualquier invitación al racionalismo. En este sentido, hasta podríamos afirmar que el islamismo es una forma más evolucionada de cristianismo, del que recoge buena parte de su herencia.

Casualmente, para quien así quiera verlo, el imperio del momento es de los muy pocos países que no tienen frontera con países musulmanes, no habiendo ni uno sólo en su continente. No olvidemos que las dos Guerras Mundiales significaron pasos de gigante de Estados Unidos para transformarse en la primera potencia que aún hoy es, y una tercera afectando a Europa y Rusia, o una sublevación de alguna de las regiones musulmanas de China les iría muy bien para sus fines.

Todo este juego da lugar a sociedades del Primer Mundo alienadas, manipuladas y mirarndo al dedo que señala la luna, víctimas de una manipulación emocional que ni sospechan y les hace, por ello, más vulnerables. Siempre es más fácil de alimentar el miedo que la razón.

 

Creo que deberíamos ser más objetivos y cuidadosos al atacar pensamientos que consideramos integristas, buscar y recopilar con cuidado la información, intentar mirar la situación en perspectiva y tener cuidado de no caer en la trampa de la costumbre mental, que siempre nos llevará al camino cerrado que se autoalimenta en su ceguera, no olvidar cómo surgió el conflicto que prtetendemos analizar, a quin beneficia y a quien perjudica, y no olvidar que juzgar a un pueblo o cultura por una minoría de sus componentes es, simplemente, estúpido. Si no tenemos estas mínimas precauciones podemos, sin darnos cuenta, acabar nosotros sumergidos en ese mismo pensamiento integirsta que creemos combatir con nuestra ira e indignación.Todos creemos que nuestra idea y nuestro límite es el correcto, y así comienza a gestarse todo integrismo religioso o ideológico.

Aprendamos una lección de la historia: que la confrontación y el odio a quien no comparte nuestras ideas o sentimientos religiosos, por justificado que pueda parecernos, sólo han traído dolor y muerte a lo largo de los siglos, y no olvidemos que posiblemente no habrá idea más integrista que no admitir un mínimo de duda en nuestros pensamientos y llegar a creer que nosotros nunca podemos caer en el integrismo o ser víctima de la peor manipulación.

Nekovidal 2009 –
nekovidal@arteslibres.net

 

 

UTOPÍA

Busquemos serenamente en nuestro interior y veremos que todos estamos llenos de utopías, de ideas sin aparente soporte racional, de ideas tan abstractas como irreales, de ingenuos sueños que ni sabemos de donde surgen: Utópicamente creamos y cuidamos la vida como antes hicieron con nosotros, siempre olvidando que un simple gesto de la muerte nos puede arrebatar en un instante todo cuanto queremos. Utópicamente construimos durante años amistades, casas, cosas y libros, olvidando, borrachos de utopía, que nada sobrevivirá al paso del tiempo, más que como una mera ilusión. Utópicamente hacemos planes y creamos, siempre sobre la base de la existencia de un mañana tan sólo probable, utópicamente probable.

Así, utopía tras utopía, bailamos con la vida, siempre persiguiendo alguna idea imprescindiblemente inalcanzable, sobre los cimientos de un lugar que no existe o de una idea o un sueño que nunca serán más que eso, ilusiones utópicas de nuestra mente.

Y sobre tan etérea base lo creamos todo, lo mejor y peor que podamos concebir. Día tras día construimos la realidad con ladrillos de utopía, tan imprescindibles para nuestro ser como esa misma realidad que creemos construir.

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net


 

UTOPÍA


Cruzarán tus mares preñados de mil fértiles ideas,

de las esencias primigenias que nos hacen inmortales,

sin desconsuelo ante la muerte, cotidiana en su ser,

sembradora de vida tenaz, recurso de eternidades.

 

En cada mente una fantasía y en todas estrictas vanidades,

a cada paso el recurso de arañar dudas y sembrar sueños,

cada nueva mañana la memoria como consuelo del ayer,

y en cada ocaso la absurda fe en lo que debe o no debe ser.

 

Dejemos que lapide la brisa a quien hoy siembre tormento,

que se consuelen sin ira los pobres espíritus de recurso tardío,

Mañana, en la picota o en la hoguera, súbita como un vahído,

estarás, como siempre, hermana Utopía, y al verte incombustible,

dirán, con la humeante antorcha aún en la mano, sin un lamento,

otra vez tus tristes verdugos, quienes en tí nunca han creído:

“Yo siempre he estado con ella. Ya sabía que era indestructible”.

 

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EL SECRETO DEL SOLITARIO

El secreto del solitario era ser el único hombre en el mundo capaz de guardar todos los secretos. Por eso siempre estaba solo, por eso le llamaban el solitario . . .

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OTRO MUNDO ES POSIBLE

Sé que otro mundo, mucho mejor, es posible, y no lo sé por el empuje de una ilusión juvenil que ya no poseo, sino con la certeza de quien tiene por costumbre mirar hacia atrás.

Lo sé porque aún recuerdo la sonrisa burlona de ciertos hombres grises cuando en mi infancia oían que algún día las mujeres, media Humanidad, llegarían a la igualdad, y hacia ella se dirigen, poco a poco pero imparables, ya en medio mundo.

Lo sé porque he leído las actas de las burlas que en los distintos parlamentos se hicieron a los llamados utópicos de entonces, hace apenas un siglo y medio, cuando hablaban de abolir la esclavitud. Hoy sonreimos viendo a un afroamericano dirigiendo el imperio, y los burladores vocacionales pasan a ser, una vez más, los burlados por la historia.

Lo sé porque los más sanguinarios y dementes de nosotros, llámense Hitler, Stalin, Franco o Bush, no han conseguido nunca parar la historia, sino apenas frenarla a un precio sangriento.

Lo sé porque he visto una y otra vez la repetida negación de quienes temen y niegan la utopía, y su repetida derrota a manos del tiempo y la esperanza.

Sé que otro mundo mejor es posible porque ni el hombre más cruel y enfermo ha conseguido crear cárceles para los sueños ni veneno tan poderoso que mate todas las ilusiones humanas.

Sé que otro mundo es posible porque siempre ha habido y habrá más personas imaginando la paz que preparando la guerra, y transformar cuanto crea nuestra mente en hechos y objetos está en la misma esencia de nuestra naturaleza humana.

Sé que otro mundo es posible porque la fuerza de la vida anida dentro nuestro acompañando a miedos e ilusiones, sobreviviendo siempre al dolor de las derrotas, curando cada herida con un bálsamo de esperanza, sintiendo el placer de construir incluso aquello que sabemos con seguridad que nunca llegaremos a disfrutar.

Sé con total certeza que otro mundo es posible porque el de hoy, mucho mejor que el de hace tan sólo un siglo, también dijeron nuestros hermanos de mente estrecha de entonces, que nunca sería posible, y hoy es nuestra realidad cotidiana.

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ACUERDOS

Tras cada acto, gesto o vivencia humana se esconde un acuerdo: nacemos porque nuestros padres acordaron que naciéramos, o al menos dejarnos nacer, generalmente sobrevivimos porque la sociedad humana en que hemos nacido tiene acordado que no se puede disponer de nuestra vida. Gracias a los acuerdos tenemos derechos, incluso cuando todavía no sabemos qué es un derecho.

Dependientes y mimetizados con nuestros padres, apenas captamos la esencia del acuerdo hasta los seis o siete años, cuando damos el primer paso hacia nuestra independencia individual al comenzar nuestra etapa social. La idea de acuerdo sufre luego un pequeño cataclismo en la adolescencia, cuando debemos aprender a distinguir entre autoridad exterior e interior. Obsesionados por afirmar nuestra recién estrenada vida adulta, solemos caer en la negación de toda autoridad y todo acuerdo, incapaces de comprender todavía la diferencia entre lo ilegítimo de la autoridad exterior que se ejerce mediante la fuerza o la coacción y la natural legitimidad de la interior que nace como resultado del desarrollo de la empatía y la madurez. Si no se supera apropiadamente esta etapa el individuo puede pasar el resto de su vida debatiéndose en la inseguridad de una eterna adolescencia e incapaz de desarrollar una empatía que le haga crecer como ser humano individual y social.

Si seguimos avanzando, un buen día captamos, finalmente, la esencia misma del acuerdo e interiorizamos la importancia de respetarlo al comprobar que todos los mecanismos de nuestras sociedades funcionan en base a ellos: ya no necesitamos que se nos imponga mediante ninguna autoridad exterior lo que debemos hacer, se desarrolla la empatía y colaboramos en cada paso social sin esperar recompensa alguna, porque comprendemos que la recompensa última es la supervivencia y el bienestar de todos.

Por acuerdo mutuo formamos parejas, familias, equipos, grupos, partidos y hasta ejércitos, donde nada funciona si no se respeta lo acordado, y donde lo acordado, sea lo que sea, ha de serlo siempre libremente, tratándose en caso contrario, de un grupo o bien destructivo, o bien que infrautiliza el potencial constructivo y creativo de todo grupo humano libre.

También mediante el desarrollo de la idea de acuerdo aprendemos a disfrutar las mil formas de amistad que la vida nos ofrece: apreciamos con intuición natural el valor de quien los respeta y es consecuente con los acuerdos tanto como el peligro de quien los rehuye o manipula, aprendemos a disfrutar de los beneficios del pacto libre y solidario y a defendernos de quien egoístamente pretende pasar por encima de él creyendo neciamente obtener un mayor beneficio personal. Una vez que la experiencia nos da las claves para distinguir a unos de otros, tenemos en nuestras manos las llaves de una poderosa herramienta: comprendemos que casi cualquier objetivo está a nuestro alcance si nos reunimos el número suficiente de personas abrigando la misma ilusión, y aprendemos, a veces mediante dolorosas lecciones, cómo canalizar la energía destructiva de quien todavía no conoce el arte de respetar el mutuo acuerdo.

Gracias al acuerdo multiplicamos nuestros conocimientos y vivencias, pues acordamos compartirlas sin más placer ni interés que compartirlas, aún cuando tras ese placer natural se esconda una fórmula tan práctica y eficiente como para hacer coincidir el interés común con el individual. También gracias a los acuerdos disfrutamos de innumerables objetos que nunca podríamos fabricar por nosotros mismos, porque hemos acordado almacenar y transmitir después de la muerte cuanto cada uno de nosotros ha aprendido a lo largo de su vida. Esa es nuestra grandeza, la herramienta que nos ha convertido tanto en reyes como en tiranos de la vida en este planeta.

Los acuerdos, por supuesto, son suceptibles de ser utilizados para destruir, pues cuando fallan los acuerdos empáticos, otros ocupan su lugar, pudiendo llegar a pactarse el peor acto destructivo.

Sí, todos los acuerdos humanos constructivos se pueden romper, manipular, menospreciar o destruir, pero también la vida es suceptible de ser víctima de la muerte, y no por ello renunciamos a vivir . . .

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LA VISTA

La vista es lo que alcanzamos cuando comprendemos que vivimos en la ceguera.

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Creo que veo, pero me sé ciego . . . ¿será que estoy empezando a abrir los ojos?

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EL SECRETO DEL SECRETARIO

El secreto del secretario era que pertenecía a una secta secreta donde el secretismo era norma y el secreto ley. Lo sé porque me lo contó su amante secreta, secretaria de un secretario de Estado perteneciente a los servicios secretos, un tipo cuya tendencia al secretismo era un secreto a voces . . .

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SI YO FUERA RICO

Si fuera rico de verdad, o sea, si tuviera una fortuna mínima de diez mil millones de euros, intentaría llevar a cabo tres proyectos:

Crear un periódico donde las noticias fueran tratadas partiendo de la base de que toda vida humana tiene el mismo valor. Me temo que durante unos años la mitad de la primera plana la seguirían ocupando los 20.000 niños muertos a diario por causas evitables, pero si esa es la realidad, será mejor verla a diario hasta que por aburrida e incómoda hagamos algo para remediarla, que volver la vista hacia otro lado.

Crearía luego una cadena de escuelas que resumieran en su no ideario los sistemas educativos que han demostrado ser más eficaces hasta el día de hoy, posiblemente una síntesis de Summerhill y la Escuela Libre de Ferrer Guardia. Una escuela laica, igualitaria y gratuita que enseñara a vivir y a disfrutar del placer de aprender, no a acumular datos y a considerar el conocimietno como un medio de poder.

Como tercer paso crearía una cadena de cooperativas a lo largo y ancho del mundo que aprovecharan cuanto hemos aprendido de economía a base de fracasos: un sistema de propiedad pública pero beneficio según iniciativas privadas, donde cada cual obtenga, en igualdad de condiciones, beneficios según su capacidad y esfuerzo, beneficios limitados por una ley de control de riqueza, que debería llamarse, más apropiadamente, de control de codicia.

Y, puestas las bases de un posible mundo mejor, dejaría a la gente vivir, descubrir cuanto valen quienes creen que valen poco, por la valiente modestia de creerlo y cuanto dejan de valer quienes se creen imprescindibles. Esperaría a que poco a poco aprendiéramos cuan importantes somos para la vida sólo por formar parte de ella, importantes para el futuro porque somos sus forjadores, y para conservar cuanto nos enseñó el pasado porque somos su consecuencia.

Tal vez diéramos algún paso más hacia ese paraíso que siempre ha estado ante nosotros, o tal vez me pegaran un tiro y asunto concluído, pero fuera como fuera, siempre le tiene que tocar a alguien vivir la mejor y la peor parte de cada fiesta . . .

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MICROTEMAS LIBRES

Miradas

Se conocieron, se vieron, se miraron y lo supieron todo, por eso no tuvieron el valor de abrir los ojos.

 

Lluvia

Llovía como si nunca hubiera llovido antes. Llovía, y era un día tan lluvioso, tan lluvioso, que hasta los gatos aprendieron a nadar.

 

Estibadores de recuerdos

A un puerto del sur llegó un barco cargado de hombres que cargaban mercancías cargadas de recuerdos de otros hombres, pero nadie recordaba de que puerto habían zarpado.

 

Era

Era porque creía que era dentro de un microrrelato que es porque leyéndolo creemos que es.

 

Seguridad

Estaba tan seguro de poder dudar que al final dudó de su duda y cayó en el integrismo.

 

Mic

Era un microrrelato tan micro, tan micro, que se titulaba “Mic” y su texto sólo tenía tres letras: “Soy”
 

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LA VENGANZA DEL TESORERO


De Ramírez se había hablado mucho y de muchas formas: desde unos pocos que nunca habían cuestionado su honradez a otros muchos que desconfiaban de él: “Las cuentas no están claras”, decían. Ramírez, tesorero de la asociación desde el nacimiento de ésta, nunca había sustraído la más mínima suma de dinero, llegando incluso a ponerlo de su bolsillo en un par de ocasiones para ahorrar tiempo y evitar suspicacias, pero los malos pensamientos son tan libres como el mejor de ellos.

Finalmente Ramírez fue despedido, más porque la mayoría así lo decidió que porque hubiera alguna prueba de su falta de honradez.

El tesorero se vengó de la desconfianza de todos los socios y de las difamaciones vertidas sobre él pidiendo dinero prestado, con la excusa de una urgencia médica, a todos y cada uno de ellos. Sin que nadie lo supiera, Ramírez había sido afortunado días antes con uno de los mayores premios de lotería de la historia y poco tiempo después les devolvió a cada uno la suma que le habían prestado multiplicada por mil: cincuenta euros se transformaron en cincuenta mil y mil euros, que sólo le había prestado Engracia, la señora de la limpieza, que le conocía desde niño, se transformaron en un millón. El resto siguen maldiciendo el momento en que decidieron no prestarle siquiera diez o veinte euros y aprendiendo la lección, en este caso evidente, de que no hay nada más estúpido que el egoísmo, ni más contraproducente que el juicio precipitado.

Salvo Engracia, que se jubiló anticipadamente, todos los demás siguen recibiendo cada año una postal, siempre de un hotel de lujo diferente de un lugar diferente del mundo, y el mismo día en que Ramírez había pedido, años atrás, dinero para una urgencia médica familiar a todos ellos: un sospechoso veintiocho de diciembre.
 

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LA SINESTESIA

Para mi cada nota musical tiene su color y cada color su música; cada sabor una tonalidad cromática, cada sensación táctil un gusto diferente. . .

Llevo siete años intentando explicárselo al doctor de mi pueblo, que se empeña en que tengo que visitar otros profesionales especializados, psiquiatras todos ellos. La culpa la tuvo mi hermana, que siempre ha sido una chivata, y cuando tenía nueve años les contó a todos, un día de Navidad, como sentía yo el mundo, nunca se lo perdonaré.

Los psiquiatras saben todos que hace casi un siglo, en 1812, un tal Dr. Sachs ya describió mi supuesta enfermedad, pero les interesa estudiarme como a una triste rata de laboratorio. El de hoy es ya el octavo que me visita. Tiene orejas de burro y nariz de bebedor, parece que será divertido escucharle. Se sienta, me mira fijamente y dice: “Así que la música tiene colores . . . Vaya, vaya, vive usted en una auténtica fiesta taurina . . . ¿Cómo está?

Perdido, doctor, estoy completamente perdido desde que ha entrado usted tarareando esa canción de tonos grises anaranjados, con su olor pardo verdoso y me ha estrechado la mano con ese extraño sabor a vino añejo . . .
 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

ESTOY PERDIDO

A veces me pierdo pensando: ¿Hay mayor perdición que sentirse perdido cuando se vive y se deja vivir, sin exigir nunca más de lo que se da, y a veces ni eso, pues nadie puede dar más que lo que ya da?

¿No será que no existe peor forma de perderse que llegar a creer que se está perdido?
 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

LA FIESTA TAURINA

En esta guerra no declarada tengo amigos en los dos bandos, y todos tienen razón o, mejor dicho, su razón:

Me dicen unos que es una bestialidad que poco tiene de cultural y menos de fiesta . . . y tienen razón.

Les contestan los otros que, viendo como está el mundo, preocuparse más de la suerte de un animal que de miles de niños muertos cada día es un acto de cruel banalidad . . . y tienen razón.

Alegan los unos que hacer del dolor y el sufrimiento de un animal

 un espectáculo sólo contribuye a afianzar la crueldad en nuestra vida cotidiana . . . y tienen razón.

Responden los otros que mejor canalizar la agresividad a través de esos espectáculos que reprimirla, y ponen como ejemplo la cultura británica, tan cuidadosa en la protección de los derechos animales y donde se dieron decenas de linchamientos de ciudadanos musulmanes tras los atentados del 7-J, mientras en la taurina España, tras el 11-M no hubo un sólo caso . . . y tienen razón.

Dicen unos que el dinero que se invierte en la llamada fiesta taurina debería dedicarse a la conservación de la naturaleza . . . y tienen razón.

Pero les replican los otros que, de no ser por dicha fiesta, el toro de Lidia se habría extinguido como especie hace siglos . . . y tienen razón.

Los argumentos por ambas partes parecen ser infinitos, y todos los defienden con igual apasionamiento.

Para contradecir a quienes afirman que soy incapaz de estar callado ante algo que considero injusto, no tomaré partido por ninguna de las dos posturas.

Lo hago principalmente por seguir un consejo paterno que mantengo en la memoria desde hace muchos años: “Hijo, nunca te metas en asuntos de cuernos”.
 

