Textos libro "TELEES"

 

Francisco Antonio Vidal (Nekovidal)

 

En blanco

 

Blanca era la sábana en que le envolvieron al nacer, sobre la que supo dibujar amapolas y fresas.

Blanca la luz que cegaba sus tiernos ojos.

Blancos esos pañales que pronto dejaban de serlo.

Blanca la leche que le alimentaba.

Blanca, como su inocencia, el vestido de su hermana el primer día que le cogió en sus brazos.

Y hubo muchas más cosas blancas en su infancia, mientras su mente bullía con todos los colores imaginables.

Pero el tiempo le convirtió en un adulto . . .

Hoy ya es un ciudadano respetable que nunca hace preguntas indiscretas, molestas o impertinentes. Un ciudadano respetable que ya no practica las perversas costumbres de jugar, asombrarse, curiosear, preguntar, dudar, reírse de si mismo o pensar.

Hoy su mente está en blanco.

                         

           

Buenismo: ¿Qué nos enseña la vida?

 

* Que somos lo que pensamos: si estancamos nuestra mente en el miedo y la frustración, frustrante y amedrentada será nuestra existencia. Si, por el contrario, aprendemos a ver lo positivo con la misma habilidad con que detectamos lo negativo a cada instante, nos sorprenderá cuanto puede regalarnos el mero hecho de vivir.

* Que la felicidad hay que buscarla en los momentos, liberando la mente de prejuicios que autojustificamos automáticamente arrastrados por la costumbre. Eso que llamamos felicidad está en el camino mismo de la vida, no en un final programado que tal vez nunca llegue. La clave está en encontrar el equilibrio: prever el mañana sin encadenarnos a él, aprender del ayer sin quedar atrapados en las heridas; ejercitar el aprendizaje de vivir y dejar vivir.

* Que no existen patrias, razas, fronteras, ni enemigos, salvo aquellos a los que les concedamos ese título en nuestra mente.

* Que el odio es el mayor despilfarro de  vida y energía, el mayor error, que a nada conduce, sino a convertirnos, poco a poco y sin llegar a sospecharlo siquiera, en un ser triste parecido al odiado.

* Que cuerpo y mente son, al menos en esta dimensión o viaje, una única ente indisoluble: no se puede respetar, cuidar o descuidar uno sin detrimento o beneficio del otro.

* Que no es importante si somos eternos y estamos aquí con un fin o no hay más fin que vivir ni más vida que ésta que percibimos. Sufrir por ello es ser rehén de la dictadura del ego, esa proyección abstracta y fantasiosa esclava de sus juicios. Conocer y analizar al analista antes del análisis es siempre el primer paso: conócete a ti mismo y comprenderás el mundo y la vida de que formas parte.

* Que no existe la bondad y la maldad, sino tan sólo la salud y la enfermedad en nuestras mentes. Es asombrosa la facilidad con que asimilamos este concepto cuando nos referimos al cuerpo y cuanto nos cuesta cuando nos referimos a la mente: pasada la infancia, un ser egoísta o cruel es un ser enfermo que no ha podido madurar.

* Que dar produce más placer que recibir, o, al menos, el mismo, si nuestra mente está mínimamente sana.

* Que la necesidad de cambiar el mundo que nos rodea, de mejorarlo, de participar de alguna manera en la acción colectiva de nuestra especie, no sólo es deseable, sino que está en la esencia de  nuestro ser, y hacerlo no es más que el indicativo de que mantenemos viva esa parte de nuestra naturaleza.

* Que el humor, tanto como el amor, es una de las más grandes y hermosas herramientas de nuestra mente, y como cualquier acción del universo, requiere un equilibrio, pues hasta el abuso del concepto de amor nos puede apartar de su uso.

* Que perdonar es tan sano como inteligente, pero el perdón ha de pasar necesariamente por la comprensión, si no es tan sólo juego de autoengaño o hipocresía. Nunca podrá perdonar realmente quien antes no haya comprendido el motivo y origen de la acción que le produjo dolor, la herida que se esconde tras la agresión.

