TEXTOS TERTULIA ENTRELÍNEAS III (2011)
Francisco Antonio Vidal (Nekovidal)
Juego literario: texto usando repetidamente palabras que comiencen por la misma
letra
H
Hijo del hoy, que has henchido la hueca herida de hielo y horneado la historia de todas las huestes: honra el humo, que ya ni es hoguera, porque sólo eso hay.
L
Llevaba al lado de los lemas y la lógica la locura ligera que liberaba el limbo de su libertad.
N
No nací negando nulidades sino nadando sobre nuncios, nacionalidades y necedades, por eso no niego a nadie que nade en la nebulosa neblina de la nada.
O
Orondos ornitorrincos oteaban con ojos de orla la oscura orquesta de oropeles de obsoletos orgullos ordenados.
R
Retenida por el rencor, roía la ruina de su retórica rutinaria, mientras rumiaba como rendir su risa ente el rey.
S
Si supo salir de la sensación de saber y así supo, es porque antes saboreó la sensación de sosiego del no ser para ser, el sensato sentimiento de la soledad.
T
Tenía todos los tesoros: tesón, ternura y temeridad. Tomaba todas las tonterías por tales, y eso tenían todos que tolerarlo, como a tantas otras taciturnas tristezas trenzadoras de tiempo, esas que transitaban las tórridas terrazas del tedio temporal.
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net
LOS VERDADEROS
HÉROES DE LA HISTORIA HUMANA: STETSON KENNEDY
La historia del Ku Klux Klan está sometida, como la de cualquier organización humana, a altibajos, momentos de gran expansión y momentos de declive.
Fuera de Estados Unidos es poco sabido que, en ciertas épocas, no se limitó su nefasto campo de acción a los estado sureños, sino que se extendió peligrosamente por prácticamente la totalidad del país.
Fundado por seis jóvenes de origen escocés (de ahí que utilizaran el término klan, unido a kuklos, del griego, círculo) al final de la Guerra Civil Americana (1861-1865), se extendió con mayor o menor fortuna por los estados sureños, llegando a tener, en la segunda década del siglo XX, ocho millones de seguidores.
Durante la Segunda Guerra Mundial tuvo momentos de decadencia, pues su idea secesionista no encajaba en un país que necesitaba estar unido ante un enemigo exterior. Pero terminada la guerra, el KKK volvió y resurgió con gran fuerza.
Atlanta, la ciudad a la que los seguidores del KKK llamaban pomposamente “la Ciudad Imperial del Imperio Invisible del KKK” era también la tierra natal de Stetson Kennedy, nacido en 1916, y que cuenta en la actualidad con 95 años.
Stetson nació en el seno de una familia acomodada sureña, y un hecho transformó sus ideas hasta convertirle en un luchador infatigable por la igualdad y los derechos civiles de los ciudadanos afroamericanos: Flo, una sirvienta negra de la familia, que prácticamente le había criado, fue secuestrada, atada a un árbol, golpeada y violada por miembros del KKK. Su delito había sido reclamar a un cobrador de tranvía que le había dado mal el cambio del billete.
A partir de entonces Stetson se transformó en un luchador contra el racismo y la intolerancia en general.
Publicó muchos artículos en prensa y revistas, pero comprendió que no resultaban efectivos ante la opinión pública, pues el KKK contaba con apoyos en la administración, la policía, y buena parte de la población blanca. Se percató, al mismo tiempo, que era una organización cuyo funcionamiento interno era completamente desconocido, así que se infiltró en ella, aprovechando que un tío suyo había llegado a ser en el pasado un líder de la misma.
Toda la información que iba recabando la suministraba a diferentes periódicos progresistas que la hacían pública, lo cual incomodaba a los seguidores del KKK, que se sabían infiltrados, aunque desconocían la identidad del espía.
Pero la información desvelada no parecía suficiente para que la mayoría de los norteamericanos blancos comprendieran el peligro social que significaba ese grupo.
En 1947 Kennedy tuvo la idea genial que le haría dar un giro a la historia universal y cuyo alcance es difícil llegar a imaginar siquiera: se puso en contacto con Stephen J. Dubner, director del programa de radio de la serie Superman y con los guionistas del mismo, todos ellos de ideas antirracistas. Les facilitó toda la información que tenía sobre el grupo: los rituales, el argot y hasta las contraseñas con las que se movían.
A lo largo de dieciséis capítulos, los demenciales seguidores del KKK fueron reiteradamente derrotados por el superhéroe americano, completamente ridiculizados, y sus rituales secretos mostrados como gestos estúpidos de hombres brutos e ignorantes.
Para comprender el alcance social que tuvo tal acción, debemos recordar que Superman era el personaje de ficción idolatrado por todos los niños y jóvenes estadounidenses de la época, y sus acciones eran modelos incuestionables a seguir. El mismo superhéroe que ya había derrotado a lo largo de cientos de capítulos a Mussolini, Hitler y a Hirohito, se enfrentaba ahora al KKK, venciéndoles humillantemente.
El discurso colérico de uno de los líderes del grupo racista en una reunión a la que también asistió Kennedy, al día siguiente de la emisión del primer programa, nos puede dar una idea del impacto que éste tuvo en la organización:
“Cuando regresé a casa anoche, mi hijo se encontraba con un grupo de niños, algunos con toallas atadas alrededor del cuello a modo de capas y otros con fundas de almohada en la cabeza. Los de las capas perseguían a los de las fundas por todas partes. Cuando les pregunté qué hacían, me dijeron que estaban jugando a un juego nuevo de policías y ladrones llamado Superman contra el Klan. ¡Acabar con los malos, lo llamaron! Conocían todas nuestras claves secretas. ¡No me había sentido tan ridículo en toda mi vida! ¿Imagináis que mi propio chico encuentra un día mi túnica del Klan?”
En realidad, las claves desveladas no tenían tanta importancia, pero sí la ridiculización de sus miembros, presentándoles como "los malos" y, sobre todo, el efecto de hacer prácticamente imposible que los millones de miembros del Klan extendieran sus enfermizas ideas entre sus hijos, pues para hacerlo tenían que decirles que Superman, su héroe incuestionable, se había equivocado al elegir a su nuevo enemigo, lo que cuestionaría, sin duda, su autoridad paterna.
El efecto sobre la organización fue implacable: el KKK nunca volvió a tener poder en los estados del norte, quedando reducido al grupo minoritario radical que aún hoy pulula por los estados sureños.
El historiador estadounidense Wyn Craig Wade llegó a calificar a Stetson Kennedy como “el factor individual más importante en la prevención del resurgimiento en la posguerra del Ku Klux Klan en el norte”.
Su victoria tuvo, desde luego, un precio: de igual forma que ha sido homenajeado por innumerables asociaciones defensoras de los derechos humanos en Estados Unidos y en el resto del mundo, estuvo amenazado de muerte durante muchos años, su casa, y con ella gran parte de sus documentos, fueron destruidos en un incendio provocado y, cuando se presentó a las elecciones a gobernador de Florida, ante la enorme campaña de acoso de conservadores y ultraconservadores, llegó a decir de sí mismo: “He llegado a ser el hombre más odiado de Florida”.
Finalmente tuvo que exiliarse en Europa, donde en 1954 escribió el libro “El Klan desenmascarado”, que fue publicado por su amigo Jean-Paul Sartre.
Stetson Kennedy ha venido a demostrar a la Humanidad que, mucho más efectiva que cualquier arma, es una idea inteligentemente utilizada, y nunca sabremos cuanto le debemos a su esfuerzo en pro de los derechos humanos, ni como hubiera transcurrido la historia de la segunda mitad del siglo veinte si el imperio militar y económicamente dominante, los Estados Unidos, se hubiera transformado en una sociedad cerrada y más racista y xenófoba, aunque el caso de la Alemania hitleriana nos puede dar un pista nada tranquilizadora al respecto.
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net
TEMA LIBRE: 15M: UN
FUTURO POSIBLE
El 15 de mayo de 2011, coincidiendo con profecías mayas que hablaban de un cambio de rumbo para la Humanidad, que muchos interpretaron en un primer momento como el anuncio del fin de ésta, nació en una plaza de Madrid, la llamada Puerta del Sol, el movimiento ciudadano llamado 15M.
Tras la ilusión inicial, que movilizó a cientos de miles de personas, pareció perder fuelle, aunque se mantuvieron activos todos los grupos que habían dado lugar a él.
En el obsoleto parlamento oficial de aquella tierra, llamada entonces España, el modelo democrático nacido dos siglos antes comenzó a descomponerse víctima de sus propias contradicciones.
Las elecciones generales habían dado el triunfo a los partidos conservadores, con lo que la permisividad inicial hacia el movimiento ciudadano se transformó en persecución más o menos encubierta.
No pudiendo reunirse pacíficamente en las plazas como habían hecho hasta entonces, los ciudadanos se refugiaron en Internet, donde encontraron cierta seguridad, al tiempo que informaban incansablemente al resto de sus conciudadanos sobre los entresijos de un sistema corrupto que sólo conservaba de democrático el nombre.
La ola de indignación continuó creciendo, con la inesperada ayuda de un gobierno conservador que ni se molestaba en esconder, ni podía, sus juegos políticos y su pésima gestión económica, esquilmando toda la riqueza pública mediante privatizaciones, agravadas por innumerables casos de corrupción, al tiempo que se agudizaba la crisis económica y aumentaba el paro.
Aún pasarían dos años hasta que el Parlamento Ciudadano Digital contó con el número suficiente de personas que votaran en él, al tiempo que renunciaban al voto en las elecciones de los partidos políticos, que hacían campañas publicitarias tan costosas como inútiles, generosamente subvencionadas por la banca.
Cuando el número de ciudadanos que votaban en un sistema democrático participativo a través de la red sobrepasó el sesenta por ciento, la clase política comenzó a preocuparse seriamente: redujeron sus sueldos y privilegios, que pasaron a ser compensados por generosas donaciones ocultas de la banca, y admitieron algún tipo de participación de los ciudadanos en los plenos parlamentarios, comenzando a llevar a cabo ciertas reformas que habían sido reivindicadas por éstos desde mayo del 2011, pero ya era tarde, la mayoría votó mantenerse al margen de un sistema que ya sabían completamente dependiente de la banca y las grandes corporaciones empresariales.
Se intentó hacer obligatorio el voto, pero fue inútil: ni se votaba ni se pagaban las multas por no votar. Cuando dichas multas se empezaron a descontar directamente de las cuentas bancarias de los ciudadanos, éstos optaron por cancelarlas y guardar en sus casas sus ahorros, con el consiguiente perjuicio para la banca, que se debatía, sin solución, entre sus intereses y sus intereses, como de costumbre.
El siguiente paso fue la objeción fiscal: el ya sesenta y cinco por ciento de los ciudadanos se negó a pagar impuestos salvo que éstos fueran administrados por ellos mismos mediante votación de los presupuestos generales a través del parlamento digital, el único que sentían que les representaba.
Esta acción, paradójicamente, tuvo poca repercusión en España, pues la mayoría de los impuestos sobre la renta se descontaban directamente de las nóminas de los asalariados, que significaban el setenta por ciento de la recaudación total, pero fue una medida sumamente efectiva en otros países de Europa.
Los ciudadanos optaron luego por utilizar otra herramienta a su alcance: el consumo: Se fueron confeccionando listas de bancos y empresas corruptos o que fomentaban guerras y especulaciones financieras, centrando la acción contra un conjunto de ellas, que acababan con grandes pérdidas al cabo de pocas semanas. Éstas reaccionaron comprando y vendiéndose mutuamente las acciones, a fin de desorientar a los ciudadanos, que decidieron entonces ir creando sus propias empresas y cooperativas, todas administradas horizontalmente mediante un sistema de democracia participativa, y sustentadas con los millones de euros que constituían los ahorros guardados por las familias en sus propias casas.
Las recién creadas cooperativas utilizaron como medio de publicidad, que resultó asombrosamente efectivo, la renuncia a la obsolescencia programada de la que hacían uso el resto de las empresas: cada aparato fabricado en las cooperativas de la red 15M era entre tres y diez veces más duradero que los habituales en los comercios. Este hecho, unido a las carencias provocadas por la crisis en la clase media, provocó un enorme e inesperado aumento de la demanda, al poder adquirir los ciudadanos aparatos y utensilios de todo tipo de mucha mejor calidad que los habituales y al mismo o menor precio.
Las cooperativas 15M, autogestionadas por sus propios trabajadores, tenían tales índices de crecimiento, que se multiplicaban por todo el mundo, dando trabajo a millones de parados, que disfrutaban de salarios por encima de la media, al repartirse la plusvalía que en las antiguas empresas pasaban a engrosar la fortuna de una minoría dirigente o directamente de la banca que las financiaba y controlaba.
Los bancos y sus portavoces, los políticos, pensaron: si no les permitimos crear esas cooperativas, no dejarán circular el capital y nos arruinaremos, y si se lo permitimos, serán nuestros competidores, y tuvieron que optar, inevitablemente, por lo segundo.
Los verdaderos y poderosos dueños del mundo empezaron a impacientarse e intentaron, como último recurso, hacer uso de una herramienta que había resultado muy efectiva en dos ocasiones, un siglo antes, para neutralizar movimientos obreros y ciudadanos de todo tipo: una nueva guerra mundial.
Se pretendió enfrentar a Europa con los pueblos musulmanes del otro lado del Mediterráneo, con el pretexto de un fortalecimiento del integrismo religioso, pero los ciudadanos de ambas orillas no cayeron en la trampa. Fue el gran examen para el pacifismo del que siempre había hecho gala el 15M.
Nunca vieron las calles de Europa manifestaciones mayores que las de entonces, con millones de personas diciendo no a la guerra y miles de soldados, ya demasiado acostumbrados a participar en acciones humanitarias, negándose a participar en ella. Fue entonces cuando el sistema recurrió, sin miramientos, y despojándose de su máscara, a la violencia. Miles de mercenarios llegados de todas partes del mundo, y muy bien pagados por la banca, recorrieron las calles de la mitad de las calles de Europa disolviendo violentamente cualquier pequeño grupo de ciudadanos que encontraran debatiendo en las plazas.
Pero quedaba internet, la red que no podían desconectar sin sufrir enormes pérdidas económicas, pues bancos y grandes empresas, en su codicia, habían reducido sustancialmente sus plantillas de trabajadores, sustituidos por los muy efectivos sistemas informáticos.
Fue entonces cuando el azar sonrió al 15M, dándole el impulso final definitivo: en China también había movimientos contestatarios, pero de índole diferente a los europeos, surgidos de una recién nacida clase media que reclamaba mejores servicios e infraestructuras sociales, y fomentados por los servicios secretos estadounidenses, que veían pasar su hegemonía mundial a manos chinas, pero no podían enfrentarse de una forma directa, ni comercial ni militarmente, al renacido y ancestral imperio, pues ambos poseían armamento nuclear.
El gobierno chino, incapaz de combatir eficazmente la corrupción, y consciente del peligro que significaban las revueltas, optó por apoyar y adoptar el modelo de democracia participativa nacido en Europa, a fin de debilitar a sus competidores gobiernos occidentales, y porque lo consideraron más cercano, al menos teóricamente, a su cultura e ideología, y un mal menor comparado con la alternativa: un país dividido y sumido en el caos, como ya había sucedido siglos antes con la llegada de la marina británica, durante las humillantes Guerras del Opio.
Las ya miles de cooperativas 15M distribuidas por todo el mundo eran, además, muy buenos clientes del gigante asiático, y la carencia de materias primas hacía de la fabricación de aparatos sin obsolescencia programada una alternativa válida para China, y la única forma de poder garantizar un nivel de vida suficiente para sus ciudadanos, neutralizando así parte del descontento de los mismos. Para China, pasar de la producción en masa de objetos baratos y de poca calidad, a una producción cualitativamente superior significaba desbancar definitivamente del liderazgo económico mundial a Estados Unidos, a Japón y a la Unión Europea, incapaces ya de competir, ni siquiera tecnológicamente, reservándose cada bloque una especialidad técnica sobre la que sustentar su actividad económica.
Una vez trasladado el poder a los ciudadanos, a través de parlamentos digitales en que se votaba protegiendo las elecciones con los sistemas informáticos más efectivos, los mismos que hasta poco tiempo antes se usaron para salvaguardar las transacciones bancarias, las transformaciones sociales fueron sucediéndose una tras otra: La prohibición de los paraísos fiscales, votada casi por unanimidad, supuso el primer recorte al monstruoso poder acumulado hasta entonces por la banca y los especuladores financieros. Los políticos perdieron prácticamente todos sus privilegios, pasando a ser meros funcionarios dedicados a redactar las leyes votadas por los ciudadanos.
También se propusieron y aprobaron, entre otras, leyes de limitación de acumulación de riqueza, leyes de prohibición de conflictos bélicos, quedando los ejércitos para labores de protección civil ante catástrofes naturales, y de policías de los derechos humanos, siempre bajo las órdenes directas de los parlamentos digitales, aprobándose al mismo tiempo leyes de reconversión de la industria de armamento.
Aprobadas por amplia mayoría, a pesar de la campaña en contra financiada por la banca, fueron las leyes de distribución gradual del trabajo, reduciéndose paulatinamente las jornadas laborales, al repartirse el trabajo entre toda la población activa existente, terminando así con el paro, y viniendo a demostrar, a los sorprendidos ciudadanos, el verdadero poder de la riqueza pública que, administrada de una forma racional, proveía a todos de un nivel de vida mucho mejor de lo esperado.
Las nuevas leyes de enseñanza, de las más debatidas, aplicaron finalmente los sistemas pedagógicos que ya habían demostrado su efectividad en la formación y enriquecimiento de la personalidad de los niños, tanto como en el desarrollo del pensamiento crítico, sistemas a los que la clase política hasta entonces había marginado, pues daba lugar a ciudadanos demasiado contestatarios para un sistema social jerárquico y vertical como el creado por ellos y las grandes corporaciones bancarias y empresariales, que habían regido los destinos del mundo durante los últimos siglos.
Así se sentaron, poco a poco, las bases de las primeras generaciones de humanos realmente libres, los primeros que nacieron en sociedades que les garantizaban, por el simple hecho de nacer en su seno, protección, alimento, formación y vivienda, a cambio de apenas dos horas de trabajo diarias pues, como ya habían calculado economistas independientes décadas antes, tan sólo esa jornada laboral era necesaria para mantener el mismo nivel de vida del que hasta entonces disfrutaba la clase media de los países desarrollados, al utilizar para el bien común, y no el una minoría, las enormes posibilidades de la tecnología ya creada.
El aumento del tiempo de ocio y de posibilidades de acceso a la cultura dieron lugar a tal explosión cultural, que se habló de un nuevo Renacimiento, esta vez global.
Ése fue el comienzo del fin de un sistema y el nacimiento de otro, que aún tardaría dos décadas en perfeccionar su funcionamiento, y casi un siglo en extenderse hasta el último rincón del mundo.
Hoy en día, cuando se estudia aquel movimiento ciudadano, y especialmente el sistema obsoleto que le precedió y que dio lugar a él, suelen ser los niños pequeños, siempre ansiosos por comprobar que los adultos también hacen tonterías, los que más ríen cuando se les explica que, no hace tanto, muchas personas mayores creían vivir en un sistema democrático porque depositaban, una vez cada cuatro años, un papel con unos nombres de personas a las que ni conocían, en una caja que llamaban urna, cediendo así a esas personas todos sus derechos de decisión social durante los cuatro años siguientes.
Los adolescentes también, con la rebeldía propia de la edad, ríen a carcajadas comentando esas rarezas estudiadas en las clases de historia.
Nerja, 14 de abril de 2211
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net
SERIE AFORISMOS: "LA
NO VIOLENCIA ES EL ARMA QUE CAMBIARÁ EL MUNDO"
La no violencia es, seguro, el arma que cambiará el mundo, porque todas las demás armas ya las hemos probado, y lo que han cambiado ha sido poco más que el tipo de arma a usar.
Hemos llegado al extremo de poder destruir el planeta y toda la vida que contiene, potencialmente, decenas de veces, con varios miles de bombas atómicas en nuestro patético, siniestro y ridículo haber.
La no violencia cambiará, antes o después, el mundo, porque ya no nos queda ninguna locura violenta por probar, violencia y locura definidas y catalogadas por razas, religiones, patrias, ideologías, comunidades, familias, parejas y hasta individuos que agreden a sus semejantes e, inevitablemente, se agreden a si mismos.
Pero, sobre todo, la no violencia cambiará el mundo porque nuestra especie al fin va saliendo, según parece, de la adolescencia, y porque no tenemos otra alternativa de supervivencia a largo plazo.
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DESOBEDIENCIA CIVIL
Aunque ninguno de los dos podía dar, obviamente, y eso lo comprendí muchos años después, otro “porqué” que no fuera “su porqué”, mi padre siempre daba “un porqué”, mientras mi madre se limitaba a dar, ineludiblemente, “su propio, único y categórico porqué”.
Tuve la suerte de poder disfrutar durante la infancia de la lección diaria de observar dos extremos de la naturaleza humana pero, aún así, la vida sigue dándome sorpresas a diario . . .
Hace muchos años, un día, supongo que un tanto estresada por mis travesuras infantiles, mi madre sentenció:
“Esta vez no te salvas, esto lo vas a hacer como que hay Dios”.
“¿Por qué?”, pregunté.
“Porque lo digo yo”, gritó.
Fruncí el entrecejo, crucé los brazos, puse esos morritos tan propios de los cinco años y dije: “No”.
Dije “No” y asumí las consecuencias, bastante desagradables, por cierto, supongo que porque comprendí, intuitivamente, que ese “porqué” no era un “porqué” suficiente, y que admitirlo como tal era el principio de un camino insano y autodestructivo. Dije “No”, y no lo hice.
Creo que fue mi primer acto de desobediencia civil, y también la primera prueba que tuve de que Dios, al menos tal y como nos lo pretenden mostrar los teóricos de cualquier religión, y quienes vocean sus múltiples nombres, no existe.
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ESPERANDO
He visto tantas veces esa cara tras el cristal, a veces mirando desconfiada, a veces aparentemente cansada, a veces con la mirada perdida, seguramente en alguna idea reciente o en algún recuerdo lejano, y otras veces, muchas, tan sólo indiferente . . .
Durante años, día tras día, cumpliendo puntual un extraño ritual matutino.
Pero hoy, por primera vez, me he preguntado, esperando, ingenuamente, una respuesta: ¿realmente me conoce ese tipo que me observa, cada mañana, mientras me afeito?
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VIKINGOS
Alguien me preguntaba, hace un tiempo, qué fue lo que hizo de los griegos uno de los pueblos clave de la cultura occidental. Puesto que era algo sobre lo que me había interrogado a mi mismo hacía años, respondí con la conclusión a la que llegué en su momento: ser un pueblo tan viajero como curioso.
Si se compara con la cultura egipcia, más antigua y sin duda más poderosa en muchos aspectos, pero de mucha menor influencia en la historia, se comprende fácilmente la diferencia. Los egipcios vivieron durante decenas de siglos prácticamente encerrados en torno al Nilo, mientras que los griegos viajaron incansablemente y tuvieron, además, la suerte de que uno de sus primeros y mejores viajeros fuera también un buen historiador: Heródoto.
Heródoto, viajero incansable, aprendió a mirar lo diferente sin juzgar, algo que hoy sabemos imprescindible en cualquier buen historiador, pero esa actitud era una innovación en su época, como sigue siendo una rareza en la nuestra. Lejos de hablar de pueblos o personas salvajes, crueles o primitivos, se limita Heródoto a describir sus costumbres, sus ropas y formas de expresarse, siempre evitando adornar o deslucir esa información con cualquier opinión personal.
Ese arte de evitar el juicio cargado de prejuicios les llevó a dudar, y a partir de la duda germinó la filosofía, luego la aritmética, y de la mano del pensamiento matemático, el embrión de la ciencia. Surgió luego la oratoria, para debatir y poder, siempre de la mano de la duda, aumentar los conocimientos adquiridos compartiéndolos. En lo social nació, inevitablemente, algo parecido a lo que hoy día llamamos democracia.
Se transformó así Grecia en una cultura que aún hoy nos asombra en algunos aspectos, mientras en otros no puede evitar mostrar la rudeza de la época en que floreció, una cultura que es estudiada en las escuelas de prácticamente todas las demás culturas humanas.
Un papel similar de pueblo viajero, aprendiz y maestro a la vez de las diferentes tonalidades a que puede dar lugar la imaginación humana, lo tuvieron en la mitad norte de Europa los vikingos o normandos, que no se dedicaban, como nos han contado las crónicas cristianas medievales, exclusivamente a la piratería, sino mayoritariamente al comercio de ideas y mercancías.
Su enorme influencia en la mitad norte del continente fue decisiva para crear una forma de vida que, vista desde nuestro ombligo cultural, el Mediteráneo, nos puede parecer simple o primitiva, pero que fue lo suficientemente pujante como para tomar el relevo de los imperios y culturas del sur en los últimos dos siglos, aunque ello diera lugar tan sólo, justo es decirlo, a dos siglos más de colonialismo europeo.
Se puede decir, simplificando la historia, que esos dos pilares de pueblos viajeros y navegantes, ambos aficionados a buscar lo desconocido, incluso dentro de sus propias mentes, son los que han soportado el peso de nuestros complejos, carencias y grandezas culturales.
Ese fue el principio del camino de una cultura, la occidental, tan agresiva y guerrera como cualquiera, pero que supo conservar el tesoro del saber dudar, ese ejercicio que todos creemos saber hacer y tan pocos son capaces de llevar a cabo.
Ese tesoro, la duda, compensó en parte una historia llena de guerras de colonización, genocidios y dolor porque, a través de la duda, surgió en algunas de esas mentes occidentales la ciencia, de la que podemos estar orgullosos, y esa misma duda hizo surgir poco después los derechos humanos, pues alguien se atrevió a dudar que algún dios hubiera decidido para los humanos un eterno e inamovible sistema de castas.
La duda es, al mismo tiempo, el mejor ejercicio y alimento para la mente, tanto como un veneno que puede destruirla, pues es tal su poder, que la dosis debe ser exactamente la justa y, paradójicamente, sólo una mente sana sabe apreciar cuál ha de ser esa dosis.
Si hablamos con un buen científico, asombra con que facilidad asume la duda cuando no encuentra una respuesta ante determinada pregunta. Por el contrario, una persona integrista, bien en ideas políticas, religiosas o de cualquier tipo, o una mente enferma, son incapaces de cuestionar, ni por un instante siquiera, la idea o credo en que se encuentran cerradas.
El autoengaño ha destruido la capacidad de dudar, tal vez como patético mecanismo de defensa, y la mente ya se habrá transformado en un erial donde ninguna idea razonable o constructiva puede germinar.
De ese pequeño pueblo que supo alimentarse con la duda seguirán hablando los seres humanos durante siglos, mientras a los otros, poderosos, crueles y autoengañados en su enajenación, le reservará la historia el espacio gris de las guerras y los imperios.
Porque la civilización, o la persona, que ha perdido la capacidad de dudar estará, en consecuencia, absolutamente convencida de que es el resto del mundo, o al menos a quien no pueda manipular y sumergir en su juego, quien tiene un problema, y ese es y será, para su desgracia y la de quienes estén cerca, su gran e irresoluble problema.