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UNA MIRADA AL MAR
 

Éramos yo y el mar. Y el mar estaba solo y solo yo.
Uno de los dos faltaba”. (Antonio Porchia)

 

Toda su vida había sido una constante y melancólica mirada al mar: esperando a su padre pescador cuando era niña, la ilusión del retorno de la seguridad y la consiguiente sensación de inseguridad tras la partida, una infancia entre paréntsis . . .

 

Años después esperaría a sus hermanos, que, apartados de los juegos infantiles por la tiranía de la la pobreza, habrían de pasar a los juegos de hombres, esos en los que la muerte no tiene vuelta atrás. Uno nunca regresó, y en el fondo del mar, junto a él, reposarían para siempre las risas de toda la familia.
 

También a su pequeño gran amor, el único, en realidad, lo esperó mirando al mar, cuando decidió emigrar al otro lado del mundo soñando con un mundo mejor. Dieciséis años después le escribió para decirle que no le esperara más, cuando a ella ya sólo le quedaba tiempo para esperar.
 

Cada mañana de cada día miraba al mar con sus ojos cada vez más cansados y un alma callosa que ya no sabía que buscaba realmente con la mirada.

 

Un día pensó: “¿Me mirará también a mi el mar?, ¿Me estará esperando?” y emprendió el camino de reencuentro con su hermano y con tantas otras ilusiones ahogadas.

 

Los pescadores dijeron que había sido un golpe de mar, pero quienes la conocían siempre sospecharon que había sido un golpe de memoria el que la había empujado a echar una última mirada al mar.
 

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NO PUEDE SER

"No hay nadie que haya jamás escrito, o pintado, esculpido, modelado, construido o inventado, a no ser para salir del infierno".
(Antonin Artaud)

 

Martilleamos la vida con la perseverancia de un creyente y una ingenuidad infantil que deslumbra.

De todo pretendemos hacer un paraiso y en todo hallamos una razón para seguir persiguiéndolo.

En todo nos negamos a la negación, porque la vida es afirmación o no es. Dolor, sinrazón o injusticia se niegan a si mismos ya que nada saben construir o dar, nadan saben crear.

Lo diremos todo, siempre perdidos en sombras que nos sirven de guía.

Somos, sin sospecharlo, constantes creadores de enigmas, forjadores de diminutas ilusiones de poder inimaginable.

Estamos vivos, pero somos, ante todo, supervivientes de la hecatombe cotidiana: el reducido pero creciente grupo de seres que cada día, contra toda duda y todo miedo, se niegan, recurrentemente a decir: “No puede ser” . . . y así creamos, mágicamente, cada día, todo cuanto es.
 

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LA DISTANCIA

Lo dijo Antonin Artaud y ha querido el azar que se cruzara en mi memoria en el momento en que debía decidir qué escribir sobre la distancia. Lo dijo en su genial locura que tan bien sabía retratar a un mundo loco que arrogantemente se atrevía a llamarle demente. Dijo lo que ahora quiero decir y como yo no podría hacerlo mejor en ningún sentido, me limito a transcribirlo:

Tengo, para curarme del mundo, toda la distancia que me separa de mi mismo”. (Antonin Artaud)

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LA DESPEDIDA


La tememos, la rehuimos, y al cabo del tiempo, incluso podemos llegar a guardarla en la memoria con más claridad que a quien hemos despedido. Cada despedida parece ir marcando un camino de migas de sueños hasta llevarnos a la última de ellas y ellos, a la muerte.

Pero en realidad, ¿es posible la despedida? Ante cada decisión a que la vida nos enfrenta, presentándonos en forma de abanico tantos caminos a seguir, al final, inevitablemente, escogemos uno, incluso el de no tomar ninguno de los propuestos o imaginados hasta ese momento, pero una vez elegido el camino, sea cual sea, la despedida ya es imposible.

Nunca podremos despedirnos de los millones de sensaciones recibidas a lo largo de la infancia, sobre las que, además, no solíamos tener la menor posibilidad de elección: esos niños y niñas que pasaban a ser nuestros amigos porque el azar hizo que nuestros padres se hicieran amigos de los suyos, tanto como la pegajosa caricia de la señora a la que recordábamos su nieto, algo inimaginable cuando eres nieto . . .

Nos acompañan nuestros muertos tanto como los hijos que nos han de enterrar, dolores cruelmente inolvidables junto a esos momentos en que la vida, tan caprichosa, nos besa en la boca y perdemos el tiempo preguntando porqué.

Aquella casa, aquella escuela, aquel barrio, aquella primera novia y aquel último pantalón corto, tantas cosas de las que creemos habernos despedido, cuando en realidad han estado condicionando cada uno de nuestros pasos desde entonces, han sido la brújula que ha señalado el rumbo de nuestra vida desde el mismo momento del encuentro.

Creemos decir adios, separarnos, y, como en tantas ocasiones, volvemos nuestra vista a lo aparentemente perdido mientras perdemos la ocasión de ser conscientes de su, para nosotros, eterna e inevitable presencia.

Creemos decir adios, pero de nada vivido nos podemos despedir. Sólo nos despedimos de aquello a lo que no permitimos entrar en nuestra vida, de la experiencia rechazada, de la oportunidad perdida, de la idea abandonada, el resto nos acompañará y condicionará, nos guste o no, hasta el último suspiro.

Así que, ¡hasta siempre . . . !
 

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EL MISIONERO

De todos los lugares que había recorrido como misionero, la región de Tampala siempre era la que primero acudía a su memoria. Allí, hacía más de cuarenta años, cuando llegó por primera vez a la parte del mundo que la providencia había elegido para que evangelizara, se había encontrado con dos aldeas de población similar, pero formas de vida muy diferentes: mientras en la aldea norte existía una rígida jerarquización, tanto en la sociedad como en familias y clanes, la aldea sur era su antítesis: una sociedad relativamente igualitaria donde hasta las mujeres disfrutaban de ciertos derechos. En ambas intentó extender la palabra de Dios, pero la reacción en ellas fue completamente diferente: en la aldea norte fueron suficientes un par de regalos al reyezuelo y al chamán para conseguir que se prohibiera a las mujeres mostrar impúdicamente sus pechos, que desde el principio de los tiempos llevaban al aire, mientras que en la sur su propuesta, tratada en asamblea, fue recibida con carcajadas y algunas miradas de cierta lástima que el orgullo del misionero no pudo soportar.

El proceso de evangelización fue también diferente en cada pueblo: en el norteño bastó convencer al rey de que el dios cristiano había decidido que él reinara sobre sus súbditos para que obligara a bautizarse a todos ellos. En la aldea sur, por el contrario, tras escucharle atentamente, se decidió por unanimidad que podía hacer todos los rituales de su extraña religión, incluso un templo si así lo quería, pero no imponerla al resto de los vecinos, para frustración del entusiasta misionero. De nada sirvieron los obsequios y menos aún las amenazas con un infierno del que todos preguntaban donde se encontraba y si él había estado allí para describirlo con tanta precisión y detalle.

En el díscolo y pagano poblado sureño, además, vivía una chica que desde el primer día causó cierto desosiego al joven misionero, siempre sonriente y curiosa ante sus extrañas palabras. Fue la primera a la que intentó convertir y bautizar, pero no sólo no lo consiguió, sino que recibió como pago a su esfuerzo una humillante caricia en la cara diciéndole: “Eres como un joven guepardo asustado al que le gusta rugir como un león . . .”

El misionero desistió, al cabo del tiempo, de evangelizar la aldea sureña, donde acudía una vez los domingos para celebrar una misa a la que sólo asistían por curiosidad dos ancianas que nunca llegaron a bautizarse y Tika, la joven que durante semanas había ocupado los sueños del misionero, a la que decidió considerar una peligrosa tentación enviada por Satanás, una prueba de Dios a su fe.

Pocos meses después llegaron a la región las acciones de una guerrilla, financiada por cierta multinacional minera asentada al otro lado de la frontera. Bien informados sobre los fondos que el misionero había recibido para construir una iglesia, tuvieron con él un encuentro en que le dieron a elegir entregarles el dinero o decidir cual de las dos aldeas bajo su tutela habría de ser arrasada. Él se sabía seguro e inmune en su condición de hombre blanco ciudadano de un país europeo.

Tres días meditó el misionero sobre qué decisión tomar, tres días en los que recorrió ambas aldeas sintiendo como cada sonrisa y saludo de la aldea sur se iba transformando en ofensas en su mente, mientras la falsa mansedumbre de la aldea norte era mirada como el fruto de la piadosa obra que Dios había designado para él. Al cabo de tres días, en un nuevo encuentro con uno de los líderes guerrilleros, tomó la decisión: no entregaría el dinero. “Bien, padre, elija entonces la aldea que destruiremos y que llevará en su conciencia el resto de su vida”, le dijo el mercenario creyendo poder hacerle cambiar su decisión. “La aldea sur”, dijo con voz levemente temblorosa, “ . . . y que Dios les proteja”. “No creo que Dios envíe armas para protejerles, pero usted tiene el dinero que puede salvarles la vida, padre”. “Ese dinero es para construir una iglesia. No puedo salvar vidas si a cambio condeno almas” dijo con un argumento que a él le pareció de una lógica irreprochable. La aldea fue arrasada al siguiente amanecer: los niños y niñas secuestrados para servir de soldados, el resto de la población masacrada. El misionero recorrió la aldea entre ascuas y cadáveres mutilados haciendo la señal de la cruz sobre cada cuerpo inerte. Entre ellos encontró el cadáver violado y mutilado de Tika, el amor que nunca tuvo el valor de reconocer.

A lo largo de los años siguientes el misionero levantó en África decenas de iglesias, convirtiendo a miles de personas a la fe verdadera, llegó a obispo y, ya en su vejez, a venerable cardenal. Hoy su voto en un cónclave decidió quien habría de ocupar el Sillón de Pedro, el más alto honor que un católico puede alcanzar, y mientras votaba, incomprensiblemente, el nombre de Tika, olvidado durante lustros, golpeaba sus sienes y oídos insistentemente. “Me encuentro algo indispuesto”, susurró a su secretario y amante secreto desde hacía años, “ . . . me retiraré temprano a mis aposentos”.

La luz del sol moría un día más tras la Basílica de San Pedro, inundando nuevamente de sombras el Vaticano.

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LA FOBIA

Daniel sabía que debía decírselo y que seguir dando largas al asunto sólo serviría para empeorar todo, sólo faltaban dos días para la boda. “Debo confesarte algo antes de la boda, pero no sé si seré capaz ...” dijo mirando fugazmente a Cristina. Ella, sonriente y segura de conocerle, preguntó con una sonrisa: “¿No me irás a confesar que eres gay?”. “No, que va, es otra cosa. . .”. “Déjalo, si te es incómodo, ya me lo dirás cuando te apetezca. Hemos vivido juntos tres años, creo que nos conocemos lo suficiente y nada que podamos descubrir el uno del otro cambiaría nuestra idea de casarnos, ¿o sí?” “No, no tengo ninguna duda sobre eso. De acuerdo, te lo diré, de alguna forma, pasado mañana durante la boda. No te preocupes, en realidad es sólo un detalle, pero. . .” Los dos días anteriores a la boda parecieron eternos para ambos, pero los mil preparativos no impedían que ocasionalmente la preocupante idea cruzara la mente de Daniel. Tenía que decírselo de alguna manera y tenía que hacerlo antes de llegar a la iglesia, pensó. Llegó el considerado gran día y todo parecía transcurrir dentro de la prefabricada armonía de las bodas urbanas: la llegada de los novios, los padrinos, los invitados, . . . Daniel había contado y ensayado meticulosamente los pasos que tenía que dar desde la entrada del templo hasta el altar y lo había hecho durante semanas, de tal forma que pudo llegar hasta el punto indicado sin apenas tropiezos. Pero una vez que estuvo ante Cristina, ésta comenzó a increparle en voz baja: “Pero ¿qué haces?, abre los ojos.” "No puedo", replicó Daniel, "no puedo". Tras insistir varias veces, ella optó, como última solución, por darle un pisotón, que consiguió que él inevitablemente abriera los ojos al tiempo que corría despavorido en dirección a la salida gritando: “Las cruces, las cruces. . .”

El pobre Daniel, estaurofóbico desde la infancia, creía tener controlada su fobia, su miedo irracional, en su caso, miedo a los crucifijos, pero descubrió, aunque tarde, que no era así.

Sólo hay un tipo de miedo más peligroso que aquellos que ya creemos controlar sin que sea así: los que forman parte de nuestra vida sin que sospechemos siquiera que nos acompañan.
 

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LA VIDA

Los hechos, simplemente, suceden, y mientras suceden, ocasionalmente, la materia se organiza de determinada forma con tendencia a perpetuarse, esporádicamente se erige en conciencia, y esa conciencia intenta captar y definir cuanto sucede, dando lugar a diferentes tipos de percepción y de pensamiento. A eso llamamos vida.

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NO ME DA LA GANA

El mar de las pasiones humanas

En el mar de las pasiones humanas navegan todo tipo de espíritus y con ellos todo tipo de alegrías y pesares. Todos buscan una isla donde llegar, el reposo de sus penas y algo que alimente sus inquietudes.

Inmersos en la misma tormenta, vemos como unos se hunden mientras otros sobreviven, y no podemos evitar preguntar porqué unos sí y otros no, preguntarnos sobre el inconmensurable conjunto de circunstancias que dan lugar a un hecho u otro.

A la respuesta ocasional a la pregunta permanente, unos llaman dios y ponen un nombre, otros , menos arrogantes, callan.

En el mar de las pasiones humanas incluso los supervivientes tienen cierto aire de náufragos. Algunos, a pesar de todo, se muestran sonrientes, y hasta los espejos dudan de si se trata de una simple sonrisa bobalicona o la luminosa sonrisa de algún buda iluminado.

¿Será acaso que son esos, los que han dicho “no me da la gana” ante tanta sinrazón, ante la reincidente invitación al sufrimiento inútil, los que han descubierto que, al final, riendo o llorando, vencedores o vencidos, en este juego al que llamamos vida, nos van a pagar lo mismo, y es tan sólo nuestra actitud, más o menos abierta o cerrada ante ese juego, la que marca la diferencia entre felicidad y sufrimiento, entre vida o muerte en vida . . .?

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LA RESPONSABILIDAD

Si todo lo humano es en si mismo subjetivo, pocos conceptos lo son tanto como el de responsabilidad. Incluso en el de libertad, que puede incluir desde ideas esotéricas a la pretendida libertad de arrebatar la libertad ajena, suele haber una parcela compartida: la de que libre es quien puede desplazarse en el espacio sin limitaciones a su cuerpo. Pero en cuanto hablamos de responsabilidad, es imposible encontrar una sola coincidencia en la que se encuentren todos los seres humanos:

Todos los tiranos y dictadores que en la historia han sido decían sentirse responsables ante algún dios o ante la patria, y era esa responsabilidad la que les empujaba al asesinato o al genocidio. De igual forma, sintiéndose responsables ante sus semejantes o ante determinado concepto de libertad, respeto o derecho, puede un ser humano lanzar una bomba entre una multitud de seres a los que desconoce, provocando un baño de sangre. Sintiéndose responsable ante las instancias más altas, las divinas, se llega a matar sin un atisbo de remordimiento: “Dios lo quiere” gritaban los cruzados cristianos durante la Edad Media mientras iban arrasando ciudades enteras a su paso, sin respetar siquiera la vida de niños o ancianos. Idéntico esquema se repite en la visión integrista de cada religión, tan oportuna siempre para mentes asustadas y acomodaticias.

Responsable de sus hijos se siente quien comparte con ellos su tiempo y emociones tanto como los padres que se limitan a proveerles de un mínimo de alimento y ropa, e incluso quien ni de eso se hace cargo. Responsable ante sus amigos se siente quien se limita a compartir con ellos los últimos datos futbolísticos tanto como quien abre sinceramente su corazón. Y todos, del primero al último, se sentirán personas responsables.

Si alguien, ocasionalmente, admite ser irresponsable, lo hará, muy posiblemente, para refugiarse en la falsa sinceridad de un defecto admitido, evitando así tener que subsanarlo. Responsable de todos y cada uno de sus actos, estando dispuesto a admitir y reparar cualquier error cometido, no recuerdo haber conocido a nadie, pero tengo la memoria llena de gestos y acciones propios y ajenos encaminados a la autojustificación de todo tipo de errores y egoísmos.

Será que yo mismo no soy lo suficientemente responsable como para admitir el estado de primitiva irresponsabilidad en que se encuentra mi especie.

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EL VUELO

Como la mayoría de las personas, no suelo recordar la mayoría de mis sueños, pero hay uno que guardo en la memoria con una nitidez sorprendente: el sueño de volar. Fue hace unos veinte años, pero lo recuerdo como si hubiera sucedido hace unas horas: de repente me vi ante un precipicio, pero lejos de sentir miedo, comprendí que debía volar para superarlo. Olvidando que no estaba en mi naturaleza el privilegio del vuelo, simplemente pensé:”Tendré que volar ”. . . y volé.

Mi primer pensamiento tras emprender un vuelo que era en realidad levitación, fue preguntarme porqué no lo había hecho antes, pues era tan simple y natural como lo es caminar durante la vigilia.

Por encima de cualquier otra consideración, dicho sueño me enseñó con meridiana claridad el poder de la mente sobre la materia, la existencia de niveles energéticos más o menos pesados o ligeros y la capacidad de condicionarse mutuamente unos a otros.

Cuando dudo si hacer algo es posible o no, rememoro aquel sueño, aquella sensación, y relajo la mente sabiendo que el más aparentemente inalcanzable de los sueños, ilusiones u objetivos , está al alcance de la mano si conseguimos vencer los miedos o prejuicios que lo declaran imposible.

Creer es crear, y en esta encorsetada dimensión que habitamos, conseguir que cada acto cotidiano sea un acto creativo es el más enriquecedor juego a que podemos aspirar.

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VÍCTIMAS DEL MALTRATO

Cuando dios era mujer . . .

Cuando dios, cualquiera de ellos, era mujer, el mundo era cálido y acogedor, las guerras se resolvían evitándolas y los conflictos casi nunca llegaban a guerras. Pero el mundo, que permaneció así durante milenios, no parecía, según decían los hombres, evolucionar, prisionero de la naturaleza, al tiempo que cautivo de una armonía incómoda para quienes no sabían reconocerla y crecer bajo ella.

Mientras dios era mujer, el hombre se sintió esclavo de su frustración por no poder ser semillero de vida y sus miedos apenas le permitieron ver su papel de indispensable semilla.

Y dios se hizo hombre, pero no bajó a la tierra, pues ya la habitaba.

Cuando dios se hizo hombre, como todo esclavo, guardaba el rencor de siglos, y como todo esclavo que rompe sus cadenas, volcó sobre su amo todo su odio y desprecio: hizo de la mujer un objeto, evitando la responsabilidad de mirarla como a un igual, transformó sus miedos imaginarios en cadenas reales, que la mujer habría de arrastrar sin derecho a réplica y, en ocasiones, sin derecho a súplica siquiera.

Cuando dios se hizo hombre, pareció que el ser humano evolucionaba: nacieron los estados, las ciudades y el comercio y con ellos las guerras, el orgullo sin dignidad y una demencial idea de honor que se lavaba con sangre. A tal extremo llegó la locura cuando dios se hizo hombre, que muchas mujeres se hicieron cómplices de ella, enseñando desde la cuna a sus hijos a perpetuar su arrogancia y sus miedos y a sus hijas a doblegarse ante el macho miedoso.