* Que somos una especie gregaria, depredadores versátiles con capacidad de almacenar y transmitir información de una generación a otra, una muy especial característica que nos hace poderosos y con bastantes posibilidades de sobrevivir, siempre que aprendamos a respetar el planeta y la vida que en él germina y no olvidemos que es el grupo nuestra fuerza, nunca un sólo individuo, por sabio que sea. Cambiar los esquemas sociales de verticalidad a horizontalidad, crear sociedades sinérgicas donde todos tomen las decisiones mediante sistemas informáticos es el reto de nuestra época y un enorme paso en nuestra evolución. Ya lo hemos demostrado científicamente: siempre se cometen menos errores cuando todos deciden, incluso, con poca información, que dejando las decisiones en manos de un pequeño grupo: la democracia participativa es la evolución natural de la democracia, su perfeccionamiento. ¿Cuántas guerras se declararían si las votara toda la población, teniendo en cuenta que la mitad son mujeres, siempre más sensibles, que habrían de enviar a la guerra a sus hijos, hermanos y esposos?

* Que nunca sabemos que es realmente bueno o malo de cuanto se cruza en nuestro camino, pero parece haber una ley de equilibrio que hace que las acciones egoístas o mezquinas se vuelvan contra nosotros y las altruistas allanen el más difícil de los caminos.

* Que nuestra mente está llena de fantasías, y al parecer pocas veces nos evadimos de ellas. De hecho, nuestro pensamiento es en sí tan sólo fantasía, aunque lo olvidemos a cada instante para evadirnos de la angustia vital, como hacemos con la realidad irrefutable de la muerte. Nuestra mente, no hace mucho que lo hemos comprendido racional y científicamente, no está preparada para ver la realidad, sino para sobrevivir. Pero nada nos impide sustituir unas fantasías por otras más constructivas, sanas y creativas

* Que siempre quedan cosas por aprender y disfrutar, algo que deberíamos recordarnos a nosotros mismos cada mañana.

Y algunas cosas más que habré pasado por alto o que aún me quedan por aprender. . .

 

 

Un baño entre la vida y la muerte

Las dos orillas del Mediterráneo

 

En una orilla, cebados y dormidos, creen saber,

En la otra, despejados y hambrientos,

saben a que sabe el hambre.

        

En una orilla, agobiados por la eterna búsqueda,

necesitan ansiosos creer que han encontrado.

En la otra aún no hay tiempo para naderías.

 

En una orilla, los ojos vacíos de la necesidad,

En la otra, la pupila vacua de la soberbia,

En ambas orillas, miradas tristes.

 

En una orilla, un dios, de nombre Dios,

En la otra un dios, el mismo, pero de nombre Alá.

En ambas, la codicia alimenta la falsa diferencia.

 

En una orilla, el olvido de la historia,

en la otra, la historia del olvido,

En ambas, la necesidad de olvidar.

 

En una orilla el ayer de una orilla,

enfrente, el mañana de la otra orilla,

Entre ambas, el hoy siniestro de una pesadilla.

 

En una orilla, a ciegas, se intenta saltar al paraíso.

En las playas del paraíso, otra vez, un cuerpo inerte. 

 

¿Cuándo se podrán cruzar las dos orillas sin que

el viaje sea un baño entre la vida y la muerte?

 

 

Carnaval, Carnaval

 

Laura y Carlos son ese tipo de parejas postmodernas que creen haber descubierto en cierto hedonismo simplón un camino vital interesante. Lo suficientemente obsesionados con el poder económico, pero sin la capacidad suficiente para no convertirse en sus esclavos, creen disfrutar de lo mejor que puede darles la vida, lo cual es cierto, porque no pueden imaginar una vida mejor. Desde hace años buscan nuevas experiencias en viajes, aventuras de riesgo y riesgos que ellos sienten con sabor de aventura. Su ilusión este año son los carnavales de Río de Janeiro donde, habían oído, todo es posible.