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PARADOJAS
El concepto de paradoja, cuando profundiza en él, atemoriza al ser humano, especialmente al occidental, porque lo presiente como un peligro para su ego, para lo que cree equivocadamente que es la esencia de su ser.
Es una incertidumbre similar a la sentida ante la idea de la muerte, el eterno miedo humano a cuanto no puede incluir en su fantasía constante de creer que puede controlar algo de lo que acontece a su alrededor.
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BAJO PRESIÓN:
STANISLAV PETROV, EL HOMBRE QUE SALVÓ A LA HUMANIDAD
En 1983, el búnker Serpukhov-15, era el centro de mando de la inteligencia militar soviética, el lugar desde donde se coordinaba la defensa aeroespacial rusa. Su misión era, en plena Guerra Fría, alertar de cualquier ataque, con lo que se iniciaría el proceso para contraatacar con armamento nuclear a su odiado enemigo, los Estados Unidos de América, si éste se atrevía a iniciar un ataque.
El 26 de septiembre de ese año, de repente, una sinfonía de alarmas sonoras y luminosas inundó la sala de mando del búnker: “Camarada Petrov, alerta máxima”, gritó el oficial que se encontraba ante las pantallas del radar.
Petrov dio la primera orden: “Desconecten esas alarmas”. La sala se sumió entonces en un profundo silencio, y en algunos oficiales, los más jóvenes, las primeras gotas de sudor comenzaron a brotar de sus frentes”.
La información
emitida por las máquinas, en su frío lenguaje, no dejaba lugar a dudas: un misil
balístico intercontinental americano se había lanzado desde la base de Malmstrom
(Montana, EEUU) y en veinte minutos alcanzaría la U.R.S.S.
Todas las miradas se dirigían, alternativamente, hacia la pantalla del radar, en
la que un minúsculo punto luminoso se desplazaba lentamente hacia el mapa de la
Unión Soviética, y hacia la cara tensa del teniente coronel Stanislav Petrov, de
cuarenta y cuatro años, que ese día era el oficial de guardia.
Todos sabían que las órdenes eran informar inmediatamente, a fin de lanzar los misiles nucleares de respuesta, y sabían también que esa orden significaría el final de todo, de sus vidas, de la de todos sus seres queridos, de la Unión Soviética, de esa revolución en la que desde niños les habían dicho que vivían, la muerte de cientos o miles de millones de personas, el Apocalipsis, la desaparición de la Humanidad.
Petrov, con la mirada clavada en el radar, pensó, sin quererlo, en voz alta, y dijo lo que habría de repetir días después ante sus encolerizados superiores militares: “No puede ser, nunca atacarían con un sólo misil, tiene que ser un error de la computadora”.
A los pocos minutos, otras cuatro señales aparecieron sobre la pantalla, la tensión subió en la sala del búnker y hasta un joven oficial se atrevió a recordarle a Petrov las órdenes recibidas: “Debemos informar, camarada coronel”.
“Las máquinas se equivocan, respondió Petrov, esperemos unos minutos más”.
Nunca sabremos qué pasó durante esos minutos por la cabeza de Petrov: tal vez simplemente creyó que se trataba de un error de los satélites o las computadoras, como siempre mantuvo, o tal vez pensó, con ese extraño humanismo tan ruso que les hace disfrutar del canto, la amistad y el alcohol, que si habría de desaparecer media Humanidad, no había razón para destruir a la otra mitad, sólo por la decisión demencial de algún político. Lo cierto es que nunca sabremos qué pensamientos surcaron su mente durante esos minutos bajo presión.
Finalmente se descubrió que era una falsa alarma, causada por una rara conjunción astronómica entre la red de satélites rusos, la Tierra y el Sol, coincidiendo con el equinocio de otoño.
Este incidente, llamado precisamente así, el Incidente del Equinocio de Otoño, avergonzó a los altos cargos soviéticos, que vieron poner en entredicho la base misma de la llamada Guerra Fría, el miedo mutuo a una mutua destrucción total. Consideraron que el teniente coronel Petrov se equivocó en su decisión, a pesar de haberles salvado la vida a ellos y al resto de la Humanidad, por lo que le castigaron y ocultaron el incidente, hasta ese punto puede llegar la estupidez de la muy mal llamada inteligencia militar.
Cuando le preguntaron porqué no había dado la alarma y la orden de contraataque, Petrov, simplemente contestó: “La gente no empieza una guerra nuclear con sólo cinco misiles“.
Hoy Stanislav Petrov, de 71 años, sobrevive solo, con una pequeña pensión, en un diminuto apartamento en Friasino, a 40 km de Moscú, y no ha habido en toda la Humanidad una sola persona o asociación que haya sabido agradecer y recompensar su actitud lógica y humanista a la vez, su sangre fría, gracias a la cual nuestra especie, y tantas otras formas de vida, siguen habitando este planeta.
El premio Nobel de la Paz, que nunca hubiera sido más justamente adjudicado de habérsele concedido al ciudadano Petrov, sigue reservados para otros.
Ese 26 de septiembre de 1983, como tantas veces había sucedido antes, y como tantas otras volverá a suceder, un ser humano salvó a otro ser humano, en este caso, a todos ellos, y para hacerlo comprendió que, a veces, sólo hay un camino posible: desobedecer.
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SERIE AFORISMOS: “SI NO ESPERAS LO INESPERADO, NO LO RECONOCERÁS CUANDO LLEGUE”. (Heráclito de Efeso)
Pero . . . si se espera lo inesperado, ¿no pierde éste su naturaleza de tal?
P.D.: Cuidado con los griegos, no sólo le daban al vino en sus fiestas dionisíacas, sino que sus oráculos bebían una infusión de cornezuelo de centeno (ácido lisérgico, similar al LSD) para comunicarse con sus dioses, por lo que se puede esperar de ellos cualquier genialidad, o afirmaciones como que las habas tienen alma, pero las mujeres no, y el cerebro sólo sirve para refrigerar la sangre, ambas de Aristóteles.
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AFORISMO ÁRABE: “EL COMPAÑERO ANTES QUE EL VIAJE Y EL VECINO ANTES QUE LA CASA.
En Islandia, tras el estallido de las protestas ciudadanas por la crisis financiera, se dio una situación casi tan esperpéntica como la misma crisis: En esa tierra no se había producido ninguna manifestación desde los años cincuenta del siglo pasado, por lo que los policías antidisturbios no tenían, por decirlo en pocas palabras, práctica en su oficio.
Los manifestantes se agolpaban frente al parlamento y no sólo gritaban, sino que arrojaban huevos contra los políticos conservadores que habían dirigido el país durante los últimos dieciocho años y habían dejado una deuda de 160.000 euros para cada ciudadano, la más alta del mundo en un país que era, estadística y paradójicamente, el más rico del mundo.
Los policías pedían a los manifestantes que, por favor, no arrojaran huevos ni ningún tipo de objetos, que se limitaran a gritar sus consignas o, incluso insultos, pero nada más, pero la ira ciudadana ya estaba desbordada.
Finalmente, algún político dio, posiblemente desde el interior del parlamento y mientras se limpiaba los huevos de su caro traje a medida, la orden de cargar. Pero los policías no podían porque, por suerte para ellos y la sociedad en la que vivían, no alcanzaban a concebir, ni siquiera dentro de sus mentes presuntamente militarizadas, la idea de golpear a sus conciudadanos sólo porque protestaran contra una injusticia que sabían que afectaba a todos, y a ellos, por supuesto, también. Todo se redujo a unos empujones y dos o tres golpes.
Hay actitudes que sólo las puede proporcionar una buena educación, y la sana e imprescindible costumbre de aplicarla a diario en la vida social.
Tiempo después, ese mismo pueblo sin policías lo suficientemente agresivos, detuvo y juzgó a tres banqueros y un primer ministro, y en dos ocasiones, el siguiente primer ministro, se negó a firmar el pago de la deuda especulativa pendiente sin un referéndum por medio, posiblemente recordando cómo había terminado su antecesor en el cargo.
Acabo de leer que, para sorpresa de los economistas teóricos del sistema, Islandia está saliendo de la crisis mucho más rápido que, por ejemplo, Irlanda, que asumió resignadamente las deudas de sus banqueros, políticos y especuladores.
"Es casi como si el impago de las deudas acumuladas por un sector bancario fuera de control y la depreciación del tipo de cambio funcionaran mejor, incluso desde el punto de vista de los inversores, que socializar las pérdidas del sector privado y mantenerse en un sistema con un tipo de cambio fijo", escribe hoy el Nobel Paul Krugman en su blog del New York Times.
Se dice que, cuando la vida aprieta, ya deja de ser importante lo que es bueno o malo, justo o injusto, centrándonos sólo en lo que nos permite sobrevivir, y es entonces cuando la educación recibida muestra su decisivo valor, cuando unas personas o sociedades anteponen, o no, la casa al vecino y el viaje al compañero.
Suele ocurrir, y no deberíamos olvidarlo, pues en esto la vida es, a medio y largo plazo, escrupulosamente justa, que quienes cometen el error de no saber distinguir lo prescindible de lo imprescindible suelen terminar sin casa, sin vecino, sin compañero y sin viaje.
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net
COSMOVISIÓN
Las cosas son como son porque tenían que ser así. Si hubiera sido posible que fueran de otra manera, todo hubiera sido diferente, y ésa ya hubiera sido otra historia.
No podemos cambiar ni un segundo del pasado, hagamos lo que hagamos, pero todo el futuro está, como una semilla esperando germinar, en algún lugar de nuestra mente.
Por eso, de nada nos sirve sufrir por lo ya sucedido, por el pasado, al que tenemos que recurrir siempre como a nuestra mejor enciclopedia, aunque lo miremos a menudo como a nuestra peor novela.
Al futuro siempre podremos mirarlo como a nuestro mejor relato por escribir, y aunque sabemos que es un cuento, siempre nos quedará, y eso nadie nos lo puede arrebatar, la esperanza de que sea el mejor cuento posible.
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net
HOY ESTÁIS SECOS
Ramiro era un “tumbao” por voluntad propia, un hombre que, ya cansado, había decidido que se tumbaba, en la cama si la había, y que de ahí no le movía nadie.
La familia, en casos como el de Ramiro, podía decidir si cuidarle o no, con todo lo que conllevaba, y casi siempre era sí.
Ramiro, harto de la vida y agotado por la misma, había decidido renunciar, después de tantas eternas jornadas de sol a sol en el campo, de sueños de cuero y mil noches de hambre. Creía tener, y sin duda tenía, derecho a tal renuncia.
En la cama sobre la que cayó, quedó, y fue su hermana Berta la que cargó sobre sí la responsabilidad de mantenerle con vida, tal vez como pago por aquellas veces, tantas, en que él le había regalado parte del pan negro de centeno con que consolaban el hambre durante la infancia.
En el entorno de Ramiro sólo hubo, durante años que llegaron a ser lustros, sólo un ser vivo además de su hermana: una maceta con claveles al lado de su mesilla, a la que saludaba cada mañana y con la que hablaba en silencio más a menudo de lo que hubiera recomendado cualquier psicólogo.
Pasó el tiempo, que fue convirtiendo a Ramiro y Berta en ancianos, llenando ella su vacío con el vacío de la televisión y enclaustrado él en un mundo en el que, al fin, tenía tiempo para convertirlo en su tiempo, “tiempo para cavilar”, como le gustaba decirse a si mismo.
Una mañana, tras esperar más de una semana la comida que ya nunca llegaría, Ramiro se incorporó en la cama para observar, al otro lado del pasillo, el cuerpo inerte de su hermana, que yacía allí desde hacía días, víctima de un infarto. Volvió lentamente la vista hacia la maceta de claveles, también agonizantes por falta de riego, y no pudo contener el llanto, un llanto amargo y prolongado, que consiguió arrancar de su cuerpo el poco agua que aún contenía. Se miró las manos, aún callosas a pesar de los años de inactividad, y vio como las lágrimas se escurrían por su rostro y se acumulaban en el cuenco de sus palmas.
Lloró hasta secar su cuerpo, hasta purgar el último dolor, la última pena de cuantas había arrastrado en su vida, lloró por su hermana, por todas y cada una de las personas que habían compartido con él parte de sus vidas, lloró por la miseria implacable que convierte tantas vidas en miseria tan sólo.
Sintió, al fin, un enorme alivio que hizo desaparecer hasta la sensación de hambre, volvió su vista nuevamente hacia la maceta de claveles, observó el diminuto charco que sus lágrimas habían formado en sus manos, y regó con él la reseca tierra de la maceta. “Hoy estáis secos”, dijo, y volvió a tumbarse y cerrar los ojos, esta vez para siempre.
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net
AFORISMOS: “GOTA A
GOTA, EL AGUA HORADA LA ROCA”
Una idea, una gota, y gota a gota, el agua horada la roca.
Quienes hablan otras lenguas y tienen otras costumbres, esos que moran más allá de nuestras fronteras, tal vez no siempre sean bárbaros a los que combatir y esclavizar . . . una gota.
Hay personas que visten ropas para nosotros extrañas, y su piel es de otro color, pero sufren y gozan nuestras mismas pasiones . . . otra gota.
Bautizados o no, indios, cristianos, judíos o musulmanes, antes que paganos, infieles, gentiles o herejes, son humanos . . . otra gota.
Alguien dijo un día: “Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en cuanto a sus derechos” . . . y las gotas se hicieron arroyo.
Un siglo después, la mitad de la humanidad gritó: Nosotras también estamos aquí y debemos tener derecho a voto, queremos el calor y la justicia de la igualdad . . . y el arroyo se transformó en un río caudaloso . . .
Hoy en día, alimentado por las aguas que proceden de las altas y heladas cumbres, siempre ajenas, frías e indiferentes, a la vida que rebosa en los valles, aumenta el río, día a día, su caudal, y susurra a su paso:
“Ya es hora de una democracia real. Si entre todos, con nuestro trabajo y nuestras ideas construimos el mundo, entre todos debemos gobernarlo . . . y hasta las rocas, que nunca supieron escuchar, son moldeadas, poco a poco, con formas redondeadas y suaves, por el humano torrente de ideas que las arrastran.
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net
PERDIDOS POR ESOS
MUNDOS
Perdidos por esos mundos vagaban millones de tuertos, guiados por grupos de ciegos. Tenían los ciegos el mundo en sus manos, pero era un mundo que no podían ver, un mundo perdido y absurdo que sólo tenía sentido en su imaginación enferma, un mundo al que inevitablemente guiaban hacia el abismo.
Un tuerto propuso que quien tuviera su ojo derecho sano acercara el rostro a quien pudiera ver con el ojo izquierdo, consiguiendo así una perspectiva real y una visión más amplia del mundo.
Así, rostro con rostro, brazo con brazo, dejaron los tuertos de tropezar con las mismas piedras de siempre, el camino se hizo más seguro, y los ciegos, protegidos y guiados ahora por los tuertos, dejaron de ser un problema para la sociedad y para si mismos.
Algunos ciegos, los más miedosos, refugiados en la falsa seguridad de su ceguera, se resistieron a los cambios, incapaces de imaginar la luz del sol, una luz que ya no veían desde su infancia, pero fue en vano, los tuertos ya habían aprendido a mirar y a caminar, y nada ni nadie podía detenerles en su camino, siempre guiados por la cálida luz del sol.
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net
EL VIAJE
Lo decían mis padres y todos los adultos que me conocieron en la infancia: éste va a ser muy viajero, y era verdad: nací con ímpetus y curiosidades impropios de aquella tierna edad, y tardé mucho en comprender que los viajes más interesantes se suelen hacer sin moverse del sitio.
De todos los viajes, hay uno que ocupa un lugar privilegiado en mi memoria: Al despertar aquel día, todavía somnoliento, me vi rodeado de rostros desconocidos que se movían y gritaban en torno mío. De algunos creía guardar ciertos recuerdos difusos, pero otros me eran completamente desconocidos, y apenas acertaba a comprender algo de cuanto me decían. Decidí seguir durmiendo.
Tiempo después volví a despertar para encontrarme de la mano de una mujer que parecía saber quien era yo, decía llamarse Noicanigami, y era tan vitalista como hermosa, aunque parecía, en ocasiones, contradecirse al elegir los diferentes destinos por los que me guió, todos ellos lugares que ni había imaginado que existieran.
Nos acompañó en nuestro viaje, siempre a cierta distancia, pero sin perdernos de vista, otra mujer de mirada taciturna llamada Oiriled, que por alguna extraña razón provocaba en nosotros una sensación de alarma y desazón al aproximarse.
Noicamigami me advirtió: “No te preocupes, no es mala, pero está enferma. Tiene siempre las manos heladas, intenta que no te toque con ellas”.
Al cabo de un tiempo llegamos a la comarca de Aicnecseloda, una tierra extraña y no exenta de peligros, en la que Oiriled parecía encontrarse más a gusto, mientras una expresión de desconcierto se dibujaba cada mañana en el semblante de Noicanigami. El clima no era muy apacible allí, y las tormentas, terremotos y diluvios eran frecuentes.
Los bosques de Aicnecseloda estaban repletos de unas extrañas flores llamadas sanomrohs que producían cada una un efecto diferente al ser olidas: unas hacían crecer los cuerpos, otras provocaban agresividad, otras sosiego, otras miedo . . . Eran como narcóticos, cuya mezcla solía tener efectos imprevisibles. Allí me presentó Noicanigami a su amiga Dadisoiruc, un ser inquieto que parecía tener interés por todo lo nuevo o diferente que encontraba ante si. Al ser yo forastero, me interrogó durante horas sobre mi origen, mis gustos, mi vida y hasta mis ilusiones.
Al terminar el banquete de bienvenida, y antes de retirarnos a dormir, Noicanigami se acercó y me dijo: “Mañana recorreremos con Dadisoiruc el bosque de anomrohs. Te acompañaremos, pero será tu viaje, tuya será la responsabilidad del mismo, y tuyos los peligros y placeres que encuentres, superes o disfrutes. El recuerdo de todos ellos te acompañarán en la memoria hasta el fin de tus días”.
Aquel recorrido entre extrañas y coloridas flores de anomrohs, cuya duración no sabría delimitar con certeza, me hizo disfrutar y padecer vivencias que hasta entonces me eran completamente desconocidas. Mi cuerpo y mi mente sufrieron transformaciones que me convertían, a cada paso, en un ser nuevo, sumido en un constante ciclo de renacimientos.
Conocí placeres que de tan intensos me acercaron a las fronteras del dolor, y dolores tan profundos que me hicieron dudar, en alguna ocasión, si valía la pena seguir adelante, pero luego, ya saliendo del bosque, sonreía recordando las ideas de abandono, y me sentí sinceramente estúpido por haberlas tenido.
Al oler una flor blanca creé y destruí dioses en mi mente con tal presteza, que llegué a dudar, finalmente, que existiera siquiera uno de ellos.
Me sentí abrigado por el calor de la solidaridad al oler una flor rojinegra, y abandonado a la crueldad y el egoísmos humanos al oler una azul.
Cuando ya creía haberlo sentido todo, el olor de una pequeña flor verde transformó mi vista hasta hacerme abarcar la grandiosa diversidad de la vida. Me sentí, en un instante, diminuto e infinito a la vez , y así concluí el viaje . . .
Dos días después salimos de los límites de Aicnecseloda para adentrarnos en Zerudam, un lugar de campos de tierra negra y clima más apacible, donde el tiempo transcurría al ritmo estable de cuatro estaciones bien definidas.
Allí, al cabo de un tiempo, el suficiente para que conociera la nueva comarca y algunos de sus secretos, Noicanigami se despidió de mi con un fuerte y prolongado abrazo, susurrándome al oído: “Siempre estaré a tu lado, pero ahora ha llegado el momento de que continúes tu camino, ya estás preparado para ser padre y perpetuar el grandioso y agridulce camino de la vida”.
En aquel momento yo tenía veintinueve años, al año siguiente sería padre por primera vez, y desde entonces he vivido con la certeza de que siempre hay una tierra más allá y un sentimiento más acá, a veces a nuestro lado, que no conocemos.
Noicanigami cumplió su promesa y siempre ha permanecido cerca de mi, apareciendo a veces de una forma un tanto inoportuna, pero siempre cuando he necesitado su ayuda. Ocasionalmente la acompaña la extraña Oiriled, y casi siempre la inquieta Dadisoiruc y, a pesar de lo diferentes que son, nunca las he visto discutir.
El extraño viaje continúa aún hoy, y presiento que aún quedan, no importa si pocos o muchos, sentimientos y tierras por conocer.
* Consejo para su lectura: Invierta las letras de cada nombre propio y de la palabra “anomroh” y el relato resultará más comprensible para la razón, aunque menos interesante para la imaginación, perdón, quiero decir para Noicanigami.
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net
EL POZO SIN FONDO
Cada ser humano va eligiendo, a lo largo de su vida y de acuerdo a su experiencia, un camino a través del cual interpretar la compleja naturaleza de sus semejantes y de los grupos y sociedades a las que damos lugar a través de la convivencia.
Personalmente, hace años que elegí el camino del estudio de la historia como herramienta para dicho fin.
Creí ingenuamente en mi juventud que el mundo se dividía en buenos y malos, y que la solución a todos los problemas de la Humanidad pasaba por conseguir que las personas más honestas formaran parte del grupo que toma las decisiones sociales, pero vi fracasar todos los cambios y revoluciones una detrás de otra, hasta que comprendí que el problema no estaba en las decisiones de unos u otros, que cada vez se diferenciaban menos entre sí, sino en un cambio de estructura del sistema, un cambio en la forma profunda de pensar, un cambio de modelo o paradigma.
Observé que todo ser humano sufre una transformación cuando consigue cierto poder político o social, y que, salvo contadas excepciones, acaban transformándose en personas que olvidan los ideales que les hicieron conseguir el apoyo y la confianza de millones de personas. Me di cuenta de que las estructuras sociales son más efectivas cuanto más horizontales, lo que explica que países como Japón, sin prácticamente ninguna materia prima, se convirtieran en potencias económicas basadas en el arma más poderosa de esa sociedad: el respeto y el apoyo mutuo.
De igual forma, imperios con una riqueza material enorme, como los Estados Unidos, se van desmoronando lentamente, víctima de un sistema que alaba la capacidad de enriquecerse de cualquier individuo, incluso pasando por encima de los intereses del resto de los ciudadanos, los intereses comunes. Esa sociedad ha terminado teniendo bolsas de pobreza peores que las de Pakistán, una de las zonas más pobres del mundo, y han entregado sus gobiernos, en otra época modelo de democracia y libertad, a lobbys y grupos de presión capaces de embarcarles en guerras que sólo a esos grupos y empresas benefician, pero que perjudican claramente a la inmensa mayoría de la población.
Hace décadas pensaba que la generación de mis hermanos menores sería la que diera el gran paso, para creer luego que tal vez fuera necesario más tiempo, tal vez un par de siglos incluso. Y cuando ya creía que estas sociedades postconsumistas en que vivimos habían arrancado o dormido el alma de sus ciudadanos, todos nosotros, algo ocurre en las plazas de esta tierra, algo impensable hace un mes tan sólo: los ciudadanos ya no se creen la farsa de un papel en una caja cada cuatro años, de una clase política que se dice representante de los intereses de los ciudadanos pero que actúa, en la práctica, y al margen de la ideología conservadora o progresista que usen por bandera, los intereses y privilegios de una reducidísima minoría que va acumulando, día a día, más y más poder.
Surgió ese movimiento como la confluencia de los intereses comunes de grupos y asociaciones que poco o nada parecían tener en común: asociaciones contra la limitación de la libertad en internet, contra la abusiva ejecución de las hipotecas por parte de los bancos, que dejan cada día veinte familias sin hogar y endeudadas de por vida, contra la violencia de género, contra el encausamiento del juez Garzón, etc., etc.
Un día comprendieron que tenían un punto en común: todos ellos eran ciudadanos víctimas de alguna injusticia producida por el sistema en que vivían . . . y se echaron a la calle . . .
Si el movimiento fue una sorpresa, más lo fue comprobar la madurez e inteligencia con que actuaban, a pesar de la juventud de más de la mitad de sus componentes: no cayeron en la trampa de dejarse arrastrar por ningún líder que les vendiera un sueño, como tantas veces había sucedido en el pasado a lo largo de la historia, ni en el error de intentar promover cambios a través de la violencia, que siempre le serviría de justificación a quienes estuvieran interesados en destruir ese movimiento ciudadano, ni cometieron la necedad de autodefinirse como conservadores o progresistas, ni se identificaron con ningún partido pues sabían, y saben, que entre sus filas hay personas de todas las ideologías, religiones y actitudes.
No sé si a través de largas horas de meditación o debate o si espontáneamente, han dado un paso de gigante en la evolución de las sociedades humanas, mostrando lo caduco y obsoleto del sistema anterior, todavía vigente: no quieren partidos de derechas o de izquierdas en el parlamento, quieren que el parlamento y quienes ocupan los escaños, funcionarios a los que pagamos sin demora cada mes sus salarios y privilegios, sean el reflejo de cuanto piensan, sienten y desean los ciudadanos de ese país. Para ello proponen reformas de la ley electoral que incluyan el referéndum como herramienta y derecho de los ciudadanos, que se les consulte, al menos, las leyes y decisiones más importantes que les afectan socialmente.
Saben muy bien lo que hacen, conocen y confían en las capacidades innatas del ser humano, en su sentido natural de la justicia, saben que la mayoría nunca votaría una guerra colonial, ni regalar miles de millones a la banca privada para compensar sus errores y su codicia, mientras sus beneficios se esconden en paraísos fiscales, saben que nadie votaría congelar los salarios y las pensiones, sino que, si fuera necesario, se decidirían mayores cargas fiscales a las grandes fortunas.
No importa cuanto durará este movimiento ciudadano, hasta donde madurará y se extenderá, y si conseguirá todos o sólo algunos de sus reivindicaciones y objetivos, su mera formación y existencia ya ha marcado un hito en la historia, incluso si desapareciera mañana mismo.
De igual forma que a una persona se le puede conocer viendo quienes son sus amigos y sus enemigos, a los movimientos sociales, también.
Prácticamente toda la clase política, de todas las ideologías, la banca, los medios de comunicación controlados por ésta y las grandes empresas, miran con enorme desconfianza a este movimiento pacífico, se ponen nerviosos y tienen sus razones, pero todos juntos no son ni el 5% de los ciudadanos, y si realmente se tienen por demócratas, deberían hacerse a si mismos muchas preguntas, como si es un sistema realmente democrático el que permite que los votos del 20% de los ciudadanos otorguen mayoría absoluta a un partido, como sucede en España y en otras partes del mundo, mediante el sistema de pactos entre formaciones políticas.
Mientras las ideas y las ilusiones se extienden lentamente, esa minoría de personas que niega o difama este movimiento, siguen cayendo en su pozo sin fondo, el pozo de sus miedos y prejuicios, el pozo oscuro que siempre ha frenado el progreso de la Humanidad.
Son los que olvidan que el cambio, en las sociedades vivas, y todas lo son puesto que seres vivos las componen, es un proceso permanente, los que olvidan, en última instancia, la verdadera esencia de la democracia, que no es otra que el gobierno de la forma más directa, real y participativa posible por parte de los ciudadanos.
Ahí siguen en el pozo sin fondo de sus miedos, donde le tenderán una mano, como siempre ha sucedido, el resto de sus semejantes.
Esperemos que tengan, al menos, el valor de aceptarla.