Y el mundo enfermó . . .

Un día, alguien pensó que tal vez dios, cualquiera de ellos, no debía ser hombre ni mujer o que, mejor aún, podía ser ambos sin que hubiera en ello contradicción alguna.

No hace mucho, al principio de los tiempos del final de la esclavitud de la mujer, algunas dijeron “basta”, otras muchas les siguieron y hasta algunos hombres comprendieron el mensaje. Se empezó a oír y sentir la palabra igualdad.

De entre esas mujeres, algunas hicieron uso de la grandeza de su naturaleza femenina e invitaron a todos a vivir esa armoniosa equidad, a creer y crear un nuevo dios que no fuera hombre o mujer, sino simplemente humano. Otras, heridas por los golpes recibidos, transformaron en odio su dolor, como antes hiciera el hombre, y reclamaron el derecho a la venganza, cayendo en el mismo error, repitiendo las mismas injusticias que habían padecido.

Pasó el tiempo, y mientras en algunas partes los más elementales derechos eran reivindicados con más de un siglo de retraso, en otros, los bien alimentados pero emocionalmente famélicos jóvenes primermundistas, olvidaban el esfuerzo de sus abuelas y renunciaban a buena parte de lo justamente conquistado.

Nadie parece encontrar su lugar en el mundo: ni las chicas, aceptando un neomachismo simplón, ignorante y peligroso, ni los chicos, tan desorientados como cobardes ante la nueva situación.

El camino en pos de una legítima igualdad que nunca debió ser cuestionada va dejando una senda de sangre y dolor, en la que sólo puede consolar a quienes ven caer a sus seres queridos el saber que su muerte no lo fue en una estéril guerra de codicia tan sólo, sino que ha contribuido, con una heroicidad que a nadie podemos pedir ni desear, a dar un paso más en pro de un futuro mejor.

El tiempo, eterno maestro que cura heridas tanto como deja cicatrices, conseguirá algún día equilibrar al fin la extraña dicotomía de nuestra especie, que parece ser capaz de estudiar, cuestionar y aprender todo, menos su propia y contradictoria naturaleza interior.

Nacerá así el último dios, el que no se planteará siquiera si es hombre o mujer, el primer dios que sea, ante todo, humano. Un último dios que será el primero que sepa realmente amar, ese bajo cuya luz esperemos que vivan algún día nuestros descendientes.

 

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UNA HISTORIA TERRORÍFICA

La historia, entre tantas, de Cecilia Coria Olivares, asesinada por su ex novio en Nerja (Málaga) el 28 de septiembre de 2008, y del dolor que desde entonces arrastra su familia.

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MEDICINAS ALTERNATIVAS

Intentemos poner cada cosa en su sitio y coloquemos a la medicina occidental, también llamada alopática, en el lugar que en justicia le corresponde: es insustituible para casos de mutilaciones, para recomponer cuerpos destrozados o tratar situaciones límite, pero, en el día a día, que sea la última alternativa.

Si fracasan todo tipo de medicinas preventivas, si fracasa el tratamiento con medicamentos de origen natural, si fracasa la homeopatía con su casi milagroso procedimiento, la acupuntura con sus irrefutables resultados y un último intento por encontrar el paciente el origen de su mal a través del conocimiento de si mismo, bien en la soledad de la meditación o en compañia de seres cercanos, profesionales o no, que le ayuden en ese recorrido, abramos de par en par las puertas a la medicina occidental. Entonces sí, entonces quememos el último cartucho en esa medicina con prioridades económicas sobre las humanas, de profesionales que no han pasado el más mínimo examen para comprobar su madurez o equilibrio emocional, ni siquiera una posible psicopatía, antes de permitirles decidir sobre la vida o muerte de sus semejantes. El sector, que lo hay, de médicos honestos y despojados del egocentrismo propio de todo chamán a través de los tiempos, se ve acorralado entre burocracia, mal uso de los medios disponibles, canallescos intereses políticos y mercenarios intereses económicos. Hay que reconocerlo: no pueden hacer más. No menos exigentes deberíamos ser, por supuesto, con los representantes de las llamadas medicinas alternativas, entre los que se esconden charlatanes y estafadores de todo tipo, pero es el mismo sistema sanitario oficial el que se encarga de evitar solucinar el problema, negándose a regular dichas disciplinas, no vaya a ser que los clientes, que sólo eso somos para ellos, descubran que funcionan.

Como última solución, desesperados y sin más alternativas, combatamos hormigas a carísimos cañonazos, recurramos a la medicina occidental, pero, si es usted creyente, rece antes, le ayudará a soportar los tan probables como desagradables imprevistos, uno de los cuales será, posiblemente, el último.
 

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ME RÍO YO DE LA SANIDAD


Al Claudio nadie le recordaba enfermo. Comía cuanto de comestible pudiera haber en el campo; bebía agua de un riachuelo, incluso cuando ya era uno de los tantos contaminados de la cuenca asturiana; bebía el alcohol que, según él, era el apropiado: una botella de aguardiente a la semana; no fumaba porque eso, decía, ahora ya es de señoritas; dormía, desde que volvió de la mili, con sus ovejas, que le calentaban y hacían compañía, según las malas lenguas, demasiada compañía . . .

 

Cuando alguien le preguntaba por su salud y su secreto para conservarla, el Claudio, que tenía tendencia a confundir términos y sinónimos, respondía: “Me río yo de la sanidad . . .”
 

El Claudio no se enfermaba nunca porque, según él, eso es para quien tiene tiempo de sobra, y él no lo tenía, a pesar de que vivió hasta los noventa y siete años, siete meses y una semana, según hizo notar en su entierro la beata Jacinta, la única que quedaba en el pueblo de su misma generación.
 

Lo que Jacinta no llegó a saber es que había otros sietes en el extraño juego de coincidencias numéricas: Claudio había enfermado siete dias antes de una simple otitis, que se hubiera curado con unas gotas que costaban exactamente siete euros, con el IVA incluído, los mismos siete euros que llevaba en el bolsillo en el momento de su muerte.

 

También eran sólo siete las ovejas que quedaban de su rebaño, y a siete periódicos diferentes había llegado la noticia de su longevidad y los siete pensaban contactar proximamente con él.

 

Pero lo que realmente había derrotado la salud de Claudio eran sus vacaciones, las primeras que decidió tomar en su vida, para probar como era eso de estar sin hacer nada.

Sólo siete días sin nada que hacer, pensó, olvidando su propia filosofía . . . y fueron los últimos.

 

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QUISIERA SER RÍO
 

Quisiera ser río para ver el milagro de la vida reflejado en un simbolismo perfecto:

 

El nacimiento, la vida brotando de la nada, aguas fluyendo mágicamente de una roca. Las saltarinas aguas infantiles, aqui cascada, alli catarata, brincando entre juegos sin sospechar siquiera que algún día serán remanso, las aguas puras y claras de la infancia.
 

El curso medio, la juventud, inquieta en sus certezas, convencida del valor de su inquietud, amnésica hacia su pasado, ciega ante su futuro, irreverente, rebelde o estancada, recibiendo afluentes que alimenten su cauce, cediendo sus aguas para hermanarse con la tierra que regará para hacer germinar nueva vida.

 

El curso inferior, la madurez, donde el caudal alcanza su máximo posible, donde algunos encuentran su lugar y otros se pierden en desorientadoras curvas de meandro, donde se crean deltas con los sedimentos de la experiencia y originales albuferas ante la cercanía de la muerte.
 

Y al final, el mar, sobre el que ya se está gestando un nuevo río que nacerá en la montaña al recibir la caricia de las nubes.
 

Quisiera ser río, porque ya sé que soy gota que sólo espera ser vapor de nube y alcanzar a ver, desde lo alto, el conjunto de este juego, la modesta pero maravillosa línea del río de la vida.


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YA QUE ESTAMOS
 

Ya que estamos aquí, irremisiblemente condenados a muerte, juguemos, a ratos, un poco con la vida: hagamos de lo inevitable costumbre y acostumbrémonos a decidir la suerte, invitemos a los serios seres perplejos a bailar la danza de lo imprevisible, mientras de todo quedan tan sólo reflejos, mientras se torna en abstracto lo tangible.

Ya que estamos aquí, en su compartida soledad cada uno, con su puñado de recuerdos por vivir, invitemos a los espíritus serios a bailar, a los cebadores de dogmas a dudar, y a quien no le interese el juego, simplemente a dejar a otros jugar, recibiendo la risa ajena por justo consuelo.

Ya que estamos aqui, saltemos el alto muro donde están firmes las argollas de las certezas, esas que siempre nos encadenarán. Demos vueltas sin prisas ni rumbo, limemos, fraternales, las asperezas, que no nos avergüence ser vagabundos, ni ser a veces tachados de rarezas:

¿Qué hay más raro que este mundo que mira, soberbio, sus flaquezas?
 

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LO ESTOY PENSANDO
 

La luz se balancea rítmicamente en un extraño e interminable baile sensual.

Desde la ventana, acuden a la llamada de la curiosidad todas las respuestas sin nombre.

La pequeña araña, que había tejido su tela en un rincón dos semanas antes, parece dudar ante lo evidentemente previsible.

Las suaves sinuosidades de las paredes acarician la vista con cada curva, con cada sombra.

El suelo, conjunto interminable de fragmentos abrazados por una simetría contestataria, se muestra como un mapa preciso de las cinco galaxias más cercanas.

El blanco inmaculado de la loza del baño parece retar a todos los demás colores.

Cada rincón de la habitación, creando mágicamente un espacio tridimensional, tiene su propia leyenda, y es a la vez cobijo e invitación a la vida.


 

Una diminuta y nerviosa hormiga corre por mi cuello hace un rato, pero no me creo con derecho a señalarle su camino ni a decidir su destino.

Mis manos acarician mis hombros negándose a separarse de ellos.

Yo sé que soy, pero no sé muy bien cómo ni para qué . . .


 

El doctor Rivas entró en la habitación de paredes acolchadas y dirigiéndose al joven que miraba indiferente el chaleco que le impedía todo movimiento, preguntó:


 

“¿Cómo estás hoy, Raúl?”


 

“Lo estoy pensando . . .”


 

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¿POR QUÉ ME ENGAÑASTE?
 

Dice un antiguo refrán ruso: “Si me engañas una vez, es culpa tuya, si me engañas dos, es culpa mía”.

Desde que lo oí por primera vez, hace más de veinte años, he tratado de aprender e interiorizar la demoledora lógica de este proverbio, intentando no caer en el error repetido a que una extraña parte ingenua de mi naturaleza siempre me ha arrastrado: el error de creer que cuanto una persona es capaz de hacer una primera vez, por estar en su naturaleza el hacerlo, no lo hará una segunda o tercera si se le presenta la ocasión.

 

La experiencia me ha enseñado que, si nos encontramos con alguien que necesita el engaño o la mentira para sobrellevar su existencia, mejor apartarse de esa persona o no comprometerse mucho, porque inevitablemente nos arrollará en su autoalimentado torbellino de miedos e inseguridades.

 

Por otra parte, al cabo del tiempo resulta sumamente dificil diferenciar engaño de autoengaño, tanto en los actos propios como en los ajenos, pues cuando una persona decide engañar a otra siempre ha de darse antes un patético autoengaño que la haga convencerse de que ese, el camino del engaño, es la mejor opción posible, lo cual no tiene mucho sentido en cualquier especie social.
 

Engaño tras engaño nos vamos enredando en una telaraña de fábulas y alucinaciones de la que, al final, resulta imposible salir.

Como pago a tanto juego mezquino e irresponsable con nuestros semejantes y con la vida, un buen día ésta acaba decidiendo que, a modo de justo castigo, ya no podremos no ya ver, sino siquiera imaginar, la realidad bajo la luz de ese concepto tan deseado como esquivo al que llamamos objetividad.


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EL CHUMBO QUE ME DISTE


Cuando el anciano Chrif vió al joven Malik abandonar el pueblo poco antes del anochecer le advirtió:

“No te alejes mucho, la noche está al caer y el desierto es muy traicionero. Llévate estos chumbos para el camino”.

Malik, algo molesto por ser tratado como un niño, aceptó uno de los frutos rechazando el resto: “Gracias, uno será suficiente”.

La noche y el desierto, como oyendo la advertencia del anciano y despreciando la arrogancia del joven, cayeron sobre éste con todo su peso y crueldad.

Al cabo de apenas tres horas Malik se supo perdido y comenzó a sentir miedo. La temperatura ya había bajado lo suficiente para congelar un agua inexistente, pero no era esto lo que más preocupaba al joven, que optó por enterrarse en la arena hasta el cuello y se dispuso a pasar la noche, sino la ausencia total de agua en el infierno que llegaría al amanecer. A la mañana siguiente comenzó el calvario de la sed y la impaciencia juvenil hizo que Malik olvidara las más elementales normas de supervivencia, no recordando volver sobre sus pasos, claramente marcados en la arena.

Tres dias estuvo el joven perdido en el desierto, hasta que un tío suyo, junto a unos vecinos consiguieron, aunque moribundo, encontrarle.

Durante ese tiempo su deshidratado cerebro creó todo tipo de alucinaciones, varias revelaciones místicas entre ellas.

Al llegar al pueblo, el viejo Chrif le recriminó:

“Te lo advertí, Malik, tu insensatez casi te cuesta la vida, que sin duda debes a la fruta que te dí antes de partir”.

“No, viejo estúpido, no has sido tú ni el chumbo que me diste, sino el único dios verdadero, quien me ha salvado. Nada te debo.”

Malik creó en los meses siguientes una nueva religión, tan verdadera como su arrogancia, tan ciega como su estupidez y tan ingrata como el peor fanatismo. Una nueva religión que, como todas las anteriores, pronto encontró miles de prosélitos y habría de provocar, a lo largo del tiempo, millones de muertes.

Ya desaparecido el anciano y atormentado Chrif, nadie hasta hoy había recordado hablar del modesto chumbo que, salvando una vida, cambió la historia del mundo y el destino de la Humanidad.

Nekovidal - 2009 nekovidal@arteslibres.net

 

 

ESENCIA Y EXISTENCIA - EL CICLO VITAL


Fui sudor en la cara de un esclavo nubio en el antiguo Egipto, lágrima en los ojos de su hijo al saber de su muerte, gota de sangre en la espada de un canalla que se decía de sangre azul, semen de una apasionada noche de amor, saliva que lubricó la palabra que dió lugar a una guerra, y cera en el oído del primero que comprendió que el único camino posible era la paz, gota de rocío, un día sobre tiernos brotes de trigo y otro sobre los hieráticos cipreses de un cementerio, salada gota de mar sobre el rostro curtido de un anciano pescador, colorada pintura de un cuadro renacentista, tinta en la pluma que escribió la carta de despedida de un suicida romántico, copo de nieve orgulloso de su forma única, esputo sanguinoliento de un tuberculoso, la primera leche que alimentó a un recién nacido y el agua refrescante en la frente de un moribundo . . .

 

Todo esto fui y mucho más que mi memoria ya no abarca, pero que está escrito en cada átomo de cada molécula de la que formé parte, en un infinito libro eterno e inconcebible del que apenas puedo imaginar una sola página.

 

Todo esto fuí, pero al final siento no ser ni haber sido sino mera existencia buscando la esencia de un indescifrable ciclo vital.

 

Nekovidal - 2009 nekovidal@arteslibres.net

 

 

LA MENTIRA


¿Existe alguna mentira que no nazca de un miedo?

 

¿Ha existido un sólo ser humano que no haya mentido a lo largo de su vida?

 

¿Cuánto hay de piadosa en una mentira piadosa y cuanto de mera mentira?
 

¿Miente quien, teniendo intención de mentir, dice por error la verdad?
 

¿Miente quien, no teniendo intención de mentir, dice por error una mentira de efectos trágicos?
 

¿Es mentira cuando una persona dice a otra que la ama sin saber qué es amar?

 

¿Qué mentira es más dañina, la que acaba siendo descubierta o la que morimos sin sospechar siquiera?
 

Si todos nuestros pensamientos y la existencia que construimos con ellos se basan en elucubraciones emocionales sin más base objetiva que la que le concedamos, mentiras al fin y al cabo, ¿no es cuanto llamamos mentira más que la intención misma de engañar o autoengañarnos, al margen de su supuesta carencia de objetividad? ¿Y no es ésta la actitud más necia que se puede mantener dentro de una especie gregaria cuya supervivencia se basa en el apoyo mutuo? Luego, ¿es quien miente algo más que un idiota?


Nekovidal - 2009 nekovidal@arteslibres.net

 

 

¿POR QUÉ FUMAMOS?

Tenía apenas cinco años cuando tuve mi primer encuentro con el tabaco, un encuentro sangriento, podría decirse.

Se encontraban un día mi padre, no fumador y su hermano menor, mi tío, fumador empedernido, en un bar con varios amigos suyos cuando, haciendo gala de esa capacidad natural para joder las cosas que siempre ha tenido mi tío Odilo, no se le ocurrió más que, con un cigarrillo en la mano, preguntarme: ¿A vos te gusta fumar, Tony? Yo, haciendo gala de esa capacidad natural para meterme en líos que siempre he tenido, le respondí tranquilamente: Sí.

Mi tío me tendió la mano con el cigarrillo y noté que se iba haciendo el silencio en el grupo. Cuando me disponía a darle una calada, recibí una bofetada no muy fuerte de mi padre, pero con tan mala fortuna que empezó a sangrarme la nariz.

Entre llantos oía los distintos comentarios del grupo, donde los fumadores se trasformaron en mis defensores: “Dejá al pibe, Antonio, si no le hace nada”, mientras los no fumadores sentenciaban: “Mejor así y no que acabe toda su vida fumando. Ya lo agradecerá”.

Yo desconcertado y lloroso, me sujetaba en la nariz el pañuelo que mi padre me había dado, interiormente preocupado por si habría algún castigo posterior.

De repente se me ocurrió decir, con una voz nasal y entrecortada:

“Jo, cuando el tío fuma le sale humo por la nariz y cuando fumo yo me sale sangre. . .”

Todo el grupo estalló en una carcajada, hasta mi padre, que intentaba mantenerse serio para dar efectividad a la supuestamente pedagógica lección.

Mi ocurrencia fue muy comentada y reída en las semanas siguientes y, lo que fue más importante para mí, no me castigaron sin poder salir a jugar al fútbol, que era lo único del tema que en realidad me preocupaba.

Alguna vez he pensado que tal vez por eso creí equivocadamente que fumar tenía una parte divertida a pesar de todo, y es posible que ese pensamiento erróneo, entre otros, fuera lo que me convirtió en fumador para el resto de mi vida.

 

Nekovidal - 2009 nekovidal@arteslibres.net
 

 

 

LA CUESTA

No me cuesta admitir la adversidad, pero me cuesta mucho admitir las desgracias creadas por la sinrazón humana.

No me cuesta el trato con personas de fe religiosa, a pesar de ser agnóstico, pero no soporto el trato con quien usa la fe ajena para el lucro propio.

No me cuesta demasiado transigir, pero sigo siendo intransigente ante la intransigencia.

No me cuesta reírme de la vida, pero se me hiela la sonrisa ante el humor negro con que ésta, a veces, reparte los papeles de su tragicomedia.

No me cuesta amar, pero me cuesta mucho soportar las formas enfermas del amor: el odio, la envidia y la posesión, entre otras.