Conocieron a Paulo y Daniela al tercer día de llegar, como si O Corcovado hubiera decidido resucitar reincidentemente al tercer día a fin de dar nuevo aliento a las marchitas ilusiones de la pareja.

Esa misma noche ya se sentían amigos y hasta íntimos de toda la vida, una cena apropiada y la tan oportuna cachaza harían el resto.

Las dos parejas habían practicado antes el intercambio, la pareja brasileña porque Brasil es y vive así, la española porque ya no sabían como quitarse de encima una rancia represión sexual heredada de la que ni se sospechaban prisioneros.

La noche fue, simplemente, una locura.

A la mañana siguiente Laura y Carlos, pensativos, despejaban la resaca compartiendo el hidromasaje.

“Son maravillosos, dijo ella de repente, y él estaba depilado como un niño, me asusté un poco cuando me ató, pero luego fue increíble. . . “

“De ella, contestó Carlos, lo que más me llamó la atención fue precisamente lo contrario, que estaba sin depilar, parecía una osita, y sólo quería hacerlo de espaldas, pero estuvo muy bien. . . “

Mientras, paseando por Ipanema, Paulo y Daniela hacían apuestas sobre si la pareja española habría comprendido el juego o no, y pensaban en lo divertido que era dejar de ser, durante una semana al año, Paulina y Daniel.

  

 

Los semivivos y los semimuertos

 

Los semivivos ven en los semimuertos a seres autoritarios, anclados en el conservadurismo por cobardía y estrechez de miras; fanáticos, integristas, crueles; agresivos en sus miedos; primitivos; hipócritas en su moral y en el fondo necia y peligrosamente ingenuos por creer que con sus guerras y juegos de poder conseguirán detener una evolución que siempre acaba derrotándoles.

Los semimuertos, por su parte, ven en los semivivos a ingenuos idealistas de peligrosas ideas, vagos y oportunistas; elementos siempre disconformes con la realidad, que se empeñan tozudamente en transformar; hipócritas en cuanto les roza el poder e hipócritas al no aplicar sus ideales en sus propias vidas.

Tanto los semivivos como los semimuertos deberían aprender a vivir y dejar vivir, esa deseable actitud que, como las grandes verdades científicas, es más simple cuanto más profunda.

Porque todos, tanto los semivivos como los semimuertos, hemos tenido y tenemos entre nuestras vivencias comportamientos irracionales, destructivos, absurdos y negativos, parecidos a los de esos zombis de película que aterrorizaron nuestra infancia.

¿Cuándo comprenderemos todos que tan vivo y tan muerto está un semivivo como un semimuerto?

Saberlo y reconocerlo es el primer paso para conseguir estar todos, algún día, simplemente, vivos.

 

El alma del desalmado

 

No existe un sólo ser humano desalmado, sin alma, pero hay muchos con el alma enferma: enfermos de tristeza, de prejuicios, de patriotismo, de machismo y de feminismo, de certezas o de incertidumbres, de miedo a los demás y miedo a la soledad, de miedo a la vida y miedo a la muerte y, sobre todo, miedo a vivir sin miedo y a conocerse a si mismo.

Y hay, habemos, tantos enfermos, que a veces este pequeño planeta azul parece un inmenso hospital de niños tristes que han olvidado como jugar antes de haber aprendido como vivir.

 

 

 

Yo

 

Yo soy el que mira, pero mi mente ve tan sólo cuanto su desarrollo le ha permitido, condicionado por lo percibido hasta ahora, casi nada. Sólo veo cuanto creo ver.

Yo soy el que oye, pero cada sonido captado desde antes incluso del nacimiento me ha convertido en esclavo de la mente que esos sonidos han moldeado. Sólo oigo cuanto creo oír.

Yo soy el que huele, pero nunca podré apartar de mi mente, la que huele, aquellos olores de infancia que la condicionaron.

Sólo huelo cuanto creo oler.

Yo soy el que acaricia, pero cada contacto dado y recibido condiciona al siguiente, y cada gesto desprende cientos de células que condicionan el siguiente contacto.