Nekovidal 2011 – nekovidal@arteslibres.net
¿POR DÓNDE IBA ESTO?
Hay pocas cosas tan contagiosas para los humanos como las emociones: Un conjunto de electrones bailando sobre una pantalla de vidrio o plástico son suficientes, si bailan la música apropiada, para hacer llorar a una persona.
Lo podemos llamar pintura, escultura o cine, pero el nombre es lo de menos, son emociones.
Hacemos vibrar el aire, esa onda choca contra una fina membrana del oído, que traslada la vibración al cerebro a través de una cadena de minúsculos huesecillos, y el milagro vuelve a suceder.
Podemos llamarlo música u oratoria, pero son tan sólo emociones.
Minúsculas partículas, que incluyen hormonas, sudor, perfumes y feromonas flotan constantemente en el aire, esperando introducirse en alguna nariz que las transforme en sensación más o menos agradable, al tiempo que nos transmite una información de la que, en la mayoría de los casos, no somos conscientes, pero que siempre produce una emoción, la condiciona, o la anticipa.
En esos bailes de electrones, ondas, vibraciones, partículas y demás átomos malabaristas y vagabundos cuánticos, navegan todas nuestras emociones, algunas de las cuales mitificamos en algunas culturas y menospreciamos o reprimimos en otras. Las combinaciones son casi infinitas, supeditadas a las circunstancias y a la imaginación humana, aunque siempre habrá colores de fondo comunes.
Las partículas que regulan cada decisión que tomamos, y que creemos personal y libre, indiferentes a nuestras dudas, cuitas y fantasías, simplemente, bailan.
De idéntica forma bailamos nosotros, a través de nuestra existencia, al son de otra melodía mucho mayor, cuyos danzantes posiblemente sueñen, a su vez, con otra aún mayor que las contenga, proyecte y ampare.
Deberíamos ser más condescendientes con nosotros mismos y nuestras fantásticas creaciones, y comprender que también los dioses necesitan crear, tener y creer en sus propios dioses, posiblemente dioses cuánticos inconcebibles para nosotros.
Por cierto, ¿por dónde iba esto?
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NOCHE DE BRUJAS
Felipe acudió con desgana a la cena familiar, sabedor de que nada bueno sale ni puede salir de esas reuniones, una vez sobrepasados los límites de la familia más cercana, cuando se van creando nuevas parejas y núcleos familiares, los intereses comunes desaparecen y afloran los peores egoísmos humanos.
Instalado en una esquina, sujetando en la mano un gin tonic más cargado de lo habitual, observaba a los asistentes, de todos los cuales sabía uno o varios secretos inconfesables, pues algo bueno tenía el ser detective, algo que compensara mínimamente la insoportable rutina diaria de un oficio al que sólo el cine o la literatura se habían atrevido a elevar a los altares de lo heroico.
Su cuñada Julia, aparentemente toda una señora, siempre altiva y vestida de marca, tenía en realidad no uno, sino dos amantes, para fines de semana alternos, pero como ella misma se lo había planteado con total desfachatez al saberse descubierta: “Tú verás, tu hermano es un pardillo, y como se entere, es capaz de suicidarse”. Llegaron a un acuerdo de mínimos para que hicieran separación de bienes, pues sólo faltaba que, en caso de divorcio, la tipa acabara quedándose con la casa para recibir a sus amantes, y su hermano durmiendo en una caravana.
El acuerdo secreto se mantenía desde hacía ya tres años, y Felipe había renunciado a un extra que ella puso sobre la mesa de negociación, que incluía una tarde a la semana con ella. “Si nunca he pagado a una puta, creo que ya soy un poco mayor para empezar”, le contestó él y ella, desde entonces, le odiaba aún más.
El resto de los asistentes no eran mejores: Ismael, otro cuñado, éste casado con su hermana Laura, había superado al avaro de Moliere hacía años: a pesar de haberle tocado casi dos millones de euros en la lotería, continuaba trabajando y se negaba a que Laura dejara su monótono y alienante puesto en su oficina.
El hijo mayor de Laura e Ismael, a sus veintiocho años, seguía viviendo a costa de sus padres, sin haber probado siquiera la extraña experiencia de una sola jornada laboral. Su madre le mimaba, y su padre se negaba a darle ningún tipo de ayuda para que se independizara, pues creía que así salía más barato.
Pero mucho peor que él era su novia Susana, a quien le gustaba que la llamaran Susan. Felipe llevaba contadas ya tres carteras levantadas por la chica, pero como las víctimas eran un primo financiero, otro cuñado perito de seguros, y su propia suegra, decidió ver, sonreír y callar.
Su suegra era la única que parecía ser consciente de la presencia de Felipe, pues cada dos minutos exactamente dirigía su mirada hacia la esquina donde éste se encontraba. Se negó en su momento a que entrara a formar parte de la familia con argumentos tan sólidos como su origen plebeyo o que su hija merecía mucho más. Felipe, por su parte, se negó a una boda religiosa, levantando así entre ellos un muro infranqueable en el que los años no habían conseguido abrir ni una portezuela. El odio y el desprecio eran, desde luego, mutuos.
Al tercer gin tonic, llegó Olga, la compañera de Felipe, llevando de la mano a la pequeña Lucía, que se abalanzó sobre su padre gritando: “Papi, ¿sabes que mañana es Halloween, la noche de las brujas?”
Felipe miró alrededor, sonrió, guiñó un ojo a Olga y, besando en la frente a la pequeña Lucía, le dijo al oído: “Pues creo que este año han soltado a todas las brujas un día antes . . .”
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EL GRAN LIBRO DE LA
VIDA (V):
APRENDER A VIVIR
Hace mucho, cuando me tomaba la vida realmente en serio, en la extraña y mágica infancia, ni pensaba en aprender a vivir: había tanto que aprender cada día, que no había tiempo de pensar en eso.
Un tiempo después sufrí, de la mano de la naturaleza, una metamorfosis similar a la de los capullos cuando se transforman en mariposas, proceso que en los humanos parece seguir una dirección inversa, y pasé de la infancia a la tormentosa adolescencia.
Tras sufrir el pertinente bombardeo hormonal, creí, de repente, saberlo todo, con lo cual tampoco tuve tiempo, ni necesidad, de aprender a vivir.
Luego vino el resto de la vida, los constantes cruces de caminos en los que cada cual, dependiendo de cómo, dónde y con quién, madura de una forma única e irrepetible.
Algunos, y sólo algunos, que nunca sabremos si son los más o los menos afortunados, descubren poco a poco que a vivir, como a respetar, amar o convivir, se aprende poco a poco y, de repente, todo se complica.
Es entonces cuando aprendemos que, básicamente, aprender a vivir es aprender que cada persona aprende a su manera, que cada mirada ve millones de colores iguales pero diferentes a los que ven nuestros ojos, que cada individuo es un universo único, que sólo la arrogancia o la ignorancia nos pueden empujar a intentar controlar o poseer.
Descubrimos también, con tanto miedo como asombro, que el principio de todo el proceso, la herramienta básica, nunca nos fue dada, y que debemos empezar por aprender a aprender, para dar el primer paso.
Cuando la curiosidad por saber y comprender se convierte en una costumbre cotidiana y placentera, enriquece la vida sin esperar más recompensa que el mismo placer de dar y compartir. Entonces sabemos que ya estamos en el camino.
Mientras tanto, consolémonos con formar parte de la minoría privilegiada que sabe reconocer, sin rubor ni conflicto, su más absoluta ignorancia, pues nos colocaremos así los primeros en la fila para salir de la peligrosa caverna de las falsas certezas, ese sombrío lugar donde nos criaron.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (IV):
CUANDO LLEGUE EL ÚLTIMO MOMENTO
Cuando llegue el momento, sin prisas, por favor,
seré, gracias al fuego que tanta vida me dió, aire,
y ese aire entrará en vuestros cuerpos, puro ardor,
y siendo parte de todos, también lo seré de nadie.
Y no habrá, ni un sufrimiento, ni una contradicción.
Cuando llegue el último momento, sin llantos,
ese aire será nube, y viento, y río, y lluvia sin fin,
y sin presentarme siquiera, estaré en vuestras copas,
y seré vino y risas, vuestras palabras color carmín,
y me olvidaréis por un momento, y reiremos sin mi.
Cuando llegue el momento, ni lágrimas, ni lamentos,
es sólo un parénteis ocasional, sólo juego pasajero,
sólo me he ido antes, a cosechar un poco de tiempo,
a redescubrir lo ya sabido, lo eternamente venidero,
a recorrer el camino de lo que hoy, sin saberlo, ya fui.
Cuando llegue ese momento, sin prisas, por favor,
que aunque todo lo borre, implacable, el tiempo,
habrá tregua a la memoria, y habrá gotas de amor,
que harán que venzamos, hermanos, a la muerte,
cuando nos llegue, a todos, el último momento.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (III)
Ese libro al que llamamos Vida, escrito a veces con renglones torcidos, y otras muchas con cuidada letra e impecable ortografía, es todo cuanto tenemos.
Tal vez cada persona sea, dentro de ese libro, tan sólo una palabra, o una simple letra, quizás una sonora vocal, o un tímido pero imprescindible acento, nada más.
En eso tan sólo consiste el juego de aprender a vivir: en averiguar el sonido y la grafía de nuestra letra y conseguir hacerla vibrar lo mejor posible dentro del canto universal de las palabras, de esa inmensa canción compartida.
El Gran Libro de la Vida se escribe a menudo con lágrimas, pero nunca faltan en él las imprescindibles risas ocasionales, las emociones y caricias que mantienen encendida la hoguera de las ilusiones humanas.
Se escribe con dolor, paciencia, amor y memoria, y nadie, ni el humano más sabio, más fuerte, o el más poderoso, puede borrar o cambiar ni una sola coma de sus páginas.
El Gran Libro de la Vida, que conoce bien nuestra naturaleza, nunca olvida, antes de permitir que cada una de nuestras letras o palabras pasen a formar parte de la eternidad, que sólo de dos cosas somos dignos los seres humanos: de respeto, y de lástima.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (II)
En la infancia no busqué, sino que hallé sin buscar, como todos los niños y algunos pocos adultos a los que llamamos genios, o locos, o ni les llamamos.
En mi juventud busqué la certeza con el ímpetu propio de la juventud, otrto tipo de locura deliciosamente insoportable y de consecuencias imprevisibles.
En la madurez busqué el reposo, cansado por los agotadores días de vino, ideas y rosas derrochados durante la juventud.
En la vejez creo que tan solo buscaré la paz del no buscar.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (I)
Te guste o no, escribirás El Gran Libro de la Vida: Con letra de molde, con cuidada caligrafía o con toscos garabatos, pero lo escribirás sin remedio.
Con cada acto, hagas lo que hagas, con cada movimiento, con cada suspiro, con cada anhelo y cada desesperanza.
Aunque te niegues a escribirlo, lo escribirás, no hay renuncia posible, pues hasta tu renuncia sería una página del libro.
Si caes en la trampa y no comprendes la magia del juego, pedirás el Libro de Reclamaciones, pero será en vano, no te servirá de nada.
Puesto que tienes que escribirlo, hazlo con la ilusión de una letra y un texto vitales, divertidos, únicos y mágicamente conectados con la letra de cada forma de vida. No caigas en la arrogancia de creer que ya conoces todas las ortografías, la vida te sorprenderá a diario si aprendes a mirarla.
Escríbelo con ganas, ya que, hagas lo que hagas, te van a pagar o cobrar lo mismo por el viaje.
Y tienes para ello, no lo olvides, nada más y nada menos que tu irreemplazable letra y tu irrepetible ahora.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
NO SÉ DE DONDE VIENE
Cuando la felicidad, ocasionalmente, nos sonríe, ni la sabemos apreciar en su frágil y esporádico ser, en su inevitable caducidad, ni la disfrutamos en su efímera grandeza.
No sé de donde viene esa extraña forma que tenemos de sobrellevar la vida, de navegar, sorteando frustraciones e inmersos en las tormentas del tiempo, esa forma tan nuestra de escondernos en las cuevas de las sombras y el miedo, mientras alabamos la belleza de la luz.
No sé de donde viene esa costumbre de naufragar reincidentemente contra cuantos acantilados emocionales vamos encontrando en nuestro camino.
Hoy, la felicidad de ayer ya ha pasado, y es, ya para siempre, tan sólo pasado, mientras que la de mañana, no siendo más que una posibilidad, se transforma en nuestra mente en un imprescindible y continuo ritual de esperanza.
Nunca volverá la nieve que vimos sobre las montañas el pasado invierno, ni las desbocadas ilusiones de la juventud, ni una tarde tan sólo de aquellos mágicos juegos infantiles . . . nunca volverán, aún cuando sean parte indisoluble de nuestro ser.
¿Aprenderemos algún
día que el hoy es el ayer de mañana?
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CUANDO JANE ABRAZÓ A
CONCHITA
Cuando Jane abrazó a Conchita, la sorpresa fue mayúscula para todos.
“¡Es antinatural!”, dijeron algunos que observaban, con la incredulidad aún reflejada en sus rostros.
“¡Es una locura, no durará mucho . . .!”, sentenciaron otros.
Todo se complicó aún más cuando Jane no se conformó con abrazos y, pasando a mayores, acarició el pelo y lamió reiteradamente la blanca y suave piel de Conchita quien, dejando hacer, parecía disfrutar con el nuevo juego.
“Increíble, esto acabará mal . . .”, fue alguno de los comentarios más moderados, dentro del asombro colectivo.
La gente se fue arremolinando alrededor de la escena, en la que ambas, completamente ajenas a las miradas y palabras de terceros, disfrutaban del recién descubierto placer de abrazarse, lamerse, tocarse y conocerse.
Las sombras de un par de sauces, y un pequeño estanque, fueron el bucólico escenario del nacimiento de tan peculiar amistad.
Jane, que parecía ser quien siempre llevaba la iniciativa, había dado aquel salto, sin importarle la altura del muro, el que cambiaría su vida y la de su amiga, cuando nadie en su entorno lo esperaba, dejando a todos boquiabiertos, y no parecía haber, en ningún gesto de una u otra, el menor atisbo de arrepentimiento, vergüenza o temor, tan sólo una excitante y algo morbosa sorpresa ante lo recién descubierto.
En realidad, cuando Jane abrazó a Conchita, al final, no pasó nada preocupante ni digno de mención, porque Jane, la tigresa huérfana de seis meses, no tenía hambre, y decidió que una amiga, como la conejita albina Conchita, le haría mejor provecho como compañía que como minúsculo aperitivo, naciendo así una nueva forma de amistad, hasta entonces aparentemente imposible.
Todo esto sucedió en un parque zoológico, ese extraño lugar donde algunas especies pueden ver desfilar ante ellas, cada día, a miles de especímenes diferentes de ser humano, algunos de ellos, por cierto, muy poco discretos.
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SI SIGUES ASÍ ESTO
NO HAY QUIEN LO VENTILE
Sucedió hace años, en uno de esos momentos en que la vida te gasta una broma de mejor o peor gusto y, tras darte un susto, se encarga por si sola de deshacer el nudo que a través de las circunstancias había creado.
En una plaza del centro de Vitoria, en el norte de España, en los años de la Transición y de los atentados casi diarios, se encontraba un grupo de jóvenes soldados dentro de una furgoneta acondicionada como vivienda, tomando una copa, charlando y fumando. Pero no sólo tabaco fumaban algunos de aquellos jóvenes, sino otras hierbas que, bajo la jurisdicción militar de entonces, le podrían haber costado varios años de cárcel en una prisión militar.
La plaza se encontraba abarrotada de gente y el tráfico era intenso. Al cabo de un rato, notando que había un extraño silencio, uno de los jóvenes descorrió una cortina del vehículo y observó, asombrado, que la plaza se encontraba completamente desierta, tanto de personas como de vehículos. Así se lo hizo saber a los demás, y otro joven que se encontraba cerca de la puerta, sin pensarlo mucho, la abrió. Del interior de la furgoneta salió una nube de humo al exterior, tan espesa, que varios policías del grupo de desactivación de explosivos se dirigieron rápidamente hacia la furgoneta pensando que esta vez, por suerte, sólo había explotado el detonante sin llegar a activar la carga. El joven que había abierto la puerta se encontró con varias ametralladoras apuntándole, no de policías, sino militares, lo cual no las hacía más inofensivas. Levantó los brazos y preguntó: “Joder, ¿qué pasa?”
“Ha habido un aviso de bomba, estamos desalojando la plaza y éste es el único vehículo del que no hemos podido localizar al dueño”, fue la respuesta que obtuvo por parte de otro joven de su edad, armado hasta los dientes.
Así fueron saliendo, uno tras otro, los cinco chicos, todos vestidos con uniforme militar, y cuando ya dos inspectores de policía comenzaban su sesión de preguntas incómodas del tipo “¿qué hacíais ahí dentro?” o “¿qué estabais fumando?”, se acercó un cabo del ejército y dijo, dirigiéndose a uno de los soldados: ¿Qué haces aquí? ¿Has llamado a tu madre?, pues era su primo. Le dijo a los inspectores que conocía a todos los estábamos allí, lo cual no era cierto, y que él se hacía responsable, y nos dejaron marchar.
Cuando volvimos a subir al vehículo para marcharnos y dejar desalojada la plaza, a mi, que me tocaba conducir, me llegó cierto humo desde la parte trasera del vehículo, pues la experiencia había provocado un bajón a la realidad de los allí presentes, y el más ruidoso del grupo, que siempre hay uno, ya estaba quemando incienso en la parroquia de los sustos.
“Si sigues así, esto no hay quien lo ventile”, le dije, y arranqué.
La amenaza resultó falsa, allí no había más bombas ni explosiones que las que cada uno llevaba en su propia y alocada cabeza.
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APRENDER A VIVIR
Cuando sólo había oscuridad, y el frío, la desesperanza y el miedo parecían
abarcarlo todo, resistieron, mientras se repetían a si mismos: “Esto también
pasará”, y sobrevivieron.
Cuando la vida les agasajó con regalos que ni habían imaginado que existieran, supieron relajarse y disfrutarlos, sin obsesionarse con poseerlos, y se limitaron a exclamar: “¡Qué hermosa es la vida!”, y sobrevivieron a la dicha, que también tiene sus peligros.
Así, mezclando luces y sombras, sabiendo encontrar en cada dolor un consuelo y en cada placer un regalo, intentando hallar un equilibrio en todo, entre el sí y el no, entre el perdón y la justicia, entre la memoria y el rencor, entre nuestros deseos y los ajenos, recordando siempre que, como dijera Tolstoi, la felicidad no está en hacer lo que se quiere, sino en querer lo que se hace.
Así tan sólo, día a día, golpe a golpe, poco a poco, aprendieron a vivir.
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EL CONCEPTO DE
TIEMPO
Perdía el otro día mi tiempo pensando si vale la pena perder el tiempo en pensar
qué es, en realidad, el tiempo.
Pensaba también si vale la pena partir en busca del tiempo perdido, o si es, también, una absoluta pérdida de tiempo.
Recorrí mentalmente decenas de expresiones que utilizan la palabra tiempo, pero todas ellas, como dar tiempo al tiempo, hacer tiempo, o ganar tiempo, no pasaban de ser la inacabada expresión de una abstracción mental.
Y así fui pasando el tiempo, mientras observaba el movimiento mecánico de una aguja de reloj, indiferente a mis cuitas y al transcurrir mismo del tiempo.
Pero no necesité mucho tiempo para llegar a tiempo de refugiarme en una oportuna conclusión: El tiempo, como casi todo en esta dimensión, es tan sólo una ilusión.
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¿TENEMOS TODOS UN
PRECIO?
Al decir precio, ¿se refiere usted a precio de venta al público o precio franco
fábrica?, ¿se refiere al precio antes o después de impuestos?, ¿al precio antes
o después de la crisis de turno . . . ?
Por favor, concrete, homenajee a aquellos oradores insignes del Congreso de los Diputados durante el siglo XIX, y especialmente a aquel que, harto de los devaneos dialécticos de otro diputado, se levantó y gritó: “Concreta, cabrón, concreta”.
Si pretende cuantificar el precio de mi dignidad, ponga un precio concreto, hablemos de números, o no hablemos.
Porque nunca será lo mismo que me quiera comprar por el precio de un automóvil de lujo, incluso el más caro, o a cambio del Producto Interior Bruto de cualquier país mediano de la Unión Europea.
Con la primera oferta sólo alimentará mi ego, con la segunda, además de mi ego, dará alimento a miles de niños al día, y estudiaré la propuesta.
Me lo dijo hace ya muchos años una amiga, multimillonaria en dólares, que además era una mujer muy sabia, pues había tenido la suerte de haber conocido la otra cara de la moneda, la pobreza, en su infancia. Me lo dijo y nunca lo olvidaré: “En este mundo, joven amigo, todos nacemos esclavos y todos somos prostitutas pero, casi siempre, podemos elegir el precio que ponemos a nuestra dignidad, no lo olvides. Si te valoras en más o en menos de lo que vales, la fortuna pasará a tu lado, pero seguirá de largo, pero si sabes negociar con ella, si sabes marcar con honestidad, dignidad y justicia tu precio, la vida y la fortuna, al final, siempre te sonríen”.
Desde entonces me cuesta mucho reprimir la risa cada vez que tengo que hablar de negocios con algún director o interventor de banco, viéndole son su traje impecable y tras un despacho de falsa caoba, cuando intenta convencerme de que el banco se preocupa y desvela por mis intereses.
Siempre viene a mi memoria aquella mujer y la misma idea: “Éste, además de puta, es un hijo de puta, y me temo que no sospecha ninguna de las dos cosas”.
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EL ESLABÓN PERDIDO
Vagando por la cadena de sus sombras, entre chispas de ilusión y tinieblas de
desconsuelo, aquella persona tan impecablemente normal, encontró a sus pies un
eslabón solitario, y dedujo que debía ser algún eslabón perdido de alguna cadena
de algún esclavo.
Sin dudarlo, giró en redondo y huyó de aquel lugar, cargado de malos augurios. Huyó alocadamente, acuciado por el temor a convertirse él mismo en un esclavo.
Ni el peso descomunal de sus cadenas, que hacía lenta y penosa la huída, consiguió hacerle sospechar siquiera que las arrastraba.
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SIEMPRE HABRÁ TEMAS
Mientras la vida bulla, la pasión arrecie, la risa fluya, la monotonía se desperece o quede algún sueño por germinar . . .
Mientras alguien sepa prestar su oído o regalar su voz, y sepa apreciar en el gesto de compartir la compleja maravilla que conlleva . . .
Mientras alguna criatura nazca preguntándose sobre el milagro del acto de interrogarse sobre cada milagro . . .
Mientras alguna de estas llamas alumbre y caliente el cotidiano día a día, habrá un tema del que hablar, y hasta para discutir y contradecirnos, seremos irremisiblemente prisioneros hermanados por la palabra.
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ALEX
Alex, como cualquier humano de mediados del tercer milenio, vivía en una casa perfecta, ubicada en un barrio perfecto de una ciudad perfecta, enclavada dentro de los límites de un planeta perfectamente acondicionado para una sola especie: la humana.
Alex descubrió un poco tarde su vocación, pero la descubrió: un día decidió que quería ser tonto.
Sintió que debía elegir entre dos opciones: ser tonto o fingir que lo era, y con su rapidez habitual, comprendió que el fingimiento iría inevitablemente acompañado de ciertas dosis de frustración e hipocresía.
Su decisión, ampliamente debatida en diversos foros reales y virtuales, había sembrado el desasosiego en una sociedad orgullosa de haber logrado, tanto la paz social, como una supuesta calma interior en cada uno de sus individuos.
Una semana antes, Alex había descubierto, en uno de los archivos menos visitados de la Infoteca Universal, un documento de los más antiguos, un escaner de trozos de papel, una reliquia de hacía más de diez siglos.
La imagen mostraba restos de un extraño documento, apenas legible, al no conservarse más que trozos sueltos y aparentemente incoherentes de un texto, del que apenas había sobrevivido una frase, firmada por un oscuro personaje, tal vez un filósofo o uno de los primeros estudiosos de la mente humana, un tal Sigmund Freud. El texto decía literalmente:
“Existen dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota, y la otra, serlo”.
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EMBARRARTE

8 de marzo: Día Internacional de la mitad de la Humanidad
Ahí están, todas embarradas y asustadas: Interminables hileras de mujeres, casi siempre heridas por hombres, que hieren o desean herir, para consolarse en su desgracia, a hombres, que casi nunca son quienes las han herido.
Ahí están, todos embarrados y alienados: Interminables hileras de hombres, casi siempre heridos por mujeres, y que hieren o desean herir, para consolarse en su desgracia, a mujeres, que casi nunca son quienes les han herido.
Tantas mujeres, tantos hombres, todos embarrados, enlodados en sus miedos, hundidos en sus prejuicios y cautivos de sus certezas, olvidando que son, ante todo, seres humanos, y que comparten mucho más que cuanto les diferencia.
Tantas mujeres, tantos hombres, tantos seres sufrientes, y todos convencidos de que son otras mujeres y otros hombres quienes han sido heridos, y otras mujeres y otros hombres quienes hieren.
Todos creyendo cuanto necesitan creer con tal de evitar mirarse en el doloroso espejo que les puede hacer crecer, pero a cambio de pagar el duro precio de ver reflejadas en él sus heridas, sus angustias y sus miedos.
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EL BINGO
(Todo parecido con la realidad es parecido, pero no realidad)
Doña Lucía, respetable señora mayor donde las haya, y sin duda la mayor de las señoras del grupo de sus amistades, a punto de cumplir un siglo de vida, tenía en el bingo uno de los sustentos de su ilusión. Tal vez creyera que seguir con atención el discurrir de los números, e identificarlos a tiempo, la inmunizaba contra el peor de sus temores: la pérdida de la razón o de la memoria, que a ciertas edades viene a ser lo mismo.
Su vista, inevitablemente cansada, era, sin embargo, suficiente para mantener su numérica y lúdica aficción, pero de su oído ya sólo quedaba un lejano eco.
Su hija Leny sobrellevaba con paciencia la reciente ilusión de su madre, y se comprometió a acompañarla al bingo, al menos una vez por semana, al observar que era lo que más ilusión le hacía dentro del conjunto de sus rutinas.
Sucedió que en cierta ocasión Leny estaba interesada en asistir a una conferencia sobre el origen del universo, dada por un científico que tenía fama de saber exponer con lenguaje tan claro como preciso conceptos que suelen escapar del entendimiento de los profanos en la matería, o sea, la mayoría de la población.
Como el día de la conferencia coincidía con el acordado para acompañar a su madre al bingo, y puesto que los horarios eran prácticamente consecutivos, decidió llevar a su madre consigo a la conferencia para acercarla luego a la sala de juegos.
Se preocupaba, lógicamente, de que pudiera aburrirse, pero pensó que tal vez una siesta haría que recuperara fuerzas de cara a su afición favorita.
El conferenciante acompañó sus explicaciones con imágenes de galaxias y combinaciones numéricas que se iban proyectando en una gran pantalla.
Doña Lucía, lejos de dormirse, sacó de su bolso un bolígrafo y una pequeña libreta, en la que fué haciendo algunas anotaciones. Su hija la miraba ocasionalmente de reojo, sorprendida de que no hubiera decidido echar una pequeña siesta, como solía hacer ante situaciones que no eran de su interés, sin importarle mucho donde se encontrara.