No me cuesta nada admitir las diferencias, pero soy incapaz de admitir la desigualdad.

No me cuesta mucho creer en las personas, pero me cuesta muchísimo recuperar la confianza en ellas una vez perdida.

No me cuesta regalar, pero me cuesta discernir el regalo justo que agrade sin ofender a quien lo recibe.

No me cuesta olvidar dolores pasados, pero me cuesta mucho seleccionar cuales he de conservar como lecciones y cuales desechar por ser sufrimientos estériles.

Lo que más me cuesta, en definitiva, es resignarme a creer que la vida tenga que ser sólo una empinada cuesta sin retorno.

 

Nekovidal - 2009 nekovidal@arteslibres.net


 

 

EL ARCO IRIS


El arco iris no siempre fue como hoy lo vemos: al principio era blanco como no podríamos imaginar ni mirando la nieve más pura. En aquel entonces, todo era más simple: el mar era sólo una posibilidad y la vida un remoto milagro posible.

Un día, cualquiera de los perdidos entre millones de años, consiguió el blanco imaginar que era algo más que blanco, se imaginó diferente a si mismo, libre de la idea única de falsa apariencia diversa, y así nació el primer color. Cada nueva fantasía del blanco daba lugar a un color y cada recién nacido color creaba, con su mera existencia, millones de combinaciones cromáticas.

Y quería cada color que anidaba en el alma del blanco ser más hermoso, estar más presente, ser más en su coloreada egolatría.

A fin de evitar una guerra que parecía inminente, convocó el blanco a todos sus colores, a todos sus miedos, a todas las creaciones de su cromática mente, a fin de elegir uno que les representara. Cada uno de ellos expresó libremente su poder y su belleza, señalando uno a uno las flores, animales y frutos que ya formaban parte de su reino.

Cada expresión de cada color era majestuosa y sublime, y se convenció el blanco de que era imposible decidir que uno de ellos era mejor que otro.

Cuando todo parecía haber terminado, esperando todos expectantes el dictamen del blanco, apareció un color nebuloso y difuso que, lejos de exponer sus virtudes, se limitó a acercarse a cada uno de sus hermanos para susurrarles al oído: “Yo también soy tú”.

Al completar el círculo perfecto de los colores, el recién llegado lucía un negro azabache que contenía todos los colores imaginables y todas las luces y sombras posibles.

El blanco no lo dudó: “Tú serás quien nos represente, porque de todos tienes algo, te has formado tomando lo mejor de cada uno de nosotros y has sabido crecer sin competir”.

Desde entonces todos los seres vivos pueden disfrutar de todos los colores imaginables, pero sólo en el negro que ven al cerrar sus ojos encuentran el descanso a su deambular por la vida.

 

Nekovidal-2009 nekovidal@arteslibres.net

 

 

AUTODIAGNÓSTICO

¿Está todo bien? Puede ser, pero si parece perfecto, desconfíe, no es propio de este universo la perfección, o sea el equilibrio perfecto.

 

¿Hay dolor? Atento al mensaje: hay que averiguar el origen. Puede ser el primer aviso, pero también el último.

 

¿Su trabajo, además de proveerle sustento, le produce placer o, al menos, le deja cierto tiempo para el esparcimiento? Si no es así, cambie de trabajo.

 

¿Le engañan? No se apure, le han dado una lección gratuitamente.

Y no olvide: “Si me engañas una vez es culpa tuya, si me engañas dos, es culpa mía”.

 

¿Encuentra que todo o casi todo es demasiado serio como para encontrar algo de humor en ello? Es que está mirando negativamente.

Aprenda a reírse primero de si mismo y el resto vendrá por si sólo.

 

¿Ya ha encontrado su lugar en el mundo? Entonces todo está bien.

Si no, mejor buscarlo cuanto antes, es la brújula de cada existencia.

 

¿Tiene dudas? Tranquilo, es síntoma de salud mental. Sólo un idiota puede estar completamente seguro de todo.

 

¿Se siente feliz y no sabe muy bien el porqué? No se preocupe, pero haga una pequeña prueba: si su felicidad implica en mayor o menor forma la felicidad de otras personas, sean quienes sean, está en el mejor camino posible en la vida.

Si, por el contrario, su felicidad empieza y termina en usted, cambie de actitud, significa que se ha auto secuestrado sin darse cuenta y posiblemente padezca el síndrome de Estocolmo.

 

Y sobre asuntos tan vitales como secundarios, la salud del cuerpo, por ejemplo, recuerde que éste siempre camina de la mano de la mente, nunca enferman separadamente, busque en uno el reflejo del conflicto del otro y nunca se equivocará en su autodiagnóstico.

 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

MALAS COMPAÑÍAS

Cuando tenía cinco años, Luigi me contó que los Reyes Magos no existían, que eran sólo una de las tantas mentiras de los adultos. Gracias a él descubrí que los adultos no eran tan fuertes como parecían, pues necesitaban mentir y detrás de la mentira siempre se esconde algún tipo de cobardía, como ya empezaba a sospechar a esa edad. Oí decir a mis padres que Luigi era una mala compañía, me prohibieron verle y nuestra amistad se redujo a echar ocasionalmente algún partido de fútbol, casi siempre en equipos contrarios.

 

Al principio de la adolescencia conocí a una chica dos años mayor que sabía, o así lo creía yo, todo sobre la vida y, además, decía estar enamorada de mí. Todo lo conocía y su conocimiento incluía el sentido bíblico del término. Ahora, al cabo del tiempo, pienso más bien que ninguno de los dos sabíamos mucho, pero eso siempre se sabe demasiado tarde. También en esa ocasión mi madre, sabiamente asesorada por un sacerdote católico muy aficionado a acariciarme insistentemente el pelo, decidieron que Carina era una mala compañía. No fue fácil separarnos, pero un oportuno cambio de residencia de su familia puso punto final a nuestras experiencias compartidas.

 

En mi primer trabajo ya me encontré algunas compañeras y compañeros libertarios que me ayudaron a dar los primeros pasos para comprender que en política, de derechas o de izquierdas, quien entre en el juego del poder social, no perseguirá más que la enfermiza intención de ser, de una forma u otra, tu amo. Todos mis jefes sin excepción, cautivos de su triste mundo de simbólicas corbatas rodeando cuellos, me recomendaron apartarme de esas malas compañías que acabarían truncando un brillante porvenir en la banca. Les hice caso, me aparté de las malas compañías y dejé la banca.

 

Y como el universo siempre confabula en la misma dirección, esa que marcamos a través de la extraña ilusión del libre albedrío, no pasaría mucho tiempo hasta verme rodeado de todo tipo de malas compañías: gente extraña que se negaba a dejar de jugar a pesar de haber dejado atrás la infancia y a dejar de vivir, a pesar de los palos recibidos; idealistas de todo tipo, convencidos de que morir por una idea por el bien común no es morir tanto; personas profundamente religiosas pero que no admitían más dios que el ser humano, con sus grandezas y miserias; gente que no tenía reparos en ir consumiendo su tiempo y salud de una forma tan autodestructiva como absurdamente libre; artistas de todo tipo, algunos incluso tan creativos como para dejar de creer seriamente en el arte; personas, en definitiva a las que, cuanto más conocía, más me costaba unir el adjetivo de malas a su compañía.

 

En el lado opuesto, sobre las buenas compañías, hago balance: con mi familia ni me hablo porque ya nada tenemos que decirnos tras regalarles la herencia paterna que tanto codiciaban. Mis hijos tienen ya su camino, y sólo me resta el papel de una amigable puerta abierta. Jefes y subalternos son personajes que ya hace años desaparecieron de mi vida. Mis formales y flemáticos vecinos, los de hoy como los de antaño, siguen haciendo cábalas sobre mi extraña existencia, pero no me incomoda ser sujeto creador de algo de fantasía en mentes cautivas del aburrimiento.

 

En los últimos tiempos vuelvo a juntarme con cierto grupo extraño compuesto enteramente de malas compañías y ya no tengo la más mínima duda de que ese es mi lugar en el mundo. Son gente tan libre como aquellos niños, Luigi o Carina, sólo que un poco mayores, personas que no necesitan mandar ni que les manden, y su compañía es, sin duda, un pequeño regalo de la vida.

 

Por eso, cuando ocasionalmente aparece algún amigo de dirigir vidas ajenas invitándome a apartarme de las malas compañías, suelo limitarme a decir: “Tiene razón y creo que seguiré ahora mismo su consejo”, dicho lo cual me alejo lo antes posible de su presencia y, por si acaso, sin volver la vista atrás.

 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

LAS FLORES DEL CEMENTERIO

Subastan el descanso eterno encima del nicho de Marilyn Monroe

EFE - Los Ángeles

Una residente en Beverly Hills subastará el nicho donde yace su marido, ubicado justo sobre el que descansa Marilyn Monroe, para hacer frente al pago de la hipoteca de su lujosa mansión, según informó hoy el diario Los Ángeles Times.

La vendedora, Elsie Poncher, de 70 años, anunció que pondrá a la venta la tumba en el portal de pujas en internet Ebay con un precio de salida de 500.000 dólares, lo que convertirá ese espacio en uno de los más caros del mundo por metro cuadrado.

Antes de su muerte, años después de que Marilyn Monroe se convirtiera en un mito, Richard Poncher amenazó a su mujer para que le enterrasen boca abajo sobre la tumba de la actriz, en caso contrario, "te perseguiré el resto de la vida", dijo la viuda recordando las palabras de su marido.

La tumba de Marilyn Monroe es la más popular del cementerio y recibe constantemente la visita de curiosos y admiradores, que depositan flores y dejan marcas de pintalabios en su lápida.

 

Tras leer ayer esta noticia no pude por menos que caer en algunas extrañas reflexiones:

 

¿Cómo se habrá tomado Marilyn el hecho de que en España su película “Seven year itch”(La comezón o picor del séptimo año) se haya traducido como “La tentación vive arriba” teniendo que soportar sobre sí a tan retorcido vecino?

 

¿Volverá el tal Poncher de la tumba para vengarse de su viuda si ésta le separa de su idolatrada Marilyn?

 

¿Se considerará dicha separación un “coitus macabrus interruptus”?

 

Y por último: ¿no es ésta la prueba evidente de que ni la muerte puede poner fin a la estupidez humana?

 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

¿QUÉ ES LA SALUD?

 

Salud es equilibrio entre cuerpo y mente: escuchar el mensaje de la mente para atender las peticiones del cuerpo y observar nuestro cuerpo para interpretar donde se encuentra nuestra mente, ese universo nuestro que tan arrogantemente creemos conocer.

 

Nunca decir sí cuando se siente no, ni decir no porque sí.

 

Extender nuestro yo hasta el límite de los yos ajenos. Allí, compartir.

 

Escuchar cuanto pide el cuerpo, no la mente, al comer. Atender a cuanto nos dice la mente, no el cuerpo, al amar.

Saber encontrar la armoniosa comunión de ambos, presentarles, esperando que nazca entre ellos una sana y fraternal amistad.

 

Mantener y hacer crecer una ilusión y curiosidad constantes, nunca creer el absurdo de que la vida ya no puede sorprendernos.

 

Aprender de cada paso, pasear por cada aprendizaje.

 

Buscar el consejo médico, pero evitar la trampa del refugio ajeno cayendo en la idolatría ciega.

 

No olvidar que el cuerpo enferma cuando la mente, cansada, le abandona en algún punto.

 

Saber que la enfermedad es aviso, no condena.

 

Algo de sol, mucha agua y el alimento mínimo necesario, garantizan una vida larga y una pena corta.

 

Sufrir lo imprescindible, reír lo posible, disfrutar viviendo.

 

Compartir cuanto se sabe, nos dará una vida humanamente rica. Aprender a amar, nos hará desentrañar el misterio del alma humana.

 

Aprender a morir es aprender a viajar más allá del ego. Llegado el momento, sepamos morir con el mismo empeño, ilusión y dignidad que pusimos en aprender a vivir.

 

Nekovidal 2009 - nekovidal@arteslibres.net

 

 

PEPE EN SU BARCA

 

Sorteando adjetivos esquivos y adverbios reincidentes, navegaba Pepe a través de una mar gruesa de palabras que amenazaban con hundir la nave verbal, mientras los sustantivos abstractos golpeaban su rostro curtido en mil batallas literarias.

 

Temiendo encallar en las traicioneras arenas del silencio y la página en blanco, la aterradora redundancia o la malsonante cacofonía, emprendió rumbo a la antiquísima Narixa, reino de juglares, pintores músicos y literatos.

Neptuno, envidioso de sus textos, que a la bella Afrodita había decidido encomendar, desató la más terrible de las tormentas.

Mas Pepe, henchido de valor, resistía: un golpe de timón adverbial y se estrellan los equívocos contra las olas del casco literario en ruidoso estruendo, deambulando la espuma entre significados ambiguos.

 

Constante en su empeño, desafiante en sus argumentos, dejaba que las olas preposicionales golpearan la proa de su dialéctico navío.

No desfalleció Pepe en su tarea, sorteó controversias interiores, dejó temporalmente de lado paradigmas utópicos, e incluso las onomatopeyas que emitían los estudiados silencios literarios, como el chapoteo en las pozas que surgen en las hondonadas de la mente.

 

Así arribó a una diminuta cala de Narixa, aquella que desde tiempo inmemorial era conocida como Balconcillo del Mundo, donde sus compañeros, todos ellos de la tribu de los tertulianos, le aguardaban expectantes:

 

¿Qué llevas ahí, Pepe? ¿Qué has pescado?

 

Nada, un par de adjetivos que el oleaje dejó sobre cubierta. Voy a ver si le compongo una oda a mi barca. . .

  

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LA BOMBONA EN LLAMAS


La Bombona era el local más vivo del barrio y donde casi, casi todo ya había sucedido. El nombre había sido originalmente La Bomba, y procedía de finales del siglo XIX, época de contubernios y asonadas militares, trasiego político y romanticismo e idealismo desbordados.


En sus sótanos se habían reunido a menudo grupos de liberales cuando la palabra significaba, todavía, defensores de la libertad.

Tras la proclamación de la Primera República el propietario decidió ostentar con orgullo un nombre que en aquella época era sinónimo de resistencia.

En La Bombona se reunían todo tipo de personas, desde jubilados sedientos de ruido de juventud a jóvenes sedientos de la experiencia de aquellos pocos ancianos supervivientes de la Guerra Civil.

Todas las ideologías consideradas de izquierdas estaban allí reflejadas, pero también la de un falangista que nunca se llegó a quitar el yugo y las flechas de la solapa, ni decía más palabras que las imprescindibles para pedir el siguiente chato de vino. Eternas discusiones bizantinas sobre si era legítimo o no que se le permitiera entrar allí ocuparon docenas de noches de tertulia en el comedor del local.

También un señor trajeado, bombero honorario y monárquico convencido, formaba parte de la clientela. Nos referíamos a él como el Sr. Alcalde, un apelativo más que merecido por la dignidad de su porte, al menos antes de terminarse los tres o cuatro primeros güisquis.

Y había más, mucho más entre su clientela: los más jovencillos del barrio, muchos de ellos enganchados al caballo e intentando vender el botín de sus correrias; refugiados cubanos en su primera época y sandinistas después; algunas prostitutas ocasionales que descubrían asombradas, de mano de los jóvenes más radicales, que su oficio no era más indigno que la falsa sonrisa de la secretaria de un ejecutivo.

 

Y los transeúntes, como una pareja de escritores daneses procedentes de Marruecos que quemaron en una noche, asombrados por la acogida recibida, cuanto llevaban para fumar un año en su tierra. Un ex sacerdote, ahora marxista convencido, y un ex marxista empeñado en que descubriéramos al verdadero dios del amor. Enfrente a La Bombona vivía una gallega enorme con un amante japonés diminuto, desatando en cada paso la imaginación y curiosidad de quien los viera. Varios pintores a cual mejor y más borracho y muchos escritores, la mayoría con poco tiempo para escribir entre copa y copa; un escultor que había renunciado a una fortuna de unos cinco millones de euros porque decía que en su familia eran todos unos fascistas y que se alimentaba ahora a base de zanahorias y coñac Fundador; etc., etc.

 

La Bombona fue desalojada por varias redadas policiales, en la que poco ilegal se encontraba, salvo alguna idea extraña difícil de identificar. El local llegó a ser la obsesión personal de Billy el Niño, uno de los policías más famosos, corruptos y torturadores de la Transición. Llegó en una ocasión a detener a todo el bar al completo, sin más motivo que su voluntad y, como no cabíamos en los cuatro coches celulares que había llevado, nos dio la dirección de la comisaría, a unas manzanas, y nos dijo que nos trasladáramos allí, como así hicimos, presentándose una pequeña multitud . . . cada uno con un cuba libre en la mano.

 

La Bombona había recibido muchas amenazas y varios avisos de bomba, como era de esperar, pero allí sólo explotaban mentes y las ideas no daban miedo. Quien estuviera en asuntos más serios o complicados, siempre lo hacía a título personal y al margen del local.

 

Un mal día, no fue una bomba, pero sí un incendio el que acabó con La Bombona. Los peritos encontraron restos de gasolina y fue suficiente para desatar todo tipo de especulaciones y sospechas.

Una semana después, tres sedes de cierto grupo de ultraderecha también ardieron misteriosamente.

En la televisión, donde no salió el atentado a La Bombona pero sí el incendio de los locales ultraderechistas, se oyó gritar a cierto joven de impecable camisa azul: “Esto han sido los rojos hijos de puta de La Bombona”

La Bombona, triste y calcinada, puso su grano de arena en la Transición y volvió a recuperar, de alguna forma, su espíritu libre de un siglo antes. . .

 

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EL MARCA-PÁGINAS


Nunca había creído en ningún tipo de magia. Casualmente encontró aquel extraño marca-páginas dentro de uno de los tantos libros que compraba cada domingo en el Rastro madrileño.

“Cuidado con lo que compras, tío”, le dijo con una sonrisa enigmática un joven yonqui que acompañaba al anciano vendedor de libros.

“Y tú cuidado con lo que tomas, que se te va a caer la última neurona”, le respondió un tanto molesto.

“Este libro tiene un marca-páginas mágico que le hará vivir las sensaciones de las páginas en que lo coloque”, le dijo el anciano.

“Ya, y supongo que por eso el libro será mucho más caro. . .”contestó con ironía.

“No, el libro cuesta lo mismo que todos los demás, dos euros, el marca-páginas es gratis y llevárselo es elección y responsabilidad suya”.

“Me lo quedo, y sobre el marca-páginas, perdone, pero sólo creo lo que veo.”

Un tanto desconcertado pagó el libro, dejó el marca-páginas dentro y se alejó hojeándolo.

“Cuidado con la última página, tío”, le gritó el yonqui.

“Vete a la mierda, colgado”, murmuró entre dientes.

“¿La última página?, pues justo ahí es donde va a ir el jodido marca páginas, listillo”, pensó, y procedió a colocarlo en el sitio elegido.

No había caminado ni diez metros cuando se desplomó. Como en cada acontecimiento dominical del Rastro, cada cual representó su papel:

“Una ambulancia, llamen a una ambulancia”, gritaba histéricamente una señora de mediana edad.

“Yo no tengo saldo, que llame otro, contestó un adolescente que, a su lado, observaba con cierto morbo el cuerpo recién caído”.

“¿Estará muerto?, preguntaba fascinada la joven que parecía ser su novia.