Sólo siento cuanto creo tocar.

Yo soy el que paladea los alimentos, las bebidas, a través de unas células esclavas de cada una de las percepciones anteriores, condicionadas por la temperatura de la comida o bebida, condicionadas por  cada bocanada de humo.

Sólo degusto cuanto creo degustar.

Si toda percepción está condicionada, regida por millones de condicionantes que ni sospechar podemos: ¿a qué llamamos realidad?

 

 

Ellos

 

Ellos arriesgaron y arriesgarán la vida por nosotros sin conocernos: en medio de una tempestad marina, entre los hielos de la alta montaña, en el infierno del fuego, en un hospital, en la sinrazón de una guerra. . . Ellos, todos ellos, vivieron para si, pero regalaron al futuro sus obras.

¿Alguien recuerda al primer panadero, al inventor de la rueda, las tenazas, el primer circuito, el primer tejido, la primera red, el primer vino. . .?

Pero aquí están, en forma de innumerables objetos cotidianos, sus obras, ese hermoso legado postmorten de sus habilidades, de su sudor, de sus inquietudes, de sus dudas y certezas.

Casi ninguno de ellos lo planeó así: sólo les interesaba  sobrevivir, u obtener algo de dinero, tal vez incluso les movió, a muchos, la codicia, pero todos regalaron al futuro de su especie, nosotros, más de lo que recibieron.

Ellos me dieron la vida y ellos buscarán el lugar apropiado en que depositar mi cuerpo cuando termine la odisea.

Ellos, cada uno de ellos eres tú, yo, nosotros.

Eso nos ha hecho poderosos en este planeta como forma de vida, a pesar de nuestras tremendas limitaciones físicas.

Olvidarlo nos puede costar la extinción de nuestra especie.

 

 

              El universo a escala

 

Porque ya sé que no es lo mismo ser profundo que estar hundido, ni caminar bajo una tormenta lo mismo que estar atormentado.

Como ya me he dado cuenta que lo que para unos es consuelo a otros deja sin suelo bajo sus pies.

Tal vez porque sospecho que nada es lo que parece, aunque todo parecido con la realidad no es casual y tengo muy claro que en cuestiones humanas la línea recta no es casi nunca el camino más corto.

O porque temo hundirme yendo tan cargado de razón. . .

He decidido darle vacaciones a las certezas y marcharme a vivir al edificio de la Bolsa, donde la locura está escrupulosamente organizada.

En resumidas cuentas, simplificar el mundo con fórmulas complejas y construirme, como todos los demás, un universo a escala.

 

 

Fuegos Artificiales

 

Yo creía que los libros me lo podrían enseñar todo. . . fuegos artificiales.

Tú también soñaste con ese mundo perfecto formado por seres imperfectos. . . sólo fuegos artificiales.

El observa altivo desde la limusina a los simples mortales que le rodean, a la señora con la bolsa de la compra, al obrero sudando, al vagabundo vagando. . . les mira y se cree mejor. . . fuegos artificiales.

El cree que vale más que ella porque es hombre y cree que es hombre porque es más fuerte y cree que es más fuerte porque es hombre. . . fuegos artificiales.

Ella  sueña con ese vestido, ese coche que provocará envidias, ese marido para lucir mientras luce una bolsa de una tienda de marca: ella lleva la bolsa y la bolsa lleva su voluntad. . . fuegos artificiales.

Ella piensa que no estaría mal conocerle, pero decide que sólo ella debe decidir como será, el juego brutal de la voluntad y la brutalidad de quien antes fue víctima  . . fuegos artificiales.

Nosotros creemos ser más o mejor que otros, y posiblemente sea cierto, pero olvidamos que somos menos y peor que otros muchos, eso seguro, y ese olvido constante son  . . .  fuegos artificiales.

Ellos darían todo por sus ideas, que por ser justas, lógicas, coherentes y racionales, merecen ser impuestas por la fuerza . . . fuegos artificiales.