Terminada la conferencia, se levantaron lentamente y, mientras se dirigían a la salida, Doña Lucía comentó en voz baja a su hija Leny: “Te agradezco el detalle, hija, pero la próxima vez llévame el bingo de siempre, que en estos modernos no me aclaro, y ni te dan cartones siquiera. Además, no sé si te has fijado, pero ese chico tan simpático que cantaba los números, el pobre no tenía mucha experiencia, ¿has visto que en vez de bingo decía Big Bang?”
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LA CERILLA
Entre todos los números, Cerilla era la más vivaz, la más dicharachera, la que más animaba todas las reuniones, los encuentros de contabilidad o las fiestas de cálculo.
Parecía tener una llama natural con la que encendía cualquier reunión o grupo de números sobre el que se posara. Era inteligente y, a pesar de su juventud, conocía bien la personalidad de cada uno de los dígitos, sus virtudes y hasta sus manías: Sabía de la arrogancia del 1, del sentido un tanto barroco de la estética del 2, la obsesión por adelgazar del 8, o los escandalosos encuentros eróticos del 9 cuando se iba de copas con su amigote el 6, en los que acababan participando todos los números mayores del 18.
A Cerilla le habían puesto ese sobrenombre por ser hija de Cero, fallecido un par de años antes, durante la última crisis, pues tanto lo inflaron hacia la derecha, que el pobre cayó fulminado en una playa de las Bahamas, agotado y víctima del temible karooshi.
Cerilla lloró desconsoladamente la desaparición de su padre, pero concluyó que no habría mejor forma de honrarle que aprender de los errores cometidos y que le llevaron a tan trágico final a fin de enmendar, en lo posible, los dañinos efectos de la crisis que había terminado con su vida.
Tras mucho meditar, y viendo la torpeza con que los humanos hacían uso de su mágico poder de multiplicar por diez cada cifra a la que ella se acercaba, decidió renunciar a tal poder y, dando un salto ser, desde ese momento, y para siempre, una cerilla, o un cero, de la izquierda.
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FALTA UN TEMA
Falta un tema, pero no es un tema para compartir, pues sobre ese tipo de temas ya hemos demostrado sobradamente que, para nosotros, cualquier tema es bueno, que lo que no germina en una mente florece en otra y, hoy por tí y mañana por mí, nunca falta leña para encender la hoguera de las letras.
Otro asunto es el tema personal que cada uno tiene que afrontar a diario, su día a día, su universo único, intransferible y nunca lo suficientemente compartido.
Pero ese es otro tema . . .
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EL PAÑUELO
En un bordado pañuelo de seda guardaron con primor el corazón del buen poeta . . .
¡Pobre hombre, todo sensibilidad y sabiduría, y ahora es sólo un corazón sanguinoliento que tiñe un pañuelo bordado de recuerdos . . .!
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VALE LA PENA
Siempre vale la pena, aunque en ocasiones nos cueste creerlo, creer que vale la pena vivir.
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EL EXTRANJERO
(A. CAMUS)
* Extranjero era ese fantasma que todos llevaban dentro, ése que continuamente
intentaba convencerles de que todo lo diferente es malo, ése que temía abrir los
ojos y se consolaba llamando ciego a cuanto le rodeaba.
* Tantas veces me llamaron extranjero que hasta olvidé el nombre de esa tierra de la que decían que no era mi patria.
* Antes de llamarme extranjero, mira a las estrellas . . .
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EL PINCHAZO
En aquel callejón que apestaba a orina, un muchacho se metió el último pinchazo, el último pico, y pagó así su papel de cordero humano en el altar del progreso: la heroína había entrado en España de la mano de la democracia: salíamos de un túnel de terror para instalarnos en el obsesivo sueño del consumismo autocomplaciente.
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CONFIESO QUE HE
VIVIDO (PABLO NERUDA)
Confieso que creo haber vivido lo suficiente para saber que nunca se vive lo suficiente para comprender todo, y encontrar así tu exacto lugar en el universo, ni tan poco como para poder refugiarte en la absoluta y plácida ignorancia.
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HAY DOS EN EL ASEO
Hay dos en el aseo, y nadie sabe que están haciendo.
Parece algo feo, afirma, desconfiado, el peor pensado.
Por ese ruido que hacen, cosa de drogas será, dice uno.
Parecen más bien asuntos de lujuria, murmuran otros.
Igual son unos terroristas, preparando algún atentado,
Quien sabe, grita otro, tal vez son unos degenerados.
Hay dos en el aseo, y es un gran misterio,
que a todos tiene pendientes y excitados.
Hasta que salen, sudando, dos fontaneros,
diciéndole, asombrado, el más bajo al otro:
Compañero, si me lo cuentan, no lo creo,
de verdad, este mundo está realmente loco.
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EL LOCO (KHALIL
GIBRAN)
Aquel pobre loco tenía la extraña costumbre de medir el valor de las cosas por su precio, creía que todo podía comprarse, e incluso que el valor de una persona puede medirse por el de su traje o su vehículo.
Aquel hombre desquiciado creía en un dios único, incuestionable y vengativo, que le obligaba a matar por él o a despreciar al resto de los dioses. Incluso, en su locura, llegaba a creer que decidía y gobernaba su vida social porque introducía en una caja, cada cuatro años, un papel con un nombre de una persona a la que no conocía, y que nunca le consultaría decisión alguna.
Aquel pobre hombre creía que las cosas son como son porque siempre han sido así, olvidando la obvia ley del cambio permanente, y tenía el hábito de terminar sus disertaciones con un rotundo: “. . . y no hay más que hablar”.
A un ser tan alucinado, y tan peligroso para sus semejantes, hubo que ponerle un nombre.
En aquella remota época oscura le llamaron “persona normal”.
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LA PROFECÍA
La profecía fue tan increíble al ser pronunciada como obvia tras haberse cumplido.
A toro pasado, todos somos sabios.
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EL REBAÑO
Con el rebaño, con nuestros hermanos, es conveniente reunirse para celebrar la vida y disfrutar de ella, para aprender y enseñar, así como para reconocer el placer que se esconde tras ambos actos, también para colaborar y, en definitiva, para compartir constructivamente la vida.
Con nuestros semejantes es indispensable reunirse para sobrevivir, vivir, y enriquecer nuestras vidas.
Para otros asuntos menos trascendentales, como nacer o morir, es tan recomendable como inevitable, la soledad.
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LA CASA VERDE
En el pueblo, el viejo Cátulo tenía fama de putero. Todos le habían visto entrar cada miércoles, desde hacía años, en La Casa Verde.
Como entre los clientes de tan extraño establecimiento existía cierta complicidad, nadie se paraba a comentar los pormenores de la forma de actuar de Cátulo, que llegó a ser invariable durante décadas: Miraba una a una a las chicas a los ojos y, elegida una, compartía con ella una hora de su vida. Al sumergirse en sus miradas, Cátulo intentaba identificar a la más triste, la más necesitada del pobre consuelo que sus palabras podían regalar, pues eso y sólo eso, palabras, ofrecía el pobre hombre a las tristes mujeres, reservando sus energías e ímpetus sexuales para una viuda solitaria que era desde hacía años, secretamente, su compañera. Cátulo se limitaba a conversar con las chicas, a preguntarles aspectos de sus vidas, cómo habían llegado allí, si se encontraban en aquel sitio por voluntad propia y, en general, intentaba consolarlas en su cotidiano desconsuelo. Con todas había llegado a un pacto que incluía no contar a nadie cuanto sucedía durante esa hora, suponiéndoles todos un cliente más.
La felicidad y buen ánimo de las chicas llegó a ser un problema en más de una ocasión, pues algún proxeneta celoso, creyendo que era sexo, y obviamente, muy bueno, cuanto el viejo hombre regalaba a las chicas, comenzó a verle como un potencial competidor.
La Casa Verde fue cambiando con los años, las mujeres eran de otras tierras, apenas hablaban, tristes o tristemente consoladas con el alcohol o alguna droga.
Cátulo, por su parte, seguía arrastrando su fama de viejo verde, inmune a los comentarios del pueblo, compartiendo con aquellas mujeres, cada miércoles, sus míseras gotas de amistad.
Cuando el viejo Cátulo falleció, y se hizo público su testamento, la sorpresa y el escándalo fueron mayúsculos, tanto por el volumen de la fortuna que incluía, como por declarar beneficiarias de él, además de a su compañera, a una serie de chicas y mujeres, todas ellas trabajadoras o ex trabajadoras de la casa de citas.
Desaparecido Cátulo, La Casa Verde volvió a ser un lugar donde la vida se manifestaba torpemente a través del sexo, y volvió a ser desterrado el amor, como ya mucho antes había sido desterrado de las hipócritas mentes bienpensantes del pueblo.
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SÁBANAS BLANCAS
Como sábanas blancas al viento eran aquellos sueños de crear un mundo mejor de la nada, sin más herramientas que la invencible fragilidad de nuestras ideas.
Y cuando creíamos tener todas las respuestas, ya se sabe, nos cambiaron las preguntas, y resultó que el mundo no era como lo veíamos, o de eso intentaron convencernos.
Así quedaron atrás, como si de burdas y superficiales modas tan sólo se tratara, el pacifismo, el ecologismo, la revolución sexual, el mayo eterno, y otros mil cantos de libertad.
El mundo no era como lo veíamos, decían y repetían quienes se creían con derecho a decidir como ha de ser el mundo.
Pero resultó que los peores presagios de los primeros compañeros ecologistas se transformaron, poco a poco, en cruda realidad.
Resultó que se podían hacer guerras aún más absurdas y monstruosas, aunque pareciera imposible.
Resultó que la mujer podía tener derecho a su vida y su cuerpo sin que la familia, la sociedad y el mundo se desmoronaran.
Resultó que el sistema económico no era tan corrupto como creíamos, sino muchísimo más.
Resultó, en definitiva, que no veíamos el mundo tan al revés como nos contaban quienes, ahora lo sabemos, lo veían completamente al revés.
¿No será que nuestra ceguera no era tal, y que nuestro único y tremendo error fue renunciar, como a tantos otros, a nuestros más libres y libertarios sueños de juventud?
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LA MUERTE DE
SAFO
"Las mujeres que buscan ser iguales a
los hombres carecen de ambición"
(Timothy Leary).
¿Quién creerá, Safo, en tu muerte, mientras una mujer camine sobre la Tierra?
Tu vida fue tu poesía, la búsqueda de los últimos refugios de la sensibilidad humana en una época brutal, y no podías hallarla, bien lo sabías, en otro sitio salvo en el fondo de algunas almas femeninas.
El tiempo te premió conservándote la memoria colectiva pero, ¡cuánto hubieras disfrutado viviendo una semana tan sólo en esta época, donde ni el más imbécil de los hombres se atreve ya a negar que las mujeres sean portadoras de un alma, cuanto menos, tan valiosa como la de cualquier varón!
Pero ya ves, Safo, seguimos pensando que vivimos en el infierno, y por eso, posiblemente, algún día conseguiremos alcanzar el paraíso.
Gracias por los cimientos que regalaste a este futuro y, sobre todo, gracias por haber sabido disfrutar tu vida, como homenaje supremo a la vida.
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A LA BÚSQUEDA
DEL TIEMPO PERDIDO
Recientemente el periódico La Razón,
de Madrid, admitió entre sus páginas una esquela conmemorando el aniversario del
ahorcamiento de una chica alemana a sus 22 años, en diciembre de 1945.
El grupo integrista conservador que pagó la esquela le decía en el texto, entre otras cosas, que en el Cielo se reencontrarían con su dulce sonrisa. Era Irma Grese, y la prensa de la época, que no sus víctimas, la bautizaron como el "Angel de Auschwitz", el campo en que tuvo a su cargo a más de 30.000 reclusas judías, en su mayoría polacas y húngaras.
Grese fue de las muy pocas mujeres ajusticiadas tras la Segunda Guerra Mundial, y la más joven de entre todos los condenados a muerte y ejecutados.
Durante el proceso, comparecieron algunas supervivientes de los campos de concentración por los que había pasado, que relataron, ante la imperturbable teutona, cómo seleccionaba a quienes habrían de morir ese día, con una especial predilección por aquellas mujeres y niñas a las que la tragedia que estaban viviendo no había conseguido borrar completamente de sus rostros la belleza que la naturaleza les había regalado. Esas eran siempre las primeras seleccionadas, y las elegidas para las peores torturas.
Irma era conocida por dejar que perros hambrientos y furiosos se lanzaran encima de las presas para devorarlas, asesinaba a internas a sangre fría, torturaba a niños, cometió abusos sexuales y propinaba palizas sádicas con un látigo trenzado hasta que provocaba la muerte de las víctimas.
Las últimas palabras de Irma a su verdugo fueron: "Schnell!" (¡Rápido!).
En un utópico mundo más racional, que hubiera aprendido realmente algo de esa lección que costó más de cuarenta millones de vidas, en un mundo que hubiera sabido buscar y recuperar el tiempo perdido, tal vez se la habría condenado a ser consciente de lo que había hecho, de hasta donde le había llevado su insania: Una irrevocable condena a desarrollar su marchita empatía.
Lo paradójico es que, por ese camino de aparente perdón, se la habría condenado a un inimaginable infierno, el de recordar empáticamente la muerte, dentro de la cámara de gas, de cada una de las mujeres y niñas seleccionadas por ella. No fue una venganza muy inteligente, si es lo que se pretendía, sin querer se le dió el camino rápido de la horca, se le concedió clemencia sin ánimo de hacerlo.
Cuando la naturaleza de un ser enferma y deja morir el humano solidario con que todos nacemos, cualquier camino lleva, antes o después, a un infierno.
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30+7
Siete años necesité para aprender lo esencial de la vida, a partir de ahí todo fue girar en torno a lo vivido e intentar comprender el porqué de lo visto.
Treinta años necesité para estar preparado para la paternidad, o para creer que lo estaba.
A los 37 ya empecé a comprender que casi nada sabía y que la comprensión no era más que ilusión.
Si llego a los 74 sin que se marchite
la curiosidad, tendré, volviendo la vista atrás, algo para recordar, algo para
olvidar, y mucho de lo que reir.
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TENGO SUEÑO/S
Para conservar saludables los sueños,
y no perder la fe en el ser humano, el camino pasa, inevitablemente, por no
depositar toda tu fe en un sólo ser humano, compartir las alegrías con todos, y
saber distinguir con quién se pueden compartir las amarguras.
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ATRAPANDO LA
LUZ DEL INVIERNO
Al principio yo también creía en dioses.
Esperaba paciente que su luz me impregnara e hiciera de mi el espejo en que reflejar su grandeza.
Adoré, con la debilidad que crea la dependencia, a mis padres, mis profesores y esas personas tan serias a los que todos temían y respetaban.
Era aquel tiempo incierto pero dulce de la infancia, en que nada sabía, pero no sufría, porque ni sabía que no sabía, ni sospechaba siquiera que se pudiera llegar a saber o a creer que se sabe.
Siguiendo el curso de la naturaleza, en mi adolescencia rompí todos los ídolos, y con la candidez de la juventud, coloqué, sin saberlo, a otros en su lugar.
Luché con ira contra la ira, contra el dolor sembrando dolor, contra la intransigencia de la injusticia siendo intransigente ante ella. Creía, sin la menor duda, justa la ira de los justos.
Cometí cuantos errores pueda cometer un ser humano, sólo el azar hizo que mis manos no se mancharan de sangre. Conocí casi todos los placeres que esta vida puede regalar y sufrí casi todos los dolores que el destino pueda deparar, el peor, sin duda, la muerte de seres queridos.
Era torpe como todos los creyentes, obsesionado con vencer, sin sospechar siquiera donde se encontraba mi enemigo, sin sospechar que todos nuestros enemigos lo son tan sólo porque les concedemos tal puesto en nuestra vida y en nuestra mente.
Era un ciego intentando alcanzar la luz golpeándola con su bastón blanco.
El tiempo fue aclarando mis pensamientos algo más rápido que mi pelo, fue domando tanta energía, enseñándome a no desperdiciar la vida, enseñándome, poco a poco, a vivir. . .
A mis padres, hermanos y amigos pude verles, al fin, como personas en toda su magnitud y miseria, ni mejores ni peores que yo mismo.
Aprendí a mirar con un mínimo de comprensión tanto al arrogante, como al codicioso, al iracundo o al que se engaña a si mismo hablando de paz, amor y fraternidad, mientras autojustifica sus egoísmos y mezquindades. Aprendí a mirar las ideas por las que en otro tiempo hubiera dado la vida, como unas ideas más en un mar de ideas que a diario dan a luz nuestras mentes.
Aprendí, casi, a perdonar y casi, a perdonarme a mi mismo.
En todo encontré luz y sombra: En la sombra de nacer sin una tierra a la que pudiera llamar mía, la luz de sentir que mi patria era todo el planeta; en la sombra de haber padecido la soledad, la cálida luz de la amistad; en la sombra de la muerte, el aprecio constante y creciente por la vida . . .
Ya hace mucho que no creo en los dioses que son predicados y representados por mortales. Tiempo ha que escucho indiferente el murmullo de las plegarias vacías que llenan los templos. Una diminuta chispa de luz me hizo comprender un día que hay tantos dioses como seres humanos, y que ninguno es mejor o peor que otro, mientras su existencia no siembre dolor.
Mis dioses, que nunca exigen adoración, aunque siempre solicitan compañía, son de este mundo, son los hijos de esa especie contradictoria, que con ímpetu adolescente, es incapaz de cuidar el espacio que habita, de ser responsable de sus actos, de sospechar siquiera el lugar donde se encuentra dentro su caótica juventud evolutiva . . .
Esa especie que, impregnada por igual de luz y de sombra, es capaz de los más creativos y destructivos actos, pero tan entrañable en su alocada inocencia, en sus utópicos ideales que siempre consigue alcanzar, en su desordenado crecimiento.
Pasó el tiempo, y ya en el invierno, aquella chispa primigenia se transformó poco a poco en la llama de una vela, diminuta, pero suficiente para ver que no existía en lo humano ni un ápice de maldad o bondad, tan sólo miedo, amor, fantasía y necesidad.
Tras medio siglo con los ojos abiertos, sigo preguntándome:
¿Qué es la luz? Y no me inquieta la pregunta, tan sólo me sorprende ese empeño nuestro en intentar atrapar cuanto desconocemos, rindiendo homenaje, sin saberlo, a lo más humano de nuestra naturaleza humana: la curiosidad.
Todos atrapados por la duda de si habrá primavera tras el último invierno, si todo esto tiene sentido, o es sólo un absurdo cuento con mucho cuento, por la duda de si todo no se quedará, al final, en apenas cien años de soledad.
Porque aquí estamos todos, incluso quienes no lo sospechan, reunidos bajo el anhelo común de atrapar la luz, bajo el estigma de la sombra de nuestros miedos, todos tan diminutos como todopoderosos, tan frágiles como eternos, y apenas consolados por el calor fraterno de cuanto compartimos.
Nekovidal - nekovidal@arteslibres.net
CIEN AÑOS DE
SOLEDAD
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". (“Cien años de soledad” Gabriel G. Márquez)
Muchos años antes, para él, invierno significaba noches de agobiante calor en la playa, días de cegadora luz, tardes de plomizo estío.
Cuando descubrió la nieve y el hielo, la palabra invierno se metamorfoseó en su mente en algo nuevo y desconocido, y también en un reto que cuestionaba al resto de las palabras: ¿cúal sería el sentido oculto, la oculta sorpresa que guardaba cada una de ellas, cuyo significado, ingenuamente, hasta ahora creía conocer?
Comenzó por cuestionar dos, y tan sólo dos consiguieron tenerle en vela durante días: amor y libertad . . .
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UN CUENTO CON
MUCHO CUENTO
El anciano escrutó la mirada ingenua
de los jóvenes y prosiguió: “Así ha sido siempre y así siempre será: la
autoridad debe respetarse, y a los representantes de Dios, y los lugares
sagrados, y la propiedad, y a las personas mayores, porque todos ellos son la
digna representación de nuestra sociedad, y son los pilares de nuestro futuro”.
Los jóvenes se miraron entre sí, y un
par de ellos sonrieron desconfiados. A pesar de su juventud sabían, sin la menor
duda, que la vida siempre ha sido cambio, comprendían los temores y derrotas del
anciano, pero comprendían igualmente que alguien habría de quitar cuento a un
caduco cuento cargado de tanto cuento, que alguien habría de seguir escribiendo,
como siempre había sucedido, sin más límite que lo mejor que pudieran imaginar
sus mentes, el cuento cotidiano de la esperanza en un mundo diferente y mejor,
el cuento de la vida . . .
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CUENTO DE NAVIDAD
En muchos frentes de guerra se ha llegado y se llega, por estas fechas, a treguas navideñas, habiéndose dado varios casos de confraternización de las tropas con el enemigo, llegando a cantar juntos canciones propias de la época y deseándose mutuamente unas muy felices Fiestas.
Fueron hermosos cuentos de Navidad, de los que tuvimos las versiones más conocidas durante la Primera Guerra Mundial, cuando quienes se aniquilaban mutuamente compartían credo religioso, cultura y costumbres. Eran conmovedoras historias que sólo tenían un defecto: eran historias . . . Al día siguiente, o a las pocas horas, se reanudaban los bombardeos y las matanzas, degollándose mutuamente o reventándose con metralla quienes horas antes se deseaban paz y fraternidad.
Nunca se supo mostrar y resumir en tan poco tiempo, horas a veces, de una forma tan explícita y evidente, la contradictoria naturaleza humana.
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LA VELA
La vela del velador que por tí vela con su luz, no esconderá veladas argucias, sino que te guiará cual velamen de velero, cual firme llama de velón.
Se consumirá cual velo en las llamas de una vela, y velando por tí mientras te vela, sólo si el insomnio te desvela, desvelará su misterio: la vela sólo es vela, y sólo por ti vela, cuando, desvelado, la ves.
Esa es la misma vela que, si lo quiere el destino, no formará parte mañana de tu velatorio y, con suerte, velará por la alegría de una larga velada.
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LA VELA
Soy la vela que te alumbra cuando ya
dejas de creer en la luz,
de la que emana una luz que reconoces impregnándolo todo,
demasiado cercana para ser reconocida, aún demasiado tenue,
y todavía demasiado lejana para sentirla como real y cotidiana.
Soy la luz que te guió en el primer momento y te guiará en el último.
La esperanza cuando ya no te quede, la cálida razón entre la sinrazón,
esa inmutable fuerza vital que te tomará de la mano cuando flaquees.
Ya sabes, no necesito templos porque cada ser vivo es mi hogar.
También soy tú, pero eso aún no lo sabes.
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EL TEMA QUE NO
PODEMOS RECORDAR
¿Quién recuerda el título de aquel libro que trataba de la vida en un pueblo entre las montañas y el mar, donde por alguna misteriosa razón no podía germinar el miedo?
Se contaba en el libro que, al no existir el miedo, no había codicia por miedo a la pobreza, ni agresividad por miedo a la debilidad, ni personas celosas por miedo a no ser queridas, ni racismo o xenofobia, que nacían del miedo a las diferencias, por miedo a ser diferente, por miedo a no ser suficiente ante lo diferente . . .
Se narraba también que nadie tenía miedo a la libertad, uno de los más comunes, porque desde niños les habían enseñado a gobernarse a si mismos, a perder el miedo a dirigir su propia vida.
Tampoco tenían miedo a mostrarse como eran, porque ya no tenían miedo a ser inferiores, porque la ausencia de miedo les enseñó que palabras como “inferior” o “superior” nacen de la misma esencia del miedo.
Se llegaba a decir, ya al final del libro, que las personas que allí vivían no temían a ninguna idea nueva, porque habían perdido el miedo a soñar, y que hasta perdieron el miedo al miedo, porque ya no temían ser mortales, al haber aprendido, ya libres de todo miedo, a aceptar lo inevitable con tanta fuerza y voluntad como utilizaban para prevenir y transformar lo evitable.
¿Nadie recuerda el título de ese libro?
Me temo que ese es el tema y título que más a menudo olvidamos, aunque lo llevemos siempre con nosotros, tal vez porque tenemos miedo a recordar.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
EL HOLOGRAMA
La primera vez que desperté, con una terrible jaqueca, creía estar bajo los efectos de una resaca de alcohol, una de las drogas más primitivas y antiguas de mi planeta, una experiencia que había pasado en mi época de estudiante, y que no tenía intención de repetir.
Pero los síntomas fueron desapareciendo uno a uno, al pensar en ellos, con sólo identificarlos, y en apenas un par de minutos me encontraba perfectamente. Luego aparecieron las imágenes. Me incorporé y comprobé que no se trataba de una alucinación de mi mente, pues todos los sensores captaban el campo electromagnético que iban creando: eran hologramas tridimensionales tan reales como la nave en la que me encontraba.
Al principio eran siluetas antropomorfas similares a las que protagonizaban antiguas historias de fantasmas, luego se fueron haciendo más nítidas, dando lugar a seres de gestos lentos y suaves.
La comunicación era, como suele suceder en estos encuentros, telepática.
Mi bienestar iba en aumento, pronto comprendí que cada sensación placentera era resultado de desearla tan sólo, ése era el único esfuerzo que se me exigía para obtener a cambio cualquier tipo de sensación, respuesta o placer. Así borre de mi presente la sensación de soledad por ser el único ileso del accidente, recobrando el calor de la amistad de otros humanos cuyo cuerpo se hallaba a miles de años luz. A cada pregunta encontraba respuesta en mi mente, con tan sólo tener la curiosidad suficiente, y como cualquier humano, la tenía.
A cambio de ese inesperado poder, sentía como de mi memoria fluía hacia el exterior información, que me era solicitada por los seres holográficos, que evidentemente eran formas de vida estelares, como otras que habíamos encontrado antes, aunque éstas más sutiles y evolucionadas.
No podría calcular, ni remotamente, cuanto duró aquel estado de comunicación y comunión con aquellos seres, pudieron haber sido sólo unos minutos, o años terrestres, y no parecía tener importancia. Era evidente que ellos, como nosotros, manejaban el espacio-tiempo, y la paz que transmitían hubiera sido considerada, en épocas no tan lejanas, mística o sobrenatural.
Cuando ya habían recorrido todos mis recuerdos, conociendo mi mundo con tanto detalle como mi memoria podía abarcar, y yo me encontraba plenamente integrado en el suyo, donde ni el concepto de dolor ni el de miedo tenían cabida, algo pareció ir mal, tal vez sólo una fluctuación en el campo electromagnético de los hologramas tridimensionales, y sentí, por primera vez, miedo, un miedo atroz a perder ese equilibrio con un universo que, ahora lo comprendía, tan sólo había recorrido en apenas una de sus aristas, con una nave primitiva y frágil. Sentí un miedo profundo a perder cuanto nunca había alcanzado antes ni a imaginar siquiera que existiera. Ante ese temor, lejos de recordar que sólo tenía que desear vencerlo para que desapareciera, reaccioné instintivamente buscando mi arma en la cartuchera de mi cintura, como había hecho tantas veces antes, cuando habíamos aterrizado en planetas habitados por formas de vida semirracionales. Fue entonces cuando los hologramas desaparecieron, y con ellos esos seres con los que tanto había hablado sin pronunciar una palabra, con los que compartía una amistad ya profunda y brillante como las novas de Orión, esos seres con los que había compartido cuanto nunca pude compartir con un semejante terrícola.