“Aparten, que soy médico”, decía el Lucas, otro yonqui treintañero del que todos conocían su oficio de carterista. Mientras los tenderos habituales sonreían, el Lucas descargó, con gran disimulo, al hombre del peso de su cartera, al tiempo que afirmaba: “Voy a llamar a una ambulancia”, y se perdía entre la multitud.

Mucho antes que la ambulancia llegó una patrulla de la policía municipal madrileña, conocida mundialmente por sus educados modales.

“A ver, ¿se apartan o tenemos que decirlo de otra manera?”, fue el primer y último aviso antes de sacar las porras y empezar a dar golpecitos en las rodillas de los curiosos.

Al final llegó la ambulancia, que no pudo sino transportar un cadáver.

Uno de los policías recogió los pocos objetos personales que llevaba el ya difunto, el libro entre ellos, y, abriéndolo por donde se encontraba el marca-páginas vió que allí sólo estaba escrita una palabra: FIN.

“Bueno, al menos le dio tiempo de acabar el libro. . .” susurró el policía.

 

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ABRIR LA MENTE A OTRAS POSIBILIDADES

 

Usted piensa que la felicidad no está hecha para usted, que eso sucede sólo en las películas o en la literatura. Tan convencido está de que nunca llegará a ser feliz, o de que eso no es más que una sandez, que desconfía cuando ocasionalmente la felicidad se planta ante su puerta y llama. Hasta ahora nunca se atrevió a abrir, y posiblemente muera sin hacerlo.

 

Usted cree que, en política, el mundo está lleno de idiotas que no comprenden nada, ni siquiera esa su lógica que le lleva a votar a grupos ultra conservadores porque, ya se sabe, saben lo que hacen, como tantas veces y tan bien han demostrado. No comprende que no se expulse a los extranjeros, a pesar de que sus padres y abuelos emigraron, ni que se permita la existencia de ciertos grupos e ideas indecentes.

Usted tiene todo el derecho a creer y votar a quien le parezca, sólo su obsesión por invitar a expulsar o matar a todo el que no piense como usted le convierte en un elemento digamos asocial, por no decir, simplemente, un sociópata.

 

Usted tiene fe en otros seres mortales como usted que aseguran poder comunicarse y representar a seres inmortales invisibles. Y sufre por ello, constantemente obsesionado por ser un buen siervo de su dios y sus presuntos representantes antes que buen hermano de sus semejantes. Mientras sus miedos se amplían, sus sueños se acortan, y cada día está más convencido que a los integristas religiosos habría que aplicarles la pena de muerte, a los de todas las religiones menos la suya, claro.

 

Usted cree que hay costumbres, ideas, instituciones y valores creados por nuestros antepasados que han de estar por encima de todo, incluso del ser humano. Se olvida del detalle de que toda idea fue innovadora y rebelde en el momento de nacer, y que todas, salvo el apoyo y el respeto mutuo, han terminado por pasar de moda. Usted, en sus miedos, no sólo pretende luchar contra la lógica más elemental, sino contra el mismo paso del tiempo, pero será el tiempo, le guste o no, el que ponga punto final a su vida y todos sus miedos.

 

Usted, que se considera una persona con altos valores morales, no admite que el sexo deba tener otro fin que la reproducción, costándole soportar a homosexuales, bisexuales, practicantes kamasutreros y demás pervertidos innombrables, pero parece olvidar el detalle de que nadie ha pretendido nunca imponerle determinada forma de vida, sino que se respeten todas. Le aterroriza que se le insinúe tan sólo que su odio a esas formas de vivir pueda tener su raíz en que eso que usted llama perversiones posiblemente anidan en su mente buscando un hueco por donde expresarse. Porque usted, como todos los que temen la vida, teme sus regalos, y el placer está entre ellos.

 

Usted tiene miedo de perder su trabajo, sus ahorros, su pareja, su coche y tantos objetos con los que ha construido su cerrado universo.

Siempre habrá otro trabajo, el dinero es una ilusión canalla en el Primer Mundo y una pesadilla en el resto, y su pareja, si no quiere ya compartir su vida, ¿para qué la quiere retener? El mejor coche que consiga tener acabará en un cementerio, como usted, y el resto de sus sagrados objetos de lujo, en la justiciera e igualadora basura.

 

Tal vez lo único por lo que debería sentir miedo es por no saber deshacerse de sus miedos, pero entonces ya no sería usted un esclavo de ellos, y ya sería otra persona.

 

Deje de producirse tanto sufrimiento: abra su mente a nuevas posibilidades. No hace falta siquiera que las enuncie, vívalas simplemente o, al menos, deje vivirlas a los demás.

 

¿Qué tiene que perder, además de sus miedos?

 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

LA ÉTICA MÉDICA

 

El Dr. Monroe, famoso cirujano plástico de Beverly Hills, tiene ante si una adolescente de catorce años obsesionada con rellenar sus pechos de silicona y una madre llena de dudas. Sabe que debería remitirlas a un psicólogo, pero eso pondría en entredicho su reputación y en peligro sus ingresos. Decide entonces que si no lo hace él otro lo hará, y que se debe respetar la voluntad del paciente y de su familia. Considera su decisión plenamente ética.

El Dr. Ngabe, tras terminar sus estudios en la Facultad de Medicina de Dakar, decide marcharse al Primer Mundo, donde le espera un bienestar material que nunca alcanzaría en su tierra, donde viviría, no obstante, muy bien. Algunos le llaman egoísta, pero él cree que su decisión no choca con la ética médica y deja el inmenso trabajo sanitario de su tierra para personas más idealistas llegados de tierras lejanas.

El Dr. Silva ha decidido esta mañana que al paciente de la habitación 313 no vale la pena mantenerle vivo. Es cuestión de días, se justifica. No consulta su decisión con el paciente, consciente aún, ni con sus familiares, que todavía albergan esperanzas: les considera personas sin la preparación suficiente para tomar tal decisión. Silva distorsiona la realidad hasta el punto de olvidar que él estudió medicina, no ética, y que aunque así hubiera sido, estaría usurpando un derecho fundamental de toda persona: el de decidir sobre su propia vida. Pero Silva está convencido de que la ética rige su decisión.

El Dr. Gavillón, médico militar, es seleccionado para experimentar en los soldados recién incorporados al cuartel un nuevo fármaco. El ejército ha llegado a un acuerdo con la empresa farmacéutica que ha preparado el compuesto, acuerdo que incluye mantener en absoluto secreto las pruebas. Órdenes son órdenes, se justifica, y pone las inyecciones que provocarán dos muertes, según él, inevitables. Meses después, siguiendo una ética similar, participa en el interrogatorio y tortura de dos sospechosos de terrorismo: órdenes son órdenes.

Si un médico, parapetado tras su ética personal, tiene derecho a no recetar anticonceptivos o negarse a practicar un aborto por sus convicciones morales o religiosas, o bien a decidir unilateralmente sobre la vida de sus pacientes, igual derecho tendrá un conductor de autobús musulmán a negarse a transportar cristianos o un cocinero judío a preparar comida para comensales gentiles, y serían muchos los que, ejerciendo el mismo derecho, se declararían anarquistas y se negarían a pagar cualquier impuesto a una organización, el Estado, que consideran la fuente de casi todos los males sociales.

 

Al parecer aún no tenemos claro que la ética profesional es un acuerdo social, un acuerdo consensuado, no aplicar cada cual su ética individual según le parece o interesa.

 

Toda ética es cuestionable, pero mientras se construye el nuevo esquema admitido mayoritariamente, no hay mayor peligro que el de que cada cual obre, en asuntos profesionales, según su propia conciencia, porque cada conciencia es única y, como tal, todo cabe en ella, incluida la falta absoluta de conciencia.

 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

LA ÉTICA MÉDICA


Un juez puede equivocarse al dictar sentencia y transformar la vida de un inocente en un infierno, pero aún le quedará al inocente la esperanza.

Un militar o un político pueden iniciar una guerra que será, como todas, demencial y sangrienta, pero siempre cabrá la esperanza de la paz.

Un mal profesor puede arruinar nuestra imaginación y cercenar nuestra capacidad de aprender y de disfrutar aprendiendo, pero siempre cabrá la posibilidad de que aprendamos de sus errores.

Un sacerdote, de cualquier religión, pretenderá salvar nuestra alma y muy posiblemente arruine parte de nuestra capacidad para ser feliz, pero siempre cabrá la posibilidad de la huida o la rebelión.

Pero cuando es el cuerpo, el sustento de toda acción y emoción, el que peligra, jueces, políticos, militares, profesores, el hombre más rico o poderoso del mundo, y usted o yo, caemos de rodillas ante un médico y estamos completamente desvalidos y en sus manos.

Resumen en su profesión toda la grandeza humana, pues solidario, humano y honesto es todo buen médico, pero también cabe en ella la peor arrogancia, crueldad y necedad que podamos concebir.

Si pensamos que el código ético de este colectivo vital para nuestras sociedades lo decide un pequeño grupo de personas del mismo colectivo y que a ninguno de ellos se les hace un mínimo examen que garantice que un psicópata o un sociópata nunca formarán parte de tan noble profesión, nos podemos hacer una idea de hasta qué punto somos, tal vez seres racionales, pero todavía sumamente primitivos.

 

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EL UNIVERSO ELÉCTRICO

Parece muy razonable la hipótesis planteada por el documental presentado por Javier. El simple hecho de descubrir que las partículas subatómicas que flotan en el vacío estelar poseen carga eléctrica es suficiente para tener una base sólida sobre la que estructurar una teoría consistente sobre un universo eléctrico.

Pero mis dudas van por otros derroteros. Para mí, el fondo de la cuestión es: viendo lo revueltas que están las compañías eléctricas, ¿quién paga el recibo de tanta electricidad?

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ENTRE EL SER Y LA NADA

 

Entre el ser y la nada transcurre nuestro todo:

Un principio que necesitamos olvidar por traumático.

El cobijo de la infancia, que nos obligan a olvidar porque, dicen, es demasiado lúdico y fantasioso.

El temperamento de la juventud, tiempo de dudas e inseguridades, afianzándonos, mientras crecemos, a lo imprevisto.

El remanso de la madurez, cerrando el transcurrir elíptico de la vida: de niños a adultos, de hijos a padres, de víctimas a verdugos, pasando a veces a ser verdugos de verdugos, para terminar siendo víctimas y verdugos de todo.

El sorprendente sabor de la vida, las mil verdades que sustituyen a la que creíamos verdad única. La comprensión del dolor y el dolor de comprender.

Cada persona que comparte y escribe nuestro camino. Cada camino que escribimos en cada persona. Cada huella que dejamos y recibimos cuando es, además, una persona amada.

Las enriquecedoras preguntas constantes que alimentan los sueños sin transformarlos en una pesadilla de dudas.

El calor humano que buscamos para crecer y la soledad en que aprendemos el placer de dar y cosechar placeres y emociones.

Todo cabe en un instante de tiempo, que en ocasiones se presenta como suficiente y en otras ligero como un suspiro.

Una vida, todo un universo creado en nuestro ciclo vital.

Y todo cabe entre el ser y la nada. . .

 

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¿QUÉ ESPERAS DE LA SANIDAD?

Muy a menudo creemos que las ideas humanas constructivas avanzan a lo largo del tiempo de una forma lineal, pero no es así. Parapetados en nuestra tecnología, a la que tanto adoramos y tan poco conocemos, creemos que hemos llegado a un nivel evolutivo sin parangón, olvidando que por el camino han quedado enterradas ideas que no sólo no hemos conseguido superar, sino igualar siquiera.

Recopilando mentalmente los distintos sistemas sanitarios que hemos inventado hasta ahora, me vino a la memoria uno aplicado en la antigua China del que había tenido noticia hace unos años a través de un relato corto en una web japonesa:

En cierta comarca agrícola, reunidos en asamblea, debatieron sobre cual sería el sistema sanitario más eficaz para evitar que el siguiente médico que tenían que contratar no abusara de su ignorancia, al ser la mayoría de ellos campesinos sin muchos estudios. Tras los oportunos cálculos económicos y un largo debate sobre la codicia humana, decidieron que desde ese momento no pagarían al nuevo médico cuando alguien enfermara para que le curase, sino que se le abonaría una suma suficiente para que pudiera vivir con holgura todos los meses, y que dicha suma se reduciría con cada enfermo, al que el médico 8debería sanar asumiendo el coste del tratamiento. Si moría un paciente, salvo accidentes o mayores de 70 años, el médico quedaría un mes sin paga. Como parte del acuerdo a firmar se incluía el derecho de los ciudadanos a cancelar unilateralmente el contrato si consideraban que el facultativo no estaba relizando bien su labor.

En dicha situación, un médico, tenga la formación que tenga y por todos lo medios a su alcance, hará cuanto sea posible para que todas las personas a su cargo se mantengan sanas, intentando no ya curarlas, sino simplemente que no enfermen. Se verá abocado, bien por ética, o bien por codicia, a utilizar, desarrollar y mejorar la medicina preventiva, con los enormes beneficios que conlleva.

El sistema, obviamente, funcionó, pero es dificilísimo recopilar información sobre el mismo. Posiblemente algún funcionario imperial o el mismo emperador, decidió que, por efectivo que fuera, mejor prohibirlo, no fueran los campesinos a pensar, viendo los resultados, que de forma similar podrían negociar acuerdos con otros pseudoprofesionales que vivían a costa de ellos, por ejemplo, el mismo emperador.

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EL LIBRE ALBEDRÍO

Cuando me pregunto sobre la razón de que nos cueste y asuste tanto admitir que eso que llamamos libertad o libre albedrío sea tan sólo otra ficción de nuestra mente, suelo recordar el aforismo que nos define como “seres mortales con complejos de dioses inmortales”.

Admitiendo, sin más miedos que los habituales, que la libertad no sea más que otra ficción, me planteo, no obstante, el porqué de que lleguemos a concebir la inmortalidad, la eternidad, la paz o la misma libertad si no forman parte de la realidad. Un hecho lo explicaría: en un universo infinito, todo cuanto se pueda concebir en abstracto es una realidad concreta en algún lugar del espacio tiempo.

Son las consecuencias de un universo de proporciones 70-24-6: 70% de energía oscura, 24% de materia oscura y 6% de materia. Desde este reducido 6% apenas podemos acercarnos al resto del que, por lo que sabemos, también formamos parte. Sólo el ejercicio del pensamiento paradójico nos puede permitir rozar mínimamente esas fronteras.

Volviendo a nuestro pequeño planeta, aún cuando la libertad fuera una fantasía tan sólo, ha sido esa, tal vez ingenua ilusión, la que ha hecho surgir en nosotros los conceptos de igualdad, de respeto a las ideas y vidas ajenas y mil acciones y consecuencias de las que, aunque tanto sufrimiento han costado, deberíamos estar orgullosos.

Viendo de que descerebrada manera solemos pasar por la vida, como elefantes con urticaria en medio de una cristalería, me pregunto por qué no creer en la libertad, por ingenuo que sea, ya que de no ser esa ilusión serán otras, aún más pueriles, las que llenen nuestra mente: la moda del año, el modelo de coche deseado, o la persona que ocupe el puesto de objeto útil en la vorágine consumista que hemos creado. Aunque, eso sí, no libremente y, por tanto, sin ninguna responsabilidad.

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LA TIRANÍA DE LA CLAVE DE SOL


Porfiaba la astuta clave de sol en imponer su oscuro silencio, su arrogante labor de guía de sonidos cautivos: “Todos detrás de mi, quien se adelante no entrará en el juego y será expulsado de la partitura”.

La rebelde corchea intentó en más de una ocasión trepar por la barriguda figura y airear libremente al otro lado su modesto sonido, pero fue, como todos los que antes lo habían intentado, enganchada y retenida por el garfio de la perversa clave.

Pero un buen día una joven y traviesa semifusa alcanzó a imaginar que, por hermosas que fueran las melodías que ellas y sus hermanas creaban, debía de haber algo más, otro juego al otro lado . . . e imaginó la luz, la magia del mirar y la belleza de los colores. Y con la luz alcanzó a imaginar un espejo, y en el espejo intuyó que encontraría su libertad . . .

Colocó enfrente de la arrogante clave de sol el espejo que había conseguido crear su mente y lo dispuso de tal forma que el pentagrama se hizo infinito a ambos lados.

Y de las notas reflejadas en el espejo comenzaron a brotar músicas nunca oídas, caóticas unas, sublimes otras. Y todas las músicas supieron que existían los colores, y todos los colores descubrieron que por el universo correteaban ciertos entes llamados sonidos, acompañados siempre por dóciles silencios de todos los tamaños y formas. Y la música y los colores aprendieron a crecer compartiendo.

Algo más tarde encontraron al joven Verbo, balbuceante y onomatopéyico, y del primer juego colectivo nació la primera canción, pero esa, como ya imaginareis, es otra historia . . .

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EL APEGO
 

Es apego cuanto nos ata a pequeñas mezquindades, pero también cuanto abre el alma a los seres queridos.

Por apego luchamos convencidos de que nos asiste la razón y acabamos en ocasiones perdiéndola, porque poco apego solemos tener a la razón y demasiado apego a nuestra única razón.

También por apego defendemos nuestro espacio, nuestros objetos e ideas, que sabemos valiosos para nosotros como para nadie, sólo porque son nuestros.

Por apego soportamos a nuestros padres y nos soportan nuestros hijos, ayudamos a nuestros amigos y nos vamos quedando poco a poco tan pegados como apegados a ellos.

Por apego a la tierra llegamos a matar por una bandera, que nunca vale más que el apego que creemos y creamos en nuestra insana fantasía.

Es puro apego a la vida el que nos empuja a iniciar un nuevo día incluso en los peores momentos y es ese mismo apego el que nos puede encadenar a cualquier objeto o quimera.

Por apego construimos y destruimos, todo por apego.

Un buen día el ser humano se apegó a las preguntas y nacieron las mitologias y las ciencias, como antes se había apegado a sus semejantes para sobrevivir y crecer, como antes había estado apegado a la misma tierra.

Tiempo después, cuando volvió su apego sólo hacia si mismo, ya sólo fue un pobre ciego que dejó de atrapar la luz, un sordo que dejó de escuchar el silencio y un ser solitario y triste que dejó de buscar su esencia.

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EL AMOR

A veces la vida, siempre tan tragicómica y juguetona, nos toca con su varita mágica y nos encontramos en medio de un torbellino al que podemos intentar identificar como torrente hormonal o caos bioquímico o, simplemente, dejar de lado la sinrazón de la razón y reconocer que nos hemos enamorado.


Sucede entre dos y cinco veces a lo largo de la vida humana, pero una es suficiente para no olvidarlo jamás.

De repente, nuestros sentidos eligen otras normas de conducta, otras reglas de juego, nuestra mente baila al son de una música que no sabes muy bien cómo has compuesto a medias con otra persona. Trastocas completamente tu orden de prioridades y, por decirlo en pocas palabras, vas por la vida sin saber muy bien si vas o vienes.

Tan intenso es a veces el juego, que son muchos los que dejan transcurrir su vida rehuyendo volver a caer en él una vez que lo han conocido. El miedo, siempre tan libre, manda o intenta mandar imponiendo su patética tiranía.