Pero también hay otros fuegos: la seriedad del niño cuando juega, la del buen artesano cuando trabaja, la del amante cuando realmente ama, la seriedad del loco cuando pregunta y la seriedad del payaso cuando siembra risas.

No hay en esa seriedad nada artificial, pero sí mucho fuego: el fuego eterno del Ave Fénix, el fuego ante el que cualquier infierno parece helado: el fuego del corazón humano

 

 

No me sale nada ahora

 

Decía Tomás mirando la punta de la flecha que le atravesaba el hombro. Ya no sale pus, la herida ha dejado de supurar. Las hierbas eran buenas, dijo Capac mientras cambiaba las tiras de algodón sucio que hacían las veces de un vendaje.

Pero los dos sabían que apenas les quedaban unas horas de vida, hasta el amanecer como mucho. A un lado de ese cerro andino, las tropas castellanas del virrey tenían claro su objetivo: no se podía permitir que quedara impune el crimen de Tomás de Lezo: matar a un castellano por defender a un indio, por mucha razón que éste pudiera tener.

Al otro lado del cerro, agazapados entre la primera espesura de la selva, los paisanos de Capac tampoco albergaban dudas: era un traidor. Se le había dado la oportunidad de participar en la inminente derrota definitiva de los españoles, en la gran matanza limpiadora que clamaba la misma madre tierra, pero se había negado, y su única disculpa había sido su amistad con Tomás, para el que había pedido que se le respetara la vida. No, o mueren todos los castillas o nunca nos quitaremos su yugo.

La claridad les sorprendió ya despiertos, cada uno mirando, espalda con espalda, a un lado del cerro. Repartieron las últimas hojas de coca, que masticaron con parsimonia y apuraron la calabaza de tinto riojano. Tras un abrazo, con una mirada tan sólo quedó decidido: cada uno bajaría por el lado del cerro donde se encontraba la gente que se decía su gente. Si había que morir, mejor hacerlo luchando contra el enemigo más cercano, nuestra gente, nuestro pueblo, nuestra patria, nosotros, nuestra locura.

Así, pensaron, al menos no quedarán más semillas de odio al otro  sembradas y algún día germinará la que enseñe que el enemigo en realidad no existe, pero si aún necesitas creer en él, comprende al menos que puede estar en cualquier parte, incluso dentro de ti. Esa duda puede ser la primera que abra poco a poco la mente de un pueblo.

El combate fue corto, apenas un par de gestos y golpes defensivos: todo buen guerrero sabe de la importancia de elegir el momento de luchar y el momento de renunciar a la lucha y sabe también que ese conocimiento se suele pagar con la vida. La cabeza de Capac quedó clavada en una estaca de la selva, la de Tomás fue llevada a Lima y exhibida públicamente para escarmiento. 

Tomás y Capac habían afianzado, en apenas diez años, una relación que tres siglos después, sus descendientes aún habrían de necesitar meses sólo para ponerle nombre: al final, decidieron llamarlo Encuentro de Culturas.

 

 

Ni Mu

 

Nosotros, los eternos vagabundos del verbo,

los parias malditos pero reverenciados del arte,

los apostatas del miedo, los suicidas cotidianos,

los mortales hechizados por el juego de las letras.

 

Nosotros, amos y esclavos de las palabras,

nunca podremos conmover con una cálida melodía,

ni impresionar con una colorida imagen luminosa,

ni formular la perfecta fórmula que explique el Todo.

 

Nosotros describiremos con detalle un paisaje,

pero no podremos hacer aparecer su luz;

escribiremos la letra de una bella canción,

pero no podremos expresar la belleza de su música.

 

Pero nosotros y sólo nosotros, podremos un buen día

escribir ese poema perfecto por absurdo, que posea en si

la cálida luz del cuadro, la dulce melodía, y el Todo,

ese poema que conmueva hasta el llanto al cuerdo,

divierta al niño o deje seriamente pensativo al loco.

 

Podemos, en cualquier momento, escribir ese mágico poema,

o tomarnos todo demasiado en serio, olvidarnos de jugar. . .

y no decir ni mu…