La segunda vez que desperté, también una insistente jaqueca parecía empecinada en hacerme compañía, y nada conseguía aliviarla. Me incorporé, eché un vistazo a las cápsulas de hibernación que contenían los cuerpos de mis compañeros heridos, y me dirigí mecánicamente al panel de control. Allí, parpadeante en la pantalla, había un mensaje escrito:
NO HA SUPERADO EL EXAMEN.
NIVEL EVOLUTIVO INSUFICIENTE.
BUEN VIAJE.
Hubiera preferido recordarlo como un sueño, incluso como una pesadilla, pero todo perduraba en mi memoria con la frescura de un acontecimiento reciente, había sido tan real como la nave que habitaba, o las infinitas estrellas que se divisanban desde sus ventanales. Tras recordar, lloré durante horas, desesperado por la pérdida del paraíso y atormentado por su recuerdo.Todo perdido por un estúpido gesto de miedo, por una absurda reacción primitiva.
Vino a mi memoria un mensaje recibido en la nave muchos ciclos antes del accidente, de una civilización que se negó a mantener cualquier tipo de contacto con nosotros:
YA CONOCEN EL MISTERIO DEL ESPACIO TIEMPO, PERO NO SE CONOCEN A SI MISMOS.
TODAVÍA NO SON SERES LIBRES.
PROSIGAN SU VIAJE.
Aún habrían de pasar varios ciclos hasta que la frustración fue abandonando poco a poco mi mente. En cierto momento, ya llegando al hospital interestelar para entregar los cuerpos en suspensión de mis compañeros, caí en la cuenta de que había sido un ser privilegiado por haber conocido, aunque fuera esporádicamente, la sintonía perfecta del universo, todas las respuestas a todas las preguntas, esa paz que todo ser vivo busca, y que todo ser racional necesita para sentirse vivo y completo. Fue entonces cuando, desprendido por unos instantes de mi frustración y mis miedos, me sentí conectado nuevamente con los seres de los hologramas. Fueron apenas un par de segundos, y sólo recibí de ellos una cálida sonrisa de benévola comprensión, pero fue suficiente.
Posiblemente sean los dos únicos segundos de libertad que he conquistado por mi mismo a lo largo de toda mi existencia.
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LA NIEVE
“Abran, policía”, gritaron los agentes antidroga peruanos, golpeando la puerta de la chabola de las afueras de Lima.
“Ya va”, contestó una voz de anciana desde el otro lado de la puerta.
Al abrir, la abuela Laura se encontró con tres gigantes pertrechados como si fueran a la guerra, mientras una docena de ellos rodeaba la casa.
“Buenos días, señora. Buscamos a Darío Martínez Roulo.”
“Sí, es mi nieto, pero está de viaje, salió esta mañana. Ahora trabaja de científico”, dijo la anciana orgullosa.
“Así que científico . . .” contestó con tono irónico el que parecía oficial del grupo.
“Sí, mi nieto trabaja en el servicio meteorológico, debe ser investigador, porque me ha dicho que va a llevar nieve(*) a Europa, aunque no entiendo para qué, si allá están con una ola de frío . . . cosas de científicos. Siempre ha sido muy curioso, desde niño. Ha salido esta mañana de viaje hacia Madrid.”
Los policías sonrieron mirándose entre ellos: “Sí, muy curioso su nieto. Seguro que al llegar a Europa le estarán esperando con los brazos abiertos, ya nos encargamos nosotros de avisar allá para que tenga un buen recibimiento.”
Varios meses después, cuando la abuela Laura fue a visitar a la prisión a su nieto Darío, ya repatriado, y le contó con todo detalle e inocencia lo sucedido, éste se encontró con una situación tan inesperada como frustrante: por primera vez no podía hacer pagar con su vida, como ya había hecho en dos ocasiones anteriores, a la persona que le había metido en la cárcel. Esta vez, además, esa persona no confesaba su traición después de horas de tortura, sino mirándole a los ojos con una mezcla de cariño e incomprensión en su rostro.
“¡Cómo son esos españoles! Así que te metieron en la cárcel sólo por no tener visa, a pesar de ser un científico. No respetan nada”.
(*) Nieve: una de las formas que se usan en argot para llamar a la cocaína.
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FICCIONES
Un grupo de niños empieza una batalla de bolas de nieve aprovechando las primeras nevadas invernales de Alemania. Al rato se le unen unos adultos, familiares y vecinos de los niños, y poco después hay montada tal pelea y tumulto, que tienen que acudir al lugar varios coches de policía a poner orden y llevarse a unos cuantos detenidos.
Un noruego, jefe de una empresa, exige a sus empleadas que luzcan un brazalete rojo cuando tengan la regla. El tipo ha roto todas las reglas del modelo social noruego.
Un hombre se traga un altavoz para promocionar su tienda de música. El original sistema publicitario resultó, desde luego, muy sonado.
Otro pide que le entierren con su teléfono móvil y que le llamen después de muerto, por si acaso. Esta moda comienza a ser un problema por el reciclaje de las baterias. La estupidez humana, sin embargo, parece ser, biodegradable.
Una gallega se proclama propietaria del sol ante notario. Como buena gallega, no hay quien la apee de la burra. Mientras, el sol, que ella dice que es suyo, sigue a lo suyo.
Joseph Guiso, un joven australiano, se ha casado con su perra Honey. Todo en la historia es un tanto desconcertante, especialmente las declaraciones del novio, ya marido, tras la boda: "La amo de verdad y por eso no tendré relaciones con Honey". Así fue como me enteré de que me he pasado media vida perdido en vulgares amores humanos . . . y sin amar de verdad.
La prensa británica le ha bautizado como "el peor equipo de fútbol del mundo". Se llama Madron F.C., juega en una modesta liga inglesa y encajó en un partido 55 tantos. La cosa va mejorando, porque en los dos últimos partidos, sumados, sólo les marcaron 49 goles.
Por último, un estudio, hecho por una profesora alemana, asegura que ver tetas durante diez minutos puede hacer que los hombres mayores de cuarenta años vivan cinco años más. Yo pensaba que era un estudio hecho por adolescentes, pero no, es una respetable y presumiblemente bien dotada profesora alemana. Desde ahora sí que se puede decir eso de que: “No es vicio, es ejercicio”. Por resumir, según ella, si ven tetas de infarto, tienen menos infartos. Sigo buscando donde incluir tan saludables diez minutos en mi agenda . . .
Estas y mil cosas más han sucedido en el mundo durante la última semana. Lo de que “la realidad supera a la ficción” ya hace tiempo que está superado.
Guerras de “pacificación”, pacifistas a golpes con la policía, censores que censuran al tiempo que critican a otros censores, gobiernos que gobiernan pero no deciden, productos etiquetados de ecológicos que sólo tienen de tales la etiqueta, dedos que señalan determinados lugares donde se violan los derechos humanos, pero sólo algunos, mientras se ignoran o justifican otros mucho peores, regateos para ver quien pone un parche ecológico en un planeta que se hunde, etc. etc.
Y hay más, mucho más: Personas que se tienen por muy racionales y equilibradas, capaces de engañar a sus vecinos por unos euros, pero que admiten con sumisión que les roben miles sin decir nada, que se indignan infantilmente si nieva demasiado y el gobierno no ha tomado las medidas suficientes, prohibir más nevadas, por ejemplo, pero que acatan indiferentes leyes que recortan drásticamente sus derechos civiles.
Madres que le dicen a gritos a su hijos mientras les golpean: “Te he dicho mil veces que no se grita, y que no le pegues a tu hermano”.
Curas que susurran, melodiosa y sospechosamente: “Como decía Nuestro Señor: Dejad que los niños se acerquen a mi . . .”
Deportistas y actores que ganan más dinero en un día más que una familia a lo largo de toda su vida en el Tercer Mundo.
Sumos sacerdotes en carísimos viajes de negocios, mientras invitan al mundo a combatir la pobreza.
Dictadores escupiendo la palabra “libertad” en cada frase, etc.
Y si falta alguien en tan grotesca obra, para completar la parodia siempre encontraremos como voluntarios a políticos, banqueros, sacerdotes, y demás enfermos sociales, esos que siempre dicen hacer cuanto hacen por vocación.
Personalmente, el modelo de individuo que me parece más de esta época, y fiel reflejo de la misma, creo que es el votante de políticos corruptos, ese paladín de la sinceridad ciudadana, que reconoce con su gesto, sin el menor reparo: “En su lugar, yo haría lo mismo . . .” Dará mucho trabajo a historiadores y sociólogos del futuro.
Pero si no le parece suficiente, eche un vistazo a su alrededor, o a su misma vida cotidiana, y si aún le queda capacidad de asombro, observe con atención cuanto dice ser y cuanto es en realidad cada persona, cuanto dice que hará y cuanto hace, que ideas dice respetar y cuales lleva luego a la práctica. Pero obsérvelo a distancia, y tenga mucho cuidado de no emitir un juicio o una crítica, no le traerá nada bueno: ya todos habrán analizado y medido la paja que usted lleva en el ojo, y le puede ocurrir que se encuentre bajo una lluvia de vigas.
Pero no se agote observando ni analizando, porque posiblemente no le servirá de mucho, usted también participa de esa locura colectiva, y se autoengaña a cada momento, y cuanto menos crea que lo hace, más evidente resulta que está en ello.
Por cierto, ¿cuántas personas ha encontrado a lo largo de su vida que se reconozcan víctima del autoengaño o los prejuicios? Sí, le sobrarán los dedos de una mano . . .
Y después de este breve vistazo al florido campo de nuestra demencia colectiva, me atrevería a preguntar: ¿A qué nos referimos cuando decimos “ficciones?
¿Es que existe algo más . . . ?
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LA CASA DE LOS
ESPÍRITUS, LA SEMANA DE VACACIONES, Y PARIÓ LA ABUELA
Durante aquella extraña semana de vacaciones, cuando nadie lo esperaba, puesto que nadie nada sabía de su embarazo, que creían principio de obesidad, parió la abuela.
Tal revuelo se armó, que cada cual estorbaba yendo y viniendo intentando ser útil, parando ocasionalmente en su frenesí, para preguntarse, una vez más, a si mismo: ¿Cómo es posible? ¿Y quién es el padre, si el abuelo murió hace años?
Mientras la abuela paría, sin mucho ruido ni aspavientos, pues experiencia ya tenía la pobre mujer, los niños fueron recluídos, contra su voluntad, en uno de los dormitorios, y escuchando sus gemidos, decían los más pequeños: “Jo, que miedo, nos han traído de vacaciones a La casa de los espíritus”.
La abuela, siempre tan alegre, vivaz y dicharachera, parió durante aquellas vacaciones, la familia aumentó, y todos tuvieron que enfrentarse, menos el inocente y recién llegado protagonista, a un aluvión de dudas, preguntas e hipótesis sobre la paternidad del mismo, pues la abuela se negaba a desvelar el misterio. Así comenzaron mil rumores, quinielas y habladurías sobre los pícaros jubilados que hacía tiempo la rondaban, y con los que solía pasear por la playa, viendo lo que creían bucólicas e inocentes puestas de sol.
El otro misterio, cómo era posible que se hubiera quedado embarazada una mujer de 72 años, parecía, curiosamente, importar menos a la desconcertada familia . . .
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DOS ESTATUAS
PARA UNA BIBLIOTECA
Flanqueando la fachada de la Biblioteca Nacional de Montevideo hay dos estatuas
de bronce: una de Sócrates y otra de Cervantes. La de éste último puede parecer
imprescindible en cualquier biblioteca hispana, pero no es tan evidente su
ubicación aqui, pues Uruguay, como todos los países hispanoamericanos, basa
buena parte de su identidad en la mayor negación posible de todo lazo con la que
fué metrópoli colonizadora durante tres siglos, y se podía haber elegido la de
cualquier escritor o escritora nativo, que hay muchos y muy buenos. Más me llamó
la atención la elección de Sócrates, entre tantos filósofos de todas las épocas
como surcan la historia universal.
De vuelta al hotel, fui hilvanando mentalmente la lista de posibles candidatos a tan honorífico lugar, y a cada paso, ésta se hacía más y más amplia, hasta que, repentinamente, caí en la cuenta: No se trataba de elegir tan sólo un filósofo y un escritor universales, sino de resumir el saber humano en dos estatuas, todo un reto, y . . . ¡carajo, qué bien elegidas están!
Uno llegó a tal grado de sabiduría, que pudo afirmar, ya en su vejez:”Lo único que sé es que no sé nada”, y basó todo ese saber en el arte de preguntar, de cuestionar cualquier idea, incluídas las propias, ¿se puede llegar más lejos en el accidentado arte de aprender?
El otro, por su parte, se atrevió con algunas verdades evidentes, y como tales, incómodas para la mayoría, por lo que tuvo que disfrazarlas de humor y ponerlas en boca de un pobre e ingenuo loco, para proteger tanto su vida como su mensaje.
La Avenida 18 de julio es una de las principales de Montevideo, algo así como la Gran Vía para Madrid, en la que sólo recuerdo una librería, la Casa del Libro. Aquí, mientras camino, voy contando: una, dos . . . cinco, siete, y no he recorrido ni la mitad de la avenida . . .
No sé si los uruguayos leen mucho, o es que todos están vendiendo todos sus libros, pero no puedo evitar la comparación con la capital de España, que dejó de ser capital con sed de cultura cuando fue invadida por aquellos seres que usaron las piezas del Museo de Ciencias Naturales, uno de los mejores de Europa hasta ese momento, como combustible para calefacción, aquellos seres tristes a los que el pueblo madrileño, creyendo ingenuamente poder parar obuses con ilusiones, gritaba: “No pasarán”.
No puedo evitar la comparación, que por un lado me enorgullece y por el otro me avergüenza, lo que suele ocurrir cuando se tiene el corazón partido entre dos quereres . . .
No puedo evitar la comparación y me digo, a modo de esquizoide consuelo: “Claro, con esos dos sabios centinelas a la puerta de su biblioteca, ¿quién puede doblegar el ansia de saber de un pueblo . . .?
Nekovidal 2010 –
nekovidal@arteslibres.net
*LA ESCUELA Nº
70
“Día tras día, se niega a los niños el derecho a ser niños. Los hechos, que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana. El mundo trata a los niños ricos como si fueran dinero, para que se acostumbren a actuar como el dinero actúa. El mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ni ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera.
Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños.”
(“Patas arriba. La escuela del muno al revés”. Eduardo Galeano)
Tenía que pasar por la Avenida Agraciada por cuestiones de trabajo, y me dije: voy a acercarme a ver como está la escuelita . . . y no estaba, en su lugar, había una comisaría . . .
Me acerco a los policias y les pregunto: “Hace más de treinta años que la Escuela Nº 70 ya no está acá, ahora, está ahí, a la vuelta . . .”, me dicen.
A la vuelta me encuentro un edificio moderno de ladrillo, un patio amplio, una construcción que sólo recuerda a mi escuela en el barullo de los niños, idéntico al de entonces, como será idéntico mientras haya niños sobre la Tierra.
Pienso: ¡Qué extraña y exacta metáfora! Debió ser en tiempos de la dictadura cuando la escuela pasó a ser comisaría, y debió ser después de esa oscura etapa cuando se construyó al lado la nueva escuela, como se construyó un nuevo Uruguay, que recién ahora ha conseguido crecer y volver, poco a poco, a su pujanza anterior al delirio de los miedos.
En esa escuela conocí a la mejor directora y profesora que he encontrado en mi vida: una señora ya mayor, soltera, que no solterona, porque realmente tenía tantos hijos como niños pululábamos por allí, una mujer a la que sólo una vez oí gritar y fue para decirle a una subordinada, a otra profesora, que se había atrevido a devolverle una bofetada a un alumno que la había agredido antes a ella, que nunca, nunca, se debe pegar a un alumno, sin importar cuales hayan sido las circunstancias.
He conocido cientos de profesores a lo largo de mi vida, y otros tantos estudiantes de magisterio que luego llegarían a serlo, pero nunca encontré una persona que comprendiera tan profunda y consecuentemente la importancia de la enseñanza para una sociedad. Sólo al cabo de muchos años, y en la ficción, hallé un personaje parecido en el maestro que interpretaba Fernando Fernán Gómez en la película “La lengua de las mariposas”, basada en el relato del mismo título, de Manuel Rivas. Quiero creer que su final, el de la directora, durante la dictadura, no fue tan cruel como el del maestro libertario español de aquel personaje, a pesar de que la dictadura depuró, o sea, expulsó, al cuarenta por ciento de los maestros uruguayos, demasiado progresistas para el gusto del régimen.
Pero no era sólo ella, en esa pequeña escuela parecían haberse reunido, casualmente, o no, un buen conjunto de genios o ángeles de la pedagogía.
No habría más de cuatro o cinco niños conflictivos, como en todas las escuelas, los pequeños matones del patio, grandullones repetidores a los que todos temíamos, y que a duras penas podían controlar los profesores, pero con los que, lejos de aplicar castigos, vertían paciencia a raudales.
Por poner un ejemplo, en la clase de música, que consistía en reunirnos a todos en un patio cubierto en torno de un piano para cantar, con mayor o menor fortuna, se encontró la profesora de canto con uno de esos niños que saboteaba constantemente la clase, dando gritos que añadían desorden a nuestras ya desordenadas voces, al tiempo que molestaba a los niños de alrededor. Lejos de castigarle, se acercó y le dijo: “Tú tienes una voz especial, diferente, desde hoy, te voy a nombrar mi ayudante.” y desde ese día el niño pasaba las clases al lado del piano, mientras la profesora tocaba, solucionándose así el problema, aunque se negó a cantar, a lo que ella dijo: “No importa, no cantes si no te apetece, como eres mi ayudante, por favor, pasa las hojas de la partitura . . .” Al cabo de un par de semanas el niño conflictivo, aburrido de pasar hojas, empezó a cantar, tan mal como casi todos los demás, pero cantaba, y ya no molestaba a nadie . . .
Aquella escuela era el paradigma del sistema educativo uruguayo, fundado a finales del siglo XIX por José Pedro Varela, que consiguió arrebatar el monopolio de la educación a la Iglesia. Tenía y aplicaba, gracias a unos principios democráticos reales, y a esa encantadora directora, todas las técnicas educativas y actividades, salvo la informática, que aún hoy en día son exclusivas de los colegios privados más caros y privilegiados del mundo, y todo se hacía con ganas, con alegría, con imaginación y materiales modestos: había títeres, que hacíamos los niños con pasta de papel, clases de biología, a base de recoger hojas en los parques para estudiarlas luego, o de sembrar y ver brotar las semillas sobre algodón en tapas de lata, deportes y juegos, excursiones, teatro, música, etc. etc.
Ya no existe la Escuela Nº 70, ahora es un moderno edificio con docentes que tendrán, me temo, más medios que vocación. Ya no existe esa escuela, una más entre tantas similares de un sistema educativo que tenía como premisa inamovible una educación “Laica, igualitaria y gratuita”.
Ya no existe la escuelita, más que en mi recuerdo y en el de quienes pasamos por allí, pero, ¿quién, salvo la muerte, podrá borrarla de mi memoria . . .?
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LA ADIVINANZA
INDESCIFRABLE
Te demuestran científicamente que cada decisión que tomas es, en realidad, una acción previa a tu voluntad, una acción que tu cerebro, la materia,toma por si mismo unos milisegundos antes de que tú decidas hacer o decir algo, y que esa decisión es consecuencia de todos y cada uno de los actos previos de tu existencia, y obviamente de todas las vidas anteriores que han dado lugar al inicio de la tuya.
Por otra parte, te demuestran, también científicamente, y mediante varios y diferentes experimentos, que tu mente puede alterar la materia, y que tiene un potencial enorme y asombroso para hacerlo.
Luego, ¿existe o no existe el libre albedrío y, por tanto, la libertad?
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net

ESTEBAN
Daniel creía haberlo visto todo en, al menos, dos temas, política y relaciones de pareja, pero la vida pronto se encargaría de demostrarle cuán equivocado estaba.
A Teresa la había conocido, como suele ocurrir, casualmente: no se sentía atraído físicamente por ella, pero la aparente coincidencia ideológica le empujó a ofrecerle cuanto creía que más necesitaba ella en esos momentos turbios de su separación matrimonial: amistad, comunicación y sexo, pues era evidente que de las tres cosas tenía grandes carecías.
Temiendo poder herirla sin querer, le planteó claramente desde el principio sus intenciones, que no pasaban por formar pareja, algo que posiblemente no volvería a plantearse hasta la vejez, completado ya su ciclo vital con la madurez de sus hijos y su separación. Ella aceptó, autodefiniéndose como una mujer de mente muy abierta y progresista en todo tipo de cuestiones.
Todo parecía ir bien, parecía irse gestando una sólida y sincera amistad, tal vez algo sobrecargada por los constantes mensajes de ella, que pareció enamorarse como una adolescente.
Daniel intentó entonces mantener cierta distancia, no era normal tal bombardeo de emails, llamadas y mensajes tras una noche juntos o una comida, pero creyó que ella tenía derecho a disfrutar de una relación que, según ella misma había afirmado, era algo que ni había podido imaginar que pudiera sucederle.
Los días fueron pasando, y todo transcurrió en calma hasta que Teresa empezó, sin consulta previa, a llevar cajas con sus objetos personales a casa de Daniel.
“Por favor, no traigas más cosas”, le rogó él, y entonces se desató lo impensable: Aquella mujer de ademanes suaves y hablar pausado, se fue transformando de repente en un ser completamente diferente, que nadie podría imaginar que se encontrara dentro de ella: emails y mensajes telefónicos con insultos y hasta amenazas pasaron a ser cotidianos, y cada paso que daba él para alejarse de la surrealista situación significaba un nuevo ataque, más insultos, más ira descontrolada ¿cómo era posible?
Daniel releyó varias veces los primeros emails iracundos enviados por ella, ese salto del amor posesivo, absorvente, de lluvia de mensajes empalagosamente románticos al insulto continuo, agresivo, sin límite alguno. Fue entonces cuando Daniel dijo: “Se acabó”.
La invitó a dejar la incipiente relación, a conservar, al menos, la amistad, pero fue en vano. Cada día era peor que el anterior, y el acoso pasó a dirigirse hacia los hijos de él y a la manipulación de los amigos y conocidos comunes, que iban cayendo, si no todos, casi todos, ante sus muy refinadas técnicas de manipulación, que, según ella, había aprendido en varios cursillos del partido político en que militaba.
“Te voy a demostrar lo que soy capaz de hacer”, le dijo un día, sin que él supiera de que hablaba. Poco después apareció en una fiesta con motivo de la presentación de un libro exultante, hiperactiva, cantando y recitando poemas, e involucrando a casi todos los que la rodeaban. “Esto se llama manipulación de masas” le escribió al día siguiente, sin un ápice de vergüenza, a pesar de que las personas que alli se encontraban eran, o se suponía que eran, sus amigos.
Luego vino otro torrente de mensajes a la hija de Daniel, un límite que éste creyó que nunca traspasaría, pues se había comprometido a no hacerlo. Los mensajes eran inocentes, sin ningún ataque directo, con la única intención de atar todos los lazos posibles en torno a él, pero los hijos debían quedar al margen, debían ser respetados por encima de todo, y ya era la segunda vez que Teresa pasaba ese límite . . . Daniel empezó a sospechar que algo mucho más grave de lo que parecía se escondía detras de ese comportamiento.
Lo que siguió, superó a cuanto la imaginación pueda concebir, quien quisiera saber detalles no tenía más que ver la película “Misery”, salvo la agresión física, todo parecía seguir paso a paso el guión cinematográfico.
Aquello ya se había transformado en una absurda pesadilla cotidiana cuando, una mañana, al salir de su casa, Daniel fue abordado por un hombre nervioso y tembloroso, que se presentó como Esteban, el ex marido de Teresa . . . y entonces todo empezó a cobrar sentido.
El hombre se fue tranquilizando y, mientras tomaban un café, fue desgranando una historia asombrosa: Como Daniel ya había comenzado a sospechar, la agresiva y extraña actitud de ella no era algo nuevo, era la actitud que había mantenido hacia Esteban a lo largo de más de veinticinco años de matrimonio: la aparentemente apacible Teresa se transformaba, a veces por un apequeña frustración, por no poder conseguir un capricho, y otras veces sin ninguna razón, en un ser cruel y agresivo, en una auténtica maltratadora y, lo más asombroso, o tal vez lo lógico para su mente enferma, acusaba a su víctima exactamente de todo cuanto hacía ella: Esteban era el maltratador, el egoísta, el agresivo, exactamente como había comenzado a acusar a Daniel tras su negación a continuar la relación con ella . . .
Esteban le dijo que quería conocerlo porque, de igual forma que durante semanas, Teresa le había hablado tanto de él, torturándole a base de comparaciones en las que siempre le degradaba, cayó luego en un extraño silencio que empezó a preocuparle.
Daniel escuchaba la historia de Esteban con una mezcla de asombro y lástima . . . era la historia patética de un hombre, que, como tantas personas, cree que amar significa soportar estoicamente los golpes, errores, caprichos e injusticias de otra persona, sin comprender que así no se hace más que agravar su problema.
El único rayo de luz en aquella historia fue cuando le contó que había conocido otra mujer, una amiga que tal vez llegara a ser algo más en el futuro, pero que le daba miedo meterse en una nueva relación. Porque, decía, no había olvidado a Teresa, la fuerza de la costumbre, tal vez, quería ayudarla, y todavía no estaba seguro de si la seguía queriendo o no, o si la había llegado a querer alguna vez . . .habian sido muchos años juntos.
Daniel le aconsejó que siguiera adelante, que intentara rehacer su vida y ser feliz, que comprendiera que no se puede ayudar, por muy buena voluntad que se tenga, a quien ha llegado a enfermar hasta el extremo, no ya de no reconocer su problema, sino de proyectarlo en todo quien encuentre y no acepte su forma enfermiza de ver la vida, que el primer paso, si alguien podía darlo, era ella, y si no, no había nada que hacer.
Terminaron sus copas y Daniel observó como se alejaba cabizbajo. El pobre Esteban, pensó, era un gato escaldado que huía del agua fría. Tal vez estuviera dejando pasar de largo la última oportunidad de su vida de formar pareja con una mujer sana, buena y sensible. Tal vez ya ni podía imaginar, como tantos hombres y mujeres, como tantas personas maltratadas, que es posible la felicidad, y que esta es, en ocasiones, mucho más simple, hermosa y fácil de alcanzar que cuanto podamos imaginar. Sólo basta perder el miedo.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
CUANDO DIOS ERA MUJER…
Cuando dios, cualquiera de ellos, era mujer, el
mundo era cálido y acogedor, las guerras se resolvían evitándolas y los
conflictos casi nunca llegaban a guerras. Pero el mundo, que permaneció así
durante milenios, no parecía, según decían los hombres, evolucionar, prisionero
de la naturaleza, al tiempo que cautivo de una armonía incómoda para quienes no
sabían reconocerla y crecer bajo ella.
Mientras dios era mujer, el hombre se sintió esclavo de su frustración por no
poder ser semillero de vida y sus miedos apenas le permitieron ver su papel de
indispensable semilla.
Y dios se hizo hombre, pero no bajó a la tierra, pues ya la habitaba.