 

Por el contrario, si no temes navegar esos mares de extrañas tormentas agridulces, al cabo del tiempo caes en la cuenta de que de casi todo te puedes enamorar, y es entonces cuando la vida, acostumbrada a ser generosa con quien lo es, te empieza a señalar las claves para navegar: las olas de las emociones ya no son peligrosos juegos malabares, sino el ciclo lúdico de un tiovivo y ya no importa qué sucederá, sino captar en cada instante cuanto sucede y saborearlo.

 

De esta forma la vida, transformándonos en locos lúcidos, nos apadrina y nos protege del miedo al miedo, de la vida sin color y de los colores únicos, nos toma en sus brazos y, con la amabilidad de una buena amiga, nos enseña la lección más hermosa, la que nos hará pasear de su mano en adelante: que sin importar mucho la forma que adopta, nada existe que valga la pena vivir que no vaya acompañado de amor.
 

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EL OLOR DEL PARAÍSO

Hay un olor impreciso que no inunda nuestro cuerpo a través del olfato, sino en una suerte de ósmosis con todo cuanto nos rodea. No existe humano capaz de controlarlo por si sólo, ni grupo, por numeroso que sea, que pueda imponerlo. Viene a nosotros cuando jugamos limpio con la vida, cuando la acariciamos en vez de intentar retenerla. Ni está a la venta ni admite más especulación que ser o no ser. Siendo gratis, quien lo posee es rico y afortunado.

Lo sentí por primera vez cuando un grupo de niños pequeños dijimos no a los matoncillos que nos tenían atemorizados, y aún cuando el olor se mezclaba con el sabor de la sangre bajando por la garganta era un aroma inolvidable. También en la adolescencia, cuando se abrían las puertas de algunas casas para acoger a los jóvenes manifestantes que huían de la policía en un pais que apenas podía soñar con la democracia. Lo volví a sentir cuando, hartos de divagar jugando a ser ecologistas puros, una mente tan amiga como lúcida propuso: limpiemos esta playa y dejemos de hablar, y aquella playa olió a paraíso. Cada vez que he abrazado a una mujer sintiendo que abrazaba también a una amiga, olía sin duda a paraíso. Cada carta que llega de ese niño apadrinado al que no conozco pero sé que existe porque sus palabras huelen a paraíso. Y en más de una ocasión he sentido fugazmente ese olor en una tertulia, cuando no hay mente que caiga en la trampa del ego ni ego que esclavice a mente alguna.

Así nos va regalando la vida esas bocanadas de un aroma tan sutil que desaparece si lo persigues, y tan justo, que nunca arropará a quien no aprenda a disfrutar del placer ajeno tanto como del propio.

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EN FUGA

En fuga constante, tan sólo así sobrevive nuestra mente: en fuga de cuanto la realidad nos presenta a cada instante, de la evidencia de las sentencias irrevocables, de las certezas cuestionables y de las crisis de la crisis.

La vida, como las dictaduras y las bicicletas, necesita la fuga constante para sobrevivir y la duda para crecer. Ni las dictaduras ni las bicicletas saben, que se sepa, dudar, pero la vida aprende del error, y cada error lo transforma en nueva vida, más fuerte y estable.

Una vida en fuga que, por breve que parezca, nos puede regalar el olor del paraiso en el momento menos pensado, entre fuga y fuga.

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DIARIO DE UN GRILLO A GATAS

Busca otros que canten para ensayar y mejorar tu canto”, me habían dicho mis padres. “Ya eres mayor y debes comenzar tu vida, pero no olvides que te queda mucho por aprender”.

Les oía a lo lejos, con sus cantos extraños, afónicos y desacompasados, y pensé que sería una buena oportunidad para practicar y, sobre todo, para enseñarles. Al acercarme comprobé el enorme tamaño de sus cuerpos: eran verdaderos gigantes. Uno me sujetó con dos de los garfios de sus patas mientras yo, cerrando los ojos, suplicaba para no ser su alimento. Me dejó otra vez en el suelo entre un gran alboroto de otros gigantes: “Es un grilo, es un grillo ...” ¿Qué significará grillo?

Cuando ya me creía a salvo, otra sombra, más pequeña pero más rápida, me revolcó por el suelo con un golpe de su pata, al tiempo que se oía: “¡Cuidado, el gato, que se come al grillo! Me refugié en una cueva y decidí abandonar ese extraño bosque de árboles de metal y gigantes ruidosos.

Mis padres nunca me advirtieron que buscar compañeros de canto fuera tan peligroso . . .


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DIARIO DE UN GRILLO A GATAS

Definitivamente, estos humanos están todos locos. Decenas de veces he comprobado que cuando cazo algún insecto de los que entran en sus casas, me recompensan y alaban mi trabajo, pues al parecer les produce miedo, a pesar de la enorme diferencia de tamaño de sus cuerpos. Más de una vez, tras cazar alguna araña o cucaracha, he recibido un buen trozo de jamón y unas caricias.

Pero hoy no, hoy se les ha dado por defender a un bicho feo que cantaba fatal, y me han empujado dos veces de mala manera.

No sé si debería consentirlo ¿No se han enterado todavía que el nuevo jefe supremo de los humanos es negro como yo . . . ?

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BATERÍAS

Monodiálogo de mediados del siglo XXVII:

Ser o no ser ... ¿no es esa la clave de todo? No, el ser es intrínseco, inevitable. Sólo cambia el cómo, el estado, el orden ocasional de la materia o la esencia energética que interactúa, forma parte y se presenta ante el resto del universo.

Luego, ¿todo es estar tan sólo? Estar y ser son, en definitiva, un único estado.

¿Y la muerte? Se trata de un concepto arcaico que . . . BIP, BIP, BIP . . .RECARGAR BATERIAS . . . RECARGAR BATERIAS . . .

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LA DAMA DE NOCHE

La Dama de la Noche vaga indolente por su jardín, impregnado del olor sofocante de docenas de damas de noche. Recuerda su vida, cuando en su juventud soñaba con encontrar el amor de su vida, para ser su dama en una mágica noche. También recuerda el largo paréntesis en que nunca fue dama, sino tan sólo una mujer triste perdida en inacabables noches tristes. Un día, que en ese momento le pareció que llegaba demasiado tarde, comprendió que no existe el amor de tu vida, sino el amor a la vida. Renunció a ser dama para ser mujer y a ser mujer para ser persona, a lo que ya nunca volvería a renunciar. Ahora, a sus ochenta y seis años, sonríe mientras rememora sin rencor tanto la primera como la segunda mitad de su vida. Esta tarde observa los ojos curiosos de los niños tras la verja del jardín, mientras les oye susurrar: “Esa es la Dama de la Noche, dicen que antes era muy guapa y ahora es una bruja . . .” Ella escucha y sonríe, feliz de poder regalar en sus últimos días un poco de ilusión a la fantasía infantil de sus jóvenes vecinos. La Dama de la Noche sonríe, poseedora del secreto del amor a la vida, mientras pasea por su jardín de damas de noche . . .

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VENTARRÓN
 

Había sido el único superviviente de una camada de lobeznos. Su madre había sido abatida por los cazadores y para Juan, que era agricultor y odiaba lo jabalíes, un lobo, mientras no se hiciera vegetariano, nunca sería su enemigo.

Encontró a sus cuatro hermanos congelados por la ventisca y aplastados por los cascos de algún caballo salvaje. Rodeado de sus cuerpos estaba el pequeño lobezno, que Juan cobijó bajo su zamarra al tiempo que le daba nombre:”Eres duro, carajo, el viento no ha podido contigo, te llamaré Ventarrón”.

El animal fue creciendo en la granja, huyendo ocasionalmente al bosque, del que siempre retornaba rompiendo el pronóstico de los vecinos de Juan: “Ese no vuelve, es lobo, y cualquier día te pegará un bocado.” “Volverá, volverá, en la naturaleza la gratitud siempre es correspondida, el hombre es el único que a veces lo olvida”. Y siempre volvía. En el pueblo y los alrededores, Ventarrón fue trazando su mapa de amigos y enemigos: quienes le dejaban vivir y quienes le apedreaban aprovechando la ausencia de Juan.

Sólo al cabo de cinco años, siendo ya un lobo de aspecto temible, empezó a ser respetado por todos cuando localizó a un niño caído en una poza del bosque antes que el mejor sabueso de los cazadores. El padre del niño, un cazador rudo y malhumorado advirtió entonces: “Al que haga daño a este animal, le pego un tiro”.

Pero había un miedo transformado en ira que Ventarrón nunca pudo superar: los caballos, posiblemente por la muerte de sus hermanos.

Ventarrón se lanzaba a morder las patas de cualquier equino que se acercara por la granja, y era la única ocasión en que hacía caso omiso a la llamada de Juan.

Más de una coz se llevó a lo largo de su vida el valiente Ventarrón, pero ayer, cuando con sus doce años a cuestas, pretendía expulsar de la granja a una joven y nerviosa potranca, recibió una coz de la que no se pudo recuperar. La yegua se llamaba Brisa.

 

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MARGINACIÓN

Don Alberto reside en su mansión en La Moraleja, una de las urbanizaciones más exclusivas, o sea caras, de Madrid. Tiene 83 años, una hija que hace cuentas sobre su herencia, un yerno que hace cuentas sobre las cuentas de su suegro, y un nieto que le mira con asco porque, a sus estupendos siete años, ya sabe que lo viejo es feo y desagradable y aún no se ha enterado de que, si tiene mucha suerte, llegará algún día a ser un viejo feo y desagradable como su abuelo.

Al servicio de don Alberto se encuentran diecisiete personas entre mayordomos, cocineros, ama de llaves, chófer, jardineros, etc. etc. Todas le conocen y le temen, por lo que rehuyen su presencia. Don Alberto amasó su fortuna en la postguerra española: mientras elevaba la mano derecha, dejaba que la izquierda se escurriera disimuladamente en el bolsillo público sin nada que temer, salvo la molestia de tener que hacer, en caso de ser descubierto, las llamadas pertinentes y un par de regalos caros. Siempre ha sido un hombre de orden en todos los caóticos sentidos de la palabra.

Semanalmente recibe la visita de su escasa familia, visita tan parecidas unas a las otras como el gesto despectivo que han heredado tanto su hija como su nieto. La hija le pregunta sobre su tensión sanguínea y el yerno sobre un consejo para invertir en Bolsa. El nieto se mantiene distante, temiendo el momento final en que tendrá que acercarse a su abuelo para darle el repulsivo beso de despedida. Los tres desean su muerte de formas diferentes pero igualmente mal disimuladas.

Don Alberto está casi tan sólo como los cuerpos que sembró por las cunetas de su comarca, donde gracias a la guerra y el estraperlo, pasó de ser el gandul del pueblo a ser un señor, si no respetado, sí tan temido como para añadirle un don a su nombre. Morirá dentro de tres años y medio, en medio de una terrible agonía similar a la de su idolatrado generalísimo. Un honor sin duda merecido. En su entierro sólo su hija parecía llorar, pero en realidad escondía un colirio dentro del pañuelo con el que fingía secarse las lágrimas, se parecía mucho a su padre.

El tío Alberto también tiene 83 años, cuatro hijas y catorce nietos. Vive en una chabola del extrarradio de Usera, al sur de Madrid. En su vida ha hecho casi de todo y casi todo legal. Es gitano y patriarca de su clan: su palabra fue en otro tiempo respetada por todos, hoy día por casi todos. Como ningún dios quiso mandarle hijos, la casa llena de mujeres le ha enseñado sobre la igualdad de género más que ninguna universidad, pero sus ideas son compartidas sólo por las gitanas y algunos gitanos jóvenes, la mayoría de los hombres piensa que barre para casa cuando dice que primero tiene que estar la voluntad de la mujer para elegir marido y que todo padre debe respetar esa decisión porque cualquier gitano es y debe ser, antes que nada, una persona libre. Más de un problema ha tenido el tío Alberto por sus ideas raras, pero a su edad, ya nadie le cuestiona, más que nada porque en los últimos años tiene la costumbre de hacer que no oye cuanto contradice su opinión.

Al tio Alberto le cuida una de sus hijas, la más joven, que comparte chabola con su marido y tres criaturas. Dos de las otras tres hijas le visitan al menos una vez al mes para llevarle lo poco que consiguen reunir de comida, ropa y demás. Para los nietos pequeños y los bisnietos, lo mejor del tío Alberto es cuando cuenta la historia del mundo, que tan bien se sabe. Sólo uno de los niños, el que tanto le recuerda a si mismo por parecer el más espabilado, le pregunta desconfiado al final de cada historia: ¿ Y todo eso es verdad, abuelo? “Claro”, contesta fingiendo indignación el tío Alberto, “¿Es que has conocido algún gitano mentiroso . . . ? El niño agacha la cabeza y repasa la lista de mentiras en que ha pillado a sus padres y amigos en la última semana, y, como gitanillo despierto que es, calla.

El tío Alberto también morirá dentro de poco más de tres años, y a pesar de su edad, habrá muchas lágrimas sinceras en su velorio.

Del tío Alberto dicen que es un ejemplo de marginación, pero su marginación no incluye soledad, abandono, hipocresía ni tristeza.

De Don Alberto se dice, sin embargo, que no es un marginado, ni social ni económico. Es, simplemente, una persona antes destructiva y hoy patética y sola que vive al margen de sentimientos y emociones, al margen, en definitiva, de la vida.

Si pudiéramos, ¿a quién deberíamos socorrer primero?

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BULERÍAS

Quisiera escribir el verso más hermoso que pudiera, que naciera bulería y fuera acariciando la tierra entera.

Que diera luz a los ciegos y reposo al triste y miedoso, que sembrara flor de esperanza, de vida, alegría y templanza.

Que nos diera ese golpe amable imprescindible para aprender. Que nos hiciera libres sabiendo, cuanto vale la pena saber.

Que fuera cante de todos, hasta de quien no lo aprecie, que vuele en los pensamientos de quienes amando crecen.

Quisiera escribir el verso más hermoso que pudiera, que naciera bulería y fuera acariciando la tierra entera.

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

LA ABUNDANCIA

Miraba Abundancia condescendiente a Carencia, quien, haciendo de la escacez ciencia, en su desesperada arrogancia, retó a la altiva Abundancia a ser cada cual más de si misma: más abundante Abundancia y más carente de todo Carencia.

Se encontraba al cabo de un tiempo Carencia al borde la muerte, apenas sustentada por unos sorbos de agua, mientras Abundancia, cayendo de lleno en tal reto demente, sobrealimentaba en si cuanto hallaba, habiendo enfermado al poco tiempo su cuerpo y su mente.

Viéndola agonizar, le dijo Carencia: “Es lógico, hermana Abundancia, es ciencia: si tras cientos de epidemias de hambre quedan de los humanos tan sólo los descendientes de los supervivientes, y son muchos, ¿cómo creías que sobrevivirías sólo con abundancia?

Tú les das cada cierto tiempo lo necesario para que no olviden el valor de la alegría, pero soy yo quien selecciona a los más fuertes, quien limpia la soberbia de sus mentes, quien les hace comprender e imaginar el dolor ajeno.

Yo nada soy sin tí, pero no me desprecies, tampoco tú serías nada sin mi.

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¿CÓMO SEGUIR VIVIENDO?
 

Así, fugaz como lo poco que has aprendido, eterno como la materia que te forma, delicado como el equilibrio que te recuerda que en cualquier momento se acaba el juego.



Transformando con cierta magia difusa la amargura en resignación, la desesperación en esperanza y la paciencia en arte. Intentando bañar todo con la huidiza alegría imprescindible.


 

Sufrir, mucho si hace falta, por los errores propios y ajenos, pero sólo lo justo para aprender, ni un segundo más.


 

Nunca angustiarse por lo que ha de venir, porque sea lo que sea, ha de venir . . . y siempre nos sorprenderá.
 

Y si seguir viviendo se hace, al final, sólo por costumbre, bienvenida sea la misteriosa costumbre que, sin saber muy bien porqué, nos invita a seguir viviendo.


Nekovidal 2009 –
nekovidal@arteslibres.net

 

 

EL PATIO

15 años, 5.475 dias, 131.400 horas, 7.884.000 minutos . . .

El rato de paseo por el patio era lo más parecido a la libertad de lo que pudo disfrutar a lo largo de quince años. Cada día a la misma hora, los mismos minutos, y casi los mismos pensamientos.

Sobrevivió 5.475 dias creyendo que no hay más camino que la guerra, la lucha en la que todo, por cruel o miserable que sea, es válido; admitiendo la norma implacable de que golpeas o te golpean, robas o te roban, engañas o serás engañado, aceptando la más terrorífica de las leyes: que no hay ningún semejante en quien valga la pena depossitar tu confianza . . . Y en su soberbia creyó, como casi todos, que el problema eran los insalvables muros de piedra, las cerraduras y las armas que le apuntaban. Se creyó un ser libre enjaulado, en vez de una mente que se iba enjaulando a si misma.

Ayer, al salir del recinto, alguien le oyó susurrar: ”Soy libre . . .” y hasta los muros sonreían ante su arrogante ingenuidad.

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OLORES Y PERFUMES

Cuenta la leyenda que en aquel reino, del que hoy sólo quedan restos de alguna muralla en otro tiempo inexpugnable, cierto rey, tras reunir en una colección todos los perfumes que los mortales habían creado, oyó hablar de una esencia destilada por los dioses, de la que se decía que era el verdadero olor de la sabiduría, el olor que concedía a quien lo captara la posibilidad de conocer todas las respuestas a todas las preguntas. Obsesionado con su nuevo propósito, redactó el rey un bando ofreciendo poder y fortuna a quien lo encontrara y llevara a su presencia.


 

Entre los tentados por la oferta se encontraba un joven y ambicioso monje, que se presentó ante su maestro a fin de solicitar su permiso y bendición para la empresa que se había propuesto iniciar.

El monje expuso las que decía eran las razones que le impulsaban a emprender el viaje: dinero para restaurar el viejo monasterio y alimentos para los peregrinos que cada día acudían a sus puertas. Nada dijo del reconocimiento y poder personal que esperaba conseguir.

El maestro, conocedor de la naturaleza humana, le dejó partir, sustituyendo su bendición por un consejo: “Cuidate de no acabar buscando cuanto ya tienes, exponiéndote a perderlo en el camino”.

El joven monje partió exultante, creyendo que las palabras del maestro eran un elogio hacia su persona.


 

Como todos los demás hombres que salieron en busca de la mágica esencia, el monje pasó mil penurias, tomó mil caminos errados y pensó en desistir en varias ocasiones.

Cierto día, tras una larga marcha, se encontraba descansando a la sombra de unos sauces, cuando se le acercó un anciano que, tendiéndole un pequeño recipiente, le dijo: “Sé lo que buscas. Es esto, tómalo.”

Asombrado, el monje abrió el frasco con la intención de oler inmediatamente la esencia que muy posiblemente transformarían en insignificantes todas las recompensas ofrecidas por el rey, pues poseyendo sabiduría tendría, entre otras muchas cosas, una enorme fortuna. Comprobó decepcionado que dentro del recipiente no había nada, y a nada olía su interior. Se sintió engañado, a pesar de haber sido un regalo, pero el suceso le dió base para crear una fábula que le sirviera de disculpa ante su maestro por abandonar una búsqueda que ya creía baldía.


 

Regresó a su monasterio y fingiéndo alegría al presentarse ante su mentor, le narró lo sucedido, pero omitiendo que ya había abierto el frasco.


 

Abrámoslo, maestro, y seremos los hombres más sabios del mundo”, dijo, al tiempo que quitaba el tapón sin esperar la respuesta.