Cuando dios se hizo hombre, como todo esclavo, guardaba el rencor de siglos, y
como todo esclavo que rompe sus cadenas, volcó sobre su amo todo su odio y
desprecio: hizo de la mujer un objeto, evitando la responsabilidad de mirarla
como a un igual, transformó sus miedos imaginarios en cadenas reales, que la
mujer habría de arrastrar sin derecho a réplica y, en ocasiones, sin derecho a
súplica siquiera.
Cuando dios se hizo hombre, pareció que el ser humano evolucionaba: nacieron los
estados, las ciudades y el comercio y con ellos las guerras, el orgullo sin
dignidad y una demencial idea de honor que se lavaba con sangre. A tal extremo
llegó la locura cuando dios se hizo hombre, que muchas mujeres se hicieron
cómplices de ella, enseñando desde la cuna a sus hijos a perpetuar su arrogancia
y sus miedos y a sus hijas a doblegarse ante el macho miedoso.
Y el mundo enfermó . . .
Un día, alguien pensó que tal vez dios, cualquiera de ellos, no debía ser hombre
ni mujer o que, mejor aún, podía ser ambos sin que hubiera en ello contradicción
alguna.
No hace mucho, al principio de los tiempos del final de la esclavitud de la
mujer, algunas dijeron ¡basta!, otras muchas les siguieron y hasta algunos
hombres comprendieron el mensaje. Se empezó a oír y sentir la palabra igualdad.
De entre esas mujeres, algunas hicieron uso de la grandeza de su naturaleza
femenina e invitaron a todos a vivir esa armoniosa equidad, a creer y crear un
nuevo dios que no fuera hombre o mujer, sino simplemente humano. Otras, heridas
por los golpes recibidos, transformaron en odio su dolor, como antes hiciera el
hombre, y reclamaron el derecho a la venganza, cayendo en el mismo error,
repitiendo las mismas injusticias que habían padecido.
Pasó el tiempo, y mientras en algunas partes los más elementales derechos eran
reivindicados con más de un siglo de retraso, en otros, los bien alimentados
pero emocionalmente famélicos jóvenes primermundistas, olvidaban el esfuerzo de
sus abuelas y renunciaban a buena parte de lo justamente conquistado.
Nadie parece encontrar su lugar en el mundo: ni las chicas, aceptando un
neomachismo simplón, ignorante y peligroso, ni los chicos, tan desorientados
como cobardes ante la nueva situación.
El camino en pos de una legítima igualdad que nunca debió ser cuestionada va
dejando una senda de sangre y dolor, en la que sólo puede consolar a quienes ven
caer a sus seres queridos el saber que su muerte no lo fue en una estéril guerra
de codicia tan sólo, sino que ha contribuido, con una heroicidad que a nadie
podemos pedir ni desear, a dar un paso más en pro de un futuro mejor.
El tiempo, eterno maestro que cura heridas tanto como deja cicatrices,
conseguirá algún día equilibrar al fin la extraña dicotomía de nuestra especie,
que parece ser capaz de estudiar, cuestionar y aprender todo, menos su propia y
contradictoria naturaleza interior.
Nacerá así el último dios, el que no se planteará siquiera si es hombre o mujer,
el primer dios que sea, ante todo, humano. Un último dios que será el primero
que sepa realmente amar, ese bajo cuya luz esperemos que vivan algún día
nuestros descendientes.
nekovidal@arteslibres.net

AMORES QUE MATAN: GATO ESCALDADO DEL AGUA FRÍA HUYE
“Demuéstrale a un sabio que se equivoca y te lo agradecerá toda la vida, demuéstraselo a un necio, y te odiara toda la vida”
(Luis Zárate)
Le decía recientemente a una conocida que, sobre el tema del maltrato, me niego a escribir, mientras se hable sólo de maltrato a la mujer, hasta que los grupos que dicen querer combatirlo no cambien el término“mujer” por “personas” o “seres humanos”, y mi razón es de justicia matemática, me explico: Se sabe que entre los humanos, como en cualquier especie de mamífero, el porcentaje de homosexualidad, tanto en hombres como en mujeres, es de, aproximadamente, un doce por ciento.
Pues bien, el porcentaje de hombres maltratados por sus parejas se calcula en un diez por ciento , sin dejar nunca de lado el hecho de que la mujer es, también matemáticamente, la principal víctima, y que es completamente inexcusable la actitud de esos machos brabucones, que no merecen al apelativo de hombres.
Si hemos hecho decenas de justas leyes para proteger a esa minoría homosexual, cuyo único delito es tener una tendencia o gusto diferente al mayoritario ¿por qué hemos de condenar al ostracismo a esa otra minoría maltratada?
Lo que vengo a plantear es:¿Tanto cuesta incluír a todas las personas en ese intento social de protección, mediante el simple hecho de usar correctamente las palabras? ¿Qué empuja a ciertas mujeres a negarse a utilizar los términos “personas” o “seres humanos” en vez de “mujeres”?
El año pasado escribí un texto sobre el tema del maltrato, que reenvío a continuación de éste. Lo he releído y sigo pensando exactamente igual, no me retracto de nada, pero este año, voy a escribir sobre ese diez por ciento de hombres maltratados, por mucho que les pese a esas pseudofeministas que pretenden combatir una injusticia para imponer otra similar con que compensar carencias, frustraciones y represiones personales, mujeres que muy poco interés tienen, en el fondo, en fomentar la igualdad en la sociedad. Me recuerdan mucho a los estalinistas, que decían querer imponer una dictadura para combatir otra, y de todos es conocido el nefasto y macabro resultado.
Creo que la mujer o el hombre verdaderamente libres abogarán siempre por la igualdad, no por la venganza, buscarán y perseguirán un mundo donde los hombres sepan enriquecerse del mundo femenino y viceversa, no donde el enfrentamiento y el rencor terminen aparentemente con una injusticia a la vez que van colocando los cimientos de otra.
Siempre he sido acérrimo partidario de la igualdad y la protección de la mujer, desde mi primera juventud, cuando aún apenas se hablaba de ello, cuando a pocos nos interesaba el tema y, desde luego, no estaba de moda. Fue entonces cuando ayudé en todo cuanto estuvo en mi mano a las compañeras de Mujeres Libres, de los grupos más combativos del momento por esa causa, pero que nadie me pida leña para echar en el fuego de sus miserias personales, usando como disculpa el terrible dolor cotidiano de miles de personas, mujeres y hombres.
Es la igualdad y el conocimiento, no el rencor y el fanatismo, lo que nos hará, tanto a hombres como a mujeres, realmente libres.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
AMORES QUE MATAN . . . DE ABURRIMIENTO
LA FUENTE DE LOS CANDADOS
No sé donde comenzó esa curiosa costumbre, pero Montevideo también tiene una fuente, a la que llaman Fuente de los Candados, que creo recordar que en otros lugares es un puente, o una farola, o cualquier objeto donde se pueda colocar un candado de tal forma que quede allí, pretendidamente, para la eternidad.
Se supone que cada candado expresa y simboliza el amor irreductible, al menos en el momento de su colocación, de alguna pareja, que suele grabar, a veces torpemente, sus iniciales en ellos.
Pero yo me pregunto: ¿Es un candado el objeto más apropiado para expresar una relación amorosa entre dos personas?
Me viene a la memoria esa leyenda, atribuida a una tribu de indios americanos, que contaba como dos jóvenes enamorados, preocupados por conservar su amor para siempre, y temerosos de perder cuanto estaba recién comenzando, fueron a consultar, al más anciano y sabio de la tribu, sobre la forma de evitar que algún día pudiera romperse la unión entre ellos, que en ese momento se les antojaba eterna.
El anciano encargó a cada uno de ellos capturar un ave, y luego, una vez que estuvieron ante él con ellas, les invitó a unirles las patas mediante una soga y dejarlas libres. Al intentar volar, ambas se entorpecían mutuamente su camino, con lo que acababan siendo prisioneras de esa unión.
“De igual forma, les dijo el anciano, si intentáis encadenar vuestras vidas, ninguno de los dos podréis conservar vuestro amor”. “Vivid juntos en libertad, y si cada día elegís libremente estar el uno al lado del otro, esa será la mejor forma de conservar vuestro amor para siempre.”
La pareja, previsiblemente, si comprendieron la lección que pretendía enseñarles el anciano, envejecieron juntos y felices.
Mirando la fuente, plagada de candados, algunos nuevos, otros ya oxidados, pensaba en cuál sería un buen símbolo de la unión, del enamoramiento entre dos personas, pues un candado, por muy de moda que se haya puesto, me parece un tanto grotesco, posiblemente por recordar a los siniestros cinturones de castidad medievales.
Tal vez es que me falta un punto de romanticismo postmoderno, pero yo apostaría por algo más ligero y abierto, tal vez, simplemente, una cuchara.
En algunos pueblos celtas, en Gales, concretamente, el novio tallaba con paciencia y esmero una bonita cuchara de madera, que entregaba a la novia en el momento de proponerle vivir juntos. Podemos creer, poéticamente, que no sólo se comprometía, al entregarla, al sustento material, sino al espiritual, mediante la compañía, la comprensión y el diálogo compartidos diariamente.
Por otra parte, una cuchara se puede doblar fácilmente por su mango para ser colocada en una fuente o un puente, pero claro, también se puede desdoblar, pero para eso inventamos los humanos, desde tiempos ancestrales, al tiempo que la unión, la separación, pues una vez pasada la fase inicial de enamoramiento, de alucinación hormonal, es cuando viene el verdadero examen, que la mayoría suele pasar con trampas, cayendo en la rutina, la desidia y el autoengaño, que les lleva a irse marchitando poco a poco en solitaria compañía, por no haber sabido cuidar con verdadero amor el día a día de la convivencia.
Y es que es tan fuerte la capacidad de ilusionarnos que tenemos los humanos, que hasta de ilusión nos ilusionamos, y de igual forma que vivimos cada momento creyéndonos eternos, y olvidando la provisionalidad de todo, olvidamos que algo tan serio y vital como los sentimientos se debe regar y cuidar cada día, e ir construyendo con tesón y paciencia, buscando y hallando en la pareja elegida, pretendidamente para siempre, o para un solo día, cuanto de mágico tiene la condición humana. Lo contrario sólo traerá frustración o mentiras, ambas más o menos compartidas.
Los pocos afortunados que alcanzan ese nivel de sintonía con otra persona saben muy bien de que hablo, saben que es entonces cuando lo inexplicable cobra sentido, porque no es, al final, esa falsa mística del amor, sino la amistad, la empatía en toda su majestuosidad, la que hace que valga la pena compartir un segmento de eternidad con determinada persona, haciendo del cariño el mejor cariño, del sexo el mejor sexo, y de la compañía la mejor compañía.
Todo ello estará, sin importar cuanto dure, muy por encima de obsesiones posesivas, miedos, hipocresías, contratos sociales y matrimoniales, o cualquiera de las farsas con las que, llamándolas amor, muchos pretenden en vano llenar sus vidas, matándose así mutuamente, a veces culminando en la locura de un asesinato y las más, en la muerte espiritual por soledad y hastío.
Sé muy bien que mi propuesta de la cuchara no será muy bien acogida por los fabricantes de candados, que seguro que tienen el beneplácito y la bendición de los sacerdotes de muchas religiones, esos que gritan iracundos: "Lo que Dios une, no lo puede separar el hombre", mientras hipócritamente dan consejos sobre educación sexual al tiempo que hacen, teóricamente al menos, voto de castidad.
Pero por mucho que les moleste a cerrajeros y sacerdotes, la cuestión es que a ninguno de esos señores les he prometido amor eterno, porque sé que a lo más que podemos aspirar, es al aprendizaje continuo, y porque sé, y creo que de todos debería ser bien sabido, que, en cuestión de eso que llamamos amor, no hay nada más estúpido y destructivo que una mentira.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
CORAZÓN DE
CHOCOLATE Y RECUERDOS
Siento en mis pies la roca impenetrable de estas calles
y una sombra impertinente que me dice: es sólo roca.
Siento la cresta altiva de los brotes verdes de los árboles
y una tosca voz incómoda que repite: son sólo árboles.
Me empapa la quietud de estos amplios parques solitarios,
que en ojos ciegos se ven sólo como vacío espacio perdido.
Me esclaviza hoy el recuerdo de aquella pequeña escuelita,
donde la terca razón sólo vería piedras, libros y tosco olvido.
Me acusa el ayer de aquel esquivo y rebelde niño travieso,
señor ligero del parque, ruidoso y torpe ladrón de nidos.
¿Qué importa el nombre de la ciudad cautiva?
¿Qué importa si es sólo roca, árboles y ruido?
Si el amor es tan sólo calor y miedos compartidos,
y siendo sólo eso, todo lo puede, crea y derriba.
Tal vez venga algún día a mi la traicionera memoria
a ponerme su negra y cruel máscara de negro olvido,
a intentar robarme esa calle, ese parque, esos nidos,
eso que ayer lo era casi todo, esos juegos, mi destino.
Pero nadie puede robarte cuanto de niño amas,
porque amando se ablanda la roca, brota el árbol,
es cálida la piel, es dulce el recuerdo, todo es vida,
que rehuye libre, pura y eterna, las garras del olvido.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net

FÚTBOL CALLEJERO
Cuando se trata de hablar de fútbol, especialmente en Uruguay, ¡qué difícil resulta escribir sobre el tema!
Uruguay es fútbol, fútbol y política, habría que decir, pues ambas son las pasiones de cualquier uruguayo, porque ambas se viven, sienten y padecen, desde la más tierna infancia, cuando tus padres te regalan la primera camiseta de su equipo, que pasa automáticamente a ser el tuyo, hasta que, en la adolescencia, te liberas, en ocasiones, del yugo futbolístico paterno.
No voy a decir cuál ha sido desde niño mi equipo, porque sé que automáticamente, la mitad de los uruguayos pasarían a mirarme como adversario o incluso enemigo, al tiempo que la otra mitad estarían dispuestos a partirse la cara por defenderme, sólo porque somos del mismo cuadro, del mismo equipo, sólo por eso.
Cuando era niño, mi tío, de un equipo contrario al mío, intentó tentarme a dejarlo a cambio de comprarme el equipo completo, camiseta, pantalón, botas y balón, pelota como dicen aqui, del suyo.
Fue tremendamente tentador, en aquella época, tener eso era un lujo, y sólo un balón de cuero era capaz de comprar cualquier voluntad infantil.
Fueron semanas de duda y desasosiego: “Dejá ese equipo de negros y bichicomes muertos de hambre”, me decia arrogante, enseñándome la camiseta reluciente del suyo, que ya había comprado, convencido de mi claudicación. Pero dije no, una y otra vez dije no, y supongo que esa actitud, que por una parte me honra, me incapacita también para criticar con dureza a los hinchas que llegan a la locura por su equipo de fútbol.
Actualmente, y desde hace ya años, el fútbol apenas forma parte de mi vida, me gustaría de vez en cuando jugar un partido entre amigos, nada más, y sólo disfruto viendo ocasionalmente alguna final continental o ciertos partidos del mundial, donde tengo que repartir mis anhelos entre España, Uruguay y Japón.
Ayer, en la televisión uruguaya, en el mismo programa de noticias, había dos que mostraban la mejor y peor cara del fútbol: en la primera, un hincha de cierto equipo, no importa cual, mató a tiros a otro del equipo contrario tras una discusión futbolística. . . ¿cómo puede ocurrir esto en un país que se tiene y es, en varios sentidos, de los más cultos del continente?
Si no se ve y se vive desde aquí, no se puede comprender.
Poco después, otra noticia, también de fútbol: Eduardo Galeano aparece entregando medallas a los equipos infantiles ganadores de fútbol callejero, en un barrio popular montevideano.
¿Fútbol callejero? No se trata sólo de fútbol jugado en la calle, como hacíamos cuando éramos niños, dejando que las carteras del colegio hicieran de poste y midiendo la altura de la portería o arco sólo con nuestra imaginación, con las consiguientes e inevitables disputas, el fútbol callejero es más, mucho más.
Se trata de una modalidad relativamente reciente de ese deporte, donde los equipos no lo forman sólo niños o niñas, sino niños y niñas juntos, en equipos mixtos, como fiel reflejo de la vida real. Las normas no están escritas, sino que se acuerdan antes de cada partido y, lo más curioso, no gana el que ha marcado más goles, sino quien ha respetado mejor las normas acordadas. Lógicamente, esto da lugar a una asamblea previa al partido, para elegir entre todos las normas a seguir, y a un debate posterior, para dirimir qué equipo ha ganado, lo cual, curiosamente, no es, casi nunca, objeto de disputa.
Así se enseña y practica no sólo un deporte, sino todos y cada uno de los pasos para una convivencia pacífica entre las personas.
El fútbol callejero se va extendiendo poco a poco por todo el mundo, inundando los barrios pobres y no tan pobres de toda América Latina y África, y hasta en Noruega he oído que lo juegan. Es un semillero de esperanza, de la esperanza en que los niños y niñas de hoy, los hombres y mujeres de mañana, aprendan que, en la vida, más importante que ganar, que vencer, es compartir, disfrutar, respetar, dialogar, que aprendan, en definitiva, poco a poco, el agridulce arte de vivir.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
DANTE Y LA LÁMPARA
MARAVILLOSA
Entre La Biblioteca Nacional y la Universidad de la República, dos impresionantes edificios neoclásicos en pleno centro de Montevideo, hay una estatua hermosa aunque algo siniestra, una estatua dedicada a Dante Alighieri.
En su pedestal, el sindicato del gremio de docentes de Uruguay ha colocado una pancarta pidiendo más inversión en enseñanza y, como encabezamiento de la misma, una frase: “La ignorancia es el infierno”, en obvia e inteligente alusión al infierno de Dante en su Divina Comedia.
Horas antes de encontrarme con dicha pancarta, había estado leyendo la última entrevista concedida por el ex presidente español Felipe González, que concluía citando una frase del también ex presidente Manuel Azaña: “'Si cada español hablara de lo que sabe, y sólo de lo que sabe, se haría un gran silencio nacional que podríamos aprovechar para estudiar".
Ambas frases, por alguna razón, se entrelazaron en mi memoria.
Sí, la ignorancia, y el mundo al que da lugar, con sus guerras, injusticias y miserias, es un infierno. Siempre ha sido así, y seguirá siéndolo, mientras campe peligrosamente libre la más peligrosa de las ignorancias, que no es la de no saber, sino la de, no sabiendo, creer que se sabe, la que no deja un mínimo hueco para la modestia o la duda, la que se cree con derecho a imponer por la fuerza o el engaño sus razones, o sea, su ignorancia.
La persona ignorante adora y se muestra sumisa a la autoridad, en cualquiera de sus formas, autoridad a la que teme e idolatra, o en la que necesita erigirse, y con la que trata de llenar el vacío de su vida. No juzga tras recopilar con paciencia toda la información posible, sino que lincha con presteza, y no sabe perdonar, pues el perdón surge de la comprensión, no del olvido fácil del daño sufrido, en uno mismo, o en un semejante.
Sin importar la ideología, religión o filosofía de la que se declare fiel seguidor, el ignorante siempre busca y encuentra dioses o líderes oportunos, a los que sigue con la ceguera propia de su naturaleza, y por ellos condena y mata sin un ápice de arrepentimiento. La persona ignorante cataloga a los demás por su fuerza, sus títulos académicos, o por su poder económico, antes que por su capacidad de diálogo o su calor humano. No sabe ni puede imaginar un mundo mejor, porque mejorar implica cambiar, y el cambio le produce un miedo que le paraliza.
Quien es víctima de la ignorancia justifica fácilmente los egoísmos y agresiones propios o de su grupo, autoconvencido de que el mundo siempre ha sido y será una selva implacable, pues también ignora la lenta pero imparable evolución positiva y vital de su especie.
El ignorante es, ante todo, una pobre y triste persona enferma, prisionera de sus propios miedos, y no sería más que merecedora de lástima, si no fuera por el dolor que va sembrando a su alrrededor a lo largo de su sombría existencia.
En sociología hay varias formas de medir cronológicamente una generación, una de ellas es admitir como doce años la frontera entre una y otra.
Los docentes uruguayos de hoy, que aún intentan curar las heridas de una generación, tan sólo una, criada en dictadura, lo advierten mediante una pancarta, como el presidente Azaña hace más de setenta años, que intentó en vano evitar una catástrofe mucho mayor, que degeneró en cuatro generaciones que terminaron condenadas al peor infierno, aquel en que no se sospecha siquiera estar. Fueron generaciones en que la soberbia, la mezquindad, la hipocresía, el integrismo religioso, la envidia y la venganza fueron el triste pan de cada día, el pan rancio con que alimentaron, no lo olvidemos, también nuestra infancia.
Otros pueblos padecieron desgracias similares, pero pocas tan oscuras, duraderas y extenuantes como la nuestra.
Hoy por hoy, millones de ciudadanos alienados y, por tanto, fácilmente manipulables, recorren como muertos en vida las ciudades consumistas y autoconsumidas del Primer Mundo. En España, además, debemos cargar con un lastre añadido.
No tienen estas personas memoria de ningún tipo, la que menos, la histórica, y siguen mansamente las consignas que les repiten los llamados medios de comunicación, que son, en esencia, medios de manipulación: Quien más invierte en publicidad, gana elecciones y toma el poder, sin importar lo absurdo o incoherente de su mensaje, sin importar si fueron ellos mismos los que crearon la crisis o catástrofe, cultural o económica, que ahora, con total desfachatez, exigen a otros que reparen.
La mayoría de los ciudadanos, víctimas de la infernal ignorancia, ya no recuerda, demasiado entretenidos en mirarse en el espejo opaco de su alienación, y tan frustrados como infantilmente descontentos, vuelven a colocar en el poder a los mismos políticos corruptos que poco antes les robaron, y el ciclo se repite una y otra vez, con alguna guerra ocasional para amenizar el patético guión. Parecen esperar y desear ingenuamente que una lámpara mágica y maravillosa les devuelva su menguado poder económico, pero ni desean siquiera que alguien les ayude a salir de su ignorancia, no pueden desear una libertad de pensamiento que ni ellos, ni sus padres, ni sus abuelos, pudieron disfrutar, una libertad que, en el caso de España, fue muriendo poco a poco al otro lado de las fronteras o el mar, tan triste y decepcionada como el clarividente, libre y culto ciudadano Azaña.
“Una mentira mil veces repetida se transforma en verdad”, afirmaba, con buen conocimiento de causa, Goebbels, ministro de propaganda y amigo íntimo de Hitler, aunque atribuyendo cínicamente en exclusiva a los judíos el uso de la mentira.
Cuando el infierno forma parte de lo cotidiano durante demasiado tiempo, ya no se reconoce como tal, y esa tragedia nos sucedió en España, por eso la mitad del parlamento está, aún hoy en día, un caso único en Europa, ocupado por políticos que no se han dignado siquiera reconocer que el infierno, en forma de dictadura, integrismo religioso, fanatismo e ignorancia, es catastrófico, ruin, y digno de rechazo.
Mientras, los ciudadanos, ignorantes y sumisos, callan o gritan, pero les votan.
La ignorancia es el infierno, los docentes uruguayos lo saben muy bien, no lo olvidan, tal vez porque este país tuvo sólo una generación en el infierno, y lanzan su mensaje, como tantos otros antes, a sus conciudadanos y al mundo.
¿Sabrá el mundo, por una vez, escuchar la advertencia?
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net

EL NIÑO QUE DESAFINABA LA MELODÍA PERFECTA
Voy en un omnibus, un autobus urbano de Montevideo, mirando el mundo a través de la ventanilla, perdido en mis ideas cuando, de repente, sube un niño de no más de diez años, dice rápidamente un discurso apenas comprensible de presentación, y comienza a cantar. No tiene una gran voz, de hecho, parece que un resfriado o una faringitis pone trabas a su esfuerzo. El niño canta, desafina, pero su canto se va volviendo, poco a poco, más melodioso.
No es uno de esos niños mendigos que había encontrado diez años antes, ya casi no quedan, y parece que realmente esta tierra está recuperando su pujanza y bienestar económico de antaño, cuando era llamada la Suiza de América. El pibe está aseado y viste bien, con ropa escolar que incluso parece de un colegio privado.
Como típico ciudadano del Primer Mundo que soy, bien alimentado el cuerpo y de conciencia tan escrupulosa como obtusamente selectiva, empiezo a pensar si sería o no positivo darle unas monedas, unas monedas que para mi, económicamente, no significan nada: tal vez así, me digo, esté forjando, sin querer, su lenta ruina, tal vez acabe teniendo un dinero fácil que le llevará a pequeños lujos infantiles de los que pasará a vicios juveniles, tal vez no fue hoy a la escuela para conseguir su pequeña remuneración, tal vez, tal vez, tal vez . . .
Mientras, la canción sigue, y cuando el niño termina, unas seis u ocho personas, casi todas mujeres con edad para ser su madre, aplauden generosas la modesta actuación, sacan unas monedas, y se las entregan, seguramente cayendo en la cuenta, como yo no hice, que ya había terminado el horario escolar, que el pibe está cuidado, y que, quien sabe, igual hasta está ahorrando para comprarle algo a su vieja, un hermanito, u otro familiar. Ellas sabían todas pensar generosamente, sabían ver el lado positivo de las cosas, un lado tan posible, en realidad, como el más negativo.
El niño, tras dar las gracias a los pasajeros y al conductor, que no le cobró billete, como es habitual aquí con los vendedores por su corto viaje, se despide y baja del autobus.
Y allí me quedé yo, sintiéndome como un idiota ante mi mismo, sin haber disfrutado la canción, sin haber sabido apreciar la belleza del gesto, sin saber participar de tanto calor humano, de la apacible humanidad que caracteriza, quien sabe por qué extraña razón, a esta gente, descendientes casi todos de emigrantes de todos los rincones de Europa. Tal vez por esto, me digo, ha sido el pueblo del continente que ha tenido más poetas y menos años de dictadura.
Pienso que si toda nuestra existencia no es más que pensar, sentir y hacer, con qué facilidad caemos en el error de romper el tenue equilibrio natural de la vida, haciendo, a veces sin pensar ni sentir, o sintiendo y pensando sin hacer, o renunciando a todo ello, creyendo arrogantemente tener la vida bajo nuestro control.
Al bajar del autobús, me siento como un estúpido y alienado ciudadano del Primer Mundo, uno de tantos que ya ha perdido la mitad de su alma, y se pregunta, asustado, qué hacer para conservar lo que queda.
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LA CAJA INTRIGANTE
La Caja Intrigante era, en realidad, una especie de extraña caja negra, un tanto impertinente, que hacía las más incómodas preguntas a cualquier ser vivo que estuviera en sus cercanías.
Se desconocía su origen, y cuando alguien la interrogaba sobre ello, la caja respondía, como de costumbre, con una pregunta: ¿Por qué te interesa mi origen más que el fin para el que fui creada?
Nadie sabía cuanto tiempo había estado la caja rodando por el mundo, ni quienes habían sido sus creadores o sus dueños, hasta que cayó en manos de unos científicos de la Unión Americana, que dedicaron meses a grabar las preguntas que la caja formulaba, con una lógica tal, que casi siempre resultaba incómoda para el destinatario de la misma.
¿Para qué intentas conocerme si nada podrás comprender sin conocerte antes a ti mismo? Fue la primera pregunta al primer investigador que se acercó a ella.