Aparentando sorpresa tendió a su maestro el pequeño frasco: “No hay nada ...” dijo.


 

Luego has conseguido tu objetivo, ése es el verdadero olor de la sabiduría”, respondió el anciano.

El monje, sorprendido ante la respuesta, esperó boquiabierto la explicación del anciano:

La esencia de la sabiduría ha de ser por todos admitida como tal, y sólo será posible si coincide con un concepto en que todos coincidan, y sólo en la nada coinciden las personas, que guardan en su naturaleza la paradoja de ser iguales pero irrepetibles, idénticas en su esencia pero únicas en sus vivencias. El olor de la sabiduría ha de ser un aroma que evite el juicio, pues habiendo juicio hay prejuicio, y ambos conducen al dolor”.

Y prosiguió: “Ha de saber, pero no ha de juzgar, ha de enseñar sin reprender, ha de amar sin condición, ha de estar en todo pero no ser nada, siendo así eterno . . . Por todo ello sólo en la ausencia de olor se puede encontrar el perfume perfecto, la esencia de la sabiduría . . .”


 

Y leyendo en la sorprendida mirada del alumno cuanto realmente había sucedido en su periplo, agregó:

Pero hay otro olor que has traído de tus viajes y que permanece en tus actos, un olor tosco a ignorancia, una especie de extraña fe en el engaño, y ese olor nauseabundo no lo podrás tapar con ningún perfume de los que crean los hombres”.

Desde hoy deberás buscar fuera de los muros de este monasterio y volver cuando sepas apreciar, si no el intangible olor de la sabiduría, al menos las esencias más dulces creadas por el ser humano: el respeto, la fraternidad, y el amor hacia toda forma de vida.”


 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

AULA Nº 11


Les vi el primer día, cuando se presentó un pequeño grupo, un tanto tímidos, en el Aula 1. Allí hice mi primera aparición: subí a la mesa y me echaron, pero no les guardé rencor, tenía que probar como nos miraban estos humanos. Prefiero los que no te miman porque en el fondo te respetan, que aquellos que nos tratan como si fuéramos sus crias, pero que te abandonan en el momento en que no representas convenientemente tu papel.

Luego les vi trasladarse al Aula 6 y eso me gustó, yo también disfruto con las alturas. Allí eché más de una siesta en compañía de ellos y comprobé sorprendido que mi presencia provocaba miedo en uno de los asistentes, una chica que debió ser víctima de algún antepasado mio, una lástima. Todos vivían y me dejaban vivir, que tratándose de humanos, no es habitual y es todo un mérito.

Estuve varias semanas intentando que comprendieran cuanto les quería decir, vagando insistente por el pasillo que conducía al fondo, pero no fue fácil.

 

Al fin parece que han captado mi mensaje, al fin se han trasladado a la única sala desde la que se ve el mar, la mejor de todo el recinto.

 

Me gustan los humanos del Aula 11, porque miran la vida como nosotros los gatos, entre líneas.

 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

LA INMORTALIDAD

Mi primer cuerpo del que tengo memoria, el más denso, surgió de materia inanimada a finales del siglo XXI, cuando la cotidianeidad de los ordenadores cuánticos de quinta generación permitió grabar no sólo las memorias vitales, sino la misma personalidad única de cualquier ser vivo. Toda una vida en un disco minúsculo, todas las emociones pasadas, todo. Cada disco constituía en si un programa complejo que seguía desarrollándose interactivamente en el momento en que era ejecutado. Cada vida entraba, una vez liberada del cuerpo, en un juego de árboles fractales de conciencia.


 

Ese fue el comienzo, luego fuimos, poco a poco, librándonos de todo tipo de materia y sus servidumbres, hasta que toda la vida consciente del mundo discurría, apenas dos siglos más tarde, y en forma de energía, por la fina capa de gas que recubría el planeta. Continuamos avanzando, el gas nos resultó pesado y nosotros, que ya sólo pensábamos colectivamente, deseábamos la levedad absoluta, alas aún más ligeras que el viento.


 

Y así llegamos a la luz, a viajar en fotones a través de espacios enormes que antes apenas podíamos mensurar. Y así pudimos, por primera vez, observar y leer atónitos el libro maravilloso que se extendía ante nosotros cada noche de cielo estrellado. Aprendimos que cada rayo de cada estrella era un mensaje, una fórmula ciéntífica, una música, una idea o un poema, algo aprendido por algún ente en algún recodo del universo que era lanzado en un mar de estrellas para ser descodificado por cualquier especie que hubiera llegado a ese estado evolutivo. Dejamos de formar parte de las especies agresivas que competían por el control de un espacio que creían con derecho a llamar suyo. Fuimos, cuanto más fuertes y sabios, más ligeros, y ya miramos con sonrisa venebolente a las especies mortales que nos llaman dioses.


 

No recuerdo mi edad, pero sé que hace mucho que habitamos esta estrella.

Y aqui estoy, estamos, ya inmortales, intentando imaginar que es la mortalidad como nuestros antepasados anhelaban o intentaban concebir la inmortalidad. Abandonada la angustia del deseo, de la incertidumbre material, sin miedo a nada, pues nada puede destruir cuanto no somos y sólo la sutil fuerza de una idea decide que somos o dejamos de ser. Ahora soy tan sólo un rayo de luz, uno de los trillones emitidos cada segundo por esta estrella que es y será nuestro hogar durante millones de años.


 

Atravieso una ventana y me poso, a flor de piel, sobre las manos y rostros de quienes han trasladado sus pesados y primitivos cuerpos de materia densa a un cubículo al que llaman Aula 11 y me encuentro con entrañables antepasados que escriben con nostalgia sobre un futuro que aún no saben que es su pasado y que apenas pueden imaginar.

 

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A FLOR DE PIEL

 

¡Qué bien suenan las palabras cuando resbalan entre silencios y dirimen juicios de reo ingenuo y fiscal defensor!


 

¡Qué bien cuando tejiendo el aire brotan sonidos y bordando sonidos nacen palabras!


 

¡Qué bien, incluso, cuando la palabra o la música se alían con el silencio para llegar a ser imprescindibles!


 

¡Qué bien cuando el abrazo de las palabras nos desarma y sólo podemos mostrar lo que llevamos a flor de piel!


 

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A FLOR DE PIEL
 

Cuando escribía seriamente, calculando, midiendo, rimando y, de paso, sufriendo, siempre aparecía algún burócrata de las palabras a explicarme el porqué y como de cómo se debían hacer las cosas.


 

Cuando pasé a escribir olvidando todo límite caí en el caos de la norma no compartida, limitando por inconexo el mensaje como antes lo limitaban las formas.


 

Así que hice cuentas con el corazón y me dejé llevar por las emociones de la cabeza: sin prisas, pausas ni penas, escribo, y cada palabra encuentra un hueco donde reposar o una atalaya desde la que anunciar su contenido, una idea de la que enamorarse, o una razón, nunca demasiado seria, para el desamor.


 

Así, escribiendo sin saber muy bien cómo, a flor de piel, sin más.


 

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ECONOMÍA SOSTENIBLE

Hasta hace poco, una economía sostenible era, aparentemente, tan sólo una opción idealista, una forma alternativa de vivir y manejar los recursos materiales disponibles.

Podemos retrasarlo, como mucho, una generación más, pero desde ahora, o es una economía sostenible o no es, y la plaga que supone nuestra especie se transformará en una epidemia patológica en la que nosotros mismos nos uniremos irremediablemente a la lista de las tantas especies que hemos hecho desaparecer.

Cierto árbol de la jungla tropical segrega un zumo azucarado sin otro fin que remunerar su trabajo a una especie de hormiga que le defiende del ataque de pulgones, que le parasitarían y secarían.

El árbol, si se cuida y respeta, siempre produce y regala su azucarado manjar, incluso cuando no hay ningún peligro a la vista, cumple honestamente el pacto con sus socios. El árbol, como cualquier ser vivo, como cualquier planeta, siempre encontrará un cómplice, tal vez un simple virus, que complete su círculo de equilibradas necesidades vitales.

Suenan las sordas pero implacables trompetas de un previsiblemente cruel pero justo juicio final, ya pasó la alocada adolescencia de nuestra especie, se acabó el despilfarro.

El planeta y, sobre él, los supervivientes, seguirán girando algunos millones de años más, indiferentes a nuestra arrogancia juvenil.

Ya sólo nos resta decidir si queremos ser hormigas o pulgones.

 

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EL AGAPORNIN

Supo que un agapornin le perseguía cuando descubrió a su sombra corriendo en dirección contraria a su intención. Sabiéndose perdido, decidió encontrarse a si mismo en el significado oculto de alguna palabra impronunciable. Consecuentemente, no la pronunció, apagó la puerta, cerró su sombrero y abrió su mente. Ya no temía al agapornin, ya sabía asustarse solo.

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UN ANCIANO


Aquel anciano no era de los que podía añorar buenos tiempos, la vida no le había regalado mucho, más bien nada.

Había conocido la arrogancia de la juventud y el cansancio de alguna batalla, las mieles de los festejos y ocasionalmente las hieles de las cárceles. Había sido soldado de un rey y mercenario financiero de un reino, tanto como proxeneta de su propia hermana en tiempos de hambre y miseria. Frecuentaba amigos entre gandules y ladrones, entre taberneros y nobles de baja estirpe, entre escritores y poetas frustrados.

Aquel anciano había tenido una hija fuera del matrimonio y un matrimonio sin hijos, vio nacer y morir a su única nieta y su legado no habría de ser de sangre sino de papel y memoria.

Aquel hombre, siendo ya viejo, había visto como le sonreía levemente la fortuna y se burlaban los envidiosos de su genio y su apego al vino, de su mucha hambre y sus pocos dientes.

Aunque hoy día le tratemos de don, no se le consideró en vida digno de tal tratamiento.

Aquel anciano había sabido desgajar de sí las dos naturalezas que todo humano lleva dentro y escribió un libro en el que todos sus hermanos se sienten reflejados y nadie puede leer sin rememorar parte de su vida, sin mirarse en un espejo que permite sonreír con cierta amargura ante lo patético y grandioso de nuestra naturaleza.

Aquel viejo no muy respetable en vida, pasó, como buen español, a ser reverenciado tras la muerte, cuando la que él consideraba su novelilla, hizo reír tanto al siervo como al rey.

En algunas partes del mundo, aún hoy en día, ciertos estudiantes poco aplicados le confunden con su creación, y creen que Cervantes sigue cabalgando incansable al lado de don Quijote, al que aconseja y protege, sobre todo, de si mismo.

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¿QUÉ BUSCAMOS? ¿QUIÉN CERRÓ LA PUERTA? QUÉ. . .

 

Y al final, ¿qué buscamos? La llave que abra la puerta de un paraiso que sentimos real por presentido.

 

¿Y quién cerró la puerta? Quien se preocupó más por definirlo, catalogarlo, hacerlo obligatorio y ponerle fronteras que viviéndolo.

 

¿Y cómo se abre esa puerta? Tan sólo con una idea, lo único necesario para crearlo. Lástima que requiera toneladas de respeto y cariño, tan escasos, para no ser destruido a cada intante.

 

¿Qué . . ? Eso, en definitiva, el retorno.

 

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¿QUÉ BUSCAMOS?

 

Cuando algunas mañanas amanecemos ya suspirando, casi agotados ante la visión de un nuevo día, en vez de agradecidos por esas horas de luz y calor de vida que nunca deberíamos olvidar que son un regalo, en esos desperdiciados momentos . . .

 

Cuando algunas tardes, tras un día que dudamos si fue largo o apenas un suspiro, repasamos lo vivido y centramos nuestra vista en los choques, caídas y amarguras, preparando nuestra mente para otra batalla sin haber salido de la anterior en vez de rememorar las horas, minutos, o segundos al menos, que seguro que fueron dignos de llamarse vida con mayúsculas, en esa desperdiciada bocanada de vida . . .

 

Un día, cuando nos despistemos de las luchas y nos sorprenda la oportuna zancadilla que nos despierte de tanta falsa vigilia, tal vez nos preguntemos: ¿qué buscamos?

 

Y es posible que otro día, no menos dichoso, caigamos en la cuenta de que sobra el “qué”: Simplemente, mientras vivimos, y quien sabe si también cuando no, buscamos, porque sólo buscar es vivir y no podemos ni sabemos concebir la existencia de otra forma.

 

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¿QUÉ BUSCAMOS?

 

¿Es quien más busca el mejor buscador por perseverante o el peor por necesitar buscar mucho para encontrar lo mismo?

 

¿Es quien menos busca el peor buscador porque nunca hallará nada o el mejor, pues sabe que la búsqueda es inútil y baldía?

 

¿Es buscar parte de la esencia humana o es la naturaleza humana una parte tan sólo de la búsqueda y ésta es la verdadera esencia de este universo?

  

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¿QUIÉN CERRÓ LA PUERTA?

 

¿Quién cerró la puerta a un pasado doloroso? Quien teme al juicio de la memoria o a la memoria de una herida.

 

¿Quién cierra la puerta a un presente de placer? Quien prefiere soñar un mañana seguro por inalcanzable o quien teme alcanzar cuanto cree inalcanzable.

 

¿Quién cerrará la puerta a un mañana de esperanza? Sólo los suicidas y algún que otro poeta irresponsable.

 

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QUÉ. . .

 

Que asombroso milagro que todos busquemos, en realidad, las mismas cosas y, sin embargo, sean tan diferentes nuestros sueños.

 

¿Será esa inorme diversidad nuestra grandeza o nuestra miseria, nuestra salvación o nuestra condena?

 

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ACRÓSTICO DE ENTRELINEAS

 

Enfrenta

 

Nuevos

 

Temas

 

Razonando

 

Estructuras

 

Libres

 

Intentando

 

Nadar

 

En

 

Abiertas

 

Sonrisas

 

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LAS TRES LLAVES

 

En este mundo y dimensión, todos nacemos con tres cadenas y nuestra existencia no es más que la búsqueda constante de las tres llaves que abren los candados que las cierran.

 

La primera es la cadena de la supervivencia material: sin alimento y cobijo nada podemos hacer ni construir. Hace años leí un estudio sobre los niños de la calle de Brasil, “os meninos da rua”, que en realidad vagan por las calles de todo el mundo. Muchos de estos niños tenían deficiencias mentales que no eran producto de una enfermedad o una tara genética, sino de la mala alimentación y estaban ya condenados de por vida a la deficiencia psiquica que padecían.

 

Me planteaba yo entonces, como tantos, el dilema de si es preferible tener libertad sin pan o pan sin libertad. Ese informe me convenció de que el primer paso ha de ser siempre el pan: con una mente mínimamente desarrollada se puede identificar y luchar contra una tiranía, sin esa mínima base, es imposible.

 

La segunda cadena es la del entorno social, que se puede presentar en forma de familia desestructurada, sistema político opresivo, relaciones laborales absorventes o inexistentes o bien un sistema educativo castrante. Es nuestra cara social, el segundo escalón donde somos, o creemos ser, algo más que cualquier otra especie del planeta. Anclados todavía en formas de relación primitivas y verticales, actualmente, el desperdicio de capacidades individuales que podrían reflejar sus frutos en el grupo es constante. La sabiduría evolutiva de una especie se puede medir sin duda por el aprovechamiento energético que hace de si misma y su entorno. En ese sentido, los humanos somos bastante primitivos, y sólo la juventud de nuestra especie, apenas 125.000 años, puede justificarnos mínimamente.

 

La tercera cadena, aquella a la que pocos llegan a identificar siquiera, tras haberse liberado mínimamente de las anteriores, es la de la mente, lastrada y condicionada por las circunstancias que la han convertido en un círculo cerrado del que dificilmente puede evadirse. Es esa mente que, carente de educación creativa y esclava de sus miedos, no sabe identificar un peligro real pero puede crear otros completamente abstractos e imaginarios en torno a los cuales hace girar su existencia y sus retroalimentados miedos. Es la mente que no puede concebir siquiera una estructura social sin líderes que le guien, que le ordenen, que le regalen cadenas con la única condición de ser, en apariencia al menos, cálidas. La misma mente que al hablar de espiritualidad la identifica con las extrañas imágenes antropocéntricas creadas como forma de negocio socialmente parasitario, creyendo poder concebir a un dios todopoderoso, pero incapaces de conocer siquiera su obra, una contradicción aberrante. Es la mente de cualquiera de nosotros.

 

Intuyo que la destrucción de la primera cadena pasa tanto por un sistema económico mínimamente racional como por el control de la población. La destrucción de la segunda se dará cuando apliquemos a nuestras sociedades conceptos científicos que al fin conocemos teóricamente, como la Teoría de Juegos, demostrando la mayor efectividad de la solidaridad sobre el egoísmo, o la comprensión misma de nuestra estructura mental y su implícito sentido natural de la justicia. Básicamente es comprender y extender el cambio de conceptos como bondad y maldad por inteligencia y estupidez o efectividad e inefectividad. Lo que conocemos por una persona mala y egoísta es, básicamente, una persona enferma y de muy pocas luces, y sus aparentes victorias no pueden serlo sino en asuntos menores.

 

La superación de la tercera cadena será el momento exacto en que nos hagamos merecedores del apelativo de especie racional. Cada paso será individual y colectivo al tiempo, conectadas todas nuestras mentes en un proyecto común que no es otro que nosotros mismos y el universo del que formamos parte.

 

Posiblemente algún día, si sobrevivimos, nuestros descendientes nazcan libres de las dos primeras cadenas y con alguna posibilidad, por tanto, de no ser esclavizados por la tercera. Pero hoy en día, los muy pocos que consiguen romper estas tres cadenas se transforman en lo más aproximado a un ser humano libre que podemos imaginar, aunque no está, en realidad, sino en el principio del camino.

  

Me han dicho que existen seres humanos así. Sigo buscando, con curiosidad, al primer ejemplar.

 

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LA INVITACIÓN

 

Te invito a dejar de lado, un rato tan sólo, todo aquello de cuanto afirmas estar seguro. Te invito a mirar con otros ojos, siendo tuyos, a regatear a la vida lo claro y lo obscuro, a revolcarte un poco en el inmaculado lodo.

 

Te invito a que cuando no sepas, preguntes, tal vez juntos limemos nuestra ignorancia. A que cuando en soledad te hundas, llames, y te sorprendas ante tantas llamas solidarias.

 

Te invito a lo más difícil, a no competir, ¿quién decide que color u olor es más bello? Es tan absurdo . . . mejor sólo rodar y vivir, y nunca sentir una diferencia como atropello.

 

Te invito a crecer cada día compartiendo, a compartir el sano placer de compartir, a más fluir, reflexionar, regalar y sentir mientras el tiempo, harto de ser y reír, nos va, fugaz e indolente, consumiendo.

 

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EL TRASVASE


Mientras observaba el planeta desde el ventanal cuántico con la certeza de no ser visto, se preguntaba como era posible que esa especie ni sospechara su función, el fin para el que había sido creada y criada.

Le resultaba especialmente asombroso el hecho de que tenían ante sus ojos la respuesta, pero al parecer en sus esquemas mentales no había nada más difícil de sospechar que lo evidente.