Hicieron desfilar ante la caja diferentes personas con diferentes características y profesiones, y las preguntas se fueron sucediendo:
A un empresario, que se mostró escéptico ante la caja, y conocido por su facilidad para la mentira, le espetó: ¿Cuando te librarás de la esclavitud de aquella primera mentira que te arrastró a todas las demás?
A un gupo de profesores: ¿Cómo pretendéis enseñar a vuestros alumnos el respeto y los valores que sois incapaces de practicar, ni siquiera, con vuestros propios hijos?
A un sacerdote, le espetó: ¿Por qué insultas, con tu arrogancia, a tu dios, intentando imponerlo a tus semejantes, mientras le llamas verdadero?
Sólo hubo una persona a la que hizo dos preguntas, era un filósofo: ¿Crees que existe la verdad?¿Crees que existe alguna filosofía que albergue más verdad que miedo?
A una pareja de científicos, cuyo enamoramiento era patente entre el equipo de investigadores, y que decidieron acercarse a la caja, algo cargados de alcohol, durante una fiesta de cumpleaños les preguntó: ¿Por qué le decís a vuestra pareja que la amais más que a ninguna otra persona en el mundo, si sólo sabe y puede amar quien todo lo ama?
Y así continuaba, dia tras día, arrastrando, la misteriosa caja, a unos a la depresión, a otros a la ira, y, a los menos, a la sabiduría a través de la duda.
¿Qué comprarás con toda tu fortuna el último día de tu vida?, le preguntó a uno de los banqueros más poderosos del mundo.
¿Cómo estás tan seguro de tus argumentos e ideas, si sólo los comparas con quien piensa de forma similar a la tuya, cuya compañía siempre persigues?, fue de las pocas preguntas repetidas en más de una ocasión, y la hizo por igual a un sacerdote que pretendía exorcitar la caja, a un político y a un aficionado radical al fútbol, entre otros.
Alguien pensó que sería interesante ver qué preguntas plantearía a varios monjes de diferentes religiones, algunos de ellos considerados maestros, al Papa de los católicos, y a las mayores eminencias espirituales del momento, pero la pregunta respuesta fue tan desconcertante como decepcionante para ellos: ¿Por qué todavía temes lo que deseas y deseas lo que temes?
Días después llevaron a presencia de la caja a un asesino condenado a muerte, que había abrazado la religión durante los últimos años, y la pregunta fué: ¿Cómo devolverás el trozo de infinito y eternidad que has destruido, aunque consigas que todo el universo te perdone?
El final de la caja, como su origen, se pierde en la leyenda: se dice que un multimillonario se encaprichó de ella, y que, al no poder comprarla, encargó su robo. Se cuenta que durante meses se encerró con la caja, haciendo y recibiendo preguntas, hasta que un día, al borde de la locura, ordenó que prepararan su helicóptero y la arrojó al fondo del cráter del Monte Fuji. Y se dice que, según caía hacia las entrañas del planeta, la caja formuló su última pregunta:
¿Crees poder evitar las respuestas huyendo de las preguntas . . .?
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MI VECINO/A
FAVORITO/A
Cuando uno se traslada a una nueva vivienda, sabe que entre los vecinos por descubrir se puede encontrar de todo: bebés llorando desconsoladamente, parejas mal avenidas, melómanos sordos, o una dulce y apacible pareja de ancianos . . . pero la vida siempre nos sorprende. Haciendo memoria, creo que el vecino más extravagante que he tenido fué en Aranjuez, cuando me trasladé a vivir allí con mis hijos aún pequeños, siendo todavía un bebé el menor. Todo fué como subir y bajar de una montaña rusa: primero me dijo: “Soy gallego”, “Yo también”, respondí, “Soy maestro”, “Yo también, encantado de conocerle . . .” Pero luego llegaron las cuestas abajo y, con ellas, las decepciones: “Me he tenido que jubilar anticipadamente, sabe usted, porque no soporto a los niños”. “¿Es usted maestro y no soporta a los niños . . .?”, pregunté asombrado. “No, no les soporto, no soporto el ruido”. “Ah, entonces es el ruido, no los niños, lo que no soporta”. “No, lo que no soporto son los niños porque hacen ruido, me alegro ya que los suyos parecen tranquilos y bien educados . . . Menos mal que somos gente de orden”. “¿Gentes de orden? ¿Se refiere a esa expresión usada durante la dictadura para definir a quienes eran fieles a los golpistas . . .?” “Me refiero a quienes comulgan con los principios del Caudillo y del glorioso Movimiento Nacional que . . . “
“Espere, espere, . . . creo que después de encontrar algunos puntos comunes, ya hemos encontrado un pequeño detalle discordante: a usted no le gusta el ruido de los niños, y a mi no me gusta el ruido que hacen las personas integristas, de cualquier religión o ideología, cuando proclaman que tienen derecho a matar a quien no piense como ellos”. “En su orden no caben los niños y en el mío no caben quienes les excluyen, así que mantengamos una respetuosa distancia, que su forma de vivir cabe en la mía, mientras no la imponga, y la mía cabrá en la suya, al menos hasta que monten otro golpe de estado y otra dictadura.”
El hombre me miró consternado, y, para su desgracia y vergüenza, su cara se puso tan roja como la bandera de la entonces recién desaparecida Unión Soviética, se metió en su casa, y desde entonces unos respetuosos saludos de rigor pasaron a demostrar que sí es posible convivir con quien nada tiene que ver con nuestra forma de pensar, sólo es necesario aceptar un acuerdo de mínimos, un respeto indispensable para que dejemos de matarnos o hacernos daño por las diferencias de pensamiento, que siempre, por suerte, las habrá.
Así empezó y terminó mi extraña relación con el extraño maestro que no soportaba a los niños, y como sigo teniendo cada año vecinos nuevos, estoy pendiente de encontrar al más extraño que mi mente pueda concebir: un compositor sordo, un carnicero vegetariano, un pintor ciego, un político honrado o, más difícil todavía, un banquero altruista.
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EL TALLER
CLANDESTINO
“Saber que usted es un prisionero de su mente es el amanecer de la sabiduría”.- (Nisargadatta Maharaj)
Puesto que clandestino significa, etimológicamente, “que se hace ocultamente”, creo que no es nada arriesgado afirmar que, hoy por hoy, conducen nuestra vida social gobiernos clandestinos, cuyos intereses poco o nada tienen que ver con los de la mayoría de los ciudadanos.
Entre otras curiosas características, la neoaristocracia que nos gobierna, y sus seguros servidores, la clase política, es sumamente escrupulosa en cuanto a no permitir que se haga cerca de ellos cuanto ellos mismos hacen a diario por el resto del mundo.
Así, a quien ayuda a inmigrantes a llegar al Primer Mundo, pues en sus basuras encuentran más riqueza que en sus esquilmados pueblos, se les acusa de atentar contra los derechos de los trabajadores, mientras la misma élite provoca con la imposición de sus injustas normas comerciales, la miseria de esos trabajadores y sus familias, pero no creen atentar contra sus derechos.
La palabra clandestino, en su uso más cotidiano, va perdiendo sentido día tras día. Es clandestino quien no porta determinado papel, pero no quien provocó la miseria que le arrastró hasta las costas del Primer Mundo, es clandestino quien da un trabajo miserable a esas personas, pero no quien les niega todo derecho, no les alquila una vivienda, no les socorre en su miseria, o no permiten a sus hijos acudir a la escuela sin peligro de expulsión para el resto de la familia.
Hubo un tiempo, no hace mucho, en que la clandestinidad se reservaba a las ideas políticas, no a las personas que carecieran de un documento, y sus herramientas de cambio social podían ser por igual la impresión de pasquines, acudir a manifestaciones más o menos violentas, o una huega, general a ser posible.
Las primeras huelgas bien documentadas de que tenemos noticia en Occidente las hizo el pueblo romano, cuando eran una república un tanto extraña, regida por una minoría de patricios que pretendían tener a la mayoría de la población, los plebeyos, a su servicio. Éstos, hartos de abusos y tretas políticas, decidieron, en tres ocasiones, los años 494, 449 y 287 antes de Cristo, utilizar un sistema tan simple como efectivo para conseguir sus justas reivindicaciones: abandonar Roma y dejar a los señoritos que pretendían gobernarles, a su aire, alimentándose, si podían, de sus honores, prebendas y privilegios, que demostraron carecer de poder alimenticio alguno. En todas las ocasiones, al poco tiempo, los patricios aceptaron las condiciones del pueblo y acataron algo a lo que no estaban acostumbrados: la voluntad de la mayoría, llegando incluso a tener los plebeyos derecho a veto en el Senado. En las tres ocasiones, es importante no olvidarlo, consiguieron sus objetivos sin derramar una sola gota de sangre.
Muchos siglos después, un tal Gandhi utilizó, con similar eficacia y resultados, un sistema muy parecido para quitarse de encima a otro grupo minoritario de parásitos sociales.
¿Cuántas veces ha de repetirse la historia hasta que aprendamos de ella? ¿Cuál será la razón de que a nuestros hijos les enseñen una historia de la Humanidad aburrida, carente de sentido y donde nunca se muestran, casualmente, las verdaderas ideas geniales de nuestros antepasados? Tal vez no haya nada de casual en todo ello . . .
Escatimando y ocultando esa información, nos transmiten constantemente la idea de que el mundo siempre ha sido así: una sucesión constante de guerras y reyes, batallas y errores repetidos hasta la saciedad, que la injusticia siempre ha formado parte de nuestras sociedades y de que es perder el tiempo intentar mejorarlas. Se crea así una sensación de frustración e impotencia social que nos va calando como un chaparrón de tristeza y hastío. Mientras pensemos así, como esclavos, como esclavos viviremos, tanto en nuestra vida cotidiana personal, como en nuestras relaciones sociales.
Hoy día ya no tenemos la disculpa de que la información se encuentra oculta, lejos de nuestro alcance, hoy, al menos, está ahí, sólo hay que comenzar a buscarla, y no dar por hecho y conocido cuanto ha sucedido a lo largo de siglos y milenios de historia, una historia tan sangrienta como constructiva, pues hasta aqui hemos sobrevivido.
Porque el peor esclavo, conviene no olvidarlo, ha sido siempre, y siempre será, quien ni sospecha que pueda estar bajo el yugo de la esclavitud, y se niega obcecadamente a admitirla como un posible condicionante de su vida y sus actos . . .
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A ESO DE VOLVER A
. . .
A eso de volver a confiar en el ser humano a pesar de todo, de volver a creer que su terquedad puede ser constructiva, aún viéndole día tras día mentirse a si mismo y al mundo. A eso de volver a cargar con la decepción de un nuevo encuentro, de soportar que el ladrón te llame, mientras te roba, ladrón, y el asesino, mientras te mata, asesino, y aún así, no odiar.
A eso no lo llames estupidez o ingenuidad, llámalo aprendizaje.
A eso de cambiar de camino, tras cada caída, para aprender, de renunciar al sueño de las patrias, y así aligerar equipaje, a eso de fracasar, sin ira ni complejos, y tener el coraje de verlo, de aprender cada lección y disfrutar del placer de aprender, A eso de llegar a la total indiferencia ante el dolor propio, y a la empatía, sin límite ni intereses ocultos, ante el ajeno,
A eso no lo llames aprendizaje, llámalo experiencia.
A eso de volver a reunir, una vez más, fuerzas de la nada, de caer una y otra vez, y volver una y otra vez a levantarse, a eso de renunciar, una a una, a las ideas, hasta el vacío, a eso de escuchar a todos, pero no creerte ni a ti mismo, a eso de reconocer en ti la grandeza y la miseria humanas, a eso de intentar mantener algo de cordura en esta locura,
A eso no lo llames experiencia, llámalo sabiduría.
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¿TE PUEDO HACER
UNA PREGUNTA?
¿Te puedo hacer una pregunta?
Cuando estás tan absolutamente seguro o segura de algo, de tal forma que no permites un resquicio de duda, ni un mínimo hueco para la incómoda incertidumbre, ¿qué idea, canon o modelo, tomas como referencia para tu certeza, cuál que no se base en otra certeza previa?
¿Te puedo hacer una pregunta?
Si has visto a lo largo de tu vida cientos de ejemplos que te demuestran que los sentidos a través de los cuales percibes la realidad pueden proporcionarte una información errónea, incluso dentro de los parámetros del acuerdo común al que llamamos realidad, ¿cómo puedes saber si todo lo demás que percibes es menos erróneo?
¿Te puedo hacer una pregunta?
¿Crees que la renuncia a toda pregunta es una forma de respuesta?
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RECORRER TU CUERPO + SE TE ESTÁN PEGANDO A TI LAS COSTUMBRES DE TUS VECINAS + QUISIERA VOLVERME PULGA + HAY QUE JODERSE
Llegaste una calurosa noche de verano, que nunca podré borrar de mi memoria.
Aquí me encuentro, tumbado sobre mi cama y recordando aquellos momentos, las inmensas ganas de tenerte entre mis manos y apretarte cuanto pudiera. Fue una noche que pareció eterna, sin fin, sin límite, sin descanso . . .
Fuiste recorriendo, sin el menor pudor, una a una, cada parte de mi cuerpo desnudo, cada pliegue, cada hueco, sin dejar de saborear todos ellos.
Viendo mi indiferencia inicial, te acercaste aún más, mordiendo cada centímetro de mi piel, y así transcurrió la noche, sin pausa, sin descanso, sin sosiego posible, sumergidos en un absoluto frenesí. Viéndome entornar la ventana me dijiste desde la cama: se te están pegando a ti costumbres de tus vecinas . . .
Casi al amanecer, te marchaste, y yo pude, al fin, agotado, dormir. . . Al despertar te busqué ansiosamente, pero ya no estabas, y pensé: quisiera volverme pulga . . . mientras observaba las señales de la noche anterior en las sábanas, la almohada, y las cicatrices de mi propio cuerpo.
Te esperé con impaciencia a la noche siguiente, imaginando como compensar lo vivido la noche anterior. Cuando llegues te abarcaré con mis manos, te estrujaré contra mi cuerpo y ya no te irás nunca más . . .
Sólo así encontraré descanso, sólo así podré dormir tranquilo, mosquito cabrón y chupasangre . . .
Hay que joderse . . .
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SIGO COLAPSADA
¿Por qué no comienzas por permitir que un hilo de duda invada tu mente? Añade un “tal vez” a cada acto emocional, en el resto es menos peligroso caer en certezas. Tendrás así alguna posibilidad de observarlo con un mínimo de distancia y objetividad.
¿Por que no pruebas, como ejercicio de aprendizaje, a colocar en paralelo las experiencias similares?
Tal y como un dictador necesita la sumisión de cuantos le rodean para compensar su complejo de inferioridad, cualquiera puede acabar buscando el reconocimiento externo por no estar seguro de su propia valía.
Nadie vale más que nadie, sólo cambia la capacidad individual, única e irrepetible de percepción, sufrimiento, creación o destrucción, y la capacidad de aprendizaje y transformación. El cambio, en sí, es inevitable y forma parte de la naturaleza misma de este universo.
¿Por qué no te das una oportunidad a ti misma y empiezas a relajar tu mente para acostumbrarla al ritmo de la vida? Nunca es tarde para empezar a vivir . . .
Es que . . . sigo colapsada . . .
Bien, reconocer los propios límites es el primer paso para superarlos.
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LA MÁQUINA DEL
TIEMPO
“Del sufrimiento han emergido las almas más fuertes. Los caracteres más fuertes se forjan a base de cicatrices”. (Gibran Khalil Gibran)
Jacinto tenía su muy particular máquina del tiempo, pero nadie le creía. La tenía desde aquel día en que, allá en el monte, una roca desprendida por una de sus cabras, le golpeó en la cabeza. Tras horas inconsciente, despertó para comprobar que algo había cambiado, no en él, sino en cuanto le rodeaba.
Todo cambió desde entonces: Jacinto seguía viviendo su época, pero sólo tenía que imaginar un tiempo pasado para verse trasladado, física y conscientemente, a ese momento, a esa época.
Su caso, incomprensible para la ciencia de su época, era uno más entre tantos, una de las tantas sintonizaciones posibles de una mente con diferentes escalas del espacio-tiempo.
Pronto comprendió que los libros de historia eran guías enriquecedoras que le ayudaban a ampliar sus posibilidades de viaje por épocas y lugares remotos.
Pero nadie le creía, todos daban por hecho que cuanto contaba no eran más que sueños que tenía en sus largas siestas en el monte, mientras pastoreaba las cabras, o consecuencia del abuso del vino. Nadie imaginaba que el pobre hombre realmente transitaba, muchas veces aterrorizado, épocas pasadas, de las que regresaba en cuestión de segundos con sólo recordar la choza en la que vivía.
Hastiado de que todo el pueblo le tomara por loco, probó un día a imaginar el futuro, y comprobó asombrado que también podía viajar por él, aunque pagando como precio una fuerte jaqueca.
Dos viajes fueron suficientes para anotar los números ganadores de varias loterias, cuyos boletos rellenó en un pueblo cercano, desapareciendo al día siguiente del sorteo, con la excusa de ir a conocer la capital.
Allí comenzó una nueva vida para Jacinto, dedicándose durante años a escribir la verdadera historia de la Humanidad, como resultado de sus anotaciones de innumerables viajes, y muy diferente a la narrada en los libros de historia.
Hoy por hoy, es una de esas enormes y misteriosas fortunas anónimas, tras la que todos creen que se esconde algún jeque árabe, propietario de cientos de pozos de petróleo.
En el pueblo, sin embargo, todos siguen pensando que Jacinto no es más que un pobre diablo que se ha perdido en la gran ciudad.
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UN DÍA MÁS
Un giro más, un guiño más de nuestra estrella, y la absurda ilusión de que los ciclos siempre esperarán por nosotros.
La necesidad de dejar para mañana cuanto hemos decidido que no podemos hacer hoy.
La inefable creencia en que todo, tal vez, tenga algún sentido.
La espera sin pausa, la pausa sin sentido, a la espera de la pausa eterna.
El aprendizaje de la espera.
El error de la espera.
Un día más.
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¿QUÉ DEBEMOS?
Vivir y dejar vivir, y no hacer a ningún ser vivo cuanto no nos gustaria que nos hicieran.
Eso tan sólo, nada más, y me sobran los dedos de una sola mano para contar las personas que he conocido, a lo largo de mi vida, capaces de vivir consecuentemente esas dos simples premisas.
A todos nos queda la disculpa de que nadie nos ha enseñado, pero la vida de los pocos que lo han conseguido nos señala, con su incómodo ejemplo acusador. Precisamente ellos, que ya han aprendido a no caer en la trampa de la acusación . . .
Vivir y dejar vivir . . . demasiado para seres minúsculos con egos enormes, que todo lo crean y destruyen en razón de abstractas alucinaciones, que transitan un soplo de tiempo, convencidos de que es el universo el que gira en torno suyo y no ellos los prisioneros de mil elipsis materiales y temporales.
Siempre habrá, como no, un culpable oportuno, alguien a quien linchar o reprocharle, incluso, que hiciera por nosotros, o por nuestros derechos, cuanto nunca tuvimos ni el valor, ni la dignidad de hacer.
Siempre habrá alguien diferente que se niegue a bailar nuestra música, y a quien condenaremos por su insolente indiferencia. El tiempo se encargará de que nuestros nietos levanten estatuas en su honor.
Lo debemos todo, pero nos paseamos como arrogantes acreedores de la vida.
De ahí a crear e imponer dioses, ideas y hasta gustos, sólo queda un diminuto y patético paso hacia ninguna parte.
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LA ANFITRIONA
Nos recibe en
su casa, su reino en realidad, sin importar lo ruidosos que solemos ser al
llegar, intentando orientarnos en el desconcierto inicial.
Nos alimenta, protege y sustenta, ofreciéndonos todo cuanto tiene en su pequeño pero colorido hogar.
Nos enseña, sin pretenderlo incluso, mil cosas, guiando nuestra imaginación y nuestra mente por caminos que ni sospechábamos que existieran.
No puede, y sabe que no debe, sobreprotegernos ni agobiarnos, sólo acude ocasionalmente en nuestro auxilio, cuando surge algún problema, o cuando nos ve cabizbajos o tristes, para recordarnos, como una buena amiga que es: “Esto que ahora sientes como doloroso o insuperable, también pasará . . .”
Y en el momento determinado, con suerte, el momento oportuno, nos despide, esperando que hayamos disfrutado de la fiesta, del tiempo compartido con el resto de invitados, entrañables amigos, o tristes y fugaces enemigos.
Nos despide esperando que hayamos aprendido, crecido, y recargado nuestro ser con la energía vital, su energía, necesaria para continuar el inescrutable camino.
Es la gran anfitriona, la única y verdadera anfitriona, en realidad.
Es la Vida.
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¿FELIZ
ANIVERSARIO?
Sócrates gozó siempre de la admiración y respeto de sus discípulos, algunos, como Platón Aristipo y Antístenes, creadores ellos mismos de sendas escuelas filosóficas. Menos respeto, sin embargo, parece que le tenía su esposa Jantipa, mujer de áspero carácter y muy irritable. Sócrates decía que la había tomado por esposa precisamente por eso, pues, conociendo su carácter, se había habituado a tolerarla pacientemente, con la idea de llegar a la perfección en el dominio de si mismo y saber tratar con cualquier persona de difícil carácter. Nietzche dirá, en el siglo XIX, con su acostumbrada malicia, que fue Jantipa quien convirtió a Sócrates en el mayor dialéctico de Atenas, pues al hacer irrespirable el ambiente del hogar, lo indujo a andar todo el tiempo dialogando por las calles de la ciudad. Un día, cansado de la bronca interminable que le dedicaba Jantipa, para no oírla más, salió de la casa y se sentó en un escalón de la puerta, pero Jantipa, irritada por no haber podido desahogarse con su marido, se vengó vaciando sobre su cabeza una palangana de agua sucia. Sócrates se limitó a comentar resignadamente: “Después de tanto tronar, no es extraño que ahora llueva”.
(“Filosofía para bufones” Pedro González Calero)
Lo que no suelen contar las crónicas, ni Platón en sus Diálogos, fuente principal para conocer el pensamiento y desventuras de Sócrates, es que esa anécdota sucedió el día del aniversario de boda de Sócrates y Jantipa, y que, volviendo a casa Lamprocles y Sofronisco, dos de los tres hijos de ambos, al encontrarse a su padre sentado en el escalón de entrada, empapado y maloliente, adivinaron lo sucedido, limitándose a decir el primero, que algo de la ironía paterna había heredado:
“Qué, padre, ¿feliz aniversario?”
Días más tarde sucedió la archiconocida anécdota, cuando un joven alfarero consultó a Sócrates qué hacer, si casarse o permanecer soltero. Se dice que el viejo filósofo le contestó:
“Hagas lo que hagas, te arrepentirás”.
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NO HE TRAÍDO
BAÑADOR
Dicen en Oriente que, aunque vivamos un siglo, no seremos nunca más que el reflejo del niño o niña que éramos con tres años, y ellos no eran la excepción.
Aquel verano, como todos los anteriores desde hacía quince, se reunían nuevamente los antiguos alumnos de una escuela que ya sólo existía en su imaginación, y vinieron a demostrar, por si cabía alguna duda, la veracidad del aforismo oriental.
Luisa seguía siendo la niña pulcra y ordenada que siempre había sido: se encargó de preparar el itinerario que les llevaría a aquel pequeño lago en el que habían compartido juegos de infancia, confirmando la asistencia de todos ellos y encargando incluso comida preparada a un restaurante cercano que había localizado por internet.
Andrés, eterno pesimista, fue desgranando, a lo largo del camino, las mil y una posibilidades nefastas que podían ocurrirles durante la excursión, llegando a incluir una abducción extraterrestre, aunque no la que había de sobrevenirles.
Mario, callado y taciturno, seguía siendo tan inescrutable como en su infancia, cualquier cosa podía estar pasando por su mente.
Rita, nerviosa y dicharachera, llegó a contar más de veinte chistes durante el trayecto, hasta que sus amigos le pidieron, sinceramente, que parara, que podía ser peligroso conducir entre tantas carcajadas.
Y así fueron llegando uno a uno, para encontrarse con que el lago de limpias aguas de la infancia se había transformado en un vertedero de basuras, relleno en parte de escombros, y con algo de humedad en su fondo. Manuel, siempre optimista, y tal vez por ello amigo inseparable de Andrés, se limitó a decir: “Bueno, si tiran tantas cosas, está claro que el nivel de vida de esta gente ha mejorado mucho . . .” Mercedes, obsesionada con no perder el tiempo, pensaba: “¡Qué pérdida de tiempo!”, mientras Luisa se mortificaba pensando que no había organizado correctamente el encuentro.
Y en esto estaban, todos frente al basurero, cuando apareció, el último, como de costumbre, Gabriel, que ya en la escuela tenía fama de ser el niño más despistado del colegio, y al que todos los profesores dieron por caso perdido.
Nada más llegar miró alrededor, y lejos de comprender la situación en que se encontraban, se limitó a decir: “No he traído bañador”.
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EL DÍA QUE DEJÉ
LOS HÁBITOS
Esos malos hábitos
me habían llevado al peor de los caminos, a formar parte de un grupo cuyas
verdaderas intenciones se me escapaban, todos vestidos con ropas oscuras,
extraños amuletos, sumidos y consumidos por inhumanos rituales antropofágicos y
completamente convencidos de la verdad inapelable de nuestras ideas.
La unión implicaba poder material y reconocimiento social o, mejor dicho, temor social, aunténtico terror en algunos momentos, pues éramos capaces de imponer por la fuerza, sin el menor remordimiento, cuanto considerábamos correcto y justo, nuestra justicia.
Ese convencimiento nos permitía hacer todo tipo de fechorías sin un atisbo de duda, parapetados en la razón de nuestras razones, convencidos del derecho y hasta obligación de imponer nuestras certezas.
Casi cinco años he convivido con ellos, he participado de sus fiestas macabras, de sus ritos ancestrales, toda virtud humana ha caído bajo nuestros pies, y toda buena voluntad ha sido degradada hasta convertirla en un acto de absoluta hipocresía.
La codicia, la avaricia, la violencia más o menos disimulada, y hasta las más depravadas tendencias sexuales han anidado entre nosotros . . . nunca debí comenzar este errado camino . . . .
Esta mañana he amanecido con una duda que se ha ido extendiendo en mi mente como gotas de sangre derramadas sobre un cántaro de agua cristalina, y ahora, gracias a esa duda salvadora, ya no albergo duda alguna.
Desnudo y solo como vine al mundo hice, en el centro del patio, apenas minutos antes del amanecer, una pequeña hoguera, en la que, llevando a cabo un último ritual de la secta que había lavado tanto como ensuciando mi mente, regalé al fuego purificador todos mis negros hábitos.
La Iglesia tiene, desde hoy, un sacerdote menos, y la Humanidad ha recuperado a uno de sus más ciegos y descarriados hijos.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
LA ARREMETIDA DEL
TORO
El pobre animal, al que los humanos llamaban Tornado, consiguió liberarse rompiendo la frágil portezuela del destartalado camión que le transportaba de pueblo en pueblo, de verbena en verbena, incapaz de comprender que sentido tenía todo aquello, con cientos de personas golpeándole y tirándole objetos de todo tipo, una vez cada semana, durante los últimos dos años.
Viéndose libre, y sospechando que pronto aparecerían los jóvenes humanos con palos y antorchas para perseguirle, decidió meterse en el primer hueco que vió, que no era sino la planta baja de un edificio de oficinas. Desorientado ante el nuevo y desconocido paisaje, fue recorriendo uno a uno los despachos, y aunque su reacción fué la misma al entrar en cada uno de ellos: entrar, bien empujando o bien echando abajo la puerta, y observar, sorprendido, cuanto había dentro, la reacción de los tres primeros humanos que encontró fue, ciertamente, tan extraña como diferente.
En el primer despacho, Gutiérrez cavilaba, consumido por los celos, sobre mil pequeños detalles que, en los últimos tiempos, le hacían sospechar que su esposa le era infiel. Su actitud distante y silenciosa alimentaba su desconfianza día tras día, y Gutiérrez ya llegaba en su enfermiza paranoia a verse como un astado más entre muchos.
En esto estaba, interrogándose a si mismo sobre si habría diferencia de cornamenta entre los cornudos humanos, como la hay entre los diferentes animales, cuando vió irrumpir al impetuoso Tornado por la puerta. Tan absorto estaba en sus pensamientos, que lo primero que se le ocurrió gritar, tras ponerse de pie de un salto fue: “Luisa, ¿qué me has hecho?” Tornado, asombrado, una vez más, ante este nuevo comportamiento humano que hallaba en su camino, optó por dar media vuelta y salir parsimoniosamente del despacho.
En la siguiente puerta, que no tuvo que derribar, pues estaba entreabierta, se encontraba, meditando con el ceño fruncido, el Sr. Ruppert, enviado por la oficina central para llevar a buen puerto la inminente fusión con el que durante años había sido el más duro competidor de la empresa. Pasaba las hojas del informe, todas ellas con el logo del competidor, una cabeza de toro, en su parte superior, mientras se convencía de la postura agresiva que ese grupo había tomado de cara a la fusión, y pensaba para sí mismo: “Me siento como un torero, sólo falta que me envíen un Miura”,cuando vió aparecer por la puerta a Tornado, quien, al engancharse un cuerno con el picaporte, optó por arrancar la puerta de cuajo para liberarse. Viendo transformarse ante sí el logo de la competencia en una abrumadora realidad, sólo acertó a pronunciar, con su marcado acento del medio oeste americano: “ Oh, no es necesario un actitud tan agresivo para alcanzar acuerdos.” “No soy un toreador . . .” “Oh, God, estos españoles . . .”
Tornado, tras dar un par de bocados a una frondosa planta que adornaba el despacho, salió como había entrado, al no encontrar nada más que fuera de su interés.
En el tercer despacho, el último al que el asustado animal pudo entrar antes de ser enlazado por miembros del Seprona, se encontraba Irene, una secretaria ya bien entrada en la treintena y que, sin mucho trabajo debido a su incuestionable eficiencia, estaba sumida en sus íntimos y lúbricos pensamientos, mientras ojeaba una revista con modelos masculinos. Su madre tenía razón, tenía que pensar en buscar marido, o se quedaría para vestir santos.
Por alguna extraña razón, en su mente se mezclaban las imágenes de los jóvenes y musculados modelos con las del documental que había visto el día antes, que trataba sobre el tamaño de los órganos sexuales de los diferentes animales. Dejando volar su fantasía, y recordando que hacía casi dos años que no había compartido una noche con un hombre, se decía a si misma: “Mi hombre ideal sería este tío bueno armado como el toro del documental de ayer . . .” Premonitoriamente, le vino a la memoria una frase que a su madre le encantaba repetir:”Cuidado con lo que deseas, que a veces Dios te castiga concediéndote lo que pides.”
Y apareció, haciendo honor a su nombre, Tornado. Instintivamente, Irene le tiró lo primero que tenía en la mano, o sea, la revista de modelos. El joven torillo, recordando cuantas veces le habían atacado con una revista, se lanzó ciegamente hacia donde estaba la aterrorizada mujer, que vió dirigirse hacia ella la cara del hombre de sus sueños, ensartada la revista entre las astas del animal, que frenó a unos treinta centímetros de ella. Irene, sintiendo el cálido aliento de Tornado sobre su rostro y arrepintiéndose de su aparentemente cumplido deseo, simplemente, se desmayó. Mientras, el novillo, ya cansado de idas y venidas, se limitó a lamer mansamente el inmóvil cuerpo femenino.
Habrían de pasar aún muchos años hasta que ella se atreviera a confesar, sólo a su mejor amiga, qué había sentido realmente en aquel maravilloso sueño de apenas ocho minutos, lo que tardaron en reducir al pobre y asustado Tornado, algo que, según ella, ningún hombre de los que había conocido había logrado, no ya superar, sino tan siquiera igualar.
Nekovidal 2010 – nekovidal@arteslibres.net
LA MADRE SUPERIORA
Tienen una obsesión un tanto cómica, aunque manipuladora y peligrosa: utilizan términos familiares para dirigirse a personas a las que, ni conocen, ni les interesa conocer, salvo para hincar en ellos las ansias de su hambriento proselitismo.
“Padre”, pretenden que le llames cualquier cura de pueblo, ciudad o playa, invitándote a que ofendas, por comparación, al buen hombre que te mantuvo a costa de su trabajo toda tu infancia.
“Hermano” o “hermana”, te sueltan, mientras pertenecen, con mejor o peor intención, al grupo terrorista más longevo y macabramente eficiente que ha creado el ser humano.
“Madre”, y hasta “madre superiora”, pretenden que le llames cualquier mujer, tan entrada en años como amargada, sin más ilusión en la vida, en muchos casos, que frustrar y reprimir cualquier expresión de curiosidad, belleza o alegría que puedan sentir sus jóvenes discípulas.
Si a mi pobre madre, con todos sus anhelos y frustraciones, nunca la llamé superiora, a pesar de que siempre intentó serlo, ¿cómo pretenden esas señoras, al menos en el lenguaje, ocupar su lugar?
Puedo admitir que me llame hermano cualquiera, por ser, sin duda, hemanos de especie, pero ningún afiliado a ninguna secta, con más o menos éxito, tiene derecho a hacerlo.
Que empiecen a buscar nuevas palabras o, en su defecto, llamémosnos todos a todos “ciudadano . . .”, que ya va siendo hora de recordarles a quienes usurparon las palabras tanto como el mensaje de su supuesto fundador que, a la familia, especialmente en las culturas latinas, y a fin de evitar males mayores, ni mentarla . . .
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MI EBOOK Y YO
Me jubilé el año 2187, y desde entonces no he dejado de anotar cada día en mi ebook todo cuanto me ha ido sucediendo, en realidad, casi nada.
Han sido veinte años que en realidad parecen, a lo sumo, un par de ellos, los primeros en que todavía era físicamente útil y pude cuidar a mis nietos, ahorrándoles con ello tiempo y dinero a mis hijos.
Pero todo terminó el día que el más pequeño, dicen que por un descuido mío, tiró una taza de café y se quemó un dedo. En ese mismo momento prescindieron de mi, y ya ni me visitan desde que se han enterado de que dejaré mis ahorros a un par de ONGs.
Lo siento por los pequeños, nos teníamos aprecio y nos divertíamos juntos, pero supongo que es el justo castigo por no haber criado personalmente a mis hijos, por haber tomado el camino fácil del padre ausente, siempre con la disculpa del trabajo . . .
Mi ebook es, hoy por hoy, mi única compañía, mi almacén de recuerdos de veinte años en los que me forcé a escribir por no tener nada digno de recordar.
Mañana cumpliré 85 años y me descargarán: entregaré mi cuerpo al fuego y mi mente pasará a esta pequeña máquina que tanta compañía me ha hecho, y que irá de mano en mano, posiblemente durante generaciones, hasta que interese lo suficiente a alguien, tal vez algún biznieto que estudie historia . . .
Mañana mi forma física será la de este aparato, similar a los antiguos libros que se conservan en algunos museos, y mi destino y supervivencia dependerán de que algún ser humano me extraiga de las interminables filas de las cementecas, pulse el botón de encendido y me despierte, justo en el momento siguiente a mañana, aunque hayan transcurrido años.
Es algo frustrante no saber cuando despertarté de este sueño, que puede ser también, quien sabe, un sueño eterno.
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ALGO PARA RECORDAR Y ALGO PARA OLVIDAR
Podemos alimentar esa ilusión como tantas otras, con la misma fe e ingenuidad. Podemos convencernos de que elegimos y seleccionamos libremente qué recordar y qué olvidar, pero no será más que un reflejo más de nuestra mente en el espejo de sus abstractas necesidades.
Todos hemos comprobado como, en determinadas situaciones, por mucho que nos esforcemos, no conseguimos recordar un dato, un nombre, una persona o una situación, pero aún así, nos convencemos a nosotros mismos de que la memoria está bajo nuestro control.
También hemos comprobado repetidamente que, por mucho que lo intentemos, nos cuesta olvidar personas y situaciones vividas, casi siempre las más placenteras y dolorosas, y aún así, mantenemos nuestra fe en el olvido, como si fuera un bálsamo a nuestro alcance.
Aprender a discernir qué recordar y qué olvidar, en su justa medida, la que nos permita aprender de cada experiencia, sin sufrir más que lo imprescindible para el aprendizaje, se presenta, teóricamente, como la clave de la sabiduría, pero me temo que nada decidimos sobre recuerdo y olvido, nada nos hará recordar las más dolorosas experiencias que nuestra mente, para sobrevivir, mantiene lejos de nuestro alcance, y nada nos hará olvidar otras, a las que, por alguna razón, hemos alimentado a través del recuerdo continuo, para que nos acompañen en nuestro deambular o para que nos hagan caer en el espiral de una enfermiza obsesión.
Somos, al mismo tiempo, causa y efecto, tanto de la memoria como del olvido, y esa paradoja nos aterroriza, paraliza y aprisiona.
Personalmente, lo único que intento ya recordar, es la enorme capacidad de autoengaño que nos asiste, para intentar sobrevivir a miedos y frustraciones, y la imposibilidad de recordar y olvidar según nuestra voluntad y supuesto libre albedrío.
Y aún así sé que en ese intento caeré en la no sé si imprescindible, pero por lo visto, tan absurda como necesaria, necesidad de creer que algo controlamos de nuestra existencia.
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REFRANES ABIERTOS
REFRÁN ABIERTO: BICHO MALO NUNCA MUERE
BICHO MALO NUNCA MUERE
“A mi me lo vais a contar, humanos arrogantes. Decídmelo cuando hayais cumplido, al menos, un millón de años”.
Firmado: El Bicho, alias el Coco o el Cocodrilo, individuo perteneciente a una especie de 84 millones de años, bajo idéntica estructura a la actual, ejemplo de adaptación y eficacia para la supervivencia, y más de 220 millones desde su origen, dirigiéndose a un mamífero de apenas medio millón de años, con tal confusión de conceptos, que se cree el rey de la vida en el planeta porque ha demostrado ser el más eficaz en destruirla. También suele confundir cantidad con calidad, idea con dogma, prejuicio con juicio, amor con posesión, ley con fuerza, fuerza con poder, y poder con cualquiera de sus tan habituales manifestaciones de miedo.
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REFRÁN ABIERTO: LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
LAS APARIENCIAS
ENGAÑAN
En
1876, el virrey de la India, lord Lytton, organizó en Delhi el banquete más caro
y suntuoso del que se tiene noticia en la historia, para festejar el
entronizamiento de la Reina Victoria como Emperatriz colonial.
Durante una semana 68.000 invitados no
dejaron de comer y de beber. Esa misma semana, según cálculos de un periodista
de la época, murieron de hambre más de 100.000 súbditos hindúes, por una
hambruna sin precedentes que se cobró al menos 30 millones de vidas y que fue
inducida y agravada por el “libre comercio” impuesto desde Inglaterra. Antes de
la llegada de los británicos, la India era la primera potencia industrial del
mundo, cuando se marcharon, no era más que un país arrasado económicamente y
sumido en la la miseria, de la que no se ha recuperado hasta hoy. Pero era, todo
hay que decirlo, un inmenso pais cruzado de lado a lado por unas pocas lineas de
ferrocarril, las mismas que necesitaba el pais colonizador para transportar
cuanto saqueaba . . .
Mientras los colonialistas ingleses
comían perdices y corderos, los supervivientes indios se comían a sus propios
hijos muertos, pues hasta ese extremo había llegado el hambre. Hace falta tener
mucha hambre para comerse, con lágrimas en los ojos, y arcadas en el estómago,
el cadáver de un familiar o de un vecino. . .
Entre esos 68.000 invitados al mencionado banquete, miles de ellos repitieron una frase que parecía una consigna: “Un gran país, lástima que sus habitantes sean poco más que bestias inmundas, nunca saldrán de la miseria, deberían agradecer a la Reina Victoria que les acoja en su seno, es un honor inmerecido de esta chusma”.
Una vez más, las apariencias engañaban, y la chusma, las bestias humanas, eran esos 68.000 invitados a tan indigno evento.
La dignidad humana, como tantas otras veces, sobrevivía a duras penas entre los harapientos de los campos y las ciudades, aquellos que habían sembrado y criado las viandas de sus patéticos semejantes, tanto los que habían vivido a su costa durante milenios, en su propia tierra, como de los recién llegados al saqueo.
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REFRÁN ABIERTO: AGUA QUE NO HAS DE BEBER, DÉJALA CORRER. (JPS)
AGUA QUE NO HAS DE
BEBER, DÉJALA CORRER. (JPS)
¿Y quién puede saber cuál es el agua que ha o no ha de beber, antes de encontrarse empapado, alucinando y chupando un palo sentado sobre una calabaza . . .?
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REFRÁN ABIERTO: MAL DE MUCHOS, CONSUELO DE TONTOS
MAL DE MUCHOS,
CONSUELO DE TONTOS
O mal de tontos, consuelo de muchos . . .
Al final, lo que permanece es la necesidad de consuelo, bien mirando la desgracia de muchos, o bien la desgracia de los tontos, entre los cuales, por supuesto, nunca nos incluímos.
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REFRÁN ABIERTO: ALLÁ DONDE FUERES HAZ LO QUE VIERES
ALLÁ DONDE FUERES
HAZ LO QUE VIERES
Aquí estoy, en una gran ciudad, rodeado de personas con muchas prisas por llegar a ninguna parte, persiguiendo más al dinero que a su utilidad, sobreviviendo más que viviendo, y soñando que algún día aprenderán a soñar.
Me esfuerzo por no hacer lo que veo hacer, me sumerjo, entre tantos amigos desconocidos, sabiéndome, como ellos, un náufrago.
Releo lo vivido, ojeo, entre asombrado y hastiado, la vida, y pido otra copa, con la certeza de que ésta tampoco traerá respuestas, pero, al menos, me librará de la arrogancia de creer haberlas encontrado.
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REFRÁN
ABIERTO: ECHAR LA CASA POR LA VENTANA
ECHAR LA CASA POR
LA VENTANA
Alejandrito, a
quien sus padres llamaban Alex, era hijo de Alejandro y Alejandra.
Alejandro era un hombre, como tantos, que no había jugado lo suficiente cuando a él también le llamaban Alejandrito, e intentaba, como todos, recuperar de alguna forma el tiempo perdido.
Alex, a sus cuatro añitos, podía disfrutar con muchos juegos, pero no con esa enorme Torre Eiffel hecha de palillos, que su padre se empeñaba en hacer crecer día tras día, y a la que el niño llamaba, con su limitado vocabulario, “la casa”.
Tarde tras tarde, Alex solicitaba la atención y el tiempo de Alejandro: “Vamos a jugar, papá”. “Sí, hijo, vamos a jugar con la casa”, le respondía, lo cual significaba pasar la tarde pegando palillos, y para Alex, limitarse a ir dando uno a uno a su padre los palitos que éste pegaba. Fue un juego interesante el primer día, y hasta el segundo, pero no lo era en absoluto al cabo de casi un año y medio de rutinario trabajo, que el pequeño Alex llegó realmente a aborrecer.
Faltaba poco para que la magna obra paterna estuviera concluida, y una noche, durante la cena familiar, Alejandro dijo a su esposa Alejandra y a su hijo Alex: “Pronto terminaremos la Torre Eiffel, hay que celebrarlo por todo lo alto. Por un día, nos olvidaremos de la hipoteca y tiraremos la casa por la ventana”. Al oír esto, al pequeño Alex se le iluminó la cara: “¿De verdad, papi”. “Sí, de verdad, hijo, hemos trabajado duro y eso merece una recompensa”.
Alex, a pesar de su corta edad, y de las limitaciones que su padre, sin sospecharlo, ponía a su creatividad, comprendía perfectamente el concepto de arte efímero, el extraño placer que conlleva la destrucción de un objeto que ha costado, en ocasiones, mucho tiempo y esfuerzo crear, como un homenaje a la naturaleza efímera de todo cuanto ha existido, existe o existirá. En el jardín de las artes, ése era el privilegio natural de la música y la oratoria, el resto de las expresiones artísticas debían, de alguna forma, provocarlo artificialmente.
Esto, sin saber que lo sabía, lo sabía perfectamente Alex a sus cuatro añitos, y su alegría y nerviosismo aumentaban por momentos, sólo con imaginar la realización de la propuesta paterna.
De este modo, a la semana siguiente, acudieron a la casa de Alejandro, Alejandra y Alejandrito, decenas de personas: vecinos, amigos, compañeros de trabajo y todos los familiares que vivían a menos de doscientos kilómetros a la redonda.
Pretendiendo hacer un discurso apropiado de presentación de su obra, que permanecía oculta bajo una sábana en la habitación contigua, Alejandro levantó su copa y dijo:
“Mi hijo Alex y yo hemos trabajado duramente a lo largo de un año y medio para terminar una Torre Eiffel de palillos de más de tres metros, y aprovecho la ocasión para comunicaros que mañana recibiremos la visita del comisario del Libro Guinness de los Records, donde será inscrita la obra para la posteridad. Era una pequeña sorpresa que tenía reservada para este momento.”
“Oh . . .” exclamaron todos en un murmullo de admiración y sorpresa.
“Y ahora, prosiguió el anfitrión, disfrutemos de la fiesta, que hoy es un día para tirar la casa por la ventana”.
Entre el murmullo se oyó la voz de Alejandrito: “¿Cuándo, papá, cuando . . .?” “Ahora, hijo mío, ahora comienza la fiesta”.
Alex reunió rápidamente a sus amigos y primitos y se dirigieron a la habitación donde se guardaba la enorme Torre Eiffel, al lado de la cual tantas horas se había aburrido, esperando que su padre se decidiera a compartir con él parte de su tiempo, en vez de con la estúpida y pretenciosa torre. Entre todos la cargaron, abrieron la ventana y la tiraron al exterior, estrellándola contra el suelo del patio vecinal.
Aún tardaron varios minutos los adultos en captar la razón de la alegría del grupo infantil, y cuando al fin comprendieron lo sucedido, Alejandro estuvo a punto de sufrir un desvanecimiento, y la fiesta, bruscamente invadida por el silencio, tomó el ambiente de un velatorio, no faltando incluso alguna sonrisa mal contenida por algún cuñado malintencionado.
Los meses siguientes fueron duros para toda la familia: Alejandro cayó en una profunda depresión, Alejandra intentaba inútilmente consolarle y Alejandrito no comprendía nada, por mucho que se lo explicaran: “Papá dijo que podíamos tirar la casa por la ventana”, repetía, para desesperación de su deprimido padre.
Pero el infortunio, como tantas veces en la vida, se tornó fortuna, ya que Alejandro tuvo la buena suerte de ir a parar a manos de uno de los pocos psiquiatras cuerdos que hay por el mundo, quien, lejos de atiborrarle de pastillas, tras escuchar la surrealista historia familiar, se dedicó, simplemente, a enseñarle a jugar con otras personas, a liberarse de la enfermiza espiral del ego, a encontrar placer en el juego compartido, sin necesidad de buscar obsesivamente el reconocimiento de otros egos a costa de exponer las supuestas y casi siempre falsas virtudes del propio.
Alejandrito, el pequeño Alex, lo agradeció, y pudo disfrutar desde entonces de una sana y divertida infancia, mientras Alejandro, su padre, pudo al fin completar el rompecabezas de la suya.
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REFRÁN ABIERTO: CASA CON DOS, O MUCHAS PUERTAS, MALA ES DE GUARDAR
CASA CON DOS, O MUCHAS PUERTAS, MALA ES DE GUARDAR
Como esa casa pretendidamente difícil de guardar es nuestra mente, porque no tiene dos, sino muchísimas puertas y ventanas, que tanto pueden permitir la entrada de la luz necesaria para iluminar una duda, como del miedo más devastador, o la esclavizadora certeza del integrismo o del autoengaño.
En esa paradoja radica nuestra grandeza tanto como nuestra miseria, en ser una casa, una mente, con muchísimas puertas, y por tanto, difícil de guardar, y que sea la misma amplitud y variedad que nos brinda la posibilidad de un pensamiento rico, la que pueda permitir la entrada de cualquier idea que llegue, incluso, a destruir a la misma mente creadora y portadora de dichas ideas.
Y esto nos lleva a un segundo dilema: “guardar” procede de la voz gemánica “wardon”, que significa por igual “vigilar, custodiar o proteger”, siendo completamente opuestos el primer y tercer significado, pero muy útil para quienes, ostentando el poder social, pretendan eternizarlo mediante esbirros que desarrollen labores de represión en su nombre.
De la palabra “guardar” procede la palabra “guardia”. . . ¿necesitamos un guardia en nuestra mente? ¿Qué es eso tan valioso de nuestra minúscula mente que debemos guardar y proteger del resto del universo? ¿No será que ese guardia se encarga, tal vez con el único fin de proteger su puesto de trabajo, de convencernos de lo imprescindible de su presencia cuando, en realidad, creando con ella el miedo, nos convierte en sus cómplices y, por tanto, en nuestros propios carceleros . . .?
Toda mente se hace más rica cuando se expande, y crece y se enriquece venciendo miedos y obteniendo y compartiendo nueva información, pues sólo información, en cualquiera de sus formas, es el universo paradójico que habitamos.
Dejemos, pues, de lado, guardias y guaridas, que en lo que a la mente se refiere, cuanto menos guardada, más rica se vuelve, y cuantas más puertas y ventanas, más luz permite entrar, y más armonía reflejar.
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REFRÁN ABIERTO: VÍSTEME DESPACIO, QUE TENGO PRISA
VÍSTEME DESPACIO,
QUE TENGO PRISA
Vísteme despacio
que tengo prisa, y no repares en la calidad del atuendo, que de todos es sabido
que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Sobre vestidos y vestimentas, ninguna más pedagógica que aquel mítico traje del emperador, ése que no era más que desnudez, y que sólo un niño se atrevió a señalar, pues de todos es sabido que ciertas verdades, sólo locos y niños pueden y saben regalar ocasionalmente al mundo.
Bueno es no olvidar, en cualquier circunstancia, que ni el hábito hace al monje, ni hay vestido más hermoso que la sinceridad, aún cuando a veces, éste sí, tenga un alto coste social.
Puede servirnos de consuelo saber que, a pesar de todo, lo más valioso, en esta vida, sigue siendo gratis.
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REFRÁN ABIERTO: DIME DE QUE PRESUMES Y TE DIRÉ DE QUÉ CARECES
DIME DE QUE PRESUMES Y TE DIRÉ DE QUÉ CARECES
Todos lo hacemos alguna vez en la vida, es uno de esos mecanismos mentales de compensación o huída de cualquier miedo o complejo no superado pero, en algunas personas o grupos, pasa a ser una obsesión.
Nadie pronuncia más veces la palabra libertad que los políticos de todos los pelajes y colores, los mismos que la desvirtúan y prostituyen cada día, los mismos que la vacían constantemente de su tan abstracto como enriquecedor contenido.
A nadie oiremos pronunciar más a menudo la palabra amor que a un integrista cristiano, posiblemente el mismo que, en una tan insana como extraña metamorfosis de ideas, acaba centrándose en un amor a los niños que no es tal, a los mismos niños que se niegan a traer al mundo, cuidar y criar, al tiempo que pretenden sentar cátedra ante sus padres sobre como deben hacerlo.
Es en todas las caras de ese poliedro amplísimo al que llamamos amor donde encontramos los más claros ejemplos de jactarse de cuanto se carece.
Si una madre sigue esa senda, de moda en el Primer Mundo desde hace un par de décadas, de repetir constantemente a sus hijos cuanto les quiere, cuidado, posiblemente ha caído en una costumbre estéril o, peor aún, necesita repetir aquello de lo que no está tan segura.
Como en tantas cosas en la vida, existe siempre un sano y deseable equilibrio entre el uso y el abuso.
Y si es tu pareja quien constantmente repite que te quiere, no olvidemos aquella frase tan oportuna para cualquier novela amorosa: “ Me repitió tantas veces que me amaba, que empecé a sospechar que realmente no sabía de que estaba hablando.”
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REFRÁN ABIERTO: TANTO TIENES, TANTO VALES
TANTO TIENES, TANTO VALES
Cuando la inteligencia o la capacidad de análisis es escasa, así es como medimos y valoramos a las personas: tanto tienes, tanto vales, y esa ley o la de cuanto aparentas tener, al margen de cuanto tienes realmente, hará que la inmensa mayoría de la gente, la gente normal, emita, como de costumbre, su juicio carente de juicio.
Recuerdo el caso de un cliente del banco donde trabajaba hace más de tres décadas, un tipo rudo en todos los sentidos, un nuevo rico que veía, como casi todos, aumentar su arrogancia a la par que su cuenta bancaria. Como su trabajo era el de intermediario frutero, obtenía, como cualquier especulador, enormes ganancias con muy poco esfuerzo. Llegaba al banco cada mañana con un montón de billetes metidos en una bolsa de plástico y el tipo era bruto y arrogante no sólo con interventores y directores, sino con los trabajadores, y era una escena digna de ver cada día, como los empleados nos ibamos distanciando de él, evitándole en todo lo posible, o incluso ignorando sus exigencias y sus gritos, mientras los jefes, cual ejecutivos orientales, se deshacían en reverencias, halagos y falsas sonrisas. Tras hacer su depósito diario y marcharse, empezaba la guerra en el interior de la oficina: los jefes y jefecillos, avergonzados de si mismos y de su humillante actitud, sacaban su frustración contra los empleados. Uno de ellos, el más joven de la plantilla, ente un par de gritos del director, le respondió un día: “Para hacer que me humille ante ese animal como hace usted, no sólo tendrá que subirme mucho el sueldo, sino bajarme la dignidad. Lo primero puede, pero lo segundo no”.
“Esas palabras te van a costar muy caras”, sentenció el director, y el joven, sindicalista para más señas, fue trasladado semanas después a otra sucursal, donde también intentaron domesticarle, llevarle por el buen camino, y hacerle comprender, sin mucho éxito, el verdadero valor de las cosas.
Pero aquellos hombres, tanto el director como el frutero, muy parecido en fondo y forma a Jesús Gil, nunca llegaron a valer mucho en varios sentidos, aunque amasaron una considerable fortuna. No sé cuando empezarían a darse cuenta de que no podían comprar determinadas cosas con dinero, tal vez tuvieron suerte y nunca lo sospecharon siquiera . . . Ya se sabe que las dos únicas formas de ser feliz en este mundo es hacerse el imbécil o, si se tiene suerte, o no se tiene otra alternativa, simplemente, serlo.
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