Ellos mismos criaban y restaban vida a muchas especies para alimentarse en la etapa evolutiva en que se encontraban, ¿cómo era posible que no sospecharan que eran a su vez alimento de otros?¿Tendría relación con ese defecto que les hacía hablar de un ente creador infinito sin poder concebir su obra siquiera? Yo mismo conocí a quien programó esa tara, fue mi profesor durante un tiempo, durante la exploración de la Enana de Draco, la NGC 221 y la Nubes de Magallanes. Decía que hay una especie de armonía disarmónica en el universo, que si se programan dos actitudes o cualidades contradictorias, el resultado podía ser, no obstante, completamente armónico. Como la variación no afectaba al rendimiento energético de la especie, incluso lo aumentaba levemente, la asamblea lo aprobó sin mayores contratiempos.



Dio comienzo el trasvase: Nosotros, los Trubs, cosechábamos todo tipo de energía derivado de las diferentes formas de empatía, los Reins, por su parte, se alimentaban de la energía del conflicto. Para la especie emisora, conmovedora en su simpleza, un tipo de energía era mejor que la otra, lo cual en parte es lógico, por tratarse de una especie gregaria.

El acuerdo milenario con los Reins había mantenido una paz que, en principio, era más necesaria para nosotros que para ellos, pues el conflicto en sí les alimentaria y haría más fuertes, mientras nosotros deberíamos renunciar al enfrentamiento para vencerles. En el último conflicto, tanta energía acumulada tuvo que ser trasladada a las cercanías de un agujero negro para evitar la consiguiente contaminación.



Como en cada ciclo estelar, el trasvase duró apenas unos instantes, era la última cosecha: Para nosotros, una linea de energía orgónica que viajaba hasta nuestro hogar impulsada por si misma. Para los Trubs, la misma linea, en dirección opuesta, se dirigía a sus almacenes energéticos. Luego hicimos los cálculos conjuntamente basándonos en el acuerdo previo, que tanto disgustaba a los Reins, de que no sería anulada ninguna vida, por elemental que fuera, si no era imprescindible.

Mi buen amigo Ruk, tan aficionado al estudio de especies primitivas, intentó, a modo de pasatiempo, traducirlo al lenguaje de las criaturas:

En la década siguiente se ha de reducir la población en un veintitrés por ciento, pero sólo un tercio han de ser muertes por odio, a fin de garantizar la cosecha de los Reins. Programamos una sola epidemia, pues la extraña costumbre de amedrentarse entre ellos la transformaba en una especie sumamente vulnerable y colocamos suficiente combustible para provocar dos tsumanis y catorce terremotos. Las muertes por odio las resolvimos con un sencillo programa de reflejos de temores propios. Los Reins, como siempre, regatearon intentando que fuera programada una segunda guerra, pero nos atuvimos estrictamente a lo pactado. No podían comprender que protegiéramos a seres tan primitivos, tanto como nosotros no comprendíamos su afán por cosechar toda la especie en un sólo trasvase.

Ruk, observando una escena cotidiana de un pequeño grupo de criaturas me preguntó:



¿Crees que alguno de ellos sospecha su destino?



Lo dudo, contesté. ¿Lo sospecharíamos nosotros si la energía de nuestros ancestrales acuerdos con los Reins sirviera de sustento a una especie que se alimentara de equilibrio al igual que nosotros, los Reins y tantos otros nos alimentamos de desequilibrio?



Sé que menosprecias a este tipo de especies tan primitivas, me dijo, pero en algunas de ellas hemos detectado signos de búsqueda de ese equilibrio. Tal vez ellos estén más cerca que nosotros de aquellos a los que previsiblemente servimos de alimento.



Tal vez, esta zona siempre ha sido propensa a universos paradójicos, y tanta inestabilidad hace que cualquier rareza sea posible.



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EL TRASVASE


Al trasvase, más o menos continuo y cotidiano, de experiencias, información, emociones, confidencias, bromas y broncas, llamamos amistad.

La amistad, la menor y más ingenua hija del amor, está en el centro de todo trato humano, con mil máscaras, pero un único rostro que siempre es fiel reflejo del paterno.

Mientras siga deambulando por esta tierra, trasvasando luces, sombras y colores entre las diminutas estrellas que somos, la vida humana siempre será algo más que sobrevivir.

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¡DÉJAME EN PAZ!

(Texto para ser leído en sedes de partidos políticos, parlamentos verticales, cónclaves de obispos y reuniones de similar inmoralidad):



Ciudadanos de firmes certezas, mortales que se expresan como inmortales, adictos al inexistente orden inmutable, al poder y al control, adictos, en definitiva, al miedo, permítanme una observación:



Todos y cada uno de nosotros no somos más que niños ciegos encerrados en un cuarto oscuro e intentando obsesivamente explicarnos unos a otros cual es el verdadero color de la luz.



Así que, por favor, déjenme en paz.



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COMIENDO PIPAS SIN PARAR


Yo lo vi todo mientras comía pipas sin parar. Las pausas entre los crujidos de las pipas al quebrarse llegaron a estar en concordancia con las pausas del diálogo que mantenían ellos. Yo no era, en realidad, más que un testigo al que ambos ignoraban, concentrados como estaban en sus conflictos e intereses, un testigo cuya presencia no parecía importarles en absoluto.

El más alto colgó el teléfono. El otro, apuntándole de repente con una pistola con silenciador, le dijo:

Así que “yo lo liquido” . . .

No es lo que crees, le replicó, sorprendido, su amigo. Rufo me preguntaba si podía liquidar el problema yo sólo.

Ya, y el problema soy yo . . .

No, el problema es que tienes que devolver el dinero, eso no es negociable, pero el resto se puede solucionar.

Aunque lo devuelva estoy condenado y vendréis por mi.

No, ese es el acuerdo: devuelves el dinero, unas disculpas y asunto concluído.

No lo creo . . .

Es verdad, mira . . . dijo mientras se acercaba a la mesa del despacho. En el mismo cajón estaba la prueba de su inocencia, la que podía disipar las sospechas de su amigo y un revolver cargado. Me pareció que ni él mismo sabía cuál de las dos opciones elegiría tras abrir el cajón: poner la grabación de la conversación telefónica recién concluída o disparar a quien le encañonaba, su amigo de la infancia, con quien había recorrido tantos correccionales y cárceles.

Abrió el cajón y en ese mismo instante oyó el disparo al tiempo que sentía una punzada en su costado. Ahora sí se había decidido: empuñando el revólver aprovechó su último hilo de vida para apretar el gatillo contra quien acababa de dispararle. Los dos se desplomaron casi al unísono.

Y yo lo vi todo . . .

Mientras retiraban los cuerpos, un policía un tanto malhumorado me miró y dijo: Y con este loro, ¿qué hacemos? No hace más que comer pipas sin parar . . .



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HIPOCRÁS
 

El joven Hipocrás pensaba demasiado, ya lo había dicho su abuelo años atrás.

“ . . . Si los dioses del Olimpo nos crearon a nosotros los mortales, ¿quién creó a los dioses del Olimpo? ... ¿Y quién creó a los creadores de los dioses del Olimpo? ¿Existe algún ser que no cree a lo largo de su existencia? ...”

“ . . . Tal vez los dioses y los mortales estén hechos de la misma materia, más perecedera en unos que en otros, pero idéntica en su esencia. Tal vez todo ser posee un ánima cíclica, tal vez incluso toda materia ... ¿Tiene ánima un grano de arena?”

El padre de Hipocrás, agobiado ante el peso de tanta pregunta, algunas incómodas, descubrió para su hijo la vocación de pastor, a fin de apartarle en lo posible de la compañía de otros elementos extraños como él que pululaban por la polis.

Siete años después, necesitando comparar y compartir sus ideas con las de sus semejantes, Hipocrás solicitó el permiso paterno para volver a Atenas, pero le fue denegado: “No, no hace mucho le hicieron beber la cicuta a un viejo loco que preguntaba la mitad que tú. Sigue en el monte y conservarás la vida.”

Hipocrás se resignó y comenzó a escribir sus muchas preguntas y sus algunas respuestas en unas tablillas de barro que luego cocía con la abundante leña de los bosques y vitrificaba con arena del río. “Algún día caerán en manos de otro tejedor de preguntas como el viejo Sócrates, se decía, y ese pensamiento le consolaba en su soledad.

Llegó a reunir, a lo largo de treinta y siete años, mil quinietas veintiocho tablillas que su sobrino, dos semanas después de su muerte, vendió para ser trituradas y formar parte de los cimientos de uno de los tantos templos en honor de Apolo.

Uno de los esclavos que acarreó las tablillas enterró una docena con la idea de volver a buscarlas y engrosar, con su venta, sus ahorros destinados a comprar su libertad, pero nunca regresó, pues murió poco después de neumonía.

Las tablillas aparecieron a mediados del siglo XIX en un bazar de Estambul y meses después fueron nuevamente enterradas en los sótanos del Museo Británico.

Hipocrás no fue considerado un sabio hasta mediados del siglo XXV cuando, con casi todas las respuestas ante sí, el ser humano necesitó más que nunca deleitarse con el sabor de una pregunta.


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ATRAPADO EN EL TIEMPO

 

No cabía duda de que estaba atrapado en el tiempo. Para cerciorarse, fue comprobando uno a uno los síntomas:

Lagunas de memoria ocasionales, paramnesias frecuentes, miedo a la muerte, absurdas preguntas existenciales recurrentes, estrés no justificado, miedos irracionales, etc.

Estos accidentes suceden a veces, pensó, como las ancestrales colisiones entre vehículos, cuando nuestros antepasados se desplazaban dentro de primitivos cofres, algunos de los cuales conservan los museos.

Atrapado en el tiempo, uno de los mayores peligros de nuestra época, pero una experiencia muy interesante, según le habían informado, si consegíua sobrevivir . . .

Lo más peligroso es el principio, recordó, hasta que consigues identificar el papel que juega dentro de su ecosistema el ente en que has quedado atrapado.

“Tú recoge ese cachorro, yo llevaré estos dos, a ver si hay suerte y encontramos quien los adopte ahora que todavía son pequeños.”, dijo el empleado de la perrera sin mucho convencimiento.

 

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ATRAPADO EN EL TIEMPO

 

Quien más, quien menos, todos estamos atrapados en el tiempo.

Podemos quedar atrapados en las situaciones y miedos más insospechados: oír una moto ruidosa desde la cuna al tiempo que nuestros tiernos ojos ven por primera vez un pajarito puede dejarnos atrapados en el terror de ese momento y la consiguiente fobia a los diminutos dinosaurios. La caricia inocente sobre un gato malhumorado que responde con un arañazo fugaz y temeremos a los pequeños felinos el resto de nuestras vidas.

No somos más que niños asustados atrapados en el tiempo.

Tal es el terror que nos puede producir intuir tan sólo hasta qué punto nuestras vidas se encuentran en manos del más puro azar, que rehuimos la idea instintivamente.

Si en esta época extraña en que la esclavitud se mendiga le despiden de su trabajo, no sufra: tal vez le estén salvando la vida.

 

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LAS MARIQUITAS

 

Danilo era cordobés, emigrante, homosexual y una de las personas más educadas que he conocido en mi vida. Para unos era el Sr. Danilo López, para otros el mozo, o la mariquita, o el gallego puto, o ...

Para mi, Danilo era, a mis cinco años, el señor ingés, porque era la única persona que había conocido que se comportaba igual que ciertos actores ingleses, como David Niven, y yo estaba convencido de que sólo los ingleses actuaban así.

Danilo trabajaba de camarero en un restaurante de mi padre. Y éste tuvo que pasar unas cuantas horas, de algunas de las cuales fui testigo, explicando a sus amigos, en gallego y castellano, porqué le había contratado, siendo evidente, si no al primer golpe de vista, sí al segundo, que era homosexual, con el consiguiente perjuicio económico previsible para el local.

A principios de los sesenta, Uruguay era uno de los países más progresistas del mundo, pero el machismo y los prejuicios sexistas reinaban allí como en casi todas partes, y contratar un camarero homosexual, salvo que fuera para un local de clientela muy definida, era un riesgo.

Mi padre, que en política solía defender posturas más bien conservadoras, tuvo varios gestos así en su vida, llevando al extremo su carácter consecuente y dando la cara por derechos que décadas después se considerarían normales.

“Sí, es maricón, pero es el mejor camarero que he tenido, trabajador y educado, ¿por qué no se le va a contratar?”, les decía a sus amigos.

“Te va a hundir el restaurante”, contestaban ellos.

La sorpresa fue mayúscula: un par de meses después no sólo no había bajado la clientela del local, sino que había aumentado considerablemente, teniendo mi padre que contratar dos camareros más.

En el fondo, y a pesar de las apariencias, las personas no somos tontas, o lo somos menos de lo que aparentamos, y a todos nos gusta ser bien atendidos por una persona que disfruta con su trabajo, y un buen profesional de la hostelería es ante todo eso: una persona cuya satisfacción laboral va unida a la satisfacción de sus clientes. Y ese era el arte de Danilo, arte que primero las clientas y luego los clientes sin dudas sobre su identidad sexual, pronto aprendieron a valorar.

En un país donde tu peluquero era ruso, tu sastre judío, tu panadero italiano y la mitad de la hostelería gallega, no era extraño tener un camarero cordobés que se comportara como un mayordomo inglés. Lo curioso es que Danilo no hablaba ni una palabra de inglés, pero eso nunca me supuso un problema para considerarle británico, porque yo creía, no sé porqué, que los ingleses eran personas de muchos gestos y pocas palabras.

Y Danilo, efectivamente, solía ser muy parco en palabras. Un día sorprendí en la puerta del restaurante una conversación entre él y un amigo suyo, posiblemente su novio, sobre el oficio de camarero:

“Un buen camarero habla siempre poco, sólo lo indispensable. Así no se molesta al cliente y, de paso, puedes disfrutar con sus conversaciones, que siempre son interesantes, aunténticas novelas, verdaderos libros ...”

Recuerdo que pensé: “Ah, entonces, ¿los libros no están siempre escritos . . . ? Y eso cambió para siempre mi forma de mirar los libros y las palabras.

 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

LA CABEZA NO RESPONDE
 

Dias antes del tsunami que mató a casi trescientas mil personas, sólo los animales y los locos se apartaron instintivamente de las costas.

A los animales los llamamos bestias y así nos consolamos en nuestra simpleza. Al loco, que en nada es mejor o peor, le tememos. Es la diferencia lo que incomoda.

Tal vez no sepa captar ese detalle o formalismo social que le delata, pero sabe captar la tragedia en forma de ola enorme, miedo o mentira o el amor en formas inimaginables.

“La cabeza no me funciona”, me decía preocupado, hace años, un buen amigo.

“Si piensas que no funciona, ya está funcionando para pensar que no funciona”, le contesté. Y esa frase tan sólo alivió el ritmo de funcionamiento de la cabeza que no funcionaba, alivió su minúscula pero infinita tragedia.

En sociedades dementes y alienadas, ser catalogado como un loco no puede ser sino un halago y, en muchas ocasiones, un salvoconducto para que te dejen en paz.

Personalmente, sigo haciendo méritos para conseguirlo.

 

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TERROR EN LAS FILAS
 

"Dejemos de repetir a los jóvenes la vieja y sangrienta mentira: es dulce y honorable morir por la patria.”

Primero llegó el terror a ser alistados, pacifistas como eran ellos.

Luego el temor a no serlo, al escarnio público, a ser tachados de cobardes...

Finalmente siguieron el luminoso camino que, decían, señalaba la patria, y que conducía a la gloria.

El terror en las filas se desataba cada mañana ante la llegada del sargento primero. El terror de la instrucción fue constante pero no sirvió para imaginar cuanto habría de venir...

Aun tardaron un tiempo en darse cuenta que lo más terrorífico era que hubiera filas interminables de personas camino al matadero con la excusa de evitar terminar en el matadero...

Hoy muchos se preguntan de que sirve una patria sin personas que la habiten. Otros, sin embargo, aún creen que mejor una patria con dos patriotas y miles de muertos alrrededor, que una tierra en la que quepa quien no piensa como tú.
 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net



 

TERROR EN LAS FILAS
 

El terror comenzó con la primera pregunta: ¿por qué?, y todos, aterrorizados, inventaron respuestas: yo lo sé, yo lo sé . . . Y transcurrieron milenios luchando por la respuesta única, porque sólo una, decían, podía ser la verdadera.

Un día, el loco del pueblo preguntó: ¿y no será que la misma pregunta es la respuesta . . . ?

Todo es como es porque no podía haber sido de otra manera, si no, hubiera sido diferente. El loco fue nombrado alcalde y desde entonces intenta, en vano, presentar cada mañana su dimisión irrevocable.
 

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¡QUÉ SUSTO!

 

Diálogo entre dos palabras aterrorizadas huidas de cualquier tertulia:


 

Cuando oí que algunos tertulianos llevaban gomas en el bolsillo, salí corriendo . . .


 

Jo, ¡qué susto . . .!


 

Sí, menos mal que también he oído que hay un grupo muy ruidoso que está en contra de las gomas.


 

¿Una ONG que nos protege?


 

No sé, es un grupo un poco raro . . .


 

¿Y cómo dices que se llaman?


 

Vati ano, o Vaticano, o algo así . . .


 

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¡QUÉ SUSTO!


Mi primer susto no lo recuerdo, la naturaleza nunca es cruel y siempre nos evita dolores inútiles para sobrevivir o crecer, ¿qué se puede aprender de la brutalidad con que se nos suele traer al mundo?

Luego empezaron las lecciones:


 

El susto ante una discusión de mis padres, la lección de que las personas discuten, incluso las más cercanas.


 

El susto de una máscara a los seis años, la lección de que las apariencias engañan y que las máscaras esconden rostros que se esconden tras la máscara que esconden rostros.


 

El susto de descubrir que tus padres son extranjeros y extraños en la tierra donde vives, la lección de que si siempre eres extranjero, ninguna bandera te ata, sólo las personas y las costumbres de cada lugar.


 

El susto al descubrir un dios extraño reflejado en dos libros contradictorios: o es ira o es amor, la lección de que cualquiera puede decirse portavoz de cualquier dios.


 

El susto de los primeros besos, la lección de que lo tenido por maravilloso e inalcanzable puede llegar a ser cotidiano y hasta monótono por repetido.


 

El susto de la frialdad de un arma en la mano, la lección de que en alguna parte debía estar muy asustado para prestarme a ese juego.


 

El susto ante la incomprensión, la lección de la esperanza de aprender.

Cada día, nuevos sustos y nuevas lecciones . . .


 

Y el susto final al descubrir que la realidad de los hechos se disuelve en el ácido de los miedos, y que esa fantasía envenenada pasa a diario a ser nuestra realidad . . . Joder, ¡qué susto!


 

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

 

 

ENTRE LÍNEAS


Entre líneas intentando comprender apenas algo de cuanto nos rodea, entre líneas, con fe en no creer, con fe en la no fe verdadera.

Entre líneas y sin acentos, entre líneas, la vida dibujando. En la línea de la memoria, el viento, en el horizonte, la certeza flotando.

Entre líneas, respetando la verdad, mientras descubrimos sus mil caras. Entre líneas, entre amigos, entre textos, cosechando claras palabras claras.

Entre líneas suaves vagaremos, hasta encontrar el fluir de palabras de perfecto significado imperfecto, de vago mensaje, vivas y aladas.

Entre líneas, entre palabras, entre acuerdos, entre todos, entrevistemos a la vida disfrazada de entrelineas, y dibujemos su sonrisa más clara.


Nekovidal 2009 –
nekovidal@arteslibres.net